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Quebré tu anillo
entre mis piernas, fogata negra.
No hay más dulce para quemar a estas horas
apenas un jarabe contra el cielo
un piojo atrapado en la cabeza
chupando con la voracidad de una hiena.
A LAIK A VIRGEN
A LAIK A VIRGEN
A LAIK A VIRGEN
Por qué seremos tan hermosas
Por qué
seremos tan disparatadas y brillantes
abordaremos con tocado de plumas el latrocinio
desparramando gráciles sentencias
que no retrasarán la salva, no
pero que al menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero
Por qué seremos tan despatarradas, tan obesas
sorbiendo en lentas aspiraciones el zumo de las noches
peligrosas
tan entregadas, tan masoquistas, tan
-hedonísticamente hablando-
por qué seremos tan gozosas, tan gustosas
que no nos bastará el gesto airado del muchacho,
su curvada muñeca:
pretenderemos desollar su cuerpo
y extraer las secretas esponjas de la axila
tan denostadas, tan groseras
Por qué creeremos en la inmediatez,
en la proximidad de los milagros
circuidas de coros de vírgenes bebidas y asesinos dichosos
tan arriesgadas, tan audaces
pringando de dulces cremas los tocadores
cachando, curioseando.
Por qué seremos tan superficiales, tan ligeras
encantadas de ahogarnos en las pieles
que nos recuerdan animales pavorosos y extintos,
fogosos, gigantescos.
Por qué seremos tan sirenas, tan reinas
abroqueladas por los infinitos marasmos del romanticismo
tan lánguidas, tan magras
Por qué tan quebradizas las ojeras, tan pajiza la ojeada
tan de reaparecer en los estanques donde hubimos de hundirnos
salpicando, chorreando la felonía de la vida
tan nauseabunda, tan errática.
Canción de amor para los nazis en Baviera
Marlene Dietrich
en Londres una canción entre la guerra:
Oh no no no es cierto que me quieras
Oh no no no es cierto que me quieras
Sólo quieres a tu padre, Nelson, que murió en Trafalgar
y ese amor es sospechoso, Nelson
porque tu papá era nazi!
Era el apogeo de la aliadofilia
debajo de las mesas aplastábamos soldados alemanes
pero yo estaba sentada junto a ti, Nelson
que eras un agente nazi
Y me dabas puntapiés
¿y esa mujer?
¿y esa mujer?
vaya a saber
estará loca esa mujer
mirá mirá los espejitos
¿será por su corcel?
andá a saber
¿y dónde oíste
la palabra corcel?
es un secreto esa mujer
¿por qué grita?
mirá las margaritas
la mujer
espejitos
pajaritas
que no cantan
¿por qué grita?
que no vuelan
¿por qué grita?
que no estorban
la mujer
y esa mujer
¿y estaba loca esa mujer?
ya no grita
amada
amada mía
Voluntad de vivir manifestándose
Ahora me comen.
Ahora siento cómo suben y me tiran las uñas.
Oigo su roer llegarme hasta los testículos.
Tierra, me echan tierra.
Bailan, bailan sobre este montón de tierra
y piedra
que me cubre.
Me aplastan y vituperan
Repitiendo no sé qué aberrante resolución que me atañe.
Me han sepultado.
Han danzado sobre mí.
Han aprisionado bien el suelo.
Se han ido, se han ido dejándome bien muerto y enterrado.
Éste es mi momento.
Amazona de mi deseo
Yo, perra en celo de mi sueño rojo
yo monstruo de mi deseo
carne de cada una de mis pinceladas
lienzo azul de mi cuerpo
pintora de mi andar
no quiero más títulos que cargar
no quiero más cargos ni casilleros a donde encajar
ni el nombre justo que me reserve ninguna Ciencia
mi bella monstruosidad
mi ejercicio de inventora
de ramera de las torcazas
mi ser yo entre tanto parecido
entre tanto domesticado
entre tanto metido “de los pelos” en algo
otro nuevo título que cargar
baño: de ¿Damas? o ¿Caballeros?
o nuevos rincones para inventar
Decir su nombre
Hacerlo agua en mis labios percibirla al otro lado
del agua inmensa
pero su respiración,
¿en qué lugar del aire?
