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Greg Cashman
Lexington Books, Maryland, USA, 1993. Reprinted, 2000. ISBN 0-7391-0112-9
CAPÍTULO 10 - CONCLUSIONES
Aunque ninguna teoría única, en ninguna parte, parece tener una validez casi
universal, en este tema, la investigación científica social no ha sido completamente
fructífera. Se ha sabido que algunas teorías carecen de una base real y han sido
relegadas a una condición de mitología. Pero varias teorías, cuya validez ha sido
ratificada por suficientes hechos del mundo real, han surgido como más útiles y
justifican nuestra más sincera atención. Se han identificado ciertos patrones y
tendencias como probables precursores de la guerra; mientras que otros afamados
patrones no se han podido observar. De este modo, se está dando un proceso de
selección en el conocimiento de la guerra. Aún cuando las investigaciones realizadas
por los cientistas sociales durante las últimas cuatro décadas no han culminado en la
creación de una sola teoría unificada de la guerra, ciertamente han aumentado bastante
nuestro entendimiento de las causas de la guerra. Y al hacerlo también han aumentado
nuestro entendimiento de cómo la paz puede mantenerse.
Uno de los mensajes de este libro es que en lugar de una sola causa de la guerra,
existen múltiples causas.
La mayoría de las guerras no sólo requieren varios tipos de explicaciones teóricas,
sino que requieren que estas explicaciones se hagan en diferentes niveles de análisis.
No sólo hay un proceso de selección en funcionamiento, sino que también existe un
proceso de integración a nivel transversal que se encuentra en práctica, a medida que
los investigadores encuentran importantes conexiones entre los niveles de análisis. Sin
embargo, la construcción de una sola teoría integrada y de nivel transversal aún se
encuentra en su etapa rudimentaria.
2
Los estados pueden recurrir a la acumulación progresiva de armas, lo cual es
contestado con una acción recíproca y se convierte en una carrera armamentista.
Pueden pensar que las alianzas militares pueden ayudarlos a aumentar su propia
seguridad, y estas alianzas pueden ser contrarrestadas con pactos similares de parte
del oponente. El efecto combinado de estas carreras armamentistas y de la
construcción de alianzas militares puede ser la polarización de los bloques.
Todos estos factores conducen a la creación de una tensión internacional cada
vez mayor.
Las primeras fases del proceso de acumulación de armas y del proceso de
construcción de alianzas, son probablemente las más críticas, ya que llevan a sentir
gran temor y sospecha, y por lo tanto, a la carrera armamentista y a la formación de
contra-alianzas.
A menos que la espiral del conflicto se rompa mediante una diplomacia creativa,
la guerra llegará a ser altamente probable.
Dentro de este contexto, los intentos de disuasión tienen una limitada posibilidad
de éxito. De hecho, incluso las capacidades militares superiores y los compromisos
formales pueden no ser suficientes para disuadir el conflicto violento. Las amenazas y
las acciones coercitivas que intentan impedir las acciones violentas de otros, en
realidad, sirven para confirmar las sospechas del “caso peor” de los propios oponentes.
La amenaza percibida a sus propios intereses, a menudo, los impulsa a iniciar o
continuar actividades beligerantes propias. Ya sea que exista o no la amenaza original
en realidad, el resultado es el mismo: la disuasión fracasa.
3
de estado – nación sea considerarlos como estímulos que desencadenan las
percepciones individuales ( y las malinterpretaciones), las que luego guían la toma de
decisión sobre la guerra y la paz.
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En el nivel de pequeños grupos, los responsables de la toma de decisiones
pueden ignorar las advertencias de los fracasos políticos inminentes y de los desastres
militares a través del proceso de reflexión en grupo. La dinámica de grupos pequeños
puede unirse a los procesos cognitivos individuales que impiden a los responsables de
la toma de decisiones que vuelvan a examinar supuestos incorrectos y consideren
seriamente puntos de vista discordantes a los propios.
Uno debería ser especialmente diligente respecto a los efectos de las presiones
políticas nacionales sobre los líderes nacionales y de la tendencia de las facciones
“militaristas” de aumentar su poder en tiempos de crisis y de confrontación. El hecho
que el militarismo domine la maquinaria de toma de decisión del gobierno significa, casi
por definición, que es más probable que las tácticas del tipo política real se empleen en
la crisis.2 En forma coincidente, la necesidad de movilizar al público contra el oponente
externo y a favor de mayores gastos militares requiere que el enemigo sea retratado
como inmoral, irracional y de hostilidad implacable. Esto tiene alcances internos,
otorgando mayor influencia a los de línea más dura y hace que después los gestos y
compromisos de guardar las apariencia sean más difíciles. Los esfuerzos para diluir la
espiral del conflicto son difíciles debido a los propios actos y declaraciones previas, y
debido a las repercusiones nacionales de comprometerse o revertir las políticas previas
de línea dura. La elite teme que los adversarios nacionales sean capaces de
estigmatizar el compromiso y la conciliación como una resolución de conflicto creativo
ahogado por la pacificación. Que estas dinámicas ocurran en un país es bastante malo,
pero la política interna de ambos rivales se verá probablemente afectada de manera
similar, de este modo creando efectos recíprocos y robustecidos.
