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El incipit como elemento clave y transversal a las diversas creaciones artísticas

A Miguel Castell
por haberme dado la idea
de este breve ensayo

Que cosa tan maravillosa es acercarse a la comprensión del arte. Si bien es cierto que el arte, ya sea en
forma de novela, canción o largometraje, consiste ante todo un elemento que enriquece el espíritu de
quien lo consume sin que para ello se imponga la condición de haber comprendido todos y cada uno de
sus componentes y, en última instancia, la condición de haber hallado su verdadero valor y significado,
no menos cierto resulta que tras un acercamiento y comprensión de sus reglas, de sus elementos
compositivos, de sus “secretos”, el disfrute de la obra en cuestión puede elevarse de forma significativa
al punto de lo que otrora nos parecía bueno se convierte en admirable y magistral.

Comprender el arte es, sin dudas, casi imposible. En el mejor de los casos, lo que está al alcance de los
seres humanos es precisamente entender las normas que lo rigen, los elementos esenciales que en uno y
otro caso, bien sea que se trate de cine, literatura o música, se presentan indefectiblemente. Tal es el
caso de la estructura básica: presentación-desarrollo-conclusión, presuntamente propia del teatro pero
que está presente en toda creación artística, siendo – para efectos del presente ensayo – de nuestro
interés la primera fase de dicha estructura, la presentación también conocida como incipit.

En literatura se conoce por incipit al primer párrafo de una novela. Su importancia es vital, tanto en un
sentido figurativo como literal. Es vital desde el punto de vista evidente de que es el encargado de
atrapar al lector de modo que se sienta seducido e incitado a no despegar su vista de las lineas, más
también resulta vital en sentido literal, casi orgánico. El incipit resulta vital para toda obra literaria en la
medida que expresa su núcleo, su esencia, o como quizá dirían los más románticos, su alma o corazón,
puesto que es el encargado de establecer la tonalidad de la obra.

Los ejemplos son numerosos en los clásicos de la literatura y la persona a quién debo la idea de este
escrito además me señaló varios de ellos. Son ejemplares en cuanto a la importancia del incipit las
siguientes obras: Historia de dos ciudades de Charles Dickens, Pedro Páramo de Juan Rulfo y El
extranjero de Albert Camus, en cada una de esas obras, solo por mencionar algunas, se evidencia la
importancia y la “organicidad” del incipit en cuanto elemento clave de toda novela.

Veamos atentamente el primer ejemplo entre los señalados, el inicio de Historia de dos ciudades de
Charles Dickens cuyo capítulo primigenio se titula La época:

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la
época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el
invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo
y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que
nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es
aceptable la comparación en grado superlativo.

Ambigüedad, confusión, tensión, contradicción, tendencia irreversible, convulsión social, son tan solo
algunas de las palabras que pueden expresar lo que transmite este magistral inicio. Son precisamente
esos elementos o cualidades los que luego se evidencian a lo largo de Historia de dos ciudades, una
historia acerca de los cambios sociales experimentados tanto en Francia como Inglaterra a raíz de los
sucesos de la Revolución Francesa. Este es el valor del incipit, precisamente mostrar o mejor dicho
marcar la tónica que se mantendrá a lo largo del resto de la obra, tanto en forma como en contenido.
Lo mismo puede observarse en el inicio de Pedro Páramo del mexicano Juan Rulfo. Dicha obra
comienza con una tonalidad melancólica, casi suplicante, casi cansada, que entre dichos rasgos logra
construir una atmósfera onírica y misteriosa, casi lúgubre pero a su vez llena de vivencia, es decir, en
resumen, la historia de un recuerdo.

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le
prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella
estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo —me recomendó. Se llama
de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa
sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les
costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

Aquí se establecen las reglas del juego. Ya gracias a este párrafo sabemos que el protagonista, de quién
aún no conocemos ni su nombre, tiene una tarea concreta: ir a Comala a buscar a su padre. Sin embargo,
esto no es lo único que focaliza el incipit. Se trata de un recuerdo, del recuerdo del protagonista de su
madre agonizante. En resumidas cuentas, el inicio de Pedro Páramo te indica que se tratará de una
historia en que lo real y lo imaginario han de mezclarse, presumiblemente con el mundo onírico, y en
donde la muerte será un tema recurrente como sus lectores lo han podido comprobar.

