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WHAT CAUSES WAR.

AN INTRODUCTION TO THEORIES OF INTERNATIONAL


CONFLICT

Greg Cashman
Lexington Books, Maryland, USA, 1993. Reprinted, 2000. ISBN 0-7391-0112-9

CAPÍTULO 10 - CONCLUSIONES

Hemos encontrado al enemigo y ése, somos nosotros.


- Pogo.

Espero que en el transcurso de las páginas precedentes el lector se haya


familiarizado con algunas de las complejidades relacionadas con el descubrimiento de
los orígenes de la guerra. Es fácil sentirse abrumado por la gran cantidad de hipótesis
que se relacionan con las causas de la guerra. Al llegar a este punto, probablemente
Ud. esté deseando que el autor resuma y seleccione de entre las diversas teorías
presentadas en las páginas anteriores, la RESPUESTA VERDADERA a la pregunta:
qué causa la guerra.
Sin embargo, dicha respuesta simple y fácil no existe.
No hemos podido identificar una sola teoría que individualmente pueda explicar la
guerra como un fenómeno general. Por el contrario, hemos descubierto varias islas de
teorías que han logrado una validación parcial: parecen aplicarse a una buena cantidad
de guerras, pero no a todas; o son útiles para explicar las guerras entre las Grandes
Potencias, pero no entre los estados de menor poder; o pertenecen a ciertos períodos,
pero no a todos; o se aplican bajo ciertas condiciones, pero no en todas.

Aunque ninguna teoría única, en ninguna parte, parece tener una validez casi
universal, en este tema, la investigación científica social no ha sido completamente
fructífera. Se ha sabido que algunas teorías carecen de una base real y han sido
relegadas a una condición de mitología. Pero varias teorías, cuya validez ha sido
ratificada por suficientes hechos del mundo real, han surgido como más útiles y
justifican nuestra más sincera atención. Se han identificado ciertos patrones y
tendencias como probables precursores de la guerra; mientras que otros afamados
patrones no se han podido observar. De este modo, se está dando un proceso de
selección en el conocimiento de la guerra. Aún cuando las investigaciones realizadas
por los cientistas sociales durante las últimas cuatro décadas no han culminado en la
creación de una sola teoría unificada de la guerra, ciertamente han aumentado bastante
nuestro entendimiento de las causas de la guerra. Y al hacerlo también han aumentado
nuestro entendimiento de cómo la paz puede mantenerse.
Uno de los mensajes de este libro es que en lugar de una sola causa de la guerra,
existen múltiples causas.
La mayoría de las guerras no sólo requieren varios tipos de explicaciones teóricas,
sino que requieren que estas explicaciones se hagan en diferentes niveles de análisis.
No sólo hay un proceso de selección en funcionamiento, sino que también existe un
proceso de integración a nivel transversal que se encuentra en práctica, a medida que
los investigadores encuentran importantes conexiones entre los niveles de análisis. Sin
embargo, la construcción de una sola teoría integrada y de nivel transversal aún se
encuentra en su etapa rudimentaria.

Resumiendo: Algunos Patrones Constantes

Quizás, lo mejor que se puede hacer en este momento – por lo menos en el


breve espacio que se le puede asignar a un capítulo de conclusión – es indicar algunas
tendencias y patrones recurrentes, e ilustrar cómo los factores, en los diversos niveles
de análisis, podrían operar juntos de una manera interactiva o recíproca para aumentar
la probabilidad de la guerra. Uno podría, de hecho, construir un “modelo” de un
escenario típico para la guerra – un caso hipotético que represente la reunión de varios
factores que en combinación podrían hacer que la guerra fuera casi inevitable. 1

Centrémonos inicialmente en la ocurrencia de una crisis de seguridad


internacional entre dos (o más) estados. Los líderes de los estados involucrados
perciben que la situación representa una seria amenaza a los intereses vitales de sus
naciones y que el uso de la fuerza (por parte de ellos o sus oponentes) está dentro del
ámbito posible en el futuro inmediato.