¿Huye?
¿Huyen sus ojos desde mis ojos?
¿estoy yo en el aire?
1
R. di Calzabigi – C. W. Gluck, Paride ed Elena
¿Qué sé de ella
cuando me arrogo el derecho
de hablar de nosotras?
En el cuerpo de la noche
nuestros cuerpos surgen
como el único vestigio amoroso
en este desierto.
Sé algo de su amor.
Lo sé por la suma de sus gestos;
pero desconozco el triste
lado, oscuro de sus lunas.
No me mandes al rincón.
No hagás de mí el testigo
que se mira tocarte con palabras
Es la mano nombrada
no el nombre quien desea aprisionar tus nalgas
-Háblame
-¿Cómo será?
-¿Qué?
-Tu voz
¿fuego oculto en la madera
del fuego que se expande?
¿Así será?
El cuerpo de tu voz
en el instante en que
no me mandes al rincón
fluye miel de las granadas
No quiero
tocar un fantasma
ni quiero
la fantasía cortés
del trovador a su dama
Es a vos, mi amada
ásparo cuerpo de la amiga a quien deseo
Gesto
de mutua apropiación
instante
donde no se sabe
los límites del tú, del yo
El nombre y lo nombrado
en tersa conjunción que sabe
no durará
y sabe
es más eterno
que el filo de un diamante
Alegre
relámpago de zarpa
y de mordisco
animal
el más bello de todos
el instinto
impera aquí
responde aquí
un oso en el Carrefour
-Sufre el hermafrodita
pues lo que pareciera un don
no ha hecho más que duplicar
su posibilidad de ser herido.
Violario
Esa pelandruja que veis a la derecha, entre un loro en su aro y un guanajo, vestida de rojo tomate
con los tacones altos hundidos en el fango, sacudida por una carcajada convulsiva que ha movido
en lo alto de su cabeza un gran copete de plumas de pavo y una tiara de diamantes -en la foto, una
hilera de lucecillas, de puntos emborronados; claros-, esa fletera con un pericón en la mano y ojos
de mora, no es otro que yo.
Es de tarde y quizás ha llovido. Se nos ocurre, con mi padre, disfrazamos. El, de mamarracho
o de ensabanado -una careta de cartón pintarrajado o una sábana-; yo, con los atuendos más
relumbrones de una gaveta maternal heredada. Cuando salgo a la calle, trastabillando como sobre
zancos, mi padre cierra la puerta de un tirón y grita: "¡Allá va eso!". Después, sale él y nos vamos
bailando. Hemos bebido pru santiaguero. Seguimos rumbas y congas por las cuadras aledañas,
venecianas sin disimulo -góndolas en seco-, gallegas o chinas: una prima mía, hija de chino, recibe a
los notables encorbatados, con quimono y dos moños que atraviesan agujetas de brilladera, sentada
por el suelo de mimbre en una pagoda transparente, de bambú y papel celofán; está modosa y
apropiadamente enigmática; ofrece té.
Ahora me río como una loca, sacudido más bien por espasmos pilóricos: y es que en lugar
de gallinas cluecas, ramas de guásima, chivos y conejos, me veo en un decorado regio, muebles
negros laqueados, de ángulos rectos y muy bajos, tapices con círculos blancos, columnas de espejos
fragmentados. Sobre las mesas obscuras, ramos de oro, en delgados búcaros japoneses; biombos y
cojines turcos, malvas y plateados, lámparas opacas: me tales y discos superpuestos, de cristal
irisado. Escaleras amplias, de pasamanos esmaltados y curvos, que interrumpen cariátides
desnudas, portadoras de antorchas. Comienza el vals.
Me río, pues, de todo, pero ahora más, porque me río de los que se ríen -de mí-, de la risa
misma, de la muertecita que se me aparece burlona detrás de los biombos vieneses, con los
párpados blancos y cosidos.
