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DE LA RELACIÓN ENTRE

SOCIOLOGÍA Y PSICOLOGÍA

Theodor W. Adorno

Texto escaneado a partir del volumen:


Theodor W. Adorno, Actualidad de la filosofía,
Barcelona, Paidós, 1991, pp. 135-204.

Desde hace más de treinta años se perfila entre las masas de los países
altamente industrializados la tendencia a abandonarse en manos de una
política de la catástrofe en lugar de perseguir intereses racionales, y ante
todo, la conservación de su propia vida. Se les prometen ciertas ventajas,
es verdad, pero a la vez se sustituye con ahínco el ideal de su propia felici-
dad por la violencia y la amenaza, se las carga con sacrificios desmesura-
dos, se pone en peligro inmediato su existencia y se apela a latentes deseos
de muerte. Algo de ello es tan abiertamente visible para los sujetos concer-
nidos que, a quien se esfuerce por comprender, se le hace difícil conformar-
se con lo verdaderamente decisivo, con mostrar las condiciones objetivas de
los movimientos de masas, y no sucumbir a la sugestión de que ya no rige
ninguna ley objetiva. La antigua explicación de que los interesados en tal
situación controlan todos los medios de opinión pública ya no basta por sí
sola. Pues las masas apenas se dejarían atrapar por una propaganda burda
y falsa hasta frotarse los ojos si algo en ellas mismas no diera acogida a
mensajes que hablan de sacrificarse y de vivir peligrosamente. Por eso, te-
niendo a la vista el fenómeno fascista, se juzgó necesario completar la Teo-
ría de la sociedad con la Psicología*, sobre todo una Psicología social orien-
tada psicoanalíticamente. La intervención combinada del conocimiento de
los determinantes sociales y del referente a las estructuras pulsionales pre-
dominantes entre las masas prometía una plena comprensión de la actitud
de la totalidad. Mientras la complaciente ciencia del bloque del Este exor-
cizaba como obra del diablo a la Psicología psicoanalítica, la única que in-
vestiga en serio las condiciones subjetivas de la irracionalidad objetiva, y,
como llegó a decir Lukács, contaba como parte del fascismo a Freud junto
con Spengler y Nietzsche, a este lado del telón y no sin una cierta sensación
de bienestar se desplazaba el acento sobre lo psíquico y el ser humano, así
como sobre sus así llamados existenciales, sustrayéndose de ese modo a
toda teoría no arbitraria de la sociedad. Al final, se puso escépticamente la
teoría social al nivel de las motivaciones infundadas y meramente subjeti-
vas, como ciertamente sucediera ya con el tardío texto de Freud sobre el
malestar en la cultura. Cuando se reflexiona a este respecto sobre las rela-
ciones entre Teoría social y Psicología, lo que se hace es exclusivamente
asignarles a ambas disciplinas su lugar en el sistema de las ciencias, y tra-
tar las dificultades que ocasiona su relación como cuestiones del correspon-
diente modelo conceptual que se vaya a aplicar. Cuestiones como la de si
los fenómenos sociológicos se tienen que hacer derivar de condiciones obje-
tivas o de la vida psíquica de los individuos socializados, o de ambas, o la
de si los dos tipos de explicación se complementan, se excluyen, o bien su
relación misma necesita ser sopesada teóricamente con la suficiente ampli-
tud, todo eso se reduce a metodología. En su estudio Psychoanalysis and
the Social Structure,1 Talcott Parsons, representante muy característico de
tales propósitos, recalca con razón, y aunado en eso con la antigua tradición
alemana y con Durkheim a un tiempo, la independencia y separación del
sistema social, que hay que comprender en su propio plano y no como mero
resultante de las acciones de los individuos.2 Pero esa distinción engarza
también en su caso con una diferencia en cuanto a aquello en lo que el so-
ciólogo está «interesado»: formas de conducta y actitudes que sean rele-
vantes para el sistema social. Sólo a partir de ahí exige que los problemas
sociológicos que se refieran a motivaciones tengan que formularse en tér-
minos de frame of reference of the social system, y no de «personalidad».
Únicamente, los modelos conceptuales sociológicos deberían coincidir
con la comprensión psicológica firmemente establecida.3 Despreocupándose
de si la diferencia se halla en el objeto mismo, la elección de una perspecti-
va psicológica o sociológica se reserva al capricho de las disciplinas implica-
das en el trabajo. Al contrario que el primitivismo de la ciencia unificada,
Parsons no se cierra a la posibilidad de que «los problemas típicos del psicó-
logo y los del sociólogo sean diferentes». No obstante, y precisamente por
eso, «ambos aplican los mismos conceptos en diferentes niveles de abstrac-
ción y en combinaciones diferentes».4 Esto sólo es posible en tanto la diver-
gencia entre Sociología y Psicología se pudiera superar con independencia
de la factura de su objeto. Si al ir avanzando en su grado de organización
ambas ciencias aclaran la estructura lógica de sus conceptos, entonces, se-
gún esta concepción, se podrían asociar sin ruptura alguna. De tener final-
mente una teoría dinámica de las motivaciones humanas completamente
adecuada, siguiendo a Parsons sería probable que la diferencia entre «nive-
les de abstracción» se esfumara. Cómo se relacionen el elemento objetivo-
social y el psíquico individual, dependería meramente de cuál sea el molde

* Donde aparece con mayúscula «Psicología», «Sociología» o «Teoría social», p.


ej., no hay que entender ninguna valoración, sino la distinción entre el presunto
objeto y el presunto saber correspondiente, con el fin de remediar en lo posible su
confusión. En los casos dudosos se ha preferido la minúscula. Aun así, algunos si-
guen siendo ambiguos. [Nota del T.]
1
Véase Talcott Parsons, «Psychoanalysis and the Social Structure», en: The Psy-
choanalytic Quarterly, vol. XIX, 1950, n.º 3, pág. 371 y sigs.
2
Véase loc. cit., pág. 372.
3
Véase loc. cit., pág. 375.
4
Véase loc. cit., pág. 376.
conceptual en que los vierta la empresa académica, con la puntualización
habitual de que aún es muy pronto para la síntesis y de que habría que
reunir más hechos y pulir con más finura los conceptos. Mientras Parsons,
apoyándose en Max Weber, defiende con finura la inadecuación de muchas
de las explicaciones psicológicas de lo social más frecuentes, no recela tras
ellas ningún conflicto real entre lo particular y lo general, ninguna desigual-
dad entre el proceso de la vida que existe en sí mismo y el individual, que
existe meramente para sí, sino que su antagonismo se convierte en un pro-
blema de organización científica que se resolvería armónicamente con el
constante progreso. No obstante, el ideal de unificación conceptual traído de
las ciencias naturales no vale así sin más ante una sociedad cuya unidad
estriba en no ser unitaria. En la medida en que discurren una junto a otra
sin vincularse entre sí, la ciencia de la sociedad y la de la psique sucumben
por igual a la sugestión de proyectar en su materia la división del trabajo
del conocimiento. La separación entre sociedad y psique es falsa conciencia;
eterniza en forma de categorías la escisión entre el sujeto viviente y la ob-
jetividad que impera sobre los sujetos y que, no obstante, son ellos quienes
producen. Pero no se le puede quitar el terreno a esa falsa conciencia por
decreto metodológico. Los seres humanos no son capaces de reconocerse a
sí mismos en la sociedad, ni ésta en ellos, porque están enajenados entre sí
y respecto al conjunto.5 Sus relaciones sociales cosificadas se les presentan
necesariamente como seres en sí mismos. Lo que una ciencia organizada
tomando como base la división del trabajo proyecta sobre el mundo sólo es
a su vez un reflejo de lo que se cumple en el mundo. La falsa conciencia es
al mismo tiempo correcta, vida interior y exterior están desgajadas. Su re-
lación sólo se expresa adecuadamente definiendo la diferencia entre ambas,
y no ampliando los conceptos correspondientes. La verdad del conjunto está
en la unilateralidad, no en la síntesis pluralista: una Psicología que no quie-
re oír hablar de sociedad, y que se empeña idiosincrásicamente en el indivi-
duo y sus herencias arcaicas, dice más de la fatalidad social que una que, al
tomar en consideración «factores» sociales o un wholistic approach, viene a
insertarse en la universitas litterarum que ya no existe.
La unificación de Psicología y Teoría de la sociedad mediante la aplica-
ción de los mismos conceptos a diferentes niveles de abstracción va a dar
en resumen y necesariamente en armonización. Según Parsons, se logra,
pongamos por caso, la integración de una sociedad, que él supone en ge-
neral e implícitamente algo positivo, cuando sus necesidades funcionales,
consideradas como un elemento social objetivo, concuerdan con los es-
quemas del «Superyó promedio».6
Esta adaptación mutua entre el ser humano y el sistema se eleva al ran-
go de norma sin que se haya cuestionado siquiera una vez la posición de
ambos «criterios» en el conjunto del proceso social ni, sobre todo, el origen
y las pretensiones de legitimidad de ese «Superyó promedio».
También situaciones represivas, dañinas, pueden cristalizar en semejan-
te Superyó. El tributo que Parsons ha de pagar por la armonía conceptual es

5
La Sociología empírica ha derivado de ahí mecanismos de «personalización», la
tendencia a arreglar la presentación de unos procesos sociales con causas objetivas
de modo que aparezcan como manejos de buenas o malas personas con las que los
medios de opinión pública asocian tales procesos.
6
Véase Talcott Parsons, loc. cit., pág. 373.
que su concepto de integración, copia positivista de la identidad entre suje-
to y objeto, dé cabida también a una situación irracional de la sociedad sólo
con que tenga el poder suficiente para modelar de antemano a quienes per-
tenezcan a ella. La coincidencia del Superyó promedio con las necesidades
funcionales de un sistema social, para ser precisos, con las necesidades de
su propia perpetuación, está triunfalmente lograda en el «Mundo Feliz» de
Huxley. Desde luego no es eso lo que tiene en mente Parsons con su teoría.
Una actitud empirista le preserva de suponer realizada una tal identidad.
Subraya la divergencia entre los seres humanos como entidades psicológi-
cas —«estructura de personalidad»— y la disposición objetiva del mundo
actual —estructura institucional—.7 En concordancia con la tradición socioló-
gica, Parsons, de orientación psicoanalítica, da cuenta de motivaciones no
psicológicas, de mecanismos que tienen como efecto que los hombres actú-
en conforme a expectativas institucionales objetivas incluso en contradic-
ción con lo que la Psicología llama su estructura de personalidad.8 Se le
confiere la primacía a la asignación general de metas de los individuos, me-
diada por la racionalidad instrumental social, frente a sus respectivas ten-
dencias subjetivas. La mediación decisiva, desde luego, la racionalidad de
autoconservación, se recalca aquí tan poco como en Max Weber.9 Es evi-
dente que Parsons concibe las normas sociales mismas como esquemas de
adaptación sedimentados, esto es, si se quiere, al final otra vez esencial-
mente psicológicas. No obstante, al contrario que la economía subjetiva do-
minante, él en cualquier caso sí alcanza a ver que las motivaciones econó-
micas no se resuelven en otras psicológicas, como el «afán de lucro».10 Con
seguridad, el comportamiento económico racional de los individuos no se
produce meramente por cálculo económico, por afán de lucro. Antes bien,
tal afirmación se construye después para intentar arreglar de alguna mane-
ra, con una fórmula que poco nuevo añade al estado de cosas, la racionali-
dad del comportamiento económico promedio, en modo alguno obvia para
el individuo. Más esencial resulta, como motivo subjetivo de la racionalidad
objetiva, la angustia. Una angustia mediada. Hoy en día, quien no se com-
porta según las reglas económicas raramente se arruina al momento. Pero
en el horizonte apunta el desclasamiento. Se vuelve visible el camino que
lleva a lo asocial, a lo criminal: rehusarse a participar en el juego hace sos-
pechoso, y expone a la venganza social incluso a quien no necesita pasar
hambre ni dormir bajo los puentes. Pero la angustia a ser expulsado, la
sanción social del comportamiento económico, se ha interiorizado hace mu-
cho junto con otros tabúes, y ha cuajado en el individuo. Se ha convertido

7
Véase loc. cit.
8
Véase loc. cit. pág. 374.
9
Véase Max Weber, «Uber einige Kategorien der verstehende Soziologie» («Sobre
algunas categorías de la Sociología comprensiva»), en Gesammelte Aufsätze zur
Wissenschaftslehre, Tubinga 1922, pág. 412.
10
Véase Talcott Parsons, loc. cit., p. 374.
* «Existenz»; el doble sentido podría aprovecharse más en castellano, donde el
otro sentido de «existencias» es el de «género», no humano sino comercial. [Nota
del T.]
** «Gewissen», que incluye el sentido de «conciencia» en frases como «¡Ese hom-
bre no tiene conciencia!», en retroceso también en el castellano desde la difusión
de los lenguajes de las llamadas «ciencias sociales», que retienen sólo su aspecto
factual, no el moral. Para distinguirlo de «Bewusstsein», se añade a continuación la
abreviatura «Gew.». [Nota del T.]
históricamente en su segunda naturaleza; no es gratuito que existencia
«Existenz»*, en el uso lingüístico no corrompido filosóficamente, signifique
por igual la existencia natural como la posibilidad de autoconservación en el
proceso económico. El Superyó, la instancia de la conciencia moral «Gewis-
sen»**, no sólo le pone al individuo ante los ojos la prohibición como lo ma-
lo en sí mismo, sino que además amalgama de forma irracional la antigua
angustia ante la aniquilación física con la angustia, mucho más tardía, de
dejar de formar parte de la asociación social que rodea a los seres humanos
en lugar de la naturaleza. Esa angustia social, alimentada por fuentes atávi-
cas y exagerada luego de diversas formas, que ciertamente puede pasar a
ser angustia real en cualquier momento, ha acumulado tal violencia que
habría que ser un héroe moral para desembarazarse de ella, aun cuando se
alcanzara a ver hasta el mismo fondo todo lo que tiene de delirante. Se
puede conjeturar que si los hombres se encierran tan desesperadamente en
esos bienes de la civilización, hace mucho tiempo cuestionables además de
absurdos, que al parecer les debería garantizar un comportamiento econó-
mico razonable, es porque alguna vez les resultó indeciblemente difícil con-
seguir por sí mismos el estado de civilización, y los medios de comunicación
también hacen lo suyo para mantenerlos así enfilados. La energía pulsional
del homo oeconomicus que ahí se le requiere al homo psycologicus es amor
forzado, inculcado a palos, hacia lo que alguna vez se odió. Semejante «psi-
cología» señala los límites de las relaciones de intercambio racional con la
violencia, pero al mismo tiempo restringe el poder de la correspondiente
psicología del sujeto. El convencimiento acerca de la racionalidad visible de
la economía es un autoengaño de la sociedad burguesa en no menos medi-
da que el de creer que lo psicológico es un fundamento suficiente para la
acción. Esa racionalidad se basa en la coerción física, el tormento corporal,
en un elemento material que sobrepasa a las «motivaciones materiales» en
igual medida que hace saltar por los aires la economía pulsional psicológica.
En la sociedad del intercambio más desarrollada, esa angustia ante la des-
proporción entre el poder de las instituciones y la impotencia del individuo
se ha generalizado de tal modo que se precisarían fuerzas sobrehumanas
para mantenerse frente a ella, mientras al mismo tiempo el trabajo reduce
insoslayablemente las fuerzas de resistencia de cada individuo. Pero pese a
la indiscutible primacía de lo económico sobre lo psicológico en la conducta
del individuo, sigue siendo incierto y hoy más que nunca si su racionalidad
es racional o no, y si puede ser o no desenmascarada por la Psicología en
cualquier momento como una racionalización desmesurada. En la medida en
que la ratio parcial económica, la racionalidad del conjunto, es cuestionable,
se despliegan fuerzas irracionales para su perpetuación. La irracionalidad
del sistema racional hace su aparición en la psicología del sujeto atrapado.
La doctrina del comportamiento racional conduce a contradicciones. Así co-
mo es inmanentemente irracional lo que la racionalidad del sistema exige
de sus miembros, en la medida en que la totalidad de las acciones con fina-
lidad económica requiere de todos, además de la reproducción del conjunto,
que ellos mismos se derrumben, así también el tšloj absoluto de racio-
nalidad, la consumación, la racionalidad misma, se torna a la inversa algo
trascendente. Racionalidad es siempre una medida de sacrificio en vano, y
así, sería igualmente irracional un estado sin sacrificio alguno que no preci-
sara ya de ninguna ratio. Parsons alcanza ahí una alternativa que sólo se
podría desmontar mediante la crítica de la situación opuesta: la elección
entre dos figuras de la falsa conciencia, que inacabablemente tienen razón
una frente a otra, entre una Psicología racionalista y una Teoría social psico-
logista. Sin embargo, al llegar a ese punto se interrumpe la reflexión. En
lugar de definir en lo esencial la motivación, aparece la elección de frame of
reference, del sistema científico de referencia, abandonada al libre arbitrio
del investigador de manera similar a lo que sucede con el tipo ideal en Max
Weber.11 El postulado de que las teorías sociológicas de la motivación siem-
pre deben concordar con el conocimiento ya alcanzado en ese momento so-
bre la estructura de la personalidad sustituye, por mor de la unidad de la
explicación científica, un objeto uniforme por uno escindido; en la misma
medida en que los individuos son productos del todo social, entran necesa-
riamente en contradicción con ese todo en cuanto tales productos. Donde
Parsons se conforma con que se logren cadencias científicas que se com-
pensen, la incompatibilidad de las categorías que quiere aunar apunta a la
incompatibilidad entre el sistema y los seres humanos que lo componen. La
Sociología se acepta resignadamente como lo que ahora es: The sociolo-
gist's problems are different.12 Pero entonces ya casi no es posible ver por
qué los psicólogos tendrían que utilizar esos mismos conceptos en niveles
de abstracción diferentes y en combinaciones distintas.13 No se trata en ab-
soluto de meros niveles de abstracción entre los que aún se abren algunas
hendiduras exclusivamente en virtud de lo incompleto de nuestro conoci-
miento empírico.14 Las contradicciones objetivas no son fenómenos provi-
sionales del intelecto que se esfumen con el tiempo. Así, tensiones que en
la sociedad existente se pueden atenuar durante cortos intervalos y para
sectores delimitados, pero no desactivar, se proyectan de refilón sobre ese
esquema estático de unos conceptos más generales —sociológicos— y otros
más específicos —psicológicos— que, si no forman un continuo, es sólo por-
que faltan los suficientes datos empíricos para generalizar lo individual. Pero
la diferencia entre individuo y sociedad no es sólo cuantitativa: así se la en-
cara únicamente por el camino de un proceso social que troquela de an-
temano a los sujetos individuales como soportes de su función en el proceso
conjunto. Ninguna síntesis científica futura puede conseguir que se meta en
el mismo saco lo que está radicalmente escindido consigo mismo.
Mientras las leyes sociales no se pueden «extrapolar» a partir de los
hallazgos psicológicos, en el polo opuesto, el individuo no es simplemente
individuo y substrato de una psicología, sino que al mismo tiempo es siem-
pre soporte de definiciones sociales que lo troquelan. Su «psicología», en
cuanto zona de la irracionalidad, no remite en menor medida que la ratio a
elementos sociales. Las diferencias específicas del individuo son por igual
marcas de la presión social y cifras de la libertad humana. No es admisible
que se escamotee la contradicción entre ambos terrenos mediante un es-
quema de generalización científica, pero tampoco se la puede absolutizar.
En otro caso, se tomaría al pie de la letra la autoconciencia del individuo,
ella misma un fenómeno efímero de una sociedad individualista. La diver-
gencia entre individuo y sociedad es en lo esencial de origen social, se per-
petúa socialmente, y sus manifestaciones han de explicarse ya de antemano

11
Véase Max Weber, «Die Objektivität sozialwissenschaftlicher und sozialpolitischer
Erkenntnis, («La objetividad del conocimiento científico-social y político-social») loc.
cit., pág. 190 y ss.
12
Talcott Parsons, loc. cit., pág. 376.
13
Véase loc. cit.
14
Véase loc. cit.
en términos sociales. Incluso el materialismo vulgar, que pone como base
de las formas individuales de reacción firmes intereses de lucro, tiene razón
frente a los psicólogos que hacen derivar de la infancia formas de compor-
tamiento económico del adulto que siguen leyes objetivas, y en las cuales
no interviene para nada o si acaso como mero apéndice la hechura indivi-
dual de los contratantes. Incluso si fuera posible una acomodación de los
conceptos psicológicos a las precisas exigencias de la Teoría social, como
exige Parsons, eso ayudaría poco, puesto que los fenómenos especí-
ficamente sociales se han emancipado de la Psicología merced a la puesta
en funcionamiento de definiciones abstractas como conexión entre las per-
sonas, en especial el valor de cambio, y a la hegemonía de un órgano confi-
gurado según el modelo de tales definiciones desligadas de los seres huma-
nos, a saber, la ratio. De ahí que la economía «subjetiva» sea ideológica:
los elementos psicológicos que trae a colación para explicar la circulación
del mercado son meros accidentes de ésta, y ese desplazamiento del acento
hace aparecer el fenómeno como lo esencial. La justificada sospecha de
Parsons de que los expertos psicoanalíticos serían incapaces de aplicar ade-
cuadamente por sí mismos los conceptos analíticos a los problemas sociales
alcanza no sólo a la universal inclinación de los expertos a desplegar sus
conceptos parciales hasta que abarquen una totalidad que se les escapa,
sino además a la imposibilidad de explicar psicológicamente lo que no surge
en absoluto de la vida psíquica del ser humano individual. La conmensurabi-
lidad entre las formas individuales de comportamiento, la socialización real,
estriba en que los comportamientos no se enfrentan directamente entre sí
como sujetos económicos, sino que obran siguiendo un mismo canon, el del
valor de cambio. El cual prescribe igualmente la regla de las relaciones en-
tre ciencias. Su especialización no se puede corregir con el ideal de una au-
téntica polimatía, del erudito que entendería tanto de Sociología como de
Psicología. Ese grito de batalla de «integración de las ciencias» expresa lo
irremediable, no un movimiento de avance. Antes es de esperar que salva-
guarde su núcleo de generalidad y haga volar por los aires su carácter de
mónadas la insistencia en lo específico, en lo escindido, que no una síntesis
conceptual de lo realmente disgregado que viniera a brindar alguna unidad
a la disgregación. El conocimiento no tiene poder para otra totalidad que la
antagónica, y sólo en virtud de la contradicción es capaz de alcanzar alguna
totalidad. El mismo hecho de que la dotación señalada como específicamen-
te psicológica contenga casi siempre un elemento irracional, y en todo caso
antisistemático, no es una casualidad psicológica, sino que se deriva del ob-
jeto, de la irracionalidad escindida como complemento de la ratio imperan-
te. No es la menor de las razones en que se basa el éxito de la estrategia
científica de Freud el que, en su caso, la perspicacia psicológica se herma-
nara con un carácter sistemático, entretejido de exclusivismo y afán de do-
minio. Mientras era precisamente esa intención de ensanchar su feudo has-
ta abarcar la totalidad lo que llevaba a su sazón el elemento de falsedad del
psicoanálisis, al mismo tiempo éste le ha de agradecer a ese totalitarismo
su fuerza de sugestión. Fue recibido como un ensalmo que prometía resol-
verlo todo. Los grandes efectos espirituales están siempre urdidos con un
elemento de violencia, de dominio de los seres humanos; precisamente lo
narcisista y lo aislado del que ordena seduce al colectivo, como el mismo
Freud sabía muy bien.15 La ideología de la personalidad grande y fuerte

15
«Todavía hoy los individuos de la masa necesitan el espejismo de que el caudillo
tiende a abonar en la cuenta de ésta como título de rango humano lo in-
humano, el disponer brutalmente de todo cuanto no se reduzca al denomi-
nador común. Forma parte de la impotencia de la verdad ante lo existente
el que para ser verdad tenga que desatar también ese elemento de coer-
ción. El psicoanalista Heinz Hartmann, que se pronunció en favor de ese
estudio de Parsons, comparte sus simpatías por un lenguaje conceptual co-
mún a ambas disciplinas, pero, en una inefable contradicción con el psicolo-
gismo de la ortodoxia freudiana predominante, concedía que las ciencias so-
ciales pueden hacer predicciones válidas sin tomar en consideración las es-
tructuras de la personalidad individual.16 En este punto, Hartmann recurre a
la diferencia que se hace en el seno del psicoanálisis entre acciones del yo
consciente o preconsciente y acciones del inconsciente. En lugar de retro-
traer lo inconsciente a influencias sociales directas con vistas a hacer luego
una interpretación social, como es el caso entre los revisionistas, él enlaza
con la distinción freudiana entre el yo y el ello. Según la lógica implícita de
Hartmann, el yo, instancia escindida de la originaria energía pulsional que
tiene como tarea «examinar» la realidad17 y se ocupa esencialmente del
asunto de la adaptación, se aparta de la motivación psicológica y ejerce
como principio de realidad las funciones lógicas y de objetivación. El psicoa-
nálisis estricto, que sabe del enfrentamiento entre fuerzas psíquicas, puede
frente a las excitaciones pulsionales subjetivas darle toda su vigencia a la
objetividad, y en especial a la de las leyes del movimiento económico, mu-
cho más que teorías que sólo por establecer un continuo entre sociedad y
psique reniegan del núcleo de la teoría analítica, el conflicto entre el yo y el
ello.18 Hartmann se mantiene en una esfera psicológica sui generis. En la
práctica, la conducta de un psicótico pero también la de alguien aquejado
de una neurosis caracterial, que va por el mundo causándose inevitable-
mente perjuicios a pesar del funcionamiento en sí mismo «normal» de su
inteligencia, son ambas incomparablemente más «psicológicas» que la de
un hombre de negocios que puede poseer o no los rasgos característicos del
papel en el que se mueve, pero que, una vez aceptado éste, apenas puede
comportarse de situación en situación de otro modo que como lo hace, en
tanto no quiera ser calificado de neurótico. Ciertamente, ni siquiera la forma
de conducta perfectamente narcisista del psicótico carece de un aspecto
social. Se puede, claro está, construir determinados tipos de enfermedad

los ama a todos por igual y con razón, pero que el caudillo mismo no necesita amar
a nadie, se puede permitir tener una naturaleza de amo, absolutamente narcisista,
pero segura de sí misma e independiente» (Sigmund Freud, Gesammelte Werke
(GW), vol.13, Londres 1940, Massenpsychologie und Ich-Analyse, pág. 138) (Psico-
logía de las masas y análisis del Yo, Obras Completas, ed. Strachey en Ed. Amo-
rrortu (OC), vol. XVIII).
16
Véase Heinz Hartmann, «The Application of Psychoanalytic Concepts to Social
Science», en The Psychoanalytic Quarterly, vol. XIX, 1950, n. 3, pág. 385.
17
«Le haremos un lugar a la prueba de realidad entre las mayores instituciones del
yo, junto a las censuras entre sistemas psíquicos que ya conocemos, y esperamos
que el análisis de los afectos narcisistas nos ayude a descubrir otras de tales insti-
tuciones» (Freud, GW, vol. 10, Londres 1946, Metapsychologische Erganzung zur
Traumlehre, pág. 424) (Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños,
OC, XIV).
18
Véase Theodor W. Adorno, «Zum Verhältnis von Psychoanalyse und Gesells-
chaftstheorie», en Psyche 6, 1952, pág. 17 y sigs. (La relación entre psicoanálisis y
teoría de la sociedad).
mental siguiendo el modelo de una sociedad enferma. Hace ya treinta años
que Lukács concebía la esquizofrenia como consecuencia extrema de la ena-
jenación social del sujeto respecto a la objetividad. Pero aunque la oclusión
de las esferas psicológicas en los autistas sea de origen social, con todo,
una vez establecidas se constituye una estructura psicológica de motivación
relativamente uniforme y cerrada. Por contra, el poderoso yo de aquél está
motivado por una relación perspicaz con la realidad; su psiquismo aparece
la mayoría de las veces sólo como perturbación, y se lo mantiene a raya
mediante el drástico predominio de la ratio en la que toman cuerpo inter-
eses sociales objetivos. Las metas del yo no son ya idénticas a las metas
pulsionales primarias, ya no pueden traducirse a ellas y las contradicen en
muchos aspectos. No es asunto de mera terminología el ampliar o no el
concepto de lo psicológico de modo que incluya también la «logicización» de
energía psíquica. Pues ese concepto sólo obtiene su contenido de la oposi-
ción entre la irracionalidad y la racionalidad como algo extrapsicológico. No
es casualidad que el psicoanálisis fuera concebido en el ámbito de la vida
privada, de los conflictos familiares, de la esfera del consumo hablando en
términos económicos: estos son sus dominios, porque el propio juego de las
fuerzas propiamente psicológicas está restringido al sector privado, y ape-
nas tiene poder sobre la esfera de la producción material.
La separación entre los actos sociales en que se reproduce la vida de los
seres humanos y ellos mismos, les impide llegar a ver el engranaje y los
deja en manos de esa frase según la cual la cuestión serían los seres huma-
nos mismos, que anteriormente nunca los había consumido en las mismas
proporciones que en la época de la cadena de montaje. Lo que despliega el
velo social es el hecho de que las tendencias sociales se imponen pasando
sobre la cabeza de los seres humanos, de que éstos no las conocen como
suyas. Sobre todo aquellos cuyo trabajo las mantiene a ellas y al conjunto
con vida, y cuya vida sin embargo depende de forma invisible del conjunto,
no son capaces de reconocer que la sociedad es tanto su misma médula
como su contrario. Lo inescrutable de la objetividad enajenada arroja a los
sujetos de vuelta a sus limitados sí mismos, y pone ante ellos en una ima-
gen de espejo su escindido ser para sí, el sujeto monadológico y su psicolo-
gía, como si fuera lo esencial. El culto a la psicología con que se engatusa a
la humanidad y que entretanto ha preparado en Norteamérica un insípido
alimento popular a base de Freud, es el complemento de la deshumaniza-
ción, la ilusión de los impotentes de que su destino depende de cómo estén
constituidos. De forma bastante irónica, justo la ciencia en la que esperaban
encontrarse a sí mismos como sujetos les transforma por su propia configu-
ración una vez más en objetos, por encargo de una concepción de conjunto
que ya no tolera madriguera alguna en la que pudiera esconderse alguna
subjetividad independiente, no preparada socialmente. Lo psicológico, como
un interior relativamente autónomo respecto al exterior, se ha convertido
en enfermedad en una sociedad que lo busca sin descanso: a partir de ahí
entra en posesión de su herencia la psicoterapia. El sujeto en que predomi-
na lo psicológico como algo sustraído a la racionalidad social pasa desde
siempre por una anomalía, por un estrafalario; en épocas totalitarias, su
lugar está en el campo de trabajos forzados o de concentración, en donde
«se le termina» y se le integra con éxito. Sin embargo ese sobrante psico-
lógico, el ser humano de que se trata, se disculpa en la cumbre de las je-
rarquías totalitarias, a la que fácilmente acceden locos o tullidos psíquicos
porque su defecto, justo lo más propiamente psicológico, armoniza con toda
exactitud con la irracionalidad de los fines y de las decisiones al más alto
nivel, para la cual se pone en juego como instrumento toda la racionalidad
de sus diversos sistemas a los que ya sólo diferencia una retórica huera. Y
esa esfera última y reservada de lo incomprensible, la que permite o pres-
cribe que los dictadores se revuelquen por los suelos, agarren lloreras com-
pulsivas o descubran conjuras imaginarias, también es una mera máscara
de la locura social.19 No es sólo que el ámbito de lo psicológico se arrugue y
se encoja tanto más cuanto más se adentra en la ideología en lugar de
hacerlo en la comprensión perspicaz de la objetividad, sino que además lo
psicológico restante se pervierte como caricatura y esperpento. El hecho de
que la Psicología se torne enfermedad no expresa sólo la falsa conciencia de
sí misma de la sociedad, sino al mismo tiempo también lo que objetivamen-
te se ha hecho de los hombres en ella. Pues el sustrato de la Psicología, el
individuo, refleja hoy una forma de socialización recalentada. Así como el
puro tÒde ti de la filosofía, el polo concreto del conocimiento, es completa-
mente abstracto en cuanto indeterminado, también lo es lo presuntamente
concreto de lo social, el correspondiente individuo en cuanto contratante,
que obtiene cuanto en él hay de definible únicamente del acto abstracto del
intercambio, desligado de su definición específica, de algo cósico. Ese fue el
núcleo en torno al que cristalizó el carácter individual, y con ése su propio
rasero es con el que le mide también la Psicología cosificadora. El individuo
aislado, el puro sujeto de la autoconservación, encarna el principio más ín-
timo de la sociedad con respecto a la que se encuentra en oposición abso-
luta. Aquello de lo que está compuesto, todo cuanto en él entrechoca, sus
«cualidades», siempre son a la vez elementos de la totalidad social. Es una
mónada, en el sentido estricto de que representa al todo con sus contradic-
ciones sin que, no obstante, sea en absoluto consciente de la totalidad. Pero
en la configuración de sus contradicciones no hay una comunicación cons-
tante y progresiva con el todo, aquéllas no proceden inmediatamente de su
experiencia. La sociedad ha troquelado en él la individualización como frag-
mento, y en tanto que relación social, ésta toma parte en su destino. La
«psicodinámica» es la reproducción de conflictos sociales en el individuo,
pero no de forma tal que meramente copie las tensiones actuales. Sino que
además, al existir como algo cuajado y separado por la sociedad, esa diná-
mica sigue desarrollando aún más desde sí misma la patogénesis de una
totalidad social sobre la que también impera la maldición de la fragmenta-
ción.
El psicologismo en cualquiera de sus figuras, el individuo como punto de
arranque sin más especificaciones, es ideología. Transforma por ensalmo la
forma individualista de socialización en definición extrasocial, natural, del
individuo. Junto con otras concepciones de la Ilustración, ha cambiado
esencialmente de función. En cuanto se explica como algo basado en el psi-
quismo, «Seele», procesos que se plantean entre sujetos abstractos, en
realidad sustraídos a toda espontaneidad individual, lo cosificado se huma-
niza de una forma muy consoladora. Pero los enajenados de sí mismos to-
davía son, pese a todo, seres humanos, las tendencias históricas se realizan
no sólo contra ellos, sino en ellos y con ellos, y hasta sus cualidades psico-

19
«La locura es algo excepcional en los individuos, pero la regla en grupos, parti-
dos, pueblos y épocas» (Nietzsche, Jenseits der Güte und Böse («Más allá del bien
y del mal»), Aforismo 156).
lógicas promedio van a insertarse en su comportamiento social promedio. Ni
ellos ni sus motivaciones se agotan en racionalidad objetiva, y en ocasiones
actúan en contra de ella. No obstante son sus funcionarios. Incluso las con-
diciones de recaída en lo psicológico vienen ya diseñadas socialmente como
exigencias excesivas del sujeto. Salvo en tal caso, el elemento pulsional
manifiesto o reprimido sólo se manifiesta en la objetividad social como uno
de sus componentes, el de las necesidades, y hoy se ha convertido por
completo en una función del afán de lucro. La ratio subjetiva y su raison
d’être se separan. Incluso aquel para quien la racionalidad calculadora arro-
ja como resultado todas las ventajas que promete es incapaz de disfrutarlas
como felicidad, antes bien ha de amoldarse como consumidor a lo prescrito
socialmente, a la oferta de quienes controlan la producción. Lo social sirvió
en toda época como mediador de las necesidades; hoy, las necesidades son
completamente externas a sus portadores, y satisfacerlas viene a consistir
en seguir las reglas del juego de los anuncios. En lo sustancial, la racionali-
dad de autoconservación de cada individuo está condenada a la irracionali-
dad, porque no se ha alcanzado a formar un sujeto social racional, la
humanidad. A la inversa, cada individuo vuelve a cooperar una vez más en
tal situación. El mandato freudiano «Donde era ello, debe llegar a ser yo»20
contiene algo de estoicismo vacío, de inevidente. El individuo ajustado a la
realidad, «sano», es tan poco firme ante las crisis como económicamente
racional el sujeto económico. La irracional coherencia lógica en términos
sociales se torna también individualmente irracional. En esa misma medida
habría que derivar en la práctica las neurosis, por su forma, de la estructura
de una sociedad en la que no se las puede desmontar. Incluso la cura lo-
grada lleva en sí el estigma de la lesión, de la adaptación en vano que se
exagera a sí misma patológicamente. El triunfo del yo lo es de la ceguera
causada por lo particular. Tal es el fundamento de la falsedad objetiva de
toda psicoterapia, que empuja a los terapeutas al vértigo. Al asemejarse a
la totalidad enloquecida es cuando el curado se vuelve francamente enfer-
mo, sin que por ello esté más sano aquél a quien no alcanza la cura.
La separación de Sociología y Psicología es incorrecta y correcta al mis-
mo tiempo. Incorrecta en cuanto acepta como si fuera de recibo la renuncia
al conocimiento de la totalidad que ordenó esa separación; correcta en la
medida en que registra la ruptura cumplida en la realidad como demasiado
irreconciliable para una precipitada unificación conceptual. La Sociología, en
ese sentido específico que constantemente vuelve a reblandecerse por el
lado de lo subjetivo incluso en Max Weber, retiene el momento objetivo del
proceso social. Pero cuanto más estrictamente desatiende al sujeto y su
espontaneidad, tanto más exclusivamente tiene que ver con una auténtica
caput mortuum cosificada, casi científico-natural. De ahí el intento de imitar
ideales y procedimientos de las ciencias de la naturaleza con los que nunca
llega a ser conseguido el objeto social mismo. Mientras alaba su estricta
objetividad, se las tienen que arreglar con lo que les viene ya mediado por
la misma organización científica —sectores y factores— como si eso fuera
inmediatamente el tema. Lo que resulta es una Sociología sin sociedad,
contrafigura de una situación en la que los hombres se olvidan de sí mis-
mos. La comprobación de hallazgos particulares, que sólo empezarían a

20
Freud, GW, vol.15, Londres 1944, Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in
die Psychoanalyse, 31 Vorlesung, pág. 86 (Nuevas conferencias de introducción al
psicoanálisis, OC, XXII).
querer decir algo leídos desde una ley sobre la naturaleza del conjunto, se
cuela por delante de ésta. Por contra, la Psicología percibe el interés del su-
jeto, pero igualmente de forma aislada, «en abstracto». Desatiende el pro-
ceso social de producción y establece por su parte un producto absoluto, el
individuo en su figura burguesa. Ambas disciplinas toman así posesión de
sus respectivas incompetencias sin tener, no obstante, poderes para corre-
girlas. Su inevitable dualismo no puede mantenerse puro. La Sociología in-
tenta arrastrar hacia sí el «factor subjetivo», y cree hacerse por ello más
profunda frente a la mera recogida de datos factuales. Así va a caer en apo-
rías por todas partes. Y como su concepto de objetividad lo obtiene del re-
sultado coagulado y no del proceso que lo hace madurar, que no se puede
cosificar como totalidad, se deja llevar seducida sin pararse en más detalles
a poner como base de sus hallazgos estadísticos a los individuos particula-
res y sus contenidos de conciencia, considerados como datos unívocos de
una vez por todas. Entonces se cierne sobre ella por todas partes la amena-
za del psicologismo: tiene que traer a colación la conciencia de sí mismos de
los seres humanos, su «opinión» por engañosa que sea, para explicar sus
acciones, y precisamente allí donde están determinadas objetivamente y
sería la opinión misma la que necesitaría una explicación, o bien tiene que
hacer toda clase de diligencias para dar con esas fuerzas pulsionales incons-
cientes que reaccionan a la totalidad social pero no la fundan. El nacionalso-
cialismo pudo quizás aprovechar la pulsión de muerte de sus partidarios,
pero no obstante surgió con toda certeza de una voluntad de vivir bien ma-
terialmente en los grupos más poderosos. A la inversa, la Psicología se ve
enfrentada al hecho de que los mecanismos que descubre no explican la
conducta socialmente relevante. Ya pueden sus suposiciones ser tan atina-
das como se quiera en la dinámica individual, que puestas ante la política y
la economía toman a menudo el carácter de absurdo y locura. De ahí que la
psicología profunda con inquietudes autocríticas se sienta impulsada a am-
pliaciones sociopsicológicas. Estas sólo refuerzan aún más la falsedad,
aguando por una parte la comprensión psicológica, sobre todo en lo referen-
te a la distinción entre consciente e inconsciente, y falseando por otra las
fuerzas pulsionales sociales como psicológicas, y desde luego, las de una
superficial psicología del yo. En la práctica, la racionalidad no se deja ver en
absoluto en el comportamiento de los seres humanos individuales, sino que
es ampliamente heterónoma y forzada y por ello se ha de mezclar ya con la
inconsciencia simplemente para llegar a ser en alguna medida funcional.
Apenas si hay alguien que calcule su vida como totalidad, o incluso que
simplemente suela calcular las consecuencias de sus actos, por más que en
los países más adelantados algunos calculen incuestionablemente más de lo
que puede soñar la sabiduría académica de la Psicología. En la sociedad to-
talmente socializada, la mayoría de las situaciones en que se toman deci-
siones están ya prediseñadas, y la racionalidad del yo se ve relegada a ele-
gir tan sólo los pasos más pequeños del proceso. Por regla general no se
trata más que de alternativas mínimas, de sopesar el mal menor, y es «re-
alista» quien recae en tales elecciones con acierto. Por contra, las irraciona-
lidades individuales pesan poco. También las posibilidades de elección son
tan reducidas para el inconsciente, si es que no son escasas ya en origen,
que los grupos con intereses que marcan la pauta las desvían por muy po-
cos canales con métodos comprobados hace mucho por la técnica psicológi-
ca en los estados totalitarios y no totalitarios. El inconsciente, cuidadosa-
mente impermeabilizado a cualquier irradiación del campo visual del yo me-
diante tales manipulaciones, en su pobreza e indiferenciación se encuentra
feliz y oportunamente con la homogeneización de un mundo administrado.
De ahí que los publicistas totalitarios no sean en modo alguno esos genios
por los que los toman sus adjuntos. Trabajan aliados no sólo con los más
poderosos batallones de la realidad, no sólo con los numerosos intereses a
corto plazo de los individuos, sino además con las tendencias psicológicas
que mejor se corresponden con un principio de realidad sin contemplacio-
nes. Lo que a una mirada abstracta sobre el individuo le parece lo más fácil,
ceder al instinto, es en concreto, socialmente, lo más difícil, porque está pe-
nado por la sociedad y hoy en día presupone la fuerza que precisamente se
le escapa a quien actúa irracionalmente. Ello y Superyó cierran la alianza a
la que ya apuntaba la teoría, y precisamente allí donde las masas actúan
instintivamente están preformadas por la censura y tienen la bendición del
poder. Así pues, a esa tesis de que en las épocas totalitarias las masas ac-
túan en contra de sus propios intereses apenas se le alcanza toda la verdad,
y en cualquier caso vale sólo ex post jacto. En todo momento las acciones
individuales a que se ven alentados los seguidores, acciones cuya transición
a estados de locura sólo supone un valor límite, garantizan ya de entrada
una satisfacción anticipada. La decepción sólo resulta cuando se pasa la
cuenta. In actu, las acciones totalitarias parecen tan razonables a sus auto-
res como irracionales a sus rivales. Sólo sucumben a la dialéctica en virtud
de la razón misma.
Esa dialéctica, sin embargo, afecta no sólo al comportamiento del sujeto
para con el mundo exterior, sino también al sujeto en cuanto tal. El me-
canismo de adaptación a unas relaciones encallecidas lo es al mismo tiempo
de un encallecimiento del sujeto en sí mismo: cuanto más ajustado a la rea-
lidad se vuelve, tanto más se convierte en cosa, tanto menos vivo sigue,
tanto más insensato se torna todo su «realismo» que destruye todo aquello
por lo que en realidad entró en juego la razón de autoconservación, y que
siendo consecuente amenaza incluso la vida pura y nuda. El sujeto se des-
compone en una maquinaria de producción social que se prolonga en su
interior y un residuo irresoluble que degenera en curiosidad, en esfera re-
servada e impotente frente al acaparador componente «racional».
Al final, no es la pulsión refrenada, reprimida, sino precisamente la ori-
ginaria, la que quiere su propia consumación, la que llega a aparecer como
«enferma», y el amor el que aparece como neurosis. La praxis del psicoaná-
lisis, que según su propia ideología todavía pretende curar las neurosis,
conchabado ya con la práctica dominante y su tradición, desacostumbra a
los seres humanos al amor y a la felicidad en beneficio de la capacidad de
trabajo y la healthy sex life. La felicidad se convierte en infantilismo, y el
método catártico, en algo malvado, hostil, inhumano. Así, la dinámica social
afecta incluso a la más reciente figura de la ciencia psicológica. A pesar de
la disparidad entre psicología y sociedad, cuya tendencia es a alejarse cons-
tantemente una de otra, la sociedad se extiende por todo lo psicológico co-
mo lo represor, como censura y Superyó. En la estela de la integración, se
amalgama la conducta socialmente racional con los residuos psicológicos. Es
sólo que los revisionistas que ven esto describen con demasiada simpleza la
comunicación entre las instancias ello y yo, mutuamente enajenadas. Afir-
man una interdependencia directa entre vida pulsional y experiencia social.
Pero ésta sólo se cumple, hablando en términos de las tópicas, en esa capa
externa obligada según Freud al examen de la realidad. En el interior de la
dinámica pulsional, no obstante, la realidad es «traducida» al lenguaje del
ello. Tan cierto es esto en la visión freudiana de lo inconsciente como algo
arcaico, cuando no «intemporal», que las relaciones y motivaciones sociales
concretas no llegan a entrar en ese ámbito sin modificación alguna, sino
únicamente una vez «reducidas». La no simultaneidad del inconsciente y lo
consciente es en sí misma un estigma del desarrollo social pleno de contra-
dicciones. En el inconsciente se sedimenta, fuere lo que fuere, aquello cuya
marcha no puede acompañar a la del sujeto, aquello que ha de pagar los
platos rotos del progreso y la ilustración. Los atrasos se convierten así en
«intemporales».
Entre los cuales ha ido a dar también la exigencia de felicidad, que en la
práctica muestra un aspecto «arcaico» tan pronto como apunta exclu-
sivamente como meta a la contrahecha figura de una satisfacción somática
localizada, escindida de la consumación total, que se metamorfosea en
«some fun» con mayor radicalidad cuanto más aplicadamente se esfuerza
en alcanzar una vida consciente de adulto. La psicología se encapsula ante
la sociedad como la sociedad ante la psicología, y se vuelve pueril. Bajo la
presión social, el plano psicológico ya sólo aspira a lo siempre idéntico, y
fracasa ante la experiencia de lo específico. Lo traumático es lo abstracto.
En esto, el inconsciente se asemeja a esa sociedad de la que no quiere sa-
ber nada y que a su vez obedece a la ley abstracta, y así se vuelve útil para
ella como aglutinante. Lo que hay que reprochar a Freud no es que descui-
dara lo concreto social, sino que con demasiada ligereza se diera por con-
tento con el origen social de ese carácter abstracto, con ese carácter de pa-
ralizado del inconsciente que sí reconoció con la incorruptibilidad de un in-
vestigador de la naturaleza. Freud habría hipostasiado así en determinación
antropológica la depauperación, como resultado de una interminable tra-
dición de lo negativo. Lo histórico se torna así invariante, y lo psíquico, en
cambio, dato histórico. En la transición de lo imaginario psíquico a la rea-
lidad histórica se le olvidó la modificación de todo lo real en el inconsciente
por él descubierta, y por eso sacó erróneamente conclusiones sobre datos
históricos como la muerte del padre por la horda primordial. El cortocircuito
entre inconsciente y realidad le confiere al psicoanálisis sus rasgos apócri-
fos. Con ellos, por ejemplo con la manera crudamente literal de entender la
leyenda de Moisés, la ciencia oficial lo tiene muy fácil para defenderse. Lo
que Kardiner ha llamado los «mitos» freudianos, el cambio repentino de lo
intramental en facticidad histórica incierta, sucede sobre todo donde Freud
practica también una Psicología del yo, aunque sólo sea Psicología del yo de
lo inconsciente, y trata al ello como si poseyera la agudeza de raciocinio de
un director de banca vienes, a la que, por lo demás, se asemeja realmente
en algunas ocasiones. En su empeño demasiado discutible por encontrar un
asidero en hechos indiscutibles, se manifiesta en Freud un elemento social
reafirmado sin el menor miramiento, la creencia en los criterios usuales de
la misma ciencia a la que desafiaba. Por mor de esos criterios, el niño freu-
diano es un pequeño hombrecito, y su mundo, el del varón. Así la Psicología
autárquica llega a hacerle guiños a la sociedad, por más que se lo tenga
prohibido, guiños casi tan poco correspondidos como los de otros más ver-
sados en artes sociológicas.
La psique desligada de la dialéctica social, tomada en abstracto en sí
misma y puesta bajo la lupa, se adecua admirablemente como «objeto de
investigación» en una sociedad que «introduce» a los sujetos como mero
punto de referencia de la fuerza de trabajo en abstracto. A Freud se le ha
reprochado a gusto un pensamiento mecanicista. Su determinismo evoca la
ciencia natural, al igual que categorías implícitas como la conservación de la
energía, la convertibilidad mutua entre toda forma de energía, o la subsun-
ción de acontecimientos consecutivos bajo una ley general. En lo esencial,
su actitud «naturalista» resulta en una exclusión por principio de lo nuevo,
en la reducción de la vida psíquica a la repetición de de lo ya sido alguna
vez. Todo esto tiene un sentido eminentemente referido a la época de la
Ilustración. Sólo con Freud se rebasa por primera vez la crítica kantiana a la
ontología anímica y a la «Psicología racional» lo psíquico que él reelabora sí
se somete al esquema de formación empírica de conceptos, como fragmen-
to del correspondiente mundo ya constituido. Freud ha dado fin a la transfi-
guración ideológica de lo psíquico, considerada como un animismo rudimen-
tario. Lo que más enérgicamente ha sacudido a la ideología del alma es la
doctrina de la sexualidad infantil. La teoría analítica denuncia la falta de li-
bertad y la degradación de los seres humanos en una sociedad sin libertad
de forma semejante a como lo hace la crítica materialista con una situación
gobernada a ciegas por la economía. Pero bajo su mirada médica conjurada
con la muerte, la falta de libertad se coagula en invariante antropológica, y
con ello el aparato conceptual cuasicientífico según el modelo de las ciencias
de la naturaleza descuida su objeto, que no es sólo objeto: el potencial de
la espontaneidad. Cuanto más estrictamente se piensa el ámbito de lo psi-
cológico como un campo de fuerzas autárquico cerrado en sí mismo, tanto
más completamente se desubjetiviza la subjetividad. El psiquismo arrojado
de vuelta a sí mismo, casi sin objeto, se vuelve inmóvil como un objeto. No
puede romper a través de su inmanencia, sino que se agota en sus ecuacio-
nes de energía. Lo anímico estudiado estrictamente según sus propias leyes
se torna inanimado: el psiquismo sería sólo un tanteo a ciegas en pos de lo
que él mismo no es. Este estado de cosas no se da sólo en la teoría del co-
nocimiento, sino que se prolonga en los resultados de la terapia, en esos
seres humanos desesperadamente ajustados a la realidad que se han re-
modelado literalmente como aparatos para poder abrirse paso con más éxi-
to en su restringida esfera de intereses, en su «subjetivismo».
En cuanto la conceptualización psicológica procede alguna vez con tanta
coherencia lógica como en el caso de Freud, se toma su venganza en ella la
divergencia tan descuidada entre psicología y sociedad. Se puede mostrar
esto por ejemplo en el concepto de racionalización, que introdujo origina-
riamente Jones21 y pasó luego al conjunto de la teoría analítica. Ese concep-
to engloba todas las aseveraciones que cumplen alguna función en la eco-
nomía psíquica del que habla, independientemente de su valor de verdad,
en la mayoría de los casos, funciones de defensa frente a tendencias in-
conscientes. Psicoanalíticamente hablando, por lo general, tales aseveracio-
nes están expuestas a crítica según una analogía señalada a menudo por la
doctrina marxista de la ideología: tienen una función objetivamente en-
cubridora, y es cosa del analista probar tanto su falsedad como su necesi-
dad y sacar a la luz lo oculto. Pero la crítica de una racionalización en tér-
minos de inmanencia psicológica en modo alguno se encuentra en una ar-
monía preestablecida con su contenido objetivo. La misma aseveración
puede ser a la vez verdad y mentira, según que se la mida con la realidad o

21
Véase Ernst Jones, «Rationalization in Every-Day Life», en Journal of Abnormal
Psychology, 1908.
por su posición en la psicodinámica; es más, tal carácter doble es esencial
en las racionalizaciones, porque el inconsciente sigue la línea de menor re-
sistencia, así que se arrima a lo que la realidad le presente, además de lo
cual, opera sin ser cuestionado tanto más cuanto más indiscutibles sean los
elementos reales en que se apoye. En la racionalización, que es al mismo
tiempo ratio y manifestación de lo irracional, el sujeto psicológico deja de
ser meramente psicológico. Por eso el analista orgulloso de su realismo se
vuelve un dogmático encabezonado en cuanto desplaza los elementos re-
ales de la racionalización en beneficio del sistema cerrado de la inmanencia
psíquica. Pero, a la inversa, igual de cuestionable sería una sociología que
aceptara las racionalizaciones à la lettre. La racionalización privada, el auto-
engaño del espíritu subjetivo, no es lo mismo que la ideología, no es la fal-
sedad del espíritu objetivo. No obstante, los mecanismos de defensa del
individuo vuelven una y otra vez a buscar refuerzos en los de la sociedad,
ya establecidos y acreditados muchas más veces. En las racionalizaciones,
esto es, en el hecho de que la verdad objetiva pueda entrar al servicio de la
mentira subjetiva, como se puede constatar de múltiples formas en la Psico-
logía social de los mecanismos de defensa típicos, no aflora a la luz sólo la
neurosis, sino también una sociedad falsa. Incluso la verdad objetiva es ne-
cesariamente mentira en tanto no sea la verdad completa del sujeto, y lo
mismo por su función que por su indiferencia hacia la génesis subjetiva es
apta para encubrir un interés meramente particular. Las racionalizaciones
son las cicatrices de la razón en estado de irracionalidad. Ferenczi, quizás el
menos errado y el más libre entre los psicoanalistas, no ha hecho otra cosa
que tratar las racionalizaciones del Superyó, esas normas colectivas de con-
ducta individual que la moral sin reflejos psicológicos aún llama conciencia
moral. Apenas hay otro lugar en que se muestre de forma tan contundente
la transformación histórica del psicoanálisis, su transición de ser un medio
radical de esclarecimiento e ilustración a serlo de la adaptación práctica a
las relaciones existentes. Antaño, del Superyó se recalcaban los rasgos
coercitivos, y se exigía del análisis que los liquidara. La intención ilustrada
no toleraba ninguna instancia de control que no fuera consciente, aunque
fuera para el control del inconsciente. De todo ello apenas si queda algo en
la literatura psicoanalítica actual. Una vez que Freud, a cuenta de las dificul-
tades del «sistema» originario formado por consciente, preconsciente e in-
consciente, hubo organizado la topología analítica en las categorías Ello, Yo
y Superyó, resultó ya cómodo orientar la imagen analítica de una vida co-
rrecta a la armonía entre esas instancias. En particular se ha dado como
explicación en el caso de los psicópatas, concepto hoy tabú, la carencia de
un Superyó bien desarrollado que, pese a todo, sería necesario en cierta
medida dentro de unos límites razonables. Sin embargo, tolerar irracionali-
dades sólo porque proceden de la sociedad y porque sin ellas no sería pen-
sable una sociedad organizada es hacer mofa de los principios psicoanalíti-
cos. La diferenciación, tan preferida últimamente, entre Superyó neurótico,
o sea «coercitivo», y sano, o sea consciente, tiene todas las trazas de una
construcción ad hoc. Un Superyó «consciente» perdería, junto con su invisi-
bilidad, la autoridad por la que sigue manteniéndolo firmemente esa teoría
apologética. No se puede mezclar la ética kantiana, en cuyo centro se en-
cuentra el concepto de conciencia moral pensado en términos ab-
solutamente no psicológicos y ordenado a lo inteligible, con el psicoanálisis
revisado, que pone frenos al esclarecimiento de lo psíquico por pura angus-
tia ante el hecho de que, en otro caso, a esa conciencia le podría ir el pes-
cuezo en ello. Kant sabía muy bien por qué oponía la idea de libertad a la
psicología: para él, el juego de fuerzas del que se ocupa el psicoanálisis
forma parte del «fenómeno», del reino de la causalidad. El núcleo de su
doctrina de la libertad es la idea, irreconciliable con lo empírico, de que la
objetividad moral tras la que se encuentra a su vez la idea de una correcta
organización del mundo nunca puede ser medida por la situación de los se-
res humanos que existan en un momento dado de esta o aquella forma. La
tolerancia psicológica que se dedica a embellecer la imagen de la conciencia
moral destruye precisamente esa objetividad, al valorarla como un puro
medio. Una «personalidad bien integrada» es una meta abyecta porque ex-
horta al individuo a un equilibrio de fuerzas que no puede existir en la so-
ciedad existente, porque esas fuerzas no tienen iguales derechos. Se le en-
seña al individuo a olvidar los conflictos objetivos que se repiten necesaria-
mente en cada cual, en lugar de ayudarle a desembarazarse de ellos. El
hombre integral que ya no notara ni rastro de la divergencia privada entre
las diversas instancias psicológicas, ni de lo irreconciliable de los deseos del
ello y del yo, con eso no habría superado en sí mismo la divergencia social.
Confundiría lo casual de las buenas oportunidades de su economía psíquica
con la situación objetiva. Su integración sería la falsa reconciliación con un
mundo irreconciliado, y es de suponer que brotaría de la «identificación con
el agresor», mera máscara escénica de la sumisión. El concepto de integra-
ción que hoy se abre paso cada vez más, sobre todo en la terapia, reniega
de los principios relativos a la génesis de lo psíquico, e hipostasía presuntas
fuerzas originarias del psiquismo tales como conciencia e instinto, entre los
que tendría que establecerse un equilibrio, en lugar de entenderlos como
elementos de una autoescisión que no se puede reparar en el terreno psí-
quico. La tajante polémica de Freud contra el concepto de psicosíntesis22,
una expresión inventada por puro amor propio por académicos con sentido
del negocio, para reclamar como suya la estructura y marcar a fuego los
conocimientos como mecanicistas, cuando no como pura descomposición,
debería extenderse también al ideal de integración, una copia desvaída de
esa antigua chapuza, «la personalidad».

