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HECHOS/IDEAS

TICIO ESCOBAR

Arte indígena:
el desafío de lo universal*

Introducción

E
ste texto pretende considerar las posibilidades de afirmación
y continuidad que tiene el arte popular de origen indígena en
la extraña escena globalizada. Ya se sabe que las culturas
nativas asentadas en las diversas regiones de la América Latina an-
tes de la Conquista habían desarrollado formas potentes de arte: ya
fuera el de las altas culturas precolombinas o el de los pueblos sel-

Revista Casa de las Américas No. 271 abril-junio/2013 pp. 3-18


váticos o llaneros del Cono Sur que, aunque no alcanzara la institu-
cionalidad monumental de aquel, conformó complejos sistemas de
producción artística. Se sabe también que el encuentro intercultural
desarrollado a lo largo de los tiempos coloniales produjo no solo
casos feroces de extinción y etnocidio, sino también fuertes proce-
sos simbólicos e imaginarios de reajuste y reposición transcultural.
Ahora bien, ¿tendrá el arte proveniente de estas culturas capa-
cidad de sobrevivir y crecer en condiciones opuestas a las que les
dieron origen? La pregunta es muy complicada porque involucra no
* Este artículo fue publicado en Una
solo el concepto general de cultura sino específicamente el de arte;
teoría del arte desde América Lati- y lo hace en el contexto de una tradición que discute lo artístico de
na, ed. José Jiménez, Badajoz, MEIAC; sistemas diferentes al occidental y en un momento en que el propio
Madrid, Turner, 2011. lugar del arte universal aparece bajo sospecha.

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Gran parte del debate contemporáneo acerca de de la realidad, inaccesibles por otra vía, y poder así
lo cultural supone la reconsideración de figuras que, movilizar el sentido, procesar en conjunto la memo-
en sus versiones esencialistas, habían sido dadas ria y proyectar en clave de imagen el porvenir co-
de baja. Enfrentadas a la contingencia y al azar de munitario. Sin embargo, a la hora de otorgar el títu-
mil historias cruzadas, pueden arrojar nuevas pistas lo de «arte» a estas operaciones, salta enseguida
sobre problemas que también han burlado el cerco una objeción: en el contexto de las culturas indíge-
del nuevo siglo y regresan empecinadamente con nas, lo estético no puede ser desprendido de un
sus mismas preguntas y sus viejos fantasmas. Por complejo sistema simbólico que fusiona en su es-
eso, sin pretender responder aquella interrogante peso interior momentos diferenciados por el pen-
compleja que, obviamente, no puede ser zanjada, samiento occidental moderno (tales como «arte»,
este artículo se acerca a ella y la merodea revisan- «política», «religión», «derecho» o «ciencia»). Las
do nociones que pueden llegar a enriquecer su for- formas estéticas se encuentran en aquel contexto
mulación y buscan vincularla con otras cuestiones confundidas con los otros dispositivos a través de
necesarias. En función de ese propósito, asume la los cuales la sociedad organiza sus conocimientos,
discusión de algunos de estos conceptos comen- creencias y sensibilidades. Es decir, en las culturas
zando con el propio término «arte indígena». indígenas no cabe aislar el resplandor de la forma
de las utilidades prosaicas o los graves destinos tras-
Acerca del arte indígena cendentales que requieren su oficio auratizante. Es
más: tales culturas no solo ignoran la autonomía del
El canon occidental arte sino que tampoco diferencian entre géneros ar-
tísticos; las artes visuales, la literatura, la danza y el
Hay una cuestión central que aparece a la hora de teatro enredan sus expresiones en el curso de am-
abordar el tema del arte indígena: ¿cómo puede de- biguos y fecundos procesos de significación social
finirse el límite de lo artístico en el contexto de cul- que se apuntalan entre sí en el fondo oscuro de ver-
turas en las cuales la belleza, lo estético, impregna dades inaccesibles.
el cuerpo social entero? Apenas formulada, esta pre- Estas confusiones presentan apuros teóricos va-
gunta resulta demasiado similar a la que se plantea rios, derivados de la economía propia del pensa-
hoy con relación al esteticismo difuso contemporá- miento moderno que se empeña en regir en terrenos
neo. Este tema será tratado posteriormente, pero extranjeros y se desorienta al transitarlos. Desde
conviene ya formularlo para marcar un horizonte Kant, la teoría occidental del arte autonomiza el es-
de coincidencias sobre el fondo de una escena cru- pacio de este separando forma y función mediante
zada por diferencias que parecen insalvables. una sentencia definitiva y grave: solo son artísticos
Cuando se habla de «arte», nos referimos a un los fenómenos en los que la primera se impone so-
conjunto de objetos y prácticas que recalcan sus bre las funciones que enturbian su apariencia (usos
formas para producir una interferencia en la signifi- rituales, económicos, políticos, etcétera). Condicio-
cación ordinaria de las cosas e intensificar la expe- nado por las razones particulares de su historia, el
riencia del mundo. El arte indígena, como cualquier arte occidental moderno requiere el cumplimiento de
otro, recurre a la belleza para representar aspectos determinados requisitos por parte de las obras que

