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8:4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne,

sino conforme al Espíritu.

“Justicia” significa “justas demandas”. La ley tiene ciertas demandas justas.

La ley demanda y requiere que una persona viva una vida justa, amando a Dios (perfectamente) y
amando al prójimo (perfectamente).

¿Cómo puedo cumplir lo que la ley requiere? ¿Cómo puedo guardar la ley? La Persona y el Poder
del Espíritu Santo lo hacen posible.

Observe con cuidado que el versículo no dice “por nosotros”, dice “en nosotros”. Esto es algo
que Dios hace EN MÍ por Su poder y por Su operación y por Su Espíritu.

“La carne” es lo que yo hago en y por mí mismo (lo que yo produzco). “El Espíritu” se refiere a
lo que Dios hace en mí por la Persona del Espíritu Santo que mora en mí.

La ley requiere que YO AME A DIOS y QUE AME A MI PRÓJIMO (Mateo 22:36-40). Estos dos
mandamientos no solo resumen los Diez Mandamientos, sino todos los mandamientos de Dios.

Yo no puedo cumplir la ley tratando de cumplir la ley. Un pecador no puede guardar la santa ley de
Dios; es imposible. Aún un “pecador renovado” no puede hacer ésto. Como vimos en Romanos
7:14-25, la persona salva quiere, pero no puede: “El querer el bien (cumplir la ley de Dios) está
en mí, pero no el hacerlo” (Rom. 7:18).

Es imposible para mí, esto es en mi carne, cumplir la ley de Dios. Es imposible para Dios en mí,
(cuando le permito hacer Su obra) no cumplir la ley. Lo que la carne nunca podría hacer, Dios
puede hacer (comparar versículo 3).

OBSERVACIONES: hay una sola manera en que puede vivir un hombre no salvo. El está “en la
carne” y tiene que vivir y andar “conforme a la carne” (Romanos 8:8 ). No puede hacer otra cosa
sino cumplir los deseos de la carne. Está totalmente esclavizado por el pecado que mora en él. Este
andar conforme a la carne se describe en Efesios 2:1-3 y Efesios 4:17-19.

La persona salva es descrita como estando “en el Espíritu” (Romanos 8:9) y ya no está en el
reino de la carne (Romanos 8:9). El santo Espíritu de Dios mora en él. Su vida está dominada por
la Persona y la Presencia de Dios el Espíritu Santo y aun cuando no ande rectamente, el Espíritu
hará notar Su presencia contristada (Efesios 4:30).

Considerando la vida de una persona salva en su totalidad, no puede decirse que esté dominada por
la carne. Podrá caer en pecado, pero no persistirá en el pecado (1 Juan capítulo 3).

Por la convicción del Espíritu, por confesión y, si es necesario, por disciplina (1 Co. 11:31-32)
él es llevado de vuelta al camino de la obediencia.

El creyente puede manifestar en cualquier momento cualquiera de las obras de la carne


(Gálatas 5:19-21), pero su vida no estará dominada por las obras de la carne, porque los que
“practican tales cosas (tiempo presente—siguen haciendo; los que persisten en estas cosas) no
heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:21 y comparar 1 Corintios 6:9-11 y Efesios 5:5).
8:5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu,
en las cosas del Espíritu.

Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne

El pensamiento orientado por la carne o inducido por ella está vinculado con las obras que ella
produce ( Gá. 5: 19-21 ). Estos piensan o, si se prefiere mejor, ponen su mente en las obras de la
carne.

pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.

Piensan en aquello que es del agrado divino, viviendo conforme a Él y bajo su dirección. Estos son
creyentes espirituales, en el sentido de conducidos por el Espíritu y controlados por Él (Gá. 5:22-
23).

8:6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.

Carne:

Vivir en la carne, es decir, bajo la orientación propia de la naturaleza pecaminosa residente en el


hombre, creyente o no, tiene como consecuencia muerte.
(Romanos 6.23, Gálatas 5.19-21).

Espíritu:

La ocupación del Espíritu es vida y paz. Como consecuencia de la justificación comunica vida en la
unión vital con Cristo (1 Co. 12:13). El Espíritu pone al creyente en Cristo e implanta a Cristo en el
creyente.

Cuando la vida cristiana se ocupa del Espíritu, la manifestación gloriosa de la paz es una realidad
(Sal. 5:7).

No es posible encontrar paz en la esfera de la impiedad, esto es, de la carne (Is. 48:22); mientras
que la paz forma parte de la experiencia de vida del justo (Is. 26:3), porque persevera en Dios.

La ocupación en el Espíritu produce paz. Cuando quien se dice creyente no vive en paz con Dios,
consigo mismo, con los hermanos y con todos los hombres en general, debe preguntarse si
realmente es hijo de Dios.

8:7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley
de Dios, ni tampoco pueden;

Quien está dominado por la carne está en enemistad contra Dios.

La reconciliación con Dios se produce desde esa misma esfera de enemistad (5: 10), pero, la
naturaleza de la carne persiste igual aun en quienes fuimos reconciliados.

La razón de ese estado de enemistad consiste en que "no se sujeta a la ley de Dios". La carne
no se somete a la voluntad de Dios, sino que lucha esforzadamente contra Él.

En ese sentido, todo el que está impulsado por la carne es un enemigo potencial de Dios.
El énfasis recae nuevamente en la imposibilidad de una dualidad de vida en la carne y en el
Espíritu, por la imposibilidad de servir a dos señores diametralmente opuestos y con intereses
contrarios (Mt. 6:24).

La carne y sus designios no sólo son desobedientes por condición negándose a someterse a Dios,
sino que le es imposible hacerlo.

La condición de todo hombre fuera de Cristo es de absoluta incapacidad. Pero, todavía más, la
condición aun del creyente en Cristo al margen del poder del Espíritu es de esa misma incapacidad
(7:15, 18, 19, 24).

Nuestro esfuerzo como hombres es vano y que sólo en dependencia del Espíritu podemos ser más
que vencedores por medio de Aquel que nos amó (v.37).

8:8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

La desobediencia en cualquier manera es contraria y opuesta a la voluntad de Dios; la única meta


para el creyente es la obediencia como modo de agradar a Dios (1 Jn. 3:22).

Además, la vida que agrada a Dios es la vida de fe (He. 11 :6). La fe conduce a una dependencia
del Señor, que le agrada.

Muchas veces los creyentes son capaces de definir la fe, pero incapaces de vivir la fe. Lo que
agrada a Dios no son conocimientos intelectuales, sino una vivencia consistente en una vida que
depende continuamente de Él y vive a Jesucristo en la dinámica de la fe, haciendo que el Señor sea
la razón absoluta de la vida (Fil. 1 :21 ).

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