Cuando emergió entre los escombros de la AMIA, tras el atentado,
Simja Sneh volvía a derrotar a la muerte por enésima vez. Nacido hace cerca de 9 décadas en un pueblo de Polonia, huyó a la Unión Soviética tras la invasión de los nazis y se alistó en el ejército polaco en el exilio. Participó en distintas milicias mientras toda su familia era exterminada. Salvó su vida muchas veces y escribió sobre sus experiencias del horror una obra en seis tomos que tradujo él mismo del idish al castellano y que se titula Sin rumbo. Llegó a la Argentina hace medio siglo y aquí desarrolló su propia literatura en idish y participó activamente en diversas publicaciones comunitarias judías. Un mediodía de 1992 se encontraba en la sede de la Embajada israelí y tuvo el impulso de partir inmediatamente hacia su trabajo. A los 20 minutos escuchó por la radio que la sede había sido volada.Son muchos los que opinan que no se puede hacer literatura sobre las experiencias reales del horror. Usted escribió sobre la guerra, la muerte y el horror, de modo que piensa que sí se puede...-Yo pienso que se puede hacer literatura sobre cualquier cosa. Pero hay que ser sincero con uno mismo. Los que dicen que no se puede escribir sobre el horror es porque no saben escribir en general.Pero, ¿cómo se trabaja el lenguaje sobre algo que corta la respiración?-Fíjese que la muerte no tiene lenguaje o tiene un único lenguaje: el silencio. Un silencio terrible. Un silencio que, por más que uno quiere taparlo, grita. ¿Cómo puede existir un silencio que grita? Y bien, ahí lo tiene. Toda mi vida estuve vinculado a una literatura judía. Y cuando un escritor como César Tiempo escribía -y lo mismo pasaba con muchos otros escritores judíos argentinos, todos ellos auténticos judíos revestidos con un idioma que el resto del pueblo judío desconoce, el castellano-, digo, cuando ellos escribían, faltaba en sus prosas una experiencia determinada. Es difícil explicar esto a una persona que no tiene idea de lo que era la Europa de preguerra. Hablo de comparar el judaísmo europeo de preguerra con el judaísmo europeo de las Américas, o sea los que llegaron aquí mucho antes de la guerra. Pero la experiencia marca.¿Usted estuvo en un campo de concentración?-No. Fui soldado y vi el horror a cada paso. Pero hablé también con personas que sí estuvieron y sufrieron y me transmitieron su experiencia. Porque no estoy afirmando que sólo pueden hacer literatura sobre algo aquellos que vivieron algo.¿Su propia experiencia estuvo muy cargada de horror?-Digamos que, de toda la gente que he conocido en Buenos Aires, mi itinerario no fue el más terrible porque yo, en el ejército, nunca llegué a sentirme infrahumano. No estaba como los judíos bajo el dominio nazi, despojados de toda dignidad humana. Cuando los nazis invadieron Polonia, yo no logré convencer a mi familia de huir y crucé solo la frontera hacia la URSS. Me alisté voluntariamente en el ejército polaco en el exilio. Y luego estuve movilizado en Irán e Irak, nos trasladaron a Israel, intervine en las milicias judías, con las que fui a luchar al frente italiano contra los nazis. Luego, disolvieron la brigada. Como soldado, me faltaron muchas cosas; supe luego del asesinato de toda mi familia. Participé en algunos combates muy duros, especialmente los de Vierjnie-Dnieprovsk. Pero no fui héroe. La guerra es algo sucio y repugnante y uno sobrevive por azar y lleva consigo para siempre el recuerdo de los que cayeron, sus últimos gestos, el modo en que sus cuerpos se descomponían. Usted insiste en diferenciar a los judíos que sufrieron la guerra de los que vivían aquí desde antes de la guerra.-Es que creo que son dos corrientes muy distintas. Quiero decir que mi literatura es literatura judía traducida. ¿Qué quiere decir esto? No quiere decir simplemente traducida de un idioma a otro, sino de una manera de vivir, sentir y pensar a otra. La Argentina judía que yo encontré cuando llegué en el 47 era como una isla en un enorme océano de falta de judaísmo absoluto. Y, de pronto, brotan expresiones como gajos de la tierra. Aparecen en algunos escritores recuerdos de su pasado, algunos repuestos ahora en una tierra lejana.¿Cómo era ese escenario?-Los judíos inmigrantes querían deshacerse de su judaísmo europeo y los judíos que no eran inmigrantes querían que se olvidara su pasado judío o querían crear un judaísmo nuevo, muy dispuesto a asimilarse. Y nosotros somos el producto de una era en que el judaísmo como tal lucha por los últimos brotes de judaísmo.¿O sea que la identidad judía se pierde?-Sí, se va perdiendo. Cuando usted empezó a leer autores argentinos, ¿percibió su universalidad, todo aquello que, hablando otra lengua, tenía en común con ellos?-Hablo de los argentinos de origen judío. Yo tenía la impresión de que querían imitar a Europa y que no les salía. Les salía algo muy argentino.Bien, y ¿qué era eso muy argentino?-Digamos, era una identidad judeoargentina, o sea de gente que, allá lejos en el tiempo, perdió su hogar en Europa y, de pronto, encontró algo que, trasplantado de Europa a un país lejano como éste, dio un fruto. Esto es muy difícil de explicar, pero, en la literatura argentina en idish de hace medio siglo, había muchos más elementos europeos que locales. Y, después, cuando fui aprendiendo el castellano, comprendí que la literatura argentina como tal tiene muchos elementos didácticos y sentimentales que guardaban el eco de la Europa de preguerra.Muchas veces los judíos son acusados de encerrarse en su propia comunidad y aislarse de la sociedad que los recibe. ¿Cómo es posible hablar, entonces, de una literatura judeoargentina?