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lo integran: no solo la autonomía formal, sino tam- la obra producida serialmente reitere con fuerza las
bién la genialidad individual, la renovación constante, verdades repetidas de su propia historia). Por lo
la innovación transgresora y el carácter único y origi- tanto, desde la mirada reprobadora del arte mo-
nal de cada una de aquellas obras. El problema es derno, tales expresiones son consideradas meros
que estos requerimientos, específicos de un modelo hechos de artesanía, folclor, «patrimonio intangible»
histórico (el moderno), pasan a funcionar como ca- o «cultura material». No cumplen los requisitos de
non universal de toda producción artística y como la autonomía formal moderna: no son inútiles, en el
argumento para descalificar aquella que no se ade- sentido kantiano del término; se encuentran com-
cuare a sus cláusulas. Y lo hacen impulsados por las prometidas con ritos arcaicos y prosaicas funcio-
razones fatales de la hegemonía, que convierten la nes, empantanadas en la densidad de sus historias
perspectiva de un sector en manera única de mirar el turbias y lastradas por la materialidad de sus so-
mundo y de enunciarlo. Por eso, ciertas notas que portes y el proceso de sus técnicas rudimentarias.
definen el arte realizado durante un trecho corto de La dicotomía entre el gran sistema del arte (fruto
su extenso derrotero (siglos XVI al XX), devienen ar- de una creación esclarecida del espíritu) y el circui-
quetipos normativos y requisitos ineludibles de toda to de las artes menores (producto de oficios, testi-
producción que aspire al título de artística. monio de creencias llanas) sacraliza el ámbito de
Esta extrapolación abusiva de los rasgos de la mo- aquel sistema. Por un lado, los terrenos del arte
dernidad introduce una paradoja en el seno mismo quedan convertidos en feudo de verdades superio-
del concepto de lo artístico. En principio, la clásica res, liberadas estas de las condiciones de producti-
teoría occidental del arte entiende que este se cons- vidad que marcan la artesanía y de los expedientes
tituye a partir de un misterioso cruce entre el mo- litúrgicos que demanda el culto bárbaro. Por otro,
mento estético (el de la forma sensible, el lugar de devienen recogido recinto del artista genial, opues-
la belleza) y el poético (el del contenido: el relám- to al ingenioso y práctico artesano o al oficiante
pago de un indicio de lo real, la fugaz manifestación supersticioso y exaltado.
de una verdad sustraída). Según esta definición, el
arte resulta expresión esencial de la condición hu- Dos alegatos
mana desde sus mismos orígenes y a través de todo
su periplo largo; pero a la hora de aplicar esa defi- No obstante esta desobediencia de los paradigmas
nición solo registra como legítimamente artísticos modernos, sigue siendo conveniente hablar de arte
los productos que cumplen las exigencias del es- indígena. Este reconocimiento supone asumir la di-
tricto formulario moderno. ferencia de las culturas otras: significa admitir mo-
Las expresiones del arte indígena, como casi todo delos de arte alternativos a los del occidental e im-
tipo de arte no moderno, no llenan esos requisitos: plica recusar un modelo colonial que discrimina entre
no son producto de una creación individual (a pesar formas culturales superiores e inferiores, dignas o
de que cada artista reformule los patrones colec- no de ser consideradas como expresiones privile-
tivos), ni generan rupturas transgresoras (aunque giadas del espíritu. Bajo este título se abogará por
supongan una constante renovación del sentido so- el uso del término «arte indígena» mediante dos ale-
cial), ni se manifiestan en piezas únicas (aun cuando gatos básicos.

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De la diferencia y sus formas les funciones utilitarias o excelsas finalidades cultu-
rales, enredado con los residuos de formas desco-
Desde el fondo incierto de la historia y cubriendo el nocidas, oscurecido en sus bordes que nunca coin-
mundo hasta sus últimos rincones, diversas socie- cidirán con los contornos nítidos de una idea previa
dades no-modernas trabajan la alquimia oscura del de lo artístico. Lo bello apunta más allá de la armo-
sentido mediante la refinada manipulación de la apa- nía y de la fruición: despierta las potencias dormi-
riencia. Lo hacen entreverando formas y funciones, das de las cosas y las inviste de sorpresa y extrañe-
belleza y utilidad: la guirnalda que inflama la frente za; las aleja, quebranta su presencia ordinaria y las
del chamán o enaltece la del cazador, las pinturas arranca de su encuadre habitual para enfrentarlas a
que ornamentan con opulencia los cuerpos huma- la experiencia, inconclusa siempre, de lo extraordi-
nos para divinizarlos o hacerlos rozar el límite de su nario. En estos casos, las creencias religiosas y las
condición animal, las vasijas depuradas en sus di- figuras míticas que animan las representaciones ri-
seños o sobreornamentadas para el culto o la fiesta tuales requieren ser recalcadas mediante la mani-
profana, así como el diseño seguro de tantos uten- pulación de la sensibilidad y la gestión de las for-
silios comunes inmersos en la cotidianidad de los mas. Las imágenes más intensas y los colores
pueblos indígenas. Todos estos gestos y objetos, sugerentes, así como las luces, composiciones y las
antes que apelar a la fruición estética, buscan refor- figuras inquietantes ayudan a que el mundo se ma-
zar, mediante la belleza, sin duda, significados so- nifieste en su complejidad y en sus sombras; en su
ciales que crecen mucho más allá de los terrenos incertidumbre radical, en vilo sobre las preguntas
del arte. Una vez más: la belleza no tiene un valor primeras: aquellas que no conocen respuesta.
absoluto; sirve como alegato de otras verdades. Por otra parte debe considerarse que existen
Pero la falta de autonomía de lo estético no signifi- operaciones artísticas que van más allá del alcance
ca ausencia de forma. Aun mimetizada, sumergida de lo estético. Esto es especialmente claro en cul-
en la trama espesa del conjunto sociocultural y con- turas no-modernas y en ciertas operaciones del arte
fundida con las muchas fuerzas que dinamizan el ha- contemporáneo, pero también atraviesa todo el
cer colectivo, la forma estética se encuentra induda- devenir del arte en general. Para definir mejor este
blemente presente: anima desde dentro las certezas tipo de operaciones tomemos como ejemplo el caso
primeras y empuja en silencio la memoria pesada y de los rituales, ámbito privilegiado del arte indíge-
cambiante de la comunidad. La belleza trabaja clan- na. La escena de la representación ceremonial se
destinamente para apuntalar verdades y funciones que encuentra demarcada por un círculo de contornos
requieren el aval de su propia imagen en la escena de tajantes. Al ingresar en él, las personas y los obje-
la representación: subraya funciones, inflama verda- tos quedan bañados por la luminiscente distancia
des, intensifica figuras fundamentales; se tensa hasta que supone estar del otro lado, más allá de la posi-
el límite, obligada a decir lo que está fuera de su al- bilidad de ser tocados, fuera del alcance del tiempo
cance y, al hacerlo, llena el horizonte cultural de re- ordinario y el sentido concertado. De este lado de
lámpagos, inquietudes y presagios. la línea que dibuja el cerco del espacio ceremonial,
Así, en las culturas indígenas lo estético significa los hombres y las cosas obedecen a sus nombres y
un momento intenso pero contaminado con trivia- sus funciones: no son más que utensilios profanos

