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PRINCIPIOS BÍBLICOS DEL SEXO

Pero, dado que hay tanta inmoralidad sexual, cada hombre debería tener su propia esposa,
y cada mujer, su propio marido. El esposo debe satisfacer las necesidades sexuales de su
esposa, y la esposa debe satisfacer las necesidades sexuales de su marido. La esposa le da la
autoridad sobre su cuerpo a su marido, y el esposo le da la autoridad sobre su cuerpo a su
esposa. No se priven el uno al otro de tener relaciones sexuales, a menos que los dos estén
de acuerdo en abstenerse de la intimidad sexual por un tiempo limitado para entregarse más
de lleno a la oración. Después deberán volverse a juntar, a fin de que Satanás no pueda
tentarlos por la falta de control propio. (1Cor. 7:2-5)
1. Las relaciones sexuales dentro del matrimonio son sagradas y buenas. Dios estimula las
relaciones y advierte en contra de su cese.
2. El placer en las relaciones sexuales no es pecaminoso, sino que se da por entendido (los
cónyuges reciben posesión, cada uno, del cuerpo del otro recíprocamente). Ver también el
Cantar de los Cantares y Proverbios 5:18, 19.
3. El placer sexual debe ser regulado por el principio de que la sexualidad de uno no debe estar
orientada a sí mismo, sino orientada al otro (a cada uno se le conceden derechos sobre el cuerpo
del otro cónyuge en el matrimonio). Tanto la homosexualidad como la masturbación están en
disconformidad con este principio fundamental. La idea, aquí, como en otras partes, es que
«más bienaventurada cosa es dar que recibir.»
4. Las relaciones sexuales han de ser regulares y continuadas. No hay un número preciso de
veces por semana que se pueda indicar como apropiado, sino que el principio es que ambos
cónyuges deben proporcionarse satisfacción sexual adecuada de modo que se evite la tentación
de hallar satisfacción en otra parte.
5. El principio de satisfacción significa que cada cónyuge ha de proporcionar goce sexual (que
le corresponde al otro en el matrimonio) con la frecuencia que el otro requiera. Pero,
naturalmente, hay otros principios bíblicos (moderación, procurar agradar a otro en vez de
agradarse a uno mismo, etc.) que también entran en juego. La consideración para el otro ha de
regular los requerimientos hechos en las relaciones sexuales. Pero esto no debe ser usado como
una excusa para fallar en cubrir las necesidades auténticas. Por otra parte, las solicitudes de
satisfacción sexual no pueden ser regidas por una concupiscencia idolátrica.
6. En conformidad con el principio de los «derechos», no tiene que haber «regateos» sexuales
entre cónyuges («No voy a tener relaciones contigo a menos que...»). Ningún cónyuge tiene
derecho a hacer propuestas de este tipo.
7. Las relaciones sexuales son iguales y recíprocas. Pablo no da al hombre derechos superiores
a los de la mujer. Queda claro, pues, que la mutua estimulación y la iniciación mutua de
relaciones es legítima. En realidad, la doctrina de los derechos mutuos implica también la
obligación de la responsabilidad mutua. Esto significa, entre otras cosas, la participación activa
mutua en el acto de la copulación sexual.
*Jay Adams , Manual del Consejero Cristiano, 1984, Editorial CLIE.

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