Parece que la mayor instigación a la guerra se deriva de la interacción negativa y


conflictiva de estos estados entre sí – lo que aquí se ha denominado el “dilema de la
seguridad”. Las tácticas del “realismo político” (realpolitik) – como el uso de la
intimidación, las amenazas, el ultimátum, la provocación, la “política arriesgada”
(brinkmanship), las acciones coercitivas y las demostraciones de fuerza – que tienen la
intención de demostrar rudeza y disuadir a los oponentes, es probable que conduzcan a
acciones recíprocas hostiles, en lugar del resultado deseado de hacerlo retroceder. Por
razones que tienen que ver con la configuración sicológica individual de los líderes, con
sus códigos operacionales y con el ambiente político nacional, es probable que las
tácticas del “realismo político” no sean eficaces – en especial entre iguales. Las
amenazas se enfrentan con anti-amenazas, la provocación con intransigencia y las
demostraciones de resolución con anti-demostraciones. El grado de hostilidad se
intensifica y las naciones entran en una espiral de conflicto.
Las crisis de seguridad pueden comenzar como los juegos de “dilema del
prisionero”, pero tienen una tendencia a transformarse en el “juego del gallina” en los
que los líderes de ambos lados llegan a pensar dos cosas: que el retroceder es (para
ellos mismos) inaceptable, pero que sus oponentes van a retroceder cuando se
enfrenten a una clara prueba de determinación.

2
Los estados pueden recurrir a la acumulación progresiva de armas, lo cual es
contestado con una acción recíproca y se convierte en una carrera armamentista.
Pueden pensar que las alianzas militares pueden ayudarlos a aumentar su propia
seguridad, y estas alianzas pueden ser contrarrestadas con pactos similares de parte
del oponente. El efecto combinado de estas carreras armamentistas y de la
construcción de alianzas militares puede ser la polarización de los bloques.
Todos estos factores conducen a la creación de una tensión internacional cada
vez mayor.
Las primeras fases del proceso de acumulación de armas y del proceso de
construcción de alianzas, son probablemente las más críticas, ya que llevan a sentir
gran temor y sospecha, y por lo tanto, a la carrera armamentista y a la formación de
contra-alianzas.
A menos que la espiral del conflicto se rompa mediante una diplomacia creativa,
la guerra llegará a ser altamente probable.

Dentro de este contexto, los intentos de disuasión tienen una limitada posibilidad
de éxito. De hecho, incluso las capacidades militares superiores y los compromisos
formales pueden no ser suficientes para disuadir el conflicto violento. Las amenazas y
las acciones coercitivas que intentan impedir las acciones violentas de otros, en
realidad, sirven para confirmar las sospechas del “caso peor” de los propios oponentes.
La amenaza percibida a sus propios intereses, a menudo, los impulsa a iniciar o
continuar actividades beligerantes propias. Ya sea que exista o no la amenaza original
en realidad, el resultado es el mismo: la disuasión fracasa.

Estos “procesos de interacción diádicos” son, quizás, gatillados – y ciertamente


apoyados- por factores que se dan a nivel: individual, de pequeños grupos, de estado -
nación y de sistemas internacionales. En cada nivel de análisis, varios factores pueden
contribuir a aumentar la probabilidad de la guerra o puede retardar la marcha hacia la
violencia.

Las percepciones de los líderes nacionales en el nivel individual están


intrincadamente atadas a factores ubicados en niveles superiores de análisis.
Las acciones que se dan en cada nivel de análisis son filtradas a través de un
tamiz perceptivo del líder individual, y son configuradas e interpretadas por sus
imágenes y visiones del mundo. La respuesta individual a estas acciones viene dado
mediante su código operacional.

Las percepciones sobre la prosperidad y depresión económica, la intranquilidad


interna, las transiciones del poder, injusticia en la distribución del estatus de poder
relativo dentro del sistema, la hostilidad en las interacciones con terceros estados, las
formaciones de alianzas y el equilibrio de poder dentro del sistema internacional son
importantes en tanto sean percibidas como importantes por las elites políticas con
autoridad para tomar decisiones sobre la guerra y la paz. Quizás la mejor forma de
conceptualizar el rol de los fenómenos en los niveles de análisis sistémicos, diádicos y

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de estado – nación sea considerarlos como estímulos que desencadenan las
percepciones individuales ( y las malinterpretaciones), las que luego guían la toma de
decisión sobre la guerra y la paz.

Las malinterpretaciones sobre las acciones de los oponentes, sus intenciones y


capacidades – y, por ende, sobre el grado de amenaza hacia la propia seguridad –
puede crear las condiciones necesarias para el inicio de una crisis. Una vez que la crisis
comienza, estas malas interpretaciones pueden acelerar y exacerbar el nivel de tensión.
Particularmente importantes son la combinación de una percepción extrema de
hostilidad y la traición del rival, y la subestimación de las capacidades del rival y del
riesgo involucrado. La confianza - no garantizada - en la habilidad propia para obligar
oponente a retroceder sin llegar a la guerra, o de la propia habilidad para derrotar al
adversario a bajo costo si comienza la guerra, parecen ser una parte importante del
panorama. Un aspecto significativo de esto es la percepción de que otros estados no
están obligados a ayudar al oponente, o no están dispuestos o son incapaces de llevar
a cabo sus compromisos.