22
«Pero no puedo creer... que con esa psicosíntesis nos caiga en suerte una nueva
tarea. Si me permitiera ser franco y descortés, diría que se trata de una frase sin
contenido. Me conformaré con señalar que sólo representa extender sin contenido
alguno una comparación, o... explotar ilegítimamente una denominación de ori-
gen... Lo psíquico es algo tan singularmente excepcional que ninguna comparación
aislada puede dar cuenta de su naturaleza... La comparación con el análisis químico
tropieza con sus límites en el hecho de que en la vida psíquica nos las tenemos que
haber con esfuerzos sometidos a una presión tendente a la unificación y a la sínte-
sis... El enfermo neurótico, por contra, nos pone frente a una vida psíquica desga-
rrada, hendida por obra de diversas resistencias, y al analizar, al apartar las resis-
tencias, esa vida psíquica va entretejiéndose al crecer, y la gran unidad que llama-
mos su yo va insertando en sí misma todas las excitaciones pulsionales que hasta
entonces estaban apartadas de ella, echadas a un lado. Así se cumple en el pacien-
te tratado analíticamente la psicosíntesis, sin nuestra intervención, automáticamen-
te y sin desviarse de su ruta... No es verdad que algo en el paciente esté descom-
puesto en sus elementos, algo que espera apaciblemente hasta que nosotros lo
compongamos de alguna manera» (Freud, GW, vol. 12, Londres 1947, Wege der
psychoanalytischen Therapie, pág. 184 y sigs.) (Nuevos caminos de la terapia psi-
coanalítica, OC, XVI).
Se puede dudar de que el concepto de hombre completo y pleno, des-
arrollado en todas sus facetas, resulte útil para continuar la verbena. Al
ideal del carácter genital, en boga hace veinte años entre psicoanalistas
que, entretanto, han llegado a preferir el de gente equilibrada con un well
developed superego, ya lo bautizó entonces Walter Benjamín como un Sig-
frido rubio. El ser humano «correcto», en el sentido del proyecto de Freud,
es decir, no mutilado por represiones, presentaría en la sociedad adquisitiva
existente un aspecto tan parecido como para confundirlo con el de un ani-
mal de rapiña con un sano apetito, y con ello se vería seriamente tocada
esa utopía abstracta de un sujeto realizado independientemente de la so-
ciedad que goza hoy de tal predilección como «imagen del ser humano».
Los reproches de la psicología a ese animal gregario que es su chivo ex-
piatorio los puede cargar la Teoría crítica de la sociedad, y con intereses, a
ese ser humano tan señorial cuya falsa libertad, cuya avidez neurótica sigue
siendo «oral» en tanto presupone la ausencia de libertad. Toda imagen del
ser humano es ideología, salvo en negativo. Si hoy, pongamos por caso, se
apela al hombre completo frente a los rasgos de la especialización enreda-
dos al hilo de la división del trabajo, se está prometiendo una prima a lo
más indiferenciado, tosco y primitivo, y al final, impera la extraversión de
los gogetters, de aquellos que son lo bastante repulsivos como para demos-
trar su hombría en una vida repulsiva. Todo lo que humanamente hablando
prefigura hoy en verdad un estado más elevado siempre es, al mismo tiem-
po, según el canon de lo existente, lo más dañado, y no, pongamos por ca-
so, lo más armónico. La tesis de Mandeville de que los vicios privados son
virtudes públicas permite que se la traslade a las relaciones entre psicología
y sociedad: lo que en términos caracteriales es cuestionable representa en
muchos aspectos lo que, objetivamente, es mejor: no el normal, sino el es-
pecialista capaz de resistir es quien mantiene la posibilidad «Statthalter» de
desembarazarse de las cadenas. Así como, en los principios de la era bur-
guesa, sólo la interiorización de la represión capacitó a los seres humanos
para aquel aumento de productividad que hoy y aquí podría obsequiarles
con cualquier derroche, también los defectos psicológicos representan en el
todo enrevesado algo radicalmente diferente de lo que representan en la
economía psíquica de cada individuo. La Psicología, por ejemplo, podría fá-
cilmente diagnosticar como neurótica la forma de conducta del coleccionista
de antaño, y ponerla en el mismo saco del síndrome anal; pero sin fijación
de la libido en las cosas no sería posible tradición alguna, ni la humanidad
misma. Una sociedad que se desembaraza de ese síndrome para tirar las
cosas como latas de conservas apenas sabe arreglárselas de otra forma con
los seres humanos. Se sabe también hasta qué extremo la investidura libi-
dinal de la técnica es un comportamiento de regresivos, pero, sin sus regre-
siones, difícilmente se habrían hecho los hallazgos técnicos que alguna vez
han de expulsar del mundo el hambre y el dolor sin sentido. Los psicólogos
pueden echarles olímpicamente en cara a los políticamente inconformistas
que no han dominado su complejo de Edipo, pero, sin su espontaneidad, la
sociedad seguiría siendo eternamente ésa que reproduce en sus miembros
el complejo de Edipo. Sea lo que fuere lo que se alce por encima de lo exis-
tente, se ve amenazado de ruina y con ello, la mayor parte de las veces,
entregado en manos de lo existente. Frente al sujeto sin subjetividad, ilimi-
tadamente capaz de adaptarse, lo contrario, el carácter, es ciertamente algo
arcaico. Al final, se manifiesta no como libertad, sino como fase recalentada
de la falta de libertad: en norteamericano, «he is quite a character» signifi-
ca lo mismo que ser una figura cómica, un extravagante, un pobre diablo.
Hoy no hay que criticar sólo, como sucedía aún en tiempos de Nietzsche, los
ideales psicológicos, sino el ideal psicológico en cualquiera de sus figuras. El
hombre ya no es la clave de la humanidad. Sino que los modales y las afa-
bilidades que gozan de aprobación hoy en día son meras variantes del juego
de la propaganda directiva.
La atención a prestar al Superyó divide arbitrariamente las explicaciones
psicoanalíticas. Pero, por otra parte, la proclamación de la ausencia de con-
ciencia moral en la sociedad sanciona el terror. Tanto peso tiene el conflicto
entre la comprensión social y la psicológica. Sigue siendo impotente el con-
suelo que ya se prefiguraba sin duda en Kant: que las realizaciones de la
conciencia moral, llevadas a cabo hasta ahora irracionalmente y con in-
decibles faux frais psicológicos, se pueden llevar a cabo también mediante
una comprensión consciente de las necesidades vitales de la generalidad, y
sin todo lo insano, en cuya denuncia consiste la filosofía de Nietzsche. La
idea de superar la antinomia entre lo general y lo particular es mera ideo-
logía en tanto la renuncia pulsional socialmente exigida al individuo no legi-
time su veracidad y necesidad, ni le procure más tarde al sujeto la meta
pulsional aplazada. La estruendosa instancia de la conciencia moral acalla
semejante irracionalidad. Los deseos de la economía psíquica y los del pro-
ceso vital de la sociedad no pueden llevarse a una fórmula común sin más
ni más. Lo que la sociedad reclama con razón de cada individuo para man-
tenerse con vida es siempre al mismo tiempo sinrazón para cada individuo,
y al final incluso para la sociedad; lo que a la Psicología se le antoja mera
racionalización es algo socialmente mucho más necesario. En una sociedad
antagónica, los seres humanos, cada individuo, es desigual a sí mismo, ca-
rácter social y psicológico a una,23 y en virtud de tal escisión, dañado a prio-
ri. No es gratuito que el arte realista burgués tenga como tema primordial el
que una existencia sin mutilar, sin merma, no pueda aunarse con la socie-
dad burguesa: desde Don Quijote, pasando por el Tom Jones de Fielding,
hasta llegar a Ibsen y a los modernistas. Lo correcto se torna falso, locura o
culpa.
Lo que al sujeto se le aparece como su propia esencia, aquello en lo que
cree tenerse a sí mismo frente a las necesidades sociales enajenadas, me-
dido con ellas es pura ilusión. Eso confiere a todo lo psicológico un elemento
de jactancia y nadería. Cuando la gran filosofía idealista, en Kant y en
Hegel, valoraba como casual e irrelevante la esfera ocupada por lo que hoy
se llama Psicología, frente a lo trascendental, lo objetivo del espíritu, con
ello escrutaba en la sociedad más a fondo que el empirismo, que se antoja
escéptico pero se mantiene en la fachada individualista. Casi se puede decir
que, cuanto mayor sea la precisión con que se comprenda al ser humano en
términos psicológicos, tanto más se aleja uno del conocimiento de su desti-
no social y de la sociedad, y con ello, del ser humano en sí mismo, sin que
por ello, de todas formas, la comprensión psicológica sacrifique su propia
verdad. Pero la sociedad presente es «totalitaria» también en que, en ella,
son los mismos seres humanos los que tratan de asemejarse quizás con

23
Walter Benjamín, «Zum gegenwärtigen gesellschaftlichen Standort des französis-
chen Schriftstellers» («Sobre la actual posición social del escritor francés»), en
Zeitschrift für Sozialforschung 3 (1934), pág. 66.
más energía que nunca a los rasgos de la sociedad; en que llevan ciega-
mente su autoenajenación hasta una imagen engañosa de igualdad entre lo
que son en sí y lo que son para sí mismos. Como adaptarse, si atendemos a
las posibilidades objetivas, ya no es necesario, la simple adaptación ya no
vale para soportar lo existente. La autoconservación ya sólo hace feliz al
individuo en la medida en que frustre la formación de su sí mismo, median-
te una regresión que él mismo ordena.
El yo es algo que sobreviene como forma de organización de todas las
excitaciones psíquicas, como el principio de identidad que llega a constituir
la individualidad, también en la psicología. Pero el Yo, «examinador de la
realidad», no limita meramente con algo no psicológico, externo, a lo que se
adaptaría, sino que se llega a constituir sobre todo a través de elementos
objetivos, sustraídos a la inmanencia del sistema psíquico, a través de la
adecuación de sus juicios a estados de cosas. Aunque originalmente algo
psíquico, debe poner un freno al juego de las fuerzas psíquicas y controlarlo
con la realidad: éste es un criterio capital de su «salud». El concepto del yo
es dialéctico, psíquico y no psíquico, un fragmento de libido y el represen-
tante del mundo. Freud no ha tratado esta dialéctica. De ahí que sus defi-
niciones del yo en términos de inmanencia psicológica se contradigan invo-
luntariamente unas a otras y rompan la clausura del sistema que perseguía.
De esas contradicciones, la más explosiva es la de que el yo, ciertamente,
incluya cuanto la conciencia lleva a cabo, pero se le presente en lo esencial
como inconsciente. La tópica externa y simplificadora le hace justicia sólo
de forma sumamente incompleta, al asignarle a la conciencia la capa más
exterior del yo, la zona directamente limítrofe con la realidad.24 Pero la con-
tradicción resulta de que el yo debe ser, como conciencia, lo contrario de la
represión, así como también, inconsciente de sí mismo, la instancia represo-
ra. Se puede muy bien remitir la introducción del Superyó a la intención de
ordenar en alguna medida unas relaciones poco claras. En conjunto, en el
sistema de Freud falta todo criterio satisfactorio para diferenciar entre fun-
ciones del yo «positivas» y «negativas», sobre todo en lo que se refiere a
sublimación y a represión. En su lugar, se apela al exterior y se invoca con
una confianza ciega el concepto de lo socialmente útil o productivo. Pero, en
una sociedad irracional, el yo no puede cumplir adecuadamente la función
que le ha sido asignada por esa misma sociedad. Necesariamente recaen
sobre el yo tareas psíquicas que no se pueden aunar con la concepción psi-
coanalítica del yo. Para poder afirmarse en la realidad, el yo ha de recono-
cerla y desempeñar conscientemente sus funciones. Para que el individuo
lleve a cabo las renuncias tan insensatas que le son impuestas, sin embar-
go, el yo tiene que establecer prohibiciones inconscientes y, más aún, man-
tenerse él mismo en la inconsciencia. Freud no ha silenciado que la renuncia
pulsional exigida al individuo no se corresponde con sus compensaciones,
que serían las únicas con que podría justificarla la conciencia.25 Pero como
la vida pulsional no obedece a la filosofía estoica de su investigador —nadie
sabía eso mejor que él— el yo racional no basta evidentemente según los
principios de la economía psíquica establecidos por Freud. El yo incluso ha
de volverse inconsciente, fragmento de la dinámica pulsional sobre la que

24
Freud, GW, vol. 15, loc. cit., pág. 63 y 81.
25
Freud, GW, vol. 7, Londres 1941, Die kulturelle Sexualmoral und die moderne
Sexualität (sic)», pág. 143 y sigs. «La moral sexual cultural y el nerviosismo mo-
derno», OC, XXI).
aun así ha de volver a elevarse. Las realizaciones cognoscitivas que el yo ha
de llevar a cabo por mor de la autoconservación, las ha de suspender al
mismo tiempo por mor de la autoconservación, la autoconciencia ha de
desdecirse de continuo. La contradicción conceptual, que tan elegantemente
se puede demostrar en Freud, no es culpa, por tanto, de una falta de lim-
pieza en la argumentación lógica, sino de la miseria de la vida. Su propia
estructura, sin embargo, predispone para ese doble papel a un yo que, en
cuanto soporte de la realidad, siempre es al mismo tiempo No-yo. En la
medida en que ha de representar tanto las necesidades libidinosas como las
de autoconservación real, imposibles de aunar con ellas, está sometido in-
eludiblemente a una exigencia excesiva. No dispone en modo alguno de esa
firmeza y seguridad de las que hace gala frente al ello. Grandes psicólogos
del yo como Marcel Proust han destacado precisamente esa fragilidad, la de
la forma de identidad psicológica. Con la culpa, desde luego, ha de cargar
menos el tiempo fugitivo que la dinámica consustancial a lo psíquico. Allí
donde el yo no alcanza su propia peculiaridad, su diferenciación, ha de efec-
tuar alguna regresión, sobre todo a lo que Freud llamó libido del yo,26 con la
que está estrechamente emparentado, o al menos mezclar sus funciones
conscientes con otras inconscientes. Lo que en realidad aspiraba a ir más
allá del inconsciente vuelve a entrar una vez más a su servicio y, de ese
modo, a fortalecer en lo posible sus impulsos. Este es el esquema psicodi-
námico de las «racionalizaciones».
La Psicología analítica del yo, hasta la fecha, no se ha dedicado con la
suficiente energía a seguir ese repliegue del yo al ello porque puede darse
como pretexto el del sistema freudiano con sus sólidos conceptos de yo y
ello. Al retraerse a lo inconsciente, el yo no se esfuma simplemente, sino
que guarda algunas de las cualidades que había adquirido como actor so-
cial. Pero las somete al primado de lo inconsciente. Así se pone a punto una
apariencia de armonía entre principio de realidad y principio de placer. Con
la trasposición del yo al inconsciente vuelve a modificarse la cualidad de la
pulsión, que se ve desviada por su parte hacia fines propiamente yoicos que
contradicen aquello a lo que va la libido primaria. La configuración de la
energía pulsional en que se apoya el yo —según el tipo analítico freudiano—
cuando llega a dar el paso hasta el sumo sacrificio, el de la conciencia mis-
ma, es el narcisismo. Apuntan a él con una fuerza probatoria incontroverti-
ble todos los hallazgos de la Psicología social27 referentes a las regresiones
predominantes en la actualidad, en las que el yo se niega y al mismo tiem-
po se endurece de una forma irracional y falsa. El narcisismo socializado
que caracteriza los movimientos y actitudes de masa del más reciente estilo
aúna sin contemplaciones la racionalidad parcial del interés propio con las
deformaciones irracionales del tipo destructivo y autodestructivo cuya inter-
pretación ha enlazado Freud con los hallazgos de Mac Dougall y Le Bon. La
introducción del concepto de narcisismo se cuenta entre sus descubrimien-
tos de más talla, sin que hasta hoy la teoría se haya mostrado a su altura.
En el narcisismo, al menos en apariencia, se salvaguarda la función de au-
toconservación del yo, pero al mismo tiempo se escinde de la función de
conciencia y queda abandonada en manos de la irracionalidad. Todos los

26
Freud, GW, vol. 13, loc. cit., Kurzer Abriß der Psychoanalyse, pág. 420 et passim
(Breve informe sobre el psicoanálisis, OC, XIX).
27
William Buchanan and Hadley Cantril, How Nations See Each Other, Urbana
1953, pág. 57.
mecanismos de defensa tienen un sello de narcisismo: el yo experimenta lo
mismo su debilidad frente a la pulsión que su impotencia real como «herida
narcisista».
El trabajo defensivo, sin embargo, se torna no consciente, apenas es el
mismo yo quien lo efectúa, sino un derivado psicodinámico, una libido por
así decir con impurezas, orientada al yo y, así, indiferenciada y sin sublimar.
Es cuestionable incluso que el yo ejerza la función represiva, la más impor-
tante de las llamadas defensas. Quizás haya que considerar que lo «repre-
sor» mismo sea libido rebotada de sus metas reales y dirigida así hacia el
sujeto, libido narcisista que luego, ciertamente, se fusiona con elementos
yoicos específicos. Entonces, la «psicología social» no sería en lo esencial
psicología del yo, como hoy gustaría tanto que fuera, sino psicología de la
libido. Represión y sublimación pasaban para Freud por igualmente preca-
rias. Consideraba el quantum de libido del ello a tal punto mayor que el del
yo que, en caso de conflicto, aquél volvería siempre a afirmar su suprema-
cía. No es sólo que, como los teólogos enseñan desde siempre, el espíritu
sea voluntarioso pero la carne débil, sino que los mismos mecanismos de
formación del yo son frágiles. De ahí que se asocie con tal facilidad preci-
samente a regresiones hechas, mediante su sometimiento, a medida de la
pulsión. Esto les da alguna razón a los revisionistas cuando le reprochan a
Freud haber subestimado los elementos sociales mediados por el yo y aun
así psicológicamente relevantes. Karen Horney, por ejemplo, opina contra
Freud que sería ilegítimo retrotraer el sentimiento de impotencia a la prime-
ra infancia y al complejo de Edipo; provendría de la impotencia social real
tal como se puede haber experimentado ya en la infancia, asunto del que
Horney se muestra desinteresada. Ahora bien, ciertamente sería dogmático
distinguir ese sentimiento de impotencia omnipresente, y descrito con tal
sutileza precisamente por los revisionistas,28 de sus condiciones sociales
actuales. Pero las experiencias de impotencia real son todo menos irraciona-
les; e incluso apenas algo psicológico. Sólo ellas permiten esperar alguna
resistencia frente al sistema social, mientras los seres humanos no lo hayan
hecho suyo. Lo que éstos saben de su impotencia en la sociedad forma par-
te del yo, desde luego de la gran malla de sus relaciones con la realidad y
no sólo de su juicio plenamente consciente. Pero tan pronto como la expe-
riencia se torna también «sentimiento» de impotencia, hace su aparición lo
específicamente psicológico: a saber, que precisamente los individuos no
son capaces de experimentar su impotencia, de verla con sus propios ojos.
Una tal represión de la impotencia apunta no sólo a la desproporción entre
el individuo y la fuerza que tiene en el conjunto, sino aún más al narcisismo
herido, y a la angustia de ver que esa falsa superpotencia, puestos ante la
cual tienen todas las razones para doblegarse, propiamente está compuesta
por ellos mismos. Tienen que reelaborar como «sentimiento» la experiencia
de su impotencia y hacer que sedimente psicológicamente, para evitar así
enfrentarse con ella. La interiorizan, como sucede desde siempre con los
mandamientos sociales. La psicología del yo despierta la psicología del ello
con ayuda de la demagogia y la cultura de masas, que meramente adminis-
tran lo que les suministra como materia prima la psicodinámica de aquéllos
con los que ellas amasan masas. Al yo apenas le queda sino cambiar la rea-
lidad o retraerse de nuevo al ello. Cosa que se malinterpreta por parte de

28
Erich Fromm, «Zum Gefühl der Ohnmacht» (Sentimiento de impotencia), en
Zeitschrift für Sozialforschung 6 (1937), pág. 95 y sigs.
los revisionistas como simple estado de cosas de la psicología del yo que
ocupa el primer plano. En realidad, se movilizan selectivamente aquellos
mecanismos de defensa infantiles que, según la situación histórica, mejor
se adapten al esquema de los conflictos sociales del yo. Sólo esto, y no el
tan citado cumplimiento de deseos, llega a explicar la autoridad de la cultu-
ra de masas sobre los hombres. No existe ninguna «personalidad neurótica
de nuestra época» —ya el simple nombre es una maniobra de diversión—,
sino que la situación objetiva les señala su dirección a las regresiones. Se
dan más conflictos en el área del narcisismo que hace sesenta años, mien-
tras que las histerias de conversión retroceden. Tanto más inconfundibles
son las manifestaciones de tendencias paranoides. Está por ver si realmente
hay más paranoicos que antes; faltan cifras comparativas incluso en el pa-
sado más reciente. Pero desde luego una situación que amenaza a todos y
que exagera las fantasías paranoides con diversas incitaciones invita especí-
ficamente a la paranoia, a la que quizás le sean particularmente favorables
las situaciones dialécticas de encrucijada histórica. Frente al historicismo de
fachada de los revisionistas, tiene plena vigencia la perspicaz comprensión
de Hartmann de que una estructura social dada selecciona específicas ten-
dencias psicológicas,29 y no las «expresa», por ejemplo. En contradicción
con la cruda doctrina freudiana de la atemporalidad del inconsciente, con
toda certeza intervienen componentes históricos concretos ya en la tempra-
na experiencia infantil. Pero las formas miméticas de reacción de niños pe-
queños que perciben que el padre no les garantiza la protección por la que
temen, ésas no son del yo. Precisamente frente a esas formas incluso la
Psicología de Freud resulta demasiado «yoica».
Su gran descubrimiento de la sexualidad infantil sólo llega a desprender-
se de lo que tiene de brutal cuando aprende a entender las excitaciones in-
finitamente sutiles y a la vez, sin embargo, completamente sexuales de los
niños. Su mundo perceptivo es tan diferente del de los adultos que en él un
aroma fugaz o un gesto pertenecen a un orden de cosas de esa magnitud
tan grande que el analista, conforme al patrón del mundo adulto, quisiera
concederle únicamente a la observación del coito parental.
En parte alguna se hacen más claras las dificultades ante las que el yo
pone a la Psicología que en la teoría de Anna Freud sobre los llamados me-
canismos de defensa. Esa autora parte de lo que el análisis entiende como
resistencia a la toma de conciencia del ello. «Como la tarea del método ana-
lítico es crear un acceso a la conciencia para las ideas (Vorstellungen) que
representan la pulsión reprimida, y por tanto fomentar tales choques, la
acción defensiva del yo contra la representación de la pulsión se torna au-
tomáticamente en resistencia contra el trabajo analítico.»30 El concepto de
defensa, subrayado ya por Freud en los «Estudios sobre la histeria»,31 se
aplica luego al conjunto de la psicología del yo y se redacta una lista de
nueve mecanismos de defensa, reconocidos a partir de la práctica clínica,
todos los cuales al parecer deberían representar medidas inconscientes

29
Heinz Hartmann, loc. cit., pág. 388.
30
Anna Freud, Das Ich und die Abwehrmechanismus, Londres 1946, pág. 36 y sigs.
(El yo los mecanismos de defensa).
31
Sigmund Freud, GW, vol. I, Londres 1952, Zur Psychotherapie der Hysterie, pág.
269 (La psicoterapia de la histeria, en OC, II, Breuer, J. y Freud, S., Estudios sobre
la histeria).
adoptadas por el yo contra el ello: «represión, regresión, formación reacti-
va, aislamiento, anulación retroactiva, proyección, introyección, vuelta hacia
la propia persona, transformación en lo contrario».32 A los que «viene a su-
marse aún un décimo que corresponde más bien al estudio de la normalidad
que al de las neurosis, a saber, la sublimación o desplazamiento de la meta
pulsional».33 La duda despertada por la enumerabilidad de esos meca-
nismos, tan pulcramente separados, se confirma con una observación más
detallada. Ya Sigmund Freud había hecho del concepto originariamente cen-
tral de represión un mero «caso especial de defensa».34 Pero es incuestio-
nable que represión y regresión, que él sabiamente nunca deslindó con ri-
gor, cooperan en todas las «actividades yoicas» presentadas por Anna
Freud, mientras que otras de esas actividades, como la «anulación retroac-
tiva» o la «identificación con el agresor»,35 descrita de forma muy plausible
por Anna Freud, apenas se pueden incluir en el mismo plano lógico que el
mecanismo de represión y regresión, como casos particulares del mismo. En
esa yuxtaposición de mecanismos bastante heterogéneos se manifiesta le-
vemente un cierto desánimo de la rígida teoría frente al material de obser-
vación empírica. De una forma aún más fundamental que Freud, su hija re-
nuncia a deslindar represión y sublimación, al subsumirlas ambas en el con-
cepto de defensa. Lo que en Freud todavía podía pasar por «logro cultural»,
a saber, el logro psíquico que no favorece directamente la satisfacción pul-
sional o la autoconservación, para ella vale en realidad como patológico, y
no es en absoluto la única. Así, la actual teoría psicoanalítica cree agotar el
fenómeno de la música con la tesis, basada en observaciones clínicas, de
una defensa frente a la paranoia, y sólo con que fuera consecuente, tendría
que proscribirla.36 Ahí ya no se está demasiado lejos de ese psicoanálisis
biográfico que cree poder expresar lo esencial sobre Beethoven con señalar
los rasgos paranoicos de la persona privada, y preguntarse luego con
asombro cómo un hombre así puede haber escrito una música cuya fama
más bien se les impone como una verdad que su sistema les impide com-
prender. Ese tipo de relaciones entre la teoría de la defensa y la nivelación
del psicoanálisis al plano de un principio de realidad interpretado de modo
conformista no escasean ni siquiera en el texto de la misma Anna Freud. Le
dedica un capítulo a la relación entre el yo y el ello en la pubertad. Para
ella, la pubertad es esencialmente el conflicto entre el «impacto de la libido
en lo psíquico»37 y la defensa frente al ello mediante el yo. A ese conflicto
se subordina también la «intelectualización en la pubertad».38 «Hay un tipo
de adolescentes en los que el salto hacia delante en el desarrollo intelectual
no es menos sorprendente y llamativo que el proceso de desarrollo en otros
terrenos... los intereses concretos del período de latencia, que tienen su
inicio en la edad prepúber, pueden transformarse en abstractos de forma
llamativa. En particular esos jóvenes aniñados que Bernfeld ha descrito co-

32
Anna Freud, loc. cit., pág. 52.
33
loc. cit.
34
Sigmund Freud, GW, vol. 14, Londres 1948, Hemmung, Symptom und Angst,
pág. 196, (Inhibición, síntoma y angustia, OC, XX) y Anna Freud, loc. cit., pág. 51.
35
Anna Freud, loc. cit., pág. 125 y sigs.
36
Respecto a las controversias psicoanalíticas sobre la música, véase en especial
Heinrich Racker, «Contribution to Psychoanalysis of Music», en American Imago,
Vol. VIII, n. 2 (junio de 1951), pág. 129 y sigs., en especial pág. 157.
37
Anna Freud, loc. cit., p. 167.
38
loc. cit., pág. 182.
mo el tipo de "pubertad prolongada" tienen una exigencia incansable de
pensar y dar vueltas a temas abstractos y hablar sobre ellos. Muchas amis-
tades juveniles se fundan y se mantienen sobre la base de esa necesidad de
darles vueltas y discutirlos en común. Los temas de los que esos jóvenes se
ocupan y los problemas que tratan de resolver abarcan un ámbito muy ex-
tenso. Habitualmente se trata de las formas de amor libre o de matrimonio
y fundación de una familia, de la libertad o del trabajo, de viajar o de es-
tablecerse en alguna parte, de cuestiones relativas a alguna concepción del
mundo como la religión o el librepensamiento, de las diferentes formas de
la política, de revolución o sometimiento, de la amistad misma en todas sus
formas. Cuando en el análisis tenemos ocasión de recibir información veraz
sobre las conversaciones de los jóvenes, o bien, como han hecho muchos
investigadores de la pubertad, de seguir los diarios y anotaciones de los jó-
venes, no sólo nos sentimos sorprendidos por la amplitud y la ausencia de
restricciones del pensamiento juvenil, sino también llenos de respeto por la
proporción de empatía y comprensión, por la manera, aparentemente tan
meditada que en ocasiones casi se diría sabiduría, que tienen de tratar los
problemas más complicados.»39 Pero ese respeto se esfuma rápidamente:
«Nuestra posición se modifica si orientamos luego nuestra observación, no
ya a seguir los procesos intelectuales mismos, sino al modo en que se inser-
tan en la vida del joven. Entonces encontramos con asombro que todos
esos elevados logros intelectuales tienen poco o casi nada que ver con el
comportamiento del joven. Su empatía para con la vida anímica de otro no
le aparta de la más ruda desconsideración para con sus objetos más próxi-
mos. Su elevada concepción del amor y de la obligación contraída por el
amante no tiene influencia alguna sobre las constantes infidelidades y cru-
deza de sentimientos de que se hace responsable en sus tornadizos enamo-
ramientos. La inserción en la vida social no se ve facilitada lo más mínimo
por el hecho de que su comprensión e interés en la cuestión de cómo está
estructurada la sociedad sobrepasen, a menudo ampliamente, a los de años
posteriores. La multiplicidad de sus intereses no le impide al joven con-
centrar en realidad su propia vida en un sólo punto: ocuparse de su propia
personalidad».40
Con semejantes juicios el psicoanálisis, que una vez partió dispuesto a
quebrantar el poder de la imagen paterna sobre los hombres, se lanza re-
sueltamente del lado de los padres que, o bien dejan caer los labios en una
media sonrisa ante las ideas de altos vuelos de sus hijos, o bien confían en
que la vida les enseñe modales, y que tienen por más importante ganar di-
nero que hacerse ideas estúpidas. Y se tilda de narcisismo al espíritu que se
distancia de los fines inmediatos, al que se le da la oportunidad de ese par
de años en los que dispone de sus propias fuerzas antes de que la presión
de tener que ganarse la vida las absorba y abotague. La impotencia y los
posibles fallos de quienes aún sigan creyendo que ello sería posible son
convertidos en delito de arrogancia; se le achaca así a una insuficiencia
subjetiva aquello de lo que tiene mucha más culpa el orden que lo vuelve a
impedir una y otra vez, y que rompe en los seres humanos aquello en lo
que son diferentes. La teoría psicológica de los mecanismos de defensa se
viene a alinear así en la tradición de la antigua enemistad burguesa hacia el
espíritu. De cuyo arsenal se saca incluso ese estereotipo que, ante la impo-

39
loc. cit., pág. 183 y sigs.
40
loc. cit., pág. 184 y sigs.
tencia del ideal, no denuncia las condiciones que lo ahogan, sino al ideal y a
quienes siguen alimentándolo en sí mismos. Ya puede diferir lo que Anna
Freud llama el «comportamiento de los jóvenes» del contenido de sus con-
ciencias, y desde luego por causas reales no menos que por motivaciones
psicológicas, que, aun así, precisamente esa diferencia contiene un poten-
cial más elevado que la norma de identidad inmediata entre ser y concien-
cia: la de que uno sólo podría pensar de la misma manera en que logre ir
saldando su existencia. Como si en los adultos faltaran las maneras descon-
sideradas, la infidelidad y la crudeza de sentimientos que Anna Freud les
reprocha a «los jóvenes». Es sólo que, más adelante, a la brutalidad se le
extravía esa ambivalencia que por lo menos sí le resulta apropiada mientras
está peleando con el conocimiento de qué es lo mejor posible, y revolvién-
dose contra aquello con lo que más tarde se identificará. «Sabemos», dice
Anna Freud, «que aquí no se trata en absoluto de intelectualidad en el sen-
tido ordinario.»41
La intelectualidad «en el sentido ordinario», por muy ordinaria que sea,
se le pasa por las narices al joven quimérico sin que la Psicología reflexione
en que incluso la más «ordinaria» procede de la intelectualidad menos ordi-
naria, ni en que prácticamente ningún intelectual era tan ordinario de bachi-
ller o de estudiante como luego, cuando anda trapicheando de oficio con el
espíritu en la lucha competitiva. El joven, al que Anna Freud le concede co-
mo privilegio que «evidentemente ya siente satisfacción con sólo pensar,
darle vueltas a algo y discutirlo»,42 tiene todas las razones para darse por
satisfecho: en lugar de «encontrar un hilo conductor para sus asuntos»43
como un probo ciudadano, tiene que desacostumbrarse lo bastante y con
rapidez a su privilegio. «Las imágenes ideales de amistad y fidelidad eterna
no deben ser otra cosa que un reflejo de la preocupación por su propio yo,
el cual ya ventea qué poco sostenibles se han vuelto todas sus nuevas y
tormentosas relaciones objétales»,44 se dice algo más adelante, y hay que
agradecerle a Margit Dubowitz, de Budapest, la indicación de que «cuando
los jóvenes andan rumiando el sentido de la vida y de la muerte, eso signifi-
ca un reflejo del trabajo de destrucción en su propio interior».45 Está por ver
si esa pausa para tomar aliento, que la existencia burguesa concede al me-
nos a los mejor situados que se ofrecen como material de prueba del psi-
coanálisis, es en la práctica tan vana e incapaz para la acción como lo pare-
ce en los pacientes asociados por un diván; pero lo que es seguro es que no
habría ni siquiera amistad o fidelidad, ni ideas de ninguna clase sobre nada
esencial, sin esa pausa. Es a ahorrársela, desde luego, a lo que se prepara
la sociedad actual, en el sentido y con la ayuda del psicoanálisis integrado.
El balance de ejercicio de la economía psíquica ha de asentar necesariamen-
te como defensa, ilusión y neurosis todo aquello con lo que el yo ataca a las
condiciones que obligan a la defensa, a la ilusión y a la neurosis; el psicolo-
gismo consecuente que substituye la génesis del pensamiento por su verdad
se convierte en sabotaje a la verdad, y le presta socorro a la negativa situa-
ción cuyo reflejo subjetivo condena al mismo tiempo. La burguesía tardía es
incapaz de pensar validez y génesis en su unidad y diferencia al mismo

41
loc. cit., pág. 185.
42
loc. cit., pág. 186.
43
loc. cit., pág. 185 y sigs.
44
loc. cit., pág. 187.
45
loc. cit., pág. 187, nota.
tiempo. El muro del trabajo coagulado, el resultado hecho presente, le re-
sulta impenetrable y se ha convertido en eterno, mientras por otra parte le
retira a la verdad la dinámica que, como trabajo que es, constituye uno de
sus elementos objetivos, y la traslada a la subjetividad aislada. Pero así, la
parte que le corresponde al dinamismo subjetivo se ve degradada al rango
de mera apariencia, y al mismo tiempo, aplicada contra la comprensión de
la verdad: toda comprensión de ese tipo se hace sospechosa de nadería
como mero reflejo del sujeto. La lucha de Husserl contra el psicologismo,
que coincide exactamente en el tiempo con el surgimiento del psicoanálisis,
la doctrina del absolutismo lógico que separa en todos y cada uno de sus
grados la validez de las figuras espirituales de su génesis para fetichizarla
luego, constituye el complemento de una manera de proceder que de lo es-
piritual percibe tan sólo la génesis, no su relación con la objetividad, y que
finalmente desmonta la misma idea de verdad en favor de la reproducción
de lo existente. Ambos puntos de arranque, enfrentados de forma extrema,
y surgidos ambos además en la Austria de un semifeudalismo obsoleto y
apologético, fueron a parar a lo mismo. Una vez que algo es como es, se lo
absolutiza como contenido de «intenciones», o bien se lo pone a buen re-
caudo de toda crítica mediante la subordinación de ésta, por su parte, a la
Psicología. Las funciones yoicas que el psicoanálisis separa tan penosamen-
te están inseparablemente machihembradas. La verdad es que su diferencia
es la que hay entre las pretensiones de la sociedad y las del individuo. De
ahí que en la psicología del yo no se dejen separar ovejas de carneros. El
originario método catártico exige que lo inconsciente se convierta en cons-
ciente. Pero como la teoría freudiana define al yo como algo contradictorio
que en la práctica hay que domeñar, a la vez también como instancia repre-
sora, con una lógica del todo consecuente el análisis debe desmontarlo, en
particular los mecanismos de defensa que se manifiestan en las resisten-
cias, sin que, al mismo tiempo, sea siquiera concebible alguna identidad del
principio yoico frente a la multiplicidad de los impulsos que pugnan por
abrirse paso a través de él. De ahí se sigue en la práctica terapéutica el ab-
surdo de que los mecanismos de defensa han de ser quebrantados o forta-
lecidos, según el caso; una perspectiva que Anna Freud aprueba expresa-
mente.46
En los psicóticos hay que cuidar las defensas, en los neuróticos, vencer-
las. En aquéllos, la función defensiva del yo ha de impedir el caos instintivo
y el derrumbe, y uno se da por satisfecho con una «supportive therapy». En
la neurosis, uno se atiene firmemente a la técnica catártica tradicional, por-
que aquí el yo sí podría zanjar el asunto con la pulsión. Esa disparatada
praxis dualista se establece a todo lo largo y ancho del psicoanálisis, pasan-
do por encima del estrecho parentesco de principio entre neurosis y psicosis

46
«La situación de defensa por angustia ante la energía de la pulsión es la única en
la que el psicoanalista no puede mantener sus promesas. Esa seria lucha del yo
frente al desbordamiento por parte del ello, como por ejemplo en el brote psicótico,
es sobre todo un asunto cuantitativo. El yo sólo reclama como auxilio en esa lucha
más fuerza. En donde el análisis puede darla haciendo conscientes contenidos del
ello, actúa también en ese caso como terapia. Pero donde el análisis, al hacer cons-
cientes las actividades yoicas inconscientes, descubre y desactiva los procesos de-
fensivos, actúa como debilitamiento del yo y favorece el proceso de la enfermedad»
(Anna Freud, loc. cit., pág. 76 y sigs.). Pero, según la teoría, esa «situación única»,
de angustia ante la energía de la pulsión, está en la base de toda defensa.
que el psicoanálisis enseña. Si se piensa realmente en un continuo entre la
neurosis compulsiva y la esquizofrenia, es injustificable urgir aquí a tomar
conciencia y tratar allí de mantener al paciente «funcionalmente capacita-
do», protegiéndole allí del mayor de los peligros de lo que aquí se propone
como curativo. Cuando recientemente se pasa a contar la debilidad yoica
entre las estructuras neuróticas esenciales,47 parece cuestionable un proce-
der como ése, que castra más aún al yo. El antagonismo social se reproduce
en las metas del análisis, que ya no sabe ni quiere saber adonde pretende
llevar al 'paciente, a la felicidad de la libertad o a la felicidad en ausencia de
libertad. Se retira del asunto, tratando catárticamente durante largo tiempo
a los pacientes pudientes que pueden pagarlo, pero prestando meramente
un apoyo terapéutico a los pobres, que tienen que estar rápidamente en
disposición de ganar; una distinción que hace del rico un neurótico y del
pobre un psicótico. Con lo que encaja la estadística que ha constatado co-
rrelaciones entre esquizofrenia y nivel social inferior.48 Queda abierta la
cuestión de si, por lo demás, es preferible el procedimiento profundo al su-
perficial, y asimismo la de si no saldrán mejor parados los pacientes que al
menos siguen siendo capaces de trabajar, y que no tienen que hipotecar su
alma al psicoanalista, letra por letra, contra la vaga perspectiva de que al-
gún día se cancele una transferencia que cada año se hace más fuerte. Has-
ta la misma terapia psicológica se ve aquejada por la contradicción entre
Psicología y Sociología: empiece lo que empiece, es falso. Disuelve las resis-
tencias, y entonces el análisis debilita al yo, y la fijación en el analista es
más que un estadio transitorio, para ser preciso, un sucedáneo de aquella
instancia que se le sustrae al paciente; fortalece al yo, y entonces fortalece
conforme a la teoría ortodoxa también las fuerzas mediante las cuales se
mantiene lo inconsciente allí debajo, los mecanismos de defensa que autori-
zan al inconsciente a seguir poniendo a la obra su naturaleza destructiva.
La psicología no es ninguna reserva de lo particular protegida de la ge-
neralidad. Cuanto más crecen los antagonismos sociales, más pierde a ojos
vistas su sentido el concepto de cabo a rabo liberal e individualista de psico-
logía. El mundo preburgués no conocía aún la psicología, el mundo total-
mente socializado, ya no. A éste es al que corresponde el revisionismo psi-
coanalítico. Resulta adecuado al desplazamiento de fuerzas operado entre
sociedad e individuo. El poder social ya apenas necesita esos agentes me-
diadores, yo o individualidad. Esto se manifiesta precisamente como un cre-
cimiento de la llamada Psicología del yo, mientras en realidad la dinámica
psicológica individual se substituye por la adaptación en parte consciente y
en parte regresiva del individuo a la sociedad. Se inyectan en la maquinaria
unos rudimentos irracionales, y además, precisamente como lubrificante de
la humanidad. Los tipos más contemporáneos son esos que ni tienen yo ni
actúan en puridad inconscientemente, sino que en su conducta refleja sir-
ven de espejo a los rasgos objetivos. Les es común practicar un ritual insen-
sato, siguen el ritmo compulsivo de la repetición, y se empobrecen afecti-
vamente: con la destrucción del yo aumenta el narcisismo o sus derivados
colectivos. La diferenciación contrarresta la brutalidad del exterior, de la
sociedad niveladora total, y aprovecha el núcleo primitivo del inconsciente.

47
Herrmann Nunberg, «Ichstärke und Ichschwäche», (Fortaleza y debilidad del yo)
en Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, vol. 24, 1939.
48
August B. Hollinghead and Frederick C. Redlich, «Social Stratification and Schizo-
phrenia», en American Sociological Review, vol. 19, n. 3, pág. 302 y sigs.
Ambas concuerdan en aniquilar la instancia mediadora; los estímulos arcai-
cos triunfantes, la victoria del ello sobre el yo, armoniza con el triunfo de la
sociedad sobre el individuo. El psicoanálisis, en su figura auténtica e históri-
camente ya rebasada, alcanza su verdad en cuanto informa sobre los pode-
res de la destrucción que proliferan en lo particular en medio de la genera-
lidad destructora. Queda de falso en él lo que no obstante ha aprendido del
movimiento histórico, su pretensión de totalidad, que frente a lo que ase-
guraba el primer Freud, a saber, que el análisis únicamente quería añadir
algo a lo ya conocido, culmina en esa sentencia de que «tampoco la So-
ciología, que trata del comportamiento de los seres humanos en sociedad,
puede ser otra cosa que Psicología aplicada».49 Hay, o hubo, un terreno na-
tal del psicoanálisis de una evidencia específica; cuanto más se aleja de él,
más se cierne sobre sus tesis la alternativa de la superficialidad o el sistema
delirante. Cuando alguien se trabuca y se le escapa una palabra con reso-
nancias sexuales, cuando tiene una agorafobia o cuando una muchacha es
sonámbula, el análisis no sólo tiene sus mejores oportunidades terapéuticas
sino también su objeto adecuado, el individuo como mónada, relativamente
independiente, como un puesto de observación de los conflictos inconscien-
tes entre la excitación pulsional y la prohibición. Cuanto más se aleja de esa
zona, de una manera tanto más dictatorial ha de cambiar el rumbo, tanto
más ha de arrastrar lo que forma parte de la realidad al reino de sombras
de la inmanencia psíquica. Su ilusión, a ese respecto, no carece en absoluto
de semejanzas con la de «omnipotencia del pensamiento» que él mismo
critica como ilusión infantil. La culpa no hay que cargarla por ejemplo al
hecho de que el yo fuera una segunda fuente independiente de lo psíquico
frente al ello, donde el psicoanálisis se habría concentrado con razón en la
medida en que tenía todavía su objeto adecuado, sino a que, para bien o
para mal, el yo se ha independizado de la pura inmediatez de las estimula-
ciones pulsionales, con lo que además ha llegado a surgir por primera vez el
terreno del psicoanálisis, esa zona de conflicto. El yo, como algo que ha lle-
gado a surgir, es un fragmento de pulsión y a la vez otra cosa. Eso es algo
que la lógica psicoanalítica no puede pensar, y tiene que reducir todo al co-
mún denominador de lo que el yo fue una vez. Al revocar la diferenciación
llamada yo, el análisis se convierte en lo último que quería ser: un fragmen-
to de regresión. Pues lo esencial no es lo abstractamente repetido, sino lo
general en tanto que diferenciado. Lo humano se forma como sensibilidad
para la diferencia sobre todo en su experiencia más poderosa, la de los
sexos. El psicoanálisis, en su nivelación de todo lo que llama inconsciente, y
finalmente de todo lo humano, parece estar sometido a un mecanismo pro-
pio del tipo homosexual: no ver lo que sea diferente. Así, los homosexuales
muestran una especie de daltonismo de la experiencia, la incapacidad para
reconocer lo individualizado; para ellos, todas las mujeres son en un doble
sentido «iguales».
Ese esquema, la incapacidad de amar —pues amor quiere decir, inextri-
cablemente, lo general en lo particular— es la base de la frialdad analítica,
atacada demasiado superficialmente por los revisionistas, que se amalgama
con una tendencia a la agresión que debe ocultar la verdadera dirección de
la pulsión. No sólo ni por vez primera en su forma decadente que circula por
el mercado, ya en su origen el psicoanálisis se amolda a la cosificación im-

49
Sigmund Freud, GW, vol. 15, loc. cit., pág. 194.
perante. Cuando un célebre pedagogo psicoanalítico plantea como axioma
que hay que asegurarles a los niños asociales o esquizoides cuánto se les
quiere, esa pretensión de amar a un niño repulsivamente agresivo se mofa
de todo aquello por lo que se esforzaba el psicoanálisis; precisamente Freud
ya había rechazado una vez el mandamiento de amar a los seres humanos
indiscriminadamente.50 Semejante amor está a la par con el desprecio por
los seres humanos; por eso resulta tan apto como rama profesional de los
salvadores de almas. Por sus mismos principios tiende a capturar y con-
trolar las excitaciones espontáneas que pone en libertad: lo indiferenciado,
el concepto en el que subsume las desviaciones, es en todos los casos un
fragmento de dominación. La técnica que había sido concebida para curar la
pulsión de su moldeado burgués la amolda mediante su emancipación mis-
ma. Ejercita a los humanos, a los que descorazona, para llegar a reconocer
su pulsión como miembros útiles del todo destructivo.

50
«Un amor que no selecciona nos parece que sacrifica una parte de su propio va-
lor, al hacerle injusticia al objeto... no todos los hombres son dignos de ser ama-
dos» (Freud, GW, vol. 14, loc. cit., Das Unbehagen in der Kultur, pág. 461 (El ma-
lestar en la cultura, OC, XXI).
••
•• <~-'

•• 12

•• 2
••
•• TIORII
••
••
•• THEODOR W. ADORNO

••
•• DISCURSO SOBRE LÍRICA Y SOCIEDAD

••
••
••
••
••
••

--,
••
••
Tanto "Discurso sobre l1rlca y ••
sociedad" como "El artista como
lugarteniente" están extraídos de
Notas de literatura (Ariel, Barcelona, ••
1962. Traducción de M. Sacrlstlln). El
primero de estos
originalmente la
artículos
forma de
tuvo
una ••
conferencia para la emisora RIAS
Berlín. Tras haber sido revisada
varias veces fue publicada en 195 7
DISCURSO SOBRE LIRICA Y SOCIEDAD ••
en Akzente. • El artista
lugarteniente" también fue, en un
primer momento, una conferencia y
como
Ante el anuncio de una conferencia acerca de Hrica y socie- ••
••
dad muchos de ustedes se sentirán inquietos. Esperarán una con-
fue emitidas por la Bayerischer sideración socioMgica de esas que pueden pegarse a voluntad
Rundfunk para luego ser publicada en a cualquier objeto, del mismo modo que hace .ciócuenta afios se

••
el Merkur, VII, 1953, 11. inventaban psicolog(as -y, hace treinta, fenomenologías- de
todas las cosas imaginables. Sentirán además la so~• de que
Los textos restantes son la discusión de las condiciones bajo las cuales nacen- las formacío-
parágrafos pertenecientes
diferentes capítulos de la reon·a
·Estética·· (Taurus, Barcelona, 1986.
a ·nes ]fricas y las condiciones de su efecto va a situarse petulante-
mente en el lugar de la experiencia de las formaciones mismas;
·1a sospecha de que subsunciones y relaciones repriman la percep-
••
Traducción de F. Riaza). Aprovechando
la naturaleza fragmentaria del libro y
considerando, ademlls, el hecho de
ción comprensiva de la verdad o no verdad del objeto. Irritar,
a ustedes que un intelectual se haga culpable de. lo que Hegel
reprochó al "intelecto forna!", a saber, que contemplando desde
••
que los segmentos que lo componen
no hayan encontrado su
definitivo debido a la muerte de
orden
arriba el todo, se encuentra por encima de la existencia individual
de que habla, o sea, que no la ve, sino que sólo la etiqueta. Lo
penoso de un tal proceder les resultara especialmente perceptible
••
Adorno,
dispuestos
los textos
obedeciendo
han
a
sido
un
en la lliica. Lo más tierno, lo más frágil, va a ser hollado, puesto
precisamente en el torbellino del ~ue, al menos en el ideal del ••
••
recorrido de lectura particular: esta 5_!:Dtido tradicional de la !frica, cjürere mantenerse intocado. Una
secuencia no coincide con la esfera de expresi6n que tiene precisamente su esencia en no
.. .. , _ : _ _ ,,. .J- ·-- _,.,: .......... ,. , ., t 1 ,._._ •. ------
Ul~IJU~lt,,;IUII VI 1511101 vv ,v,_, ._.,..,~..,, ...,..,. lt:l.:VUU\.:t:l u t::U ~UFUll \..VU ~ pinnv;) ui:;: tG u1;,,wu1o..Ja - ... v,uv

· ocurre en Baudelaire o en Nietzsche- la persocialización, va


• a ser arrogantemente convertida, por el tipo de consideración que
esperan, en lo contrario precisamente de lo que ella se sabe ser, ••
(Puede hablar, preguntaran ustedes, de ]frica y sociedad un hom-
bre que no carezca de musas? ; ·
No puede, evidentemente, hacerse frente a esa sospecha sino
••
••

••
••
•• 54 NOTAS DB Ull!IIATORA DISCURSO SO_BRE LÚuCA Y SOCDIDAD

ción. Para poder ser contemplados estéticamente exigen siempre


55

••
absteniéndose de abusar de las formaciones líricas como objetos
de d~ostraci~n de tesis sociológicas y consiguiendo que su refe.. ser pensados. y el pensamiento, una vez puesto en marcha
renoa a lo SOCJal desrub~ en,_ ellas mism!I_S ,1\18!' esend!l,_aj811 pel par el poema, no puede detenerse cuando lo ordene aquél. Pero
seg6n est<i,~el1i?#siímíenin'.enT"C11esti6n,la, interpretación__5º91!1,
•• fundamento de su cualidad. -La referencia a lo siiciaJ no delie
arte;-
·apattilr de'Ja'.obii'cle sino inÍrodudr. mú.~damentl
~ 2 11•· -~óiabteffi .ía més.siinpÍereHexión ~ I"!!! ,,;.;,51ray-'---
de liílliiii, como de toda olmi de atte en genera1%0 debe a~der" .
si.ta mecii~Qll_-a_.Ja uamacia~posición..sociai o,a·i.: simaciÚn ac. inut .

•• 4U.~'_'.es8:profU11clizaci6n debe precisamente~-~ el_~J


c,.tenloo,de -~ ~ no es.=mente:la:expres16n.de mooones
~,.~enoas.mdividual~Sino que éstas_ no llegan:,a.ser.nwic,;;-
reseiae fás_obras. y, aún menos dÍÍ -!11!5- autmes.~M# füen ·tibie_
que P!ji* ..Lrsan1;...io c&m; aparea,, en la obra •de. ~
f:
efíOilo e una sociedad amío.unidad en sí IDlstna coniii<lictorta;I'

•• rllrtf~~-..~-~~qu,e_cob~~,;q,a_tj!W,: en,lo~~'.Pl
~º• JF-:!~en~· de la especili9tción j¡!,le es su ~co .l!J!líar
forma. No se lrata de que Jo que expresa el poema )frico tenga
~ qué limites quedala;,,obia~ &;rte~ mmñ"cleia: ~~ .
y.en que rebasa esos limites. Usando el e n ~ d
, ~",!l_to_ítebe sednmanente. -•~ ~~tos ~ales ~'!}iC:-,

•• que ser directamente lo vivido por ttldos. Su generalidad no es


una volonté de tous, no es una univenalidad de la mera comuni-
cación de lo que los demás no pueden concretamente comunicar,
1
,.ben aiiadirte desde:afuera a las fom¡adones;ilrfÍS!!~ sino>quel
deben.ser c:on•dosmediante la consid~ción ~i{<le_~s.
La {pise de Goethe en sus Manmen una Refle,d,men, según -

•• sino qu!.laiñmeisioñ'eñ_lo_iñdiv,auado:alza· al~a-lfricoh~


,Jo general· por el prooidimÍento de poner de tiiaiil.liesm algo no .
· c!_éi'onna_do, '!O aprehendido; -aún no subsu1D1do, anh~l!~__'!$1f
la cual no posees lo que no entiendes, no se aplica sólo a la rela-
ción estética con la obra de arte, sino también a la teoría estética:
ñ~ q~e fl!l~! en)as_olirás, que no_sea parte.de su propia
•• ~mtualmen~ algo de. una situacióÍÍ en_ la ~al ningwia ~ forma,.legitima la decisión_acéica de lo que el contenido de ella(

.
gen - u · un suna.. an -enea enara lo.,;c}!91'tiiado mism<>, ,epíeseiita socialinéií~.)~•·!eí!ot..r -~
Íexige ciertamente.tanll> un saber de Ja,intmori4ad•deJa olmi

'
• a lo otro, aJo_hl!Illlllló.. 'poema rico espera Jo geñeral e la
in :vi uaa m sin reservas. Y l_a lírica tiene su riesgo caracte-
rlsttco en el hecho de que su principio de individuaci6n no garan-
de arte.cuanto.dela-sociedad-que,Je.es externaf~ero este saber
no es constructivo m4s. que cuando se· redescubre a sl mismo en

•• ti7.a nunca la generación de algo constrictivo y auténtico. La


lírica no tiene poder ninguno contra el riesgo de quedarse aherro-
' jada··-.en la accidentalidad de la mera_existencia.escindida. ------111
-----·--~-.-- .- -
el puro entregarse a la cosa. Sobre todo es necesaria la vigilancia
contra el concepto de ideologfa, hoy día extendido hasta lo inso-
portable. Pues ideologla es ªno ver,;lad", conciencia falsa, men-

•• ¡..,Pero esa gen§fidad• del 'mnrenido· lliico:._es-esencialmente


social.'_ S6_loentiende lo que djq;----el. poema .agÜel que ~1,é
~~-soledad del mismo la vóz de la humanidad¡ aún más: in u,.
-~1~ soledad misl!l~c{e_ la ~ nea eslá ~buj,Ída P!!!J!f
tira. Ella se revela en el &acaso de las obras de arte, su -falsedad
en sl, y es l!lanco de la aftid. Cuando en cambio se trata..de
grandes obras de arte que tienen su ser en el dar forma, y con ello
en una reconciliación tendencial de las contradicciones bésicas de
1 •

~ no
•• Sliaeilad mélívidualista y_6n te afumlstica.7 mismo modo la existencia real, acusarlas de ser ideologfa, es s6lo una in-
,que,.Jl_)a mversa, su ':O"stric_cióií.~mL~ve"deJa. densidád justicia a. su propio contenido de verdad,...sino,_,además, _una
,de $11 bid!Old0ae16n. Pqr eso el penS31D1ento dingido a la obra de .- ~~•:aci6?l,,~,':1~con~to. d~"ideol~,Este ~cepto no-~

•• arte esíl autorizado y obligado ·a preguntarse concretamente que,todo,espí,itu sea exc:IUStvamente aipaz de disfrazar de gene-/
por el c<qitenido social y a no contentarse con el vago ~ti- · ,¡ales._en deterinina~~ li?"'_bres ~eteimi~dos.~ter~ particulf
miento de un algo general y comprehensivo. Una tal determina- res,,smo.que se proponed~ el __esptntu ~":!_didamente

•• ción del pensamiento no es una reHexión extrafia al arre y exter-


na, sino que resulta exigida por toda formación lingüística._ El ma-
terial propio de ésta, los conceplDS, no ,/e agotan en la mera in~
·_ falso.y. concebirlo al mismo tiempo en sú riec:esidád. Pero ·las obras
de arte son exclusivamente. grandes por el hecho de que dejan
- . hablar a lo que, oculta la ideologla. Lo quieran o no, su consecu-

••
••
••
56 NOTAS DB LrTERATURA DISCURSO SOBU ÚJUCA. Y SOOIPDAD 57
•·•
ción, su éxito como tales obras de arte, las lleva más allá de la
conciencia falsa.
raleza plenamente moderna. Del mismo modo la poesía pasajlt- ·
tica y su idea de "naturaleza" no han podido desarrollarse aut6- ••
•••
Permltaseme enlazar con su propia desron6anza. Ustedes nomamente sino eri la edad moderna. ~ que al decit esto exagero
conciben la IJrica romo algo rontrapuesto a la sociedad. como íJM y que ustedes podrán oponerme muchos ro~traejem~los. El ~As
plenamente indívidual. Su afectividad se aferra además a que así impresionante de ellos serla Safo. Y no qwero aludir a la linea
debe seguir siendo, a qu~ la el!l'rq,j6n llrira, sustraída a la giave- china, la japonesa y la irabe porque no las puedo leer en el ori-
dad objdiva, con jure la imagen de una vida libre de la coerción ginal y tengo la sospecha de que por la traducción todas ellas
de la práctica dommante, libre de utilidad, libre de la presión de
la testaruda autoronservaci6n. Pero esta exigencia puesta a la
caen en un mecanismo de adaptación que hace radicalmente im-
posible una comprensión adecuada. Pero las manifestaciones ar-
caicas de un esplritu IJriro en el sentido esped6co que hoy nos ••
.;
lírica, la exigencia de que sea la palabra virginal, es en si misma
una exigencia social. Ella implica la protesta rontra una situación
social que cada individuo experimenta como hostil, ajena, fría,
opresivo-depresiva, situación que se imprime negativamente en
la formación lirka: cuando más duramente pesa la situación,
es familiar relampaguean sólo aisladamente, del mismo modo que
a veces los fondos de pintura antigua anticipan con mucho pre-
sentimiento la idea del cuadro paisajlstico moderno. Pero esas
anticipaciones no constituyen fonna. Los grandes poetas del pa·
••
tanto más inBexiblemente se le resiste la formación, negándose
a inclinarse ante ninguna cosa heterónoma y ronstituyéndose
sado remoto que solemos incluir en la IJrica según ronceptoS hi ..
tórico-lítcrarios - Pindaro, por ejemplo, y Alceo, y también la
.,:
exclusivamente según el objeto en cada caso propio. Su di~fi.!·
ción de la mera existencia se convierte en criterio d~72 Ealsr<lad
y maldad de ésta. En la protesta contra ella el poema expresa
obra de Walter von der Vogelweide en su parte más considera·
ble- están infinitamente lejos de nuestra actual y primaria no-
ción de llrica, pues carecen de ese carácter de inmediatez, de
••
el suefio de un mundo ,e¡, el cual las cosas f~3.!1._!le otro mod~ desmaterialidad que, ron tazón o sin ella, nos hemos acostum·
••
.,••
La i~~SÍI!crasia del ~lrituJ!ri"!!~<lntra .. l~ prepo~_ci;t__d.!!-1.is brado a considerar criterio de la lirica, y del cual sólo podemos
cosas en una fonna de reacción a la cosificación del mundo al do- salir mediante el esfue= de la educación.
minio de las mercanclas sobre los hombres, domfu"lo ·;¡~~-:'~iién- Pero lo que solemos ~sar al decir llrica, antes de que am-
de desde los comienzos deliiedacl Di(xlerña, y q,:;-~ se d~u.1>lla pliemos históricamente el roncepto o de que lo enfrentemos crí-
hasta ser poder dominante de la vida desde el comÍl:!!!Q_,.de_l!L. ticamente ron la esfera individualista, tiene en si un momento
revolución industdal. 'I !fflbién el g,l~9__!i)jg_l!l\11...de la rosa perte- de mytura, y ello tanto más cuanto más "pura" se d~_§.íi}¡~.
nece al mágiro circulo de esta idiosincrasia, como intento que es
de asumir y disolver las ajenas rosas en la expresión subjetiva
habla en la llrica es un yo gue se detennina v expresa como ron·
trapuesto al colectivo, a la objetividad; no es
Dl,ediación, ron la naturaleza, a la que apela y se
tarn1:fi¡ uno, sin
,gs: s• CI·
••
••
y pura, abonándoles en su haber, metaflsicamenti.~~
carácter de extrañeza; y la debilidad est~tica de ese culto de las l'!!:!!6n. Ese yo· la ha perdido, e intenta restablecerla mediante
rnNH' .1 n..-:~ ot'-,.to~o ... ...,._._ "';•._..,;nen' j,. "'..,.,..l.. rf • ..,.,.1:.-.,i~ ..... :-..... -iAn 1'11,.,.lhantfr, lntnn'!liÍÓn en el TO mismo. Sólo oor huma•
· ·· ' R · - --- · -- ·-- · ·r - - - - - - - - --•o·-••
y attesanla arÍísti~ tr~ciona al nusmo tiempo y mañilleiiaeJ ~:::¡~ ~ devolverá a la naturaleza d derecho que Íe arrebató
~ teal de la cmi6caoón1 la cual no es ya susceptible de dora-
do por aura Jhica al21111a ni puede ~erse en nin~ dadón
el dominio humano de ella. Incluso formaciones líricas a las que
ya no llega ningún resto de la existencia convencional y ~bjetiva, ••
de sentido. · ·
-Esta misma penetración social en la esencia· de la )frica se
expresa_ simplemente de otro modo cuando se dice que el concep-
ninguna materialidad cruda, incluso las formaciones llricas más
altas que conoce nuestra lengua, deben su dignidad a !a fuerza
con que en ellas el yo, retrayéndole de la alineación, despierta la ••
to de la IJrica, tal como hoy se encuentra inmediatamente entre_
nosotros, como segunda naturaleza en cierto sentido, es de 'natu."
apariencia de la naturaleza. Su pura subjetividad, aquello que 4

en ellas parece sin ·IUptura y &nnónico, da tanto testimorJo de •••


•1
el'
••
••
•• 58 NOTAS DE LITERATURA DISCURSO SOBRE LÍRICA Y SOCIEDAD 59

•• lo contrario, del sufrimierito por la existencia sin sujeto, como


del amor a ella-: aún más, 5U armonía no es propiamente más
que la armonización de ese sufrir y ese amar. Hasta el "Warte
taci6n del sujeto liberado es, como sombra, su humillación a cosa
fungible, a mero ser para otra cosa; humillaciónj_el~as bist

••
du Schon?" •• a personalidad.rPero eLpoema. tiene S\I· autenti>
nur, balde/ruhest ·du auch" 1 • tiene el gesto del consuelo: su cidiiil en su instante: elelemefüo desinicior -q"ue hay en''s,Hondo
<1!..,;;¡-.:.J~.:;. ~.:!!.:= :::; !~~~~!'.'~~~~ ~i:' ln r_:11P c.ilr.ncia~ de la idea 'le'salV3ae1. juégó~.péi-0, 3)' mi~ñE:'mpo: .lo destrÚct~~- ño .. »~~t
de un mundo que niega la paz. Y sólo en la medida en que el ,padCr~~g~~o;~n _So_bre eLp<>cler sin v10iencta- áei conSÚt:i¡,~ :iud¡t

•• todo del pcema coincide sentimentalmente con la tristeza causada


por ello, el poema mismo consigue seguir sabiendo que a pesar
decirse que un poema lírico perfecto tiene que poseer totalidad
o .;,,_¡versalidad, tiene que dar el todo en su limitación, lo infinito

••
de todo hay paz. Casi se decidiría uno a recurrir como interpre· en su finitud. Mas si· eso tiene que ser algo más que uh lugar
tación al "Ach, ich hin des T reibens müde •, •• que aparece en común tomado de aquella -estética que tiene siempre a mano
el poema del mismo título, y aplicarlo al Wanderers Nachtlied. la p:m~cea del ~__llcepto,de~simbolismo, lo.que."indica,es. que

•• Cierto· que la grandeza de este pcema se debe a que no habla de


nada enajenado, perturbador, a que no contrapone en si mismo la
agitación del objeto al sujeto, sino que más bien tiembla y re-
eñtooo., . . Jlriro la ·,elacióif hislórici¡' del'su. éto~a· la o_!,i,r'
tividad, _ .ln • VJ uo a a- socie<ja , tiene ue abet.h!!!~do ~ ,
~dimento en eL~ io "5!'nitu subjetivo, vuelto·•-~ mismói

•• suena en él la agitación del sujeto mismo. Se promete en el ·


poema una segunda inmediatez: lo humano aparece, la lengua
misma, como si fuera otra vez ·la ere.ación, mientras que todo lo
":- este sedimenio ·seci· :"nto más peifecto_ cuanto m~nos ~~_á,~~
pa~ e~~a la relaa6n}ntre.yo.y"soaedad, cu~nto 10:ls.m~a;"
Juntariamente cristalice.por-sí.misma esta ·rela~n la formaa6rif

•• externo se apaga en :el eco del alma. Pero se hace, más que ?Pª·
rienda, entera verdad, poique, gracias a la expresión lingüística
del buen 'éahsancio, 'se"mantiene por encima de la reconciliación
:llrf.;¡:--¡-
• -l>odrán ustedes reprocharme que con esta caracterización, por
miedo al sociologismo grosero, he sublimado tanto la relación
~

•• de las sombras de la nostalgia y hasta de las de la muerte: para


4
el ' espera .sólo, pronto" la vida entera, con la cnigm:itica ~nrisa
de la tristeza, se convierte en breve instante antes del sueño. ,E.f'
entre lírica y sociedad que ya no queda propiamente nada de
ella; pues cle)o~diclro-l!arere resullllFque·precisame,nt~ lo qll<;JI
nó'1s _soeial_,iií~er¡,oema _lírico tiene que ser,;ru _elemento social:'f

•• ronocle paz ¡latestÍmoiiiii ·_deque·Ja~paz· rio se consiguió; pero


f:n -b-~ n? c~nse-rva.pode:_~1-i,
.qu.!' se_ -r-om-_Piei:a_el-sue-ño.:_u_"'.'som_
t Y podrían ustedes recordarme aquella caricatura de un diputado
ultrarreaccionario dibujada por Gustave Doré, y en la que el

••
guno sobre l~·,magcn.de la 'l'Jda_.vuelta·a misma; pero, comoJ.
S1 caballero rublima su elogio al <>neien régime con la afirmación:
últimojecu.erd0:de la' ¡;¡_fsificació~di;· l;:-vida,s esa sombra~ la; "~Y a quién; señores míos, a quién debemos agradecer la revo-
qute gaál su~fio fil! pesada_ profundidad bajó la'canción 5in·peso. lución de 1789 sino a Luis XVI?", Esto mismo pueden ustedes

•• A la vista de la naturaleza en calma, de la que se extirpa la


huella de toda semejanza humana, el sujeto realiza la propia nu-
lidad. Imperceptiblemente, 5in voz, roza la ironía el elemento
aplicar a mi concepción de lírica y sociedad: en ella la sociedad
desempeñaría el papel del rey ejecutado, y la lírica el papel
de aquellos que le combatieron; pero, podrían añadir, la lírica

•• consolador del poema: los segundos anteriores a la bienaven·


turanza del sueño son los mismos que separan la corta vida de
la muerte. Esta sublime ironía ha caldo después de Goethe en
es tan escasamente explicable a partir de la sociedad como la
Revolución atribuible a mérito del monarca al que. derribó y sin
••cuyas locuras tal vez se hubiera producido en otro momento.

•• ironía traidora. Pero siempre Eue burguesa: requisito de la exal-

"E,pera sólo, pronto / descansarás tú también.• W an·


'Quede sin discutir si el- diputado de Doré no era realmente más
•: que un propagandista tónticlnico, como le concibe· en su burla el
- dibujante, y la cuestión de si no hay en 5U involuritarío chiste
0

••
1• (GoBTRB,
derers Nacht!;,J [Canción del caminante en la noche]). (N. del T.)
2• • Ah, estoy cansado del trifago. • (N. dd T.) ¡• "¿Qué e= tú ya?" (N. del T.)