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y muchedumbre sudorosa y expectante agolpada Los otros derechos
en torno al escenario. Al cruzar la raya invisible que
Pero hay otras razones, de carácter político, para
preserva la distancia y abre el juego de la mirada,
argumentar en pro del término «arte indígena». El
los objetos y los hombres se desdoblan. Ya no coin-
reconocer la existencia de un arte diferente puede refu-
cide cada cual consigo mismo y, más allá de sí, de-
tar una posición discriminatoria que supone que la
viene oficiante, dios o elemento consagrado. ¿Qué
cultura occidental detenta la prerrogativa de acce-
los ha auratizado? ¿Qué los ha distanciado y vuelto
der a ciertas privilegiadas experiencias sensibles. Y
inquietantes indicios de algo que está más allá de sí?
puede proponer otra visión del indígena actual: abre
Ante esta pregunta se abren dos caminos, entrecru-
la posibilidad de considerarlo no solo como un ser
zados casi siempre. Son los que, titubeante, sigue el
marginado y humillado sino como un creador, un
arte en general: el que privilegia la apariencia estéti-
productor de formas genuinas, un sujeto sensible e
ca y el que hace inflexión en el concepto.
imaginativo capaz de aportar soluciones y figuras
Ante la pregunta acerca de qué ha otorgado un
nuevas al patrimonio simbólico universal.
excedente de significación, un valor excepcional, a
Por último, el reconocimiento de un arte diferente
ciertos objetos y personajes que aparecen, radian-
puede apoyar la reivindicación que hacen los pue-
tes, en la escena ritual, la primera vía es la de la
blos indígenas de su autodeterminación y su derecho
belleza, recién referida más arriba. El otro itinerario
a un territorio propio y una vida digna. Por un lado,
es el que se abre al concepto: a esos objetos y per-
la gestión del proyecto histórico de cada etnia re-
sonajes los ha hecho raros y distantes, los ha aura-
quiere un imaginario definido y una autoestima bási-
tizado el hecho de saberlos emplazados dentro de
ca, fundamento y corolario de la expresión artística.
la circunferencia que los separa del mundo cotidia-
Por otro, los territorios simbólicos son tan esenciales
no y los ofrece a la mirada. Este es un camino largo
para los indígenas como los físicos; aquellos son ex-
que, estirando un poco los términos, podría ser ca-
presión de estos; estos, proyección de aquellos. Por
lificado de conceptual, en el sentido de que coinci-
eso, resulta difícil defender el ámbito propio de una
de, por ejemplo, con la vía abierta, o instaurada,
comunidad si no se garantiza su derecho a la diferen-
en el arte moderno por Duchamp: es la idea de la
cia: su posibilidad de vivir y pensar, de creer y crear
inscripción de los objetos la que los auratiza, in-
de manera propia.
dependientemente de sus valores expresivos o for-
males; fuera del círculo establecido por la galería o
el museo, el urinario o la rueda de bicicleta no brillan, El arte indígena en cuanto arte
no se distancian, no se exponen a la mirada; no sig- popular
nifican otra cosa que la marcada por sus funciones
prosaicas. Fuera del círculo consagrado de la cul- Una vez planteada la utilidad de emplear el término
tura indígena, las cosas coinciden, opacas, consigo «arte indígena», conviene hacerlo como una modali-
mismas y no remiten a la falta primera o la plenitud dad específica de arte popular. Esta conveniencia
fundante. Acá la belleza no tiene nada que hacer: resulta de la expansión de procesos coloniales y pos-
solo importa un puesto; la noción de un puesto. La coloniales de «popularización» de lo indígena y de
distancia está marcada por el concepto. mestizaje e hibridación intercultural. Pero también

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proviene de la posición asimétrica que ocupan los ciones azarosas que pueden repelerse o entrecru-
pueblos indígenas en el contexto de las socieda- zarse y, aun, confundirse en algún trecho breve de
des nacionales latinoamericanas; posición que los sus itinerarios diversos. Pero también determina ten-
equipara a los demás sectores excluidos de una dencias ambivalentes en el seno de la cultura popular
participación social plena: aquellos que, en sentido que, o bien promueven posturas conservadoras, o
estricto, pueden ser llamados populares. El arte po- bien impulsan apuestas disidentes. Esta misma ambi-
pular, que incluye el indígena y que será mejor consi- güedad hace que dichas culturas se vuelvan, recelo-
derado enseguida, se afirma desde la expresión de la sas, sobre sus propias reservas de memoria y deseo
diferencia. Y lo hace a través de las muy diversas o elijan incursionar en los terrenos adversarios y tomar
prácticas de sectores marginados que precisan reins- de ellos argumentos nuevos para corroborar sus par-
cribir sus propias historias para asumir los desafíos ticularidades y retomar, quizá, sus caminos viejos.
que impone o propone la cultura hegemónica. Asumiendo estos supuestos, podemos caracteri-
Empleada desde hace décadas por pensadores zar la cultura popular como el conjunto de prácticas,
como García Canclini, la figura gramsciana de he- discursos y figuras particulares de sectores ubicados
gemonía ha devenido útil para trabajar el concepto desfavorablemente en la escena social y marginados,
de lo popular en la América Latina. En esta direc- por lo tanto, del acceso a diversas instancias de po-
ción, el conflicto intercultural no supone necesaria- der. Este menoscabo determina que a las culturas
mente una imposición forzosa ejercida por un polo populares no les convenga el modelo instituido de
dominante sobre uno dominado, sino un conjunto representaciones y opten por continuar desarrollan-
de procesos que incluyen tanto la capitulación, el do formas alternativas de producción simbólica. El
repliegue y la pérdida como complejos juegos de concepto de «arte popular» designa un ámbito es-
seducción, estrategias de resistencia y movimientos pecífico dentro de los territorios de la cultura po-
de negociación y acuerdo. Lo popular se afirma ante pular. Se refiere a puntos intensificados, difíciles,
el poder hegemónico no como pura exterioridad suyos: tensiones, discordancias y rupturas, pliegues,
suya, sino como postura alternativa ante él: la posi- contracciones y crispaciones formales ocurridos en
ción desventajosa de grandes mayorías o minorías ese ámbito y dirigidos a replantear el sentido social a
que, relegadas de una participación efectiva en lo través de diversas maniobras formales. Según queda
social (lo económico, lo cultural o lo político), pro- sostenido, tales maniobras, realizadas paralelamente
ducen discursos, realizan prácticas y elaboran imá- a las del arte hegemónico, no operan en forma autó-
genes al margen o en contra del rumbo hegemóni- noma sino en concurrencia y hasta en fusión con otros
co; hoy, el marcado por la cultura capitalista. movimientos que traman el hacer social.
Así, lo popular subalterno y lo hegemónico se re- A partir de estas consideraciones, el arte popular
lacionan no como sustancias completas enfrentadas puede ser identificado a través de tres notas suyas.
en una disyunción lógica absoluta sino como momen-
tos de un conflicto contingente que admite desenla- La negación
ces imprevistos y provisionales. Este hecho determi-
na que la tensión entre uno y otro término no implique Esta cualidad parte de la situación asimétrica en que
emplazamientos fijos sino puestos variables: disposi- se encuentran los sectores populares: marginados