-Existe un ensayo de un muy antiguo inmigrante judío, Pinie Katz, un obrero que llegó de Rusia, se convirtió en un gran periodista e intelectual y fundó en la Argentina el matutino Di Presse. Katz decía que las nuevas ramificaciones de la literatura idish eran una prueba de lo fuertes que son los lazos que unen al judío con el suelo que lo recibe. Su vida como pueblo errante lo obliga, al mismo tiempo, a resolver mil problemas de adaptación y a tratar de no perder su valiosa herencia cultural. Katz tradujo el Quijote al idish y su secretario, P. Aksentzoff, tradujo Don Segundo Sombra. O sea que trabajaron para familiarizar al lector del idish con las letras hispanas y argentinas.¿Y eso qué prueba?-Que los judíos no se definían por el aislamiento. Hay una frase del Programa de la Unesco que define la actitud del judío hacia las culturas en que se inserta. Dice que la identidad cultural, que es la voluntad de ser uno mismo, no consiste en el repliegue y el aislamiento. El ensayista Georges Steiner sostiene que el judío no está anclado en el espacio, sino en el tiempo. La prueba de la disposición del judío hacia su tierra de adopción es que haya surgido aquí una literatura en idish que tiene un carácter eminentemente argentino.Desde que está en la Argentina, ¿su literatura ha sido en castellano o en idish?-Principalmente en idish y, por más raro que le parezca, yo mismo me traducía al castellano. Hice también mucho periodismo en idish, pero también en castellano.El infierno es la realidadUsted es, hasta el día de hoy, traductor de la AMIA. El día que estalló la bomba usted estaba dentro del edificio. ¿Recuerda los instantes previos al atentado?-Qué le puedo decir...yo estaba trabajando tranquilamente en mi oficina del primer piso y escribiendo algo a máquina cuando, de pronto, el estallido. Algo golpea de repente contra mi cabeza -por pocos centímetros no me costó la vida- y lastima a la secretaria que estaba frente a mí. Me pareció escuchar dos explosiones y no una, pero quizás sólo se trataba de la onda expansiva. Fue el caos. Resultaba muy difícil coordinar pensamientos. El piso no se derrumbó; yo estaba en la parte lateral que no sufrió tanto. Corrí en busca de ayuda y luego me desmayé. Tardé casi un día en tomar conciencia de lo que había pasado. Me dicen que yo estaba semiconsciente gritando a todo el mundo que saliera de allí. No advertí que la explosión me arrancó mi zapato izquierdo y me llenó la mano derecha de vidrios.¿Tuvo la sensación de que el infierno duró mucho?- No creo. Pero, ¿usted habla de infierno?Me lo imagino así.-Mire, yo fui varias veces soldado. Y un soldado toma como inesperado el estallido de una bomba o la caída de un obús, pero no ve en eso nada fantástico. No un infierno. Es mucho más real. O sea que se trataba de algo que había vivido muchas veces. Pero la diferencia consiste en que en una guerra es algo previsible.-Nunca se espera un estallido, ni en la guerra ni en la paz. Fíjese, en la Embajada de Israel estábamos todos en una conferencia de prensa. Allí era normal controlar a los que entraban y salían. Sin embargo, ocurrió lo que ocurrió. En la AMIA también había controles. Pero lo de la Embajada parece hoy bastante más olvidado. Yo recuerdo que estaba allí y tuve el impulso de irme rápidamente hacia la AMIA porque tenía trabajo atrasado. A los veinte minutos, cuando ya estaba en la AMIA, escucho que la Embajada, de donde venía, había volado. Por un momento, aquella clara diferencia entre vivir en la guerra y vivir en la paz se diluyó para usted. Y hoy mira la ciudad de Buenos Aires. Es una ciudad con signos normales de paz, pero, en ella, muchos edificios están parapetados como si estuvieran en el Líbano...- Mire, la Polonia de mi infancia y juventud era una sociedad profundamente antisemita. Yo concurría a un colegio de unos 500 alumnos donde los judíos éramos en total unos 6 o 7. Cuando, después de la guerra, vine aquí, pensaba, como muchos otros judíos, que me estaba alejando de la Europa del horror de la guerra. Hasta hace poco lo creí. Ahora veo que los lugares judíos de Buenos Aires están señalados como si fuera la Varsovia del guetto.Por sus experiencias de vida, ¿no se siente mejor preparado que el resto de la gente para comprender lo que pasó?-Yo estaba tan poco preparado como cualquier argentino para enfrentar el episodio de la AMIA y el de la Embajada israelí. Usted se salvó de la muerte muchas veces. ¿Cree en Dios?-Mi posición es que El va a hacer lo suyo, si es que existe (se ríe).Entonces, ¿es un agnóstico?-No. Pero, cuando salí de la Embajada y al rato escuché por la radio que mucha gente que estuvo junto a mí voló por el aire y, años después, cuando explotó la bomba en la AMIA y aniquiló a tanta gente cerca mío, ¿qué podía pensar?Podía pensar tres cosas. Que algo superior lo protege, que hay un poder que aplica una gran crueldad contra los humanos o que Dios no existe y, simplemente, el hombre es un animal muy destructivo.-Yo no quiero hablar mucho del tema. Porque hay veces en que creo y hay otras en que no creo en nada. Usted reunió en seis tomos los relatos de sus experiencias en la guerra. ¿Hoy podría hacer una obra similar con su experiencia actual en la paz?-Creo que sí, pero de otra manera. Cambiaría mi relación con lo inconcebible. Yo antes creía que lo entendía todo. Ahora sé perfectamente que no entiendo nada.