••
••
••
60 NOTAS DE LITERATURA
DISCUIISO SOBRI! ÚRICA Y SOCD!DAD

llrica y sociedad en lo más interno. Por ello la llrica se encuentra


61
••
tnás verdad de la que reconoce el sano sentido común; la filo-
sofía de 1~ historia hegeliana podda decir bastantes cosas para
salvar al diputado en cuestión. Pero a pesar de todo la compara-
socialmente garantizada del modo más profundo cu,mdo no re-
pite simiescamente lo que dice la :!OCÍedad, cuando no comunica ••
••
ci6n no casa completamente. No se trata de deducir la lírica de nada, sino cuando el sujeto que recibe el acierto de la expresión

.,
la sociedad; su contenido social es precisamente lo espontáneo, lo llega a coincidencia con el lenguaje. alll donde el lenguaje por
que no se sigue de relaciones ya existentes en cada caso. Pero si y de si aspira.
la filosofía - la de Hegel tambifu en este caso - conoce la tesis
especulativa. según l¡t cual lo i_ndividual está mediado por Jo gene-
ral, y a la mversa. X esto stgnilica que tampoco la .resistencia
Pero, por otra parte, tunpoco hay que absnlutizar el lenguaje
contra el sujeto liria,, como la wz del ser, al modo como compla-
cerla a más de una teoda ontológica del lenguaje, de las hoy •
contra la presión social es algo absolutamente individual, sino
que en e?" se mueven arú~ticamente, por el individuo y su
espontaneidad, las fuerzas objetivas que mueven a una situación
corrientes. El sujeto, cuya expresión, frente a la mera significa-
ción de contenidos objetivos, es necesaria para conseguir aquella
capa de la objetividad lingülstica, no es un añadido al contenido
••
social estrecha y estrechadora más allá de si misma hacia una
digo~ d~ hombre; fuerus, pues, de una constitució~ genc,;al, y
propio de ésta ni le es externo. El instante del autoolvido, en el
cual el sujeto se sumerge en el lenguaje, no es el saailicio deÍ
sujeto al ser. No es un instante de violencia, no de 'riolencia con-·
••
"'.' rungun modo sól? de un~ rígida ?'dividualidad que se opone
ci~gamente a la SOC1edad. S1 es posible considerar el contenido
líneo como un contenido objetivo que lo es gracias precisamente
tra el sujeto, sino un instante de reconciliación: la lengua no
habla sino cuando deja de hablar como algo ajeno al sujeto y ha-
bla como wz propia de ~ Cuando el yo se olvida en el
••
~ la propia subjetividad -y caso de no ser esto posible resultaría
m':"J>licab:e lo más simple que fundamenta la posibilidad de la
línea como género artf~t;ifo, a saber, su acción sobre otros que no
lenguaje está del todo presente en 19; en otro caso el lenguaje',
como esotérico abracadabra, sucumbiría a la cosi6cación exacta-
mente igual que le ocurre en el di.scurso comunicativo. Mas esto
••
son ~l poeta en monólogo-, entonces tiene que estar socialmente
motivado, por encima de la intención del autor mismo, ese retro-
traerse sobre si misma de la obra de arte lírica ese asumirse a
remite (l la relación real entre individuo y sociedad. No sólo está
el individuo socialmente mediado en si, no sólo aon sus conteni• ••
si misma, su alejamiento de la superficie social. El medio de esá
motiva~ón ~ l es el_ 1:nguaje. La paradoja especllica de la
form~c•ón linea, la sub1e11vidad que se trasmuta en objetividad,
dos siempre y al mismo tiempo sociales, sino que, a la inversa, la
sociedad no se forma y vive tampoco sino por los individuos, cuyo
esencial concepto es ella. Si en otro_ tiempo la gran filosoffa cons- ••
está (1gada a esa preeminencia del lenguaje en la !frica, preemí-
nenCia de la que nace la del lenguaje en toda la poesía, basta la
forma de la prosa. Pues la lengua es ella miSma algo dol,!e. Me-
truyó la verdad, hoy sin duda despreciada por la lógica de la
ciencia, de que su jeto y objeto no son en absoluto dos polos
rígidos y aislados, sino que sólo pueden determinarse partiendo ••
diante sus configuraciones, se confonna totalmente a las mcxiones
subietivas; un poco más, en efecto, v hasta podría pensax,e Que
1~ len~• las engend~ ella misma. Pero a pesar de eso
del proceso en el cual se alteran y reelaboran redprocamente,
la llrica es la prueba estética de aquel filosofema dial~co. En
,
....
-
~
. ., · - -
.U,..l\,..y
-- _ _ ..J! __ .. _ !.J_..:r.: __ ..,!..(_
J ..........~-· ..... ............ _. _____
_ ...1 1--.-... :- ...1
---·6-J~ -
••
••
la lengua &11, ........... -

~gu~ Siendo el ?'edio de los conceptos, aquello que produce la sujeto niega tanto su mera contradicción monadológica de la
malienable relación a lo general y a la sociedad. Las formaciones sociedad cuanto su mero funcionar en ·el seno de la sociedad
transocializ.ada. Pero a medida que aece el predominio de esa
líricas más altas son. por eso aquellas en las que el sujeto, si~
rest? de_ mera matena, suena en el lenguaje hasta que el len-
guaie mismo se hace perceptible. El autoolvido del sujeto que se
sociedad sobre el sujeto va haciéndose más precaria la situación
de la llrica. · •
La obra de Baudelaire es la primera que lo ha registrado,
••
entreg~ a la lengua com~ a algo objetivo y la inmediatez e invo-
luntanedad de su expres6n son lo mismo: as! media el lenguaje ""· el momento en que, suprema consecuencia del europeo
••

••
•• 62 DISCURSO SOBRE ÚRICA Y SOCIBDAD 63

••
NOTAS DE UI'ERATIJRA

dolor cósmico, no se contentó con los sufrimentos del individuo, inalienable se abre repetidame!'te camino, aÚnque sea todo lo
impuramente, fragmentariamentt; mutiladamente, intermitente-

••
sino que escogió como· objeto de su reproche la modernidad como
tal, como lo antilírico en sl, y consiguió la chispa paética de esa mente, que tiene necesariamente que serlo en aquellos que so-
elección gracias a la heroica estilización del lenguaje. Ya en la
..t. ..,. ..t ... n,., .. ,1,.1 ... :..... ~niJ:i~c:t~ pn Pc.":!11 Pmm'f>AA 11n elemento de
partan la=carga." . . . ,,....,.,...,,.,,.L:,1
_.....,, .., ... c:<"1?¡¡:r;J,¡ . ·
(U;; corli';'iie C:,1~0Lsübterráriea .P.§i~ :[ó¡{do a toda· ]!rica
••
<N~ .......

desesperación, que aún se mantiene en equilibrio inestable en c:¡;:cli_vidualr-Si ésta menta efectivamente el todo y no un mero
la punta de la propia paradoja. Cuando luego se agudizó hasta el · trozo del privilegio, de l!_finura_y~ternura-del.que.pue~e.,.J?!:rmi·

•• extremo la contradicción entre el lenguaje paético y el comunica-


tivo, 1a lírica entera se convirtió en un va·banque; no porque,
como que~a la opinión banáusica, se hiciera incomprensible,
tirse ser tierno,Ja,p.a.,rti<;ipación en:csa,corriente .de fondo., perte"
0

'·nece ento';;es ,esÍ!nci~lril~fit~ii'fJ,\"'.@'S¡;;jciaJid~ol'iart.bién¿de• !!>


·.· Hoc;a· individ_u1lf~gtrfrtl~_~t~~Js.~.·1~~-.~rríf!rit~ . siihféirá;--ea~·:1a~l]Ue

•• sino parque, a través de la vuelta del lenguaje a s( mismo como


lenguaje arústico; por su esfuerzo en pas de una objetividad ab-
soluta del lenguaje, objetividad no disminuida par ninguna con·
·. •hace,clel:c~~guaj~,et'. medio;eifie¡/q~él~iettp~ed~·;ar7rhls
f¡Ü'ltmeio süjefo:)::lrclación'-delromanticismo con la poesía po-
pular no es más que el ejemplo más v.iiible de esto, y no, segura·

•• sideración de comunicación, esa lírica se aleja al mismo tiempo


de la objetividad del espíritu, de la lengua viva, y da con la
maquinaria poética un sustitutivo de una lengua viva que ya
· · mente, el más decisivo. Pues el romanticismo se propane progra·
máticamentc una especie de transfusión de lo colectivo a lo
individual, transfusión par la cual la lírica individual persiguió

•• no hay. El momento poetizante, sublimado, subjetivamente vio-


lento de la posterior lírica mediocre, es el precio que Ja. Jírica
tiene que pagar par el intento de mantenerse e!' vida inalterada,
más bien una ilusión de vinculación general, obtenida técnica-
mente¡ y no es que esa vinculatoriedad se le otorgara por si

••
misma.
inmaculacfa, objetivarn,aeie; su falso brillo es el complemento Muchas veces, par el contrario, poetas que despreciaban todo
del mundo desencantado al que se ha sustraído. empréstito del lenguaje colectivo han participado de la subterrá·
Cierto que todo esto deb!'.ser.limitado·¡,ara·no·s,;r·mahnter,

•• .pretado: %f'af1~_aci§R;,•e~/·tJe;:Iii_~J~~a_éióñ Hr"fOi-~s -·s¡_étii re: a11


(~!~~. . ti~fi'~·expres1 _n·~su )~?v~~" ~-,;,un~~ntagdni_smo social.
+
nea corriente colectiva gracias a su experiencia histórica. Cito
aquí a Baudelaire, cuya lírica no abofetea sólo al jusre mi!ieu,
sino a toda simpatía social ciudadana,• y que, .sin embargo, en

•• · ,Peto como·emundo ob1envo a9ue próduceJír¡ca, es en,sf el mun-)'


se paemas como las Petites vieilles o el. poema de la siIYienta, ele los

.,
'dQantagonista,"el ·conceuto de 11rica'';;O "agOü 'etl:li'eXpre~óñt Tableawc parisiens, ha sido a las masas,. a las que hacía frente con
'.<le'Yia; i~_f,jetividad tala, que I elj.l~guitfe .pr,.tes.ta, obje!fy{~aé!f; Efr, su máscara trágico-oig~,JHª.~fi~J,que,todaJa,~a,de)os/
11
• sujeio'lfri<;'Ó~m~ii!n. ~ywlo ~n,sa~~ t~p. y tanto más, vin?J• l
latoriamente ·cua'i,to-'. más ade<;uadamente se manifiesta,. sino que 7
!.3_ ~6¡~,iiyi~~;F§rtj.2~ éle_!;e ,í s'!J!,isma .eL :eiivilegio consisienie~/
pabres y el hambre. I;Ioy,. cuando la. ""P~~'W).!IJliyidual, presuj
t.11ues!(l~dd'toíicep~o·d~ Hnc,f de qué .parto/parece resquebrajado

•• 1;i~~~:;}1fi1~X~f];~!:?;;i~fi{[ftlt~~!1~t~
~~-sL_mt~<?.~ ~~e~ s~saI:?]}~~~~T2:1J.~:º~-~-1:!?~~º~-~~ _~r
,·1}11~tE:Ió.'n,,:1:s•i¡1t~~'.e~~ili~Ld~l .• ~~~uoJ.ta,roi.'Eiit€c~b}E-¡
rriá,nea de la línea empu Jª por. t9das partes haca amba" pnmero
éomotmero,fermento,de•.k cxpresi6n~iríclividual~íhisiria;.lüeg~
L~rnhiéri-;fuiso~ro~_i[~~y~~~~~~-~.,¡&~a--~~éf65:q~e".~~~asa. 7
•• nos ae, 51!.-l'!?P~~e"l'.~'ónr Llls otros, empero,· aquellos que ·
no sólo se encuentran frente afinhibido sujeto paético como cosa
extraña, como si fueran objeto, sino c¡ue, además, han sido ,eba·
pasitivamente_Ja_mera _individualidacl.f Si las • traducciones
no engañan, García Lorca, fue verdadero partador de esa

•• jados en el más literal de los sentidos a objetos de la historia,


ésos tienen también el mismo o mayor derecho ·a buscar el .
sonido en el que se casan sufrimiento y sileij¡>. Este derecho
fuerza; y el nombre de Brecht se impane como el del ·lírico al
que fue concedida la integridad lingüística sin que tuviera que
pagar par ello ·e] precio del esoterismo. Me proMho decidir acerca

••

64 NOTAS DB Ll'I'8ltA11JRA DISCURSO SOBJU! UlllCA y SOCl&DAl> 65
••
de si en estos casos el principio poético de individuación fue real-
mente superado en uno superior, o si el f011do del fenómeno es
Und eine Stimme scbeint ein Nachtigallenchor,
Dass die Blilten beben,
••
regresión, debilitación del 70. Es posible que en muchos auos
la fueaa colectiva de la llrica contanporánea se deba al 111dimen-
to lingillstico y anímico de una situación no totalmente indivi-
· Dass die Lüfte leben,
Dass in boherem Rot die Rosen leuchten vor.
Lang' hielt ich staunen, lustbeklommen,
• ••
duada a6n, prebutguesa en el nw amplio sentido: al dialecto. Wie ich hinaus vors T or gekommen,
Pero la llrica tradicional, en su condición de mú rigmosa
negación estética del oer burguh. se ha encontrado, precisa-
Ich weiss es wahrlich selber nichL
Ach hier, wie liegt die Welt so'licht! ••
mente por eso, ligada hasta hoy a la sociedad burguesa.
Como las consideraciones de principio no bastan nunca, que-
Der Himmel wogt in purpumem Gewühle,
Rückwarts die Stadt in goldnem Rauch;
.1
rria concretar con •)')Ida de algunos poemas la relación del sujeto
~ro, que siempre ~~esto por un sujeto colectivo y más
g~eral, con la r~'!! social que le es ~iíci:-"Eñ esta
Wie rauscht der Erlenbach, wie rauscht
Im Grund die Mühle!
lch hin wie trunken, irrgeführt ••
consideración, los elementos materiales, de los que ninguna for-
mación lingüística, ni siquiera la f10ésie. yure, puede sustraerse
completamente, estarán tan necesitados de interpretaci6n como los.
O Muse, du hast mein Hetz berührt
Mit einem Liebeshauch! ••
••
llamados formales. Especialmente habrá que destacar
interpenetran ambos, pues sólo gracias a esa intrincación afe-
rra el poema lírico en sus limites la campanada de la hora his-
romo se Desde el poema se irnpane la imagen de esa promesa de feli-
cidad que aún hoy, en un buen día, hace la pequeña ciudad de
la Alemania del sur al huésped que llega a ella, pero sin la
••
tórica., ·
-Pero no querrí'á escoger fonnaciones líricas como las de
Goethe, en las que ya he destacado algo sin analizarlo, sino obra
menor concesión a la ñoilería de los cristalitos de colores, al idi-
lio de la pcqueila ciudad. El poema da el sentimiento del calor ••
••
y la protección en la estret:hez, y es sin embargo, al miS1Do tiem·
posterior, versos que no tengan esa autenticidad incondicionada po, un• obra de estilo superior, no entregada a la comodidad del
del N<1Chtlied. Cierto que los dos poemas acerca de los cuales ánimo y de la inteligencia, no un elogio sentimental de la es-
quiero decir algo participan de la corriente subterránea. Pero
me interesa dirigir principalmente la atención hacia el modo cómo
en ellos se presentan diversos grados de una relación fundamen-
trechez contra la amplitud, no una apalogia de la felicidad del
rincón.
••
tal contradictoria de la sociedad en el medio sujeto poético. Me ·
será permitido repetir que no se ttata de la persona privada"uer
poeta, ru de su pS1col'.'.f,!1, n1, de su ílaiñado &unfii de 'lllSla socíiil,
"""'n
1• "Entto en una amable pe<¡ueña ciudad, / en lu calles yaa, la
luz roja de la tarde. / Por mu, ventana abiesta, ahwa, / por encima de ••
••
sino del poema, .:. ••••..; ;:;;¡º) de sol ist6rico-li1os6iji;o.. la m'5 Horida ve,11ana / más alli, se oyen Botar ,onidos de amp.,,.
de oto, / y una -roz. parece un toro de ruiseñores, / tanto que tiemblan
Para empezar querría leerles Auf einer Wanaerung, De~,!;; be Aoru. / tanto que viven los aires, / tanto que las rosas brillan c::on un
rike: rojo má alto.

In ein freundliches Stiidtchen tret'ich ein,


In den Strassen liegt roter Abendschein.
"Mucho tiempo ..uive quieto, asomlnado, paralizado por .el piace,. ;
Cómo llegui a salir de las puerta5, / ni yo 11\ÍSmO, verdadttamente, L, sé. /
¡Ah, aquí, qui luminoso yatt el J11undo! / El cielo baña en callgine púr- ••
Aus einem offnen Fenster eben,
Vber den reichsten Blumenflor
Hinweg, hort man Goldglocken!iÍ,:,e schweben,
pura, / de espalda!, la ciudad, en un humo de oro; / ¡cómo murmura el
anullo de ros alisios, cómo murmura / en el fondo el molÍJlO! / Estoy
como ebrio, extraviado / ¡Oh musa, tú has tocado mi coraz.6n / con un
soplo de amorl" (N. kl T.) .
••
••

:/
••
••
•• 66 NOTAS DB LITIIIIATUIIA DISCURSO SOBRB ÚRICA Y SOCIEDAD 67

Jáfñifa • y:_lengu!j~r,u.il_!m;~~os_, axudan )gu3i~. ef 1¡nen te en el esplritu~,eri;l:1


~
;idea,·dasrconlfililicciories•de~la~vidi ..L.,...

••
" _ l,, .•- r.J• '_ ·_. ·-~'."-' ~ - -, • . .· .-- :.,.

(éiil_de los.htimbres., Pero la sú~-~stlincfa•de· ~s~éoritradjéclones l


e • . . , . . . . . .. . . . ., . ,., ,_-..._ ._ _

fundiortísticamer,t~ 'en. u!'o la utopfa de. la m_ás P!ÓXI!'!ª, P!2"l.


,d~idJd:y lá=<lefa ~~"tié'ma·lejánla. La fábula no c~noce la P'.'¡1 , en la realidad.babia comprometidoJa.sohíí:ióri espiritual: ,compro-
"í¡ueñi cludad •iñ:is:que~como filga~,e~enario,_n_()_co_111o_escenano metido frente a .la vida no sopor¡ada por ningún sentido, tor•

•• r;dé'í{ertilonenciái~•grandeiadel sentimiento ~u~ se_ a~re en_ la


delicia par.la voi de-:triuchacha, y percibe no so10 Ja ~e esUt, :.i;uiu
la voz de toda la naturaleza, el coro, no se revela smo más allá
turada en la actividad febril de intereses concurrentes, en la vida
prosai~a, por óecirio. tai C()mo .ésla se. presenta a ia experiencia
artística; frente a un mundo en el cual el destino de los hombres

•• del limitado escenario, bajo el abierto y pt1rpúreo mar del cielo,


cuando la ciudad dorada y el múrmurante arroyo se funden
en imago. Eó ayuda de ello acude un elemento m11iguo, como
i~dividu~les se con_S1JJ11a,segúnJeyescciega~;~rte,, cuya, f<miia
pretCJ1de habl:i,,_Cl!l!I<> desde una humiínidad. lograda,:se ronviert./
en.fraseología. Por eso, el concepto del_.ho1nbre, tal como lo habla

•• de oda, lingüísticamente (inlsimo, apenas lijable en . detall':s.


Como de lejos recuerdan los ribnos libres estrofa~ gnegas sm
conseguido el clasicismo, se retiró a la-. existencia privada )ndi·
vidual-human:i, y a sus imágenes; sólo en esa existencia pareda

•• rima, como también, por ejemplo, el pathos suspensivo del ver~ ªún_pro\egld~ y.,..oc¡,IJoJo_humanf.Necl;S'lri_amer,te; la. liurguesli '/'
final de la primera estrofa, conseguido sin embargo co_n el dis- r.enuri~Ó: a,ta,¡déf de:,!u~it~illfü:&~.1;,; iiut~W~,1~:adá; exacii~
creto medio de la inversión: "Das in hoharcm Rot d,e Rosen l!'~nt~_1gual:~n 1a P?l!ne;i q!!."-""Jªs forma.5 e,;téti«;!ls.fEI aferrarse

•• lechte vor". Decisiva la sola palabra Muse al final. Ocurre como


si esta palabra, una de las mb manoseadas del clasicismo alemá~,
brillars.por el hecho de. aplicarse al genius loci de la am~ble v1·
a la estrechez de lo indivi<lualmentepropio en·cada caso, aferrar-
se que obedece él mismo a una constricción, es lo qi.ie hace luego
tan sospechosos ideales como el de la satisfacción del Animo y su

•• !la brillara otra vez•Verdaderamente a la luz del sol pomente Y


co:Uo si fuera, ya a punto de desaparecer, capaz de todo el poder
de encanto que en otro caso la apelación a la musa ron pala-
comodidad. El . sentido mismo. se. ata a. la accidentalfda"d-delá'
Cfeºcjdad: i.;'divid~al;_;_u~~~~¡¡~eñte,~~~__'dérirl~;
.aÍribuyr}lii.it<!jgiiida.fq¡iJ'!2!t{'R~Jía'."p,ii'~gul[si;.ójuñio ron_ lf
lé se

•• bras de las lenguas modernas suele errar con cómica indefensión.


i!lnspir~i~n}I?. p<>_ema se ~~ma·d~fí:ilmente:cn sus rasg2
~..'.''!!!~- ~!'f
:felicidad~deL todo.tfero la fuerza social en el ingenio de Mo-
rike consiste en que el poeta une ambas experiencias, la clasi-
cista del estilo grande y la romántica de la miniatura privada, y

•• aislad~c'~i!°.t~; ~~?..;e11-la- ~t,;oón _de: _la p~laJ~ •


~lug¡,t;cr!tiro,;cu1di'10"'.'~en,t~•.m,o_~~~~~~r':él.,l~\er,fe,,ge_~º,
fü1gülstico griego, del mismo,modo:que ~na: ~a mus,ca.!;_r~~ek
en que, al hacerlo, tuvo ron Incomparable tacto- conciencia de
los limites de ambas posibilidades y las equilibró la una ron la
otra. En ninguna moción expresiva va- mb .all:1 de lo que ver-

•• ;~y.:,_.~i>::Jl: '!!8~-!~:YJP~!~;'!~e~d,'.'._ár,:'•~'~<:1: fixfo.· :La¿U¡


rica .CO!'Sl&lJ.C~en, r,edu~ills,mo esp~cto lo.que;cd_eJª~de_J9grar}la
épica.alemanaJnclúso en-concepci~nes-como,Hermann und Do-
" daderamente puede consumarse en su momento. El tan elogiado
elemento orgánico de su:producción no es· probablemente nada

•• rothea.
· rµ intcrpretadon ,oci¡¡J-de-es,dogro·atiende~aJ;&!!9~de~~.;J
e!
[P!'jeiiCii",,I1isí6µ~~q~e'.:~.;..,vij_¡11~á~~ ~in'a,t~ª!ci~f
.
más que ese tarta hist6rico-6los66co, que seguramente ha poseldo
en medida mayor que cualquier otro poeta de lengua alemana .
Los rasgos sedicentemente enfermizos de Morike, de los que

•• aíeni¼nhabla empreñdii!o'en;nombre;deJ! hum~nidad, de 1~


g~n~~~d ds lo.!.~a'rio;' 1~' táre~e: liberal·; la m°':i~. ~~-,,
r jetiva de, la ai:i:i,lentalida_d,que b,-..ainen~za~'!, !1';ª.,~eda~. en
tantas rosas saben conl¡ir los psicólogos, asl como el agosta·
miento de su producción en los úhimos años, son el aspecto ne-
gativo de su extremado saber acerca de lo que era posible. Los

•• ~9..,,cual ]a~~~é:JO~~(~~ri_E.:~)os Ld~bÍe$·. ~O:~·SOn: ~a~Jnin~atai.


sino. meramente-mediadas ·por .el. il]crt:ado,, El clªS1C1ffl!O alem:ln 7
h~bla aspirado-a la-objetivación de]o"subje~idel mismo modo

poemas del hipocondriaco párroco de Cleversulzbach, al que
suele clasificarse entre_ los artistas ingenuos, son piezas de virtuo-
sismo que no ha superado jiimb ningún maestro de r,m paur

•• que Hegel en la filosoEla, {habla.intentado ~u¡,.,rar conciliiiti>1ia1 l'art. Lo vaclo·e ideológico del estilo grande está tan presente a su


••
••
NOTAS DE LITERATURA

conciencia como lo turbio, mezquino y pequeño-burgués, y como


DISCURSO SOBRE I.ÍIUCA Y SOCIEDAD

Aus nasser nacht


69
.••
,

la ceguera para con la totalidad, propia del honrado paletismo Ein glanz entfacht
en cuyo tiempo cae la mayor parte de su lírica. Se le agita el Nun rlriingt dei mai e!,·
espíritu en el deseo de preparar aún imágenes que no se trai-
cionen por el atildado cuidado en los clásicos pliegues del clásico
disfraz ni por la grosería de la tertulia pueblerina, ni por grandi-
Nun muss ich gar
Un dei aug und haar
Alle tage
••
locuencia ni por cominería. Como en el filo del cuchillo se en-
cuentta en él lo que aún vive, en eco débil, del estilo grande,
junto con los signos de una vida inmediata que aún prometían
In sehnen leben. 1 •

No hay ninguna duda de que se trata de estilo grande. l.a


••I
consumación cuando ya estaban propiamente condenados por felicidad de las cosas pr~s, que aún roza el poema, mucho •¡
la tendencia histórica; las dos cosas saludan al poeta, mientras
camina, cuando ya están a punto de desaparecer. Morike parti-
cipa ya de la paradoja de la Hrica en la incipiente era industrial.
más viejo, de Morike, cae bajo prohibición. Queda expulsado
por aquel mismo pathos nietzscheano de la distancia, sucesor del
cual se sabía George. Entre Morike y e se encuentta y aterra
••
Tan vacilantes y frágiles como sus soluciones entonces han sido
luego las de los grandes líricos posteriores todos, también las de
aquellos que parecen separados de él como por un abismo, como
la dilapidación romántica; los restos idilicos están anticuados sin
remisión y no pasan ya de set satisfacciones cordiales. Mientras ••
••
que la poesía de George, poesía dd individuo dominante, presu-
aquel Baudelaire del que Claudel pudo decir que su estilo es pone como condición de su posibilidad la sociedad .burguesa
una mezcla del de Racine y del de los periodistas de su tiempo. individualista y d individuo que es sólo para si, se pronuncia
En ]a'-sociedad ind~strial, la idea Hrica, la idea de la inmedia-
tez que se restableée a si misma, se convierte, en la medida en
que no se limita a invocar impotente y románticamente el
al mismo tiempo una condena contra d elemento burgués de la
forma admitida y contra los contenidos burgueses mismos. · Pero
como esta lírica no puede hablar desde ninguna estructura ge- ••
pasado, cada vez más en un instantáneo brillo, en un relámpago
en el que lo posible cubre su propia imposibilidad.
El breve poema de Stefan George a propósito del cual aún
netal que no sea la burguesa, a pesar de que esa estructura no
sólo está condenada a priori y tácitamente por ella, sino tam-
bién explícitamente, es una lírica que se ve bloqueada y en re- ••
quisiera decir a ustedes algo, surgió en una fase muy posterior de
ese mismo proceso. Es uno de los célebres poemas del Siebenten
Ring. ciclo de poemas extremadamente compuestos, muy grávi-
gresión: finge por voluntad propia una situación feudal. Esto
es lo que se. esconde socialmente detrás de lo que el clisé llama
actitud aristocrática de George. Esa actitud no es la pose que
••
dos de contenido a pesar <le toda la ligereza del ritmo y libres de
todo ornamento modern-styL l.a música del gran compositor
Antnn vnn Webem ha arranc,,do por 6n la atrevida audacia
irrita al burgués que _no consigue manosear estos poemas, sino
· que, por más hostilmente que gesticule contra la sociedad, es pro-
ducida por la dialéctica social que niega al sujeto lírico la iden;
••
de esos poemas al vergonzoso conservadurismo cultural del circu-
lo de George; en George ideología y contenido social se separan
abismáticamente. El poema dice:
.•r .,
UUl,,.,ll.UV,11 '-VI.I.
'- . _._. __ .__ -
.IV ....,,....,L-U,'-" J
- - ____ .J_ .l- t .. ___ - .............. ,l.,..,.••
.ow ....,..,. .. _.,, ..,.,,.. •-., ....,.,...., -

ese sujeto está aliado hasta lo más Intimo con lo existente: le es


imposible hablar desde ningún otro lugar que no sea una socie-
r - • -- '"J :,__

••
lm windes-beben
dad pasada, tan dominante como la presente. De esta sociedad
••
••
War meine frage
Nur triiumerei 1• "En la dama del viento / fue mi pregunta / sólo de suellos /
sólo sonrisa fue / lo que tú diste / de la húmeda noche / brillo despren•
N ur lache!n w>r . dido / wge ahora mayo / y ahora yo t"'1go /¡xr tu, ojos y pelo / todos
Was du gegeben los dlu / que viru en anm. • (N. del T.)

••
•-• •

•• 70 NOTAS Dll LITBnAnmA mscunso SOIÍRli LIRICA y SOCIEDAD 71

•• pasada toma el ideal de lo noble, que dicta la elección de cada


palabra, cada imagen, cada ·sonido en el poema; y la forma es
medieval ele un modo apenas fijable, como por infusión en la
propio como a su pidpiedad; asustan las huellas de un indivi-
dualismo que mie.ntras tanto se ha entregado ya al mercado en
'.ªl
••
fo~ ~el f~l~!ín,y0 d~,/'!,Pjgi_:!~.!iter~! P';.ri~s}!ca;JI.'!°/
con6guraci6n lingiiística. En este sentido es efectivamente el
poema, como todo George, neorromántico. Pero el conjuro se di-
17to..i,11e~~q~ sa~f!1.~~k~~~P!';l e!tPt='':eclimi~~t?, ?,e
~i}en/
1~ c1,~~,-l?~\~~~1 r,~ºt_. llene·. que. ~on~e~~~ºe~;, y~~1 J~~d~. ~~~Jdea/
ripe no a realidades, ni a sonidos, -sino a una situaci6n anímica i:le.un.~Jengua,pura: Los grandes poemas de George se proponen

•• y; sumergida. La latencia del ideal, artísticamente conseguida, la


::tuscncia de todo grosero arcaismo, levanta al poema por encima
ia saiVaClon cici ienguaje ... EO.ucacio en ias icnguas w111á11il.'.cl~, y,
especialmente, en aquella reducción de la lírica a lo más sen•

••
de la desesperada ficción que a pesar de ello ofrece; es tan impo- cilio con la cual Verlaine la convirtió en instrumento para lo
sible confundirlo con la Poesía de estampas de Frau Minne y más diferenciado, el oído del q.iseípulo a!emfo deMallarmé.oye
de aventuras como con el acervo de requisitos de la lírica proce- la_ptopia lengua .como si fµera extraña;j.~l';r~l!k,najg;aciói{

•• dente del mundo moderno; su principio de estilización preserva


al poema de conformismo. El poema no tiene más espacio para
la reconciliación orgánica de elementos contradictorios que el
?~~~j~_Ji 1e~n_:j5.naciófil~o~~~~~-~p;rá~dz!a~_l,_~~~-:enl
¡enac,oni'del@él!z2gua!J.i!op1amente, ya, no· liablada,\un!l,J;ng~1
imagi=ia I e!l la· cúal•dc~b-;i:-lo,q~-' sa'°I~imiblei..~ñ~Sl1' cofn~

•• sició~ü"nquT;.tnCi'.rUe. 1.os .cuatro-'ver;;s 'NU~inll"s.~~h gár


1
espacio realmente dado en su época para tales reconciliaciones:
las contradicciones no se superan en esta poesía más _9l:le, me• / Um dcin aug und haar / Alle tage, / In sehnen leben", que
diante-...selección, mediant_e abandono. _Cü'aifdo cosas:coñ'~Jét'as;f considero de los más irresistibles que hayan sido jamás canee·

•• }~¡cri:~()J~~l~la'_¿,~~~p~ri~~~cia concrelaffieó'~rn,:~:,
dia~;\hallanJ acgso¡.:,J~; línea;, de,_(;~rg~:. e~t ~cce~ 1 no2J.~ts
P~"TI:tE~~~r,rec"~,~e.:un~ m1tolo?1zacrnn:· nmguna coSa
didos a la lírica alemana, son ci:-,~o una cita, pero no una cita
de otro poeta, sino una cita de lo inapelablemente perdido por el
lenguaje: el Mimtesang tendría que, haberlos conseguido, si se

•• deoé,segmr:siend9. l~e es. As, por e¡emplo, en uno de los


paisajes del Siebeitter Ring, el niño que cogla bayas se tram,
h1Jbiera logrado el Minnesang, si se hubiera logrado alguna tra·
dición de la lengua ale.mana, casi podría decirse, si se hubiera
logrado la lengua alemana misma. Con este esp{ritu quería tradu·

••
fonna sin palabras, como con una varita mágica. con violencia
mágica, en un niño de cuentos. La armonía del poema se con- cir Borchardt a Dante. Oídos sutiles han tropezado con escándalo
sigue de una disonancia extrema: se basa en lo que Valéry con el gar que .está sin duda utilizado en lugar de ganz und gar

•• llamó ref11s,~•·ün despiadado¡negarsepodojaqucllo;con. lo cual, y hasta cierto punto por razón de la rima." Puede perfecta·
· ·· .~.6"'1·
1a_convenc1 · pretcnue
!"~nea -., posecJ,~--1 ·aura ·ac1
0 '·1
as_·cosasT~El. pro-' mente admitirse esa cdtica, así como que la palabta, tal como
ccdiITli~~lcf1~ci ilCja-~ e~ j,ie"'má·s· cíue meros modelos, las puras queda arrojad.a en el ve;so, no hace en realidad .séntido recto.

•• ideas formales y los puros esquemas de lo lírico mismo, los


cuales, desprendiéndose de toda accidentalidad, hablan aún
tensos antes de toda expresión. En medio de la Alemania guiller·
Pero las grandes obras de arte son aquellas que tienen fortuna
en sus puntos más discutibles; al modo, por ejemplo, como la
música más alta no se agota en su construcción, sino que la re·

•• mina,. el estilo grande del que aquella lírica se aleja polémica-


mente, no puede apelar a ninguna tradición, y menos que a
nada a la herencia clasicista. Ese estilo no se consigue ahora
basa con unas pocas notas o con unos pocos compases superíluos;
así ocurre con el gar, goethiano "salto del absurdo", con el que
el lenguaje se escapa a la intención subjetiva que aplicó la pa·

•• haciéndose ilusiones acerca de las figuras retóricas y de los rit·


mos, sino evitando ascéticamente todo aquello que pudiera <lis·
labra; probablemente es este gar precisamente el que da lugar
a la categoría del poema con la fuerza de un déjd vu, el ele-

••
minuir la distancia respecto del lenguaje violado por el comercio .
Para poder resistir verdaderamente en soledad a la cosificaci6n, . I" gnnz und gat ::= complttamenle, enteramente, en todo; gar es
el sujeto no puede ahora intentar siquiera retirarse a lo suyo parúcula de refuerzo sin signi6cad6n sustantiva. (N. d.l T.)

••

• , .•
72 NOTAS DE Ln'BRATURA ••
•••
mento por el cual su melodía Ungülstica rebasa el mero signifi-
car. En la época en que sucumbe el lenguaje, George aferra en
el lenguaje la idea que le negó el curso de la historia, y compone
líneas que suenan no como si fueran de él, sino como si hubieran
existido ,desd~. !!.~olll!enzo de los tiern~ ysi~p~e tuvieran_que ,
ser asl. El qm¡ohsmo de esto, empero, la unpoS1bibdad de una uil ,
•poesía restauradora, el peligro del tecnicismo artesanal artlstico/
••
se añade aún, 3!$'Íterudó _del poema: la quiméri«:& nostalgia ~!
la lengua po~ lo imposible se convierte en expresión de la insacia-
se
••
ble n05!lllgia erótica del sujeto, ~el cúal aligera de sl mismo en /
otros. Hizo falta la mutación de la individualidad. desmedida
hasta el autoaniquilamiento - zy qué es el culto a Maximin del ••
George tardío sino la abdicación de la individualldad, aunque
interpretándose a s( misma de un modo desesperadamente posi·
tivo?-para preparar la fantasmagoría de aquello que buscó en
••
vano la l_eit~a alemana en sus m:ls grandes maestros: la poesla
pop11lar. ! ~ólo grac~as a uña diférenciacióti que llegó tan_ lejos ,
que ya no puede ,;oportar la propia diferencia ni nada cjue no
••
sea lo general del individuo liberado del oprobio del aislamiento,,.
l_a palabra, llrica representa el "ser en si" del lenguaje contra su
puesta a servicio en el--reino de los fines_ Y con ello representa
••
la palabra Hrica la idea de una humanidad libre, por m:ls que la
escuela de George se lo haya escondido a sl misma con su mez·
quino culto de las alturas. George tiene su verdad en el hecho ·
••
de que su )(rica acaba por romper los muros de la individualidad,
tanto en la consumación de lo especial y particular, en la sen· ••
sibilidad contra lo banal, cuanto en su final sensibilidad también
contra lo selecto. Cuando su expresión se retrae a la expresión
individual, saturándola enteramente con la sustancia y experien· ••
cia de la propia soledad, esa palabra se convierte precisamente en
voz de los hombres entre los cuales ha caldo la valla.
••
••
••
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12
••

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••
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••• Theodor Adorno
••
•• ¿Es alegre el arte?
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••
¿Es alegre el arte? ••
Theodor W. Adorno
••
••
Presentar a Theodor W. Adorno tal vez resulte un tanto redundante, ••
pero sin duda resulta dif(cil. Integrante de un grupo de intelectuales conocido como
la Escuela de Frankfurt, compañeros en el espíritu crítico pero muy alejados de una
aplastante homogeneidad teórica, generaron algunos de los aportes teóricos más ••
interesantes de este siglo, postulando cruces entre el marxismo, la metafísica y el
psicoanálisis. Junto a la gravedad de Adorno, la erudita ingenuidad de Marx
Horkheimer lean quien luego trabajaría en el exilio americano), la sutileza alucinante ••
de Walter Bemjamin y un recor(ido exitoso que parece pertenecer a otras
décadas: el de Erich Fromm y de Herbert Marcuse. Cortázar convirtió un chiste privado
en una broma pública, llamó a su gato negro con el impensable nombre de Theodor ••
W. Adorno. La asonancia del nombre con el movimiento inaprensible de los gatos
propone una cifra de Adorno: La monstruosidad de sus grandes deslizamientos
teóricos !La Teoria Estética o la Dialéctica Negativa) que producen a veces rechazo ••
o escalofríos, junto con la demorada paciencia con que desarma pequeños artefactos en
sus artículos !"Sobre los signos de puntuación" en: Notas sobre Literatura o el que
dedica a Paul Valery con el nombre de "El artista como lugarteniente" en Prismas). En ••
el artículo que publicamos hoy, de la edición completa de las Notas sobre Literatura, el
movimiento gatuno está en su plenitud y Adorno vuelve a requerirnos no perder ningún
rastro, como al pasar, felinamente, est~n allí, una concepción de la sociedad, una idea
del arte, un tiempo que se empeña en decirse en presente.
••
••
E
I verso "La vidJ es grave, el arte es alegre" concluye
2) prOlogo del Wa/lenswin de Sc_hiller. Es l_a ~Jrjf~a-
sis de una cita extraída de l;::is Tnsres de Ov1d10: V,ra
sar de todJ la nobleza de su actitlld, prefigurJ en el fondo ese
estado en que la industria cultural prescribe el arte como una
inyección de vltamin.:is pJra los hombres de negocios fatiga-
••
verecunda esr, MuE:J jocosa rnihi. 1 Permi"tJ'.;enos ad-
judicar una intención ocultJ a IJ malicia llena de gruciJ del
poeta antiguo. E!. cuyJ vidJ fue tan alegre que se volvió inso-
portJble pJrJ el establid1menc de Augusto, le hilci"J sin dud;1
cJos. Oesdti las alturJS clel idealismo, Hegel fue el primero en
protestar tanto contra LJ e'.ótótica del efec'o que produce el
arte, que se remonta al siglo XVIII, incluido Kant, como cnn-
trJ ,1quellJ visión del Jrte que afirm.i que no es mJs qw• un
••
un guiño J sus mecenas JI transferir su propiJ JlegriJ J la J!C-
gri'J liter:niJ del Arte de Amar, parJ clt!jarJ entemJcr, peniten-
te, que su Jctit1id person,11 en IJ vid.1, erJ conLluci1S1J con se•
j11guete mecjnico que, seglrn HorJcio, es agrJdJb!e o útil.

••
••·
riedJd. lntcntJbJ ·1olver del c:<ilio. El poctJ oficiJI del ideillis-
mo Jlem,\n queri"J ·iqnor:ir este Jrrlid IJtino. Su mjx imJ no 2
tiene otro propósito· que el de adoctrinJr. Esto IJ convierte
en ideologiJ, parte integrJnte del tesoro dom~stico de IJ bm- Sin ernbJr~o hay una p.irtc d11 verd<1d en esa triviJlidJd sotHe
gtieS!il, listJ para ser cit,HIJ cuando lJS circunstJncius ;i:;J lo
requier.in. Porque refuer:::J IJ div1si6n, muy afiJnzad.i y uni-
vers.ilmente Jdrnitida, entre el trJbJjo y e! ocio. Es neces.:irio
que Jquello que liberJ clt!I trab:ijo pros:iico, no libre, y de IJ
IJ alegri"J del Jrtc. Si no fucr,1 1111J fiiente de íJ)Jcer para los
t-iornbre~, a1.rnque se¡¡ indircctJmente, no h11biera podido s1ib-
5istir en el sei1o de IJ simple existencia J la cual opone con-1
tradicción y resistenciJ. Pero esto no es algo exterior a él,,'
••
J·:~r~ión pc1r otra pJrte totalmente j1istific.:icla contr.:i él, Sí!,l
1.111,1 ley 1dern,1 quf? mJntew¡.1 ~so~ dos dorninio5 ndiclilinenl;.:
sepJrJcJos. Es neces;:ir10 no rne;:clJrlos. ~s justJrnentf! por ~11
~ino pr·eci~Jrnente unJ pMte Je su propiJ determinación. Es'1
.i e~o a 10 que hJce ,ilusión IJ fórmula kJ,1tiJnJ de la fin.:ilidad¡
~in fi11, aunque no designe por su nornbre a IJ socied.:id. LJ \ ••
••
cdific,rnle futilid,1d qtH! 1:!I arte est,i integrado y sometido J IJ ,1u:;Anci,1 dP. finalicl.:id dícl__ .irte es s11 forma de csc.1p.ir a los\
vidJ btir911esJ corno un.1 contradicción que lu completa. Se ariremios ele IJ conscr•1ac1on de s1·. EncarnJ ,ilgo asi corno IJ
puede rirever, desde ese rnornenlo t1Jsta el pre~enlc, IJ 01ga• libcdJd en medio de la no libcrtJd. Si su rnla c:(istencia le
ni::ación del tiernpo libre qur. resultJrj de esto. Son los CJrn-

••
pos Eliseos donde ftori'!cen rosJ5 celcsiialcs con IJ5 cue l.1s
mujeres debedn tejer guirnJ!dJs pa1 J adorn.H !J t.ln c:ibo1ni- Tr;¡r!11cr:1ún df' Silv1:i Q¡;lf1no. P11bli.::;ido r,n SüLJi/,:urrchu Z1:1111n9.
rull!c '.'ida tcrrc~tre. El iciea!istJ ya no pu11cJr:crci.:r(l11>? iJ11 i 5. 1 G ,w J¡:I io d~ 1~)G7 V~r,o 1Jº. r,¡n 168), p. 11.
.' ;_'JJnbio concreto sea posible Jlglin d1-.1. klien1r,1s t.111to, cun·
Suv.:i fi¡os sus ojos sot"He el efecto que produce el /'-.rte. ,t; pe-

,i,.u:.;
••
••
;s ,:.1r:r:.-i !'_·:1.-:,i;
:.•••
1 .

embargo estj impregnado de ella. El Mte no existe sino por 1


•• esta tensión .

•• Lo que hay de movimiento contradictorio entre IJ alegria y


la gravedad en el arte -en eSJ dial~ctica- se podria explicar

••
con sencillez con la ayuda de dos dlsticos de HOlderlin, q11e
el poeta ap_roximó intencionalmente. El primero, Sófocles,
dice: "Muchos intentJrán en vano decir dichos.Jmente la di-
ct1a extrema / Alli ella, no l1a1Jla, ella habla desde el fondo

•• de la tristeza". Será neces.11 io no buscJr la alegria del poeta


en el contenido mitico de sus obfJS, ni siquiera en la recon-
ciliucián con la cual cubre los mitos, sino en el hecho de que
dice que la dicha 11JblJ; las dos expresiones se empleJn enfj.

•• ticamente en los versos de Hólclerlin. El bienestar estj en el


lenguaje que va más allá del simple ente. El segundo dlstico
se titula: Los traviesos: "iJugJis y os divertt"s siempre? ies
necesJrio! iOh! mis Jmigos / Eso con.mueve mi alma, pues

•• sólo los desesperados estJn obligados a hJcerlo!". Cuando


el arte quiere ser alegi'e por ól mismo, conformándose de ese
modo al uso que, segUn Hblderlin, no respeta ya nadJ sagra-

••
do, es rebajJclo a las necesidades de los hombres y su cante•
nido de vefdJd traicionado. Su alDgrla de dominio está muy
hace escapar a la influencia dominan te, es porque expresa, de de acuerdo con el sistema. He aqui la figura de la desespera-
alg1in<1 manera, una promesa de bienestar, aun en la expresión ción· objct1'.'J. E.se cHstico, $1 se 10 tomJ con bastante seriedad,


••
de la desesperación. El telón se levanta ante las obrJs .de
Beckett como delante de \J sala decorad;:i para festejar ta na-
vidJd. En su deseo de desembarazarse de su carcicter de apa-
riencia, el arte se e'.ifuerza en vano por deshacerse de ese resto
de placer que otorgJ, donde sospecha uria traición al benefi;
condena toda esencia afirmativa dél arte. A partir de enton-
ces, bJjo la-·dictJ.durj·dc la iíldustria culttiral, aquella· se ha
vuelto.omnipresente, IJ divcrsiOn se ha convertido en el ros-
tro 9esticulante y burlesco de la publicidad.

cía de la aprobación incondicional. La tesis de la alegria del

•• arte debe ser tomada al pie de la letra. Vate para el arte en ge-
neral, no para las obras aisladas. Estas pierden radicalmente
su alegn·a a medida que la realidad es más y más estremecedo-
5
Pues la relación entré la gravedild y la alegria del arte obedece

••
ra. La alegrliJ del arte es lo contrario, si se quiere, de aquello a un,1 dinámica histórica. Todo aquello que se puede calificar
que se tiene tendencia a ver: no es su contenido sino sú modo de alegre es algo impensable en las obras arcaiéas o en aque-
de acci6n, el hecho abstracto de que se trata _de arte en si, llas cuyo lugar es estrictamente teolOgico. La alegri·a del arte
\, que se regocija ante aquello a quien demuestra poder. Esto

•• ¡ confirma e_l pensamiento del filósofo Schiller que reconocia


la alegria del arte en su esencia lúdica y no en lo que expresa
de espiritual, aun en el idealismo. A priori, ante sus obras, el
arte es la critica a la favcdad bovina, a la cuJI !J realidJd =---=::.. . , ---~-- . ... . . ;- .- . ... . .

•• consagra los hombres. ree que al nombrar esta maldiciOn IJ


ccmiierte en menos dura. Esto es lo que hace la alcgri"¡¡ del
arte; y también, sin duda, su gravedad, en la medida en que
modifica IJ·concienciJ existente .
ESCJJÉLA DE~··•
· .·· PSICOTERÁP.liOPERATIVA . ··•

• •• 3
~~- ',"·'._ .J...-.-:- ·_'_- _.._,· .._..,_·: ._-, ...;__·_·:-: .--..:.

•• Pero el arte que, JI igual que el conocimiento, recitJc todo-;


sus materiales, y finJlmentc tJmbién sus form.:is, de IJ reali-
dad·y particularmente de'_IJ realidild social; pJril modificarla, Director• DR. IICRN•.IN KE\'.\ElM,tN

••
resulta apresado en el núdo de contradicciones insolubles. Se-
rá tanto más profundo cuando muestre de manera evidente Reu11itln informativa y organizativa el 20/III/H9
que IJs contradicciones son inconcili.lbles, mientras la ley de . a las 21 hs. Confirmar participación a los Teil!fonos:
su forma trata de concíliarlas. Aun en sus mediaciones más 80.J-8829 o 553-29 I 3

••
lejanas, la contradicción se estreniece todavía, corno en la
mLlsica, en el pianissirno extremo, IJS fanf.nrias del horror.
Donde IJ creencia 011tural se complace en no ver mils que
Mmonia; como en Mozart, ésta proclama que hace disonilnCiil

•• con lo disonante, que es su substancia. Alli está la tristeza de


Mozart. SOio trnnsformanclo ~so que se mantiene, a pes.ar de
todo, de manera negativil, cbntraclictoria, es que el arte cum-
ple con aqt1ello que lo calumnia, transfigtJrándolo en su ser·
Coordú111d11r Genl.!ro/:
Lic. JUAN C•llllOS R.-11/UI )C/1
Profesores:

•• -·mds allá de lo q11e es, independiente de su contrario. Cuando


se fracasa, como es habitual." al definir :o kitsch, seria, quizá,
un criterio bastante satisfactorio preguntarse si un producto
Dr. 1/ERN.-tN f..L"SSU.,\1.-LV. Dr. TO l'A ILOVSf..T,
Dr. DICKY GR/MSON. líe TOT! G.-IRCl,t.
Lic. ANA QUl!WGA, líe JLI,\' C R.-lllOJ'!CH
n

••
artístico, aunque insiStil en ser la antltesis de IJ realidad, for-
ma la conciencia de la contradicciOn o busca engañar Jcerca
de ella. Es bajo este aspecto que es neces.1r io exigir a toda
.... obra de arte que sea grave. El arte oscila antre la gravedad y


la alegr1·a porque en cierta forma escapo a la realidad y sin

••
pr L:'.:.tl pon..: u li.l clJ ),; dt: 11 ;¡11ql1t.!.:J t, r t).i n.1, no :.010 l!ll l.i cpot.:J d.J l..!11 ..!k':JI 1,l dt..' clülllllllü, C,lSI t1.1st.i L!I t,l\..il "lü11t~ :,(! V,1 J
••
(kl :.11r<J11r11i:11lu dt: IJ bur'\JtJt!'.:.IJ, cnrno i;n Oo.::cJcc10, CllJu•
ct:r, ll.Jll1!l.11s o ,:n Don Ou1¡1Ht!, )111~1 ,1 .1 1:11 los p,2110..to~ ,.;11
q,,,.; lo q,1l.' :.0 11..11;1.1 CIJ:.1.:isrno se: :,upJ1.1 ,1c1 J1 LC ,11c.1ico. Lo
í]llC p,:11111\e JI J1'k libü1.11se tkl rn110 SOflll)IIO y i.ll!St!'.,J)l!l,)11·
ti,1ct:;1?" clel ~cn\1rn1ento \1J~¡icu c¡11c '.>(! cor1~11el,1 con 1.1 idt!J'
d,i ·-=ü1 t:;s IJ vid.i". El JI ti!, que no t!~ pos1tJlc m.)s qlh! cn1nn
1t..'Tle.,1on, rl<:llC 1e11t111.:.1,1r por si mismo J IJ JleuriJ. '( solHc! •••
••
lüdo, ,25 el pJSJliO rec1L.!n1c q11i1.:n lo olJ!19J. LJ fr.ise seu1·1n IJ
z.1,J,1, l!:. t!SCllCl,Jllllt)ll[C lll1 proc~so y 110 lltl,l elo2cc1on fund;1- Ll1,ll no se p11ede eser ill11 m,Js po,;rn.is deSpllCS de /\11:.ct1witz
rn.J1ll,1I 1/lllllJlJ[)lc e1\l1t: IJ 91',lVl:dJd y IJ Jlegr1J. En IJ J\eg1 lJ no deb1; s,;:r torn.1d,1 1.11 cu JI, pero es cierto que, clesd,! enton-
ckl Jrte. 1,1 )IJbJdÍVldJd si; pt.!ICll)e '/ tomJ CO/lClCllCIJ d':! SI ce~. poi ~ue eso fue posible y pue1..h: serlo irHJL!f1nidJrncntc,
rnisrnJ. Por JJ J!t!griJ se rt.!l1rJ del rnunJo y se reencuentrJ J

••
110 puede ptesentJ1 se un arte alegre. Objetivamente degener.1
s1· m1sr11:1. LJ JlegriJ tiene Jiga de l,1s libertJClüS burguesas, es en cinismo, aunq11e torne prcstJclJ IJ bond.id de IJ cornprcn-
lo q1Je 1,1 h.:ice ciler Sremptc bJjO el (Jolpe clt: lJ filtJlidJd llistó• s1on humanJ. Por otta pJrte, esJ 1rnposibilidacl fue presenti-
fiCJ de 1,1 bur':.lues1.1. Lo q111~ en otro t1ernpo etJ lo corni.::o, d,1, CJ'>i un siglo antes de IJ c.:itilstrofe europea, por los grandes

••
se debil1tJ irrernediJIJ!ernente; luego, de9er1t~CJ en satisf,1Ccior1 podJs, sobre todo por ÜJuclclaire, m.!s tarde por Nietszchc y
beJta y 1uidosJ, Tcrrn1nJ volviénc1ose ins:oportJbk. Per"o poi tJ t:scuelJ de George con s11 repudio del humor. Este se
lqu1en podr1J re irse hoy de Don Quijote y encon\rJr p1cJrJ ubicó del IJclo de IJ par01.1iJ polcrnicJ, donde encontro rcfu-
l,1 risJ s,1dic.1 de ese hombre ol1ligJdo J ceder clelJntc d,~I 1)10 provisorio durante t.:into tiempo que ahora se obstinJ
p, incipio burgu2s de reJIÍdJd? Sin dudJ, lo _que llJblJ de c0•
1rnco en IJs comediJs de Aris16fJnes, tJn geniJles hoy corno
Jrlh!s, se tia vuello un cnigmJ, IJ JSim1IJci6n de lo grJve y lo
comico no se encuentrJ 111Js que en el cJmpo. Cujnto mjs
en su 1nlrJnsigenciJ, sin p,eoCllpJrse por el concepto de rc-
conci11ación que se a9re9.:iba en otro momento al concepto
dll humor. Desde entonces la formJ polémicJ del humor se
hJ 11uelto problem.!ticJ ellil mismJ. No tiene ilSegur.:ido en-
••
esU en deud.1 la soc1ed.1d con esJ recondl1Jci6n que el espl-
ritu b11rg11és le hJl)1,1 prometiJo, como el que debe esc1Jrece(
el mito, mjs se Jrrastra irresistiblernente lo comico J los in-
co,1trJr un público que la comprenda y, mJs que cualquier
otrJ formJ de Jrte. !,1 polémica no puede Jndar a ticntJs.
Hace ilrios hubo un debilte sobn.i la posibilidJd de prescntJr ••
••
fiernos y lil nsJ, en otro momento imJuen de IJ hurnJnid.1d, JI fJscismo en formil córnicJ o paródica, sin cometer inju-
recJe en lo inhurnJno. r1Js contrJ sus victirnJS. Indiscutiblemente hay un costJdo
irrisorio, punzilnle, rniserJt1le. Hitler y los suyos tienen afi-
nid.:ides electivJs con l.1s cJrtas cJel cl1JntJje y IJ difJmJcibn.

••
Pero uno no puucfo reirsc. La rcJl1dJd cnsangrentadJ no erJ
6 ese esp1·ritu, bw:110 o malo, del cuJI el esp1'ritu bueno o m,110,
podria bwlJ1 se. El tiempo en que HJsvek escrib1·J su Schwevc
o,isJe que IJ industr1J culturJI puso su 111,1110 sobre el J¡ ti:, y erJ tod.lViJ uno ele los tiempos felices en q1Je habi·J ar9uc1Js

••
dede que es\L! forrnJ pJrte de los bienes de consirn10, su Jlc- posibles y suficiente clesenfado en el seno del sistema del
gd.1 es sintdicJ, falsJ, como engJrlJdJ. LJ illt?gílJ es incompa- horror. Pero las comedias sobre r.l fascismo se volvieron cóm-
tible con IJ vidrierJ arbitrJria de mercJnClilS. La rel,icion plices de ese el/sé intelectual muy trivial: el fascismo hJbla
,1p.:icigu,1da entre la alegría y IJ n.:iturJlezJ excluye lo que es\J sido derrotJdo di.! antemano porque et grueso de los batallo-
nu111pulJ y CJlculJ. La diferencia que t,ace el lenguilje entre
el espi"r itu y lo bajo da cuenta de esto con ex.:ictitud. CuJn·
do 11oy se ve ilparecer Jiga de illegri"a, estJ \Jn desnaturJl12u•
nes de la histor1J universal estuvieron en su contru. La posi-
ción del vencedor es IJ que menos conviene a los adversarios
de los fascistas que tienen el deber de no pJrecerse en nada ••
••
a aquellos que se atrincheran en esJ posición. Las fuei"ZilS
de la historia que t1Jn engendrJdo horror provienen de la
L.!structurJ m1srn.:i ch: lil socied,1d. No son supcrficiJles sino
. CURSOS ANUALES clcrnasiJdo pocleroSJS P<lfJ que cuillquicrJ puedil enfrentJr-

••
las corno s, tuv1erJ uetrJS de el IJ historia univt.!rsal; y los
DIRECTORA: Dra. DORA SCHNITMAN "Gui"Js" eriln efcctivJmente los pJyusos, cuyJs apelaciones
.11 t10rnic1dio no comenzaron a parecer frivolid ..H.les sinu de-
·POST-GRADO· FORMACION TEORICA Y CLINICA rn:isiJdo tarde.
·OBSERVACION. CO-TERAPIA • SUPERVISION
Ora. Schmtm;m. Lic. Joselev1ch. Lic. Czer1ok.
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· TEORIA Y TECNICA BASICA
7 ••
··CLINICA Y TEORIA SISTEMICA DESDE LA CIBERNETICA
DE PRIMERO Y SEGUNDO ORDEN
Dra O Schrntm.in
i•,11entr,1s t.1,1to, po1q11e el rno1nr.!nto de ale~1ri"a consiste en la
l11l,~rtJd dt!I arte en relJc10n con la c:<istcncia simple, que tes•
tirnor11;u1 l1Jst,1 las otiras dcsesp1!tJn,:.-1das, y es en ell.1s, sobre
todu, que el IT\úrnento de ,1le9ri'a o de lo cárnico no rJUecle ser
••
·PRACTICA SISTEMICA AVANZADA
Or M P,11,,rn,rn
e:<p11hJdo l1istór1cJmcnl,~ en forrn.1 st.:ncdlJ. Sobrevive en su
,111to1:ri't1ca. corno com1c1d,al c!o: lt) cn1111co. Los rilSIJOS t1,1bll·
mente abstitdus o 1d1nt.1<; de I.Vi nhl'.1~ r,lilicJles rli! lloy, que ••
••
-SISTEMICA: DE LA EPISTEMOLOGIA A LA CLINICA 11 ri \Jn tan lo J los cc,p I r1 tt1 s po'.>1 t1vus. son rn,!nos 11r,a r"cg1 e•
' .. t:;:. -,_, :• ,_ .. , ... ,, . ~ ... .;:: ..\: .• Sl()ll ,l Lill est.H!IU inf.1nt1I que (J[1 p1 OCl!)O cárnico q11e ellJS hJ-
·e• .:.__ ::_;,. Dr. BERNAL ,. ABUSO DE DROGAS-'•·;··:~ (l;/) J lo córrnco. Lil OIHJ .~n Cl.l'JC df"! W,!dck11H! contrJ el cdi•
· ,, • :: . _U.DE CALIFORNIA .Y U.DE PUERTO RICO.'• .. tor rJ1~1 diario s,·mph.!1ssimus t1t:n1~ corno s11tJt1l1ilo: "S,"itira de
: --~ ~,:.i ,JUNIO_ylERNES 23_-Jl:30 a 11:00 ;~: · ... -
.. , .. Dr. CARLOS SLUZKI - CURSO INTENSIVO. " :
,..• , · .;:.-. ::_., " : 25 al 30 de Julio ; 9:00 a 17:00 · >·'''·::i :·:· ·:-
1,1 Sil! 1r J".
Hay co•,Js ',t~rn1!¡,111ks en i<.aíkJ, c11yJ prosJ di! erecto
fue e.<pcrimt:-n t,icl,1 corno t1urnoristicJ por cierto~ interpre•
tes. COITlO Thornds f·.lann, como los ilutores eslovenos que es-
••
\ ,; é(otdARLÓS SLÜZKI ·.;-·ALLÉR.CLIN'ic'i)/~>"
.c. 1. 4. 11 .. ·18.: 25 A osto ·• 8:30 a 12:00 ·','•:'é;';º'º·:
turJ;.in s11 rr:l.1c1on con H.iwck. F1nJlrncntc, frente ,1 las
obr,1s de l31ich.1!tl. IJ cat1:~¡,1r(J r.l1~ lo lr"J~pco se ck¡;1 tr.111·,ior·
mar en ns.i JI mismo t11.)mpo que ,1c.1bJ con todo t1t1rnor Sil· ••
.~i[Ntt~~ ,. f)
t1sf1;cho. EIIJS kstrn111n1iln un est.1do di: conc1cnc1J que no
pem11te rn,1s IJ a1ternal1v.:i glotJJI entre l,1 grJ•1ed.1d y 1,1 Jle•
grla. ni se prnd11c~ IJ bur!,1 qtic es IJ trJ1]1cornClJ1il. Lo tr,icJ1co
se dcscnnipon,~ en lil f11tilid.1d m.:ind1esl<1 de l.1 ¡-irctcnsión ••
INO<TI1rtmQ DE TERAPIA FAMILIAR SISTEMICA
Informes e lnsc,1Í,CiOn: FIGUEROA ALCORTA 3085 Piso 5 Oepla 8
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de la sub¡ctividJd rli..! sN !r'Jg1Cil. LJ ri~ C'> recmpl.L:JdJ por
11.into:; ~in IJ!Jrirnas. ~ecos. L.1 qt1cj,1 -;e tr.-imform,1 en l.1 de
m1r,1lJ.1 V,lCIJ, v,1r:i1J l_,l~ 0111,1$ r.lt: Bcchett SillVJ/l el humor
purq;HC p1ovoc.111 urlJ ns.1 contJu1osa, con lo irri:;orio de la
••
ri~..1 l:1 de,;c~per.rn.:,1. l.:slc riroceso se une JI de la rcr.ltic:cion

••
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-'" (, \(.'/"/.lí'\/1,'l!/!l(,/c.l
••
•'•• ;rti'stic,1 qt1c conduce Ji m1·nirno vitJI, JI rninimo de IJ vidJ .
Ese mínimo anticipJ la catástrofe histórica, q1_1i::j rara poder
sobrevivir a ella
de 1J existenclJ que tiene un rnovirniento ele reticencia ante
e1 cótLJrno que sotl1elleva el sufrirnie1ito, JI tomar padiclÜ
siempr"e por s11 inmu t.J llil icl.1d.

•• 8 I•
El ade di.( nuestros dias no es alegre pero no es m,15 muy
grave, frente al pJSado reciente. Comenzamos a pregunt.::irnos
si fue algunJ vez tJn alegre corno IJ cultma quiere perstudir
a los t10rnbres. 'No tiene mas el derecho de asimilJr la cxprc-

•• En el Jr\e conh.imporjneo se ve diser,arse el fin de lJ JlternJ•


tiv·a ;:H1tre la alegrlJ y la gravedJd, lo trjgico y lo cárnico, IJ
vida y IJ muerte. De este modo el arte reniegJ completamen-
sion de IJ tristeza con l.:i alegr"iJ extrema, corno 1.1 poesía de
HOlderlin que se senUa junto al esp(ritu universal. El conte-
nido de verdad dt1 IJ dicha parece hoy inaccesible. El hech·o
de· que los géneros se deshil.Jctlen, que la actitud trjgica il])J·

•• te de su pJS<Hlo sin duda porque la alternativa famlliar expre•


sa el corte entre l,1 dicha de ver que IJ vida continúa y 1a dés-
grJcia, que es el medio en el ·cual ella puede preciSJmente,
re:ca como cómica y la cárnica como melancólica, estil en
relación con esto. Lo tdgico se descompone porque reivindi-
CJ el sentido positivo de la negatividad, eso que la filosofi"a

••
continuar. El arte, cuanclo se ubica rnjs allj de IJ gr.wetlad y IIJinó la negJlivíclJd positiva. No es cncasillJble. El Jr"te avJn·
de la alegílJ, puede ser el signo c.ic la rcconciliJcibn tanto co- za hacia lo desconocido, el Unico todavía Posible, no es Jlcgre
ma del error, por la desmitificación total clel mundo. Este ni grave; pero el tercer término esU disimulado a las miradas,
.:irte corresponde t,rnto a unJ reacciOn de disgusto ante· la como sumergido en IJ nadJ de lJ cual IJS obras de arte JvJn-

••
omnipresencia de la publicidJcl alJierta o clandestiña en fiJvor zadas describen IJS figuras. □

•• Estos libros Ud. los puede adquirir en Librerías


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r:.-1ccr.-1 r ...,·1ccnoc1c-1 21
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•• 16
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•• TEORID

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.. tHEODOR
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W. ADORNO . ..