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de una presencia plena en las decisiones que los La diferencia
involucran, excluidos de una participación efectiva
en la distribución de los bienes y servicios sociales La creación artística popular tiene rasgos particula-
e ignorados en su aporte al capital simbólico de la res, diferentes a los que definen el arte moderno
colectividad. Históricamente, el concepto de pueblo occidental. No levanta para la belleza una escena
es, así, definido por descarte: la plebs, los residuos separada ni reivindica la originalidad de cada pieza
de la república autoconciliada, el Tercer Estado (lo producida ni aspira a la genialidad ni a la constante
que no pertenece a la nobleza ni al clero), lo no-domi- innovación. Pero es capaz de proponer otras mane-
nante, lo no-proletario, lo no-occidental, etcétera. ras de representar lo real y movilizar (o interferir, tras-
El arte popular cubriría el remanente de lo que no tornar) el flujo de la significación social. En diversas
es ni erudito ni masivo y crecería marcado por el regiones de la América Latina, pueblos apartados e
estigma de lo que no es. intensos crean obras que, repitan o renueven las
pautas tradicionales, dependan o no de funciones
varias, se produzcan individual o serialmente y co-
La afirmación rrespondan a creadores reconocidos o autores anó-
Las discusiones de la teoría crítica cultural han nimos y/o colectivos, son capaces de asumir pers-
llevado a discutir el término «popular» no tanto pectivas propias para intentar expresar lo que está
mediante una carencia (lo marginal, lo excluido, lo más allá de la última forma; que es ese el oficio del
subalterno), sino a partir de un movimiento pro- arte y ese su destino o su condena.
ductivo que interviene en la constitución de las
identidades y la afirmación de la diferencia. Por eso, El arte popular en cuanto
si bien el concepto de «arte popular» se ha defini- latinoamericano
do desde una omisión y desarrollado en cuanto
Los lugares de la periferia
antagonista (lo opuesto al arte hegemónico), hoy
parece conveniente subrayar sus momentos posi- Este título pretende avanzar hacia el tema de las
tivos: el arte popular implica un proyecto de cons- relaciones entre el concepto de arte popular hasta
trucción histórica, un movimiento activo de inter- hacerlo confrontar con las circunstancias de la es-
pretación del mundo, constitución de subjetividad cena global y las exigencias de una ineludible
y afirmación de diferencia. A través de la creación posición acerca de lo universal. En trance de ha-
de formas alternativas, distintas colectividades ela- cerlo, apela ahora a un encuadre más amplio y trae
boran sus historias propias y anticipan modelos a colación lo latinoamericano en cuanto periférico.
sustentables de porvenir: reubican los mojones de La cuestión que rige para todas las formas subal-
la memoria y reimaginan los argumentos del pacto ternas de arte y cultura es determinar hasta qué punto
social. La consistencia autoafirmativa del arte po- ellas pueden dar cuenta de sus propias historias
pular constituye un referente fundamental de iden- empleando (aunque sea parcialmente) sistemas de
tificación colectiva y, por lo tanto, un ingrediente representación marcados por los modelos hegemó-
de cohesión social y un factor de resistencia cultu- nicos. El arte periférico, el producido en la América
ral y contestación política. Latina en este caso, se desarrolla tanto mediante

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estrategias de resistencia y conservación como posibilita reivindicar la diferencia del arte latinoame-
mediante prácticas de apropiación, copia y trans- ricano no mediante su impugnación abstracta a los
gresión de los modelos metropolitanos; tales prác- modelos del arte central sino a partir de posiciones
ticas se encuentran por lo tanto ante el desafío de propias, variables, determinadas por intereses espe-
asimilar, distorsionar o rechazar los paradigmas cen- cíficos. Desprendidas de emplazamientos fijos, os-
trales en relación con la memoria local y de cara a cilantes –tanto como las posiciones centrales–, las
proyectos históricos particulares. periféricas adquieren una movilidad que les permite
El modelo de oposición centro/periferia a partir desplazarse con agilidad. Entonces pueden cambiar
del cual suele ser trabajado el concepto de «arte la- sus puestos para concertar, debatir o enfrentarse a
tinoamericano» presenta problemas. Enunciada desde aquellas en movimientos que respondan a los azares
el lugar del centro (el llamado «Primer Mundo»), la de la contingencia histórica antes que a un cuadro
periferia (o «Tercer Mundo») ocupa el lugar del otro. formal de oposiciones lógicas. Esta soltura permite
Este significa el inevitable costado oscuro del Yo oc- ejercer la diferencia cultural no como mera reacción
cidental: la copia degradada o el reflejo invertido de o resistencia defensiva sino como gesto político afir-
la identidad ejemplar. Según esta perspectiva, el otro mativo, obediente a sus propias estrategias. No se
no representa la diferencia que debe ser asumida, trata, pues, de impugnar o aceptar lo que venga del
sino la discrepancia que habrá de ser enmendada: centro porque viene de allí, sino porque conviene o
no actúa como un Yo ajeno que interpela equitativa- no a un proyecto propio.
mente al Yo enunciador; se mueve como el revés Desde estas consideraciones, el arte latinoameri-
subalterno y necesario de este. Y ambos se encuen- cano puede dejar de ser concebido como una figura
tran trabados entre sí mediante un enfrentamiento autosuficiente, idéntica a sí; como un santuario con-
esencial y especular que congela las diferencias. sagrado al origen mítico, el final feliz de una heroica
Desde este esquema, el arte indígena es considera- síntesis histórica o la contracara relegada del arte
do o bien como la matriz ahistórica de las verdades universal. Por eso, hablar de «arte latinoamericano»
originarias o bien como ingrediente primero o condi- puede resultar útil en cuanto su concepto no designa
mento de la alegre ensalada posmoderna: el potaje una esencia sino una sección, pragmáticamente re-
kitsch que reclama el nuevo mercado de lo exótico. cortada por razones políticas, conveniencias históri-
Para discutir este modelo conviene imaginar es- cas o eficacia metodológica; en cuanto permite nom-
trategias de contestación a la hegemonía central que brar un espacio, discursivamente construido, en el
no pasen por el mero antagonismo reactivo. Ante la que coinciden o se cruzan jugadas alternativas de sig-
oposición metafísica entre lo uno y lo otro (el centro nificación y propuestas que se resisten a ser enuncia-
y la periferia, lo latinoamericano y lo universal) cabe das desde las razones del centro.
asumir la mutua inclusión de los términos opuestos e
imaginar un tercer espacio de confrontaciones o vai- Elogio del desencuentro
venes. No debe esperarse, pues, un desenlace defi-
nitivo para la oposición centro/periferia, cuyos tér- Encubridora de conflictos, la historia oficial ha re-
minos fluctúan siempre empujados por discordias y currido al eufemismo «encuentro de culturas» para
conciertos diversos. El desanclaje de estos términos referirse al brutal choque intercultural que supuso la