Mientras las imágenes y las percepciones juegan un rol decisivo al determinar


hasta dónde los líderes creen que los intereses de sus estados están siendo
amenazados, los códigos operacionales juegan un rol crucial para determinar cómo
estos líderes responderán a las amenazas percibidas. Los líderes con códigos
operacionales de política realista, que se basan en la creencia de que la intimidación y
las amenazas funcionarán y los que ponen énfasis en el uso de las tácticas agresivas,
es, quizás, más factible que se encuentren atrapados en una espiral de conflicto de la
cual no puedan librarse sin la guerra.

Los factores de la personalidad individual también, aquí, pueden jugar un rol,


afectando la habilidad de los líderes nacionales de valorar en forma realista y
reaccionar ante la situación internacional. Puesto que muchos líderes nacionales
probablemente poseen características sicológicas como la orientación del poder y gran
autoridad, y emplean diversos mecanismos de defensa del ego para protegerse contra
sentimientos de baja auto-estima, la probabilidad de que estén sicológicamente
predispuestos a retroceder frente a las amenazas de los adversarios externos es,
quizás, muy baja. Si se agrega a lo antes mencionado rasgos de aceptación del riesgo,
la mezcla de combustible personal se torna en altamente volátil. Finalmente, la tensión
sicológica provocada por la crisis puede tener un efecto nocivo en la habilidad de los
responsables de tomar decisiones para hacer cálculos racionales.

Por último, las decisiones para ir a la guerra, probablemente se expliquen sobre


el supuesto que la guerra es inevitable, o que puede librarse con éxito, o, por lo menos,
que se puede librar a un nivel de costos aceptable. Estas percepciones individuales (o
malas percepciones) pueden reforzarse mediante factores que se encuentran a un nivel
de pequeños grupos (los procesos incrementales).

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En el nivel de pequeños grupos, los responsables de la toma de decisiones
pueden ignorar las advertencias de los fracasos políticos inminentes y de los desastres
militares a través del proceso de reflexión en grupo. La dinámica de grupos pequeños
puede unirse a los procesos cognitivos individuales que impiden a los responsables de
la toma de decisiones que vuelvan a examinar supuestos incorrectos y consideren
seriamente puntos de vista discordantes a los propios.

Por otra parte, la dinámica de la política burocrática puede ser predominante. La


intensificación de la crisis es más probable si el proceso de decisión está dominado por
elites políticas cuyos intereses económicos, burocráticos y políticos se mantendrán o
fortalecerán por una decisión de ir a la guerra.

Uno debería ser especialmente diligente respecto a los efectos de las presiones
políticas nacionales sobre los líderes nacionales y de la tendencia de las facciones
“militaristas” de aumentar su poder en tiempos de crisis y de confrontación. El hecho
que el militarismo domine la maquinaria de toma de decisión del gobierno significa, casi
por definición, que es más probable que las tácticas del tipo política real se empleen en
la crisis.2 En forma coincidente, la necesidad de movilizar al público contra el oponente
externo y a favor de mayores gastos militares requiere que el enemigo sea retratado
como inmoral, irracional y de hostilidad implacable. Esto tiene alcances internos,
otorgando mayor influencia a los de línea más dura y hace que después los gestos y
compromisos de guardar las apariencia sean más difíciles. Los esfuerzos para diluir la
espiral del conflicto son difíciles debido a los propios actos y declaraciones previas, y
debido a las repercusiones nacionales de comprometerse o revertir las políticas previas
de línea dura. La elite teme que los adversarios nacionales sean capaces de
estigmatizar el compromiso y la conciliación como una resolución de conflicto creativo
ahogado por la pacificación. Que estas dinámicas ocurran en un país es bastante malo,
pero la política interna de ambos rivales se verá probablemente afectada de manera
similar, de este modo creando efectos recíprocos y robustecidos.