•• ' EL ENSAYO COMO FORMA

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THEODOR W. ADORNO
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NOTAS ••
DE ·LITERATURA
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Traducción de 1v1anuel Sacristán

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' EDICIONES ARIEL


BAR CE.LONA
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•• EL ENSAYO Cüi\10 rOHMt\

•• Ver lo l'rcci.<o, ver lo. il11mi1111,la, no la luz,


GoF.Tnn, l'andUTa

•• Que el ensayo en Alemania cst.í dcsprcsLigiado como proJuc-


to ambiguo¡ fjUC ]e falta convincente tradición fornrnl¡ guc sfilo

••
intcrmiténtcmcntc se lrn <lado satisfaCción a sus enfáticas exigen·
cias: todo eso se h,l comprobado y censurado suficiente número de
veces. "La forma del ensayo ni.> h:1 dejado tod.1vía a sus cspahbs

••
el camino de independización recorrido hílcc ya tiempo por su
hcnmma la poesía: el cmnino <]llC aleja de una prim'itiva e indi-
ferenciada uniclnd con la cicncin, );J moral y el nrtc".·t Pero ni la

•• inguictud suscit~Hfa por esa situación ni h prnvocathi por el esta-


do e.le :'inimo (JUC reacciona a ella por e~ procedimiento de ncotar
el mtc como reserva de irracionalidad, i<lcntilicar el conocimiento

•• con la ciencia organizad~ y eliminar por impuro ]o que no se


somete a esa nnlítcsis, han conseguido modificar en nada el pre-
juicio nacional. La elogiosa caliticación ele écrivain sirve a\m hoy

•• par,1 tener excluido del nn11H.lo ncadémico al destinatario del elo-


gio. 1\ pesar de la grávida comprc11siún que Simmd y el joven
Luk,ícs, K:issncr y Denjamin km confiado a Li. especulación acer-

•• ca de objetos cspccílic()S, ya preformados cuhuralmc11lc, 2 el grc-

••
l. (:r,onG v. Lm<Ács, Die Scclc wul ,lic Formen. ílcrlín, 1911, p. 29 .
2. Cfr. LuKÁcs, loe. cit., p. 23: "El cnsa):O h;il,]a siempre de nlgo ya
formnJo o, en el mejor de los casos, de :ilgo c¡uc ya en olrn oc:isiún ha sido;
es pues de su csencin el no sncar cosas nuc\'aS de lllli\ nadn vnda, sino

•• limitarse a ordenar de un modo nuevo cnsas <]lle }'ª en algún momento


fueron ,·iv;is. Y como se limi!n n orJcnrirla_c; de un modo nuevo, en· H'7,
, de d:ir fornrn n algo nuc,·o ;t pnrlir de lo informe, se encuentra vincufodo

•• a ella.~, tiene que decir siempre 'ln ,·cr<líl<l' acerca de ellas, y hall.ir
expresión de su esencia" .

••
••
12 NOTAS DE LITEHA1'UH.\ EL ENSAYO C0:-,10 ronMA 13 ••
mio no :1c:cpl.1 como f1losofb más que lo que se reviste <le la
dignidad de lo universal, permanente y, hoy también, si es posi-
ble, origin;irio, sin cntr:u en tratos con la íorm:ición espiritual par-
mete intuprclali\·amenle conlcnídos donde no hay ninguno que
explicitar mediante intcrprctaci611. La alternativa es: hombre de
hechos u hombre de aire. Pero una vez gue se sucumbe al tcrro;l
••
ticular sino en l:t medida en cp1c k,y que cjcmplific;ir en ella las
cntcgorí:is gc11cr:1lcs, o, .11 menos, en b medida en que lo pnrticu-
ele cs;i prohihicic'.m de pensar m;Ís de Jo que se encuentra ya pcn-
s.ido en lo dado, uno csf;Í ya accpl.indo la fals..1 jnfcnción c¡uc· /
hombres y cosas ahrigan ele sí mismos. Y cnlcndcr no es entonces 1,
••
••
br se h:1cc tr:insp:1rentc por éstas. La 1c11¡1cid:1d con í]llC sobrevive
es.e cs<¡ucma sería t;rn cnigm;ltic:1 como rn componente afectiva más. c¡ue mondar la fruta para ohtcncr lo que el autor ha cp1crido i
si no Íucr.1 c¡uc b .1li111cnla11 molivos más impnrt:rntcs <]UC la decir en cada caso, o, en el mejor de los casos, las mociones psi- /

••
molc:a:i cnncicncin de lo (¡ue f:11!;1 de culti,·n :i una cultura que cológic:is individu:iles <]lle son índices del íenómrno. Pero ap:irtc '.
npcnns conoce históricamente al l1011n11c de lcurcs. En i\lcmania, de l}Ue diíícil_mcnte será posible preci'sar lo que un individuo \
el cns:ivo provnca a b defensa porque r;rucrda v exhorta a ]a ha pensado en un rnso dado, lo que ha sentido en él, con com• :
11nCrla<fdCI espíritu, b cual, desde el fr;ic;iso lic un;i t1h1a 11u-srr~·
uÓr~ ya frac:is;i,J;i en los clí;is de Leibniz, no se h:1 cles:-trrollado
suíicientcincnle ni nun hoy, h:ijo bs condiciones de la libertad
lprc"ns!?n/2_S Je~esc tipo no_sc g,marJa tampoco much~; Lis mocio-fl
ncs del :m~or. se .borrnn,cn el contenido objetivo que aíerrn~.
Y en cambio, para__~_csvcla_rse, la plétora objc_Liv_a -~~igr.1~Gc;aciollci
1

••
ÍOrmill, sino c¡uc siempre '1;1 csl;1dn dispucs!:i a proclamar como
su 111:ís prnpi:i ~1spir:1ciún el sometimiento :1 cu:ilesquicr:i instan·
,~i:1s. l~cro el ensayo no :1dmitc cpic se le prcsc'riba su competencia.
9~c se e~c~1~1uran t:11capsuladas en cualquier lcnómeno espir:i•
1ual_ exige. de su-r~ror _prcc~s~n~~ill~ ~~~- <;_SJ!QQ.@nci®.11_c,!~--lÍ
fantasía sunjen\'a que se condena en nombre de ]a discinlin1a
••
IE1~·e7, de prod11cir cicn(ÍÍlc;imcntc :ilgo o de crear algo !,lrlística~~
~l~.!)..l.!,;, el csl uerlO del ensayo rcllcp Mm el ocio de Jo infantil, I
<¡Pf _se i11fb111:1_ sin escrúpulos ·con lo que y:i otros linn hecho. El'

.01J1e~1\1;17No es posthtc OIHcner p~si\'aJ)1~ntc _por interpretación' 11
·,algo cpre no haya siclo introducido al mismo Üempo .por un intcrw/ :j
Pr:rar_actn•o.-H~os criterios de esta pcu'viaao son Ja é<1ñipat11111ldí1<f • ;:
••
cns;iyo refleja lo am:iclo y lo odiado en vez Je presentar el ésPíri·
t11, según el mnclcln ele una ilimit:ida moral del trabajo, como
'crc-·binlerpretaci(m con el lcxto Y.'la fucr¿a que tenga la interpre-
tación p:ira llc\'ar juntos a lenguaje los demenlos Jcl objeto. Con ••
••
crc:ición a partir de b n;1d.1. For1una y juego le son esenciales. Csto se acerca el ensayo :1 cierra independencia estética cp'ic es
No cmpic1..1 por J\d(111 y Eva, sino por aquello de que quiere ha• fácil rcprochnrlc tom:índoJa por mero préstnmo del arle del cual
hLir¡ dice lo <1uc :1 su propósito se le ocurre, tcrmin:1 cu:1ndo él ~~~P<::~~!..·.~;?ns~y? _s.s..~_l~(l.:~~-~1~ia P?í ~~ ~-1cJi?• ~o~ C?~~o_;,·5-J~_?f \
mismo se siente llcg:ido ;il íin:1\, y nn donde no qucd:, ya resto
:ilgunn: :isí se sitú.i entre l_:ts "cliycrsioncs"/St~.s coiKciJtos no se(
có,~stiuycn a p:Htir de ;ilgo primero ni se redondean en algcf ¡.
;~}sp1r~c_:~~-~v~~~•:d, horra de apariencia estética. Esto es lo que f
P~_sa po~ ;ilto Lukács_ cuando en su carta a Leo Popper, introduc- ·
c1011 ;i l:l alma )' las formas 1 llama al ensayo íomrn artístka. 1 Pero
j
••
·último. S11s interpretaciones no cst:í.n__ hlolé,gic:1mcntc -fundadas1
)·; --me,lid;i5;, _si~l6 ·~_e¡ uC '.~ ~on '.'1"'¡10~ \ l)ri~i_~ipi_o ~~ l_~i_p-~rl!_) t~rp~eta~ionJs
~ p::ií:1:'~I \cfcdicto;,ll1to'm~ti_z:ido de ese despierto entendimiento!
no es superior a esa conccpci6n la máxim:i positivista según la
cual lo <JUe se escribe sobre arte no elche aspirar en absoluto a te-
ner rasgos <le cxposicifm artística, esto es: no debe aspirar a :iuto- ••
C]llC ~e contrata cnmo ;ilg\1:1cil de la tontería contra el cspíritu-j. ~
Por eso se 1?sti_1_!m:1tiz;1 cnmo cos:1 ociosa el csf11crw del sujeto en
el c,1s:ryu ¡•i1r ¡wnctrJr Jo (Jlle se esconde como ol)Je1Jvu1an ocrr?'L,
_¿_nomía formal. L1 lcndcnci;i positi\'Ísta general, que contrapone
rígidamerltc al sujeto todo objeto posible como objeto de invcsli•
gación, se queda, en é~te cmno en todos sus demás momentos, en
••
di.: fa iac11:1(1a: se Je cst1gm:111z:1 por JH1ro·11ncc10 :1 Ja negatividaq:
~e arguye (p1c·to<lo es muchotnds sencillo. Se ;-idjudica fa•ciega·1.
mand1:i a111;1rilb :i ~r¡11cl q11c intcr¡,rct;i en vez de accpt;ir sin ·111áS
'la mera separación <le formas y contenido: ¿cómo podría ser
posihle ha!?lar acslétil;amente de lo estético, sin la menor semejan-
za con b cosn, a menos de caer en h:inausía }' clesl.izarse n priori
••
y !imitarse'! orrkn;ir: b cicg:1 "ina11cr1:1 ;imarill:1 cid impotente que',
un1 111teligcnc1;1 crró11cc1mente oricntc1dc1, inventa fantasmas y l. Lm-:Ács, loe. cit., p. 5 ¡J(n.~im. ••
••

...
••
•• 14 NOTAS VE LITEnATUTIA

fucrn de la cosa misma? §:glln uso pos1lJ\'1sta, el conlcnido, una


EL ENSAYO COl\10 FOJ\MA

todos implícilamente, y por eso mismo con completo acuerdo.


15

•• vez ~fijado scglm -la_· protoi_magc.n:_ de la~ prrip~!.siciún ·de p(olocolo, 1


debería ser ség6,l'7Cs1ó_ il,.clifcré·T1tc a-su cxposición,-·y ésta tcndríg.r
q~1c ser cony':,ncional, no exigida por !a _:0~1; y ~j~~~11,\~xprc¡
El resultado externo <le la psicología comprensiva se fusiona con
las rmís corrientes cntcgori'as procedentes de 1a .conccpci6n <le!
mundo del cursi analfabeto de la cultura; como las categorías de

•• _siv_a cn.)a exposición es, para el insti1;J~_1dcJ.fpur-ismu•cicnlífic9-;_


pcligrosc1 para un:1 ·objcti\'ich1d <JllC s.iltnrín a b vista sólo después
de la rctír;tcla del sujcto,-:pcligrosa por tanto_ tñrn,l}i$!1' P::~rn la ~~n·!
personalidad e irracionalidad., Estos ensayos se confunden por
culpa propia con el folletín literario, cor~_~l q1_~l.los enemigos <le
Ja forma_ ~onfu,n<l~n... a la forma mismC.,.. Libre de_ la_ disciplina !

•• , suma_Gió_n-clc-b-·cosa;'b cüal,~sc·suponctS;~,;-r.¡.11rni:í t~hto m2j°&rY


1
. cl1?~{T0\\·;1'c·.;.:o/n PC1c'?!'iil;·o)•~\1~· b ro. i~~;!·t•~'- pe~ª-~ d~:quc )~ non~a./
de la scr\'idurnbrc aca~lé_mica, la libcrtaJ- Cspiritual misma se hacC
SCr\'il y accpla,gustos.-imentc la nccc_siclad Socialm,cntc preformada•

••
misma de ésta consiste prcc1s;imente en·dar·la·cosa•pt1ra y sin~ de la clientela.) La irrcsponsabilidc1d, momento, en sí misma, de
afiacliclo. En In nlcrgia a las formas como puros ,.icciclcntcs, c1 cspí~ tod.1 vcr<lad cp.';c no se agite en l.1 responsabilidad por lo existente,
ritu cicntificista se acerca al tercamente dogm,ítico. '"Í,a palabra se hace en cambio responsable de las necesidades de la conciencia

•• disparada irresponsablemente pretende ser pnicUa de espíritu de


respons.1Ui/iclad parn c_on kl cosn 1 y la rcllcxit'.in soUrc lo espiritual
se convierte en privilegio del gue carece ele espíritu . ,.
establecida; los malos ensayos no son menos conformistas que las
malas tesis doctorales. Sólo que la responsabilidad no respeta sólo
:a autoridades y gremios, sino también la cosa.

•• Tocios estos ílbortos del rencor 110 son súlo la "no YcrJad" .
Pues si el cnsnyo '~-º se digna empezar por dcriv~n !ns formacioncs_f
Culturnlcs de un nlgo suhyncentc, pot' otrn parte ~ enrecia ·<lcma--
i
Pero la forma es inocente del hecho <le <JUe el mal ensayo
narre ele personas en ,vez de abrir la cosa. La separación.de cicnciá
y arte es irrc\'crsíble.- 1Sólo la ingenuitJacl de los fobricantes de lite-

•• si:ado cclos:amcntc en la organiznciún c:uhural de la promincnci:if


el éxito y el prestigio de los productos del mcrc:idq:. L:as hiograíías
ele novcbs y toda la demás literatura ele premisas o presupuestos
1
1
ratura la pasa por alto, porgue el fobricanle de litcratu~a se toma
por un genio de la orgnnizaciún y sabe hnc_cr con buena_s obras de
arte chatarra para otras malas. 'La ciencia Yel arte se lian separado

•• cmp,1rent,1cln con cllns y <¡ne his acompniia, no son mera Jcgcnc-


rnci611, sino tentación constante de una forma cuya sospecha con-
tra la f.ilsa profundida<l no CJlle<.la en absoluto satiSfecha por b.
. con la cosifica~ión del mundo en el curso de Jj creciente· desmito!
logiiáCiú1~..~s_.imposi_~.lc ""r~~blcccr con un g~lpe de varit_a m.'1gi"~

••
ca una conciencia para la.cual sea.una sola cosa intuición y.cori-
inversión en consciente supcrficialidnd. Yn en Saintc·l3cuvc, del . ccpto, imagen y signo.-:--:-. si es gue esa conciencia ha existido algtl-
qu_e probablemente _d_escicndc el género del ensayo ~-~dcmo, se _!lª \'ez_-,_y la restitución de esa conciencia caería otra vez en i:'I
r ,,

••
dihuj:i est;i tC;1déllcia 1 que, junto con productos como los perfiles 'caos. Sólo cumo consumación del proccSo <le me<liación seda
de l·lnbcrt Euknhcrg, prototipo alcm;Ín ele un::i. inundación de imaginable esa Conciencia, como utopía, tnl como la pcns.1ron
indigna literatura cultural 1 junto con los filmes sobre íl.cmUrandt, los filósofos idealistas desde Kant con el nombre de intuición

•• Toulousc·L.iutrcc y In S:igrad;i Escritura, ha seguido promovien-


do líl neutralización de formaciones culturales, su con\'ersión en
mcrcancí:is, tm;i neutralización que ya se manifiesta irresistiUlc·
intelectual, la cual fracasó siempre c¡ue el conocimiento actual
apeló a ella:· Cu_anclo, mediante empréstito de la poesía, la filoso-
fía cree poder eliminar c1 pens.:1micnto objctivador y su historia,

•• mente en la reciente l1is1oria Je b cultura antes de que en el


Este cobre el vcrgo1~zoso nombre de herencia. Este proceso es tal.
\'ez. rn.íximamcntc visible en Stcían Zweig, CJttC en su juventud
la antítesis (según terminología usual) de sujeto y objeto, y hasta
espera que en una poesía monrada con piezas de Parménides y Je
Jungnickcl, hable el Ser mismo, esa filosofía no hace más c¡ue

•• consiguió algunos ensayos diferenciados par;:i acabnr por caer,


en su libro soUre Ilalzac, en la psicología del homUre creador .
· Esta literatura no critic1 los conccplos abstractos funrbmentales,
acercarse a la m;Ís lixiviada cháchara cu ltural.vCon astucia cam-
pesina rccompucst:i como originarieclacV esa "filosofía se
cumplir con las obligaciones Jcl pensamiento conceptual, ·obliga-
n,iega 'a

•• los datos Sin concepto, los raído~ clisés, sino que los presupone ciones c¡uc, sin embargo, ha suscrito en cuanto se-puso a utilizar

••
••
lú N()Tr\S DE L!TEHATllnA EL ENSAYO COMO FOHMA 17
••
conceptos en b proposición y el juicio, micntrns que su elemento
cstét..ico no pasa de ser una aguada reminiscencia de segunda
mano de Hblclcrlin, o del expresionismo, o a veces incluso del
de filosofía; y .,as,íhSCJ~~P~~ry_a·· el nrte c~>': ~a cosiíicac_i.~n, Ja pro-/ ~ .
t_est~ coi1_tT_~ 41a, cu?l,, por.'.opa_ca 1y h_asta cósicamentc que se pro~,.1
d1lzca, •ha-~ si<lo·rs¡Cfllpi-C-'~ ha~~~cL ~]í~ c_lc hoy la función de lo~ j ••
modcrn styl, portJUC ningún pcns:-imiento puede confiarse tan
ilimitada y ciegamente al lcngu;1jc corno finge la iclc.i <lcl decir
originario. L.1 violencia que en esto se infieren recíprocamente
<¡ue no ti~nc (ulJciÓp, la fruición del arte .. i
Pero si el arte y ]a ciencia se separaron en la historia, tampoco
·· ..,J
••
••
debe hipostatizarsc su contraposición. La rejmgnancia por su ana-
la imagen y el concepto surge de la jerga de la propie<lad, 1 * en cr6nica mezcla no basta para santificar una cultura organizada
la que tiemblan pabbras de trcmolos.1 conmoción <1uc al mismo por cajones especiales. Pues a pesar de toda su necesidad, ese

••
tiempo se callan aquello que las conmueve. La nmLiciosa tras:=c1~- encajonamiento no hace sino coi:iíim1ar institucionalmente la
<lcncia del lenguaje .-il sentido desemboca en una oquc<lad s1gn1- ~ rcnun"ci~ a la verdad entera. JLos ideales de limpieza y pureza,'/
ficati,·a que es para el positivismo muy f:í.cil detener y bloquear, ccimuneS a una filOSOfía orientac_la · a tvalores de _eternidad, a una'

••
pt1cs aurn1uc aquel lcngunjc se creyera superior al positivismo, ciencia in ternamentc Organi~·adá; a·'. pi-ÜéLa ·_;;~ié•·: 2óír0Siórl: y. gofpeS' !
y a un arte intuitivo ·desprovisto ·de c01~ccp_tOs, -~or~ 'Í~eales <JUC,-1
1,.'
110 h;i servido más <¡uc p:1rn jug;ir b partida ele éste, oíreccrlc

1\rntcrial de crítica y aceptar sus cartas. l3ajo la constricción de llevan visible la huella de un orden represiv~ Se exige del esp!:· ·'
esos dcs.1rrollos, el lenguaje, cuando nún se atreve a moverse en
hs cicncins, se aproxima a la industria :utística, y el investigador
cicntír1co es el que, ncgati\•;rn1cntc, más mantiene la fidelidad es-
ritu ~n ccrtificadq de competencia administrativa, para que no'
rebase las Hneas-límitc·culturalmente·confinnadas de la cultura
¿hcial. :Y~.<:11 :¡1~3~éi-Io ·-¡~<p~;-~p~0'0~~·9ue ·todo conocimiento pucd~··. ••
tétic1 al sulik,·arsc o resistirse contra el lenguaje en general y,
c 1~ vez. ck·· rcbaj:-ir b pabLra a mera p;1dfrasis de sus ciírns, pre-
fiere b tabb numérica, r¡uc tiene ;¡J menos el v;ilor de reconocer
traducirse potencialmente en ciencia. tL,s teorías clcl conoci•
miento <]UC distinguen entre conciencia precicntííica y con·
ciencia científica no han concchido ni ellas mismas esa dife- ••
sin rodeos b cosificación de b conciencia y ya sólo con cHo
encuentra por sí misma algo así como una forma sin nccesi<la~
de :1pologc.'.·tico préstamo del arte. Cierto que el arte ha estado
rencia sino como .gradual. Pero el hecho de que todo se quedara
en 1a mera segura afirmaci6n de esa traducibilidad, siñ 9ue jam~:s
se transfomi~ra
... seriamente
., la conciencia viva en coOcienC:ia:,
••
••
~ - .

desde siempre tan cntrclazaJo con la <lomin;:inte tendencia de la científica, no~ remite a _]a precariedad de la transición misma, a·
Ilustración que yn en la t\ntigücdad Lcncfició en su técnica b.a- la e_xistencia de una diferencia cualitativa/La más simple refle-
xión sobre la vida de la cóncicncia puede ilustrar acerca <le ]o

••
,l!:17.gos· ci~·ntíficos. Pero la cantid:1d se trnsn~uta en calid~?- Si}
_l;i técnic;¡_,se,nbsolutiza en la obra de arlG, st la construccwn s~ escasamente que es posihle capturar con la red científica conoci~
i"iacc tot~l y extermina sl1 moti\'aciún cun1r:1pu:s1a _-1~ exp:c-,. mientas C]UC no son en absoluto meras impresiones "no vincula·

••
sión - si el :::irtG pretende ser <lircct;imcnte c1encrn 1 c1cnc1a scguO' torias". La. obra_de Marcel Proust, que está tan poco falta•dc
Sll rcc.t':l.- medida, s.1nciÜna la entrega prc;:irtística a la matcri~r elemento ci~ntífico-positivo c9mo la. obra de Bergson, es. to<lá,
t'.m ·_sig11ir1cati,·a como puc<la serlo el Ser 2 * de los seminarios -~lla un úni~9 intento de_ex¡freSar conOCimié~tOS .~-CCesarios i y;;º~-~

J' "l~r0picd,1cl" traduce f:.igcnrlicltkcit; el tecnicismo hci<lcggeriano


trictLvos acerca del homL_~e y de las conexiones sociales, conOCi-'
. '. - - ' -- ' -- ----.
.

nuep~_OS)]~;, n;Pf}~r.,?.~ esos caracteres, no pueden ser recogidos


,,,,
si~.~á_s_por Ja _cíellda, 3 pesar de que. la aspiraci6n de esos cono{ ••
c¡uc :ilgunas \'CCC~ se vi,crtc incorr~c:~nH.:nlc en b litcrntura c~stcllana por
"au!enticidad" (Eclrd1!!ll). La pr~1smn de este ¡iriso de polémica del autor
con I lcideg,gcr 110 permite satisf:iccrsc con b ln:rn. trnducción ":iutcntici-
_cimientos a la objeti\'idad no queda en absoluto disminuida _ni
,educida, a. vaga, plausibilidad. La medida de esta objetividad
110 es 1]~, verificación ,de tesis sentadas "mcdinnte ·,.su ex8n1en ·() i~
••
dad". (N. del T.)
2- "St!r" con mayúscula traduce el c:uasi-tccnicisino hciclcggeriano
Scp•, de h fpocn del escrito il Jlingcr. (N. del T.)
. Comprobació;l;_,.·¡~~t_ic_l~~~--1a c;p_~ri~-~-cia ,· h~·~;:~~di~iclua_l J
j {]ue se mann"éne rC.i.1~i<lá en ]a eS¡>_cranza y crlla- JCiilusiOrl: Ét1a
••
2 - >,:Q"rAS DE LlTll..\TUJlA

••••
•• ,_...

•• 18

Ja relieve
NOTAS DI.! LITEnATllRA

sus obscrv..lcíoncs, confirmfmdolns o rcfut.índolas en


EL ENSAYO' COi\lO FQfü',{A

· Jiza su procedimiento e~pecializado precisamente frente a sus i


19

••
:i
el rcet;crdo. Pero su unic.lncl, inclividualmcnl~ cerrada y en la qt~é especiálcs objctos.f l .-
a pesar de dio nparcCé d lO<lo, no r~suh.Íría' cliVisiblC, por cjcn~-.; . Por lo c¡uc hace al procedimiento cientí~co y a su fundamcn-. ·

••
plo, entre las scparndas personas y el :1parato múltiple y clividitlb tación filosMica como método, el ensayo, según su idea, explicita~
Je la ·psicologb )' la sociología',IIlajo la presión del espíritu cien- la plc_na consecuencia <le la crítica al sistema. -incluso las doctri·
tificistíl y de süs desiderata, omnipresentes y lat~ntcs también en nas empiristas, <JUC conceden :f la cxpcricn~ia inconcluiblc e in-

••
el artista, Proust, con un:i técnica imitada de las cicnci:is, en una anticipablc preeminencia sobre el fijo ord~n conceptual,· siguen
especie de serie c:~pcrimcnt::il, h:1 intentado s;1lvar o rcst:1blcccr siendo sistemáticas en la medida en que discuten y aclaran con-
fo r¡uc en los dí.is del individuíllismo burgués, cunndo In con- diciones del conocimiento concebidas come;> mii.s o menos cons-

•• ciencia individual aún confiaba en sí misma y no se estrechaba


anticipaJ:uncr.,c bajo la censura de b org;rnización, valía aún
como conocimientos de un homhre cxpcrimcntaJo clcl tipo de
t;-intcs y '.desarrollan el conocimiento mismd, en una ·cOnexión Jo
más continua posiblC. Igual <¡uc el racioníllismo, el empirismo
fue, desde Bacon -ensayista él mismo-, "método". La dmfo

•• :1qucl dcs.1p:1rccido 1io111111c ele lcffrcs, tipo que Proust resucita


;:¡lm_ qnno caso supremo <le dilcftrmtismo. J\ nadie se le habrí~r
'entonces. ocurrido consideraL irrcle\·antcs y rechazar como. acc1- .
sobre el derecho .-.hsoluto del método no se ha realizado casi, en
el modo de prnccdcr del pens..1mic:nto, sino en el ensayo. 1;.l _qt!
savo ti<;nc f:n cuenta la conci~nci.1 de "nn,_i_dcntid~cL,..._ raUn 5:in

••
.
·dentales e irracionales las comunicaciones ele, una expcncnc,~., Cxpícsarla_siqrnera; es radical Cn el "nO radicalismo", en )a 3b1-
~)lo porque son lai\ suyas y porque no_ son sin m{1s susceptihlc's tcnción de reducirlo tocio a un principio, cri ra··acen~uac;jón de.lh_
de gcncralizacil,n. l\fas ac¡uclla parte de sus hallazgos c¡ue se . parcial frente :1 lo total,· cri su c:i.r,íctcr h~gmcntarief.1 ··/al vez

•• dc~-l"iza por bs mallas científ,cas c¡ucda ciertamente pcn.lic.la para


la ciencia. Como ciencia del espíritu deja de cumplir ésta lo que
JW sentido :1lgo así el gran s1cl1r de J\itontai"gnc cnando u'io a sus·
escritos la <le"nomin::ición extraordinariamente hermosa y· acertada 1)

••
promete al espíritu: nbrir dese.le d"cntrn las formacionc~ de~ es- de cssays. Pues l.i scncilb modestia de esta palnbra es una or-
píritu. El jcwen C'$Critor c¡uc c¡uierc .1prcncler en la U111vers1da~l gullosa cortesía. El ensayista despide las propias orgu1lo~1s es-_:
qué es un;-i obr:1 de arte, qué es forma lingüística, (]l!é es cu~li- pcranzas que algunn \TZ se crcc:n haber llegado cerca de lo úl- ·

•• dad csté1ic:i, incluso c¡ué es técnica estética, no oir;Í en el me1or timo: se trat:1 súlo <le comentarios a las poesías de otros, eso es
de los casos más c¡uc noticias sueltas y genéricas, informaciones lo {mico que él puede ofrecer y, <;n c1 mejoi:_ de los casos, comen-
<]UC se wman ya listas de la filoSt.JÍÍa que está en circulación en tarios a los propios conceptos. Pe~o· irÓni~amentc_ se adapta a

•• c:Hb ca~ y que se pegan m;Ís o menos :i.rbitr:iri:i.mcntc :i.l conte-


nido de l:is form:i.cioncs ele r¡uc se tr.itc. Si en c1ml?io se dirige a
]:i. estética íil0St'JÍ1c:i., se le ofrcccr:í.11 proposiciones ·cJe un nivel <le
esa pcquellcz, :i. l:i. eterna pec1ueíiez <lcl más profundo trabajo
mental frente a la vida, y con ir~nica modcsqa la subraya aún". 1 __;
El ensayo no obedece a la regla del juego de la ciencia y de la

•• ahstr;:i.cción que ni csl:Ín en mecli~ci1)n con las formaciones que


él desea entc11der..11i son en \·crcbd um1s con el contenido que
busc:1. P_e~n l.i culpa de ésto no r_ccnc sóJo·wbrc"°la clivisióO-_clCI ~
i:éo~íaorganizada~. según la cunl¡. con;o di;e~la· proposición -"de
Spinoz~; d- oidci)idc · las cosas ·es· el miSmo orden dcJaS idl1s.
Como el -~~Jc-r~, ·sin lagunas de los conc~ptos ~10 es uno con /

•• t~ah:1-jc~ cl~I kÓs111os 11octikós c1~ nn~ y ciencia ni son· climinabl~s'


cst:i.s líneas de demarcación mcclinnle hucna Yoluntacl y una pin.¡
niíicación q~1c 1:15 -rcb.isc,· sinO fjlfC el espírilu mo<lclaclo í11npc.-
el ente, d ens..1yo no af)uTJtí! a una constnJCc!ó~ccrrn<la, deduc-
ti\'á 51- iud_u.ctAAh- Se yergue sobre todo contrn ia doctrfnri·, -arr:ii-
gada desde Phtón, según la cual lo cambiante, lo efímero, es

•• 1;1~Jlcmcntc ~g1\r~. el modelo del <lominio ele la nnturalcza y ele la/


pr~iduccicl,~. m:1te.ríal se entrega al recuerdo de ac¡uclla fose_ supe-1
indigno de ]a filosofía; se yergue contrn esa viej:1 injusticia he-.
cha a lo perecedero, injusticia por la cual aún vuelve a conde-

••
ra.<l:i., pero prometedora de otro futuro, a la t~~~-c~1~_cncia res-
1
pecto_ de las endurecidas relaciones de proclucc1on; y esto para- l. Lua:Ács, loe. cit., p. 2 l.

••
. '

'1
20 NOTAS DE LITEHATUHA
1
EL ENSAYO COMO FOm,1A 21
!
n~rsclc en el concepto. El cns;iyo retrocede cspa11tncJn nntc la cnsaro, a s.1hcr, ciuc es fra'g-mcntario .v_n.rci.d~11tal.. úostula sin.,\
1
violencia del dogma de que el rcst1lt~1<.lo de la ::ibstracción, el 1
in:ls cic,,.acie1 •.uacio __ clc la toi.alidad: y con ello· la•identi<laJ'
concepto ntcmporal e inv:.ubblc, rccbma dignid:1d ontológica en ;- ! Je sujeto y ObJcto, por Jo (JUe ~~_cóITlporta como· si ·realmerlte'~, ·
vez dd indi\'idun subyacente y nfcrra<lo por él. El engaño 1' ¡ estuviera en poder <lcl to(lO.rPero el enS.'.));O ·n¿··stp·ropo;;~
buscar)
ele (]llC el ardo iderrrn1J1 es· el ordo rern111 arraiga en la posición lle / _l~ eterno en lo pcr~cc<l,~_ro_y l.lcei~.r~-~!g,·jjno'.m_ás ·bicn· ctpr-'
algo mcdi:1do (01110 si _f ucr:i. inmc<liato. 11),cl mismo modo quC: un1 mzar lo percceclero.,Su\lébilidad da, testimonio "de'la "no'identi' 1
ªl&º ]_:ncrnn,1c1_1_1_~_.f_ftc!._ico no
puede ser pC¡lsa<l_o· sin conccpt0 por-,,f 1 .
cfacl'~ mism~_qu·c_ él tiene.qué· c;l;~~.s~(,-,~,íf~~~d~T"-C~OO _<l¿
que pc~1-1~1_rlojigr_1i_~c_;t_ siempre conccptunrlo, así tampoco es pcnf la in tcnció,1 'Soh';'.;· li/tas:i:~·y,-.·Cáñ' cllo,'ldc....aCflíella"ütñpía~tclüiqá
s.1hlc cl .. n1~s.p1,.1rQ ~·onccpto sin· rcfcrcnci;1 alg.una a b facticidad. por In artict.1}ación ~ivísora "(ld Inundo en ;te:i:-ao y perecedero.'
Incluso las fonn:1cioncs de la Íanlnsí:1, supuestamente 1ibcrndas En el en[ó_tico ensayo el pensamiento se libera <le la idea tradi-
del L'sp:1cio y del tiempo, remiten a existencia indi\'i<lual, por cional de verdad,
cleriv:i.damcntc c¡uc sc:1. Por ello no se deja intimidar el ensayo . ·Gon e_llo s_u_~pcnde :~1 mismo tie,~1pq. el.co_ncep_~~~trnd}ci~n~J
por los a1;1qucs de la m~s dcpr:l\':icb meditabunda profundidad ele método.,,4El __ p~n~:imiento tiene su profundidad en la nroíun-
que afinna qHc b vcnbd y b historb se contraponen irrccon- , <lidad con que _penetra en la rosa. v no eri fo urolui-lJim'entc'~
cili:1bkmcnlc. Si 1n \'Crd:Hl tiene en rcnlicbcl un núcleo tcm- nue J:_ ~eduzca a otr:i. c?sa.iE_sto es lo q\JC aplica ¡x;lénuca-
por.il1 el pleno contenido hist{nico se cnndcrle en momento inte- mente el ··ensayo al tratar Jo que según las reglas es Jcri-
gr.intc de ella; el n ¡wstl"!riori se convierte concrct.irncntc en vado sin recorrer él mismo su definitiva derivación. ,:El «?nsayo}
(1 1irin,ri, so1rn1 c:·dgicron fichlc y sus StJCCSorcs !iÓ\o en términos ,, niensa junto en libertad lo que libre y junto se encuentra en el
gcncr.ilcs.-1_.,,a rdcr,c_1J;.}.~,ª cxP.l:Ii;1!cia ....,...a ln que _.fl_f~J?Y?.P.:.:~.!~- 1 objeto clcgi<lo, No se encapricha con un más allá de las media-
t:1111_~ v~1_1st:1~~:.~:~~~1~~-~-.1 %~li~ion~1l teoría cle_)~s' l~~crns· c?tcg~- / ciones - las meeliacioncs históricas en l~s que est~ scdimc;ntada
r_ías,_/:..":".;;: la,;l;.<-;Lsr~~~!::!~-/;;1:J.:".;t,~,. ~;g~-~'.\ -~.!J,~CJ~.!.~ ~•~ n~~~.i: -~Xl_)·~,!1enc~~ la sociedad cn_lera - , . _sino que lntsca .lli,. contí"nidos <le vcr<la,I ,
í1._1di vid u a f;t cnn ·•. ln·.::q uc ~l.,~ s:~mcicnci.1 .. :i rrnnc::r' y emp.i~?.a comó co·.no hisl6i:_i_~os__ en sí mismos/No prcgunla el ensayo por ningún
· ~011,ln que m:ís próximo le es, est:í ya mcdbda por b cxpcricnci; •protodnto originario, para daiio de la sociedad persocializada, la
c;'lmprehcnsiva ele la hu1n:i_nitla<l histbrica; y la -idea <le que en! cual, precisamente porque no tolera nada (}ue ella misma· no
''CZ ele csci_•]_a t"(;X{)c'i-iC11c_iri_ d_c la 1w·ilf:1n_idaJ ·hiSl6riCcl_ SC:l mcdinela, / haya acuñado, no puede tolerar en modo alguno lo que rccucrclC
m ien t r~l~~.-;1"L-~"''·io.·.1;?;~;¡!!': i1_;··~li ,·i.cl~1a 1'C1l ""CJ~la _c:i5{) __ ~ed:1 _lo in~_s: su propia omnipresencia, raz6n por la cual tiene que traer a cola-
cliat;J, 110 es 111:ls <1uc :Hltocng:lilo de la socic<hd y ele.la ideología ción, corno ideológico complemento, _esa -~1aturalcza de 1a que su
indi\'ith;nlistas: Por ello el ensayo rectifica el desprecio por In práctica no deja nada. El ensayo dcnunci,;-;ii,' palabras la ilusi6.;
histt'iricamCn,lc producido como objeto de In teoría. Es insoste- dC ql_i.C·-!~_IJP,~!15a~mie~to pueda escaparse de lo; que es tl1ései, cu}!
nible b distinción entre una primera filosofía y una mera filosofía tura, · para irrumpir en ,Jo qu0S.}i,~;;'Séi/'de'f_ri:ÍtUr<1lezn. /Atad~
de b c11ltL1ra, la cu:il presupondría a la primcr.1 y construiría so- por lo fijado, por lo confesaclamcnte derivado, par lo formado,
bre s·11 fundamento; )' cs.1 distinción sirve precisamente para ra- el ensayo honra a la natura)e7,a al confirmar cjuc ella no es ya el
cion:1\izar tcon~ticamcnte el t:1bú que pesa sobre el cns.1ro, Pier- hombre. Su alCjandrinismo es la respuesta a 1a fingida pretensión
de así su autodd:ic(un modo ele proceder del espíritu que venera del saúco y del ruiseñor, que, cuando acaso )a red universal les
como cnnon h scpai-ación entre lo tempor.il y lo .itempornl. Un[ permite sobrevivir, aún querrían hacer creer, por su mera cxi~
·'ni\'el ele abstracción más alto no otorga al" pcns:rn1icnt0 dignidad tcncia, gue la vida sigue vivjcndo. El ensayO abandona la ruta
mayor ni contenido metafísico; m~s bien se ,·ol:iti.liz:1 éste. con el·¡ militar que busca los orígenes y que en realidad no lleva sino a
proceso de la abstracción, y el cns::iyo se propone prcdsarncntc lo más derivado, al ser, a In i<lcologla duplica<lora de lo que ya
corregir algo d~ c~1 pérdid:1. , La corriente ohicción contrn el~• prcvi,1mentc existe; pero con eso no pierde la jJca misma de in-
••
•• 22 NOTAS TIE LITl:H,\TUIL\ EL ENSAYO co:--10 FORMA 23
·::- / I) \

•• media.tez 1 poslubcla ya por el sentido de la mediacif)n. Todos los


gr.idos de lo mediado son inmediatos para el ensayo antes de que
/~ue comprende que la exigencia de <lcfinicioncs "estrictas contri;-'~,,.,,
huye desde hace. tiempo a eliminar, mediante fijadoras manipu• ~ ~ V y
' :

•• éste se disponga a reflexionar. lacioncs 'Je bs signifirnciont5 conc,cptualcs, el elemento irritante f, -.-r' . .;. :, ·. '.
Del mismo modo que niega protodalos, :1sí también niega la/ / y peligroso de las cosas guc vive en los conceptos. Pero no por ...
definición ele sus conceptos. J.,a filosofía ha erigido la plena crí- -ello puc<lc ~1lir adelante sin conceptos generales - tampoco la

•• tica de éstos desde los m:ís divergentes aspectos, en Kant, en


Hegel, en Nietzsche. Pero la ciencia no se ha apropiado nu~ca
esa c.:rítica. f\ ficntras r¡ue el movimicnlo que nace co~J(a_~1.t, en
lengua que no fctichiza el concepto puede prescindir de él-, ni
procede con ellos a capricho. Por eso prccisrimcntc toma 01.\s
seriamente la carga de la cxposicíón, si se 1c compara con los

•• tanto que lllO\'imiento dirigido contra los residuos cscol~sticos


presentes en el pc11s..1n_1icnto m0<lernoi coloca en el.lugar de la/
dcrinicioncs ,\'erhalcs la conccpt\rnci{1n de l~is conceptos a partir i
modos de proceder r1uc scp,:nan el método de la cosa y son incli•
fcrcntcs respecto Je la exposición <le su contenido objetivado. El '
cómo de la exposición tiene que salvar, en cuanto a precisión,"

••
. . -- . ····- . f
dcf proceso en el <¡ue se_ producen, !:is ciencias p~__rt!cularcs sigue~ lo qu~ .~~~i-~~~~_)a_;~,.~:-~.;!~':!_~_.9.?J-1? ~-- :• ds-~n~~ió!({~\~,ir~_u.n~ri~tivh, ,
ten.11.mcn[c fieles a su precrítica oblignción de ddi_ilir/éon objeto pero sin entregar la cosa mentada a la arbitraric<la<l·de s1gmfica-
' ,~.. . • . • ·-.-~-.. <•-"'-<·" ·., '
de prcsen·ap.plcnamcnt_?~}a seg~~;!~~ ele_ -~u opcracwn; en esto.. cioncs conceptuales decretadas de una ·vez para sicmpré. En

•• coinciden con los cscol~slicos los.. ncopositivistas, para los que filo-
}ºfía 110 es m~s <Jt.1e.cl_:!.n_~l~O_.l~~:_!l!J(i~()'": El .e_nsayo, _en ca~1bio~
asume en su· propio proceder·-clt 1mpulso.ant1s1stemát1co.e-.. 1ntro-
esto ha sido Ilcnjamin maestro inalcanz.ablc. Mas una tal pre-
.:isíón no puede quedarse en lo atomizado. El _ ensayo urge, m~s
q~~. cl__p;occdir:ni_c_,.1~? definitorio, la intcrncci6n dC..... su·s "conccpto,.S

•• ducc c:once['io't~i~#:;•.~c~ifs~_·_,_,¡f11~C~iataílWl·tc'.'~-ta1 ;,CO'fnÁó los'


c:om:ibe y recibe ... No sc-·pr_eci$.1n: esos conceptos sino p_or.-sus rela- t
en el r.rnceso ele la ~;<~ricncia...cspicituaL En ésta l~.tci:plos 1
no éÜnstituvrn un _continuo nnerativo, el pensamicntO.JlO nr¿._
~c¡lc-iincalmr.ntr.v .. ~4..n_ ~lo scntido,.;síno que los momc~tÓs

•• cioncs rccí pr~?"r>~~:~~_:~-~!8:·:~~ enCl~!\~r~,~-~.?I~~}}'~-: _npó~~~·•tn, 1


los conceptos mismos. Pues es mera supcrst1c1on de la ciencia par se crilietcjcn como los·- hilos
•• -~
dc:?l.llla"-:
, •. ,,_' :,a
tapice.ría.
.. ·/11-•"·~
L¡1 frcundidnd
~- - . "
dr.1
recelas ]:1 de que los conceplos son en sí mismos inJetenninadost pcns.1micnto <lcncm.l~· (le la 'densidad dé C5,,;1' intrincnci6n. Propia-

•• y no se detcrmin.in hasta b dcfinici6n. L:1 cicnci:1 ncc~sita de esa


idea del concepto como tnl.mla rnsa con objeto <le consolidar su
pretcnsi6n n.l dominio, pretensión de potencia que domina la
~nente, el pensador no piensa, sino CJUC se hace esc.:cnai:iú ue expe-
riencia espiritual, sin analizarla. También el pensamiento tradi-
cional recibe de ella suS impulsos, pero elimina su recuerdo en

•• situaci6n en cxdusiva - cp1e pone clb sola la mcs.1 rasa. En 1


realidad, todos _los principios est;'m prcvi:unente concret:1<los r9[
.1
el lenguaje en ·e que se encuentr:111;1 ;
,
cuanto a la fom1a. El ensayo, en cambio, escoge la experiencia
espiritual como modelo, aun sin imitarla simplemente como
forma refleja; el ensayo la somete a mediación mediante su pro-

•• El ensayo parte de cs.1s significaciones )', siendo ·como es él


mismo esencialmente lenguaje, bs llc\'a adelante; el ensayo que-
rría ayudar al lcngu:1je en su rel;-iciún con los conceptos, y tomar
pia organización· conceptual; si quiere expresarse así, puede
decirse que el ensayo procede <le un modo mct6dicamcntc :tmc-
. ¡ódico.

•• a los conceptos, rcflcj~ndolos, lnl como ya se encuentran nombra-


dos inconscientemente en c:l lenguaje. El rr.occd!mic,nto,Jeno·

mcnolúgico del n{d_is~~~ig~1! Í1~~,cional' prcsien t~ ·- todo ssto,\i;:rO
El modo como el en,sayo se apropia los conceptos puede com-
pararse. del modo más oportuno con el comportamiento <le una
.· persona c¡ue, encontrándose en país extranjero, se ve obligada a

••i• con\'ierte. en. fct1cl1e. la,rcl:1c16n_ <le _los ._con_ceplos, ;il lengua Je. EP hablar Ja lengua de ·éste, en vez <le irla componiendo mediante:

.••
ens.1ro_ se_ c:on_trapcrnc tan cS.C~i) ti~ñfñ-d1té'··\: eStó Conio a''la j,re-' acumulación <le <:lcmentos, de muñones, según quiere ]a pcd;i-~
0


tcnsfó·;/·'d~'" cÍ~ri-t1ir.í, El ens.1yo c;-irga sin apología con la objeción gogía académica. Esa persona leerá sin diccionnrio. Cuando haya
de c¡11e es i_mposiblc s.1ber íuer:1 de _toda c]_l!~ln, qué es lo que \'ÍSto treinta veces la misma palabra en contextos siempre cam·
., debe im:1gi11:1rsc bajo los conceptos. y· :17°ép1;~ Cs~ ·objeción por-" binnlcs, se liahrá asegurado su s.cntido mejor que si hubiera en-

,·•
·•
••
NOTAS DE LITCI\ATllnA EL ENSAYO COMO FORMA 25
,. •
co11tr:1do tr:.,s búsquccfo en el diccionario tod:.1s cs:1s significncioncs
recogidas, las cuales son en su m:.1yor p:1rtc demasiado cstre·
chas, en comp:1r:1ción con los cambios en el contexto y dcnwsiado
romántico. No se debe hipostasiar la totalidad en cuanto entidad
primera, igual que no se deben hipostasiar como primeros los
productos del análisis, los elementos. 'Frenle a ambas conduelas ••
Y<1g.1s cu comparación con los inconÍL1nclibles mal ices que el con·
texto funda en c:1<.b cnso. Y ckl" mismo modo <]lle ese modo de
:'lprc11Jiz3jc _csl:Í expuesta al· C~~Ür,· ñs( también lo está el cnsayÜ
el ensayo se orienta por la idea de aquella ac~ió~ -,~dproca que
rechaza tan· c·Tlérgicamente l_a pregunta' interesada par los ele·
mentos como la búsqueda que se interesa por lo elemental. Los ••
como fonn;i"; ~I -~·,~·,;i\'o tfcn~ m1c p:ig.ir su aíinida_d con 1:t nbit=>rt.!-iJ
c:-.pcrjcn_~i_a c~p1ritu:1! ni precio de J::i b:dta de scguri<lncl tcm~~a
con~O l:1 muerte nor la nori11a clcl . pcnsamicnto cstahlcrido. 1:.1'
momentos no_ puc<lt;n.,.~c~_3rr<?._~lar~.. pura_~cnte a partir <lcl tocfo
ni, a la inversa, ·cI,todo dC.·Ió.S''inórri'Cntos. El todo es mónada y no
lo cs¡·sus momentos, de naturaleza conceptual en tanto quemo-
••
cns~yo no.se_·Ji.~~1_H~1:1 prcsc111d1r de la certeza libre de <luda~ sino
~111c, ndcm;~s. ·'J~n\1i;ci~- su· ideal. El ensayo se hace verdadero
me1ito,s, aluden a más allá del ohjeto especifico en el que están
reunidos. Pcrn el ensayo no les persigue hasla allí donde, más,
allá del objeto específico, se legitimarían: de hacerlo caerla en la
••
••
en su avance, ciue le empuj:t a m,ís allfi de sí misma, y no en
mala infinitud. l\15s bien se acerca tanto al l1ic et 111rnc del objeto
la oh~sión del busc1elor de tesoros n rnzn de funchmenlos. Sus
que éste se disocia en los momentos en- que tiene su vi<la, en
conceptos n~cihcn la luz de un tcru1i1111s ml C[HCH_l oculto en el
vez, de ser objeto mero.
cns:1yo mismo, no de lln dcscubicrlo tcm1i1111s n q110, y- con esto
su método mismo expresa sin m~s la intcnci(in utópic:-i. TodoS
'~us con__ccptos deben c:-.p~ncrsc ~le t:il, ~1~c:>dn c¡t_~(!. S<:: sopnrtC,!
-
La tercera regla c:'lrtesiana, "condui~r~_P?.~.. .?r~_r_e mes_ pensée_s,
_e~nrnc1~~Lp_ar les ohjets. lcs plus simples et Icsp\us aisés ~ ••
••
conrrnitrc, pour montcr pcu :\ peu comme par dcgrés JLISL.Jues
' entre todos, que ·_cadn cuaL.sc_ articule según lnS c6nfiguraciones
t·on -~ll_ros:•Fr1~~CllS:"l\'O:.-~¿t,,~~l;~';Véfi't~•1oao· 1,::oiblC'r'dC1í-1c·;,tOs
disc rc.to~·, ~parndós y'contrnpliCst()S;~no·cs el cnsnyo andamiaje n.i
1
:\ la connaissance des plus composés", co_ntradice_ brutalmente _a
la forma ensay_g,_p_l!~ésta ·parle'de Io"iúás 'con;plejo; "º dc::1;- 'l
,·im-~lrucc1oíl;-~·l1cro:· cumo conl1~t;rncion'C'S'." IOS ·élcmcntOS cnstali.:
za n l",or su mu\' 1111_1~n tn. ·:ca, con ligl\ rnción es un. c_n1_npo clc_ Lucrzas; ~,
cm~n-ocm.:1.i1 t)Jl07:'i.füirnda del énsayo toda fon11:1ció_n es·
1pJ~2i!!1ple y_ prcyiamentc SOliio:-1.:a "forma ensayo no se apar·
tará de la actitud. Je ac]11el c¡uc empieza a estudiar filosofía y
tiene ya a la vista de algún modo la idea de ella. Difícilmente ••
J . ···b •·
piritu nL~ic11~J1uc .. cnn vc.rtirse.. r.n. uru:ampo de f_~1erzas.
. El ensayo es llllíl provocación ni ideal de la c1am~ct clisti11cta
-, cmpeznrá esta persona por leer a ]os escritores más simples cuyo
commo,i se11se suele resbalar por los lugnrcs en los que habría
que qucd;:irse; sino que m5s bien cmpcw.d. por recurrir a los su· ••
J'NCCJJlio y de b certeza libre de dud:1 ../En su conjunlo po<lrí:1
intcrprct:1íse como protcst:l contra l:is cu:itro rcgl;:is que el Dis-
cours de la kfé1J1odc de Descartes coloca al principio <le la cien-
pucstamente difíciles, los cuales proyectan entonces retrospecti-
vamente su luz a lo sencillo y lo ilumin:1n como "posíci6n <lcl
pensamiento respecto de la ohjetividad". La ingenuidad del cstu--,
••
cin occidcnl;il }' de ~u teoría. La segumb de aquellas rcglas!-Ja
_t!~__
•~~i\'isió.1~ __d~l objct~ ''en ::i_u~(.~l~_t_ Q:::_ccllcs c¡u'il se pourrait et
qt1'il scrait rer¡11is pour ks micux n~soudrc", oí rece el eshozo del
diante c¡uc no se contcnln, y aun a medias, sino con lo difícil y
fom1idablc, es m5s sabia que la adulta pedantería c¡ue con ame-
nazador <l_cdo exhorta al pensamiento a comprender primero lo
••
:in:ílisis clernent:il bajo cuy::i cnscila la tcorín trndicion:1! pone en
cc1uiY::ilcncin los esquemas de orJcnaciún conceptuales y la cs-
trnctur:1 del ser. Pero el objeto dcl c11.s.1yo, lo? artdactos, se resis-
sencillo, antes de atreverse con eso otro complejo que es lo que
propiamente ]e atrae. Ese aplazar el conocimiento no sirve más
c¡uc para impedirlo. Frente al couveuu de la comprensibilidad,
••
ten- ni,. an5lisis
. '
elemental
#
y n0t pueden constr.l1ir~ SinÓ en baJ
a su i<lca cspccíhcn; no en vano ha tr:1t:1<lu en ese punto Kant
frente a la noción de Vl'rdad como coherente conjunto de efectos,
ti 'ensayo obli_tia:'.a'pcnsar la cosa desde d 'Pri,n1g_r_p;i~_cQ_nJg,:i__t_as j
p-5t-~" ~s~;.L~~-.~~~~ iC~~y~e-;-·;~í -~rifrtc:li :;o~
dt{~·~;q·lÍ-~]l~';;ígid~' l
••
••
:1n5!ogn111cntc las ohras de arte y los org::inismos, a pesar ele seguir ca
disti11gt1ié11d?los insobornnhlcmcntc contr,1 todo oscurantismo pmnit1vidad cjtic siempre se asocia a la ratio corriente. l\.1icntras 1
•.•1

••
••
•• 26 NOTAS DE LtTEHATUTIA
EL ENSAYO COi\tO 'fQHMA ,27

•• que In ciencia, [;1lsificando:1. su mnncra lo difícil y complejo de


una realidad antngonística y mon;l<lológicarncntc escindida, la
ricdad, .por cit~r la yc.rsión_ alemana, <le un "proyecto"_ PF· que,f
~ con el 11at110s de dirigirse al Ser, no hace más guc ocultar stÚ>
C,
•• reduce a modelos simplificadores y luego diferencia a postcriori
éstus_mcdianlc scdiccntc míltcrial, d ensayo en c;imbio se sacude
la ilusi?n de ·un:rTiury<lo scílcill~. lógico en el fori.<lo,· ilusió_,~
c;ondicioncs subjetivas. exigencia de continuh.bd en el pro-
ceso del pcn~amiento prejuzga ya tendcnci.llrncnte la concor<lan·
cia en el objeto, la armonía propia de éste. La exposición de cohe-

•• rencia contin1:1a estaría en contradicci6n con una cosa ~mtago--


1
t atl .ipr:t'péfra la defensa del ente meró. El "ser diferenciado" del
ensayo no es un afü1di<lo, sino su mcclio mismo. El pensamiento níst.ica, a menos que Jcterminara la continui<la<l como discon·
establecido se complace en atribuir la <lifcrcnciaci6n a la mera tinu_Ldad al mis!"no. Inconscientemente, lejos de la teorización,

•• psicologfa del sujeto conocedor, creyendo así desligarse de· las


constricciones que aquélln pon_c. La.S tronituantcs condenas cien·
"en 117ensayo COI~;o forma se nianiíiest3 la necCsida<l de anulnr
_...1~mbién en el procede¡_ c~cTC:.To .del_ ~spíri"t~ las exi2cncias t,e"'
comnlctitucf v cn_ntinuirbd) ya_, rebasadas en la teoría~ Mientras
l

••
tíficns del exceso de agudeza no se dirigen en realidad al método 1

precipitado e indigno de confianza, sino a lo insólito en la cosa, -se rebela cStétir~rnentc


-
contra el estrcd10 v mezquino método 1

que ese otro método permite manifestarse . que no dCsca mas que no dejar nada sin tOCar, ci c::11sa}'OObcdccC
1
a un _motivo érítico-gnoscológico. La concepción romántica del

••
L1 cuarta regla cartesiana, "foire partout des denombremcnts
si c11ticrs et <les rcvucs si généralcs, gt1c je fussc assuré <le ne ricn fragmento, como formación incompleta que procede al infinito a
omcltrc.,;. el principio propiamente sistcm~tico, vuelve a presen- través <le la autorreflexión, defiende también ese mismo motivo
_antii<lcalista en ... el_ seno n~istn<:> del i_<lcalismo./fállli,OCo_i en el ¡
•• tarse si11 altcmlórr~l:rpolémi1:a··c:1c-·Kaiír-contra el estilo "de
rap~dia" del pensamiento <le Aristóteles. Esa regla corrcspan<lc
al reproche guc se hace al cns.1yo Je ser, por hablar como maes-
mo<lo de elocución puede fingir el ensayo qué•'
J,a'''dúiva<Ío'
el objeto y c¡uc no queda ~ada más que decir. de é;td .

•• trescuela, una investigación que no agota su tema, cuando todo


objeto, y sin du<la el espiritual, incluye en sí infinitos aspectos
,el: cuy.:!,.c.lcc_s!6!' .no decide sino la intención del c¡ue conoce.fL,/
1
el cnsa'!º cit:;~!·~fíifSt~~iüfa"i5e 'c~iri_o s~-p~~!!;}~Si;!:~Ac.~i
cualquier momcnto:,EI, ensayo. pi~-~~s~ discontinuamente, _c?moJ:J·f
~,r'
... Es inhen;_ntc a.-la. _forma. del. ensayo su ,propia rclativiz:acit~Tl.:f

•• .;\·isi?n_<lc conjunto" no sería posible más que en el caso.de qucl


prcviamcn_t<:~:~ ..s~'l,~~}f.~~!l,CJ~!:'~-,. c_~_:_~jc.t_':,..~-~~t-~~~--~ __rcs_~ielve co_m! /
realidad, es, discontinua, y encuentra su ti nielad a trn_véS de. Ja~~;·
rupturas, no intentando taparlat La armonía del orden l6gico , ..
engaña acerca del ~~r_3,!;1~1g<:_ní.sti_c? c!_c ·a(1ucllo a que se ha im-.
•.

••
pletamcntc_,._~f!.fl;.l~~~--~~cr.!:~~~~r'.!_t~m!cntotguc no c¡ue~la
puesto ese orden ..La discontinuidad_cs_escncial al ensayo,-su cos..1·
nacb, c¡ue no ~qu~,cJ_~ra I a~~c1r_~_do ;a partir _de~ dichos conceptof
0

Según e~, hipótcs_is, )a,/.egl_a. Je, ]~ completitud de los mie1-


, eS _siemprS'. {in. contlicto., <le-tenido. "!Vlicntras armo~_iza._conC_Cptds ,'.
., los unos con iv~ o~ros o por medio at; su fun-Cióñ~~t\"j)3rnICJó~-

••
. bros particulares pretende que el obJcto puede cxpohersc en una
, concxi6n dcd""uctiva ·sillq'ag'u~3~: ló\'.:t;;l ·es 'un·a· s·upÜsiCÍ6n~propia)
.,' , ~ gramo de fuerzas de las cosas, r_etroce<lc aíi!CT~I 1COhCCp~ó'tS~l¡;c~~
de la filosofía de· 1;·· idCTÍticlacL Del. mismo modo guc la exigen- ri?~~~~)~~t-:_~u~l' Jü1br~,~-CJ~,S)ll.~_Sú~!-~!?S:~.~~~~?_.s~: [lucS c~~~todO
d
del en~,yo ~1be q1:1,e_lo qu~.. concepto s~peiior fi~ge proporcii

••
cia <le definición, también esta regla cartesiana ·lrn sobrevivido al
teorema r:icion;ilista en que se bas.-1ba: pues también a la ciencia , nar resucito es mcsoluble; y·a pesac de ello el cn~1yo intenfa
cmpíric1 y nbicrln se atribuye Yisión de conjunto y continuidad también resol\'crlo~ Como la mayoría de los términos que sobre- ·
viven histúrirnmcntc, la__ palabra ensavn. en la Cll'" ~ unen la

•• en In expo~ición. Con ello lo guc en Descartes cm conciencia


intelectual de la necesidad del conocimiento se convierte en ar·
hilrariech,d clr; un:1 "frarne of rcfercnce", clc~un"a 'axiomática qui
utopía del ncnsamicnto -dar én CJ blarico- con la condcnci;1 1
d; J~ propia falibilidad y pro\·ision.ilidacl. da una información
' '

•• ·.h:iy"71uc~ colocar al principio par~ s:i_tisíacCr la ncC~si<lad mctódiCa


·yy_or_d:.!._rJ1lausihilidad al conjunto, sin r¡ue cs.1 axi?mática inicia.J'
¡iuccla ya m:inifcsl:Jr su validez o su. e\·idcncia; o e,_~ }a arbitra"-.
1" "Pwyccto" traduce el tccnici'.'-mo heideggeriano En1wurf. (Noia
del T.)