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Conquista sobre los territorios indígenas. Afortu- siguen constituyendo una referencia fundamental del
nadamente, el término «encuentro» obedece en cas- arte latinoamericano, definido en gran parte desde
tellano a dos acepciones distintas, contrapuestas a los juegos de miradas que cruza con el centro, des-
veces; designa tanto una coincidencia como una de los forcejeos en torno al sentido. Y, por eso, la
colisión: un desencuentro. Gran parte de la diferen- tensión entre los modelos centrales y las formas
cia cultural puede ser considerada asumiendo ese apropiadas, transgredidas o copiadas por las peri-
doble sentido: es cruce y choque, pero, sobre todo, ferias, o a ellas impuestas, constituye un tema vi-
es diferimiento y disloque. gente y que requiere continuos replanteamientos.
En la América Latina, la modernidad del arte Este conflicto ocurrió desde los primeros tiem-
popular, como la de otras formas de arte, se de- pos y, a su modo, sigue ocurriendo. La coloniza-
senvuelve a partir de los desencuentros producidos ción europea de los territorios de América significó
por el lenguaje moderno central al nombrar otras un proceso de desmantelamiento de las culturas
historias y ser nombrado por otros sujetos. Sus autóctonas y de imposición violenta de los lengua-
mejores formas se originan mediante deslices, jes imperiales. Pues bien, en cuanto puede asumir
equívocos y malentendidos; yerros involuntarios e una postura propia ante esta situación (sea de re-
inevitables lapsus. Pero también surgen de las dis- signada aceptación o de airado rechazo, sea de
torsiones que producen las sucesivas copias, de las complacida apropiación o incautación calculada),
dificultades en adoptar signos que suponen técni- el arte popular colonial logra definir formas expre-
cas, razones y sensibilidades diferentes y, por su- sivas particulares. Guarda en su origen la memoria
puesto, del conciente intento de adulterar el sentido de terribles procesos de etnocidio y de rencor, de
del prototipo. Así, muchas obras destinadas a cons- vaciamiento y persecución. Pero sus formas no tra-
tituir degradados trasuntos de los modelos metro- ducen fielmente estos conflictos, y no los resuelven,
politanos recuperan su originalidad en la medida en por cierto, ni efectiva ni simbólicamente. Simple-
que por error, ineficacia o voluntad transgresora mente se afirman animadas por sus tensiones, por
traicionan el rumbo del sentido primero. Fieles, a ve- el esfuerzo que supone el enfrentarlas, por las ener-
ces, a sus aspiraciones anticolonialistas o al ritmo gías que despiden, quizá.
de sus tiempos propios; presas, otras veces, de Como los primeros indígenas misionalizados que
actos fallidos, desatinos y confusiones, las diversas comenzaron copiando sumisamente los modelos
formas de arte latinoamericano hicieron dramáticas barrocos para terminar desmontando el sentido del
alteraciones de los tiempos, la lógica y los contex- prototipo, así, muchas otras formas fueron capaces
tos de las propuestas modernas. de torcer el rumbo del trazado impuesto por la di-
Así, las culturas periféricas se hallan desencaja- rección hegemónica. El arte popular mestizo creci-
das en relación a las figuras propuestas o impuestas do después se consolidó a través de profundas dis-
por la modernidad central, que siempre llegan dife- torsiones y destiempos tanto como de feroces
ridas, diferentes. Si bien la hegemonía ya no es ejer- forcejeos en torno al sentido que dieron como re-
cida a partir de emplazamientos geográficos ni enun- sultado un arte diferente. Lo que estaba concebido
ciada en términos absolutos, las posturas que se como producto de copia de segunda mano termi-
asuman ante sus preceptos o sus cantos de sirena nó constituyéndose en una expresión nueva.

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Es que los designios de la dominación nunca pue- establece una separación tajante entre los manu-
den ser enteramente consumados. Y esto es así no facturados artesanalmente en forma tradicional y los
solo porque las estrategias del poder se vuelven, fabricados de manera industrial. Estas separacio-
desde cierto punto, descontroladas, sino porque los nes se exacerban durante la postindustrialización y
terrenos del símbolo son esencialmente equívocos la hegemonía de los mercados globales, cuando la
y cobijan una ausencia central que no puede ser masificación tecnomediática y la mercantilización de
colmada. Aun los más duros procesos de domina- lo cultural llegan a extremos nunca antes previstos.
ción cultural, los más feroces casos de etnocidio, Por eso, el futuro de las artes populares, basadas
no pueden cubrir todo el campo colonizado y de- en gran parte en artesanías, parece estar condicio-
jan, a su pesar, una franja vacante. En ese baldío nado por sus oposiciones, enlaces y confusiones
opera la diferencia; desde allí, los indígenas, prime- con el arte ilustrado, por un lado, y la cultura masi-
ro, y los mestizos y criollos, después, produjeron, a va, por otro. Este doble condicionamiento remite a
veces, (sub)versiones particulares, obras que logra- la cuestión del alcance de los cambios en el arte
ron asir algún momento de alguna verdad propia y popular.
escapar, de ese modo, del destino espurio que les
tenía asignado el proyecto colonial. Según quedó Los privilegios del cambio
referido, en muchos casos los indígenas comenza-
ron imitando meticulosamente los patrones occiden- Gran parte del discurso acerca de la cultura popu-
tales y terminaron doblegando el sentido de los lar indígena se encuentra teñida en la América Lati-
modelos. Del mismo modo, a lo largo del tiempo na por los discursos nacionalistas y populistas que
escindido que empezaba entonces, las mejores for- se encuentran en los orígenes de las definiciones
mas del arte latinoamericano fueron (son) aquellas oficiales de lo popular. El nacionalismo considera la
que lograron afirmarse en la breve oquedad que Nación como una sustancia completa encarnada en
dejan abierta los desajustes del poder y los extra- el Pueblo, concebido como conjunto social homo-
víos de la imagen, y pudieron nutrirse de los ímpe- géneo y compacto: un sujeto ideal que nada tiene
tus condensados que allí se refugian. que ver con las exclusiones y las miserias que su-
fren los indígenas reales. Mitificada, la producción
El arte indígena ante la modernidad artística se vuelve fetiche o reliquia, remanente fijo
de un mundo condenado a la extinción. Congelado
La quiebra del sistema de producción artesanal ge- en su versión más pintoresca, el arte popular queda
nerada por la revolución industrial perturba profun- convertido en ejemplar sobreviviente de un mundo
damente el destino de la cultura popular; de toda la originario arcaico cuya mismidad debe ser preser-
cultura, en verdad. Por una parte, instaura el divor- vada de los avatares de la historia.
cio entre los reinos privilegiados del arte –relacio- Este argumento romántico, alegato de ideologías
nado con la autonomía de la forma– y los terrenos nacionalistas que precisan fundamentar el Ser Na-
inferiores de la artesanía –heredera de prosaicos em- cional sobre bases incólumes, promueve una dife-
pleos utilitarios–. Por otra parte, dentro de los pro- rencia básica entre el arte culto y el popular. El pri-
pios productos utilitarios, aquella revolución mero se encuentra forzado a innovar continuamente