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A nivel de nación-estado, la inclinación de que los estados más poderosos se
involucren en forma desproporcionada en una guerra es un factor preocupante. La
conexión entre los grandes estados y la guerra se relaciona con factores que se dan a
nivel individual y de pequeños grupos. En el nivel individual, es más probable que los
líderes de las principales potencias tengan concepciones del rol internacional de su
estado como protectores, defensores, interventores y activistas en el sistema global
responsables del orden mundial. A un nivel subnacional, los estados más poderosos
también tienen instituciones de seguridad nacionales bien desarrolladas (complejos
militares - industriales) cuyos líderes o partidarios es probable que estén bien
representados en la coalición de gobierno.
Las crisis más serias entre las grandes potencias, quizás, ocurran durante los
períodos de transición en el sistema internacional (o en los subsistemas regionales) en
6
donde hay cambios significativos en el equilibrio de poder, en especial entre el poder
dominante en el sistema y sus principales rivales – pero también entre cualquier grupo
de rivales. Estos cambios sistémicos y diádicos son desatados por cambios a nivel
nacional; las transiciones de poder están arraigadas en el proceso de desarrollo
económico dentro de los estados – un proceso cuya velocidad es por su misma
naturaleza diferente para cada estado. Los problemas de transición de poder finalmente
involucran temas de prestigio y condición social. Por esto, las transiciones de poder
pueden desencadenar conflictos sobre la apropiada distribución de prestigio y condición
social dentro del sistema, como también conflictos sobre la apropiada distribución del
poder político, militar y económico.
7
Una de las tendencias globales más ampliamente informadas de la década de
1980 ha sido el reemplazo de los gobiernos autocráticos por gobiernos democráticos. Si
creemos, como la mayoría de los teóricos lo hace, que la probabilidad de que los
estados democráticos luchen entre ellos es casi nula, y si unimos esa ley con el
reconocimiento de que el número de estados democráticos en el mundo está
constantemente creciendo (mientras que el número de estados autocráticos está
decreciendo), entonces llegamos a la conclusión de que la guerra está lenta y
ciertamente llegando a un estado de obsolescencia. 5 Y puesto que la democracia ha
encontrado asilo, primero, en los países desarrollados del mundo, es en esta área que
la paz es, en la actualidad, más prevaleciente.
John Mueller, un teórico líder en esta materia, cree, sin embargo, que la conexión
entre la propagación de la democracia y la paz es falsa. Él sostiene que el primer factor
causal es simplemente la propagación geográfica de la idea que la guerra entre estados
es inaceptable. Esa idea se ha difundido en todo el globo de una manera similar a la
difusión de la democracia: ambas comenzaron en el mundo desarrollado. De este
modo, los países en los cuales el “progreso moral” ha ocurrido en relación a la guerra,
también, han experimentado el progreso político democrático. Los dos están asociados
geográficamente, pero no causalmente.6
8
puede señalar el hecho que varios estados europeos se han apartado de la guerra por
siglos – los suecos, los escandinavos y los habitantes de Holanda, por dar un ejemplo.
Y la misma Europa, un área que fue una vez la más propensa a la guerra en el mundo,
no ha experimentado una guerra entre estados desde 1945.
Mueller sugiere que el cientista social, al ignorar el poder autónomo de las ideas,
ha dejado fuera una importante variable independiente en su búsqueda por los orígenes
de la guerra. Él sugiere que la guerra es finalmente una idea que se ha adoptado por
grandes porciones de la sociedad internacional, quizás temporalmente, como método
para lidiar con el conflicto. Puesto que la guerra ya no es requerida por la naturaleza
humana ni por la naturaleza del sistema internacional, ella puede abolirse como
cualquier otra creación cultural. De acuerdo a Mueller, la guerra puede desaparecer
Sabemos a partir de los estudios históricos de Evan Luard y K.J. Holsti que las
actitudes hacia la guerra no se han mantenido constantes con los años. 9 Los propios
objetivos de la guerra, los problemas sobre los cuales los estados eligen combatir, y la
evaluación moral de la guerra han cambiado con la historia. El argumento de Mueller
puede interpretarse para decir que en el siglo XX los códigos operacionales de los
9
líderes de los estados desarrollados han sufrido un cambio respecto a la guerra. Su
moralidad ha sido seriamente desafiada; su eficacia como herramienta política ha sido
cuestionada; y su aceptabilidad política-social ha sido negada.