Antes de pasar al último ejemplo conviene detenerse en Cien años de Soledad, en donde también se
ejemplifica la focalización del tópico del recuerdo, pero en dónde además se hace hincapié en otros
elementos o tópicos que son vertebrales para la trama. La opus magna de Gabriel García Marquez
comienza con este magnífico párrafo introductorio:

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar
aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas
de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de
piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas
carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Aquí podemos observar, tal como se indicó, la incidencia en el tema del recuerdo y la memoria. En
efecto, el párrafo nos habla de como Aureliano Buendía recuerda aquel día de infancia en que conoció
el hielo. Sin embargo, esto no es lo único que nos dice el párrafo sobre Aureliano, también nos indica –
y quizá por esto es un mejor ejempo de incipit – que se encuentra solo, abandonado o no, eso no se
aclara, pero indiscutiblemente solitario. Tales son los temas esenciales: la soledad y el recuerdo.

Por último, el incipit de El extranjero de Camus es ilustrativo. No solo evidencia lo mismo que los
ejemplos anteriores (la marca del tono general de la obra) sino que a su vez representa un tono con el
cual la obra no concluye. Puede que tanto en Historia de dos ciudades como en Pedro Páramo y Cien
años de Soledad, haya cierta simetría según la cual el cierre del texto esta a tono con el inicio, pero este
no es el caso de El extranjero. El inicio va así:

Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro
mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.

No obstante, dicho inicio no coincide con el desenlace de la obra. Al final de El extranjero ocurre lo
que en música se denominaría modulación, hay un salto cualitativo en el tono de la obra puesto que
esta indiferencia, distanciamiento, falta de interés que marca este incipit solo se mantiene hasta cierto
punto de la obra. Esto no genera un defecto en la obra, al contrario, como tampoco contradice lo hasta
ahora argumentado. El incipit de El extranjero sigue marcando el tono de la obra, pero Camus es lo
suficientemente hábil para marcar el tono, inicialmente, con dicho párrafo y después dar un tono
totalmente distinto a la obra justo antes de que la misma acabe. Es decir, si Camus hubiese hecho esto
con una canción, muy probablemente hubiese iniciado con tonalidades menores, las cuales son
depresivas, tristes, melancólicas, y al cierre de la canción tras un fase de clímax hubiese modulado la
armonía de la canción para cerrar con acordes mayores, alegres, cargados de optimismo.

Este último comentario sirve para exponer la idea de transversalidad, el verdadero objeto del presente
ensayo. El incipit, a pesar de ser un concepto propio del análisis literario, halla en otras manifestaciones
artísticas, canciones y películas, elementos equivalentes. Esto puede sonar perogrullesco, por supuesto,
pero no deja de resultar maravilloso la comprensión del asunto. La tonalidad (mayor o menor), el ritmo
y la progresión armónica, dichos elementos cumplen la función del incipit dentro de una canción así
como el color, el encuadre, la situación, marcan el tono de un largometraje.

El constante énfasis en la palabra tono cobra su sentido en este momento. Es precisamente al hablar de
música que puede entenderse mejor la idea de tono. La tónica es armonía es la nota central, el acorde
“hogar”, desde el cual se parte y al cual se suele volver al cierre de la pieza. Marcar el tono en una
canción es establecer cual ha de ser el acorde en torno al cual todo lo demás ha de ser ordenado, es pues,
la esencia o núcleo de la canción. Por ello mismo, el tono mortecino de Pedro Páramo, lo convulso en
Historia de dos ciudades y la indiferencia de El extranjero, son la tónica de sus respectivas obras, son
la nota sobre la cual se vuelve en reiteradas ocasiones aún cuando, en algunos casos, se termine
cerrando con otros acordes, con otras ideas.

Se puede incluso llegar más lejos con la analogía.Si realizamos un esfuerzo imaginativo tal vez
pudiéramos figurarnos como serían determinadas obras literarias si fuesen canciones. Una marcha
fúnebre podría representar a Pedro Páramo, con ciertos elementos festivos, como si fuesen los
recuerdos de la vida haciéndose presentes en un último respiro. Un ritmo frenético alternado con breves
y plácidos silencios representarían la versión musical de Historia de dos ciudades y sin lugar a dudas,
una serie de sonidos casi inconexos, azarosos, podrían muy bien representar la psique indiferente del
protagonista del extranjero al inicio de su viaje, y cerrar con un armonía mucho más coherente, como si
la música expresase el cambio operado en el personaje principal.

Sin embargo, lo que interesa en este momento es observar ejemplos del incipit en canciones concretas.
En este punto casi cualquier canción sería válida puesto que la correspondencia entre tonalidades y
temáticas en canciones es inexorable. Aún así, buenos ejemplos de ello son All by myself de Eric
Carmen, Eye of the Tiger de Survivor y The Show Must Go On de Queen.

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