••

-•
••
.,28 NOTAS DE LITEHATUnA

acerca Je la forma en cuestión, que es t:rnto rn:ís de tener en


cuenta cuanto que nn In hr1n•. nroPramátic;imcntc, sino como
EL ENSAYO co;..10 FOfiMA

creación ni ta,npoco pretende Ull .algo ,que lo abarcara todo y cuya ..


totalidad fuera comparable a la de.la creación. Su totalidad, la. 1'J
29

\
) . •
-1.l'· '·
car:1ctcrizarií1n de la ·111lc11ci6n t;intc:idor;u-
ll ensayo __ 1i_cnc _quc ___ cci_nscguir_ qu_•~ la J_otalidad~brillc_¿
!~-11 .:~[fi~~-:f~;-!!~1J:~i~~~'i,éial
po~
._pcro ~¡j-¡
unidad de una forma conslmida en y a partir de sí misma, es la·' . ' !,_
totalidad -de lo no total, ~na totalidad que ni siquiera com~. •
~
, •

C~ogido o_akiln_w, 10
ar1rri1_ar·_ql)~.'l:J;!Qtalid;"1(1 niisn1a cst:'t presente: J:,\ ensayo corngc
lo caSual y aislado Je sus comprensiones k1cicndo que éstns, ya
forma afinna la tesis de la identidad de pensamiento y cos.1 que
rcd1aza,cn cuanto al contenido.'L1 lihcraci6n <le 1a constrícci6n
de la identidad concede a veces al ensayo lo que escapa al pcn· ••
sea .en el prnpio decurso, y:1 sc;i en su rcbci6n, como piedra de
mosaico, con otros ensayos, se multipliquen, se confirmen y se
limiten; no por nLstr:1cci6n dirigida a las notas nbstrnídas de :iquc-
samiento oficial, el momento del color indeleble, de lo imbo-
rrable: Ciertos términos extranjeros usados por Simmcl -_cad1et,
at.títwle - revelan esa intenci6n, aun sin CJUC la intención mis- ,,_.
••
lbs comprensiones. 11 1\sí, pues, SP. diferencia un ensayo de un
lrat;-ido. 'Escr,il"lc _cnsa,•ísticnmcntc e, ·que compone_ cxpérimc~i'
ma se:i tratada por él leoréticamentc.
El ensayo es a la vez más_abierto y más cerrado de lo que pue- ••
••
tando. el ClllC v11cJvc v rc\'t1Cl\'c, inlcrroga, r,alp:1, ex:11111na, :1n ... de ser grato al pensan1n::nt0 trad1c1ona[·1:.s m~s abierto en _la
~-ll~S:1 su ~bjcto con b rdlcxión~- el ~uC par~g__
,_!G.~.Iª ~ti lles_cle d,-~
i medida en que, por su disposición·misma, nJr•oa tod,1 i::.istcmática ¡
\"CrsaS \'Crt1cntes v rCúnc_rr, su. mir;id:i cspiritu:11 todo Jo que y s.e basta)anto mejor a sí mismo cuanto más rigurosamente se'
,··: v da palnbra_a todo lo que el ohieto p~rmil? \'Cr baio_Jas co~_:,· ¡' atiene a esa negación¡ en el ensayo, los residuos sistemáticos, las ..
o":ioncs accpl:1das y puestas al escribir''.'_ 1 La inquietud susc1:.
t:1<.l':l por ~:-st~ proccdimicnto 1 la scn~1ción de que puede llc\':irsc a
c:1bo :1 ,·olunrnd, tienen su p:1rtc de \'Cr<.b<l y su parte de false~
'
inhltrnciones, por ejemplo, de estudios literarios con filosofemas·
comunes. y tomados ya listos, infiltraciones que acaso aspiran a ••
••
<lar respetabilidad al texto, n9 tienen más valor qu~_las triviali~
ciacl. VcrL!_ad porquc,..,cfcct!~'.á1rn::n1c, ··c1 ensayo no SC cierra n~,~ dades psicológic;¡s. Pero el ensayo es también m5s cerrado de rlo
tcnnina, .y su incapacid~.1.)1:-1.ra ·hacerlo ,·uclvc como parodia de que puede gustar al pensamiento tradicional, porque tr:ihaia fE· r
;u propio apriori;•y•cntonccs.se lc . imputa como.culpa ilquello;1
e.le que.sólo son__ culp;il)lcsJ:1s_ formas q.uc_horrnn c.ni<ladosarnentc·:
];.1J..1.~;_~ll~-dC:..·S1i·;."arbitr'1riedail. Pero ;-t<Jllclb inquietud es tam·
f ática mente en la forma d'U.a~..xnosición~ La conciencia de la no
ic1c111idaJ de exposici6n y co--;., impcne a ]a exposición
un esfuerzo ilimitado. Esto y s61o esto es lo que en el ••
hi,{" in,;cm-;. porquc~.i pesar de todo, la cÜ~stcla~·i{m del ensayo_
1\0 es 1:111 ar11,_tr:1n_a como parece a un subjetivismo filosúfico que,'
s11s1it11yc la ·e<;1;;ir'i;cj{)~ · ¡le
l:1 cos.1 por la constriccic'm c1cl orden'
conccptú;1I. Fl cns:1yo\_ESI;\ determinado 1>nr_la _uni<l~H.l 1~c_:_l·~-~b'-
ensnyo resulta parecido al arle; aparte de ello, .,el ensay~'
e~tá necesariamente emparen tacto con )a t~o~ía, .a causa de lo,.s
conceptos,,. que ... aparecen en él, los cuales traen de afuera
no _sólo sus significaciones, sino también sus referencias tcoréti!
•••.,

••
ii~rn iunto con h1 ele la 1cv11<1 y la t~xn~rien_cia_ cnc_a1:nndas___cn_ cK. · ca~. CiCrto que el ensayo se comporta respecto de la teoría tan
i~!2.i~P-ª -~Pc~111ra cic1, ensayo. no ~~LT
,~~~D-1';~r1-llt,t·uc1 SCnii~" 1
' prccnvi<lamentc como respecto del concepto. El ensayo no pue<lc /
mic11to. v Je! cst_ac_~ de :5nimo, sino que coJJra CO_!_:lorno~g~acias a, <lcri\ :i:rs: ~mpi:imC.ñte .~<le)~ _teoría --;. el error ~arclinal <le todo~
1

••
$11 CCmtcnido. 1:i ensayo se rcbcl:1 contra In idea de ""01,rn capi- lo~ trak1j~s ensayístico~ tardíos de Lukács_- ,ni p~c~e ser una
tat , HIC:-t <]lle rcflcj;i ~\la misma· las de creación y totalícbd. Su [l~tura sín_te.sis suministrada por entregas. la expcriencia espi-
forma se atiene .11 pcns;irnicnto crítico que dice que el hombre ritual se ve amenazada cuanto más esforzadamente se solidifica
no es creador, (]llC nada humano es _creación. ,El e11s:1y~ mÍsmJ,
referido si_cmprc a algo prCvi~mc¡nte hecho, no sc:presenta comO
en leoría y toma sus gestos, como si tuviera en las manos la pie•
clra filosofal. Pero a pesar de ello 1a experiencia espiritual, par
su propio sentido, aspira a una tal objetiv~c~~n. _Esta antinomi~
••
ÚIO \
]. i\lAx ]!,:¡,.;sE, "01Jer den Ess:iy unJ scine Pros:i", en l\·1crkur 1
9·17, n.º 3, ?•118.
se refleja en el espejo del ensayo. Igual que ab5;>rbe .de afuera
concep_tos ,y .experiencias, absorbe ta1E_~j~_n __ t~orfo,;,_ S/ilri ~"P. S:!t 1 ••
••
•• ,_. .

•• 30 N01.AS DE I.ITEHATUJ\1\
EL ENSAYO COMO f'Qí\i\lA · 31

•• actitucl n,i,o ron ellos nn es la del punto de vista o pnsic,on. Si


la f;ilt;i de punto de vist.1, de posición, del cnSriyü 11v es ) .. 111gc-
ca de Hegel al pie de la letra: no se puede jugar inmediata-
mente la vcr<lad de la totalidad contra los juicios in<lividualcs,
ni es posible finitizar la veldaJ hastn lrndcrla juido inJi\'idunl,

•• nu:1 y ohcdicnlc ;i In prccmincnci:1 de sus ohjctos, si :1nrovlr 1·,


JP!.,;, liicn l::1 rd:-icit',n ;i :-us ohictos c:omn medio contra l1 constric-

c1on del principio, consii~~--rC.1lizar, p:iro<lísticnrncntc, por así


sino <1uc In cxigcnci:1 <le vcrda<l presentada por la singularidad
debe tomarse literalmente hasta Ja evidencia de su no verdad.

•• decirlo, b polémic:1, en olro c:1s0 impotente, del pcns.1micnto


contra la mcr;l fi!osofí.i de punto de vista, de actitud o posición .
1 EJ cns;iyn conswl1c las l<..'orías que le son próximas: su tcn-
Lo audaz, lo anticipativo, lo prometido y no cumplido totalmente
de to~o <lct~lc c11sayísti<:() .~rr~str.a como negación otras tantas
audacias;· la,1~0 verdad. en la ciuc el C_!lsayo se intrinca a sahicn-/

•• rkrlc}:1 es }i_t·fllj~rc t~,H~cncia :1 b li_quidac1m ele la opinión, i1;-


:h¡so de_ l.~ opinión de l.i cu;1l parle. . ·
Fl cns;iyo es lo c,nc fue desde el 11rincipio: l:i Fnrm:1 n•:tir:-i
das es el elemento ele su verdad. Sin d;,da hay ya elemento de
no verdad en su mera forma, en la referencia a entid;:id cuhu-
ralmcntc prcíorm;1da y Jcri\'a<la como sí fuera entidad en sí.

•• ¡t'"~ c.,~cllc11rc, y f)rcciS.'lmC.ñie~Con~o crít_ic.1 in7TI;nCntc ·de las


Íorm:1cíoncs c:spiritll:lJcs;·. c0.mo confrontaci6n dc·,Jo r¡11c son cofl
\ll concepto, 'rl r,_,(..1,;o "é's crític:1' ele la ideolopb'. "El ensayo es la
Pe.ro cuanto má_s enérgicamente suspende el concepto de un algo
.primero y se nlCl!a n dr.c:l 1 ibr cultura de naturale1:-i, tanto m;Ís
fun<lamcnlalmcnte reconoce h esencia natural de b cultura mís-

•• .form:1 de la c;itcgoría crític;i de nuestro espfr'illL Pues el r¡ue


critica tiene nc<..:esafr1me11te <¡uc e.,pcrimerr1:1r, tiene que estable-
1~~- Hasta el día el~ hoy se perpetúa en la cultura la ciega cone-
xwn natural del mito, y el ensayo reflexiona prccisamcnle sobre
ello: l::1 reh,r-iñn !"'ni.re nat_uralcrn v r11ltnGLC.<;._~11 '"'n.i nropio. No

••
cer conclicioncs bajo l;is cuales se hace de nuevo visible un objeto
en vano se sumerge el ensayo, en \'CZ de ,.reducirlos''., en los
en form:i di\"l'r~a ciuc en u11 autor ciado; y, ;intc wdo, hay que
~enóm~nos culturnlcs como en una segunda naturaleza o·scgu1-1da
poner ;¡ prucb;1, ens.1yar la ilu~oriccbcl y caducidad del ohjeto;
inmediatez, pnra suprimir precisamente por su tenacidad la ilu-

•• c:src: es precisamente el sentido ele );¡ ligcr_a, \'ari~ció.!.:I ;i que el crí-


1iro S()_me_te el ohjcto critic;ido".·~_Cuancl9,~c rep-¡-ocha al cnsayo7
Ltlt:1 de punw de \'Ísla y relati\'ismo, por(]tle no reconoce punto'
sión de ést;i. El ensayo s.c cngafla tan poco como la filosofía <le lo
origirrnrio acerca <le la diferencia entre fo cultura y lo que subyace

••
n ella. Pero parn él Ja cultura no es un cpiFcnúmcno superpuesto
de dst:1 ;ilguno externo a sí inismo, se cstú de nuevo en prcscncih .
al ~e: y que li;iya de dcst~uir, sino que incluso lo subyacente es
de c~i noción de la ,·crdacl corno cosa "lista y a ¡nin to", comof
thcse.J, a sa~cr 1 la falsa sociedad. Por eso para el_ cns;iyo el origen
jcr;irr¡uía de conceplos, la nociún destruida por Hegel, tan poco,

•• ,
;,,migo de ¡mnws de \'ista: ,. en esto se Loca11 el ens.1vo y su cx-1
, p •

tremo, la filosofí;-i del s.1hcr ;il,soluto. El ensayo querría salvar


al pensamiento de su ,1rhitr;-irieclad rc.1sumié11dolo rcftcxi\';-imcnte
_no v.ile mas C]l!_~ la superestructura .. Su libertad ch la elección.-
de los _objetos, su sobernnía frente a toda's·- lJs J,rfórities 'de 1~
f.íctico o de_ la Icor'."· se <l~be. ::1 ~echo de que parn' el_ cns;iyó

•• en el propio proceder, en vez de enmascarar a(}uelln arbitrnriecbcl


clisf razrindob ele inmediatez .
todos los objetos estan en cierto sentido a la -misma distancia Jcl
centro, del principio que los embruja a tcx:los.'
El ensayo no glorifica la ocupación con lo originario como si

••
Cierto CJllC a<1uclb filosofí;-i, b del s.1bcr ;ibsoluto, se (1ucdú
ella fuer~ m;Ís o_ri?ina_ria gue la ocupación con lo mcdi;ido, por-
siempre con la inconsccucnci;i consistente en c¡uc mientras cri-
que la rrns~na ongmnncdaJ es para el ensayo objeto de rcflcxi(Jn,
ticnba el ,1bstracto concepto supremo, el mero "resultado", en
a~go 1_1cgat1vo. Esto corresponde a una situación en la que );i ori-

•• nomhrc del proceso, clisco11ti11uo en sí, sin embargo, ,1) mismo


tiempo, scguti li;iblando, según costumbre idealista, de "método"
di,1IL'.ctico. Pnr eso el ens.1vo es m:ís dialéctico de lo m1c lo es
gmancdad, como punto ele vista o posición del espíritu en medio
del mundo pcrsocializado, se ha convertido en una mentira.' l..a
tal mentira abarca desde el aislamiento de conceptos hístórit:os ·

•• ]~ cJi;iléctica c11i!nclo se expone ;i sí misma. 1:.1 ensayo toma la 1og1-

l. Jlr,,:,,;sE, loe. cit., p. 420 .


de las lenguas históricas i'ªra ascenderlos a ·¡rnlabras originarias
hasta la educación académica en creative writing y el primitiVis-

••

• ••
., · 32 No·r ..i,,s DI~ LrrnnATUI\A

mo artístico cultivado con orgnni2.:1ci(m i11dl1stri.1l 1 y hast.1 la mú~


EL ENSAYO COMO FOnMA

d_e la comunicación. Prohablcmcntc, es cierto, 1a retórica fue ya


33
••
sica <le flnutas de c:iila y el fi11gcr 1wi11ting en los que la oquedad
pcdagógirn se clisf r:.12.:.1 de virtutl m~1nfísica. El pensamiento no
queda :ll m:ugcn ele b rcbcliún ele lJaudclairc, la rebelión <le la
siempre el pcns..1micnto en su ad:iptaci6n al lengunje comuni-
cativo. Este pens;imi~.n._,tq ~P.'.!,12_!aba _aJ~ _qbvia y trí_v_ial satisfacci6n
: ~le 1os oyentes. Precis;m_1e_ntc en la au10;10lTiía de.la _exposición, r' ••
!
poci1, contrn b n:1turnlcza como rcscrvn sncial.·Taffi1;0Co los pa_.:
1
rnísos del pcps..¡mi_<::n~~ s011 ya sin~~ ~r1,if1~ialcs, y por ellos <lc.--,m~·
\ no~~~_.<i 1_!;,,/,~,i;,~it~.H~~-g~_e:-de _]a ·comunicac.ión cicntílic~.- el ensaye~/
conser~a-,r~:t~~- ~e_:~?u~I cl~ment_o con_n1nicativo de qu~- ~~rec~ la t
__com'.11:1cno1011 ~ c1cn11íica,,L1 . ~~1-sfacc16n jS~!~ I_~~_J6_~1<~-:'lu_1c~e ·
••
••
buln el cn!-ayo. Y c01110 1 según el cliclio de Hegel, 110 ha)' entre
¡!' s~mm1strar.al oyente se sublima eri 'el ensayo hasta•.hacersc 1dCa
el ciclo y b ticrrn n:ida que no esté mcdiaclc:,, el pensamiento -no'
Je In' rC·J iéid;d ~dClfña' lib~tl I fr~~~l "objélo7H~f·t·aa~·úc ·<la J,
puc_clc &::rJicl a b idea de inmediatez más.que a través de lo;
al ohjcto .m~s de,lo suyo.que si sc·le-coloca ·Cn el despiadad~
mediado, micntrns que el pcns..1micnto se convierte en víctima de
la mccli:ición cuando aferra inmediatamente lo no mcdiadO:/Astul
tnmcntc se nfcrra el cn~1yo a los textos, co!no si existieran sirÍ
orden ,e.le las idc;1s. La conciencia cientificista, orientada contra
to<ln representación antropomorfística, estuvo siempre aliada con
el principio de realidad y fue siempre, como éste, enemiga de la
•·•
mfis y 1m·iernn :rnturic.bd. De este modo consigue, pero sin el
cngai'lo de un algo primero, un suelo p:un sus pies, por dudoso
que sc;i, de un mo<lo comparable al de la :mtigua exégesis tcoló·
felicidad. Mientras que se afirma que la felicidad es la finalidad
Je todo dominio de la naturaleza, resulta que la felicidad se pre· ••

senta siempre como regresión a la naturaleza mera. Ello se maní·
gic~1 de Lo:tns. Pero la tendencia es la contrapuesta a esta última:
ficstn hasta en las filosofías suprcmns, hasta en Kant y en Hegel.
es b. tendencia crítica; h tenJcncia es a sacudir la pretensión de
A pesar de· tener su 1iathcis en la idea absoluta de rnzón, estas
la culturn 111ctfrintc b confrontaci/m e.le los textos con su propio 8
••
fil~sofí:ls denigran al mismo tiempo n la razón, par impertinente
· en Lítico concepto, con la \'Cnlac.l mentada por cae.la uno aunque
e urcspetuosa, en cuanto que ella relativiza algo vigente. El
110 quiera mcnt:-irb, y l\cvnr así a la. cultura al pcns..1micnto de su
1 ~nsayo, oponiéndose a es., tendencia, salva un momento tic so-
"no vcrc.hJ", de aquella aparicnci;1 ideológica en la cu;il la cul·
tura se m:inifiesta como decaída de la naturaleza. Bajo 1a mirada
.del c11s1yo la scg1111d:1 naturJlczn se interioriza en sí misma como
fística. La hostilidad del pensamiento crítico oficial a la felicidad
es perceptible, especialmente en la dialéctica trascendental de
Kant, 1a cual querría etcrniznr las fronteras trnzadas entre el ••

naturnkza primera.
entendimiento y la cspeculaci6n e impedír, según la caracteris·
Si h \'Crcbd del ensayo se mueve a través de su "no verdad", 11

••
ticn metáfora, el v.1gahun<leo por los mundos inteligibles".
no hay q11c buscarla empero en la mera contraposición a su
Mientras que la razón que se critica a sí misma pretende estar
elc1~1cnto insincero y proscrito, sino en éste mismo, en su moti-
en Kant con los ~los pies bien asentados en el suelo, fun<lán<losc
lid:id, ,:n su falta Je :ir¡ucll:i solidc1. cuya exigencia la ciencia
trnnsfiri6 de las relaciones de propiedad al espíritu. Los que se
creen nbliga<los a <lcfcndcr el espíritu Je toda insolidcz son sus
enemigos: el espíritu mismo, una vez emancipado, es móvil. En
a. sí rnism~, en realidad, según su más íntimo princip.io, está ha•
c1éndose 1mpcnneahle a cunlquícr novedad y combatiendo ya
la curiosidad, el lúdico' principio del pensamiento tan denigrado / ••
cuanto quiere más que b mern repetición y el mero adobo admí·
nistrati\'OS ele lo ya existente en c;ida c:1s0, el espíritu presenta
también por la ontología existencial. Lo cjúé Kant, desde el conte•
. 1lid_o~ vec.0~1?~~-~~F(~i~- .5J~ la,_ ~~;...6;1_-:_: la prod~cción de la hu"·
mam<lacl, la utop1a ~•/Jtteda 1mpcd1do desde laJonna, desde la ,
••
••
vlgún flanco sin cubrir; m;:is b vcrdc1cl abandonc1da por este
juego con riesgo no sería ya m~s c¡uc tautología. Hist6ricamente
. teoría del conocímient"o~ la· cu_al no permite '3_ la ·_'razón rebas.ir el t
· ámbito de la experiencia, el cual se contrae, en el mecanismo/'
el ensayo está emparcntat¡o con la retórica, a 1a que la menta·
del 'mero material y las inmutables categorías, a aquello que y;
lídacl científica, desde Descartes y Bacon, quiso hacer frente,
basta '}\le, con mucha consecuencia, acahtS por rebajarse, en la
cril cicntíric.1, :1 b categoría de un:1 ciencia s1d generis, la ciencia
;icmpre fue, existió. f
Pe;?-~!._ ~l,jcto__cl_e~11_s;iy.9_CcsJo_nucYP_e1Uanto_quc_nucyq, no; · ••
J- 1'QT,1.5 D!. L!T1.IIATl'IIA

••

••
•• 3.¡ NOTAS DE LITEílATIIIU

lr.id~1ciblc. a.Jo. viejo. de las_form::is cxist~ntcs. J\l reflejar cot~io t


EL. ENSAYO COMO POHI\IA 35

••
ló12ic_a discursi\'a. _No los <lcri\'n <le un princinio ni los infiere de,
sin violc11cia· ~I obj<;to,· el cns:1yo: sc·.q~1~J~ c.i!bd~.n~cntc de que cu11c¡cntc.s. observaciones -¡nrtkul:ircS~ CoorJin:i los r.lr.m~t?.~ ·---~
la \'C;<bd traiC.i01\;;·ra· a la· ícliCid;frr };~ 'eón ello, :1 sí mimF1~ Y este en vez de suborclin:irlns· y lo único conmensurable con los cri-
lamento mueve a la c6lcr:1 :ti ensayo. El elemento su;isorio de la

•• co111unic:1cifin se susirac entonces, en analogía con el cambio e.le


fundó~ Je :1lgunos r.1sgos de la rnl1sic~ au~~-nom;i, a su fin_ ?;i-
terios lógicos es In esencia de~ ~ontcnido <lcl ensayo, no el m~do
~le su exposición. i\licntrns <1uc, por una partc 1 en comparación
con las fonnas en c¡ue se comunica indiíercntcmcnte un conte-

••
ginario y se convierte en puríl dctcm11n:1c1on de la cxpos1~10n nido ya listo, e] cnS.1\'0 es más dinámico OU<?_ el ncnsa1!1Lcnto trn-
como _1;1!, en su foctor de violcnci:1 que, en vez de reproducir la clicionnl a cau~1 ·ue l:i tensión cntrr. la cxnosic;:iól}_V lo expuesto,
cosa, qw:rrÍ:'I rcconstruirln partiendo ele sus mcmhrn disiccta por otra, como compresencin construiJ:i, es t:imbién más esta./

•• conceptuales. Pero l;is m;:ilFa111:1das transiciones de la retórica,


en bs <JllC nsoci;icioncs, multivocidad de fas palabras, aban<lono
de la síntesis lc'.igica tcnfrin ciuc Licilitar el trabajo al oyente y so-
tico. En esto y sólo en esto consiste su :1fini<l:icl con c1 cuadro,
pero con la difcrcntia Je que la estática del ensayo es la de rcla-.f
cioncs <le tensión detenidas en cierto sentido. L1/ fácil docilicfod

•• meterlo, unn vez clebilitndo 1 n la voluntad del orndor, se funden


en el ens.1yo con el contenido e.le la vcrd:id. Sus t~ansicion~s re-
chazan la derivación directa en bcncÍlcio de conexiones honzon-
del curso de los pcnsnmicnrr,-: del ensayista le obliga a una inten-
sidad mayor que lí1 dci pens.~1;1ien10 discursivo, porque el ensayo
no procede, como éste, ciega y automatiz:id:imcntc, sino que en \.-

•• t;ilcs entre los clcmcntos, conexiones para las cuales no tiene sitio
la lógica Jiscursi\·t1. . .. . .
El ensayo no utiliza los ec¡uívocoS p<_1r negligcnc1~, ~' por~uc,
. . r
c.a<la momento tiene que reflcj:irsc sobre sí mismo. Naturalmente
que esa reflexión no se refiere sólo a su relación con el pensa-
miento cstnblccido, sino también a su relación con lq retórica y

•• ,i_o sCpa _que sobre ellos pesa tina prohibición cic1~t_iÍ1c1sta, s111?.}
·par:1 JJc,.·ar, hast;J°all_í adonde pocas ,·~ces ll_cga la cnt1ca del cqu~-.'
\"OCO, la mera <listinci_ón <le signílicaciones: al. hecho de que f
la comunicnción. De no ser así, lo que se imagina ser supracienti-
fico resulta ser vanidad prccientífica .
L, actunli<l:i,I' del rnsavo es la actualidad de lo anacránico. El

•• siempre :c¡ue una palnbrn cubre diversidad, lo d1\'crso no puc<l_;


serlo completamente, sino que la unidad de la palabra alude a
u-na unidad en la cos..1: por recún<lita c¡ue sea, sir\. que, por lo
mamen.tu it: es má~_~Icsfo\'J)rablc qu·e nune:1 . .t.1 ensayo se Ve
aplast;ido entre una ciencÍíl organizada en fa que todos se :irro-

•• dem:ís, est.1 unidad pueda confundirse con parentescos lingüís-


ticos scgl1n el uso de b.s ;-ictuales lilosofí:iS: restnuwti_\'a~ .. Tambi~n
en esto roza el cns.ayo b lúgic;i 1m1sical, el ;irte cs1nct1s1mo }', s111
gan el derecho de controlar a todos y todo y que excluye con el
aparente elogio ele "intuitivo" o "estimulante" Jo que no está
cortado por el patrón del co11se11s, y una filosofí:i <¡uc se contenta

•• ,embargo, sin conceptos, de la tr;rnsici{m musical, para d~~la


· lcng._u_a_ {¡u~_ lrnbla .. algo que perdió hajo el <lomi~1i9 de fo _ló~1ca
con el \'aCÍo y :ibstracto resto <le lo <]UC 110 ha sido aún ocupado
por la organización ele la cmprcs..1 cicntílic'a y <]UC, por eso mís-
mo, es para ella objeto de una empresa organizad:i de scgu__ndo

•• discursiví'l·, la cual, empero,· no permite <¡uc se salte por encuna


'-ac ella, sino c1uc sblo es posible superarl:i con astucia mediante
sus propias for~nas_ y gracias a la expresión subjetiva y !'~nctr:in-
grado. Pero el ensayo se ocup:i <le .lo opac:,o <le sus ~bjctos. Co~ I
conceptos q~1erría abrir de par en par Jo que JH> entra en con¡
ceptos o que, por las contradicciones en <jllC se enrecian ésto~,

•••
te. Pues el cnS.1\'0 Tlo. se encueiHra en simple conlrapos1c1ón con>
el procedír~icnl~> di_scu~si,·o. El cns:iyo no. es al_ógico, sino <1u9 I
obedece t.:I mismo ,i" criterios lógicos en la ·medida e_!1.,., qt!e el con·-
l junto de sus Íríls~_s._ti~n~ que com~1oner~c en :1cor~-~,c_.-'.No pueden.
;cvcla que la re¡l <le su objetividad es mera disposición artifi-
ciosa subjetiva. El ensayo querría polarizar Io opaco, desemba-
razar las fuerzas latentes en ello. Se es[ ucrza por llegar a la
concreción del contenido <lctcrminado en el espacio y en el tie.m-

••
·¡uc<lnr en él contra<l1cc1oncs meras, :i me~-~~~c¡u~ . ~<? f~111damcn- po¡ construye la cncnrn:ición conjuntn de los conceptos tal
cn como contradicciones de la cosa misma. Sólo que el ensayo / cómo éstos se presentan, juntos y encarnados, en e) objcro. El
lcsarrolb" los pensamientos de modo ,livNso del que slj!üC 1.; / cnsnyo se sustr:i_c a la tir;1nía Je los atributos atribuidos· a las

••

••
,'/< 3(,
NOTAS DE LITEll,\lllnA
••
••
idc,1s desde la definición Jcl SymJ10sio 1 "etcrn:1s en su ser, ni en~
gcnJrad:1s ni pcrcccdcrns 1 .ni sujetJs il cambio ni a disminuci6n";
"un s·cr pó·r sí mismo/ para sí mismo, eterno, rnonoforme"; y a

••
pcs;1r de ello el ensayo sig11c siendo iclc:1, porrp1c no capitula :intc
el peso del ente, porc1uc 110 se. inclina ;1ntc lo CjllC meramente cs. f
'• Pero no la mide con el canun de 1111 :1lgr> eterno, sino más bien
~on un entusiástico fragni~nto del período tardío de Nietzsche:
·,'.'Y ·~a1pucsto que dijér:1mos _'sí' a un único instante, con ello hc-
inos dicho 'sí' no sólo a nosotros mismos, sino a toda existencia.
••
Puc~ 11:1,d:1 cst,í ai;hdo en sí, ni en nosotros mismos ni en las co-
sas: y si nucstr:1 :ilma no h:1 temblado" y resonado de felicidn<l,
co11~0 tin:1 cuerda, sino una sola vez, para ello fueron necesarias
••
tocbs bs ctcrnid:idcs, p:1,a condicion:1r ese acncccr único-y toda
ctcmicbd f11c :1ccptnda, libct:ida, juslificacb y afirmada en atjucl
instante único de n11cstro 'sí'". 1 Sólo ciuc el ensayo desconfía
••
incluso de una 1:d justificación y :1fin11ación. Para la fclici-
ébd, (JtlC .cr:1 s.1gr;1cb p:1r:1 .Nict?-schc, el cns;iyo no conoce más ••
••
nómbre 1p1C el ncgJti\'o.·IncluSo lns suprcm:15 mnniícstacioncs ele
cspí_ritu <]UC cxprcs.1n la felicidad siguen intrincadas en la culpa
guc consiste en 06stnculiz:1rla en cunnto siguen siendo mero espí-

.,
. ritu. Por eso la más íntim:1 ley íorm,1\ del cns:1yo es la herCjía. Por
viok-nCia co"ntrJ b ortoc]o•xia del pcns.1micnto Se hace visible en e:
1:1 cos.1 nqucl\0 1 mnntcncr oculto lo cu:11 es ·secreto y objctÍ\•o fin
clc la ortodoxia. •
Oa111l.
l. f.n11onn1c11
;<.
N1ET1.sc1rn, Dcr \Villt wr Macl1t. (II), \Verke,
Leip1.ig, 1906, p. 206, § .1032. ••
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THEODOR ADORNO

LA ACTUALIDAD DE LA FILOSOFÍA

Texto escaneado a partir de Theodor W. Adorno,


Actualidad de la filosofía, Barcelona, Paidós, 1991, pp. 71-102.

Quien hoy elija por oficio el trabajo filosófico, ha de renunciar desde el co-
mienzo mismo a la ilusión con que antes arrancaban los proyectos filosófi-
cos: la de que sería posible aferrar la totalidad de lo real por la fuerza del
pensamiento. Ninguna Razón legitimadora sabría volver a dar consigo mis-
ma en una realidad cuyo orden y configuración derrota cualquier pretensión
de la Razón; a quien busca conocerla, sólo se le presenta como realidad to-
tal en cuanto objeto de polémica, mientras únicamente en vestigios y es-
combros perdura la esperanza de que alguna vez llegue a ser una realidad
correcta y justa. La filosofía que a tal fin se expende hoy no sirve para otra
cosa que para velar la realidad y eternizar su situación actual. Antes de
cualquier respuesta, tal función se encuentra ya en la pregunta; esa pre-
gunta que hoy se califica de radical y, aun así, es la menos radical de todas:
la pregunta por el Ser sin más, tal como la formulan expresamente los nue-
vos proyectos ontológicos, y tal como, pese a toda clase de oposiciones,
subyace también a los sistemas idealistas que pretende superar. Pues esta
pregunta da ya por sentado, como algo que posibilita responderla, que el
Ser sin más se adecua al pensamiento y le resulta accesible, que se puede
formular la pregunta por la idea de lo existente.1 Pero la adecuación del
pensamiento al Ser como totalidad se ha desintegrado, y con ello se ha
vuelto implanteable la cuestión de esa idea de lo existente que una vez pu-
do alzarse inmóvil en su clara transparencia sobre una realidad cerrada y
redonda, y que quizás se haya desvanecido para siempre a ojos humanos
desde que sólo la historia sale fiadora de las imágenes de nuestra vida. La
idea del Ser se ha vuelto impotente en filosofía; no más que un vacío prin-
cipio formal cuya arcaica dignidad ayuda a disfrazar contenidos arbitrarios.
Ni la plenitud de lo real se deja subordinar como totalidad a la idea del Ser

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«das Seiende» se ha traducido habitualmente como «lo existente», salvo cuando no resultara demasiado
forzado o impreciso utilizar «el ente».
que le asignaría su sentido, ni la idea de lo existente se deja construir ba-
sándose en los elementos de lo real. Se ha perdido para la filosofía, y con
ello se ha visto afectada en su mismo origen la pretensión de ésta a la tota-
lidad de lo real.
De ello da fe la misma historia de la filosofía. La crisis del idealismo
equivale a una crisis de la pretensión filosófica de totalidad. La ratio auto-
noma, tal fue la tesis de todo sistema idealista, debía ser capaz de desple-
gar a partir de sí misma el concepto de la realidad y toda realidad. Tal tesis
se ha disuelto a sí misma. El neokantismo de la escuela de Marburgo, que
aspiraba con el máximo rigor a hacerse con el contenido de la realidad par-
tiendo de categorías lógicas, ha salvado desde luego el carácter cerrado de
su sistema, pero desistiendo para ello de todos sus derechos sobre la reali-
dad, y se ve remitido a una región formal en que la determinación de cual-
quier contenido se volatiliza como punto final virtual de un proceso sin fin.
La posición antagónica a la escuela de Marburgo en los círculos idealistas,
esa filosofía de la vida de Simmel orientada psicológicamente y con un tono
irracionalista, ha mantenido el contacto con la realidad de la que trata, cla-
ro, pero ha perdido a cambio todo derecho a dar sentido a una empiria acu-
ciante, y se ha resignado a un concepto naturalista de lo viviente, ciego y
aún sin esclarecer, al que trata en vano de elevar a una aparente y nada
clara trascendencia del plus-de-vida.
Por último esa escuela del Sudoeste alemán, la de Rickert, que media
entre ambos extremos, piensa que dispone en los valores de unos patrones
de medida más concretos y manejables que aquellos con los que cuentan
los de Marburgo en las ideas, y ha dado forma a un método que relaciona
esos valores con la empiria de un modo como siempre frágil. Pero el lugar y
el origen de los valores siguen sin determinar; se encuentran en alguna
parte entre la necesidad lógica y la multiplicidad psicológica, ni vinculantes
en lo real, ni transparentes en lo espiritual; una apariencia de ontología que
es incapaz de soportar tanto la pregunta «¿de dónde les viene su vigencia?»
como la de «¿adonde lleva su vigencia?».
Apartadas de las grandes tentativas de solución de la filosofía idealis-
ta, trabajan las filosofías científicas, que renuncian desde el comienzo mis-
mo a esa pregunta fundamental del idealismo acerca de la constitución de
lo real, que sólo le siguen concediendo alguna validez en el marco de una
propedéutica a las ciencias particulares desarrolladas, en especial a las
ciencias de la Naturaleza, y que creen disponer de un fundamento más fir-
me en los datos, ya sean los relativos al sistema de la conciencia (Bewusst-
seinszusammenhang), ya los de la investigación de las ciencias particulares.
En tanto han perdido la relación con los problemas históricos de la filosofía,
han olvidado que sus propias constataciones están inextricablemente anu-
dadas en cada uno de sus supuestos con los problemas históricos y con la
historia del problema, y que no se pueden resolver con independencia de
aquéllos.
En esta situación viene a insertarse ese intento del espíritu filosófico
que evoca el nombre de fenomenología: el empeño en lograr, tras la deca-
dencia de los sistemas idealistas y con el instrumento del idealismo, la ratio
autonoma, un orden del ser vinculante y situado por encima de lo subjetivo.
La más profunda paradoja de todas las intenciones fenomenológicas es que
precisamente aspiren a alcanzar, por medio de las mismas categorías que
trajo a la luz el pensamiento subjetivo, postcartesiano, esa objetividad que
tales intenciones contradicen en su mismo origen. Por eso no es ningún
azar que la fenomenología tomara en Husserl el idealismo trascendental
como punto de partida, y cuanto más tratan de ocultar ese origen los pro-
ductos más tardíos de la fenomenología, menos pueden renegar de él. El
descubrimiento realmente productivo de Husserl —más importante que el
método de la «intuición de esencia» que causa un mayor efecto de cara al
exterior— fue haber reconocido y hecho fructífero el concepto de lo dado
irreducible, tal como lo habían configurado las orientaciones positivistas, en
toda su significación para el problema fundamental de las relaciones entre
razón y realidad. El arrancó a la psicología ese concepto de una intuición
que se da como algo originario, y al dar forma al método descriptivo volvió
a ganar para la filosofía una fiabilidad que había perdido mucho tiempo
atrás entre las ciencias particulares. Pero no se puede desconocer que en
conjunto los análisis de lo dado de Husserl siguen ligados a un implícito sis-
tema de idealismo trascendental cuya idea finalmente también está formu-
lada en Husserl —y el hecho de que Husserl lo manifestara abiertamente
revela la grande y pura rectitud del pensador—, ni desconoce tampoco que
«el tribunal de la Razón» sigue siendo en él la última instancia competente
para las relaciones entre razón y realidad; y que, por tanto, todas las des-
cripciones de Husserl forman parte del círculo de esa Razón. Husserl ha pu-
rificado al idealismo de todo exceso especulativo, y lo ha llevado a la medi-
da máxima de realidad que le resulta alcanzable. Pero no lo ha hecho explo-
tar. En su ámbito impera el espíritu autónomo, como en Cohen y Natorp; es
sólo que ha renegado de la pretensión de una fuerza productiva del espíritu,
de esa espontaneidad kantiana o fichteana, y se conforma, como Kant mis-
mo se conformó, con tomar posesión de la esfera de lo que le resulta ade-
cuadamente accesible. La errónea concepción de la historia filosófica de los
últimos treinta años quiere ver una limitación de Husserl en esta autolimita-
ción de la fenomenología, y la considera como comienzo de un desarrollo
que al final conduce precisamente al proyecto realizado de ese orden del ser
que, en la descripción de Husserl, sólo formalmente se adecua a la relación
noético-noemático. He de contradecir de manera expresa esa concepción. El
tránsito a la «fenomenología material» se ha logrado sólo en apariencia, y
al precio de esa fiabilidad de lo hallado que era lo único que le garantizaba
al método fenomenológico un título de derecho. Cuando en el desarrollo de
Max Scheler las eternas verdades fundamentales se desataron en una súbi-
ta metamorfosis para ser desterradas al final a la impotencia de su trans-
cendencia, se puede ver en ello ciertamente el infatigable impulso a cues-
tionar de un pensamiento que sólo en el movimiento de un error a otro llega
a convertirse parcialmente en la verdad. Pero ese desarrollo enigmático e
inquietante de Scheler pide ser comprendido con más rigor que bajo la me-
ra categoría de destino espiritual individual. Más bien señala que el tránsito
de la fenomenología desde la región formal-ideal a la material y objetiva no
podía lograrse sin saltos ni dudas, sino que la imagen de una verdad su-
prahistórica, como de manera tan seductora trazó una vez esa filosofía so-
bre el telón de fondo de la doctrina católica acabada y completa, se en-
marañó y deshizo tan pronto como se trató de buscar tal verdad precisa-
mente en la realidad cuya captación constituía el programa de la «fenome-
nología material».
El último viraje de Scheler me parece obtener su derecho en verdad
ejemplar del hecho de haber reconocido que el salto entre las ideas eternas
y la realidad, para superar el cual se adentró la fenomenología en la esfera
material, era en sí mismo de carácter material-metafísico, abandonando así
la realidad a un ciego «impulso» cuya relación con el cielo de las ideas es
oscura y problemática, y apenas si deja espacio aún a la más leve traza de
esperanza. En Scheler la fenomenología material se ha replegado dialécti-
camente sobre sí misma: de su proyecto ontológico ya sólo queda la mera
metafísica del impulso; la última eternidad de que dispone su filosofía es la
de una dinámica ilimitada a la que nada gobierna. Desde esta perspectiva,
también la doctrina de Martin Heidegger se presenta con un aspecto distinto
de aquel con que la hace aparecer ese pathos de un comenzar desde el
principio que explica sus efectos hacia el exterior. En lugar de la pregunta
por las ideas objetivas y el Ser objetivo, en Heidegger, al menos en los es-
critos publicados, entra en escena el ser subjetivo; la exigencia de la onto-
logía material se reduce al terreno de la subjetividad, en cuyas profundida-
des busca lo que no es capaz de encontrar en la abierta plenitud de la reali-
dad. Por eso no es casualidad, ni siquiera desde la perspectiva de la historia
de la filosofía, que Heidegger recurra precisamente al último proyecto de
ontología subjetiva que produjo el pensamiento occidental, la filosofía exis-
tencial de Sóren Kierkegaard. Pero el proyecto de Kierkegaard está roto, y
es irreproducible. La dialéctica imparable de Kierkegaard no fue capaz de al-
canzar en la subjetividad ningún Ser firmemente fundado; el último abismo
que se le abrió fue el de la desesperación en que se desploma la subje-
tividad; una desesperación objetiva que transforma como por ensalmo el
proyecto del Ser en subjetividad, en un proyecto de infierno; del que la sub-
jetividad no sabe salvarse de otro modo que mediante un «salto» en la
trascendencia, que sigue siendo figurado, sin contenido, mero acto sub-
jetivo de pensamiento, y que encuentra su definición suprema en la parado-
ja de que ahí el espíritu subjetivo tiene que sacrificarse a sí mismo, rete-
niendo a tal fin una fe cuyo contenido, casualmente para la subjetividad,
brota sólo de la Biblia. Heidegger sólo es capaz de sustraerse a tal conse-
cuencia aceptando una realidad adialéctica por principios e históricamente
predialéctica, una realidad siempre «a mano» (zurhanden, disponible). Pero
también en su caso salto y negación dialéctica del ser subjetivo constituyen
la única justificación del mismo: es sólo que el análisis de aquello con lo que
uno se encuentra —en lo que Heidegger sigue vinculado a la fenomenología
y se diferencia por principios de la especulación idealista de Kierkegaard—,
prohíbe toda trascendencia de una fe, así como todo recurso espontáneo a
ella en el sacrificio del espíritu subjetivo, en su lugar ya sólo reconoce una
trascendencia hacia el «ser así» (Sosein) vital, ciego y oscuro: en la muer-
te. Con la metafísica de la muerte de Martin Heidegger, la fenomenología
rubrica un desarrollo que ya inaugurara Scheler con su doctrina del impulso.
No puede silenciarse que con ella la fenomenología está en trance de acabar
justamente en ese vitalismo al que en su origen retó: la trascendencia de la
muerte en Simmel sólo se diferencia de la de Heidegger en que conserva
categorías psicológicas donde Heidegger habla de categorías ontológicas,
sin que en el asunto mismo —por ejemplo en el análisis del fenómeno de la
angustia— se pueda encontrar ya un medio seguro de distinguirlas. Con-
cuerda con esta manera de entender el proceso —transición de la fenome-
nología al vitalismo— el hecho de que Heidegger sólo supiera sustraerse a
la segunda gran amenaza para la fenomenología ontológica, el historicismo,
ontologizando el tiempo y poniéndolo como constituyente de la esencia
hombre: con lo que el empeño de la fenomenología material por buscar lo
eterno en el ser humano se disuelve paradójicamente: sólo queda como
eterno la temporalidad. A las pretensiones ontológicas ya sólo les bastan
entonces aquellas categorías de cuya hegemonía exclusiva quería librar al
pensamiento la fenomenología: mera subjetividad y mera temporalidad.
Con el concepto de «estar arrojado» (Geworfenheif), puesto como
condicionante último del Ser del hombre, la vida se torna tan ciega y vacía
de sentido en sí misma como sólo lo era en la filosofía de la vida, y la muer-
te puede asignarle algún sentido positivo tan poco aquí como allí. La pre-
tensión de totalidad del pensamiento ha sido arrojada de vuelta al pensa-
miento mismo, y finalmente, también aquí quebrantada. Sólo se precisa
comprender lo estrecho de las categorías existenciales de Heidegger, estar
arrojado, angustia y muerte, incapaces de desterrar la plenitud de lo vivien-
te, y el puro concepto de vida se apodera ya por completo del proyecto on-
tológico heideggeriano. Si no se engaña, con esa ampliación Heidegger pre-
para ya la decadencia definitiva de la filosofía fenomenológica. Por segunda
vez la filosofía se encuentra impotente ante la pregunta por el Ser. Frente a
la tarea de describirlo como independiente y fundamental se encuentra tan
poco capaz de desplegarlo a partir de sí misma como lo fuera con anteriori-
dad.
He entrado .en el terreno de la más reciente historia de la filosofía no
por la generalizada orientación hacia la historia del espíritu, sino porque la
cuestión de la actualidad de la filosofía únicamente se desprende con preci-
sión del entretejerse histórico de preguntas y respuestas. Y del avance de
los esfuerzos en pos de una filosofía grande y total se desprende, desde
luego, la formulación más sencilla: si acaso la filosofía misma es en algún
sentido actual. No se entiende por actualidad una vaga «caducidad» o no
caducidad basándose en ideas arbitrarias sobre la situación espiritual gene-
ral, sino más bien en lo siguiente: si existe aún alguna adecuación entre las
cuestiones filosóficas y la posibilidad de responderlas, tras los avances de
los últimos grandes esfuerzos en esa dirección; si, propiamente, el resulta-
do de la historia filosófica más reciente no es la imposibilidad por principio
de una respuesta para las preguntas filosóficas cardinales. De ninguna ma-
nera hay que tomar ésta como una pregunta retórica, sino literal; hoy, toda
filosofía para la que no se trate de asegurar la situación social y espiritual
existente, sino de la verdad, se ve enfrentada al problema de la liquidación
de la filosofía. La liquidación de la filosofía se ha emprendido hoy con una
seriedad como jamás se diera por parte de la ciencia, en especial de la lógi-
ca y la matemática; una seriedad que tiene su propio peso porque hace
mucho que las ciencias particulares, y también las ciencias matemáticas de
la naturaleza, se han desembarazado del aparato conceptual naturalista al
que estuvieron sometidas en el siglo XIX frente a la teoría del conocimiento
idealista, y en ellas ha tomado cuerpo plenamente el contenido de la crítica
epistemológica. Con ayuda de los más precisos métodos de la crítica epis-
temológica, la lógica más avanzada —pienso en la nueva escuela de Viena,
surgida de Schlick y prolongada a través de Carnap y Dubislav, que trabaja
en estrecha relación con la logística y con Rusell— ha restringido exclusiva-
mente a la experiencia todo conocimiento ampliable en sentido propio, y
trata de formular en enunciados analíticos, en tautologías, todos aquellos
enunciados que recurran a algo más allá del ámbito de la experiencia y su
relatividad. Según esto, la pregunta kantiana por cómo están constituidos
los juicios sintéticos a priori carecería de objeto en todo caso, porque no
existen tales juicios; queda prohibido rebasar de cualquier forma lo verifica-
ble por experiencia; la filosofía se convierte exclusivamente en instancia de
ordenación y control de las ciencias particulares, sin poder permitirse añadir
nada sustancial de su propia cosecha a los hallazgos de aquéllas. A ese
ideal de filosofía a todo trance científica le corresponde como complemento
y anexo —no, desde luego, en el caso de la escuela de Viena, pero sí en el
de toda concepción que quiera defender a la filosofía de la pretensión exclu-
siva de cientificidad y que, sin embargo, reconozca la validez de esa preten-
sión— un concepto de poesía filosófica cuya arbitrariedad respecto a la ver-
dad sólo se ve superada por su inferioridad estética y por su lejanía de
cuanto sea arte; se debería liquidar sucintamente la filosofía y disolverla en
las ciencias particulares antes que venir en su ayuda con un ideal literario
que no representa más que un ropaje ornamental de falsas ideas.
Ahora bien, aun así hay que decir que la tesis de la solubilidad por
principio de todos los planteamientos filosóficos en los propios de las cien-
cias particulares tampoco está hoy a salvo de cualquier duda, y sobre todo,
que esa tesis no está en absoluto tan libre de suposiciones filosóficas como
se concede a sí misma. Quisiera recordar exclusivamente dos problemas
que no es posible dominar basándose en ella: por una parte, el problema
del sentido de lo «dado», categoría fundamental de todo empirismo en la
que sigue planteándose una y otra vez la cuestión del correspondiente su-
jeto, y que sólo se puede contestar historicofilosóficamente (geschichtsp-
hilosophisch): pues el sujeto de lo dado no es algún sujeto trascendental,
ahistóricamente idéntico, sino que toma una figura cambiante e histórica-
mente comprensible. En el marco del empiriocriticismo, incluido el más mo-
derno, esa cuestión no se ha planteado, sino que se ha aceptado con inge-
nuidad el punto de partida kantiano. El otro problema es muy corriente en
ese marco, pero sólo se ha resuelto de manera arbitraria y sin ningún rigor:
el de la conciencia ajena, el del yo ajeno, que para el empiriocriticismo sólo
puede hacerse accesible por analogía, sólo reconstruirse después tomando
como base la experiencia propia; puesto que el método empiriocriticista, sin
embargo, ya presupone necesariamente una conciencia ajena en el lenguaje
del que dispone y en su postulado de verificabilidad. Simplemente con estas
dos cuestiones, la escuela de Viena ya se inserta precisamente en esa con-
tinuidad filosófica que quisiera mantener apartada de sí. No obstante, esto
nada dice en contra de la extraordinaria importancia de esa escuela. Veo su
relevancia menos en que hubiera logrado en la práctica el proyectado tras-
lado de la filosofía a la ciencia que en el hecho de que, gracias a la precisión
con que formula todo aquello que en la filosofía es ciencia, realce los con-
tornos de cuanto en la filosofía está sometido a instancias diversas de la
lógica y las ciencias particulares. La filosofía no se transformará en ciencia,
pero bajo la presión de los ataques empiristas desterrará todas las cuestio-
nes que, por específicamente científicas, resultan adecuadas para las cien-
cias particulares y enturbian los planteamientos filosóficos. No entiendo ese
proceso como que la filosofía tuviera que desechar otra vez, o al menos
aflojar, ese contacto con las ciencias particulares que finalmente ha vuelto a
conseguir, y que hay que contar entre los resultados más afortunados de la
más reciente historia de la filosofía. Al contrario. Plenitud material y concre-
ción de los problemas es algo que la filosofía sólo podría tomar del estado
contemporáneo de las ciencias particulares. Tampoco se podría permitir ele-
varse por encima de las ciencias particulares tomando sus «resultados» co-
mo algo acabado y meditando sobre ellos a una distancia prudencial, sino
que los problemas filosóficos se encuentran en todo momento, y en cierto
sentido indisolublemente, encerrados en las cuestiones más definidas de las
ciencias particulares. La filosofía no se distingue de la ciencia, como afirma
todavía hoy una opinión trivial, en virtud de un mayor grado de generalidad,
ni por lo abstracto de sus categorías ni por lo acabado del material. La di-
ferencia, mucho más honda, radica en que las ciencias particulares aceptan
sus hallazgos, en todo caso sus hallazgos últimos y más fundamentales,
como algo ulteriormente insoluble que descansa sobre sí mismo, en tanto la
filosofía concibe ya el primer hallazgo con el que se tropieza como un signo
que está obligada a descifrar. Dicho de una forma más llana: el ideal de la
ciencia es la investigación, el de la filosofía, la interpretación. Con lo que
persiste la gran paradoja, quizás perpetua, de que la filosofía ha de proce-
der a interpretar una y otra vez, y siempre con la pretensión de la verdad,
sin poseer nunca una clave cierta de interpretación: la paradoja de que en
las figuras enigmáticas de lo existente y sus asombrosos entrelazamientos
no le sean dadas más que fugaces indicaciones que se esfuman. La historia
de la filosofía no es otra cosa que la historia de tales entrelazamientos; por
eso le son dados tan pocos «resultados»; por eso constantemente ha de
comenzar de nuevo; por eso no puede aun así prescindir ni del más mínimo
hilo que el tiempo pasado haya devanado, y que quizás complete la trama
que podría transformar las cifras en un texto. Según esto, la idea de inter-
pretación no coincide en absoluto con un problema del «sentido» con el que
se la confunde la mayoría de las veces. Por una parte, no es tarea de la filo-
sofía exponer ni justificar un tal sentido como algo positivamente dado ni la
realidad como «llena de sentido».
La ruptura en el Ser mismo prohíbe toda justificación semejante de lo exis-
tente; ya pueden nuestras imágenes perceptivas ser figuras, que el mundo
en que vivimos y que está constituido de otro modo no lo es; el texto que la
filosofía ha de leer es incompleto, contradictorio y fragmentario, y buena
parte de él bien pudiera estar a merced de ciegos demonios; sí, quizás
nuestra tarea es precisamente la lectura, para que precisamente leyendo
aprendamos a conocer mejor y a desterrar esos poderes demoníacos. Por
otra parte, la idea de interpretación no exige la aceptación de un segundo
mundo, un trasmundo que se haría accesible mediante el análisis del que
aparece. El dualismo de lo inteligible y lo empírico tal como lo estableció
Kant y como, según la perspectiva postkantiana, lo habría afirmado ya Pla-
tón, cuyo cielo de las ideas con todo aún permanece en el mismo sitio y
abierto al pensamiento —ese dualismo hay que incluirlo en la cuenta del
ideal de investigación antes que en la del ideal de interpretación, un ideal
de investigación que espera reducir la pregunta a elementos dados y co-
nocidos, y en donde nada sería más necesario que la sola respuesta—.
Quien al interpretar busca tras el mundo de los fenómenos un mundo en sí
que le subyace y sustenta, se comporta como alguien que quisiera buscar
en el enigma la copia de un ser que se encontraría tras él, que el enigma
reflejaría y en el que se sustentaría, mientras que la función del solucionar
enigmas es iluminar como un relámpago la figura del enigma y hacerla
emerger, no empeñarse en escarbar hacia el fondo y acabar por alisarla. La
auténtica interpretación filosófica no acierta a dar con un sentido que se
encontraría ya listo y persistiría tras la pregunta, sino que la ilumina repen-
tina e instantáneamente, y al mismo tiempo la hace consumirse. Y así como
las soluciones de enigmas toman forma poniendo los elementos singulares y
dispersos de la cuestión en diferentes órdenes, hasta que cuajen en una
figura de la que salta la solución mientras se esfuma la pregunta, la filosofía
ha de disponer sus elementos, los que recibe de las ciencias, en constela-
ciones cambiantes o, por decirlo con una expresión menos astrológica y
científicamente más actual, en diferentes ordenaciones tentativas, hasta
que encajen en una figura legible como respuesta mientras la pregunta se
esfuma. No es tarea de la filosofía investigar intenciones ocultas y preexis-
tentes de la realidad, sino interpretar una realidad carente de intenciones
mediante la construcción de figuras, de imágenes a partir de los elementos
aislados de la realidad, en virtud de las cuales alza los perfiles de cuestiones
que es tarea de la ciencia pensar exhaustivamente (véase Walter Benjamín,
Ursprung des deutschen Trauerspiels, Berlín 1928, pág. 9-44, en particular
págs. 21 y 33); una tarea a la que la filosofía sigue estando vinculada, por-
que su chispa luminosa no sabría inflamarse en otra parte que no fuera co-
ntra esas duras cuestiones. Aquí se podría buscar la afinidad, en apariencia
tan asombrosa y chocante, que existe entre la filosofía interpretativa y ese
tipo de pensamiento que prohíbe con el máximo rigor la idea de lo intencio-
nal, de lo significativo de la realidad: el materialismo. Interpretación de lo
que carece de intención mediante composición de los elementos aislados
por análisis, e iluminación de lo real mediante esa interpretación: tal es el
programa de todo auténtico conocimiento materialista; un programa al que
tanto más se adecuará la manera materialista de proceder cuanto más ale-
jado permanezca del correspondiente «sentido» de sus objetos y menos se
remita a algún sentido implícito, pongamos por ejemplo religioso. Pues hace
mucho que la interpretación se ha separado de toda pregunta por el senti-
do, o lo que quiere decir lo mismo, los símbolos de la filosofía se han de-
rrumbado. Si la filosofía ha de aprender a renunciar a la cuestión de la tota-
lidad, esto significa de antemano que tiene que aprender a apañárselas sin
la función simbólica en la que hasta ahora, al menos en el idealismo, lo par-
ticular parecía representar a lo general; y sacrificar los grandes problemas
de cuya grandeza pretendía antes salir fiadora la totalidad, mientras que
hoy la interpretación se escapa entre las anchas mandíbulas de los grandes
problemas. Si la interpretación sólo llega a darse verdaderamente por com-
posición de elementos mínimos, entonces ya no tiene parte alguna que to-
mar en los grandes problemas en sentido heredado, o sólo de manera tal
que haga cristalizar en un hallazgo concreto la cuestión total que antes ese
hallazgo parecía representar en forma simbólica. La desconstrucción en pe-
queños elementos carentes de toda intención se cuenta según esto entre los
presupuestos fundamentales de la interpretación filosófica; el viraje hacia la
«escoria del mundo de los fenómenos» que proclamara Freud tiene validez
más allá del ámbito del psicoanálisis, así como el giro de la filosofía social
más avanzada hacia la economía proviene no sólo del predominio empírico
de ésta, sino asimismo de la exigencia inmanente de interpretación filosófi-
ca. Si la filosofía quisiera preguntar hoy por la relación en términos abso-
lutos entre la cosa en sí y los fenómenos o, por recurrir a una formulación
más actual, preguntar por el sentido del ser sin más, se quedaría en una
arbitrariedad formal o bien se escindiría en una multiplicidad de posibles
visiones del mundo a elegir; dando no obstante por sentado —voy a dar un
ejemplo a título de experimento mental sin afirmar que sea posible su reali-
zación de hecho—, dando, así pues, por sentado que fuera posible agrupar
los elementos de un análisis social de modo que sus interrelaciones forma-
ran una figura en la que quedara superado cada elemento particular, una
figura que sin duda no preexiste orgánicamente sino que tiene que ser pro-
ducida: la forma mercancía. Entonces, no se habría resuelto con ello el pro-
blema de la cosa en sí; tampoco si, por ejemplo, se hubieran señalado las
condiciones sociales en las que llega a producirse el problema de la cosa en
sí, algo que Lukács pensaba todavía como solución; pues el contenido de
verdad de un problema es diferente por principio de las condiciones históri-
cas y psicológicas a partir de las cuales se desarrolla. Pero sí sería posible
que, ante una construcción satisfactoria de la forma mercancía, el problema
de la cosa en sí se esfumara sin más: que la figura histórica de la forma
mercancía y del valor de cambio, a manera de fuente de luz, dejara al des-
cubierto la configuración de una realidad en pos de cuyo sentido ulterior se
esforzaba en vano el problema de la cosa en sí, porque no hay ningún sen-
tido ulterior que fuera separable de su manifestación histórica, primera y
única. No quisiera plantear aquí afirmaciones materiales, sino sólo indicar la
dirección en la que alcanzo a ver las tareas de la interpretación filosófica.
Pero si esas tareas estuviesen correctamente formuladas, algo se habría
arreglado, en todo caso, en cuanto a las cuestiones de principio filosóficas,
algo cuyo planteamiento explícito quisiera evitar aquí. Para ser precisos,
que la función que las cuestiones filosóficas heredadas esperaban ver cum-
plida por ideas suprahistóricas, con un modo de significación simbólico, se-
ría cubierta por ideas constituidas intrahistórica y asimbólicamente. Pero así
se habría planteado también de un modo fundamentalmente diferente la
relación entre ontología e historia, sin que por ello se necesitara el asidero
artificial de ontologizar la historia como totalidad en figura de mera «histori-
cidad», con lo que se perdería cualquier tensión específica entre interpreta-
ción y objeto y quedaría exclusivamente un historicismo enmascarado. En
vez de esto, mi concepción ya no haría de la historia el lugar desde el que
las ideas ascienden, se elevan de manera independiente y vuelven a esfu-
marse, sino que las imágenes históricas serían en sí mismas semejantes a
ideas cuyas interrelaciones constituyen una verdad carente de toda inten-
cionalidad, en lugar de que la verdad sobreviniera como intención en la his-
toria. Es sólo que interrumpo aquí esta línea de pensamiento: pues las de-
claraciones generales no son en parte alguna tan cuestionables como ante
una filosofía que quisiera excluir de sí misma toda declaración abstracta y
general, y que sólo precisa de las suyas por la situación de necesidad de
una transición. Por lo que quisiera esbozar una segunda relación esencial
entre filosofía interpretativa y materialismo. Decía antes: la respuesta al
enigma no es el «sentido» del enigma de modo tal que ambos pudiesen
subsistir al mismo tiempo, que la respuesta estuviese contenida en el enig-
ma, que el enigma lo constituyera exclusivamente su forma de aparición y
que encerrara la respuesta en sí mismo como intención. Más bien, la res-
puesta está en estricta antítesis con el enigma; necesita ser construida a
partir de los elementos del enigma, que no es algo lleno de sentido, sino
insensato, y lo destruye tan pronto como le sea dada la respuesta convin-
cente. El movimiento que aquí se lleva a cabo como juego lo lleva a cabo en
serio el materialismo. Serio significa ahí que la contestación no se queda en
el ámbito cerrado del conocimiento, sino que es la praxis quien la da. La
interpretación de una realidad con la que se tropieza y su superación se re-
miten la una a la otra. Desde luego, la realidad no queda superada en el
concepto; pero de la construcción de la figura de lo real se sigue al punto,
en todos los casos, la exigencia de su transformación real. El gesto trans-
formador del juego del enigma, y no la mera solución como tal, da el proto-
tipo de las soluciones, de las que sólo dispone la praxis materialista. A esa
relación la ha denominado el materialismo con un término filosóficamente
acreditado: dialéctica. Sólo dialécticamente me parece posible la interpreta-
ción filosófica. Cuando Marx reprochaba a los filósofos que sólo habían in-
terpretado el mundo de diferentes formas, y que se trataría de transformar-
lo, no legitimaba esa frase tan sólo la praxis política, sino también la teoría
filosófica. Sólo en la aniquilación de la pregunta se llega a verificar la auten-
ticidad de la interpretación filosófica, y el puro pensamiento no es capaz de
llevarla a cabo partiendo de sí mismo. Por eso trae consigo a la praxis for-
zosamente. Es superfluo especificar de forma explícita una concepción del
pragmatismo en la que teoría y praxis se ensamblan del mismo modo que
en la dialéctica.
Así como soy consciente con toda claridad de la imposibilidad de des-
arrollar el programa que les presenté —una imposibilidad que no resulta
sólo de lo apretado del tiempo, sino que se da de forma general precisa-
mente porque, en cuanto programa, no se puede desarrollar en toda su
plenitud y generalidad—, también me siento en la obligación de ofrecerles a
ustedes algunas indicaciones. Para empezar, la idea de interpretación no
retrocede ante esa liquidación de la filosofía que, me parece, señala el des-
plome de las últimas pretensiones filosóficas de totalidad.
Pues excluir estrictamente todas las preguntas ontológicas en el sen-
tido tradicional, evitar conceptos generales invariables —incluyendo por
ejemplo también el de ser humano—, suprimir toda idea de una totalidad
autosuficiente del espíritu, incluyendo la de una «historia del espíritu» ce-
rrada en sí misma, y concentrar las preguntas filosóficas sobre complejos
intrahistóricos concretos de los que no deberían desprenderse, son todos
postulados que desembocan en algo sobremanera similar a una disolución
de lo que hasta ahora se llamaba la filosofía. Como el pensamiento filosófico
del presente, y en cualquier caso el oficial, ha mantenido apartadas de sí
tales exigencias, o en todo caso contempla la posibilidad de asimilar algunas
de ellas debidamente dulcificadas, la crítica del pensamiento filosófico impe-
rante parece una de las tareas más serias y actuales. No temo el reproche
de negativismo estéril —una expresión a la que Gottfried Keller caracterizó
una vez como «repostería de pan de especias»—. Si de hecho la interpreta-
ción filosófica sólo puede prosperar dialécticamente, entonces el primer
punto de ataque dialéctico se lo brinda una filosofía que cultiva precisamen-
te aquellos problemas cuya supresión parece más acuciante que añadir una
nueva respuesta a tantas antiguas. Sólo una filosofía por principios adialéc-
tica y orientada a una verdad sin historia podría figurarse que los antiguos
problemas se pueden dejar de lado olvidándolos y empezando tan frescos
desde el principio. Sí, la patraña de un comienzo es precisamente lo primero
que se ofrece a la crítica en la filosofía de Heidegger. Sólo en estricta comu-
nicación dialéctica con los más recientes intentos de solución que se han
dado en la filosofía y en la terminología filosófica puede ser capaz de impo-
nerse una verdadera transformación de la conciencia filosófica. Esa comuni-
cación tendrá que tomar su material de las ciencias particulares, y de forma
preponderante de la sociología, que hace cristalizar pequeños elementos
carentes de intencionalidad, y no obstante asociados al material filosófico,
tal como los necesita la actividad de agrupación interpretativa. Uno de los
filósofos académicos con mayor influencia en la actualidad habría respondi-
do a la pregunta por las relaciones entre sociología y filosofía más o menos
lo siguiente: mientras el filósofo, a semejanza de un arquitecto, ofrece y
desarrolla el proyecto de una casa, el sociólogo sería el que escala las fa-
chadas, el que por fuera trepa y saca todo lo que esté a su alcance. Me in-
clinaría a aceptar la comparación y a desarrollarla en beneficio de las fun-
ciones de la sociología respecto a la filosofía. Pues la casa, esa gran casa,
hace tiempo que está a punto de desplomarse desde sus mismos cimientos
amenazando no sólo con aplastar a todos los que se encuentran en ella,
sino también con hacer que se pierdan todas las cosas que allí se custodian,
algunas de las cuales son insustituibles. Si ese escalador de fachadas roba
algunas de esas cosas a menudo semiolvidadas, hará un buen trabajo, en la
medida en que así las pondrá a salvo; difícilmente las retendrá en su poder
mucho tiempo, pues a él le resultan de poco valor. Claro que el reconoci-
miento de la sociología por parte de la interpretación filosófica precisa de
alguna restricción. Para la filosofía interpretativa se trata de construir algu-
na clave que haga abrirse de golpe a la realidad. En cuanto al tamaño de
esas categorías clave, la cosa está planteada de una forma muy peculiar. El
antiguo idealismo eligió unas demasiado grandes; así que no entraban de
ninguna manera en el ojo de la cerradura. El puro sociologismo filosófico las
elige demasiado pequeñas; entrar, entran, pero la puerta no se abre. Una
gran parte de los sociólogos lleva tan lejos el nominalismo que los concep-
tos se vuelven demasiado pequeños para organizar los demás a su al-
rededor, para formar una constelación con ellos. Sólo dejan tras de sí un
sistema inabarcable e inconsecuente de meras definiciones del tipo «esto-
ahí», que se burla de toda organización y que no arroja como resultado nin-
guna clase de criterio. Así se ha superado por ejemplo el concepto de clase
sustituyéndolo por un sinnúmero de descripciones de grupos particulares,
sin poder ordenarlos ya en unidades de rango superior, por más que apa-
rezcan como tales en lo empírico; o se ha privado a uno de los conceptos
más importantes, el de ideología, de todo su filo, al definirlo de un modo
formal como la correspondencia de determinados contenidos de conciencia
con determinados grupos, sin permitir que se plantee ya la cuestión de la
verdad o falsedad de los contenidos mismos. Esa especie de sociología se
inserta en una especie de relativismo generalizado cuya generalidad puede
reconocer ya la interpretación filosófica tan poco como cualquier otra, y pa-
ra cuya corrección dispone en el método dialéctico de un medio suficiente.
Al hablar de que la filosofía dispone del material conceptual, no pierdo de
vista la estructuración y las formas de agrupación del material de la investi-
gación, la construcción y creación de constelaciones. Pues las imágenes his-
tóricas, que no forman el sentido de la existencia, pero resuelven y disuel-
ven sus cuestiones, no son meramente algo dado por sí mismo. No se en-
cuentran listas ya en la historia como preparados orgánicos; no es preciso
descubrir visión ni intuición alguna al respecto, no son mágicas divinidades
de la historia que habría que aceptar y honrar. Antes bien, han de ser pro-
ducidas por el hombre, y sólo se justifican al demoler la realidad en torno
suyo con una evidencia fulminante. En esto se diferencian radicalmente de
los arquetipos arcaicos, míticos, que encuentra el psicoanálisis, y que Kla-
ges espera poder preservar como categorías de nuestro conocimiento. Ya
pueden coincidir con ellos en cien rasgos: se diferencian allí donde descri-
ben su trayectoria inexorable hacía lo más alto del hombre; son manejables
y comprensibles, instrumentos de la razón humana, incluso donde parecen
organizar objetivamente a su alrededor el ser objetivo a modo de núcleos
magnéticos. Son modelos con los cuales la razón se aproxima probando y
comprobando una realidad que rehúsa la ley, pero a la que el esquema del
modelo es capaz de imitar cada vez más en la medida en que esté correc-
tamente trazado. Se podría ver aquí un intento de retomar esa antigua con-
cepción de la filosofía que formulara Bacon, y en pos de la cual se esforzara
apasionadamente Leibniz: una concepción ante la que el idealismo se sonre-
ía como ante una extravagancia: la del ars inveniendi. Cualquier otra forma
de entender los modelos sería gnóstica e inadmisible. Pero el Organon de
ese ars inveniendi es la fantasía. Una fantasía exacta; fantasía que se atie-
ne estrictamente al material que las ciencias le ofrecen, y sólo va más allá
en los rasgos mínimos de la estructuración que ella establece: rasgos que
ciertamente ha de ofrecer de primera mano y a partir de sí misma. Si es
que la idea de interpretación filosófica que me había propuesto exponer an-
te ustedes tiene alguna vigencia, se puede expresar como la exigencia de
dar cuenta en todo momento de las cuestiones de la realidad con que tro-
pieza, mediante una fantasía que reagrupe los elementos del problema sin
rebasar la extensión que cubren, y cuya exactitud se controla por la des-
aparición de la pregunta.
Sé bien que muchos, quizá la mayoría de ustedes, no estarán de
acuerdo con lo que aquí les presento. No sólo el pensamiento científico, sino
más aún la ontología fundamental contradicen mis convicciones acerca de
las tareas actuales de la filosofía. Ahora bien, un pensamiento que no parte
de la concordancia consigo mismo, sino de relaciones objetivas, no suele
acreditar su derecho a existir refutando las objeciones que se le opongan,
sino por su fecundidad, en el sentido en que Goethe manejó este concepto.
Con todo, quizá me esté permitido decir aún algunas palabras respecto a las
objeciones más actuales, no al modo en que yo las hubiera construido, sino
tal y como algunos representantes de la ontología fundamental las expresa-
ron, incluyéndome en la formulación de una teoría según la cual lo que yo
habría hecho hasta ahora en la práctica habría sido exclusivamente desca-
rriar la interpretación filosófica. Una objeción central es la de que también a
mi concepción subyacería un concepto de hombre, un proyecto de existen-
cia; es sólo que por una angustia ciega ante el poder de la historia me asus-
taría desarrollar clara y consecuentemente esas invariantes y las dejaría en
la penumbra; en lugar de lo cual, yo le conferiría a la facticidad histórica o a
su ordenación el poder que propiamente les corresponde a las invariantes, a
las piezas ontológicas fundamentales, practicaría la idolatría del Ser históri-
camente producido, privaría a la filosofía de cualquier patrón de medida
constante, la haría esfumarse en un juego estético de imágenes, y trans-
formaría la prima philosophia en ensayismo filosófico. Frente a esas obje-
ciones, de nuevo, sólo puedo mantener que reconozco la veracidad de la
mayor parte de lo contenido en sus afirmaciones, pero que lo considero filo-
sóficamente legítimo. No voy a ser yo quien decida si subyace a mi teoría
una determinada manera de entender el hombre y la existencia. Pero dis-
cuto la necesidad de recurrir a ella. Esa es una exigencia de un comienzo
absoluto como sólo puede cumplir el puro pensamiento consigo mismo; una
exigencia cartesiana que cree tener que llevar el pensamiento a la forma de
sus supuestos conceptuales previos, de sus axiomas. Pero una filosofía que
no admite ya la suposición de su autonomía, que ya no cree en la realidad
fundada en la ratio, sino que admite una y otra vez el quebrantamiento de
la legislación racional autónoma por parte de un ser que no se le adecua ni
puede ser objeto, como totalidad, de un proyecto racional, una filosofía así
no recorrerá hasta el final el camino de los supuestos racionales, sino que
se quedará plantada allí donde le salga al paso la irreducible realidad; si se
adentra más allá en la región de las suposiciones, sólo podrá alcanzarlas de
un modo puramente formal, y al precio de esa realidad en la que se sitúan
las tareas que le son más propias. La irrupción de lo irreducible sin embargo
se lleva a cabo de una forma histórica concreta, y por eso le da el alto al
movimiento del pensamiento hacia las suposiciones. La productividad del
pensamiento sólo es capaz de acreditarse dialécticamente en la concreción
histórica. Ambas establecen comunicación en los modelos. En cuanto a los
esfuerzos por buscar una forma adecuada para esa comunicación, con mu-
cho gusto cargo a mi cuenta ese reproche de «ensayismo».
Los empiristas ingleses al igual que Leibniz llamaron ensayos a sus
escritos filosóficos, porque la violencia de la realidad recién abierta con la
que tropezó su pensamiento les forzaba siempre a la osadía en el intento.
Sólo el siglo postkantiano perdió junto con la violencia de lo real la osadía
del intento. Por eso el ensayo se ha trocado de una forma de la gran filoso-
fía en una forma menor de la estética, bajo cuyo aspecto, pese a todo, huyó
a cobijarse una concreción de la interpretación de la cual no dispone hace
ya mucho la filosofía propiamente dicha, con las grandes dimensiones de
sus problemas. Si al arruinarse toda seguridad en la gran filosofía el ensayo
se mudó allí, si al hacerlo se vinculó con las interpretaciones limitadas, per-
filadas y nada simbólicas del ensayo estético, ello no me parece condenable
en la medida en que escoja correctamente sus objetos: en la medida en que
sean reales. Pues el espíritu no es capaz de producir o captar la totalidad de
lo real; pero sí de irrumpir en lo pequeño, de hacer saltar en lo pequeño las
medidas de lo meramente existente.
THEODOR ADORNO

LA IDEA DE HISTORIA NATURAL

Texto escaneado a partir de Theodor W. Adorno,


Actualidad de la filosofía, Barcelona, Paidós, 1991, pp. 103-134.