Mueller está en lo correcto al sugerir que la paz puede provocarse al cambiar las
normas sobre la guerra. Tal como las palabras de la constitución de la UNESCO nos
recuerda, “Puesto que las guerras comienzan en las mentes de los hombres, es en la
mente de los hombres que la defensa de la paz debe construirse”. La paz llegará
cuando los códigos operacionales cambien, cuando la política real y otros enfoques (de
línea dura) hacia la política exterior se desacrediten, cuando nuestras imágenes de los
otros cambien, cuando los líderes aprendan a romper con la espiral del conflicto y
cuando la guerra se vea finalmente como no ética, inapropiada, inmoral e ilógica.
Todo esto debería darles mucho que pensar a los profesionales en asuntos
internacionales del mundo real. Lo antedicho probablemente ha pintado un cuadro
irrealmente sombrío de la posibilidad de la guerra. Debemos seguir siendo optimistas
de que la mayoría de las guerras, aunque, quizás, no todas, pueden evitarse. Al igual
como recientes investigaciones nos han proporcionado algunas claves sobre las causas
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de la guerra, también han sugerido algunas orientaciones para prevenir la guerra. Aquí
tenemos algunas sugerencias extremadamente modestas para que los profesionales
piensen en ellas.
el “dilema de la seguridad”
11
el “dilema del prisionero”
12
1
Para una revisión extremadamente buena de los hallazgos de investigación sobre las causas de la guerra realizada por
cientistas políticos, consulte el trabajo de John Vasquez, “The Steps to War: Toward a Scientific Explanation of the
Correlates of War Findings”, World Politics XL (1) (Octubre, 1987), págs. 108-45. Las reflexiones sobre esta sinopsis se
encontrarán en todo este capítulo final.
2
Probablemente es verdadero que ciertas culturas tiendan a aceptar más los valores marciales que otras y esto afecte el
contenido de los códigos operacionales de sus líderes. En estas culturas las tácticas de intimidación son generalmente más
aceptadas, y las elites políticas que representan estos valores tienden a ganar y retener un grado substancial de legitimidad.
3
Vasquez, pág. 128.
4
Otros factores también se han presentado, tales como (1) el aumento de la carestía de la guerra, acelerado tremendamente
por la creación y proliferación de las armas nucleares y (2) el aumento en la interdependencia internacional y la complejidad
global. Respecto al primer factor, consulte a Kenneth Waltz, “Nuclear Myths and Political Realities”, American Political
Science Review 84 (3) (Septiembre, 1990), págs. 731 –45; John Mearsheimer, “Back to the Future: Instability in Europe
After the Cold War”, International Security 15 S(1) (Verano, 1990), págs. 5-56; Bruce Bueno de Mesquita y William Riker,
“An Assessment of the Merits of Selective Nuclear Proliferation”, Journal of Conflict Resolution 26(1982), pág. 287-306;
Carl Kaysen, “Is War Obsolete?” International Security 14 (4) (Primavera, 1990). Respecto al segundo, consulte a Normal
Angell, The Great Illusion (New York: Knickerbocker Press, 1913); ver también a James Rosenau, “A Wherewithal for
Revulsion”, documento presentado ante la conferencia de la Asociación Americana de Ciencias Políticas, Washington, DC
(Agosto, 1991).
5
Utilizando los argumentos de Bueno de Mesquita y Lalman, Ray observa que, por lo menos a corto plazo, el aumento en el
número de democracias puede aumentar las oportunidades para la guerra, ya que puede aumentar el número de diádas
democráticas/no democrática. Pero una vez que la proporción de estados democráticos llegue al 50%, el número de diádas
democrática/no democrática disminuirá, de este modo disminuyendo las oportunidades para la guerra. James Lee Ray, “The
Future of International War”, documento presentado ante la conferencia de la Asociación Americana de Ciencias Políticas,
Washington DC, (Agosto, 1991).
6
John Mueller, “Is War Still Obsolete?” documento presentado en la Reunión Anual de la Asociación Americana de
Ciencias Políticas, Washington, DC (Agosto 1991).
7
John Mueller, Retreat from Doomsday: The Obsolescence of Major War (New York: Basic Books, 1989). También,
Mueller, “Changing Attitudes Towards War: The Impact of the First World War”, British Journal of Political Science 21
(1991), págs. 1-28; y Mueller, “Is War Still Obsolete?”. Consultar también a James Lee Ray, “The Abolition of Slavery and
the End of International War”, International Organization 43 (1989), págs. 405-39; y Ray, “The Future of International
War”; Kalevi J.Holsti, Peace and War: Armed Conflicts and International Order 1648-1989 (Cambridge: Cambridge
University Press, 1991), especialmente las págs. 325-30. También James Rosenau, “A Wherewithal for Revulsion: Notes on
the Obsolescence of Interstate War”; y Michael Howard, The Lessons of History (New Haven, CT: Yale University Press,
1991).
8
Mueller, “Is War Still Becoming Obsolete?”, págs. 54-55.
9
Evan Luard, War in International Society (New Haven, CT: Yale Uiversity Press, 1986) y Kalevi J.Holsti, Peace and War.