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bajo la amenaza de perder actualidad; el segundo deberán conservar de sus propios acervos y qué
se halla destinado a permanecer idéntico a sí mis- sacrificar de ellos está mal planteada: en ningún caso
mo so pena de adulterar sus verdaderos valores y puede ser resuelta desde afuera del ámbito de las
corromper su autenticidad original. Así, mediante propias culturas involucradas. Cualquiera de ellas
este esquema categórico, intransigente, se asignan es capaz de asimilar los nuevos desafíos y crear
puestos y funciones según el guion prefijado de la respuestas y soluciones en la medida de sus pro-
historia: al arte popular le corresponde el pasado; pias necesidades. Según estas, el arte popular pue-
al culto, el porvenir. Uno debe dar cuenta de sus de conservar o desechar tradiciones centenarias
raíces y ser el depositario del alma indígena o mes- tanto como rechazar con fuerza o aceptar con ga-
tiza; el otro debe estar vertiginosamente lanzado a nas bruscas innovaciones acercadas por la tecno-
la carrera lineal y continua del progreso. logía o las vanguardias del arte.
Aunque se volverá sobre este tema, conviene ade- No existe una «autenticidad» en el arte fuera
lantar que una dicotomía equivalente afecta el pen- del proyecto de la comunidad que lo produce. Por
samiento de la relación entre lo universal y lo particu- esto, cualquier apropiación de elementos foráneos
lar: un arte propio, local, auténtico y original se opone será válida en la medida en que corresponda a
a la universalidad como si esta constituyera una sus- una opción cultural vigente, mientras que la míni-
tancia entera y cerrada, ajena. Tal dicotomía es res- ma imposición de pautas ajenas puede trastornar
ponsable del viejo dilema: o se mantiene la pureza el ecosistema de una cultura subordinada. Obvia-
ancestral o se diluye el legado de la memoria en los mente, aquella apropiación y este trastorno nada
flujos abstractos del Todo. Esta falsa alternativa ha tienen que ver con orígenes ni fundamentos: son
promovido innumerables e innecesarias dicotomías cuestiones políticas. Y en cuanto tales, suponen
y simplificaciones. Desde sus inicios modernos, el arte disputas en torno al sentido e involucran, nueva-
de la América Latina se ha debatido, lleno de culpas, mente, la cuestión de la diferencia.
ante disyunciones planteadas sobre un mismo princi-
pio: la fidelidad a la memoria propia versus el acce- Las otras modernidades
so a la contemporaneidad. O bien, el atraso de la
provincia versus la obsecuencia ante el poder de las Aunque el arte popular latinoamericano comparta
metrópolis. Pero comprobado está que la alternativa con el vanguardístico ilustrado la condición asimé-
entre autoencierro y alineación es inútil; la reclusión trica de lo periférico, hay diferencias que ameritan
de identidades supuestamente intactas resulta tan ser remarcadas en relación con el proyecto moder-
perniciosa como la adopción servil de los cánones no. Cuando los artistas populares, específicamente
coloniales. El enclaustramiento no es una buena es- indígenas, se apropian de imágenes modernas o
trategia; la mejor alternativa ante la expansión impe- contemporáneas, no están cumpliendo un progra-
rial es salirle al paso e intentar reformular y transgre- ma explícito de asimilación o impugnación de los
dir las reglas de su juego en función de los proyectos lenguajes metropolitanos: responden a estrategias
propios. de sobrevivencia o expansión; incorporan con na-
Por eso, la pregunta acerca de si las culturas tra- turalidad nuevos recursos para continuar sus pro-
dicionales pueden o no cambiar o qué es lo que pios trayectos, iniciados en tiempos precolombinos

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las más de las veces; incautan figuras con las cuales las o las submodernidades– constituyen una de las
habían cruzado una mirada de identificación o un fuerzas que levantan y perturban la promiscua es-
guiño seductor. cena cultural contemporánea. El concepto de «hi-
Es decir, el empleo que hace el arte indígena del bridez cultural» se refiere en parte al entreverado
capital simbólico moderno occidental no constituye espacio global en el que coinciden, deformados en
una postura sistemáticamente asumida ante la cues- parte, el arte culto, el de masas y el popular, mez-
tión de si cabe ceder ante los hechizos de la moder- clados entre sí, a veces en forma demasiado apre-
nidad o sacrificar la «autenticidad». Por eso, estos surada. Indudablemente, este concepto permite
decomisos, préstamos o intercambios intercultura- asumir mejor la trama espesa de transculturaciones
les carecen de la gravedad y el aire culpable de las y discutir, así, tanto los sustancialismos que este-
apropiaciones vanguardísticas del arte ilustrado. Y reotipan lo popular como los historicismos que ha-
por eso las culturas populares utilizan sin tanto re- cen del devenir ilustrado la única vía genuina y bien
milgo y miramiento formas, recursos y procedimien- encauzada. Pero el mismo concepto, el de «hibri-
tos contemporáneos e incluso saben disputar con dez», se vuelve problemático cuando cae en la tram-
maña circuitos tradicionalmente reservados a la cul- pa que delata y resulta, a su vez, esencializado. Este
tura masiva o erudita. riesgo remite a dos cuestiones. La primera tiene que
Es que el acceso a la modernidad desde lo su- ver con la absolutización del fragmento; la segunda,
balterno se produce en forma extraña a la lógica con la esencialización de lo híbrido.
moderna y, consecuentemente, implica un estorbo,
cuando no una contrariedad, a su despliegue orde- Primera cuestión: mediaciones
nado. Los grandes temas de la agenda moderna (el
ideario programático, las figuras de tendencia, pro- La primera cuestión (relativa a un tema ya mencio-
greso, actualización y ruptura, la autonomía de lo nado) se levanta ante posiciones que sustancializan
estético, el peso de la autoría, etcétera) siguen sin la particularidad y hacen de la dispersión un destino
aparecer en la producción artística popular aun cuan- inevitable. El descrédito de las totalidades y los fun-
do ella incursiona en ámbitos regidos por racionali- damentos y el abandono de los grandes relatos
dades modernas. Por eso los artistas indígenas y modernos han promovido la apertura de un esce-
mestizos aceptan, o sustraen, imágenes y concep- nario favorable a la diferencia pluricultural. Pero la
tos nuevos en la medida en que resulten útiles a sus proliferación de las demandas particulares ocurre
propias historias. Y cuando lo hacen con talento y en detrimento de los principios de la emancipación
convicción producen resultados genuinos, formas universal de origen ilustrado. Encerradas en sí, las
recientes o viejas figuras reanimadas, auténticas en posiciones que exaltan la segmentación y la con-
su radiante impureza. sideran una categoría autosuficiente, terminan
promoviendo la desarticulación de las demandas
Las otras posmodernidades particulares y estorbando la posibilidad de que com-
partan un horizonte común de sentido. Y entorpe-
Esos impuros procesos de mezclas que producen cen, por eso, la convergencia de los intereses sec-
las otras modernidades –las modernidades parale- toriales en proyectos colectivos, indispensables no