La probabilidad de que las crisis se intensifiquen hasta la guerra aumenta,


quizás, en casos en los cuales las rivalidades y los patrones de la interacción conflictiva
son duraderas – en especial si la crisis actual ha estado precedida por otras crisis con
el mismo adversario.
Si el gobierno de uno (o ambos) estados recientemente ha percibido que ha
“perdido” un encuentro en una crisis previa con su rival, la necesidad de impedir una
segunda (o tercera) derrota hace necesario una demostración de resolución y hace
difícil una política de compromiso y conciliación.
Las consideraciones políticas internas pueden sobrepasar las consideraciones
internacionales. La inseguridad interna o vulnerabilidad de las elites –en especial si se
combina con problemas económicos – probablemente sea un factor que promueva
posturas militantes y de tomar riesgos y conducir a la creación de crisis y su
intensificación a la guerra. Las guerras como chivo expiatorio, aunque no son
excesivas, son posibles.

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A nivel de nación-estado, la inclinación de que los estados más poderosos se
involucren en forma desproporcionada en una guerra es un factor preocupante. La
conexión entre los grandes estados y la guerra se relaciona con factores que se dan a
nivel individual y de pequeños grupos. En el nivel individual, es más probable que los
líderes de las principales potencias tengan concepciones del rol internacional de su
estado como protectores, defensores, interventores y activistas en el sistema global
responsables del orden mundial. A un nivel subnacional, los estados más poderosos
también tienen instituciones de seguridad nacionales bien desarrolladas (complejos
militares - industriales) cuyos líderes o partidarios es probable que estén bien
representados en la coalición de gobierno.

Los conflictos también pueden desarrollarse, en parte, debido al crecimiento


demográfico y económico interno que se da dentro de ciertos estados y debido a
mayores reclamaciones sobre los recursos requeridos para dicho crecimiento. Sin
embargo, si ese crecimiento conduce a un conflicto interno, depende de una cantidad
de factores en los diferentes niveles de análisis. Dependerá de las decisiones hechas
por los líderes nacionales respecto a cómo el estado proseguirá logrando mayores
recursos; dependerá de las concepciones del rol nacional de los líderes nacionales;
dependerá de la posición relativa del estado dentro del sistema internacional y del
grado de satisfacción de la elite nacional con esta posición.

La probabilidad de que la crisis se intensifique hasta llegar a la guerra depende


no tanto de la naturaleza de un sistema político o económico de un estado en particular,
como del grado de diferencia política - económica entre un par de estados.
Por lo menos en los tiempos modernos, los sistemas democráticos han frenado
las guerras mutuas, en tanto que las guerras han sido comunes entre los estados con
diferentes sistemas.
Mientras compartir sistemas políticos similares tiende a impedir la guerra,
compartir límites con estados gobernados por principios diferentes tiende a aumentar la
percepción de que los interese nacionales vitales están en juego, y, por lo tanto, la
severidad de la crisis y su tendencia a llegar a la guerra.

Las crisis de seguridad pueden originarse, en parte, debido a la naturaleza del


sistema internacional, y esta naturaleza ciertamente tendrá un efecto en el desarrollo de
la crisis a medida que desemboque en una resolución pacífica o en una guerra. La
configuración particular de poder dentro del sistema – unipolar, bipolar, tripolar o
multipolar – puede no importar. Aquellas espirales del conflicto (y las carreras
armamentistas y la construcción de alianzas que están relacionadas con ellas) que
conducen a la polarización de bloques parecen ser particularmente peligrosas – al
reducir la importancia de los temas transversales, al aumentar la percepción de la
amenaza, al aumentar la posible amenaza de la guerra, al obligar a los estados a
prepararse para los peores escenarios y al reducir la posibilidad de mediación exitosa. 3

Las crisis más serias entre las grandes potencias, quizás, ocurran durante los
períodos de transición en el sistema internacional (o en los subsistemas regionales) en

6
donde hay cambios significativos en el equilibrio de poder, en especial entre el poder
dominante en el sistema y sus principales rivales – pero también entre cualquier grupo
de rivales. Estos cambios sistémicos y diádicos son desatados por cambios a nivel
nacional; las transiciones de poder están arraigadas en el proceso de desarrollo
económico dentro de los estados – un proceso cuya velocidad es por su misma
naturaleza diferente para cada estado. Los problemas de transición de poder finalmente
involucran temas de prestigio y condición social. Por esto, las transiciones de poder
pueden desencadenar conflictos sobre la apropiada distribución de prestigio y condición
social dentro del sistema, como también conflictos sobre la apropiada distribución del
poder político, militar y económico.