Quizá pueda permitirme anticipar que cuanto voy a decir aquí no es una
«ponencia» en sentido propio, ni una comunicación de resultados ni una
rotunda presentación sistemática, sino algo que se sitúa en el plano del en-
sayo y que no es sino un esfuerzo por retomar y llevar más lejos la llamada
discusión de Francfort. Soy consciente de que se comenta mucho y mal so-
bre esa discusión, pero también de que aun así su punto central está co-
rrectamente establecido, y de que sería erróneo volver a comenzar siempre
desde el principio.
Me permito hacer notar algo respecto a. la terminología. Cuando aquí
se habla de historia natural, no se trata de esa cierta manera de entender la
historia natural en un sentido precientífico tradicional, ni siquiera de historia
de la naturaleza, al modo en que la naturaleza es el objeto de las ciencias
de la naturaleza. El concepto de naturaleza que aquí se emplea no tiene na-
da que ver en absoluto con el de las ciencias matemáticas de la naturaleza.
No puedo desarrollar por anticipado lo que significan historia y naturaleza
en lo que sigue. Pero no descubro demasiado si digo que la perspectiva en
que se orienta cuanto voy a decir es propiamente la superación de la antíte-
sis habitual entre naturaleza e historia; que, por lo tanto, donde opero con
los conceptos de naturaleza e historia no los entiendo como definiciones de
esencia de una validez definitiva, sino que persigo el propósito de llevar ta-
les conceptos hasta un punto en el que queden superados en su pura se-
paración. A modo de aclaración de ese concepto de naturaleza que quisiera
disolver, baste decir que se trata de un concepto tal que, de querer tra-
ducirlo al lenguaje conceptual filosófico más frecuente, podría hacerlo antes
que nada por el concepto de lo mítico. También este concepto es comple-
tamente vago, y una determinación más precisa del mismo no puede resul-
tar de definiciones previas, sino tan sólo del análisis. Por «mítico» se en-
tiende lo que está ahí desde siempre, lo que sustenta a la historia humana y
aparece en ella como Ser dado de antemano, dispuesto así inexorablemen-
te, lo que en ella hay de sustancial. Lo que estas expresiones acotan es lo
que aquí se entiende por «naturaleza».
Y la cuestión que se plantea es la de la relación entre esa naturaleza
y lo que entendemos por historia, donde «historia» designa una forma de
conducta del ser humano, esa forma de conducta transmitida de unos a
otros que se caracteriza ante todo porque en ella aparece lo cualitativa-
mente nuevo, por ser un movimiento que no se desarrolla en la pura identi-
dad, en la pura reproducción de lo que siempre estuvo ya allí, sino uno en el
cual sobreviene lo nuevo, y que alcanza su verdadero carácter gracias a lo
que en él aparece como novedad.
Quisiera desarrollar cómo entiendo yo la idea de historia natural to-
mando como base un análisis o una revisión correcta del planteamiento on-
tológico de la cuestión en las discusiones actuales. Esto supone tomar «lo
natural» como punto de partida. Pues la cuestión de la ontología, tal como
hoy se plantea, no es otra cosa que lo que yo he llamado naturaleza. Des-
pués estableceré un segundo punto desde el que trataré de desarrollar el
concepto de historia natural, a partir de la problemática de la filosofía de la
historia, con lo que se concretará y llenará de contenido ese concepto de
una manera ya notable. Tras haber introducido someramente ambas cues-
tiones, trataré de articular el concepto mismo de historia natural, y de ex-
poner ante ustedes aquellos elementos que parecen caracterizarla.

I. Para empezar, la cuestión de la situación ontológica en el presente. Si


siguen ustedes el planteamiento ontológico tal como se ha desarrollado es-
pecialmente en el ámbito de la llamada fenomenología, y ante todo de la
fenomenología posthusserliana, es decir, a partir de Scheler, se puede decir
que la verdadera intención de partida de ese planteamiento ontológico es
superar la posición subjetivista en filosofía, y sustituir una filosofía que con-
templa la perspectiva de disolver todas las determinaciones del Ser en de-
terminaciones del pensamiento, que cree poder fundar toda objetividad en
determinadas estructuras fundamentales de la subjetividad, remplazándola
por un planteamiento mediante el cual se ganaría un Ser diferente, radical-
mente diferente, una región del Ser fundamentalmente diferente, una re-
gión del Ser trans-subjetiva, óntica. Y se habla de ontología en la medida en
que a partir de ese Ôn se debe alcanzar el lÒgoj. Ahora bien, la paradoja de
base de toda ontología en la filosofía actual es que el medio con el que se
trata de alcanzar el Ser trans-subjetivo no es otro que la misma ratio subje-
tiva que con anterioridad puso en pie la estructura del idealismo crítico. Los
esfuerzos ontológicos de esa fenomenología se presentan como un intento
de alcanzar el Ser trans-subjetivo con los medios de la ratio autónoma y
con el lenguaje de la ratio, pues no hay disponibles otros medios y otro len-
guaje. Entonces esa pregunta ontológica por el Ser se articula de una ma-
nera doble: en primer lugar, como pregunta por el Ser mismo como aquello
que desde la Crítica de Kant se había arrinconado como cosa en sí por de-
trás de los planteamientos filosóficos, y que ahora se vuelve a sacar de allí.
Pero, al mismo tiempo, se articula también como pregunta por el sentido
del Ser, bien por el sentido adherido al ente o bien por el sentido del Ser
como posibilidad sin más. Precisamente ese doble carácter habla muy a
fondo en favor de la tesis que defiendo, la de que el planteamiento ontoló-
gico del que hoy nos ocupamos detenta la misma posición de partida de la
ratio autónoma para ser precisos, la cuestión del sentido del Ser sólo puede
llegar a plantearse donde la ratio reconoce la realidad que se halla frente a
ella como algo ajeno, perdido, cósico, sólo donde no es ya directamente
accesible y el sentido no les es común a ratio y realidad. La cuestión del
sentido se desprende de la misma posición de partida de la ratio, pero a la
vez esa cuestión del sentido del Ser, situada en un punto central de la fe-
nomenología en sus fases más tempranas (Scheler), produce una problemá-
tica mucho más amplia; pues ese dotar de sentido al Ser no es otra cosa
que implantarle significados tal como los ha establecido la subjetividad.
Comprender que la cuestión del sentido no es otra cosa que implantar signi-
ficaciones subjetivas en lo existente lleva a la crisis de ese primer estadio
de la fenomenología. La expresión más drástica de ello es la inconsistencia
de las determinaciones ontológicas fundamentales que tiene que establecer;
la ratio en su intento de alcanzar como experiencia un orden del Ser. Al po-
nerse de manifiesto, como en Scheler, que los factores reconocidos como
fundantes y dadores de sentido proceden ya de otra esfera y no son en ab-
soluto posibilidades ínsitas en el Ser mismo, sino tomadas del ente, y que
así son inherentemente tan cuestionables como él, toda la pregunta por el
Ser se vuelve problemática en el seno de la fenomenología. En la medida en
que la pregunta por el sentido pueda darse aún, no significa ya alcanzar una
esfera, puesta a salvo de lo empírico, de significados que serían siempre
validos y accesibles, sino tan sólo la pregunta t… Án Ôn, la pregunta por lo
que el Ser es propiamente. Las expresiones «sentido» (o «significado») es-
tán aquí cargadas de equívoco. «Sentido» puede querer decir un contenido
trascendente, significado por el Ser, que se encuentra tras el Ser y puede
sacarse a la luz mediante análisis. Pero, por otra parte, «sentido» también
puede ser por su parte la interpretación que el ente hace de sí mismo, en
función de lo que él caracterice como Ser, sin que por ello se pueda certifi-
car que el Ser así interpretado resulte pleno de sentido. Es posible por tanto
preguntar por el sentido del Ser como significado de la categoría Ser, pre-
guntar por lo que el Ser es propiamente, y que sin embargo el ente resulte,
en el primer sentido de la cuestión, algo no lleno de sentido sino sin senti-
do, tal como lo plantea abundantemente el sentido que llevan los desarro-
llos actuales.
Si se da ese giro a la pregunta por el Ser, se esfuma una de las in-
tenciones de partida del originario giro ontológico, a saber, la de virar hacia
la ahistoricidad. En Scheler, al menos en el primero (y es éste el que ha
marcado más eficazmente la pauta), la cosa se planteó de forma que inten-
tó construir un cielo de ideas basándose en una Visión puramente racional
de contenidos ahistóricos y eternos, un cielo de carácter normativo que res-
plandecería sobre lo empírico y se trasluciría a través de ello. Pero, al mis-
mo tiempo, se estableció en el origen mismo de la fenomenología una ten-
sión fundamental entre eso, pleno de sentido y esencial, que se encuentra
tras lo que aparece históricamente, y la esfera de la historia. Se estableció
en los orígenes de la fenomenología una dualidad entre naturaleza e histo-
ria. Esa dualidad (en la que por «naturaleza» se entiende aquí eso ahistóri-
co, ontológico a la manera platónica), así como la intención de efectuar un
giro ontológico que también incluía en un primer momento, han sufrido una
corrección. La pregunta por el Ser ya no tiene el significado de la pregunta
platónica por un ámbito de ideas estáticas y cualitativamente diferentes,
que se hallarían en una relación normativa o tensa frente a lo existente co-
mo empiria, sino que la tensión desaparece: lo existente mismo se convier-
te en sentido, y en lugar de una fundamentación del Ser más allá de lo his-
tórico aparece un proyecto del Ser como historicidad. Con lo cual se ha des-
plazado la posición del problema. En un primer momento, parece esfumarse
así la problemática de ontología e historicismo. Desde la posición de la his-
toria, de la crítica historicista, la ontología parece un marco meramente
formal que nada afirma en absoluto sobre el contenido de la historia, y que
puede desplegarse como se quiera en torno a lo concreto, pero la intención
ontológica también puede parecer, cuando es como en Scheler ontología
material, una absolutización arbitraria de hechos intrahistóricos que quizás
incluso obtendrían el rango de valores eternos y de vigencia general con
fines ideológicos. Desde la posición ontológica la cosa se presenta a la in-
versa, y esa antítesis, la que dominó nuestra discusión de Francfort, sería la
de que todo pensamiento radicalmente histórico, o sea, todo pensamiento
que intente retrotraer exclusivamente a condiciones históricas los conteni-
dos que van surgiendo, presupone un proyecto del Ser (Wurf des Seins)
merced al cual la historia le viene dada ya como estructura del Ser; sólo así,
en el marco de un proyecto semejante, sería posible ordenar históricamente
fenómenos y contenidos singulares.
Ahora bien, el más reciente giro de la fenomenología — si es que aún
se puede seguir llamando a eso fenomenología— ha llevado a cabo una co-
rrección en este punto, a saber, dejar a un lado la pura antítesis entre his-
toria y Ser. Así pues, una de las partes renuncia al cielo platónico de las
ideas, y al considerar el Ser lo considera en cuanto viviente, con lo cual,
junto a su falso carácter estático también se deja a un lado el formalismo,
ya que el proyecto del Ser parece hacerse cargo de la multitud de sus de-
terminaciones, y asimismo se esfuma todo recelo hacia la absolutización de
lo casual. Pues ahora ya es la historia misma en su extrema movilidad la
que se ha convertido en estructura ontológica fundamental. En cuanto a la
otra parte, el mismo pensamiento histórico parece haber experimentado un
giro fundamental, reduciéndose a una estructura filosófica que lo sustenta,
la de la historicidad en cuanto una de las determinaciones fundamentales de
la existencia, al menos de la humana, la única que hace posible que haya
algo así como historia sin encontrarse ante eso, lo que «es» historia, como
ante algo acabado, paralizado, ajeno. Este es el estado de la discusión, del
que parto. Aquí hacen su entrada una serie de motivos críticos.
Me parece como si el punto de arranque así alcanzado, que aúna la
cuestión ontológica y la histórica bajo la categoría de historicidad, no bas-
tara tampoco para dominar la problemática concreta, o sólo modificando su
propia coherencia y aceptando como contenido motivos que no surgen ne-
cesariamente del principio esbozado en el proyecto. Quisiera mostrar esto
en dos puntos concretos.
Primero, ese proyecto sigue anclado en determinaciones generales. El
problema de la contingencia histórica no se puede dominar desde la ca-
tegoría de historicidad. Se puede poner en pie una determinación estructu-
ral general, «lo viviente», pero cuando se interpreta un fenómeno particu-
lar, pongamos la revolución francesa, desde luego se puede hallar en él to-
dos los elementos posibles de esa categoría de lo viviente, por ejemplo que
lo ya sido retorna y se le da acogida, y se puede verificar el significado de la
espontaneidad que se alza desde los seres humanos, o la presencia de in-
terrelaciones causales, etc., sin embargo no se logra remitir la «facticidad»
de la revolución francesa en su extremado ser-fáctico a esas de-
terminaciones, sino que resultará a lo sumo un ámbito de facticidad que
acaece. Como es obvio, esto no es ningún descubrimiento mío, sino que se
hizo hace mucho en el marco de la propia discusión ontológica. Pero no se
lo ha expresado con la misma brutalidad que aquí, o más bien ha sido re-
elaborado en su problemática de una manera expeditiva: incluyendo toda la
facticidad que no encaja en el proyecto ontológico mismo en una categoría,
la de contingencia, la de casualidad, y aceptando en el proyecto a ésta co-
mo determinación de lo histórico. Pero por muy consecuente que sea, esto
encierra la confesión de que no se ha logrado dominar el material empírico.
Y a la vez, este giro ofrece el esquema de un giro en el seno de toda la
cuestión ontológica. Se trata del giro hacia la tautología.
No entiendo por tal sino que el intento del pensamiento neo-
ontólogico de llegar a algún arreglo con lo empírico ha procedido una y otra
vez según el mismo esquema, a saber, precisamente allí donde algunos
elementos no encajen en las determinaciones pensadas y no se puedan
hacer transparentes a su luz, sino que se planten en su puro estar ahí,
transformar ese plante del fenómeno en un concepto general, y acuñar al-
gún título de dignidad ontológica para él. Así sucede con el concepto de Ser
para la muerte de Heidegger, y también con el mismo concepto de historici-
dad. En el planteamiento neo-ontológico, el problema de la reconciliación
entre naturaleza e historia sólo en apariencia se ha disuelto en la estructura
«historicidad», porque con ella se reconoce ciertamente que hay un fenó-
meno fundamental llamado historia, pero la determinación ontológica de
ese fenómeno fundamental llamado historia o la interpretación ontológica
de ese fenómeno fundamental llamado historia se frustra, al transfigurarlo
en ontología. En Heidegger sucede de forma que la historia, entendida como
una estructura global del ser, significa lo mismo que su propia ontología.
Antítesis exhaustas como la de historia e historicidad, en las que no se es-
conde sino el hecho de que se le quitan a lo existente algunas cualidades
del Ser observadas en la existencia, para trasponerlas al ámbito de la onto-
logía y convertirlas así en una determinación ontológica, parecen así contri-
buir a la interpretación de lo que, en el fondo, sólo se vuelve a decir una
vez más. Ese elemento tautológico no depende de azares de la forma lin-
güística, sino que viene adherido necesariamente al planteamiento ontológi-
co mismo, que se mantiene firme en su empeño ontológico pero no es ca-
paz, por su punto de partida racional, de interpretarse ontológicamente a sí
mismo como lo que es: a saber, algo producido por y derivado de la posi-
ción de partida de la ratio idealista. Esto habría que explicarlo más ex-
plícitamente. Si hay un camino que puede llevar más adelante, entonces
sólo puede estar objetivamente esbozado en una «revisión de la cuestión».
En cualquier caso, esa revisión no ha de aplicarse sólo al plantea-
miento historicista, sino también al neo-ontológico. Al menos apuntaré aquí
a título de indicación por qué me parece que esa problemática viene susci-
tada por el hecho de que en el pensamiento neo-ontológico tampoco se ha
abandonado el punto de partida idealista. Para ser precisos: porque en él se
hallan dos definiciones específicas del pensamiento idealista.
Una es la definición de la totalidad (Ganzheit) abarcadura frente a las
individualidades abarcadas en él; comprendido ya no como la totalidad del
sistema, sino en categorías como totalidad estructural, unidad estructural o
totalidad (Totalität). Pero al creer posible resumir unívocamente el conjunto
de la realidad siquiera en una estructura, la posibilidad de semejante resu-
men de toda realidad dada en una estructura alberga la pretensión de que
aquel que resume en esa estructura todo lo existente tiene el derecho y la
fuerza para reconocer en sí mismo y adecuadamente lo existente, y para
darle cabida en la forma. Desde el momento en que no se plantee esta pre-
tensión, ya no es posible hablar de una totalidad estructural. Ya sé que los
contenidos de la nueva ontología son de otro género bien distinto de lo que
acabo de plantear. Se me dirá que el giro más reciente de la fenomenología
es particularmente no racionalista, que antes bien es un intento de in-
troducir lo irracional de un modo completamente distinto bajo la categoría
de «lo viviente».
Pero, aun así, parece una diferencia de mayor magnitud la que hay
entre construir contenidos irracionales en una filosofía basada fundamental-
mente en el principio de autonomía y practicar una filosofía que no parta ya
de que la realidad es adecuadamente accesible. Sólo recordaré que una filo-
sofía como la de Schopenhauer no llega a su irracionalismo por otra cosa
que por mantener estrictamente los motivos fundamentales del idealismo
racional, del sujeto trascendental de Fichte. Esto me parece testimoniar en
favor de la posibilidad de que se dé idealismo con contenidos irracionales. El
otro elemento idealista es el acento puesto en la posibilidad frente a la rea-
lidad. Sucede que en el marco del planteamiento neo-ontológico se llega
incluso a sentir ese problema de la relación entre posibilidad y realidad co-
mo la dificultad suma. Voy a ser precavido, y no emplazaré a la nueva onto-
logía en posiciones que son controvertidas en su mismo seno. En cualquier
caso, una posición que la atraviesa de extremo a extremo es la que afirma
la prioridad en todo momento del «proyecto» del Ser sobre la facticidad tra-
tada en su interior, y que con esa premisa acepta el salto entre él y la facti-
cidad; la facticidad ha de acomodarse después, y si no, se la abandona a
merced de la crítica. Veo un elemento idealista en ese predominio del reino
de las posibilidades, puesto que la contradicción entre posibilidad y realidad
no es, en el marco de la Crítica de la Razón Pura, otra que la contradicción
entre la estructura categorial subjetiva y la multiplicidad de lo empírico. Esa
asignación de la nueva ontología a posiciones idealistas no sólo hace ex-
plicable el formalismo y la necesaria generalidad de las determinaciones
neo-ontológicas, sino que también es la clave del problema de la tautología.
Heidegger dice que no es ninguna falta incurrir en un razonamiento circular,
de lo que se trataría es de recorrer el círculo de la manera correcta. Me
siento inclinado en este punto a darle toda la razón a Heidegger. Pero si la
filosofía permanece fiel a su tarea, una incursión correcta en razonamientos
circulares sólo puede querer decir que el ser que se define a sí mismo como
ser o que se interpreta a sí mismo pone en claro, en el acto mismo de la
interpretación, los elementos mediante los cuales se interpreta como tal. Me
parece que no hay que explicar la tendencia tautológica de otra forma que
mediante el antiguo tema idealista de la identidad. Esa tendencia surge al
incluir un ser que es histórico en una categoría subjetiva como historicidad.
El ser histórico comprendido en la categoría subjetiva de historicidad debe
ser idéntico a la historia. Debe acomodarse a las determinaciones que le
marca la historicidad. La tautología me parece ser menos una indagación de
la mítica profundidad de la lengua en sí misma que un nuevo encubrimiento
de la antigua tesis clásica de la identidad entre sujeto y objeto. Y cuando
recientemente se encuentra en Heidegger un giro hacia Hegel, eso me pa-
rece confirmar esta interpretación.
Tras esta revisión de la cuestión, hay que revisar el mismo punto de
arranque. Hay que retener que la escisión del mundo en Ser natural y espi-
ritual o en Ser natural e histórico, tal como resulta usual desde el idealismo
subjetivo, tiene que ser superada, y que en su lugar hay que dar entrada a
un planteamiento que realice en sí mismo la unidad concreta de naturaleza
e historia. Unidad, pero concreta, una que no se oriente a la contradicción
entre Ser posible y Ser real, sino que se agote en las determinaciones del
mismo Ser real. El proyecto de historia de la nueva ontología sólo tiene
oportunidad de ganar una dignidad ontológica, y alguna perspectiva de con-
vertirse en una interpretación real del ser, si no se dirige hacia las posibili-
dades del ser sino a lo existente en cuanto tal, determinado en concreto
intrahistóricamente. La separación de la estática natural de la dinámica his-
tórica conduce a absolutizaciones falsas, separar en algún sentido la di-
námica histórica de lo natural asentado insuperablemente (unaufhebbar) en
ella conduce a un espiritualismo del malo. Mérito del planteamiento ontoló-
gico es haber elaborado radicalmente el insuperable entrelazamiento de los
elementos naturaleza e historia. Por contra, es necesario purificar ese pro-
yecto de la idea de una totalidad abarcadora, y necesario también criticar
partiendo de la realidad la separación entre posibilidad y realidad, mientras
que hasta ahora ambas cosas estaban separadas. Estas son unas primeras
exigencias metodológicas de carácter general. Pero hay que postular algo
más. Si es que la cuestión de la relación entre naturaleza e historia se ha de
plantear con seriedad, entonces sólo ofrecerá un aspecto responsable cuan-
do consiga captar al Ser histórico como Ser natural en su determinación
histórica extrema, en donde es máximamente histórico, o cuando consiga
captar la naturaleza como ser histórico donde en apariencia persiste en sí
misma hasta lo más hondo como naturaleza. Ya no se trata de concebir toto
coelo el hecho de la historia en general, sometido a la categoría de histo-
ricidad, como un hecho natural, sino de retransformar, en sentido inverso,
la disponibilidad (Gefügtheit) de los acontecimientos intrahistóricos en dis-
posición (Gefügtsein) de acontecimientos naturales. No hay que buscar un
Ser puro que subyacería al Ser histórico o se hallaría en él, sino comprender
el mismo Ser histórico como ontológico, esto es, como Ser natural. Retrans-
formar así en sentido inverso la historia concreta en naturaleza dialéctica es
la tarea que tiene que llevar a cabo el cambio de orientación de la filosofía
de la historia: la idea de historia natural.

II. Partiré ahora de la problemática historicofilosófica que de hecho ha lle-


vado a la formación del concepto de historia natural. La concepción de his-
toria natural no ha caído del cielo, sino que su partida de nacimiento remite
a un área de trabajo historicofilosófico con determinado material, sobre to-
do y hasta el presente, estético. Lo más sencillo para dar una idea de ese
tipo de concepción histórica de la naturaleza será indicar las fuentes de las
que brota ese concepto de historia natural. Me remitiré a los trabajos de
Georg Lukács y Walter Benjamín. Un concepto que lleva hasta el de historia
natural es el de segunda naturaleza, que Lukács ha empleado en su Theorie
der Roman (Teoría de la novela). El marco de ese concepto de segunda na-
turaleza es éste: en el terreno historicofilosófico, una de las ideas generales
de Lukács es la de mundo pleno de sentido y mundo vacío de sentido
(mundo inmediato y mundo enajenado, de la mercancía), y trata de re-
presentar ese mundo enajenado. A ese mundo, como mundo de las cosas
creadas por los hombres y perdidas para ellos, lo llama mundo de la con-
vención. «Allí en donde ningún fin viene dado de forma inmediata, las figu-
ras que la psique, al humanizarse, va encontrando a modo de escenario y
soporte de su actividad entre los seres humanos pierden todo arraigo evi-
dente en necesidades suprapersonales, en algo que debe ser; son algo que
simplemente es, quizás omnipotente, quizás corrompido, pero ya no llevan
en sí mismas la bendición de lo absoluto ni son receptáculos naturales de la
interioridad desbordante del psiquismo. Forman el mundo de la convención:
un mundo a cuya plena autoridad sólo se sustrae lo más íntimo del alma;
que se hace presente por todas partes en una multiplicidad invisible; y cuya
estricta legalidad tanto en lo que se refiere al ser como al devenir se hace
necesariamente evidente para el sujeto cognoscente, pero que, con todo
ese carácter de ley, sin embargo no se ofrece ni como sentido para el sujeto
que busca una finalidad ni con la inmediatez sensorial de un material para
el que actúa. Es una segunda naturaleza; al igual que la primera» —primera
naturaleza, igualmente enajenada, es para Lukács la naturaleza en el senti-
do de las ciencias de la naturaleza— «ésta sólo es definible como el com-
pendio de necesidades conocidas, a cuyo sentido se es ajeno, y por ello,
imposibles de captar y reconocer en su substancia real».1 Ese hecho, el
mundo de la convención tal como es producido históricamente, el de las co-
sas que se nos han vuelto ajenas, que no podemos descifrar pero con las
que nos tropezamos como cifras, es el punto de partida de la problemática
que hoy presento aquí. Visto desde la filosofía de la historia, el problema de
la historia natural se plantea para empezar como la pregunta de cómo es
posible aclarar, conocer ese mundo enajenado, cosificado, muerto. Lukács
ya ha visto ese problema en todo lo que tiene de extraño y de enigma. Si es
que he de conseguir presentarles a ustedes la idea de historia natural, ten-
drían que conocer en primer lugar algo del qaum£zein que significa esa pre-
gunta. Historia natural no es una síntesis de métodos naturalistas e históri-
cos, sino un cambio de perspectiva. El pasaje en que Lukács se acerca más
a este problema dice así: «La segunda naturaleza de las figuras humanas
no tiene ninguna substancialidad lírica: sus formas están demasiado parali-
zadas para venir a acurrucarse en la mirada creadora de símbolos; el preci-
pitado de sus leyes está demasiado definido para .que pudiera dejarse des-
prender en algún momento de los elementos que en la lírica tienen que
convertirse en puras ocasiones para el ensayo; pero esos elementos viven a
tal punto exclusivamente por gracia de las diversas legalidades, y carecen
de tal forma de esa valencia de sentido libre que tiene la existencia, que sin
ellas tendrían que derrumbarse en nada. Esa naturaleza no es, como la pri-
mera, muda, patente a los sentidos y ajena al sentido: es un complejo de
sentido paralizado, enajenado, que ya no despierta la interioridad; es un
calvario de interioridades corrompidas que ya sólo sabría despertar, si eso
fuera posible, por medio del acto metafísico de una resurrección de lo aní-
mico que lo creó o lo mantuvo en su existencia anterior o presunta (sollen-
de), pero que no podría ser vivido por otra interioridad».2 El problema de
ese despertar que se concede como posibilidad metafísica constituye lo que
aquí se entiende por historia natural. Lo que contempla Lukács es la meta-

1
Georg Lukács, Die Theoríe desRomans, Berlin, 1920, pág. 52.
2
loc.cit., pág. 54.
morfosis de lo histórico, en cuanto sido, en naturaleza, la historia paralizada
es naturaleza o lo viviente de la naturaleza paralizado es un mero haber
sido histórico. En su discurso sobre el calvario se encuentra ese elemento
que es la cifra; el hecho de que todo eso signifique algo que, sin embargo,
aún hay que sacar y tan sólo de allí. Lukács sólo puede pensar esos lugares
del calvario desde la categoría teológica de resurrección, en un horizonte
escatológico. El giro decisivo frente al problema de la historia natural, que
Walter Benjamin ha llevado a cabo, es haber sacado la resurrección de la
lejanía infinita y haberla traído a la infinita cercanía, convirtiéndola en obje-
to de la interpretación filosófica. Y al recurrir a ese motivo del despertar de
lo cifrado, de lo paralizado, la filosofía ha llegado a dar unos perfiles más
nítidos al concepto de historia natural. Para empezar, hay dos pasajes de
Benjamin que sirven de complemento al texto de Lukács. «La naturaleza
titila ante sus ojos (de los escritores alegóricos) como tránsito eterno, lo
único en que la mirada saturnina de esas generaciones reconocía la histo-
ria.»3 «Si con la tragedia la historia se muda al escenario, lo hace como es-
critura. Sobre la máscara de la naturaleza está escrito "Historia" en la escri-
tura cifrada del tránsito.»4 Aquí viene a añadirse algo fundamentalmente
diferente a la filosofía de la historia de Lukács, en ambas ocasiones se en-
cuentran las palabras tránsito y transitoriedad. El punto más hondo en que
convergen historia y naturaleza se sitúa precisamente en ese elemento, lo
transitorio. Si Lukács hace que lo histórico, en cuanto sido, se vuelva a
transformar en naturaleza, aquí se da la otra cara del fenómeno: la misma
naturaleza se presenta como naturaleza transitoria, como historia.
Los planteamientos historiconaturales no son posibles como estructu-
ras generales, sino tan sólo como interpretación de la historia concreta.
Benjamin parte de que la alegoría no es una relación casual, meramente
secundaria; lo alegórico no es un signo casual para un contenido captado en
su interior; sino que entre la alegoría y lo pensado alegóricamente existe
una relación objetiva, «la alegoría es expresión».5 Habitualmente, alegoría
quiere decir presentar un concepto mediante elementos sensoriales, y por
eso se la llama abstracta y casual. Pero la relación entre lo que aparece co-
mo alegoría y lo significado no está simbolizada casualmente, sino que algo
en particular se pone en escena ahí, la alegoría es expresión, y lo que se
representa en ese espacio, lo que expresa, no es otra cosa que una relación
histórica. El tema de lo alegórico es historia sin más. Que se trata de una
relación histórica entre lo que aparece, la naturaleza manifiesta, y lo signifi-
cado, a saber, la transitoriedad, se hace explícito en este texto: «Desde la
categoría decisiva del tiempo, cuyo traslado a este terreno de la semiótica
constituyó la gran perspicacia romántica de ese pensador, se puede esta-
blecer la relación entre símbolo y alegoría de forma eficaz y en términos
formales. Mientras en el símbolo, en la transfiguración de la caída, el rostro
transfigurado de la naturaleza se manifiesta fugaz a la luz de la salvación,
en la alegoría la facies hipocratica de la historia se encuentra ante los ojos
del observador como paisaje primordial paralizado. La historia, con todo lo
que desde el mismo comienzo tiene de intemporal, de doloroso, de falto, se
expresa en un rostro, no, en una calavera. Y tan cierto como que falta en

3
Walter Benjamin, Ursprung des deutschen Trauerspiels, («Orígenes de la tragedia alemana»), Berlín
1928, pág. 178.
4
loc.cit., pág. 176.
5
loc.cit., pág. 160.
ella toda libertad "simbólica" en la expresión, toda armonía clásica en la fi-
gura, todo lo humano, lo es también que no expresa sólo la naturaleza del
existir humano sin más, sino la historicidad biográfica de un individuo en
esa su figura de naturaleza caída plena de significado, como enigma. Este
es el núcleo de la manera alegórica de mirar, de la manera barroca, mun-
dana, de exponer la historia como historia del sufrimiento del mundo; como
historia que no es significativa sólo en las estaciones de su ruina. A más
significado, más ruina mortal, porque en lo más hondo es la muerte quien
excava la quebrada línea de demarcación entre physis y significación».6
¿Qué puede significar aquí el discurso sobre lo transitorio, y qué quiere de-
cir protohistoria del significado? No puedo desarrollar esos conceptos a la
manera tradicional, uno a partir del otro. Aquello de lo que aquí se trata
presenta una forma lógica radicalmente diferente a la del desarrollo de un
«proyecto» al que subyacerían constitutivamente elementos de una estruc-
tura de conceptos generales. Ni siquiera se puede analizar aquí esa otra es-
tructura lógica. Es la de la constelación. No se trata de explicar unos con-
ceptos a partir de otros, sino de una constelación de ideas, y desde luego
de la idea de transitoriedad, de la de significar, de la idea de naturaleza y
de la idea de historia. A las que no se recurre como «invariantes»; buscar-
las no es la intención al plantear la pregunta, sino que se congregan en tor-
no a la facticidad histórica concreta que, al interrelacionar esos elementos,
se nos abre en toda su irrepetibilidad. ¿Cómo se relacionan esos elementos
entre sí en este caso? Benjamín mismo concibe la naturaleza, en tanto
creación, marcada por la transitoriedad. La misma naturaleza es transitoria.
Pero, así, lleva en sí misma el elemento historia. Cuando hace su aparición
lo histórico, lo histórico remite a lo natural que en ello pasa y se esfuma. A
la inversa, cuando aparece algo de esa «segunda naturaleza», ese mundo
de la convención llegado hasta nosotros, se descifra cuando se hace claro
como significado suyo la transitoriedad. En Benjamín esto se concibe en un
primer momento —y aquí hay que ir más lejos— de tal manera que hay al-
gunos fenómenos fundamentales protohistóricos que originariamente es-
taban allí, que se han olvidado y que se significan en lo alegórico, que re-
tornan en lo alegórico como retorna lo literal. Por eso no puede tratarse me-
ramente de indicar que en la historia siempre vuelven a darse temas pro-
tohistóricos, sino de que la protohistoria misma en cuanto transitoriedad
lleva en sí el tema de la historia. Esa determinación fundamental, la transi-
toriedad de lo terreno, no significa otra cosa que una relación de ese tipo
entre naturaleza e historia; no significa sino que comprender todo ser o to-
do ente se da sólo como ensamble del ser natural y del ser histórico. En
cuanto transitoriedad, la protohistoria está absolutamente presente. Lo está
bajo el signo de «significación». El término «significación» quiere decir que
los elementos naturaleza e historia no se disuelven uno en otro, sino que al
mismo tiempo se desgajan y se ensamblan entre sí de tal modo que lo na-
tural aparece como signo de la historia y la historia, donde se da de la ma-
nera más histórica, como signo de la naturaleza. Todo Ser o al menos todo
Ser llegado a Ser, todo Ser sido se rnetamorfosea en alegoría, y con ello la
alegoría deja de ser una categoría limitada a la historia del arte. Igualmente
el «significar» se torna de un problema de hermenéutica historicofilosófica,
o incluso de problema del sentido trascendente, en elemento constitutiva-
mente capaz de realizar la transubstanciación de la historia en protohistoria.

6
loc.cit., pág. 164 y sigs.
De ahí una «protohistoria del significado». Por ejemplo, la caída de un tira-
no es similar en el lenguaje barroco a la puesta del sol. Esa relación alegóri-
ca contiene en sí el barrunto de un procedimiento que pudiera lograr inter-
pretar la historia concreta con sus propios rasgos como naturaleza, y hacer
a la naturaleza dialéctica bajo figura de historia. El desarrollo de esta con-
cepción es, una vez más, la idea de historia natural.

III. Tras haber apuntado así los orígenes de la idea de historia natural, pa-
saré más adelante. Lo que vincula esas tres posiciones es la imagen del cal-
vario. En Lukács es algo meramente enigmático, en Benjamin se torna cifra
que hay que leer. Pero en el pensamiento radicalmente histórico-natural,
todo ente se transforma en escombro y fragmento, en un calvario en el que
hay que encontrar la significación, en el que se ensamblan naturaleza e his-
toria y la filosofía de la historia se hace con la tarea de su interpretación
intencional. Así pues, se ha dado un doble giro. Por una parte, he llevado la
problemática ontológica a una formulación en términos históricos, tratando
de indicar de qué modo se puede radicalizar el planteamiento ontológico en
la concreción histórica. Por otra, en la figura de la transitoriedad he mostra-
do cómo la misma historia impulsa hacia un giro en cierto modo ontológico.
Lo que entiendo aquí por giro ontológico es algo completamente distinto de
lo que hoy se entiende habitualmente por tal. Por eso no pretendo reclamar
esa expresión de forma permanente, sino que la introduzco exclusivamente
con fines dialécticos. Lo que tengo en mente cuando digo historia natural no
es una «ontología historicista», no es el intento de extraer un sistema de
relaciones e hipostasiarlo ontológicamente, a partir de unos estados de co-
sas históricos que englobarían como sentido o estructura fundamental de
una época la totalidad, a la manera de Dilthey por ejemplo. Ese intento de
Dilthey de dar con una ontología histórica encalla porque no ha hecho lo
suficiente con la facticidad, se queda en el terreno del espíritu y así, a la
manera de esos conceptos arbitrarios de estilo de pensamiento, no capta la
realidad material y sentida. En lugar de esto, de lo que se trata no es de
lograr construcciones de modelos históricos por épocas, sino de alcanzar a
ver la facticidad histórica en su misma historicidad como algo histórico-
natural.
De cara a articular la historia natural doy entrada a un segundo pro-
blema, que viene del lado opuesto. (Esto se sitúa directamente sobre una lí-
nea de sentido que sería prolongación de la discusión de Francfort). Se me
podría decir que pienso en una especie de encantamiento de la historia. Que
lo histórico con todos sus azares se derrocha a beneficio de lo natural y pro-
tohistórico. Que, porque parece alegórico, se aureola a todo aquello con lo
que se tropiece históricamente con un nimbo de sentido. No es en algo así
en lo que pienso. De todas formas, lo que causa más extrañeza es el punto
de partida del planteamiento, el carácter natural de la historia. Pero si la
filosofía quisiera quedarse nada más en acusar el choque de que cuanto sea
historia se presente siempre al mismo tiempo como naturaleza, eso sería,
como Hegel le reprochaba a Schelling, algo así como la noche de la indife-
rencia, en la que todos los gatos son pardos. ¿Cómo se sale de esa noche?
Esto es lo que quisiera apuntar aún.
Aquí hay que partir de que la historia, tal como la encontramos, se da
como algo discontinuo de extremo a extremo, en la medida en que contiene
no sólo estados de cosas y hechos de lo más dispares, sino también dispari-
dades de tipo estructural. Cuando Riezler habla de tres determinaciones de
la historicidad opuestas y enredadas unas a otras, a saber, tijé, ananké y
espontaneidad, yo no trataría de sintetizar ese reparto de la historia en ta-
les determinaciones mediante una así llamada unidad. Precisamente creo
que la nueva ontología ha prestado un servicio muy fructífero con esa con-
cepción del ser así dispuesto (Gefügtsein). Ahora bien, esa discontinuidad —
respecto de la cual no veo ningún derecho, como ya he dicho, para llevarla
a una totalidad estructural— se presenta, de entrada, como discontinuidad
entre el material natural, mítico-arcaico de la historia, de lo sido, y lo nuevo
que en ella emerge dialécticamente, lo nuevo en sentido estricto. Aquí se
trata de categorías cuyo sentido me resulta claro. Pero el procedimiento
diferencial para llegar a la historia natural sin anticipar la historia natural
como unidad es empezar por acoger y aceptar ambas estructuras así, pro-
blemáticas y sin definir en su contradicción, tal como se dan en el lenguaje
de la filosofía. Esto es tanto más permisible por cuanto la filosofía de la his-
toria, como es manifiesto, va llegando cada vez más a un ensamble seme-
jante entre lo existente originario y lo nuevo en curso de aparición, gracias
a los hallazgos que ofrece la investigación. De ese terreno de la in-
vestigación recordaré aquí que en el psicoanálisis se encuentra esa contra-
dicción con toda claridad: en la diferencia entre los símbolos arcaicos, a los
que no se conecta ninguna asociación, y los símbolos intrahistóricos, intra-
subjetivos, dinámicos, que pueden eliminarse y se dejan transformar en
actualidad psíquica, en conocimiento presente. Entonces, la primera tarea
de la filosofía es elaborar esos dos elementos, especificarlos y confrontarlos
entre sí, y sólo cuando esa antítesis llegue a ser explícita habrá una oportu-
nidad de que se pueda lograr la desconstrucción propia de la historia natu-
ral. Las indicaciones al respecto las ofrecen de nuevo los hallazgos pragmá-
ticos que se presentan cuando se considera a la vez lo arcaico-mítico mismo
y lo históricamente nuevo. Al hacerlo se pone de manifiesto que lo mítico
arcaico subyacente, lo mítico que presuntamente persiste de forma subs-
tancial, no subyace en absoluto de una manera tan estática, sino que en
todos los grandes mitos y también en las imágenes míticas que aún tiene
nuestra conciencia ya se encuentra adherido el elemento de la dinámica his-
tórica, y desde luego en forma dialéctica, de modo que ya en su mismo
fundamento lo dado de lo mítico es plenamente contradictorio y se mueve
de forma contradictoria (recuérdese el fenómeno de la ambivalencia, del
«contrasentido» de las palabras primitivas). Un mito de este tipo es el de
Cronos, en el que la extrema fuerza creadora del dios se plantea a una con
el hecho de que es ella la que aniquila a sus criaturas, a sus hijos. O bien
sucede como en la mitología que subyace a la tragedia, que es dialéctica en
sí misma en todo momento porque, por una parte, lleva en sí la condición
culpable del ser humano caído en la cadena de dependencias de la naturale-
za, y al mismo tiempo, aplaca ese destino por sí misma; porque el ser
humano se alza a sí mismo como ser humano sobre el destino. El elemento
dialéctico radica en que los mitos trágicos contienen a la vez, junto con la
caída en la naturaleza y la culpa, el elemento de la reconciliación, ese radi-
cal rebasar la cadena de dependencias de la naturaleza. La imagen no sólo
de un estático mundo de ideas adialéctico, sino también de un mito adialéc-
tico, que interrumpe la dialéctica, remite a Platón como origen.7 Propiamen-

7
Para lo que sigue, véase Sören Kierkegaard, Begriff der Ironie («El concepto de ironía»), Berlín, Mu-
te, en Platón el mismo mundo de los fenómenos está roto. Abandonado,
pero visiblemente dominado por las ideas. No obstante, las ideas no toman
parte alguna en él, y como no toman parte alguna en el movimiento del
mundo, merced a esa enajenación respecto al mundo de la experiencia
humana las ideas han de ser situadas forzosamente entre las estrellas para
poder mantenerse frente a esa dinámica. Se tornan estáticas: paralizadas.
Pero ésa es ya la expresión de un estado de conciencia en que la conciencia
ha perdido la inmediatez respecto a su substancia natural. Platón represen-
ta el momento en que la conciencia ha sucumbido ya a la tentación del
idealismo: el espíritu, desterrado del mundo y enajenado de la historia, se
convierte en algo absoluto al precio de la vida. Y la patraña del carácter es-
tático de los elementos míticos es aquello de lo que tenemos que desemba-
razarnos si queremos llegar a una imagen concreta de la historia natural.
Por otra parte lo «nuevo en su momento», lo producido dialéctica-
mente en la historia, se presenta en verdad como algo arcaico. La historia
es «más mítica allí donde más histórica es». Aquí radican las mayores difi-
cultades. En lugar de desarrollar ideas en términos generales, daré un
ejemplo: el de la apariencia; y ciertamente me refiero a la apariencia en el
sentido de esa segunda naturaleza de la que se hablaba. Esa segunda natu-
raleza, en tanto se ofrece plena de sentido, es una naturaleza de la aparien-
cia, y en ella la apariencia está producida históricamente. Es aparente, por-
que la realidad se nos ha perdido y creemos entenderla plena de sentido
siendo así que está vacía, o porque introducimos en ella intenciones subje-
tivas a modo de significados suyos, como en la alegoría. Ahora bien, lo más
notable sin embargo es que esa entidad intrahistórica, «la apariencia», es
ella misma del género mítico. Así como el elemento apariencia viene ad-
herido a todo mito, e inaugura la dialéctica del destino mítico en figura de
hybris y ceguera, también los contenidos de la apariencia producidos histó-
ricamente son en todo momento de carácter mítico, y no es sólo que tales
contenidos recurran a lo arcaico protohistórico y que en el arte todo lo apa-
rente tenga que ver con mitos (piénsese en Wagner), sino que el carácter
de lo mítico mismo retorna en ese fenómeno histórico de la apariencia. De
lo que se trataría sería de señalar por ejemplo que cuando ustedes consta-
tan lo que de apariencia tienen ciertas viviendas, con esa apariencia viene
hermanada la idea de lo ya sido desde siempre, y de que tan sólo se lo re-
conoce una vez más. Aquí habría que analizar el fenómeno del déjà-vu, del
re-conocimiento. Además esa apariencia intrahistórica enajenada hace re-
tornar el fenómeno mítico primordial, la angustia. Sobreviene una angustia
arcaica en cualquier lugar donde nos salga al encuentro ese mundo aparen-
te de la convención. Luego está también el elemento de lo amenazante,
siempre propio de esa apariencia; el que la apariencia tenga el carácter de
atraerlo todo hacia sí como una tolva es también un elemento mítico en
ella. O el elemento de realidad en la apariencia frente a su mero carácter de
imagen: que allí donde nos tropezamos con la apariencia la sintamos como
expresión, que no sea algo meramente aparente que dejar de lado, sino que
exprese algo que aparece en ella pero no se puede describir in-
dependientemente de ella. Esto es igualmente un elemento mítico de la
apariencia. Y finalmente: el motivo decisivo, trascendente del mito, el de la
reconciliación, se adecua también a la apariencia. Recordaré que conmover
es el sello de las obras de arte más pequeñas en todos los casos, no así de

nich, 1929, pág. 78 y sigs.


las grandes. Pienso en que el elemento de reconciliación está por todas par-
tes donde el mundo se presenta de la forma más aparente posible; en que
la promesa de reconciliación viene dada de la forma más perfecta allí donde
el mundo, al mismo tiempo, está más fuertemente amurallado frente a todo
«sentido». Con ello vuelvo a remitirles a ustedes a la estructura de lo pro-
tohistórico en la apariencia misma, donde la apariencia, en su ser así, sé
revela como algo producido históricamente: en el lenguaje corriente de la
filosofía: donde la apariencia llega a madurar por la dialéctica sujeto-objeto.
La segunda naturaleza es en verdad la primera. La dialéctica histórica no es
un mero retomar lo protohistórico reinterpretado, sino que los mismos ma-
teriales históricos se transforman en algo mítico e histórico-natural. Quisiera
hablar aún sobre la relación de estas cosas con el materialismo histórico,
pero aquí sólo puedo decir esto: no se trata de una teoría que complete a
otra, sino de interpretación y despliegue inmanentes a una teoría. Por así
decir, me sitúo como instancia judicial de la dialéctica materialista. Habría
que señalar que lo expuesto sólo es una interpretación de ciertos elementos
fundamentales de la dialéctica materialista.

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•• 25

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•• Theodor W. Adorno

•• Sociedad

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•• THEODOR W. ADORNO
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•• TEORÍA ESTÉTICA
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'! EDICIONES ORBIS S. A .
•• Distribución exclu,<;iva para Argentina,
Chile, Paraguay y Uruguay:

•• f/YSPAMERICA
-
••
SOCIEDAD
••
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••
••
••
DuPLICIDAD DEL ARTE: HECHO SOCIAL Y AUTONOMÍA
••
Antes de la emancipación del sujeto el arte fue sin duda, en cier-
to sentido, más cercanamente social de lo que lo fue después. Su
••
autonomla, su robustecimiento frente a la sociedad, es función de la
conciencia burguesa de libertad que, por su parte, creció juntamente
con las estructuras sociales. Antes de formarse esa conciencia; el/ ••
arte estaba ya en contradicción con e_l poder social y su prolongáción
·en las mores, pero no era todavía un para-si: Desde su condena en el
Estado platónico los conflictos fueron intérmitentes, pero nadie ha• ••
bla concebido todavla la idea de un arte opuesto de ralz a la socie-
dad y los ·controles sociales tenlan efectos más directos que en la
época burguesa hasta el tiempo del Estado totalitario. La· burguesJe ' •••
integró el· arte de forma mucho más completa que i;ualquier sociedad /
imterior. La presión de un nominalismo creciente puso de relieve el/
carácter social del arte que siempre habla existido en él de forma ••
••
'latente. Este carácter es mucho más evidente en la novela que en la
distante y estilizada épica caballeresca. La tromba de experiencias
que ya no podía ser contenida dentra de los géneros a priori, la nece-
sidad de construir la forma desde abajo, a partir de esas experien-
cias, son cosas que pueden considerarse como .«realistas• desde un
punto de vista puramente estético anterior a cualquier consideración
sobre el contenido. 11.a·· relación entre el contenido y la· sociedad, al ~-
••
'no estar ya sublimada previamente por el principio de estilización/
que procede de aquélla, se welve ante todo mils inquebrantable y no
sólo en literatu¡,a. Aun los llamados géneros artlsticos inferiores ,se
••
distanciaron de la sociedad, también en los ca,os en que, como la
comedia ática, tomaron sus temas de las relaciones y hechos hurgue- ••
••
-••
••e a
~s. La h1.üda Í~ tierra de nadie n~ es una cabri~ia'ci~ Aristófanes,
smo un momento esencial de la forma de esos géneros. Auque el poder hacer de su actitud una expresión artlstica. Necesitó sutilezas
! .·
• arte, por una de s1;1s car.as, es producto del trabajo social del esplritu '- jesuíticas para que lo que escribia se camuflase como realismo socia-
• Y por tanto_ un fazt socrnl, no lo llega a ser explícitamente hasta su lista y pudiera asl evitar la Inquisición. La música revela los secretos
aburguesam1ento. Entonces toma como objeto propio su relación con ' : .· del arre. La sociedad, sus movimientos y sus contradicciones apare-
• la sociedad emp(rica. El Qui;ote está en el comienzo de este desarro- cen en ella sólo en forma de sombras y desde allf hablan, pero ne-·
• !lo. ~ero !1º es sólo el modo de su procedencia, en que se concentra cesitan ser identificadas. Esto mismo sucede en todo arte. Y cuando
la ?íalécttca entr<; fuerzas y relaciones de producción, ni el origen parece· que está retratando a la sociedad, entonces se convierte en un
e social d~ la materl!l d_e sus cont_enidos lo que convierte al arte en he- como-si. La China de Brecht no está menos estilizada que la Mesina
de Schiller, aunque por motivos contrarios. Todos los juicios morales
cho sOCJal. El arte es algo sOCJal, sobre todo por su oposición a la
• sociedad, oposición que adquiere sólo cuando se hace autónomo, Al .sobre las figuras de la novela o del drama han quedado anulados aun
• cri.stalizar como algo peculíar en lugar de aceptar las. normas sociales · cuando reprodujeran exactamente modelos universales, y las discu-
ex_i~tentes y pre~entarse como algo «socialmente· provechoso», está siones sobre. si el héroe positivo podla tener rasgos negativos son tan
• cnucando la soctedad por su mera existencia, como en efecto le re- necias coino le suenan a quien fas percibe desde fuera del cin:uito.
• !'.rochan los puritanos de cualquier confesión. Todo lo que sea esté- Los efectos de la forma son como los de· un magneto que ordena de '
• ucamente puro, que se halle estructurado por su p 1a 1 tnma-/ tal manera los elementos de la experiencia que los saca del contexto ·
1;n o una cr uca mu , es enUDClan o re Ja• de su existencia extraestética y sólo as! .pueden dominar su esencia;
e miento ue su ne un esta o e cosas que se mueve en a ri Al contrario, la industria de la cultura manifiesta una sumisión ser-,
vil por los detalles emplricos, cultiva la perfecta apatiencia de fide-'
e una to soct e tn ercam 10s, en que o o es para o ·
• cosa. Lo a al d arte es ne actón determlnadii de una ,socledild / lidad fotográfica y C?n todo aprovecha esos elementos para su mani-
• ~rmina a; Es. ver que e arte aut nomo, por ren a pulación ideológica. El movimiento inmanente del arte contra la
soctedad que cotncide C?n la sublimación artlstica formal, se pre- sociedad es uno de sus elementos sociales, pero no su actitud mani-
• s';Ilta como velúculo de 1deologla: la sociedad no es sólo esa negati- fiesta respecto de ella. Su gesto histórico rechaza lá real,idad emp!ri-
• vtdad a la que condena la forma estética sino también aun en su ca aunque la obra de arte, en cuanto cosa, sea una parte de ella. De
configuración más cuestionable, el conju~to de la vida 'humana en poder atribuirse a las obras de arte una función social, serla la de su
• ,su producción reproducción. El arte no pod(a dispensarse de ese falta de semejante función. Al diferenciarse de esa realidad que est4
• momento como tampoco de la crítica mientras el proceso social no como embrujada sirven para encamar, negativamente, un estado en
se manifestó como autodestructivo, y no se le ha concedido al arte que la realidad llegarla a buen puerto, que es el suyo. Su encanta-
e ~ no _tener posibilida~ de juzgar, el llevar a cabo por medio de ia; miento es 'el desencantamiento. Su esencia histórica requiere una
doble reflexión, tanto en la dirección hada su ser-para-si como en
• Jnt~ctones la separaa~r_, de ambos momentos., Una pura· fuerza pro-
se
ducttva, como la estéuca, una vez que · ha liberado de dictados la de su relación con la sociedad. Su duplicidad aparece en todas sus
e: heterómanos, es lo opuesto objetivamente a la fuerza productiva en- • manifestaciones, que cambian y se contradicen a si mismas.
• ,· c~denada, !?ero tatnbi~ el paradigma de una fatal'acción que se ejer-
. cita con nuras a si mtSma. El arte se mantiene en vida gracias a su
e'¡ fuerza de resistencia social. Si no se objetiva se convierte en mer- CARÁCTER FETICHISTA
• _canela. Lo que aporta a. la sociedad no es su comunicación con ella
• J
:siuo ai~u má:s mc:U.ia.Lu, su resisLt:ucia, cu Ía '{Ut: se .rcp[UUut.-c: 'Po: arP1"tt1rln P1 rMlrnr:hr. eme los críticos sociales oroªresistaS han
e d~~r_ollo social gracias a su propio desarrollo estético aunque éste hecho al programa d~ l'art pour l'art, tan múltiplemente ligado con
la reacción política, de introducir el fetichismo en el concepto de· la
ni 1m11e a aquél. La modernidad radical salvaguarda la inmanencia
• del a~te, pero al precio de su vaciamiento y superación, porque sólo obra de arte puro, que se basta a sl- misma. Esta suficiencia tiene su
e permite que penetre. en ella la sociedad de manera oscurecida y como punto de verdad porque las obras de arte, producto del trabajo so-
cial, y que se someten a su ley o crean una semejante, se rebelan pre-.
en suefü,s, con los que desde siempre se ba comparado a la obra de
e arte. Nada de lo social en arte es inmediato ni aun cuando lo preten- cisamente contra lo que las constituye. En este sentido, cualquier
obra de arte caerla bajo el veredicto de· tener una falsa ,conciencie .y ,
• d_a. Brecht, aun estand~ soci~ente· comprometido, tuvo que distan-

•• ciarse pronto de la realídad soctal a la que se dirigían sus obras para convertirse en ideología. Y se las puede llamar formalmente ideoló-
gicas, con independencia de lo que digan, porque afirman la existen•
296
297

•-------------
••
cia de algo espiritual a priori, independiente de las condiciones de su · de arte que quieren vaciarse a sí mismas mediante la penetración de.
fetichismo pollticamente muy discutible se enredan en los lazos
••
••
producción material y por tanto del orden superior, y también por- )111
que desorientan respecto a la vieja culpa de separar el trabajo corpo- de la falsa conciencia, aun socialmente, por una inevitable simplifi-
ral del espiritual. Consiguen asl rebajar lo que por medio de aquella ' · cación a la que en vano se suele alabar. Al penetrar ciegamente en

••
culpa se habla convertido en algo superior. Las obras de arte y su una praxis alicorta su propia ceguerá continúa.
verdad no se agotan en el concepto del arte. Un teórico de l'art pour
l'art como Valéry llamó la atención sobre el particular. Pero con su .
rt11na.h1,,. f,.,f-1rl-i;C!mn Toe nht-ac ,.t,,.