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solo para la congruencia del cuerpo social sino para acentúa el universal. La idea de una ciudadanía in-
la eficiencia de las propias jugadas particulares. dígena resulta fundamental para garantizar formal-
Confrontadas entre sí a partir de códigos comunes mente las condiciones simétricas del juego de lo
que faciliten la negociación y el intercambio, las sectorial y lo general, lo propio y lo ajeno, que
culturas indígenas tienen mejores posibilidades de moviliza y arriesga el curso de la cultura. Y deviene
inscribir sus demandas en un ámbito abierto al in- imprescindible para imaginar la participación de los
terés público. pueblos-otros en la utopía necesaria de una ciuda-
Por otra parte, esencializar la diversidad consti- danía global afirmada sobre las diferencias.
tuye ocasión de nuevos sectarismos y autoritaris-
mos varios y puede oscurecer la perspectiva de Segunda cuestión: Misceláneas
universalidad que requiere todo proyecto de arte
como horizonte de posibilidades. De ahí la necesi- Al exaltar la mezcolanza cultural, ciertas tenden-
dad de replantear sobre bases más complejas la cias posmodernas, generalmente académicas y re-
tensión entre lo particular y lo universal. Y esta ope- lacionadas con el multiculturalismo norteamerica-
ración exige concebir ambos términos no como re- no, ven en ella un emblema del latinoamericano
ferentes autónomos ni momentos de una relación posmoderno «típico»: el híbrido marginal y exóti-
binaria ineludible, sino como fuerzas variables cuyo co que celebra ritos ancestrales bebiendo Coca-
interjuego moviliza negociaciones y supone reposi- Cola. Así, el concepto esencializado de la identi-
cionamientos, avances y retrocesos, conflictos no dad basada en lo «auténtico» es sustituido por otro
siempre resueltos, soluciones provisionales, inespe- fetichizado fijado en su momento de pura mezcla
radas. Pero la escena confusa, fecunda, donde ac- y convertido en un banal popurrí; la imagen fol-
túan esas fuerzas requiere la mediación de políticas clorizada de la extrema alteridad contemporánea:
culturales, instancias públicas ubicadas por encima aquella capaz de fusionar ingeniosamente los ele-
de las lógicas sectoriales. Tanto como garantizar mentos más dispares.
la diversidad, estas mediaciones deben propulsar Cercanas a esta posición, las ideas de abolición
condiciones aptas para la confrontación intercul- de todas las fronteras interculturales y de desterri-
tural. Y deben alentar la posibilidad de que los dere- torialización absoluta de las identidades reimaginan
chos de las minorías coexistan con miradas de con- el espacio simbólico planetario como una superfi-
junto. Miradas que permitan cruzar proyectos por cie homogénea y conciliada, desplegada. Levanta-
encima del inmediatismo de las demandas particu- das las fronteras, mezclados entre sí todos los sig-
lares y puedan coordinar discursos y prácticas sin nos y las imágenes, el nuevo escenario mundial es
sustantivizar la totalidad ni arriesgar las diferencias. concebido como una totalidad palpitante y nervio-
Por eso, resulta importante instalar el tema de sa en cuyo intrincado interior resulta imposible dis-
las identidades locales en el espacio de la sociedad tinguir las señas de la diversidad. Esta postura im-
civil, escena preparada para negociar la disputa entre pide reconocer el hecho de que –aunque las distintas
las demandas parciales y el bien común. E, instala- culturas vean difuminarse sus contornos, comercien
do allí, conviene vincularlo con la figura de ciuda- entre sí técnicas, ideas e imágenes y abreven con
danía. Si aquel subraya el momento particular, esta resignación o entusiasmo de un capital simbólico

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cada vez más indiferenciado– cada una de ellas Desafíos masivos
mantiene lugares propios desde donde participa del
festín global o de sus migajas. Y, mientras conser- Con relación al primer sistema, se parte del dato de
ven la vigencia de sus argumentos, las culturas indí- que las industrias culturales y las tecnologías masi-
genas serán capaces de cautelar el dominio de sus vas de comunicación e información han adquirido
matrices de significación y la peculiaridad de sus pro- una incidencia contundente en la recomposición de
yectos históricos. De cara a estos, combinarán los la vida cotidiana, la educación, la transformación
ingredientes del menú global de forma específica y de los imaginarios y las representaciones sociales y,
lograrán que ellos resulten distintos en cada esce- por ende, en la dinámica del espacio público. Re-
nario particular. sulta indudable que los procesos de masificación
Por eso, aunque el arte indígena no pueda hoy de los públicos, así como los de homogeneización
ser considerado como un cuerpo completo y cerra- y cruce intercultural que promueve la industrializa-
do, impermeable en sus formas a las de la cultura ción de la cultura, pueden significar un acceso más
erudita y la industrializada, es importante que su di- amplio y equitativo a los bienes simbólicos univer-
ferencia sea preservada. Las disyunciones binarias sales, enriquecer los acervos locales y permitir apro-
que enfrentan en forma fatal lo popular –ya sea con piaciones activas de los públicos. Ahora bien, el
lo ilustrado, ya con lo masivo– requieren ser des- cumplimiento de estas posibilidades requiere el con-
montadas. Pero esta operación no debe suponer la curso de condiciones históricas propicias: existencia
alegre equivalencia de todas las formas ni desco- de niveles básicos de simetría social e integración
nocer la pluralidad de los procesos de identifica- cultural, vigencia de formas elementales de institu-
ción y subjetividad. Desde sus memorias y sus po- cionalidad democrática, mediación estatal y acción
siciones distintas, ante cuestiones cada vez más de políticas culturales capaces de promover pro-
compartidas, las diversas comunidades étnicas se ducciones simbólicas propias y relaciones transna-
arrogan el derecho de inscribir a su manera la me- cionales equitativas, así como de regular el merca-
moria común y producir objetos y acontecimientos do y compaginar los intereses de este con los de la
que anticipen posibilidades alternativas de futuro. sociedad civil.
Un futuro cuyas tantas sombras solo pueden ser Es obvio que estas condiciones están muy lejos
rasgadas mediante el filo de imágenes construidas de ser cumplidas en las castigadas sociedades lati-
desde las mismas colectividades. noamericanas. Entonces, se corre el grave riesgo
de que, enfrentada a una contraparte sociocultural
Breves intersecciones extenuada y vulnerable, la expansión avasallante del
nuevo complejo tecnológico cultural exacerbe las
Una vez salvada la especificidad del arte indígena y desigualdades, arrase con las diferencias y termine
antes de cerrar este artículo, conviene no obviar los postergando las posibilidades de integración cultural
tratos que aquel arte mantiene con otros sistemas y, por lo tanto, las de movilidad y cohesión social. Y,
culturales con los cuales comparte el escenario con- entonces, cualquier política que busque facilitar el
temporáneo: la masificación cultural y el arte de fi- acceso democrático al nuevo mercado cultural y pre-
liación ilustrada. tenda que ese movimiento se apoye en un capital