Cualquier cambio en la estructura del sistema internacional (o regional) puede


ser peligroso. Ya sea que la transición estructural sea provocada mediante el
crecimiento industrial, tecnológico, o demográfico, por la acumulación consciente de las
capacidades militares de parte del estado desafiante o por la reorganización de alianzas
militares, la buena suerte de algunos estados disminuye mientras la buena suerte de
otros aumenta. Los resultados son muchos: las transformaciones del rol, los
desequilibrios de condición, los cambios en el grado percibido de seguridad y la
creciente inseguridad sistémica. Es en estos momentos en que el grado de inseguridad
y de amenaza en el sistema internacional es el más alto. Las respuestas a estas
amenazas estructurales es probable que tomen características de espiral del conflicto.

Parecería especialmente peligroso si varios fenómenos a nivel de sistema


estuvieran ocurriendo simultáneamente – como es probable. Por ejemplo, la
concurrencia de las transiciones de poder, puntos críticos en el ciclo del poder relativo,
decadencia hegemónica, descentralización sistémica (hacia una mayor multipolaridad
del poder), y polarización de la alianza – o sólo algunos de estos – serían mucho más
peligrosos que la existencia de un único factor cualquiera. Cualquiera de estos cambios
estructurales en el nivel de sistemas internacionales pueden desatar percepciones de
amenaza por parte de los líderes nacionales a nivel individual. Los factores en los
niveles sistémicos y diádicos están estrechamente ligados a los factores individuales y
perceptivos. Esta es una reflexión tan antigua como el resumen de la causa de la
Guerra del Peloponeso de Tucídides: “Lo que hizo que la guerra fuera inevitable fue el
crecimiento del poder ateniense y el temor que esto causó en Esparta”.

¿Está la Guerra en un proceso de Obsolescencia?

Sería descuidado si no concluimos con una breve discusión de la tesis que la


guerra entre estados está ahora en proceso de obsolescencia – o por lo menos que las
principales guerras entre los países del mundo desarrollado se están haciendo
obsoletas. Los dos factores más importantes en este desarrollo parecen ser la
propagación de la democracia y la propagación de las normas pacíficas. 4

7
Una de las tendencias globales más ampliamente informadas de la década de
1980 ha sido el reemplazo de los gobiernos autocráticos por gobiernos democráticos. Si
creemos, como la mayoría de los teóricos lo hace, que la probabilidad de que los
estados democráticos luchen entre ellos es casi nula, y si unimos esa ley con el
reconocimiento de que el número de estados democráticos en el mundo está
constantemente creciendo (mientras que el número de estados autocráticos está
decreciendo), entonces llegamos a la conclusión de que la guerra está lenta y
ciertamente llegando a un estado de obsolescencia. 5 Y puesto que la democracia ha
encontrado asilo, primero, en los países desarrollados del mundo, es en esta área que
la paz es, en la actualidad, más prevaleciente.

John Mueller, un teórico líder en esta materia, cree, sin embargo, que la conexión
entre la propagación de la democracia y la paz es falsa. Él sostiene que el primer factor
causal es simplemente la propagación geográfica de la idea que la guerra entre estados
es inaceptable. Esa idea se ha difundido en todo el globo de una manera similar a la
difusión de la democracia: ambas comenzaron en el mundo desarrollado. De este
modo, los países en los cuales el “progreso moral” ha ocurrido en relación a la guerra,
también, han experimentado el progreso político democrático. Los dos están asociados
geográficamente, pero no causalmente.6

La noción de que la probabilidad de la guerra disminuya por la difusión de


normas pacíficas ha sido presentada por varios teóricos, el más destacado Mueller en
su publicación Retreat from Doomsday: The Obsolescence of Major War. 7 El argumento
es esencialmente que la guerra se está haciendo obsoleta entre los estados del mundo
desarrollado, porque en esos estados las actitudes hacia la guerra están cambiando. La
guerra ya no se ve como una parte normal de las relaciones internacionales; ya no se
ve como algo que la naturaleza humana requiera; ya no se cree que es necesaria para
el progreso humano; y ya no se ve como sirviendo a una función social, política y
económica necesaria. Por el contrario, ahora se ve ampliamente como irracional e
inmoral, y además inaceptable como parte de las relaciones entre los estados
civilizados. Una nueva norma parece haberse establecido entre los estados del mundo
desarrollado: la guerra ofensiva no es aceptable. La proposición que la guerra debería
abolirse, dice Mueller, es una idea cuyo momento ha llegado. (Este es un cambio
impulsado en parte por la enorme destrucción que ocasionaron la I y la II Guerras
Mundiales y el darse cuenta de que las guerras futuras serían tan costosas al punto de
ser irracionales).