••
<1N-,., nn ..:l-oht:1.......,....n rnmn tamlVVV'I ACEPTACIÓN Y PRODUCCÍÓN
'd~~~¡,~~-;;;;&-~;d ·h~o-·d~-i;,;i¡~-~gad~-d~ ~pa.- ya· <Í~~ 1
nada en el mundo, sometido a la universal mediación de lo social, La objetivación del arte, que mirada desde la sociedad que lo
está fuera de un contexto de culpa; Sin cmbatgo, la verdad misma rodea es su fetichismo, tiene también carácter soda! como producto
de las obras de arte, que es también .su verdad social, tiene como
condición su carácter de fetiche. El principio del ser-para-otro, apa-
rentemente contradictorio con el fetichismo, es el principio del inter-
que es de la división del trabajo. Por eso la relación del arte con la
sociedad no hay que buscarla ante todo en el ámbito de la aceptación
de las obras de arte. Se trata de algo previo, de su producción misma.
••
c;a¡nbio y en él SI' enmascara el dominio. En favor de lo que carece
de poder sólo sale en defensa lo que no se pliega al poder, en favor
de un valor de uso disminuido lo que no sirve para nada. Las obras
El interés por descifrar soc;ialmente el u:te debe volverse a él en
lugar de alimentarse con determinar y clasificar los efectos produci-
dos, que son muy divergentes de la real base social de las obras y de
••
· de arte son los representantes de esas cosas no corrompidas. por el
intercambio, de cuanto ·no ha sido producto del lucro y de la falsa .
conciencia de una humanidad deshonrada. En medio de la total apa-
su contenido social objetivo. Las réácciones humanas ante las obras
de arte ya desde tiempos inmemoriales son alao mediato y no se re-
fieren inmediatamente a la cosa. La mediación éontemporánea
••
riencia, la apariencia de su ser-en-sl es una máscara de la verdad.
Los sarcasmos de Marx sobre el precio vergonzoso que Milton reci-
bió por un ParlÚso perdido que no puede presentarse en el mercado
es toda la sociedad. La investigación de los efectos ni llega al arte en
cuanto realidad soda!· ni puede dictarle normas, continuando la usur-
pación del esplritu positivista. Los fenómenos de aceptación, si se
••
como trabajo socialmente productivo"' son, en cuanto denuncias, la.
defensa más fuerte del arte contra su funcionalización burguesa, pro-
seguida con su condena social no dialéctica. Una sociedad liberada
convierten en normas del arte, le hacen padecer una heteronomia que
serla una cadena ideol6gka mucho más fuerte que el elemento ideo-
16gico •que pueda haber en su carácter fetichista. El arte y la socie- ••
estaría más allá de la irtacionalidad de sus fau,c frais y más allá de
la racionalidad medios-fines del lucro. Todo esto está cifrado en el
arte y en. ello reside su poder explosiv? s~ológico. Como los. feti-
dad convergen en el contenido de la obra, no en algo que sea exte• ·
rior a e!Li. Esto también tiene que ver con la historia del arte. La
colectivización del individuo se efectúa a costa de la fuerza produc- ••
ches mágicos son una. de las tafces históncas del arte, .sus obras
siguen teniendo algo de ese carácter, muy por encima sin embargo
del fetichismo de la mercancía. Ni pueden expulsar de sl ese carác-
ter ni tampoco negarlo. Aun socialmente, la apariencia de las obras
tiva soda!.. En la historia del arte reaparece la fuerza productiva real
gracias a la otra fuerza que procede de ella y de ella se ha separado,
la artística. Este es el fundamento del recuerdo que el arte tiene de ••
••
su pasado, Al modificarlo, lo guarda y lo hace presente: tal es la
de arte en cuanto correctivo ·es el instrumento de su verdad. Las explicación social de su núcleo temporal. Apartándose de la praxis,
obras de arte que no quieren reposar' en su ajuste interno de forma el arte se convierte en el esquema de la praxis social:. tP<lif auténtica
fetichista, como si fueran algo absoluto que no pueden ser, carecen
desde el principio de valor, pero también es verdad que la _perdura-
ción· del arte se vuelve precaria cuando adquiere conciencia de su
obra de arte es una revoluci6n en si misma. Mientras que la socie-
dad penetra en el arte gracias a la identidad de sus fuerzas y de sus
relaciones, para desaparecer dentro de él, éste por su parte, aunque ••

fetichismo, como ha sucedido desde la mitad del siglo XIX, y se endu- sea el más avanzado de la época, tiende a la socialización, a la inte-
rece en él. No puede abogar por su ceguera, pero sin ella no sería gración social. Pero esta integración no· le aporta; como quiere un
nada. Esto le conduce a una aporía. Sólo fijándose en la racionalidad cliché algo progresista, la bendición de la justicia por medio de una
1e
••
de su irracionalidad se puede mirar un poco más allá de él. Las obras confirmación posterior, sino que por lo general la recepción social
sirve para afinar aquello en lo que consistió su negación determina-
117 Cf. Karl MARx y Friedrich F.NGELS, W ,;'A,e, vol. 26, 1.' parte, Ber!Jn, da de la sociedad. Las obras suelen eje= una función crítica respec-
to de la época en que aparecieron, mientras que después se neutra,

••
196,, p. )77 (MAruc, Teorlas sobre /4 plutval/a; l.' parte; «Anexos•).

298 299
••
•• !izan, entre otras cosas, a causa del cambio de las relaciones sociales . se puede comprobar la suerte que corrió en los expresionistas el pri-

•• Esta neutralización es el precio social de la autonomla estéúca. Si,


por el contrario, las obras de árte quedan sepultadas en el panteón
de los bienes culturales, el daño es para ellas y para. la verdad que
'mado del concepto burgués de la profesión, por haber sobre¡,asado
la pura necesidad de expresión que habla inspirado, todo lo ingenua-
mente que se quiera, a aqu.,llos artistas. En la sociedad burguesa

••
contienen. En un mundo administrado, la neutralización es universal . ellos, como todos los que producen al_go que se pueda llamar espi:i•
Aunque el surrealismo se rebeló contra esa fetichización del arte que tual se ven obligados a seguir producrendo una vez que, como attis•
supone el considerarlo como un ámbito diferente, se extendió, como tas 'han firmado una obra. Algunos expresionistas jubilados eligieron

••
arte que todavía era, más allá del terreno de la protesta. Pintores ro~ gusto temas comerciales y prometedores. La ausencia de la nece-
como André Masson, cuyas pinturas no tenían UJ!~ extraordinaria sidad íntima de producir que procedió de la presión eco~ó~ca con-
calidad, consiguieron sin em.bargo una especie de· equilibrio entre temporánea se comunicó a los productos en forma de md1ferenc1a
escándalo y recepción social. Salvador Dalf fue por fin uti: 'pintor de.

••
objetiva .
sociedad elevado al cuadrado, el L~zlo o el Van Dongen de ,una ge•
neración que. con el vago sentimiento de vivir en un estado de crisis
estabilizado durante decenios se vanagloriaba de ser sophisticated.

••
ELECCIÓN DEL TEMA. SUJETO ARTÍSTICO. RELACIÓN
Así consiguió el surrealismo una perduración falsa. Las corrientes CON LA CIENCIA
modernas, cuyos nuevos y chocantes contenidos destrozaron la ley
de la forma, están predestinadas a pactar con un mundo que acepta De las mediaciones que existen entre el arte y la sociedad, la

•• con cierta añoranza las materias menos sublimes mientras no tengan


aguijón. En la época de la neutralización total, una falsa reconcilia-
ción se abre camino aun· en el ámbito de la pintura más radicalmente
que se refiere a la materia al tratamiento claro o encubierta de temas
sociales es '
la más superficial y engañosa, Que 1a representa<~
'
plástica' de un repartidor de car"?n diga más a prior( a la sociedad
º6n

•• abstracta: lo no figurativo se adapta bien a ser ornato mural de la


nueva abundancia. Pero no es seguro que con ello se disminuya su
calidad. El entusiasmo con que los reaccionarios .subrayan ese peli-
que otra obra sin héroes proletanos hoy sólo se adnute en aquellos
países en que el arte, según se dice en las dern~~cias P?pulares,
tiene que ser estrictamente «conformador de opm16n», insertado

•• gro se vuelve contra ellos. Seria algo realmente idealista localizar las
relaciones del arte con la sociedad solamente en sus problemas es•
tructurales, ya que son problemas dependientes de. la mediación so-
como factor eficaz en la realidad y subordinado a sus objetivos, sobre
todo al aumento de la producción. El repartidor de carbón idealiza-
do por Meunier y su realismo están incluidos en esa ideología bur-

•• cial. La duplicidad del arte,. su autonomía y el ser un Jait social se guesa que de ese modo se adueñó de un proletariado que todavía era

'.
manifiestan una y otra vez en las estrechas dependencias y conflic- visible, ofreciéndole una humanidad hermosa y una noble natural¡,za .
. tos de ambos rasgos. La econom{a social irrumpe una y otra vez en El mismo naturalismo sin afectación marcha a una con el placer. re-
la producción ardsúca. Hoy en día por medio de esos pactos de largo primido, anal en términos l:'s!coanalíticos 1 q':'e es una defo~~•ción_
alcance entre pintores y marchantes de. cuadros que favorecen lo que

••
del carácter burgués. Sus dehctas son la miseria y la depranc10n que
en el negocio artístico se llama la nota propia de la obra y despecti• él mismo fusúga. Zola y los escritores sangrientos o de los bajos
vamente se podría llamar su trampa. El hecho de que el expresionis- fondos han alabado la fecundidad· y usado clichés antisemitas.: Eri ,'
mo alemán pasase tan. rápidamente puede· tener su fundamento artís- sus temas no puede trazarse el límite entre agresividad y confor• 1

•• tico en el conflicto entre la idea de la obra que pretendía realizar y


la idea, especffica suya, del grito absoluto. Las obras expresionistas
plenamente cuajadas tienen algo de traición. Otra de las causas fue
mismo. El texto de un coro de agitadores propagandistas, puesto en .. ·
h..-.r~ ,..1,,. nht-P~ i.:ln tra~in v mu-: ciP-hÍA ~er cantado malamente.
t¡ntaba hacia 1930 desempéñar el papel de su conciencia, de una
in~-

•• que ese género envejeció políticamente una vez que no llegó a reali-
zarse su ímpetu revolucionario, y cuando la Unión Soviéúca comen•
zó a perseguir al arte radical. Pero tampoco hay que olvidar el hecho
1.
forma en que no lo habría hecho la conciencia más progres/sta. Pero
no queda claro si la actitud artística del grito y la rudeza pretende .
ser una denuncia de la realidad o identificarse con ella. La denur¡cia

•• de que los autores de ese movimiento que entonces no fue aceptado


-como lo fue cuarenta o cincuenta años después- tenían que vivir
o, como se dice en Norteamérica, lo go commercial, Se podtfa de-
sólo es posible cuando procede de algo que olvida la estética social
por su confianza en el tema, a saber, cuanto procede de la conftgu• ·
ración misma. Lo decisivo socialmente en las obras de arte es lo

•• mostrar algo semejante en casi todos los escritores expresionistas


alemanes que sobrevivieron a la primera guerra, Sociológicamente
que, partiendo de sus estructuras formales, dice algo respecto del .
contenido. Kafka, en cuya obra el capitalismo monopolista sólo apa-

• 300 301
••
rece en el trasfondo, descubrió las escorias de un mundo administra- convenciones y controles sociales. Esto no quiere decir que las obras
de ~e se ab~n.donen a una universalidad abstracta y difusa como
••
do, la situación de los hombres bajo la maldición de la sociedad con
más fidelidad y fuerza que las novelas sobre la corrupción de los
lrt1sls industriales. En su lenguaje se concreta la afirmación de que
lo lúzo el clas1c1smo. Su condición [de posibilidad] es el estar hen•
elidas Y _el estado lústórico concreto de lo heterogéneo a ellas. Su ver-
dad sOC1al depende de que se abran a ese contenido. También forma
••
la forma ·es :el lugar del contenido social de las obras de arte. Se ha
llamado con ·frecuecia la atención sobre ese elemento viscoso que
encierra ·su objetividad y sus lectores más cercanos percibieron la
· ,. ,,., ,· .. 1 1 . . , , . t. --- . ··-•- .. 1... !_.1_ 1 --
parte de su materia, qu': ellas se van creando, la manera en que su
form~ no allane las te~s1ones al tratar de configurarlas, sino que, las
convierta en cosa proprn. La parte que tiene la ciencia en el desarro•
••
••
~VUUl:lUU..UVU c.uu.i¡;;; c:;:,u:, uc~uu:, }'.LC>)CJ.J.UIUV:t l,.VU UU.HCI .JVU.I.J. ....UAU ,

su carácter imaginario. Pero ese contraste no es sólo positivo por llo de las fuerzas productivas artísticas es muy protunda y sin em-
hacer amenazadoramente cercano lo imposible por medio de una bargo. bastante oscura. También es muy profunda la penetración de
descripción cuasi realista. También ofrece su aspecto social la critica, la •?Oe1ad en el ~rte a causa de unos métodos que ha aprendido de
demasiado art!stica para oídos comprometidos, propia de los toques
realistas de la forma kafkiana. A causa de algunos de estos toques,
Kafka resulta tolerable para ese ideal de orden, de vida sencilla y de
la c1encta. Esto, sm embargo, no convierte .a la producción art!stica,
ª':1nque sea la del constructivismo integral, en algo científico. En arte
pierden todos los hallazgos científicos su carácter literal. Puede com- ••
callada labor en el lugar asignado, que a su vez es la tapadera de una
represión social. El uso lingüístico del ser-asl-y-no-de-otra-manera es
el medio por el cual la maldición social se pone de manifiesto. Pero
probarse, en e\ caso de la pintura, por las modificaciones de las leyes
de la perspectiva y, en el de la música, por las de las relaciones na-
tur~les entre los tonos sostenidos. Si el arte angustiado por la técni• 1
••
Kafka, sabiamente, no 1~ nombr~, por miedo a que así desaparezca,
aunque su poderosa omnipresencia es la que define el espacio en que
se mueve su obra; con lo que, al ser a priori, no puede hacerse temá-
c? mtenta conservar su exiguo lugar anunciando su paso a la cien-
crn, desconoce lo que es el_ valor de la ciencia en la realidad empírica.
Pe~o, ~r e\ lado contrano, tampoco puede apoyarse, como quiere ••
••
e\ 1rr_ac10nalismo, en el sacrosanto principio estético en contra de la
tica. La conciencia cosificada, que se apoya sobre la resistencia e in-
c1enc1a. El arte no es un ocasional complemento cultural de ésta sino
mutabilidad del ser a la vez que las robustece, es 'la herencia de la
su crítica. El reproche que puede hacérseles a las ciencias del espíritu
vieja maldición, la nueva figura del mito de lo siempre igual. En su

••
contemporáneas de su insuficiencia inmanente es decir de su caren-
arcaísmo, el estilo épico de Kafka es la mimesis de la cosificación.
cia de espíritu, también puede extenderse casi' con el O:ismo derecho
Aunque su obra tiene que renunciar a trascender el mito, lo da a
a su falta de se?tid~ estético. No sin razón la ciencia suele indignarse
conocer sin embargo a ese contexto de ceguera que es la sociedad

••
cuando en su mter1or se mueve algo que puede atribuirse al arte
por medio de su «cómo», por medio del lenguaje. La locura es tan
natural dentro de sus narraciones como lo ha llegado a ser en la so- por<¡u~ quiere que n". la ,t':"luen en su propia tarea. Si alguien sa¡,.;
ciedad. Pero las obras que cumplen con su deber, que nos entregan ":cr1b1r,. s1; vuelve c1en11f1camente sospechoso. La incapacidad de
dife~enctactón es prueba de rudeza de pensamiento, pero la cliferen-
te/le quel/e la sociedad de que tratan y se glorían en la corrupción como
mero reflejo de esa segunda naturaleza que ellas son, permanecen
socialmente mudas. En sí mismo, el sujeto art!stico es social, no pri-
c1ac1ón es tanto una categoría estética como del conocimiento. No
hay que confundir la ciencia con el arte, pero las categorías que
valen en ambas no son absolutamente diferentes. La conciencia con-
••
vado. Y no se convierte en social por una colectivización forzada o
por la el~cdón de tem~. El arte tierte poder de resistir, en esta época
de colec11v1smo represivo, a esa compacta mayoría que se ha conver-
formista desea lo contrario, al ser incapaz de diferenciar ambos mun-
dos, pero también al no aceptar la idea de que fuerzas idénticas obren
en esferas no idénticas. Esto mismo es válido también en moral. La
••
tido en criterio de la cosa y de su verdad social. Esta resistencia se da
en los artistas que trabajan solitarios y sin coberturas, sin que esto
excluya formas de producción colectiva como los talleres de compo-
brutalidad con las cosas es potencialmente una brutalidad con los
hom!'r~s. El arte, cuyo ideal es la compl;ta estructuración, niega
a prtort todo lo que está en estado bruto, nucleo subjetivo de la mal-
••
••
sición proyectados por Schonberg. Al mantener siempre el artista dad: ésta es la participación del arte en la moral y no la predicación
una actitud negativa respecto a su propia inmediatez,·• <Wá obede- de tesis morales o la tendencia a producir tales efectos. Así es como
ciendo inconscientemente a un universal social: en cada corrección el arte participa en una sociedad digna de seres humanos.

••
feliz tiene a un sujeto colectivo que le mira por encima del hombro ·
y que le avisa que todavía no la ha logrado. Las categorías de la
objetividad art!stica corren paralelas a las de la emancipación social

••
en la que la cosa brota de su propio ímpetu interno, liberada de las
303
302
r--:a;,-----------.__ ··--···-··--· -------"-=====-==========---:--e==-~
••
•• social se· le oculta a él mismo y sóio se puede llegat a ella por medió
•• EL ARTE COMO FORMA DE PROCEDER
~de la interpretación .

•• Las luchas sociales, las relaciones CO:tre las clases quedan impre-
. sas en la estructura de las obras de atte. Las posiciones pollticas en
. cambio que ellas puedan adoptar son s6lo epifenómenos q_ue sirven
'. IDEOLOGÍA Y VERDAD

Aun en las obras que están penetradas hasta lo mlls Intimo de

•• normalmente como un impedimento para su estructuración y final- ideología puede darse un contenido de verda~. La. ideo!o_gf_a, apa• _
mente también para su verdad social. Con intenciones sé· consigue rienda social. _necesaria, es siempre, airo. en, st1 neces1da~, f1!!1Jra. ~e-
poco. Por eso se puede discutjr hasta qué punto la tragedia ática, formada de;· la- verdad. Uno de los ll!'lltes entre la conoen<:1ª ~al

•• aun la de Eurlpides, tomó pattido en los fuertes conflictos sociales estética y la- trivialidad es que aquélla reflexiona sobre la ~uca social
de su época. En cambio la tendencia de la forma trágica frente _a los del demento ideológico que tienen ..las obras de -arte, nuentras que
temas míticos, la solución de la maldición dd destino y d nacimien, ésta se conforma con repetir maquinalmente e~a critica. Moddo de
obra que encierra su verdad no obstante sus intenciones plenamente

••
to de la subjetividad son pruebas de la emancipación de un mundo
feudal-familiat, y la colisión· entre mito y subjetividad prueba el ideológicas es la de Stifter. No sólo son ideológicos los .temas que
antagonismo entre una dominación aliada con d destino y una huma- elige, todos ellos conservadores y animados dP. una añoranza de re'!"
tauraci6n sino también d objetivismo de sus formas que está sug¡-

••
nidad que ha llegado a estado adulto. Lo que da a la tragedia su sus- ·
tancialidad social es que tanto la tendencia histórico-filosófica de la riendo u¿a realidad emplrica pequeña y delicada y una vida_ llena
época como su propio antagonismo se convirtieron en su a priori de sentido sobre la que se pueden co,ntar cosas. Stifter se convil:Íó
formal, en vez de ser tan sólo inspiradores de sus temas .. Por eso la en el !dolo de una burguesla refinada y retrógrada. Los estratos soaa-

•• sociedad aparece en la tragedia de manera tanto más auténtica cuanto


menos es el objeto de una intención explicita. El partidismo, vitt)ld
de las obras de atte- no menos que de los individuos, vive en esas
les que le dieron su · popularided _medio esotérica están matchit?5,
pero con ello no se ha dicho la última palabra. En una fase postenor_ ·
extremó su tendencia hacia la reconciliabilidad y la reconciliaci6n. ·

•• profundidades en que las antinomias sociales se toman en dialéctica


de las formas. Al sintetizat los attistas sus obras y prestatles as( un
lenguaje, están realizando su verdadera labor social. El mismo Luk~cs
Su objetividad se endurece hasta convertirse en una máscara, la.
vida que trata de sublimar se convierte en un ritual rechazable. Aun
a través de las excentricid,,des de su medianla sigue oyéndose la can-- .

•• se sintió obligado en sus últimos tiempos a hacer consideraciones ·


semejantes. Por esto la misma configuración de la obra, que articula
las calladas y mudas contradicciones, ostenta los rasgos de una praxis
ci6n silenciosa y negada del ·sujeto alienado ,Y se percibe la fal!" de
reconciliación de su estado. La luz de su prosa madura es pillda e
incolora, como si fuera alérgica a la dicha de lo, colores, se queda

•• que no es sólo un reflejo de la real, sino que forma parte del con-
cepto del arte como su forma de proceder. Es sólo una figura de la
praxis y no tiene que excusarse porque no obre directamente. Ni si-
como reducida á un dibujo en que se excluyen los factores pertur·
badores e indómitos de una realidad social, tan incompatible con la
mentalidad dd poeta como con el a priori épico que tan decidida-

•• quiera podr(a conseguirlo aunque lo quisiera y la eficacia política


de las obras llamadas comprometidas es muy incierta. La actitud
personal de los artistas puede encontrar su función en su ataque a
mente tom6 de Goethe. Pero en su prosa, en contra de su voluntad,
se produce una discrepancia entre la forma y la sociedad ~e Y!_ era
capitalista y esto hace intensificatSe su expresión. La t~ns1ón •ideo-e·

•• la conciencia conformista. pero esa actitud se retira cuando desarro-


llan sus obras. Nada dicen sobre la verdad de ·Ja obra de Mozart sus
atroces manifestaciones cuando la muerte de Voltaire. Ciertamente
16ruca aue la levanta por encima de toda esa literatura consol~dora,,, .
tañ interesada en descubrir el ocultamiento campesino, y le ·aa ,esa•
auténtica calidad que admiraba Nietzsche. Se ve as( claramente Jo .

•• no se puede prescindir de la intención de las obras de arte en la ·


época de su aparición; quien juzgue a Brecht sólo por sus méritos··
, artísticos, acierta tan poco como quien juzgue su significado sólo por _
poco que la intención poética y auri d ~tido que ~na ob~a ~cama
o defiende inmediatamente se patecen a su conterudo ob¡euvo. En
Stifter, el contenido niega su sentido, pero ese contenido no ,_serfa

•• sus tesis. La inmanencia de la sociedad en el arte es su esencial rela- · ·


ción social, pero no la inmanencia del arte.en la sociedad. Como ei
c?nt~ni~o social del arte _no_ e~tá fuera de su principium individuiz-
pada si las obras de atte no hubieran tenido ese sentido y después lo
hubieran negado y superado por su misma estructur~- _La afir1nació11 , •
se convierte en cifra de la desesperación y la_ negatividad más pu_ra -
. _1

•• ttoms, sino dentro de su mdiv1duación que es algo social; su esencia

304
en d contenido encierra siempre, como en Sufter, un grano de af1r-

305
••
, maci6n. Ese resplandor que hoy tienen las obras de arte para las
que cualquier afirmación se ha hecho tabú es la aparición de lo
quier obra ele arte actual, induso las radicales, tlerie su tasgó rofi•
'servador. Su misma existencia ayuda a robustecer las '7f,eras del
••
afirmativo ineffabi/e, la aurora de un no-ser, pero como si fuera. Su
exigencia de ,ser .se apaga en la apariencia estética que no es nada,
pero que prollléte·serlo por el hecho de que aparece. La correlación
espíritu y de la cultura, cuya real impotencia y cilya compliadad con
el principio de la desgracia están a la vista en toda su desnudez.
Pero este rasgo conservador, más opuesto a la integración social en
••
••
entre ser y no ser 'es la' figura ·utópica del arte, Aunque se siente las obras avanzadas que en las moderadas, no merece d;5apa~.
empujado hacia una negatividad no, es, gracias a esa negatividad, Sólo es posible resistir al dominio omni~tente de la ,totali~ soaal
algo absolutamente negativo. Esta esencia antin6mica de su resto si el e.snfritu. en su forma más or02restSta, sobrevive V stl?lle en

,.••
aéirmaúvo no · se encuentra en :ias obras cíe arte en virtud de su acción. Üna humanidad cuyo espíritu más progresista no se adueña~
actitud frente al ser, frente a la sociedad, sino que es inmanente a de las fuerzas que tratan de liquidarla, se hundiría en esa. barbane
ellas y las ilumina con luz de atardecer,' Ninguna belleza puede hoy a la que debe detener .una ordenación racional de la s~~d. El
evitar la pregunta de si realmente bella o si ha dejado de serlo por arte aun como meramente tolerado en .un mundo adm1mstrt1do,
causa de una afirmación no nacida de un proceso. La repugnancia enci:ma cuanto no se deja dirigir, cuanto está oprimido por esa
ante el comercio del arte es, en otra clave, la mala conciencia del arte
que se excita ante el sonido de cualquier acorde, ante el brillo de
cualquier color, La crítica social del arte no necesita llegar a él desde
general dirección. Esos tiranos, no muy distintos de los griegos, han
sabido por qué prohibían las ?br~ de ~kett, en las que no ~a~ una
sola palabra 'política. La legltunactón soaal del arte es su ~SOCl~dad:
••
fuera, sino que madura internamente, en las formas estéticas mismas. ,
La creciente sensibilidad respecto del sentido estético se acerca asin-
tomáticamente a la sensibilidad social contra el arte. Ideología y
Para conseguir la reconciliación las obras _de arte auténticas ~e,:ien
que borrar cualquier recuerdo de recon~a~~n. Ta!flpoco .~•tiria
esa unidad, en la que no faltan factores di~a~vos, s1 n? existiera la
••
verdad artísticas no son como ovejas y cabritos. No existe la una sin
la otra y esta reciprocidad es una tentación para el abuso ideológico
y para esos procediniientos sumarios del estilo que quiere partir de
vieja reconciliación. Las obras de arte, a prum, son SOC1almente cul-
pables, mientras que cada una de ellas, que merezca tal J!Ombre, tra-
ta de borrar su culpa. Su. posibilidad de su~ivencia es~ en que ,
••
••
cero. Sólo hay un paso entre la utopía de un arte que fuera· igual a sus esfuerzos hacia la slntesis · pertenecen también al ámbtto de lo
si mismo y el hedor de las rosas celestiales que · el arte desparrama no reconciliado. Pero sin la ·slntesis que enfrenta la obra de arte
,¡_obre la vida terrestre, como las mujeres del Discurso interminable . como algo aÚtónomo con la realidad '!º existiría má_s ~e la maldi-
de Schiller. Al irse transformando la sociedad,.y sin avergonzarse, en .
esa totalidad que prescribe á todas las· cosas y también al arte el valor ·
que hayan de tener, éste se polariza cada vez más en ideología y pro-
testa. Y esta polarización difícilmente Is. será beneficiosa. La protes-
ción de ésta. El principio de la separactó!1 .Y autonomiz~aón del espi-
rito, que sirve para extender esa maldict6n, es también lo que la
quiebra al darle determinación. ••
ta absoluta sirve para estrecharlo y penetra aun en su misma raison
d'hre, mientras la ideología se va: afinando hasta convertirse en po-
bre y autoritaria copia de la realidad. ·
ACEPTACIÓN DEL ARTE DE VANGUARDIA ••
Que la tendencia nominalista en arte hasta el. extr~m'? de la d~s-
trucción de categorías de orden anteriores tenga 1mphcactones •~- ••
En µ'. cultura que ha resucitado tras la catástrofe de la guerra, el
arte, p<>i su limpia existencia y antes de cualquier contenido y de
les es algo que se vuelve evi~ente !i se refl~ona sobre )os enemigos
del arte nuevo, incluido Emil Stetger. Su s~pa!18 hacta lo ~ue en
su lenguaje se llama «imagen conductora• (Le1t~1ld) es una stm~atla
hacia la represión social y a veces sexual. La uruón en1r<; un~ actttud
••
cualq~~ triunfo, encierra en si un elemento ideológico. Su falsa rela-
ción con . los.. horrores sucedidos o amenazantes le condena a un
cinismo. del q~e sólo se ~pa cuando lo enfrenta. Su objétivaci6n
socialm t reaccionaria y el odio el arte moderno la ihun10an los
análisisdd camcter que gusta de som~ a la autoridad, .la ~n- ••
••
i firman las viejas y nuevas propa~das fascts~ y la descubre la m- ,
~uiere una cierta frialdad frente a la realidad. Esto le degrada vestigación empírica sobre la soaedad. La ua contra la su~esta ,
hasta convertirle en cómplice de la barbarie en la que necesariamente destrucción de sacrosantos bienes de cultura, que por esto =mo
caería si renunciase a la objetivación y participase inmediatamente ya no pueden &er objeto de experiencia, es la tapadera de ~os deseosd
en su juego, aunque fuera mediante un compromiso polémico. Cual-

306
realmente destructores de los así indignados. Para la conctcncia o-

307
••

••

• llllnante, cualquier cosa que deseara cambiar separWose de lo yA
esclcrotizado es católica. Quienes más se indignan contra la anafqllfa ·
tener sobre s{ misma para poder continuar como es. La conciencia·
"llominante no pu¡eoe liberarse de su propia ideología sin daliar la con-
• del l!tte !11oderno, ~otra esa anarquía de la que en general no se está servación de la sociedad. Esto es lo que hace q11e resulten relevantes
e muy ale¡ado, son sm embargo los que se equivocan siempre por su ~: · controversias estéticas aparentemente accidentales,
b~rda falta de info~ación al nivel más sencillo, por su dcsconoci-
¡
• miento de lo que odian. Pero tampoco se puede discutir con· ellos
• en_ es.re_ p~to,. p~rque sobre lo que están decididos a rechazar por MEDIACIÓN ENTRE ARTE Y SOCIEDAD
prmctp10 ~• s1qu1er! _d~sean hacer ~xperi:ncias. La culpa que en
• todo ello tiene la divmón del traba¡o es mnegable. Quien no esté El hecho de que la sociedad «aparezca,. en las obras de arte, tantri
• es~alizado no puede entender sin más _los progresos de la nueva en las palé.micas como. en las ideológicas, puede conducir a mistifica-.
física nuclear, como tampoco podrá comprender quien no esté den- dones histórico-filosóficas. La especulación puede caer con mucha·
• tro de ese mundo las complejidades de la nueva música o de la nueva facilidad en una armonla preestablecida organizada por el espfritu del
• pi~tura .. Pero mientras acepta la incomprensibilidad de las últimas , mundo entre· sociedad y obras de arte. Pero la teoría no debe capitu-
tesis físicas porque confía en la racionalidad, comprensible virtu;tl- lar ante p estudio de sus relaciones. El proceso que acontece y llega .
• mente por todos, que lleva a esas tesis, tachará de arbitrariedad ·es- a térmiiio en. las obras hay qi,e pensarlo como teniendo el misn,o
• q~izoide al arte nue_vo, aunqu! lo, estéticamente incomprensible, !~ sentido Que el proceso social. Dicho con una fórmula leibniziana, las
rrusmo q~e 1~ esotérico de la ~encta, puede ser superado por medio obras reflejan ese proceso social sin ventanas. La articulación de los
e de experienctas. Y el arte sólo puede hacer realidad su universalidad elementos de una obra para constituir un todo obedece a leyes. in¡nii-
humana por medio de una consecuente división del trabajo. Lo de- nentes• que están emparentadas con las leyes sociales. Las fuerzas y
• más es falsa conciencia. Obras de calidad estructuradas en si mis- las relaciones de producción de la sociedad, como· meras formas y va,
• ma, son objetivamente menos caóticas que' esas· otras, innumerables, ciadas de su facticidad, reaparecen en las obras de arte porque el
que presentan una fachada oroenada mientras que la configuración trabajo artístico es un trabajo social y lo mismo los productos artls-,
• que hay tras ella se encuentra deshecha. Pero esto importa poco. El ricos. Las fuerzas de producción en la obra de arte no son en ~{'mise' ·
• c_aráct:r burgués se hall_a profu~d~mente inclinado a asirse a lo nega- mas diferentes de las sociales, sino sólo por su ausencia constitutiva
tivo sm reparar en me¡ores op101ones. Constituye una parte impor- de la sociedad real. Apenas si hay algo que pueda ser hecho o ptó-
• tante de la ideología el hecho de que nunca se crea totalmente en ducido en arte que no tenga su modelo, por muy latente que esté,
e ella y avance así desde su autodesprecio a su autodestrucción. La en la producci'ón social. La gran fuerza de las obras de arte má,í
, conciencia medio formada se atrinchera en el «me gusta» y sonríe allá del circulo de su inmanencia se funda en esa afinidad. Aunque
• entre cínica y perpleja, ante el supuesto de que ese desolladero de b las obras de arte son realmente mercancías absolutas, lo .mismo que
• cultura se ha fabrica~o expl{ci~amente _para ~afiar al consumidor. ese producto social que se ha desprendido de toda apariencia de .
El arte, como~ ocupactón del Uempo libre, tiene que ser agradable ser-para-la-sociedad -apariencia, que las otras mercaridas retienen
e y no comprometedor. 5i; d~. cuenta d~ este en~año porque·eh gené- decididamente--, sin embargo la relación determinada de produc- .
• ral. sospecha!' q~e el princtp10 de su sano realismo es el engaño •de ción, la forma de mercancía, penetra en las obras de arte lo mismo
lo igual por lo igual. Dentro de esa falsa conciencia que es enemiga que en. la fuerza de producción social, como también penetra el anta-
e d_el arte se desarrolla_ el momento ficticio de éste, su carácter aparien- gonismo entre ambas. La mercancla absoluta se verla as{ libre de la.
• c,al rlentm ~P. 1A ,:nr:'Pf"lacf hnrnHP~!J:. -~'.! ~-~~!'~!!•.'~ ~~!~g'5!'!~~ !'~~~- i.,.lp,nlocf!:11 nnP. N in1tfn~ece a la forma de mercanda v aue oretende .
to al consumo artístico es el del mundus vult decipi. Por esto consi- que .;a ~- para-otro mientras que, irónicamente, es un para-si: esro
• deran depravada ~alquier experiencia artística aparentemente inge- es lo que es para quienes las administran. Tal• cambio de ideología
• nua _Y _que ad de¡a_ d~ serlo. Objetivamente hablando, la conciencia pertenece en verdad al contenido estético, pero no in1!'ediat'1lili:;nté ·
dommante se converurá en una .conducta endurecida porque quienes a la postura que el arte sostiene ante la sociedad. La misma mercan- .
e están del todo sqcializados tienen que fracasar ante el concepio de da absoluta sigue siendo vendible y se ha convertido en el.«mono- ·1
madurez, aun estética, postulado por ese orden que creen suyo y al polio natural». El hecho de que haya obras de.. arte, como vasos,Y•: ·:
• 9ue se agarran a cualquier precio. El concepto critico de la sociedad, estatuHlas antiguas, que salgan a subasta no ·es un abuso, sino senci0 ·'
e inherente a ~s obras _de arte auténticas sin que ellas tengan que ha- llamente una consecuencia de la parte que tienen en el arte 'las
• cer nada; es 10compat1ble con el concepto qué a la sociedad le agrada relaciones de producción. Un arte que rió tenga nada de ideología es
• 308 309

----··. -----.
••
imposible, Y ello no es. así por su mera antítesis con la realidad em• fin el espíritu de reconciliaci6n y ya no se pudo salvar el principio ••
plrica. Sartre 18 ha subrayado cori razón que el principio de /'art pour
l'art que desde Baudelaire había prevalecido en Francia ( como en
Alemania) sobre el ideal estético del arte como presión moral, fue
ele l'art pour l'art. Por esto mismo la situaci6n general del arte está
hoy llena de aporías. Si olvida su autonomía, entra en el ámbito d~
~: · la sociedad existente; pero si permanece estrictamente para sl, enton• ••
recibido con gusto por la burguesía porque vela en él una forma dé
neutralización. En Alemania ese principio hizo que se considerase al
arte como camarada federal en traje típico, y .as! quedó sometido
i
'
ces queda también integrado como uno de los fenómenos que · no
tienen importancia. En esta aporía aparece el ·1otalismo de la socie-
dad que se traga todo lo que suceda. Que las obras de arte renuncien ••
••
a los coµ(róles del orden social. Lo aue hav de ideol6eico en el nrin. a l!ll rnmnniroriñn pe: nna rnn..liMAn nPrP-CdÑ!:11 nP1'n nn cnf1riPnh:a Jp
cipio de. t'itrt pour l'art no depende ·de esa ·antítesis respecto
a la
tea•. su esencia no ideol6gica. El criterio central ~ ia fuerza de su ~rf··
lidad empírica que es el arte, sino de que esa antltesis se wclva . si6n, gracias ·a cuya tensión las obras de arte con un gesto sin pala

••
abstracta. y facilona. La idea de belleza sobre la que se asienta el · bras se hacen elocuentes. Por su expresi6n las obras de arte aparecer,
principio de l'art pour l'art no tiene por qué ser formal-clasicista, como heridas sociales, la expresión es el fermento social de su au-
· por lo menos después de Baudelaire, pero prescinde de todo con- tonomía. El principal testigo de lo que decimos es el Guer11ica de
tenido perturbador que no quede de este lado de la ley de la forma, Picasso, que, por ser irreconciliable con el obligado realismo, consi•

•••
antiart!stico, por tanto, y no se someta a un canon dogmático de gue en su inhumana construcción esa expresi6n que lo convierte en
·belleza. Gcorge censura semejante cs¡,lritu en una carta a Hof- una aguda protesta social más allá de cualquier malentendido con-
mannstahl porque éste, en una nota sobre la muerte de Tiziano, hizo templativo. Las zonas socialmente críticas de las obras de arte son
morir al pintor de peste .,. El concepto de belleza de l'art pour l'art aquellas que causan dolor, allf donde su expresión, históricamente
está propiamente vado, pero a la vez es función del tema elegido,
una característica del Jugendstll, que se manifiesta en las fórmulas de
Ibsen sobre las hojas de vid en el pelo o sobre la muerte rodeada de i
determinada, hace que salga a la luz la falsedad de un estado social.
Contra esto precisamente reacciona la ira.
••
belleza. La belleza, incapaz de encontrar por sf misma su propia
determinación, ya que la consigue por su otro, como las ralees aéreas,
queda prendida en los lazos de una pretendida ornamentación. Esta
·\
1
1
CRÍTICA DE LA CATARSIS. PASTICHE Y VULGARIDAD
·1 ••
••
idea de lo bello es limitada porque no es más que la antltesis inme- Las obras de arte pueden apropiarse lo. que les es heterogéneo, su
diata de una sociedad que se rechaza como fea, en lugar de extraer implicación con la sociedad, precisamente porque son •iempre en si
1
su canlcter antitético y experimentarlo, como todavía hicieron Bau. mismas algo social. Su autonomía, conseguida con esfuerzo de ·la

••
dela:ire y Rimbaud, partiendo de su propio contenido, que en Baude- sociedad y nacida en ella, tiene la posibilidad de caer en la heterono-
laire fue la imagerie de Paris. Sólo de esta manera se convertirla la mia. Todo lo nuevo resulta más débil que la acumulaci6n de lo siem•
distancia en la irrupción de ilna negación determinada. Ha sido pre- pre igual y está siempre dispuesto a volver allli de donde procedió.
Ese «nosotros• que siempre se disimula en la objetivaci6n de las

••
cisamente la autarquía de la belleza neorromántica y simbolista, su
afectación frente a los momentos sociales, sólo por los cuales la for- obras no es algo radicalmente diferente de lo externo a ellas, aunque·
i. con frecuencia sea el residuo de algo realmente pasado. Por eso. la
ma serfa realmente tal, la que se ha dejado convertir tan rápidamente
llamada colectiva no es sólo el pecado original de las obras, sino ·que

••
en un bien de consumo. Nos engafia sobre el mundo de la mercan•
da precisamente porque lo deja en libertad y eso le da la calificación hay algo en su misma forma que lo incluye. La gran filosofla griega
de mercanda. Su latente carácter mercantil ha convertido; dentro no concede esa importancia tan grande a la influencia estitica por
de la estética, a las obras de l'art pour l'art en pastiches de los cuales mera obsesión polftica, mayor de lo que se puede esperar del tenor
hoy nos relmos. Se podrfa mostrar que .la antltesis más decisiva de
Rimbaud en su artistici~mo respecto a la sociedad; y la acomodación,
o mejor el encantamiento de Rilke ante el aroma de las viejas arcas o
de sus ideas. Desde que se incluyó el arte dentro de la reflexión tc6-
rica ésta siente la tentaci6n, al levantarse sobre el arte, de subordi-
narle a sl misma y entregarle a las relaciones de poder. Lo que hoy
••
sus. canciones de cabaret no tienen relaciones entre sL Triunfó por
81 Jeen-Paul SARTIU!, «Qu'est-<:e que la L!ttérature» en Situatú,ns II,
se llama la determinación de su lugar tiene que salit fuera del maJ.
dlto cltciilo estético. Esa soberanla corruptible que prcscribc al arte
su lugar social le trata fácilmente, tr.as fiabcr despreciado su inma•
••
París, Csllimard, varias eds, '
80 CI. Briefwechs,l :rwische11 George u11d Ho/m111rnsthal, ed. por R. J!oeh.
ringcr, 2.• ed., Müncbcn und Düsseldorf, 1953, p. 42.
ncncia formal como un engalío ingenuo, como si no fuera otra cosa
que algo determinado por el lugar prescrito en la sociedad. Las cen·
••
.310 311
••
••
•• suras que Plat6n impone al arte según esté de acuerdo o no con las
virtudes militares de su uiópica comunidad, su encono totalitario
dutti6n, de su propia objetividad y lo ha recomendado fre11te al pú-
blico. As! ha sido como el principio de I'art pour l'art se ha conver-

•• contra la real o fingida decadencia, incluso su aversi6n contra las


menúras de los poetas, que no son más que el carácter apariencial
del arte, su deseo, en fin, de integrarlos en el orden establecido, todo
tido en la cobertura de su contrario. La charlatanería sobre la <leca-
'. dencia tiene raz6n al afirmar que la diferenciaci6n subjetiva es un
aspecto de la debilidad del yo, la misma debilidad por lo d~más que

••
la de los clientes de la industria .de la cultura, que tan bien la ha
esto mancha el concepto del arte en el mismo momento en que, por sabido valorar El pastiche no es com~ lo cree la confianza en la for-
primera vez, se vuelve reflejo. La purificación de los afectos de la maci6n un m~ro desech,; del a;te, nacido de una adaptación infiel,
Poética aristotélica, aunque no apoya tan al descubierto los intereses sino q~e amenaza siempre, en esas circunstancias que siempre vuel-

•• dominantes, sin embargo los sigue preservando al señalarle como ta-


rea a su ideal de sublimación• artística, en vez de la satisfacci6n real
de los instintos y necesidades del público, la de crear la apariencia
ven, con aparecer desde dentro del ~rte. ~u:19ue el pastiche, _com?
un duende, se escapa siempre cualqm~r dcfinm6n,. au.~ de la h1st6r1-
ca una de sus características más pertinaces es la f1coon -y la neu-

•• estética como satisfaéci6n sustitutória. La catarsis' es una acci6n puri-


ficadora en contra de los afectos que está de acuerdo con la ·opresi6n.
Por eso ha quedado anticuada como parte de la qiitologfa artística,
tr;lizaci6n- de afectos que nq. se dan. El pastiche es una par~ia de
la catarsis. Pero esta misma ficci6n produce obrss de arte exigentes
y es esel].cial al. arte: ser archivo de sentimien~os re~linente existen-

••
e

como inadecuada a sus efectos reales. Son las mismas obras de arte tes, ser repeúci6n de si misma, como las materias pr1mas, son·rasgos
las que han conseguido lo que los griegos proyectaron sobre su efec- perfectamente ajenos al arte. Es inútil querer trazar en abstracto los
to exterior: en el proceso entre forma y contenido ellas son su propia limites entre ficci6n estética y pastiche, porque éste se da en todo

•• catarsis. La sublimación, aun la aristotélica, participa ciertamente en


el proceso de la civilizaci6n y en el del arte, pero tiene su lado ideo-
l6gico: al ser el arte un sustituto y al basar sobre una mentira la
arte. La tarea de excluirlo es uno de los esfuerzos más desesperados
de la actualidad. En forma complementaria de .esos sentimientos que
hoy se producen y se venden ~xiste !~ c?tegoría d~ lo vulgar, que

•• sublimaci6n, la despoja de aquella dignidad que todo el clasicismo


reclama en su nombre, clasicismo que ha durado más de dos mil años
defendido_ por la autoridad de Arist6teles. La doctrina de la catarsis
también se encuentra en cualqmer sentimiento vendible. Qué sea lo
vulgar en las obras de arte es. tan difícil de responder como la .pre-
gunta planteada por Erwin Ratz de por qué el arte,. que por _su pro-

•• imputa al arte ese mismo principio que, después, la industria de la


cultura se ha apropiado. Pero existe la duda fundada de si esos di-
chosos efectos aristotélicos se han dado alguna vez. Porque el arte
pio gesto es una protesta contra la vulgaridad, puede. quedar integra-
do en ella. Lo vulgar representa, en forma mutilada, ese elemento
plebeyo que el llamado arte elevado deja fuera de sl. Pues cu~ndo el

•• como sustituto pudo muy bien haber incubado esos mismos instin-
tos reprimidos. La misma categoría de lo nuevo, que representa en
las obras de arte lo que todavía no ha existido y el término hacia el
arte se deja inspirar, sin inmutarse, por temas plebeyos, adquiere un

por dejadez: cuando apela, a veces con humor, a la conc1enoa defor-



peso que es lo contrario de la vulgaridad. El arte llega ·se_r vulgar

•• que se trascie.nden, ostenta siempre la impronta de lo siempre igual,


aunque .con ·nueva cobertura. La conciencia todavía hoy encadenada
no es dueña de lo nuevo ni siquiera en imagen: puede soñar sobre
ello, pero, propiamente, no ha soñado todavía lo nuevo. Aunque la
mada y le sirve de apoyo. Esta conciencia se parece en su concepto
al del dominio porque éste suele poner en el debe de las culpas de
la masa Jo que ha hecho de ella mediante un proceso de domestica-

•• emancipación. del arte s6lo fue posible a causa de la aceptaci6n del .


carácter de mercancía en cuanto apariencia de su ser-en-sí, la poste-
rior evoluci6n ha expulsado de las obras de arte ese carácter. El
ci6n. El .arte desprecia a la masa porque aparece aMe ella como lo
que ella podrla ser, en lugar de adaptarse a ella e1; obr~s. de~enerad~s .
Lo vulgar en arte, socialment.e hablando, es la 1denuf!cac16n sub¡e-

•• T,f.••TT~ H ••••••

arte a la vida y con las sensaciones de Wilde, D'Annunzio y Maeter-


linck, preludios de la industria de la cultura. La progresiva diferen-
•••
J ".1',CflUJUJ \.UJitUVJ.U llV !)V\.:U CH C'UU l'.Ufl ~u 1oeo1ogrn ae 13 VUClta aet
tiuai rnn lA haiiP?:ai nh1Ptivai T .A mM.!1 on?.A ,-1~ fnf"m!ll rPairt1uA. rnmn rnn
rabia, de lo que se Íe quiere ve,dar, ~actitud produci~a por su propio
fracaso que quiere gozar, usu1:Pan~olo, de lo q1;1e es incapaz. ~s !"era

•• ciaci6n subjetiva y la elevaci6n y ampliación de los estimulas estéti,


cos han hecho que éstos sean manejables. Ya pueden ser producidos
con vistas al mercado cultural. Se ha hecho al arte estar de acuerdo
ideología afirmar que el arte inferior, como evidente entretenimiento
social, sea legítimo. Tal evidencia. es ~6la la expresión de .~na repre-
sión omnipresente. Modelo de vulgaridad estética es el nmo que en

•• con las reacciones individuales más pasajeras, lo que ha. colaborado


a su cosificación. También su semejanza creciente con lo que, subje-
tivamente, pertenece a la física, ló ha alejado, al extenderse la pro-
un anuncio publicitario cierra los· ojos con picardía mientras está.
comiendo su trozo de chocolate como si fuera pecado. En lo vulgar·
reaparece lo reprimido y con las huellas de la represi6n. Es la expre-

•• . 312 313
••
sión subjetiva del fracaso .de esa subliniación que el arte tan celosa-
men_te alaba considerándola como catarsis y que se apunta como
ción de un puebio liberado, sino el del pueblo como complemento
de la sociedad de clases, el del universo estático de los electores con
1
••
ménto parque advierte que ni él ni la cultura en general lo habla
consegwdo. hasta hoy. En la época de la administración total no
necesita el arte humillar a los bárbaros que esa sociedad ha fabrica-
el que hay que amtar.

Acnnm
••
••
do. Es suficiente que robustezca esa barbarie; que se ha .ido sedi- FRENTE A LA PRAXIS
mentando subjetivamente desde siglos, por medio de sus propios
ritos. El hecho de que todo aquello . a lo que el arte exhorta no El concepto amtrario del proceder estético es d de la trivialidad,
• • 11 • • • .. .. • ·- • • .o.-----L- -- -••-'--- ____ ._ __ --- _, .J .. ,_ •-•'-- .. __ .;,_ .J:t.,_..,.._.,_ .J.
~

••
cA1:iu1 1cvaiua. ww wraua protesta; Cl ane se na rranstuncuao a 1a
ima¡¡en de lo _otro y ha quedado contaminado. Lo vulgar, encerrado, ;;~e;dif~d~~~v~~•;Jii ;¡;~~ d'"ahde. i:';;;i;arldad ~-;-;;~~
de f?rma gerual a veces, por la burguesía emancipada en sus clowns, de avidez. La proscripción de la trivialidad en el trabajo espiritual

••
sel'Vldores y papagenos, tiene hoy sus arquetipos en esas gesticulan- cómplice también socialmente del refinamiento estético, posibilita
tes beIIezas propagandísticas, en cuyas alabanzas se unen los anun- de modo inmediato obras de un rango -más devado que d trabajo
cios de todos los países con el fin de vender pastas de dientes y con corporal. Pero en la autoconciencia del arte y de los que reaccionan
las que los hombres que se saben engallados por tanta beIIez~ feme- estéticamente ante lo mejor en sí, está claro que el arte aspira a algo
. nina suelen ~ r ~s blanquísimos dientes y .hacen as{ resplan-
decer, con santa mocencia, la verdad que puede tener el brillo de
n?estril cultura. ~te tipo de obra interesada, por lo menos, es perci-
más. Necesita la corrección permanente de este momento ideológico.
Es capaz de esa corrección porque, como negación de lo práctico, es
tambiés] praxis, y no sólo por su génesis, por el hacer que cada obra
••
bid? por la vulgan~ad. Pero ~ no ser dialéctica, imita siempre y sin
vanaaioncs lo hwnillado soaalmente y carece así de historia. Los
gra/liti celebran su eterno retorno. El arte no marca con el tabú de
necesita. Como su contenido se mueve en sí mismo y no pe.,.rnanece
igual, las obras de arte se convierten, en virtud de su historia, en
formas prácticas de comportamiento y se vuelven de nuevo a la
••
la vulgaridad ninguna dase de tema •. La vulaaridad está en la rela-,
ción que se tenga con ese tema y ron aquéllos a los que se apela.
Y la extensión que ha adquirido hasta amvertirla en totalidad se ha .
realidad. Aquí el arte tiene el mismo sentido que la teoría. Está re-
pitiendo en sí mismo, en forma modificada, y si se quiere neuttali-
zada, la praxis y as{ es como adopta su postura ante eUa. Las sinfo-
••
tragado entretanto cuanto de noble y sublinie fermentaba. Es uno de .
los motivos de la liquidación de lo trágico, que terminó con los fina-
les de acto de las operetas ~e Budspest. Hoy hay que rech~ t.odo
nías de Beethoven son, hasta en su quimismo más secreto, el proce-
so de producción burgués como expresión de la desgracia perpetuada
· que lleva cosigo. Pero a su vez, por sil .gesto de afirmación trágica,
••
lo que aparezca como arte ligero, pero también todo lo sublinie, an-
títesis de la cosificación, as! como también presa de clla. Lo sublinie
·ha quedado vinculado desde los dtss de Baudelaire con la reacción
se convierte en un fait social: las cosas tienen que ser tal como son y.
por eso son buenas. Esa música forma parte del proceso revolucio-
nario de emancipación de la· hurgues/a y anticipa la apologética del
••
politica, como si la democracia como tal, la categoría cuantitativa de
la masa, fuese el fundamento de la vulgaridad y no esa opresión que
continúa en medio de la democracia. Pero también hay que ser fieles
núsmo. En la medida en que se descifra con profundidad una obra
de arte, su oposición a la praxis deja de ser absoluta .•También ella,
es distinta de su seriedad y de su fundamento, es esa oposición y se
••
a lo noble en arte, con tal que refleje su propia culpabilidad, su .com-
plicid8;(1 con_ los privilegios. Su refugio es: sólo el acierto y la fuerza
de res1stenaa de la .forma. Lo noble por su parte se torna en nega-
abre a las mediaciones. Las obras de arte son menos y más que la
praxis. Menos, porque no. se lanzan a aquello que tiene que realizarse
como Tolstoi dejó formulado de .una vez por ·todas en la Sonata a ••
tivo y en vulgar si se establece a sí mismo como tal, ya que hasta hoy
no ha existido nada noble. Desde el verso de Holderlin ya no hay
nada santo a lo que pueda acudirse"', y en lo noble late esa contra-
Kreutzer. Quizá tratan de hacerlo de forma secundaria, aunque su
eficacia es menor que la que Tolstoi. supuso con su actitud ascética
de renegado. Su verdad no puede separarse del concepto de humani-
dad. A través de todas las mediaciones y todas las negatividades son
••
,dicd6n que percibe el jovencito que lee con simpatía un diario socia-
lista a la vez que siente repugnancia por su lenguaje y su actitud
corriente secundaria en esa ideología de la cultura para todos. Es qu~
. imágenes de una humanidad cambiada y si· prescinden de esa modifi-
cación no pueden llegar a ponerse de acuerdo consigo mismas. Pero ••
realmente eI .partido que toma ese periódico no es el de la potencia-

"' Cf. HilLDERLJII, o, c., vol. 2.', p. 230 (cl'regunu! un ella a la lllUSP).
d arte es también m;ls que la praxis porque al separarse de ella .
renuncia a la vez la estúpida falsedad de lo práctico. La praxis inme-
' diata no puede saber nada de esto hasta que la disposición práctica ••
314 315
••
••
•• del mundo no haya llegado a feliz término. La crlti~a que ejercita
a priori e1 arte es la de la actividad, criptograma del dominio. Por su
1
1
na de Preaching io the saveJ. Su programa de distanciamiento no
,guería otra cosa que invitar a pensar a los espectadores. El postulado

•• misma forma, la praxis tiende hacia algo que acabaría por destruirse
de acuerdo con la lógica de esa praxis. La violencia es inmanente a
ella y late aun en sus formas más sublimes, mientras que las obras
1

1
de Brecht de una conducta pensante converge admirablemente ·con
, . el de una actitud objetivamente cognoscente, que es lo que las obras
de arte autónomas e importantes esperan como actitud adecuada de :
•• de arte, incluso las más agresivas, están por la no violencia. Son un
memorial contra toda agitación práctica, contra todo hombre prác-
tico, tras el que se esconde el bárbaro apetito de la especie. Y ésta no
¡, quienes las oyen o leen. Su gesto didáctico sin embargo es intoleran-
te frente a la ambigüedad de la que brota el pensamiento: es autori-
tario. La reacción de Brecht ante la advertida ineficacia de sus piezas

••
'

llegará a ser auténtica humanidad mientras se deje dominar por ese didácticas pudo consistir en forzar la eficacia por medio de las téc-
apetito y se identifique con el dominio. La relación dialéctica entre . nicas de dominio de las que era un virtuoso, de la misma forma que
arte. y praxis es la de su eficacia social. Es dudoso que las ·obras de planeó la organización su propia fama. Pero Brecht también contri-

•• arte tengan eficacia política. Si así sucede alguna vez, se trata:·en ge-
neral de algo periférico. Si pretenden esa eficacia, suelen quedarse por
bajo de su propio concepto. Su real eficacia social es mediata, es la
buyó, y no en último lugar, a que la autoconciencia de la obra de
arte, que es una parte de la praxis política, se convirtiera en ella en
una fuerza .contra su .. ofuscamiento ideológico. El practicismo de

•• participación en el espíritu que modifica· a la sociedad por un proceso


subterráneo y se concentra en las obras de arte. Tal participación sólo
la adquieren por su objetivación. La eficacia de las obras de arte es
Brecht fue lo que conformó estéticamente sus obras y no se le puede
eliminar del contenido de verdad de ellas, contenido que se halla
fuera de un inmediato .contexto de eficacia. El agudo motivo de la

•• esa advertencia que. hacen en virtud de.. ~u misma existencia, y no .


aquella otra que la praxis manifiesta sugiere a su praxis latente.
Su auto':'om_ía .~tá muy distanciada de la praxis inmediata. Aunque
ineficacia social de las. actuales obras de arte que no se convierten en
cruda propaganda está en que para oponerse al omnipotente sistema
de comunicación. reinante tienen que renunciar a unos medios de..

•• la génesis h1stónca de las obras de arte las convierte en un conjunto


de efectos; las obras no desaparecen· del todo en él. El proceso que
se realiz(en toda obra tiene eficacia como un modelo de praxis posi-
comunicación q~e son los que podrlan llevarla hasta el pú\:,lico. Las
obras de arte uenen su eficacia práctica en una modificación de la
conciencia apenas concretable,y nó en que se pongan a arengar. Por

•• ble, en la que se constituya algo así como un sujeto colectivo y sea lo demás, los efectos de la agitación pasan pronto, posiblemente
eficaz socialmente. Lo poco importante que es la eficacia en arte se porque las obras de arte de este tipo se perciben bajo el denomina- 1
corresponde con la importancia de su propia config,Úación, que es dor común de la irracionalidad. Este principio del que no se despren-

•• la realmente eficaz. Por esto el análisis crítico de la eficacia no nos den deshace la eficacia práctica directa. La configuración estética de
dice demasia,d.o. sobre lo que encierran las obras de arte por su ca- la obra es la que la libera de esa contaminación preestética entre
rácter de cosas: Algo así podría ponerse de manifiesto en los efectos arte y realidad. El distanciamiento, que es su resultado, libera a su

•• ideológicos de Wagner. Lo falso no. es la reflexión social sobre las vez el carácter objetivo de la obra de arte, pero también libera la
obras dé arie ·y su quimismo, sino •~a ordenación. social cju~.·viene conducta subjetiva, deshace identificaciones primitivas, consigue que
desde arriba y que es indiferente a las tensiones entre .contenido y sus recipiendarios no sean sólo personas empírico-psicológicas, sino
que adquieran una nueva relación con la cosa. Sub/etivamente, el

••
eficacia. La amplitud de los efectos. prácticos de las obras de arte
no se determina sólo partiendo de ellas, sino sobre todo partiendo arte necesita alienación. Brecht lo apuntó en su crítica a la estética .
de la hora histórica en que aparecen. Las comedias de Beaumarchais de los sentimientos. Pero el arte es práctico al convertir a quien' lo

••
no encerraban ciertamente un compromiso social al estilo de Brecht experimenta y sale de sí mismo con un l;ü,ov irol,Htxóv. Objetiva-
---·-· - .1 --· • " -~ • • . . .•
v tic 3an.rc, pcru [uvicrun rcaimenrc un cÍecro poiírico porque sus u~'-•H'- ...~ Q,lLI;; ~ pJ.a~'\..u, \.uuiv 1unua1,;1u11 ot: 1a conc1enc1af pero s010
sólidos contenidos estaban en armon!a con una línea histórica que en puede llegar a serlo si no cae en charlatanería. Quien objetivamente
ellas se vio adulada y con ellas disfrutó. La eficacia social del arte se enfrenta a una obra de arte difkil será que pueda entusiasmarse

•• es paradójica por ser de segunda mano. Todo lo que se atribuye a su


espontaneidad depende a su vez de fa tendencia social general. Por
el contrario, la obra de Brécht, que él quiso modificar más tarde a
con ella, como quiere el concepto de· ¡a interpelación directa. Una
cosa así sería incompatible con la. actitud cognoscitiva apropiada al.
carácter cognoscible de la obra. Al enfrentarse las obras de arte con

•• partir de su Juana de Arco, fue probablemente impotente frente ,a


la sociedad y cualquier observador prudente diflcilmente pudo en-
gañarse al respecto. A su eficacia le viene· bien la fórmula anglosajo-
las necesidades dominantes, al modificar la iluminación de las' cosas
acostumbradas! hacia las cu·a1e; también tienden, consiguen respon-
der a la neceS1dad objetiva de un cambio de conciencia que termina

•• 316 317
••
en un cambio de la realidad. Pero sí esperan coliseguÍr esa eficada
por cuya ausencia padecen, adaptándose a las necesidades existentes,
tlva de los espectadores. Esta vivencia debería brotar cuando por
,: . .._ejemplo, 11!1" inúsicadse presenta como excitante, pero en reali&d, si'
••
privan precisamente a los hombres de aquello que, si se toma en se-
rio la fraseología de la · necesidad y se emplea contra ella,· podrlan
darles. Las necesidades estéticas son vagas e inarticuladas. Los ex-
es que qwere enten er algo, tiene que permanecer emocionalmente
i:. tanto más distante cuanto con más insistencia gesticule la cosa. Diff.
cilmente p~a la ciencia imaginarse algo más extraño al arte que ••
pertos de la industria de la cultura no. las han podido alterar tanto ·
como quiei:c;n hacer creer ni como se supone. El hecho del fracaso de
la cultQtll ;implica que las necesidades culturales, separadas de la
-·A_,., . .---..
esos expenmentos que imaginan poder tomar el pulso a la eficacia
y a _la viv<:>cia estéticas. Son turbias las fuentes de que extrae esa
eqwvalenaa. Lo que se supone que tiene que ser vivenciado en el
se

• !