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simbólico propio, debe enfrentar grandes cuestio- La promiscuidad del aura
nes que involucran dimensiones distintas: cómo for-
talecer la producción significante propia de modo En torno a la segunda cuestión, la de las relaciones
que sirva de base a industrias culturales endóge- entre el arte indígena y el erudito contemporáneo,
nas y de contraparte de las transnacionales; cómo se produce una coincidencia inesperada, ocurrida
hacer de ellas, canales de experiencias democra- paralelamente al interés que aquel despierta en este
tizadoras; cómo impulsar un consumo más parti- y al tráfico, más o menos furtivo, que mantienen
cipativo. Y, mirando más lejos, cómo promover ambos. Sucede que, al anular la autonomía del arte,
integración social y convocar la presencia del Es- la estetización difusa del mundo cancela aquella dis-
tado en lo cultural. Y, más lejos aún, cómo erradi- tinción kantiana que separaba la forma del objeto
car la exclusión y la asimetría, vigorizar la esfera de sus usos y utilidades. El arte contemporáneo
pública e impulsar instancias efectivas de autoges- vacila ante el giro imprevisto de sus privilegios y el
tión indígena. derrumbe de sus dominios resguardados. En prin-
Obviamente, este artículo no pretende ubicarse cipio, la inmolación de la autonomía del arte, el
ante estas preguntas desmesuradas. Pero quiere sacrificio del aura, tiene un sentido progresista y
mantenerlas abiertas, pues trazan el contorno de los corresponde a un afán democratizador: permitiría
grandes desafíos que enfrentan las formas tradicio- la conciliación del arte y la vida cotidiana y el acceso
nales del arte para conservar la vigencia en medio masivo a la belleza; produciría el feliz rencuentro de
de un escenario bruscamente alterado. la forma y la función. Pero, paradójicamente, la vieja
De hecho, aquellas formas tradicionales saben utopía de estetizar todas las esferas de la vida huma-
ingeniarse para transitar este espacio embrollado. na se ha cumplido, no como conquista emancipato-
Constituye un lugar común en el ámbito de los estu- ria del arte o la política, sino como logro del merca-
dios sobre cultura negar hoy una oposición tajante do (no como principio de emancipación universal
entre lo masivo y lo popular. Paralelamente al caso sino como cifra de rentabilidad a escala planetaria).
de milenarias experiencias civilizatorias arrasadas, La sociedad global de la información, la comunica-
es evidente la emergencia de una nueva cultura po- ción y el espectáculo estetiza todo lo que encuentra
pular constituida a partir de un sistema activo de a su paso. Y este desborde de la razón instrumental,
consumo: estrategias diversas que, a pesar de las esta metástasis de la bella forma, neutraliza el poten-
grandes asimetrías ya mencionadas, permiten apro- cial revolucionario de la pérdida de autonomía del
piaciones de los sistemas tecnológicos e indus- arte. El viejo sueño vanguardista es birlado al arte
trializados y generan vínculos con la experiencia por las imágenes complacientes, omnipresentes, del
propia y el propio proyecto. Pero, coincidentes diseño, los medios y la publicidad.
en gran parte con esos sistemas y entrelazados a Ante esta situación, reconquistar el oscuro lugar
menudo con ellos, persisten tozudamente mode- del arte, recobrar el disturbio de la falta –el espe-
los organizados alrededor de matrices simbólicas sor de la experiencia aurática, en suma–, puede re-
propias de origen tradicional que luchan por cau- sultar un gesto político contestatario: una manera de
telar su diferencia, aun apelando a formas cada resistir la autoritaria nivelación del sentido formatea-
vez más mixturadas. do por las lógicas rentables. Es que la autonomía del

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arte ha sido cancelada no con vistas a la liberación a través del trabajo de la distancia –de la esgrima de
de energías creativas constreñidas por el canon las miradas–, mantener habilitado el (des)lugar de la
burgués. Lo ha sido en función de los nuevos im- diferencia, el (des)tiempo de lo diferido.
perativos de la producción mundial que hace de El secreto del arte indígena mantiene abierto el
los factores disgregados del arte (belleza, innova- espacio de la pregunta y el curso del deseo sin par-
ción, provocación, sorpresa, experimentación) es- ticipar de las notas que fundamentan el privilegio
tímulo de la información, insumo de la publicidad exclusivista del aura ilustrada: la obstinación in-
y condimento del espectáculo. dividualista, el afán de síntesis y conciliación, la
No se trata, obviamente, de restaurar la tradición vocación totalizadora, la pretensión de unicidad, la
autoritaria e idealista del aura, sino de analizar su jactancia de la autenticidad o la dictadura del signi-
potencial disidente y crítico: la distancia aurática abre ficante. En el arte «primitivo», el aura que aparta el
un lugar para el juego de las miradas, relega la pleni- objeto, y lo hace entrar en tembloroso desacuerdo
tud del significado y permite inscribir la diferencia. Y con su propia apariencia, no invoca el poder de la
es en este punto donde el arte indígena –falto de au- forma pura y autosuficiente: ilumina, promiscuamen-
tonomía en sus formas, tenso de nervio aurático– te, desde dentro, el cuerpo bullente de la cultura
puede demostrar que las notas que marcan aquella entera. Y como bien quisiera hacerlo el arte con-
tradición idealista son contingentes. Y, entonces, per- temporáneo, hace de la belleza un vestigio arisco y
mite imaginar otras maneras de cautelar el enigma y, breve de lo real. c

Homenaje a Albers, 1998. Técnica mixta, 275 x 250 cm


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