El principal argumento de Mueller es que la guerra, como cualquier otra


institución cultural, está sujeta a cambios con el tiempo. Los cambios en los valores
morales y estéticos lleva finalmente a cambios en las instituciones sociales. Mientras
una buena cantidad de sociedades en algún momento apoyaba instituciones como la
esclavitud, el batirse a duelo e, incluso, el sacrificio humano, estas instituciones
gradualmente han caído en descrédito y posteriormente se han abandonado
completamente (no sólo reemplazado por otras instituciones sociales). Lo mismo está
comenzando a ocurrir con las actitudes hacia la guerra en los países desarrollados. Uno

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puede señalar el hecho que varios estados europeos se han apartado de la guerra por
siglos – los suecos, los escandinavos y los habitantes de Holanda, por dar un ejemplo.
Y la misma Europa, un área que fue una vez la más propensa a la guerra en el mundo,
no ha experimentado una guerra entre estados desde 1945.

No obstante, debería ponerse énfasis en que la tendencia que Mueller discute no


es global en alcance. (Por el contrario, la tendencia puede no abarcar a toda Europa,
como lo ejemplifica el reciente conflicto entre Eslovenia, Croacia y Bosnia-Herzegovina
contra los vestigios de un estado yugoslavo conducido por Serbia). La mayoría de los
estados del mundo no son miembros del área desarrollada (y tampoco son
democráticos). La guerra aún no está obsoleta, sólo está en proceso de hacerse
obsoleta – un proceso cuyo término es incierto y cuyo cronograma es desconocido.

Mueller sugiere que el cientista social, al ignorar el poder autónomo de las ideas,
ha dejado fuera una importante variable independiente en su búsqueda por los orígenes
de la guerra. Él sugiere que la guerra es finalmente una idea que se ha adoptado por
grandes porciones de la sociedad internacional, quizás temporalmente, como método
para lidiar con el conflicto. Puesto que la guerra ya no es requerida por la naturaleza
humana ni por la naturaleza del sistema internacional, ella puede abolirse como
cualquier otra creación cultural. De acuerdo a Mueller, la guerra puede desaparecer

. . . sin necesidad de que exista un cambio notable o mejora en cualquier nivel de


las categorías de análisis. Específicamente, la guerra puede desaparecer sin
cambiar la naturaleza humana, sin modificar la naturaleza del estado o la nación-
estado, sin cambiar el sistema internacional, sin crear un gobierno mundial eficaz o
sistema de derecho internacional, y sin mejorar la competencia o capacidad moral
de los líderes políticos. También puede desaparecer sin . . . abarcar a la tierra en
democracia o prosperidad; sin idear ingeniosos acuerdos para restringir las armas o
la industria de las armas; . . . y sin hacer nada sobre las armas nucleares. 8

El argumento de Mueller llama nuestra atención sobre una variable crucial en el


crucigrama de la guerra – una variable que generalmente no se ha explorado mucho –
el código operacional. Los códigos operacionales contienen las actitudes de los líderes
individuales hacia la guerra: ¿puede la guerra ser justa? ¿Es aceptable? ¿Es
necesaria? ¿Es la guerra una herramienta eficaz de la política exterior? ¿Bajo qué
circunstancias debería usarse la guerra? ¿Cuáles son los objetivos apropiados y
propósitos de la guerra? ¿Cómo debería buscarse la guerra para obtener los mejores
resultados? Las respuestas a estas preguntas están contenidas dentro del código
operacional.

Sabemos a partir de los estudios históricos de Evan Luard y K.J. Holsti que las
actitudes hacia la guerra no se han mantenido constantes con los años. 9 Los propios
objetivos de la guerra, los problemas sobre los cuales los estados eligen combatir, y la
evaluación moral de la guerra han cambiado con la historia. El argumento de Mueller
puede interpretarse para decir que en el siglo XX los códigos operacionales de los

9
líderes de los estados desarrollados han sufrido un cambio respecto a la guerra. Su
moralidad ha sido seriamente desafiada; su eficacia como herramienta política ha sido
cuestionada; y su aceptabilidad política-social ha sido negada.