••
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' ten. L.a •necesida,f misma del arte es ampliamente. ideológica, pues mtentOS del autor, es sólo un momento parcial de las obras y ciert11~
se podrfa,,vivir sin arte no sólo objetivamente, sino aun dentro del n:iente no el decisivo. Las obras de arte no son protocolos de excita•
ámbito anímico de los consumidores, quienes han cambiado sus gus-
tos sin esfuerzo al variar las condiciones de su existencia, pues sus
'gustos siguen la ley del menor esfuerzo, En una sociedad en que los
Clones -tales protocolos son en cualquier caso muy poco agradables
a los espectadores y es lo último que ellos «vivencian1>--, sino que
quedan radicalmente modificadas por su interna autonomía. La al- ••
hombres han perdido la costumbre de pensar más allá de si mismos,
todo aquello que supera la mera reproducción. de sus vidas o cuya no
necesidad se les ha inculcado, se vuelve superfluo. Esta es la verdad
ternancia entre el elemento constructivo y el mimético-expresivo del
arte se ve sencillamente sustraída o por lo menos falseada -en la
teoría de la vivencia. No existe esa supuesta equivalencia: lo más ••
de la rebelión contemporánea contra el arte: en un mundo de incon-
gruencias que se repiten absurdamente, de una barbarie cada vez más
extendida, de una omnipresente amenaza de una cátástrofe total, los
que se consigue con ella es aislar limpiamente un factor que es sólo
particular. Pero separado del contexto estético y trasladado de nuevo
al mundo de lo empírico, se lo convierte por segunda vez en ,ugo ••
••.¡
fenómenos que no interesan para la conservación de la vida adquie' distinto de lo que era en el interior de la obra. El sacudimiento pro•
ren un aspecto irrisorio. Aunque los artistas pt¡eden mantenerse ducido por una obra de arte importante no hace de ella un excitante
indiferentes respecto a ese negocio de la cultura que todo se lo tra-
ga sin excluir lo mejor, ese ambiente comunica a cuanto crece den-
tro de él algo de su indiferencia objetiva. Lo que ya Marx sospe- .
chaba, con cierta ingenuidad, sobre las necesidades culturales en el
interior de los estándards generales de la cultura, encierra su dialéc-
tica en el hecho de que honra más a la cultura quien renuncia a ella
de emociones propias que estaban reprimidas. Semejante fenómeno
pertenece a ese instante en el que quien contempla la obra se olvida
de sí mismo y desaparece en ella, pertenece al momento de la con•
moción. El suelo huye bajo sus ples; la posibilidad de verdad, que
encama la obra estética, se le hace presente y viva. Tal inmediatez,
en su sentido profundo, al relacionarse con las obras importantés,
., •.¡
y no participa en sus festivales que quien se deja cebar por su embu-
do de Nürnberg. Contra las necesidades culturales, los motivos no
son sólo estéticos, sino reales. La idea de la obra de arte pretende
a ~ sin em~argo como función,.de las mediaciones, de las experien-
aas más prestvas y envolventes. Todas ellas se condensan en el ins-
tante, por lo que éste necesita del conjunto de la conciencia y no sólo •
romper la eterna alternancia entre necesidad y satisfacción, pero no
corromperse ofreciendo satisfacciones trucadas a necesidades que
realmente quedan sin satisfacer.
de estímulos y reacciones aisladas. La experiencia del arte, al serlo
de su verdad o falsedad, es algo más que una vivencia subjetiva: es
1~ !rrupción_ de la objetivi~ en la conciencia subjetiva. Y esa obje- ••
EFICACIA, VIVENCIA, «CONMOCIÓN»
ttvtdad es siempre su mediaaón, aun en los casos en que la reacción
subjetiva es muy intensa. Muchas situaciones en la música de Beetho-
ven pertenecen a la sc~ne d fmre, aun quizá con los defectos de la ••
••
uesta en escena. La entrada de la reprise de la Novena Sinfonla ce-
r.
Todas las teorías. estéticas o sociológicas sobre la necesidad em•
plean ese concepto denominado, con expresión característica y pasada
de moda, vivencia. Su insuficiencia se puede comprobar en la es-
tructura de la vivencia artística, aun cuando en otros terrenos debe
ocurrir algo semejante. ~u presu¡;,u~to ~,s la a~ptación de ~ eq~-
valencia entre el conterudo de la v1venaa --<!icho de forme Sllllplis-
ta: entre la expresión emocional de las obras-- y· la vivencia subje-
ebra su aparición primera como resultado del proceso sinfónico.
Resuena como .un poderoso Así-es. La respuesta es la conmoción, a
la que sirve de resonancia el miedo ante su potencia; esa música, al
afirmarse, nos dice también la verdad sobre la falsedad. Sin necesi-
dad de_ juicios ~ obras de. arte ap~tan _como con el. dedo hacia su
contenido, pero sin convertirlo en discursivo. La reacct6n espontanea
del espectador es la imitación de la inmediatez de ese gesto. Pero la
l. ••
318 319
••
~~~=--==-=--= -~ ..

••
•• obra no se agota en él. La actitud implicada en ese gesto, una vez
integrado, se halla sometida .a la crítica de si la fuerza de su ser-asf
·~endo _el movimiento <;<>ntrario, tener ~encia de ~• obra de

•• y no de otril manera, .hacia la que tienden en virtud de_ su epifarúa


esos- instantes supremos de las- obras de -arte; es un- resumen de 11u
misma verdad. La experiencia total del arte, que finaliza en un jui-
·,_ arte relacionándola conS1go, no la expenmenta en realidad. Esto, .
'-·-qué se presenta como vivenáa, es sólo un _sustitu~vo pr?""dcnte de
füna sofisticación cultural. Y sobre el particular tienen ideas dema-
-·siado simplistas. Los productos de la industria ?C la cultura, i_nás

•• cio sobre la obra que ella misma no-es capaz de juzgar, exige esa
crítica y, por ello, el concepto. La vivencia es sólo un momento de
esa experiencia, pero un momento falible porque está afectado por
romos y estandardizados de lo que querrían quienes. los aprecan,
podrían impedir esa identific~ción q~e pret~den. La pregunta ~
bre lo que aporta a la humamdad la mdus_tna de ~ cultura es posi-

•• la cuadidad de haberse dejado convencer. Obras del tipo de la Nove-


na Sinfonla ejercen ciertamente una gran sugestión, pero la fuerza
que llegan a tener por su propia estructura escl más allá de sus
blemente más ingenua y su _efecto más mespedfico de _Jo que la
pregunta misma sugiere. El tiempo vado se ll~a con algo vad? y no
es una falsa concienáa lo que se .produce, smo que lo ya cxmente -

•• efectos inmediatos. En la música. posterior a Beethoven se hace re-


vertir sobre la sociedad esa 6ugestividad originariamente tomada de
-ella y en forma de agitación ideológica. La conmoción se opone ruda-
se deja ral como está, eso sí, después de muchos esfuerzos. _

•• mente al concepto usual de vivencia y no aporta satisfucción particu-


lar alguna del yo, ni se asemeja al placer. Más bien se la puede con-
siderar como un compendio de la liquidación del yo que, al sentirse
EL COMPROMISO

El momento de la praxis objetiva, interno al arte, se convierte en _

•• sacudido, conoce su propia limitación y finitud. Esta experiencia es


lo contrario de la debilitación del yo, pretendida por la industria de
la cultura. Para ella la conmoción es pretenciosa locura y ésta puede
intención subjetiva cuando la antítesis respecto a la sociedad se vuel-
ve irreconciliable, tanto por esa ·tendencia objetiva cuanto 1por la
reflexión crítica sobre el arte. El nombre que suele usarse para esto

•• ser la motivación más profunda del vaciamiento del arte. Para libe-
rarse, aunque sólo se_a un poco, -de esa cárcel que es él mismo, el yo
necesita no de la dispersión, sino de la máxima _tensión. La conmo-
es el de compromiso. Se trata de un grado de reflexión más ele-
vado que el que se produce en la mera tendencia, pues no s6l°- •~
trata de mejorar ciertos estados defectuosos, aunque :el cornpror_neti• ·

••
ción guarda esta tensión a cubierto de la tendencia a la regresión, do simpatice fácilmente con las medidas que a ello· s~-encamman,
aun siendo ella misma_ un proceder involuntario. Kant interpretó con sino·de algo más, a saber, del cambio de las cir;nnst11nc1as que hacen,
exactitud, en la estética de lo sublime, la fuerza del sujeto que es su posible esos estados sin contentarse con su bnllan~e propuesta. Por_· ',-,_

••
condición, La an_iqlll)ación · del yo ante el arte no puede entenderse eso el compromiso se inclina hacia la categoría estéuca de lo es~dal.
al pie de la letra, cómo tampoco su fortalecimiento. Pero como lo La autoconciencia polémica propia del arte presupane su e_spm~a-
que se llama vivencia estética es, en cuanto tal, algo psicológicamente lización. Cuanto más sensible sea contra la itrupoón de la mmedia-

•• real, con dificultad podría significar algo si se trasladara a ella el


cátácter apariencia! del arte. Las vivencias no son un como-si. Es
verdad que el yo no desaparece realmente en el momento de la con-
moción: el delirio que lo arrastra hacia la aniquilación es incompa-
tez sensible, con la que en otros tiempos se la identificó, t~to más
crítica será su actitud ante la realidad en bruto, prolongac_ión del
estado natural y que la sociedad trata de extender y reproductr. Pero -

•• tible con la experiertcia artística. Pero momentáneamente el yo per-


cibe. la posibilidad de abandonar su propia conservación tras sí, aun
cuando no sea capaz de· llegar a realizar tal posibilidad. La conmo-
no es sólo en el plano formal donde la reflexión crítica propia de la
· espirtiualización hace más cortante la relación ?el arte co~ sus conte-
nidos materiales. Al alejarse Hegel de la estética sensualista no sólo

•• ....:..<. ... _ ....: ..:~ .,..,.. .,,.,. ,...._,..,;,..,.....;,.. 1,. ,...., .. ..;,.......:,. ..... .,n _,.,.,. ... , ..,. .......... ln nJ... .
-·-~ ------- ...- -- -r~•---~---, ·-.r-------- --- --
jetividad: en su inmediatez siente el potencial objetivo como si estu-
viera actualizado. El yo queda cogido por la conciencia que, sin
r--·--- -u•- -- --
penetró en el camino de la_ espiritu~~6n del..art~, ~ino el?- ~ d,: la
acentuación <ie su conteniao mm:enat. ror mC'<.Uo oc: .1a apuuut1J.UA1•
ción la obra de arte se convierte en aquello que, sin reparos, se. creyó

•• metáfora, quiebra la apariencia estética: léconciencia de que lo defi-


-nitivo no es también apariencia, Esto hace que el arte se convierta
para el sujeto en lo que es en sl mismo, en portavoz histórico de la
era -su efecto sobre otros espíritus. El concepto. de compro~ no
hay que tomarlo demasiado al pie de la letra. S1 .,se lo convierte en
norma de censura; entonces reaparece aquel momento del -control

•• naturaleza oprimida, en crítica del principio del yo como agente in-


terno de la opresión. La_ experiencia subjetiva en contra del yo es
un momento· de la verdad objetiva del arte, Pero quien quiere, si-
dominante respecto a las obras de arte, al que ellas ya se ~nlan
antes de- cualquier compromiso controlable. Pero as.i quedan sm efec-
to categorías como la de tendencia y aun las otras más burdas qu~Ie

••
han sucedido, y su anulación ya no responde sólo a los deseos de- la
320 321

'l:
••
estética del· gusto. Cuanto ellas anuncian se convierte en contenido
material legitimo, en una fase en que las obras no pueden·encenderse
1
1.
,
,,
el que es
~sual afirmar, con una frase manida, que el arte tiene que
.J!alir de su torre de rnadil en esta época que celosamente s~ llama a
••
más que por el deseo y la voluntad de que cambien las cosas. Pero
esto no las dispensa de la ley de la forma. El mismo contenido espi-
ritual sigue siendo materia y las obras se encargan de agotarlo aun-
,,_ sí misma la de la comunicación de masas. Esta expresión es su deno-
f:. minador común. El buen. gusto de Brecht evitó la frase, pero la reali-
dad no fue extraña al positivista que habla en él. Estas dos actitudes ••
que su autoconciencia lo siga considerando como esencial. Brecht no
enseñó nada que no fuera ya conocido con independencia de sus
obras o no fuese familiar a sus esoectádores más avezados. Y en las .
se contradicen drásticamente. El. Quiiote puede_ haber procedido de
esa tendencia particular e irrelevante de dest:rw.r la novela de caba-
. llería que todavía se arrastraba, procedente de tiempos feudales, en 1
••
••
1 __ ..1 1_ 1--·--. __ ,_ ----·- ' - - · - n .... -·---~--. --•- ____ .J __ ,_ --'-'-'--'-·
A.V~ .... ~ U1 ... u.1.6,ui.;..,.1.a Q.~\;;.LU,.l.\;,LU,I,;; • 11,;1v, ~a.l..HID a, ~1.'- ......vu.~~-.v v1,.u1.... u.1.':',
.1,
teorlas contemporáneas estaba dimo de forma más. rigurosa: que los
ricos lo pasan mejor que los pobres, que existe la injusticia en el ha llegado a ser una obra realmente ejemplar. El antagonismo de los
mundo, que bajo la igualdad formal continúa la opresión o que _:,¿u. géneros litetarios del que Cervantes parti6 llegó a ser en sus manos
dosa sabiduría- ·el bien necesita la máscara del mal. Pero la forma
drástica y sentenciosa con que Brecht tradujo en gestos escénicos
tales tesis ·que no eran nuevas dio el tono a sus obras. Lo didáctico
el antagonismo de dos edades, la expresión auténtica, metaffsica en
definitiva, de la crisis de sentido inmanente en un mundo desencan-
tado. Obras que no tienen tendencia ningun~, CO!JlO el W ertbe~, ~ ••
le llevó a sus innovaciones dramáticas que sirvieron después para
,robustecer un teatro de intriga corrompido psicológicamente. Pero
esas tesis ·tuvieron en sus piezas una función completamente distin-
podido colaborar profundamente a la emanctpaa6n de la conaenaa
burguesa en· Alemania. Al configurar Goethe el choque entre la so-.
ciedad y ·los sentimientos de quien se sabe no amado hasta ~egar a ••
ta de la que pretendían ·con sus contenidos. En él se hicieron consti-
tutivas, dieron a sus dramas una calidad antiilusoria y colaboraron
a la desttucción de la· unidad del sentido. Esto es lo que les da su
la propia aniquilación, protestó eficazmente contra la endureada. pe-
queña burguesfa sin nombrarla. Pero los dos posiciones de censura
de la conciencia burguesa también tiene algo en común: que la obra
de arte no deba cambiar nada y que, tiene que estar ahí a disposición
••
calidad y no el compromiso, aunque esa calidad es parte del compro-
miso como su elemento mimético. La actitud comprometida de
Brecht empuja a la obra de arte en la misma dirección, por as\ decir,
de todos es algo que constituye la defensa del status quo. La una
defiende la paz de las -Obras de arte con el mundo, la otra vigila para
que se orienten de acuerdo con las formas sancionadas de la concien-
••
en que la empuja su fuerza histórica de gravedad: hacia su destruc-
ción. En el compromiso, algo que en la obra de arte, y en otros mu-
chos terrenos, está cerrado en sí mismo sale afuera a causa de su
cia pública. Y en la negación d~ status quo ~u!tan h_or convergen-
tes el compromiso y el hermetismo. La conaenaa cosificada ve. ~n
malos ojos cualquier ataque procedente del arte porque ella cosifica
••
utilización y dominio crecientes. Lo que las obras han sido en si mis-
mas Jo llegan a ser para si. La inmanencia de las obras de arte, su
distancia cuasi a priori del mundo empfrico, no· existir:lan sin la
por· segunda vez la obra de arte ya en sí cosificada. Su objetivaci6n
de ésta, contraria a la sociedad, la convierte la conciencia cosificáda
en neutralización social. La cara externa de la obra de arte queda
••
perspectiva de un estado real modificado por una praxis consciente
de si misma. En Romeo y Julieta, Shakespeare no hizo ciertamente
la defensa del amor sin defensas familiares, pero si no existiera el
asl falseada al convertirse en su esencia sin atender al modo en que
se ha formado, en definitiva a su contenido de verdad. Pero ninguna
obra de arte puede ser socialmente verdadera si no lo es t~~
••
••
deseo de un estado en que el amor ya i¡o estuviera mutilado ni con- en si misma, y. tampoco puede, redprocamente, una falsa conaenaa ·
denado por la fuerza patriarcal ni por ninguna otra, la realidad de social llegar a ser algo estéticamente auténtico. El aspecto social y el
lcis dos amantes lntimamente compenetrados no encerrarla esa dul- inmanente de las obras de arte no coinciden, pero tampoco son tan
zura que los siglos transcurridos después no han podido superar, la
utopla sin palabras y sin imágenes. El tabú con que el conocimien~
rodea todo lo positivo afecta también a las obras de arte. La eficaaa
es
absolutamente divergentes como quisieran tanto el fetichismo como
el practicismo culturales. La verdad de las obras, a causa de su_ es-
tructuración estética, apunta más allá de ésta y este más allá ttene ••
••
de las obras no la praxis; pero ésta se. oculta en su mismo cante- · valor social. Pero esta duplicidad no es ningún denominador común
nido de verdad. As! puede el compromiso convertirse en fuerza pro- abstracto que domine la esfera del arte consid~rado como un todo,
ductiva estética. En general, los gritos pro(eridos contra la tend~cia sino que deja su cuiio en cada obra de arte si.nf!U1ar, ya que es su
y contra el compromiso son igualmente subalternos. La preocupación
iaeológica de conservar pura la culiura responde al deseo de que en ·
la cultura, convertlda en fetiche, todo quede como en los viejos
tiempos. Tal degeneración no se lleva mal con su polo contrario, en
demento vital. El arte por su en-sí es algo social porque es en-~
gracias a la acci6n de la fuerza productiva de la sociedad. La diB:Iéctt-
ca entre lo social y lo en-si de la obra de arte es la de su prop18 cs- ••
)22
323
••
••
•• tructura, que no tolera nada interno que· no se exteriorice ni nada convirtió en una acción algo encogida y cerrada sobre si aunque á ·

•• externo que no sea soporte de lo interno, de su contenido de verdad . , veces más avanzada que su mismo concepto, como pasa en Zola cod .
el tratamiento del transcurso del tiempo emplrico. La exposición de.
detalles emplricos, sin miramientos y ·ª veces sin conccptoo,, como

•• EsTETICISMO, NATURALISMO, BECKETT

El doble carácter de las obras de arte, como realidades autónomas


sucede en V entre de París, destruye la acostumbrada superfidalidad
de esta clase de novelas, cosa que no sucede en sus obras posteriores
con sus formas de asociación monadol.Sgica. El naturalismo, cuando

•• y como ~cn'.5mcnos sociales, permite que los criterios presenten una no se arriesga a revestirse de stis formas extremas, se vuelve regresi-
gran oscilaoón: las obras autónomas caen -fácilmente bajo el veredic- vo. Ser esclavo de las intenciones está en contra de su mismo prin-
to de lo socialmente incliferenté y aun· 'de 1o horriblemente reaccio- . cipio. Las obras naturalistas abundan en pasajes cuya intendón .es

••
nar!o, pero las otras,. las que de forma clara· emiten juicios sobre la claramente hacer hablar a los hombres de todo aquello que les viene
sociedad, llegan a negar el arte y por tanto a sí mismas.· La crítica a· la boca, pero que en realidad _hablan según las indicaciones deL
inmanente puede romper esta alterriativa, Stefan George mereció que
0
poeta y no como cualquiera de ellos hablaría. En el teatro realista
se le tachase de. reái:donario social mucho antes de las frases lapida- se da '.la .incoherencia de que los personajes, antes de abrir la boca,

•• nas de su Alemania secreta, peto no menos mereció la ct,iqueta · dt!-


vulgaridad subestética toda la poesía sobre pobres gentes de fines
de los años ochenta y principios de los noventa, la de Amo Holz,
saben ya perfectamente .lo que quieren decir. Es posible que no háya
pieza realist.a alguna que pueda estructurarse según su propia con-
cepción, con.lo. que res.ultarla. dadafsta contre coe11r. El realismo, a

•• por ejemplo. Habría que confrontar estos dos tipos con su propio
con~epto. Los aires aristocráticos puestos ·en escena por George con-
tradicen esa evidente superioridad que· postulan y fracasan así artís-
causa de :,ese m_lnimo imprescindible de estilización, reconoce su
propia imposibilidad y se deshace virtualmente a sí mismo. La indus-
tria de la cultura ha convertido esto en un engaño de las masas.

•• ticamente. Las líneas « Y que no nos falte un ramo de mirto» 91


hacen sonreír lo mismo· que las palabras de aquel emperador romano
de la decadencia que, tras haber mandado matar a su hermano, se
El unánime y entusiasta rechazo de Sudermann pudo tener como
motivo el que sus obras de mayor éxito pusieran de manifiesto lo
que los naturalistas mejores ocultaban, es decir, lo sofisticado y fic-

•• recoge con cuidado la cola de su túnica de púrpura 92 • La violencia


de las actitudes sociales de George, por una desgraciada identifica-
ción, comunica a su lírica unas violencias verbales que manchan la
ticio del gesto que sugiere que la palabra no es nínguna ficción, sien-
do así que la ficción recubre todo lo que sucede en el escenario, no
obstante la resistencia que opone. Los bienes culturales, a priori,

•• pureza de la obra totalmente orientada hacia sí misma tal como él


pretendía. La falsa conciencia social produce en el est~ticismo unos
sonidos chillones que sori el castigo ·de esa mentira. Aun sin desco-
convierten fa1'samente tales productos en una imagen ingenua y afir-
mativa de la culrura. Pero tampoco en estética existe la doble ver-
dad. En la dramaturgia de Beckett se puede apreciar cómo pueden

•• nocer la diferencia de rango que hay entre el gran lírico que fue
George y los naturalistas, tan· inferiores, se· puede descubrir ·en éstos
algo complementario,. el contenido de crítica social de sM obras y
interprenetrarse los deseos contradictorios de una su¡iuesta_.·buena
estructuración y un contenido social acertado, sin neccsidacj' de. ·acu-
dir a un justo medio que en estos casos resultada funesto. SÜ 16gicá

•• poemas es superficial y queda muy por debajo· de' las teorías sobre
la sociedad que en aquel tiempo estaban ya pérfectamcntc: formadas,
aunque ellos apenas se las tomaron en serio. Un título como Los
asociativa en la que una frase llama a la siguiente o.a su réplica, como
en música un tema lo hace con su continuaci6n o con _su con_tras~e 1
rechaza cu·alquicr imitación de los fenón•enos naturales. Así, de 'fof. ·

•• aristócratas sociales basta como muestra. Como· trataron de la sacie•


óaá en Íorma arrística, se vieron cnvueiros· en un icieaiismo vujgar
de manera parecida a la del trabajador que tiene un ideal más alto
ma no patente, se acepta lo esencial de lo empírico, su exacto, valor
1.:~LL_: _______ .J_
U.t,.;H,V"-.1.'-VJ ' "':fU'-._."
:_ .. ____ .,._ - - _, ........c .......... ,.~,.1;,..,.,. ..... ,,. .. _ ....J,. ... ,;i,''•··'p,...I"
..,..._.,._.6 .. ._....,._, '':°._. -
este procedimiento puede expresarse el estado objetivo de. la ·con:
-~--•..,.• - - - • - - - - --~ :--:----•. ·.- --,-,,

•• sea el que sea; pero qué por su pertenencia a una clase social se v~
impedido de realizarlo. La cuestión sobre si su ideal de elevación bur-
guesa es legítimo queda fuera. El naturalismo, con innovaciones
ciencia y el de la realidad impreso en él. La r,egatividad del sujeto
romo verdadera configuración de la objetividad sólo puede represéri•
tarse en una configuración. radicalmente subjetiva, pero . no si, se .
supone falsamente una objetividad de rango superior. &oo· despo•
•• coino la de renunciar a las categorías tradicionales de la forma, se
91 Stcfan G,oRGB, o. c., vol. t.•, p. 14 ( «Necliindische Liebesmahle ir.),
jos de clown, pueriles y sangrientos, en que se desintegra ,ef sujete.
en la obra de Beckett, son la verdad histórica sobre él. El,}e"alismc _·,. ·

••
92
Cf. o. c., p. 50 («O mutter meiner mutter und Erlauchte») . socialista es pueril. Eri Esperando a Godot se tematiza la i'dli'ciór '

324 32.5


••
entre siervo y señor, lo mismo que su figura senil y errónea, en una
época en que todavía se mantiene el dominio sobre .el trabajo ajeno,
cuando ya no .lo .necesitaría para subsistir. El tema, ley esencial de la
niendo tácitamente la primada de la Admirústración y del mundo
' plarúficado aun frente a aquello que no quiere verse cogido por una
••
sociedad cpntemporánea, se sigue desarrollando en Final de ¡uego.
Pero las dos veces el tema es lanzado hacia la periferia por la téc-
nica de Beckett: del capítulo de Hegel se retiene tan sólo la anécdo-
total socialización o se rebela al menos contra· ella. La soberanfa de
esa mirada topográfica que localiza los fenómenos para contrastar su
función y su derecho a la existencia, es una usurpación. Ignora la
••
ta, tantp en el papel de crítica social como en el dramático. El pre-
supuesto .de .Final de iuego, tanto el temático como el formal, es la
oarcial ·qtt4:ttrofe telúrica. el más sangriento de sus chistes r:le r.lnwn.
dialéctica entre la calidad estética y las funciones de la sociedad. El
acento se coloca a priori si no en el efecto ideológico, sí por lo me-
n06 en aue el arte se convierta en un articulo de consumo v en que
••
Tal presupuesto es la destrucción de la constitución y de la génesis
del arte. Adopta un punto de vista que ya no puede ser tal, pues no
existe ninguno desde el que se pudiera ciar nombre a la catástrofe
se le dispense de todo aquello que debería ser objeto de la actual
reflexión estética. Se ha dispuesto previamente que el arte sea con-
formista. Y como la expansión técnico-administrativa se ha fusiona• ••
o se la pudiera configurar con una palabra que se convenciera a si
misma en ese contexto de su propio ridículo. El Final de ;uego ni es
atomista ni carece de contenido:. la negación concreta de su conteni-
do con el aparato científico de encuestas y similares, les resulta
sigrúficativa a esa clase de intelectuales que perciben ciertamente
algo de las nuevas necesidades sociales, pero r,ada de las del arte ••
••
do es su principio formal y se convierte en la· negación de cualquier nuevo. Su -mentalidad es la de una imaginaria conferencia sociológica
contenido. La obra de Beckett da una tremenda respuesta al arte que que llevase como título «Función de la televisión en la adaptación
por su tendencia a distanciarse de la praxis, aun en el. caso de. una de Europa a los países en vías de desarrollo». Si es éste el espíritu

••
amenaza de muerte, y por la irrelevancia de la mera forma al mar- que la anima, la reflexión social sobre el arte nada puede aportar.
gen de todo contenido, ha llegado a convertirse en ideolog(a .. El in- Tiene que convertirlo en tema para oponerse a él. Sigue siendo váli-
flujo de )p cómico en las obras de tono enfático se explica por esto. da hoy la frase de Steuermann de que cuanto más se haga por el
Lo cómico tiene también su aspecto social. Al moverse las obras des-
de s( mismas, con los ojos tapados, su movimiento no las cambia de
lugar y entonces la seriedad sin concesiones que las obras puedan te-
ner se muestra como un juego. El arte sólo puede reconciliarse con
arte, tanto peor para él.

••
••
POSIBILIDAD DEL ARTE HOY
su propia existencia volviendo hacia afuera su carácter apariencia!,
su propio espacio vado interior. El criterio más serio que hoy puede Las dificultades inmanentes al arte lo mismo que su aislamiento
tener es el de que, siendo como es irreconciliable, respecto a cual-

••
social se han convertido en la conciencia contemporánea, y a veces
quier engaño realista, no tolere en virtud de .su propia estructura en la juventud que participa ~n acciones de protesta, en un veredicto
nada anodino. En cualquier obra todavla posible, la crltica social en contra de él. Esto tiene su fundamento histórico y los que quie•
tiene que elevarse a ser su forma y el oscurecimiento de cualquier

••
ren destruir el arte serian los últimos en confesarlo. Las corrientes
contenido social manifiesto. · .. vanguardistas de instituciones estéticamente vanguardistas son tan
ilusorias como la creencia de que son revolucionarias y de que la re-
volución es una de las formas de la be'lleza: la broma no está por
CONTRA EL ARTE DIRIGIDO

Al extenderse la planificación a todos los ámbitos culturales se


encima, sino por debajo de la cultura, el compromiso no es muchas
veces más que una falta de talento o de adaptación, un debilitamien-
to de la fuerza. La debilidad del yo, su incapacidad de sublimación,
••
intensifica también la tendencia a señalar teórica y prá.cticamente
al arte· su lugar en la sociedad. Innumerables simposios y mesas re-·
dondas responden a esa orientación. Una vez reconocido el arte
apoyándose en un truco reciente, ya practicado por el fascismo, se
transfigura en algo superior al concedérsele un premio moral por se-
guir la linea de menos resistencia. Se dice que el tiempo del arte ha
••
como hecho social, la determit;ación sociológica del lugar de cada .
cosa se siente por encima del arte y dispone de él. También se supo-
ne que el conocimiento positivista libre de valoraciones está por en-
pasado y que lo que ahora importa es realizar su contenido de ver-
dad, que se identifica sin más con su contenido social. Es una sen-.
tencia totalitaria. Pero la actitud que hoy exige que todo proceda
••
cima del punto de vista estético, subjetivo y pattkulariiante. Pero
tales intentos requieren a su vez una crítica social. Están presupo-
puramente de los materiales y cree, en su necedad, que éste es el
motivo decisivo en contra del arte, se halla realmente en contra de
lo material y lo violenta. En el momento en que se llega a la prohi-
••
326
327 ••
~ - - - - - - - - - - . . , . _ , . . . . , , , . . . . ,...,...-,,,_.=··-=-:-c.··=·-=--c...c-.~..~-=-····~ - ~ · · · · · · · - · - · - - - · · · · · · · · · · · · ---~

••
•• bidón y se decreta que el arte ya no debe existir entonces es cuando
'
ideología positivista. La crítica llevada a cabo por Herbert Marcuse
~ del catácrer afirmativo de la cultura es legítima, pero se obliga a

•• éste co~sigue_ de nuevo en medio del mundo pl;nificado su derecho


a la ex1stenc1a, ya que ej habérselo quitado se parece mucho a un
acto administrativo. ·Quién quieré destruir el arte sostiene la ilusión ·
penetrar en: sus productos individuales. Si no, se convertiría en una
asociación contracultura!, tan nefasta como los [despreciados] bienes
de la cultú1i. La crítica rabiosa de la cultura no es radical. Si la

••
de que no está cerrada .1• puerta á un cambio decisivo. El realismo a
ultranza no es realista·. El nacimiento de éadá'•oora: de arte auténtica afirmación 'es realmente un mómento del arte, entonces éste nunca
::ontr_adice el pronuncial)',i~nto · de qué ¡,a no ptidrla nacer. La des• ha sido absolutamente falso, lo mismo que no es falsa la cultura pór•.
que haya fracasado. La cultura pone diques a la barbarie, que es ,lo

••
trucaón del arte. en una sociedad medio bárliára que avanza hacia
serlo del todo ,se convierte en_ su aliad(): Aunt¡tie fas gentes enemigas peor. Somete a la naturaleza, pero también la conserva por medio
del arte !'abla~ siempre dé fotlJla·concre_iá; sus' juicios son ·abstractos de la sumisi6n. En el concepto mismo de cultura, tornado del cuida-
r, sumarios! ?egos ante las tareas y posibilidadés ·muy· concretas, do de los campos, de la agricultura, late algo parecido. La vida jun-

•• aun no realizaclas.,y desposeídas por el nuevo accionismo estéticó. Se-


r_!an las tareas .Y '1>9S(bili~ades, _por _ejemplo, ~e una música realmente
l!berada, qu~ p~era de la li™;rtáil ele! su¡~to y no del ·acaso cosí'
to. con la esperanza de ·su mejora se ha perpetuado gracias a la cul-
tura. Un· eco de esto resuena en las obras auténticas de arte. La afir.
mación rto énvuelve lo existente con el falso brillo de una ·aureola ·

•• f1cador y alie!)ante. Pero no hay que argumentar a partir· de la ne•


cesid~d del árte . .1,a _pregunta por ella está mal planteada, pues la
necesidad del arte, st es que nay que plantear las cosas cuando se
sino qu.e ·se defiende contra la muerte, fin de todo dominiotpor sim'.
patfa con lo que es. De esto no puede dudarse a no ser al precio de
considerar· la muerte misma como esperanza. ·

•• trata del reino .dé la libertad, es su falta de necesidad. Medirle por


su necesidad es prolongar el principio de intercambio, el cuidado ·
del buen burgués d~ _cuánto va a percibir por ello. La afirmación de AUTONOMÍA Y H ETERONOMIA

•• q_ue ya no es posible''apreciar contemplativamente un estado imagina•


no es una me.rcancfa de difícil venta, es ese ari:ugál: la· frente pensan•
do a donde conducida tal contemplación. Pero sLel"íirte·représenta
El doble carácter .del arte como algo que ha cristalizado a partir
de la realidad empírica y del contexto social y como algo que perte- .,

•• un ';"·SÍ _que toda~fa no es, está fuera de esa clase de teleologfa: En


la h1stona de la filosofía, tanto mayor peso tienen las obras cuanto
menos se diluya su conc.eptó en su grado de evolución. El. «hacia
nece a esa .tpisma realid~d ernplrica y al contexto de fuerzas sociales .
se pone inmediatamente de manifiesto en los fenómenos estéticos .
Estos son ambas cosas, realidades estéticas y faits sociaux. Por·ellci

•• ?dón_de,. es _una forma camuflada de control social. La anarquía, que


Implica el final de todo, es.una característica de no pocos productos
contemporáneos. Ese juici?.. <jue excluye el arte, juicio que está im-
requieren un tratamiento separado· que no puede reducirse a la uni-
dad a no ser por mediaciones~ lo mismo que la autonomía estética
y el arte como fen6meno social. Este doble carácter es legible de

•• preso sobre el .;'":11!0 d~ es_os productos que quisieran sustituirlo, se


parece a la Reina Roja de Lewis Caroll: Head off. Pero tras el de-
güello, tras la ,músicá pop en la que se prolonga lo popular, vuelve
forma fisiogn6mica siempre que el arte, lo mismo si está planeado en
cuanto tal que si no, se ve o se. oye desde fuera; v en cualquier
caso necesita siempre de ese : «desde fuera» para preservarse de· la

•• a ctecer la cabeza de nuevo. El arte tiene que temer a todo menos


al ~ilismo ~e la ~potencia. El aprecio social le degrada hasta con•
verurle en fa!t sOClal,. pero él se niega a adoptar plenamente ese pa-
fetiehizaci6n de su autonomía. La música, cuando se interpreta en
los cafés o, como sucede en Norteamérica, se transmi¡e mediante
conexión telefónica para los clientes de restaurantes, tiene que ·con.

•• pel. La doctnna ma_rxtana de las ideologías, ambigua en sí misma, se


talsea hasta. converttrse en esa doctrina de la ideologla total del estilo
de Mann1!e1m_ trasladada sin. reparos al arte. Si la ideología es una
~ : e~ ~8?..2~~~1~~1!::il~:~:~~~:.~ °:'.iª-~retó~r•-~--
~au..auJ.~.a ..... u.&au,..,..,.,..,. • .._. ~u........,.,
1~~e~¡
~.., ........... .,."'.,._.., .... .,..,,

1nilares. Para llenar su cometido aguarda a que los oyentes no estén


...... •-•-..... - ... ,1 -• •
·

•• falsa. ~aena_a socid, 1 la lógica más ~-=!'1ental nos dice que no toda atentos a ellii,)o ¡nismo que .en situación de autonomía requiere su • ·
conaenaa es 1deol6gica. Contra los úl11IDos cuartetos de Beethoven plena atención.' .E[fi.~tpoufi;i iíe q,;n¡,one de partes de obras que gra. 1
sólo chocará_ qui~ viva en el infiemo de la vieja apariencia, que das al montaje· se· lian modificado hasta lo más íntimo. Objetivos

•• nada sabe m enuende. No se puede decidir· desde arriba desde las · · como la excitación o la supresión del silencio son los que las trans-
relaciones de producción, si es hoy posibíe el arte. La d~cisión de,; forman, o eso otro, que. se conoce ·con el nombre de «ambiente», que
pende del estado de las fuerzas de producción. Pero en éste se inclu- es la negación del aburrimiento que crea el horrible mundo de las :

•• ye un arte posible y no realizado aún, que no se deje aterrar por la mercancías, una vez convertido en mercancía él mismo. La esfera

328


••
del entretenimiento, planeada hace ya tiempo por la sociedad pro- .
ductiva, es el dominio de esta dimensión del arte sobre sus fenóme- ••
••
nos en general. Pero las dos dimensiones son antagónicas. La subor- ÜPCIÓN POLÍTICA
dinación de las obras de arte autónomas al objetivo social que en
ellas es.taba enterrado y del que surgió el arte en un lento proceso le La relación entre praxis social y arte, siempre variable, se ha
afecta en su lugar sensible. Si alguien queda impresionado de repen· modificado de nuevo de forma profunda en los últimos cuarenta' o
te por la seriedad de una música y se pone en un café a escucharla
con intensidad tiene que portarse de forma ajena a la situación en
- --
'i"",.;
-- -···-: .. -~-~ -· ... ----- -
ir.;.u."'u,.;u\.J.A 1 u.avv..,.1. a.
-~-- - 1 __ -•---~- ,.., __ --~- 4-,..~---~----
cincuenta años. Durante . la primera guerra, y antes de Stalin, co-
rrieron parejas las actitudes de vanguasdia en polftica y en arte.
Quien entonce!1 com~r1':aha. su vicia consciente nensaba a tJriori aue ••
••
.x.; .1..1..:>a. a .1.v.:, t,.u.,u.aAO, ....,.... "''"".,_ A.U'"'"-6V...._.. ...1..uv
aparece la relación fundamental entre el arte y la sociedsd. La expc· el arte era lo que no habla ~ido nunca en la historia: a priori polftica'.
rienda del arte desde fuera deshace su continuum, lo mismo que los mente de izquierdas. Pero después los Zhanow y los Ulbricht, al
pots-pou"i; deshacen voluntariamente la continuidad de la cosa. En dictado del realismo socialista, no sólo encadenaron la fuerza pro-
los pasillos del edificio de conciertos sólo quedan de una frase or-
questal de Beethoven los imperiales golpes de timbal. En la parti-
tura representaban ya un gesto autoritario que la obra tomaba de la
. 1 ductiva del arte, sino que la quebrantaron. La regresión estética de .
la que fueron culpables se ha vuelto hoy visible de nuevo en la so-
ciedad como fijación pequeiío-burguesa. Pero, al dividirse los dos ••
sociedad para sublimarlo después al incluirlo en su estructura. Am-
bos caracteres del arte no son indiferentes entre sl. Si un trozo de
música auténtica emprende el mal camino de esa esfera social que
bloques, los duefios del Oeste en los deceruos de después de la se-
gunda guerra concertaron una paz provisional con el arte radical.
La gran industria alemana fomenta la pintura abstraeµ y el mi- ••
forma su fondo, puede sin emborgo llegar a troscenderla, de forma
.inesperada, gracias a la pureza que estaba contaminada por el uso
que se hacía de ella. Pór otra parte, las obras auténticas, como esos
rustro de Cultura francés en los tiempos del General se llama André
Malraux. Las doctrinas de vanguardia pueden cambiar y convertir-
se en elitistas con sólo que se conciba .su oposición a la communis ••
golpes de timbal de. Beethoven, tienen siempre una cierta mancha
al proceder de una sociedad que pretende objetivos heterónomos.
Lo que irritaba a W agner en Mozart como un resto de Jivertissement
opinlo con la abstraéción suficiente y ellas permanezcan dentro de
cierta moderación. Los· nombres de Pound y Eliot pueden servir
de¡rueba. Ya Benjamín Jlefia).ó en el futurismo su tendencia· fascis- •
1e
ha hecho que desde entonces se agudice la sospecha contro esas obras
que han alejado de sí toda clase de divertissement. La posición de
los artistas en la sociedad, tras la q>oca de la autonomía artística,
ta , tendencia que data, aunque con rasgos periféricos, de la mo-
dernidad de Baudelaire. Pero en el Benjamín posterior puede haber
actuado la enemistad de Brecht contra los Tuis. Por ello se distancia ••
••
tiende a acercarse de nuevo a lo heterónomo. La Revolución Fran- de la vanguardia estética cuando ésta no se amolda a las normas del ·
cesa prestó servicios a los artistas, pero los convirtió en sus enter- Partido Comunista. La separación elitista del aste de vanguardia hay
tainers. La industria de la cultura llama a sus cracks con nombres que car3&rla menos sobre sus espaldas que sobre las de la sociedad,

••
semejantes a ésos que dan los camareros y peluqueros ;et set. La des- pues los patrones inconscientes de las masas son los mismos que
a~ción de la distancia entre el astista como sujeto estético y como necesitan esas circunstancias en que las masas están integradas para
persona empírica prueba también qu~ ha quedado absorbida la dis- su conservación,· al mismo tiempo que la presión de una vida het~-
r6noma las obliga a la dispersión e impide la concentración. de ub

••
tancia entre arte y r~alidad empírica sin que el arte haya penetrodo
en esa vida libre que no existe. Su cercanfa sirve para aumentar el fuerte yo que desee algo mú que los t6picos. Todo esto fomenta
lucro, la inmediatez se resuelve de manera fraudulenta. Visto desde una actitud de rencor: en las masas, contra todo lo que les es impo•

,.
el arte, su doble carácter está presente en todas sus realizaciones sible alcanzar al no tener el privilegio de la cultura; en no pocos
como.la mácula de un origen no auténtico, lo mismo que los artistas
en la sociedad fueron considerados un tiempo como personas inauten-
ticas: Pero ese origen es también el lugar de su esencia mimética. Lo
inauténtico, que desmiente la dignidad de su autonomía, engreída
artistas de vanguardia, desde Strindberg y Schonberg, pqr su enemi-
ga contra las masas. El hiato abierto entre sus trouvaiUes estéticas
y la mentalidad que sólo tiende a manifestarse a través de los con•
tenidos y las intenciones dafia sensiblemente el ajuste artístico. La
••
con mala conciencia de su participación en lo social, honra al arte
desde fuera como burla de la respetabilidad de un trobajo social-
mente provechoso.
· interpretación de la literatura antigua por sus contenidos sociales ei
de dudoso valor. Fue genial la interpretación de los mitos griegos,
como el de Cadmo, realizada por Vico. Pero el intento de interpreta!' ••
330
9l Cf. Wa!ter Bl!NJAMIN, Schr/flm,

3.H
vol. I, pp. 39, a.
••

••
•• la· acción de las piezas de Shakespeare a partir de la idea de la lucha la liberación de la forma, tal como la desea todo arte nuevp que sea

•• de clases, como lo pretendió Brecht, si prescindimos de aquéllas -en


que tal lucha se tematiza de manera explicita, diflcilmente puede
llevarnos muy lejos y no acierta con lo esencial de los dramas. No
,' --genuino, se esconde cifrada la liberación de la sociedad, pues la for-
-ma, contexto estético de los elementos singulares, representa en la
1·: • obra de ·átte la relación social. Por eso una forma liberada choca con-

•• es que afirmemos que lo esencial sea socialmente indiferente, genui-


namente humano, intemporal: todo eso son patrañas. ·s1 es cierto,
en cambio, que su dimensión social se halla sometida a la mediación
,i tra el siatus ·quo. El psicoanálisis apoya esta misma idea. Según él,
todo arte, como negación del principio de realidad, se subleva contra
la imagen del padre y es por esta raz6n revolucionario. Objetiva-

•• de la forma objetiva de los dramas o, según la expresión de Lukács,


a su «perspectiva». Son sociales ciertas categorfas de Shakespeare
como individuo, pasión u otros rasgos como el concretismo burgués
mente esto implica la participación polltica de lo no poUtico. Mien-
tras las estructuras sociales no llegaron a ese grado de diferenciación
en que la forma pura adquirfa un sentido subversivo, la relación de .

•• de Galiban, los fanfarrones comerciantes de Venecia, la concepción


de un mundo semimatriarcal en M,zcbeth y en el Rey Le,zr, y desde
luego In repugnancia ante el poder en Antonio y Cleopatra o en el
las obras de arte con la previa realidad social fue tolerable. Aun sin
ceder ante ella, las obras de arte podúm apropiarse sus elementos
sin muchos cumplidos, ser sensibleménte semejantes a ella y vivir en

•• gesto de Próspero cuando se retira. Pero, frente ·a ellos, los conflic-


tos. tomados de la historia romana entre patricios y plebeyos son
simplemente bienes procedentes de la tradición cultural. En Sha-
un clima de comunicación. Pero hoy el momento i:rftico-social de las
obras de arte se ha convertido en oposición a la realidad emplrica en
cuanto tal, porque ésta se ha transformado en la ideologla duplicada

•• kespeare hay indicios nada menos que de la problematicidad de las de sl misma, en resumen del poder. El hecho de que el arte ya nq sea 1

!.•
tesis marxianas de. que toda la historia se reduce a la lucha de clases, indiferente para la sociedad, juego vaclo o decoración del bulle-bulle
cuando esa tesis se acepta como obligatoria. La lucha de clases pre- social, depende del grado en que sus construcciones y montajes sean
su~ne obj':ti~amente un alto ~ad~ de integración y diferenciación también desmontajes que ,integran, destruyéndolos, los elementos de
SOC1al y sub1euvamente una conaenaa de clase que sólo se desanoll6, la realidad, puesto que én virtud de su propia libertad los, convierte
'/ de forma rudimentária, en la sociedad l;,urguesa. No es nada nuevo en algo distinto. El arte, al negar y superar la realidad emplrica, ·

••
decir que la,misma clase social, subsunción social de los átomos bajo · concreta la. referencia a esa realidad negada- y superada, y este hecho
un concepto general que. expresa tanto sus relaciones constitutivas constituye la unidad de su criterio estético y social y adquiere as!
como las que· les son heterogéneas, es algo burgués por su estructura. una cierta prerrogativa. Entonces ya no cabe duda de hacia dónde .
Los. antagonismos sociales son antiquísimos, pero sólo de forma in- quiere ir, sin necesidad de que los prácticos de la polftica le dicten ·

•• termitente se convirtieron en lucha de clases: cuando se formó la


economía de mercadó próxima a la sociedad burguesa. Por eso la in-
terpretación de todo lo histórico por medio de la lucha de clases tiene
las consignas que les agradan. Picasso y Sartre optaron, sin miedo.. a
la contradicción, por una polltica que se burlaba de sus credos esté-
ticos y les permitía subsistir a ellos mismos constreñida por el ·valor

•• un suavé aire anacr6niéo; lo mismo que el modelo a partir del cual


. Marx construía y extrapolaba el del capitalismo liberal 'l:le los em-
presarios. Es verdad que los antagonismos sociales brillan'por todas
propagandlstico que sus nombres tienen. Su actitud nos impresiona
porque no trataron de destruir su&jetivamente esa contradicción,' que
tiene fundamento objetivo por medio de una clara confesión de una

•• partes en las obras de Shakespeare, pero se manifiestan en los indi-


viduos. Colectivamente sólo se manifiestan· en las escenas de masas.
que obedecen a lugares comunes como el de la facilidad en dejarse
tesis o·' de su contraria. La critica de su actitud acierta cuando se
éonvierte en la critica de la polftica por la que votaron, porque ese
observación que se cree satisfactoria, de que ellos mismos la sufrie-

•• ':":'!'.l!~~~t' T.A mir11rl~ ~nr:1111 lilohre Shakesneare descubre sin embar:


go la evidencia de que él no puede haber sido Bacon. El dialéctico
dramaturgo de comienzos de la era burguesa contemplaba las cosas
ron en su carne propia, no llega a convencer. Entre las aporías de
nuestra época no es ia menos imponance ia Üc que yu ,u;,.ug~u ·¡,c.1.1~.,.-
miento es verdadero si no está en contra de los intereses de quien

•• menos desde la perspectiva del progreso que desde la de sus victimas


en el the,ztrum mundi. Pero deshacer esta confusión desde una acti-
tud adulta tanto cil · sociologla como en estética es algo muy dificul-
lo sustenta, aun cuando esos intereses sean objetivos .

•• tado por la e,¡trucrura de la sociedad. Aunque en arte no se deben


interpretar sin más polfticamente las características formales, tam-
bién es verdad que no existe en él nada formal que no tenga sus
PROGRESO Y REACCIÓN ·

La diferenciación que hoy se lleva a cabo entre la esencia autóno-

•_.• implicaciones de contenido y éste penetra en el terreno polftico. En

3.32
ma y la social del arte con los nombres de formalismo o realismo

333
••
socialista tiene importantes consecuencias. Con esta nomenclatura
el mundo programado sacrifica la dialéctica obj~tiva en pro de sus
como negación del dolor y la construcción corno intento de resistir
al. dolor de la alienación, a la que se supera en un horizonte de· ra- ••
••
cionalidad intacta y sin violencia. Lo mismo que en el pensamiento
propios fines, esa dialéctica que se esconde baJo el d?ble ~arácter se distinguen forma y contenido, pero existen mediaciones, en el
de etida obra de arte. El doble carácter se toma una disyunción en- {; · arte se dan también de manero parecida. Por esto los conceptos de
tre é;,vej~s y cabritos. Pero la dicotomía es falsa ~que presen!a progresista y reaccionario no se pueden aplicar al arte como gustarla·
· como una .sencilla alternativa dos polos llenos de tensiones. El artis-
ta se. ve .. eíi'Ia necesidad de elegir. La elección cae generalmente del
lado de.las tendencias anriformalistas, 'imoulsada oor esa fácil sobe-
de hacer la dicotomía abstracta entre forma y contenido. Esta dico-
tomía se repite en afirmaciones y contraafirmaciones. Unos llaman
..._'!ll...,..;,....,c111•1nct
··-,----·--·---- - --- J...,,_., n1"t';et-.. e ...,...~n• ...1JA,..,t;,a_...._ .,._:¡., e...,..1..,fn,,A,..+A
----- ,:----...-- -- --
••
••
o!II

ranfa que ejerce la sociedad como so?': un mapa de c_u~1:el general; reaccionarias o porque apoyaron la reacción política en la configura-
las otras tendencias aparecen como limitadas por la div1S1ón del tra• ción de sus obras en una forma impuesta por decreto, pero no .visi-
bajo, como herederas en lo posible de ingenuas ilusiones bu;llllesas. ble. Otros los llaman reaccionarios porque se han quedado atrás con
El amoroso cuidado con que los elegantes del aparato [polluco] es-
coltan a los artistas refractarios al salir de su aislamiento, se compa-
gina bien con el asesinato de Meyerhold. Pero, en realidad, la oposi-
respecto al estado en que se encuentran las fuerzas artísticas de pro-
ducción. Pero el contenido de las obnis de arte importantes puede
ser distinto de las intenciones de los autores. Es evidente que Strind-
••
ción entre arte formalista· y antiformalista no tiene sentido en el
grado de abstracción en que se plantea, ya que el arte quiere ser algo
más que un claro. o encubierto r,ep .talk. En tiempos de la. Primera
berg con su actitud represiva puso cabeza abajo las intenciones de
emancipación burguesa de lbsen. Pero, por otra parte, sus innova•
clones formales, la destrucción del realismo dramático y la recons- ••
Guerra Mundial o algo después a pmtura moderna se polarizó entre
cubismo y surrealismo. Pero el cubismo se rebeló por su contenido
contra la idea burguesa• de la pura inmanencia de las obnis de arte.
trucción de experiencias oníricas son objetivamente actitudes críti-
cas. Son testimonios del tránsito de la sociedad hacia el horror, más
auténticos que las acusaciones más valientes de Gorki. Por ello son ••
Algunos surrealistas importantes, al contrario, dispuestos a no hacer
concesión alguna al mercado, como Max Emst y André Masson,
que protestaron al principio contra el arte que fuese' una esfeni sepa-
!9
también socialmente progresistas, son la conciencia naciente de la
catástrofe ante la que se arma la sociedad burguesa e individualista:
el absolutamente aislado se convierte en un fantasma lo mismo que ••
rada, aceptaron después princi~ios formales; Masson, el de figu-
ratividad en amplia medida, al 1rse poco a poco .alterando la idea de ·
shock, que se gasta pronto aplicada a contenidos materiales. Si el
en la Sonata de los fantasmas. El contrapunto a esto lo forman los
mejores productos del naturalismo: ese horror en nada suavizado
de la primera parte de la Hannele de Hauptmann presenta su imagen ••
mundo cotidiano tiene que ser desenmascarado como por un relám-
pago, como apariencia e il~s!ón falsa, ya se ~tá C1;1 _camino ha<;ia lo
no figun,tivo. El !=Onstruct1V1smo, contrap~da oftoal del ~mo,
más fiel con la expresión. más salvaje. Pero la crítica social propia
de ese realismo defendido por ordenanza s6lo cuenta cuando no ca-
pitula ante la doctrina de l'art pour l'art. Lo que hay de socialmente ••
••
establecla una relación más profunda, mediante su lenguaJe desen- falso en esa protesta contra la sociedad ha sido puesto de relieve por
gañado, con el cambio histórioo de la ~dad que ~ ~a!i5mo la historia misma. Lo elegante, por ejemplo, en Barbey d'Aurevilly,.
cubierto hacía ya tiempo con laca romántica porque su prmcip10, la palidece hasta convertirse en un simplismo pasado de moda que ni
reconciliación aparente con el objeto, se había convertido entretanto

••
siquiera sería bien visto en los paraísos artificiales. El satanismo,·
en algo romántico también. El impu)so que alentaba en el construc- como ya entendió Huxley, se ha vuelto cómico. El mal, que Baude-
tivismo iba hacia los contenidos, buscaba la adecuación siempre pro- laire y Nietzsche echaban de menos en el liberal siglo xrx, y que
blemática del arte con un mundo ya desencantado, pero esa adecua-

••
paro ellos no era otra cosa que la máscara del instinto no reprimido
ción no podía serJuesta ~r. obra con los medios realistas tradicio- ya al estilo victoriano, irrumpió en las hordas civilizadas como pro-
nales sin caer en acadenucismo. Lo que hoy de alguna manero se ducto de una opresión del siglo xx, con tal bestialidad que las horri-
puede llamar informal llega s6lo al nivel estético cuando se articula bles blasfemias de Baudelaire resultan de una enorme candidez qu~
' bajo cierta forma, porque si no se quedaría en el iµvel del mero do-
cumento. En autores ejemplares de esta época como Schonberg, Klee
0 Picasso el motivo mimético-expresivo y el constructivista se dan
contrasta con el pathos que las penetra. Baudelaire, aun salvando la
distancia de su rango, fue el preludio del Jugendstü. Su error fue tra-
tar de embellecer la vida sin trotar de cambiarla. La belleza misma se
••
con la misma intensidad y no precisamente quedándose en el mal
término medio del paso del uno al otro, sino en la dirección hacia los
extremos. Y ambos motivos pertenecen al contenido, la expresión
convirtió en adgo vado y pudo integrarse, como toda negación abs•
, tracta, en Jo negado. La f,µitasmagorfa de un mundo estético no per- ••
334
335
••
••
•• turbado por objetivos que conseguir sirvi6 como alibi al mundo que


"
....

•• yace bajo la estética. ·. . "•• .. ARTE Y PREPONDERANCIA DEL OBJETO

Concluir del materialismo filos6fico al rea1ismo estético es falso.

••
EL ARTE Y·LA MISERIA DE LA FILOSOFÍA
Es verdad que el arte implica, por ser una forma de conocimiento, un
conocimiento de la realidad y no existe .realidad que no sea social.
Se puede afirmar de la filosofía, y en general de rualquier pensa- Así el contenido de verdad y el social son mediaciones aunque el ca-
miento te6rico, que sufre del prejuicio idealista en la medida en que

•• s6lo dispone de ideas. S6lo a través suyo puede tratar de aquello


hacia lo que las ideas se dirigen, pero nunca puede poseerlo. Su tra•
bajo de Slsifo consiste en reflexionar y a ser posible enderezar la
rácter cognoscitivo del arte, su contenido de verdad, trasciende el
conocimiento de la realidad considerada cómo ser. Se convierte en co- '
nocimiento social al captar la esencia, pero no una esencia hablada,

•• falsedad y la rulpa que ha cargado as{ sobre sus espaldas. Pero no


puede dejar fijado en sus textos el sustrato 6ntico. Cuando habla de
él lo convíerte ya en aquello sobre lo que quiere elevarse .. Una insa-
pintada, imitada en alguna manera. Es su misma estructura la que la
hace aparecer contra la apariencia. La critica cpistcmol6gica del idea-
li9Dlo que da una cierta preponderancia al objeto no puede trasladar;

•• tisfacci6n semejante se da también en el arte moderno desde que


Picasso pegó en sus ruadros los primeros recortes de periódico. To-
dos. los montajes posteriores proceden de aquí. Estéticamente s6lo se
se simplemente al arte. Su objeto y el objeto de la realidatl emplrica
son completamente diferentes .. El del arte es la obra producida por
él, que retiene en sí tanto los elementos tomados de la realidad empí-

••
rica como los altera, al diluirlos para reconstruirlos luego según su
es Justo con la sociedad no imitándola ni, por as! decir, haciéndola
propia_ ley. S61o _mediante esta transformaci6n, y no porque sea una
capaz de i~tegrarse en el arte, sino inyectándola en él por medio de
fo~ograffa siempre ~~eante, le da lo s_uyo a la realidad emp!rica, la
un sabotaJe. · El arte por s{ mismo hace que salte por los aires el epifanía de su esenaa oculta y el mercado horror ante ella como ante

•• engaño de la pura inmanencia, lo mismo que unas ruinas, al ser


sacadas de su estructura anterior, se pliegan a los principios inma-
' nentes de construcci6n. El arte, después de haber cedido visiblemen- .
el desorden. La preeminencia del objeto s61o se afirma estéticamente
en arte como forma inconsciente de escribir la historia, como aná.\n·
nesis de. lo subordinado y reprimido, quizá también de lo posible. La

•• te ante la cruda materia, desearla por lo menos dar satisfacción a eso


que es el espirito: lo mismo el pensamiento que el arte ofrecen a lo
que es distinto de ellos eso hacia Jo que ellos se orientan y quisieran
preeminencia del objeto, como potencial de ruanto existe frente al
dominio, se manifiesta en el arte como su libertad frente a los obje-
tos. Si en el arte podemos captar su contenido, al mismo tiempo que

•• hacer- hablar. Este es el sentido determinable de ese momento absur-


do y carente de intenciones del arte moderno· que desemboca en el
deflecamiento de las artes y los happenings. As{ no sólo se llega a un
también en lo otro respecto de él, esto otro, a su vez, le pertenece,
pero s6lo en su contexto inmanente, y no hay que imputárselo. El
arte niega la negatividatl que hay en la preeminencia del objeto, su

•• juicio farisaico y arribista sobre el arte tradicional, sino que, sobre


todo, se intenta absorber la negaci6n misma del arte con la propia
fuerza de éste. Lo que en el arte tradicional ya no es posible social-
irreconciliabilidad, su heteronomia, que hace exteriorizarse gracias a
la apariencia de reconciliaci6n de sus obtas.

•• mente no ha perdido por ello toda su verdad. Pero está hundido en


un estrato histórico ya petrificado al que sólo puede llegar la con-
ciencia viva por medio de la rtegaci6n sin la que ningún arte existi-
EL PROBLEMA DEL SOLIPSISMO Y LA FALSA RECONCILIACIÓN

••
ría: señalar en silencio su belleza, pero sin hacer distinciones estric- l.!~:; u.-. .,,,..~~rn ..n•n ..f_.1 9"!:llf'/'lr!!!IIH_cmn ,rliolktirn f!11P nn ri:n-~r: ·•
tas entre naturaieza y obra. 5eniejante acrituá es contraria a esa ocra
primera vista de fuerza. El de que el punto de vista de lo radicalmen-
destructora para la que la verdad del arte ha pasado, aunque sigue ·
te moderno es el del solipsismo, el de una mónada que se cierra

••
viviendo en el hecho de que rualquier fuerza formadora reconoce su
neciamente a la intersubjetividad. La divisi6n del trabajo, cuando sé
poder precisamente por su ausencia. De aruerdo con esta 'idea, el.
llega a cosificar, se torna en frenes( y esto es un desprecio a la huma-:·
arte se aproxima a la paz. Pero, sin perspectiva sobre ella, el arte
sería tan falso como mediante una reconciliación anticipada. La be- nidad que h~brfa que.~- Pero el mismo solipsismo es ilusorio, '

•• lleza en el arte es la apariencia de la paz real. Ante ella se inclina el


poder aglutinante de la forma porque ésta representa la confluencia
de lo enemistado y lo divergente.
como la crluca materialista y mucho antes que ella la gran filosofía
han demostrado. El solipsismo es la ofuscaci6n por la inmediatez del
para-sí que, con actitud ideol6gica, no quiere dejar -la palabra a las

•• 3.36 'J.31
••
propias mediaciones. Es verdad que la teorfa misma, por medio de
la doctrina de la· mediación social universal, ha dejado detris de si
el solipsismo aun conceptualmente. Pero el arte, como mimesis lle-
crítica al solipsismo consiste en la fuerza de exteriorización que hay
~ en su misma forma de proceder y en su objetivación. El arte, debido
••
vada hasta la conciencia de si, está ligado a ese movimiento que supo-
ne la inmediatez de la experiencia. De lo contrario, no podría dife-
renciarse de la ciencia o sería en el mejor de los casos un pago ·a pla-
a su forma, trasciende a su mero y perplejo sujeto. Pero si éste qui-
siera ensordecer esa perplejidad voluntariamente se portarla· de ma-
nera infantil y convertirla la heteronomia en mérito ético...ocial. Si a
es
••
zos a la ciencia, casi siempre como reportaje social. Las formas co-
loctivas de producción de pequeños grupos son hoy ya pensables e
incluso se fomentan los ciertos medios. oero el luear ·de la exoerien-
todo esto se contestase que aunque verdad que las democracias
populares de los tipos más diferentes son todavía antagónicas y por
tanto no podrla adoptarse en ellas otro punto de vista que el aliena• ••
cia en todas las sociedades existentes son las m6ñadas. Como la in-
dividuaci6n y el sufrimiento que trae consigo son una ley social, la
sociedad sólo puede experimentarse individualmente. La introduc-
do, habría sin embargo que esperar del humanismo, una vez reali•
zado; que ya no necesitara del radiante arte moderno que entonces
podría ser sustituido de nuevo por el tradicional, todas estas conce- ••
••
ci6n de un inmediato sujeto colectivo sería subrepticia y convertirút siones no sedan tan distintas como suenan de la doctrina del "indivi•
en falsas las obras de arte porque les privarút de la única posibilidad dualismo superado. Late en el fondo, dicho sin matices, el cliché ·
de experiencia que hoy existe. Pero si, por consideraciones teóricas, pequeño-burgués de que el arte moderno es tan feo como el· mundo

••
el arte se orienta a corregir sus propias mediaciones e intenta saltar en que ha nacido. El mundo se lo ha merecido y no puede ser de
sobre ese caráctr monádico que considera como apariencia social, en- otra manera aunque no pueda seguir siendo siempre asf. Pero en
tonces la verdad teórica se le hace externa y se le torna en falsedad. realidad aquí no hay nada que superar; la misma extensión es ya un
La obra de arte lleva a cabo, por heteronomia, el sacrificio de su


indicio de falsedad. Es incuestionable que una situación de antago-
propia determinaci6n inmanente. Es precisamente la teoría crltica nismos, que en d joven Marx se llamó alienación y autoalienaci6n,
la que dice que la mera conciencia de la sociedad no nos hace salir fue una de las causas, y no de las menores, de la formación del arte
fuera de esa estructura social, objetiva y previa, como ni tampoco la J • i

••
nuevo. Pero ese arte no fue una copia ni una reproducción de aque-
obra de arte que por sus condiciones es también un trozo d¡: reaJi. lla situación. Al denunciarla, al trasladarla a imagen, el arte se ha
dad social. Esa capacidad que el materialismo dialéctico de forma convertido en su otro y se ha vuelto tan libre como esa situación
antimaterialista concede y exige a la obra de arte, la consigue ésta está prohibiendo a los que viven en ella. F.s posible que a una socie-
en rodo caso porque en la propia estructura· monadol6gica y cerrada
prolonga su situación, la que se le prescribe objetivamente, hasta
tal punto que se convierte en su crítica. Puede ser que el verdadero
dad pacificada le agrade de nuevo el arte del pasado, ese arte -que'
hoy es un complemento ideológico de los que no viven en la paz.
Pero si el arte que entonces naciese volviera a la tranquilidad y al
••
llmite entre el arte y otros conocimientos consista en que éstos pue-
den pensar más allá de sf mismos sin renunciar, pero el arte no pro-
duce nada importante que él mismo no llene desde sl mismo, desde
orden, a la representación afirmativa y a la armenia, serla víctima de
su propia libertad. Tampoco es conveniente figurarse la forma del
arte en una sociedad ya modificada. Posiblemente será una tercera
••
el lugar histórico en que se encuentra. La inervación de sus posibili-
dades históricas es esencial a esa forma de reaccionar que es el arte.
Por eso la palabra sustancialidad tiene' aqul su sentido. Si, movido
opción frente al pasado y al presente, pero serla preferible que un
buen dla el arte en cuanto tal desapareciera, a que olvidase el sufri-
miento que es su expresión y tiene su sustancia en la for.rpa artística.
••
por una verdad social teóricamente más alta, desea el arte algo más
que esa experiencia que puede COllS<lguir y configurar, acaba por em-
pequeñecerse y la verdad objetiva que es su medida se corrompe en .
Es la actitud humana la que falsea la falta de libertad y la intenta
convertir en positiva. Si el arte del futuro fuese, como es de desear,
positivo, se volverla niuy aguda la sospecha ante la pervivencia real
••
ficci6n. El arte rellena el abismo entre sujeto y objeto. El realismo
sofisticado es en cambio su falsa reconciliación. Hasta tal punto, que
ni aun las fantaslas más utópicas sobre el. arte del futuro pudieron
de la negatividad. Esa sospecha está ahf siempre, lo retrógrado siem-
pre amenaza, y la libertad, que equivaldría ciertamente a liberaci6n
respecto del principio de la propiedad, no puede dejarse poseer. ·1
••
penetrar en ninguno que volviera a ser re,¡lista sin caer de nuevo en
la falta de libertad. Lo otro del arte pertenece a su inmanencia, ya
que ésta, lo mismo que el sujeto, se halla afectada por la mediación
Pero, ¿qué sería el arte en cuanto forma de escribir la historia, si bo-
rrase el recuerdo del sufrimiento acumulado?
••
social.. El arte tiene que convertir en lenguaje su contenido social
latente: penetrar en sf mismo para emerger más allá de sl mismo, Su
••
338
••

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