Los códigos operacionales juegan un rol crucial en la cadena de hechos que


llevan a la guerra. La mayoría de las vías hacia la guerra pasan a través de imágenes
individuales y códigos operacionales. Están situados en la intersección crucial que
conecta las variables en todos los otros niveles de análisis. Las imágenes y los códigos
operacionales de los líderes individuales actúan como filtros a través de los cuales ellos
ven e interpretan las acciones de otros. Los actos de los rivales (tal como acumulación
de armas, progreso tecnológico, formación de alianzas, declaraciones verbales) como
también transiciones y cambios de poder en el equilibrio sistémico o diádico están todos
filtrados a través de nuestras imágenes. Se configuran las percepciones (y las malas
percepciones) y se utilizan los códigos operacionales para ayudar a interpretar y
analizar los hechos y elegir las respuestas.

Los códigos operacionales de línea dura – que ven la guerra como un


instrumento normal y eficaz de la política, que apoyan tácticas agresivas como las
amenazas, los ultimátum, las políticas arriesgadas y la intimidación, que defienden un
enfoque de “paz a través del poderío” hacia las relaciones internacionales, que
prefieren la guerra a las concesiones y el desprestigio, y que ven la cooperación, la
conciliación y las concesiones unilaterales con desdén – ayudan a condicionar una
respuesta que sobreactúa respecto al comportamiento de otros y lleva a una espiral de
conflicto.

Mueller está en lo correcto al sugerir que la paz puede provocarse al cambiar las
normas sobre la guerra. Tal como las palabras de la constitución de la UNESCO nos
recuerda, “Puesto que las guerras comienzan en las mentes de los hombres, es en la
mente de los hombres que la defensa de la paz debe construirse”. La paz llegará
cuando los códigos operacionales cambien, cuando la política real y otros enfoques (de
línea dura) hacia la política exterior se desacrediten, cuando nuestras imágenes de los
otros cambien, cuando los líderes aprendan a romper con la espiral del conflicto y
cuando la guerra se vea finalmente como no ética, inapropiada, inmoral e ilógica.

Entretanto, mientras estamos esperando por la aceptación de normas pacíficas


que sean universalmente aceptadas, quizás algunas sugerencias modestas puedan
servir.

Algunas Propuestas Modestas

Todo esto debería darles mucho que pensar a los profesionales en asuntos
internacionales del mundo real. Lo antedicho probablemente ha pintado un cuadro
irrealmente sombrío de la posibilidad de la guerra. Debemos seguir siendo optimistas
de que la mayoría de las guerras, aunque, quizás, no todas, pueden evitarse. Al igual
como recientes investigaciones nos han proporcionado algunas claves sobre las causas

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de la guerra, también han sugerido algunas orientaciones para prevenir la guerra. Aquí
tenemos algunas sugerencias extremadamente modestas para que los profesionales
piensen en ellas.

1. Las percepciones son importantes. Los líderes deberían conscientemente participar


en el análisis de la realidad para tomar precauciones contra las malas percepciones.
Uno debería mantener una mente abierta y estar abiertos a las sugerencias de otros
que indican que la propia interpretación de la realidad es infundada. A este respecto,
son convenientes algunos tipos de enfoque de múltiple defensa para la formulación
de políticas.
2. Uno debe ser cauteloso contra los supuestos automáticos que dicen que las
amenazas funcionan y que los rivales van a retroceder cuando se enfrenten con
fuerzas superiores y compromisos claros. Esto es raro – especialmente entre
iguales, pero incluso los estados del lado equivocado del equilibrio militar, a
menudo, encuentran difícil retroceder.
3. Uno debe ser cauteloso con respecto a las interacciones conflictivas que entran en
una espiral sin control. Las potenciales espirales del conflicto deben identificarse tan
rápido como sea posible, y deberían hacerse intentos tempranos en dichas
situaciones para disolver la espiral y revertir su curso. Aunque no siempre pueden
funcionar, vale la pena intentar las estrategias recíprocas como GOLPE POR
GOLPE y RESISTENCIA, en especial si se aplican con mucha antelación.
4. Uno debe estar consciente del dilema de seguridad y reconocer que las propias
acciones pueden ser percibidas por los adversarios como amenazadoras, aún
cuando no fuera ésa la intensión. La seguridad debe ser mutua; no puede lograrse a
expensas de otros. La empatía es un importante atributo para los responsables de
tomar decisiones.
5. Los períodos de las transiciones de poder y de cambios sistemáticos son períodos
de peligro. Sería un buen consejo para los estadistas que manejaran estas
transiciones en forma cuidadosa, con igual consideración por aquellos cuyo poder
está declinando y por aquellos cuyo poder está aumentando. Los primeros, deben
sentir que sus intereses legítimos estarán protegidos aún cuando ellos mismos sean
menos capaces de hacerlo, y los segundos, deben recibir la condición y
responsabilidades que corresponden a sus nuevas capacidades.
6. Los líderes nacionales necesitan reconocer que sus adversarios externos pueden
estar respondiendo tanto a su propia situación interna, nacional como al ámbito
internacional. Los cálculos que omiten este factor probablemente lleven a la
desilusión.
7. Los líderes nacionales pueden verse obligados a prepararse para tomar sus propios
bultos domésticos. Darle demasiada importancia a las repercusiones políticas
domésticos de las decisiones de crisis, crea problemas. Haga lo que es correcto.

el “dilema de la seguridad”

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el “dilema del prisionero”

el “juego del gallina”

procesos de interacción diádicos

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1
Para una revisión extremadamente buena de los hallazgos de investigación sobre las causas de la guerra realizada por
cientistas políticos, consulte el trabajo de John Vasquez, “The Steps to War: Toward a Scientific Explanation of the
Correlates of War Findings”, World Politics XL (1) (Octubre, 1987), págs. 108-45. Las reflexiones sobre esta sinopsis se
encontrarán en todo este capítulo final.
2
Probablemente es verdadero que ciertas culturas tiendan a aceptar más los valores marciales que otras y esto afecte el
contenido de los códigos operacionales de sus líderes. En estas culturas las tácticas de intimidación son generalmente más
aceptadas, y las elites políticas que representan estos valores tienden a ganar y retener un grado substancial de legitimidad.
3
Vasquez, pág. 128.
4
Otros factores también se han presentado, tales como (1) el aumento de la carestía de la guerra, acelerado tremendamente
por la creación y proliferación de las armas nucleares y (2) el aumento en la interdependencia internacional y la complejidad
global. Respecto al primer factor, consulte a Kenneth Waltz, “Nuclear Myths and Political Realities”, American Political
Science Review 84 (3) (Septiembre, 1990), págs. 731 –45; John Mearsheimer, “Back to the Future: Instability in Europe
After the Cold War”, International Security 15 S(1) (Verano, 1990), págs. 5-56; Bruce Bueno de Mesquita y William Riker,
“An Assessment of the Merits of Selective Nuclear Proliferation”, Journal of Conflict Resolution 26(1982), pág. 287-306;
Carl Kaysen, “Is War Obsolete?” International Security 14 (4) (Primavera, 1990). Respecto al segundo, consulte a Normal
Angell, The Great Illusion (New York: Knickerbocker Press, 1913); ver también a James Rosenau, “A Wherewithal for
Revulsion”, documento presentado ante la conferencia de la Asociación Americana de Ciencias Políticas, Washington, DC
(Agosto, 1991).
5
Utilizando los argumentos de Bueno de Mesquita y Lalman, Ray observa que, por lo menos a corto plazo, el aumento en el
número de democracias puede aumentar las oportunidades para la guerra, ya que puede aumentar el número de diádas
democráticas/no democrática. Pero una vez que la proporción de estados democráticos llegue al 50%, el número de diádas
democrática/no democrática disminuirá, de este modo disminuyendo las oportunidades para la guerra. James Lee Ray, “The
Future of International War”, documento presentado ante la conferencia de la Asociación Americana de Ciencias Políticas,
Washington DC, (Agosto, 1991).
6
John Mueller, “Is War Still Obsolete?” documento presentado en la Reunión Anual de la Asociación Americana de
Ciencias Políticas, Washington, DC (Agosto 1991).
7
John Mueller, Retreat from Doomsday: The Obsolescence of Major War (New York: Basic Books, 1989). También,
Mueller, “Changing Attitudes Towards War: The Impact of the First World War”, British Journal of Political Science 21
(1991), págs. 1-28; y Mueller, “Is War Still Obsolete?”. Consultar también a James Lee Ray, “The Abolition of Slavery and
the End of International War”, International Organization 43 (1989), págs. 405-39; y Ray, “The Future of International
War”; Kalevi J.Holsti, Peace and War: Armed Conflicts and International Order 1648-1989 (Cambridge: Cambridge
University Press, 1991), especialmente las págs. 325-30. También James Rosenau, “A Wherewithal for Revulsion: Notes on
the Obsolescence of Interstate War”; y Michael Howard, The Lessons of History (New Haven, CT: Yale University Press,
1991).
8
Mueller, “Is War Still Becoming Obsolete?”, págs. 54-55.
9
Evan Luard, War in International Society (New Haven, CT: Yale Uiversity Press, 1986) y Kalevi J.Holsti, Peace and War.

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