¿Simulo? ¿Qué? ¿Quién? ¿Mi madre, una mujer, la mujer de mi padre, la mujer? O bien: la
mujer ideal, la esencia, es decir, el modelo y la copia han entablado una relación de correspondencia
imposible y nada es pensable mientras se pretenda que uno de los términos sea una imagen del
otro: que lo mismo sea lo que no es. Paraqu e todo signifique hay que aceptar que me habita no la
dualidad, sino una intensidad de simulación que constituye su propio fin, fuera de lo que imita: ¿qué
se simula? La simulación.
Y ahora, en medio de cojines rubendarianos y cortinajes, con fondo de biombos y valses -
entre pajarracos y pollos-, sólo reino yo, recorrido por la simulación, imantado por la reverberación
de una apariencia, vaciado por la sacudida de la risa: anulado, ausente.
Los travestis
Según se posa sobre el arbusto -cada variedad tiene el suyo-, la mariposa indonesia emprende su
conversión: brotan apéndices, que un saber genético destina a ese espejismo, y se inmovilizan como
peciolos; las alas superiores, ya lanceoladas, son hojas que atraviesa un nervio medio; placas
obscuras o transparentes, brillantes o mates, granulosas o lisas, se van distribuyendo a ambos lados
de ese eje. Fijeza. O más bien, balanceo ligero, oscilación, vaivén casi imperceptible: el del viento.
El simulacro se ha realizado. Esa conversión sería suficiente: ningún pájaro, ni siquiera el
más perspicaz, descubriría la ilusión, ninguna serpiente. Sobre el tallo, simétrica de la hoja verdadera
–tentación de escribir ese "verdadera" entre comillas-, la mariposa travestida ha logrado su teatro:
representación de la invisibilidad.
Y sin embargo, el teatro y el insecto van más lejos. La hoja, en su estado actual, no basta. De
las alas van a emanar, a brotar -imagen acelerada, irrisión de la "paciencia" de un muro y la
humedad- manchas minúsculas, grisáceas, como las que normalmente, sobre las hojas, dibuja la
lepra de un liquen. Porque hay que mimetizar hasta el gasto de la muerte: hojas enfermas,
anémicas, laceradas, musgosas, tachadas por esas cicatrices transparentes que dejan los insectos
devoradores, que sutura un minucioso trabajo de nácar.
Aún más: van a surgir manchas negras, imitando el excremento de las orugas, o blancas: el
de un pájaro, borrado por la lluvia. Suplemento inútil: huecos, orificios en los élitros-hojas, que no
se ven más que durante el vuelo, cuando es superfluo que el insecto se parezca a una hoja.
Despliegue, a veces letal, del abuso en la mecánica de la simulación; "ciertas larvas simulan tan bien
los botones de un arbusto que los horticultores las cortan con una tijera; el caso de las Filias es más
miserable aún: se devoran entre ellas, tomándose por hojas verdaderas".
Movimiento, pues, de exceso, de fasto, de inutilidad: aun sobre las alas no comestibles de
ciertas mariposas aparecen motivos concéntricos, ojos de pavo real, pupilas o vetas aterrorizantes:
un registro discreto de amenazas venenosas o fascinantes. Dibujos barrocos o amanerados, de una
densidad compulsiva o hipnótica. Distribución en el espacio del ala de un grafismo efímero,
indescifrable. Ley del derroche.
Así sucede con los travestís: sería cómodo –o cándido- reducir su performance al simple
simulacro, a un fetichismo de la inversión: no ser percibido como hombre, convertirse en la
apariencia de la mujer. Su búsqueda, su compulsión de ornamento, su exigencia de lujo, va más
lejos. La mujer no es el límite donde se detiene la simulación. Son hipertélicos: van más allá de su
fin, hacia el absoluto de una imagen abstracta, religiosa incluso, icónica en todo caso, mortal. Las
mujeres -vengan a verlo al Carrousel de París- los imitan.
Hiper-mujer, según Gallia, un travesti. Lacan diría que se trata de una fantasía si se intenta
ser toda la mujer, ya que según él la mujer no existe, justamente, más que por el hecho de no ser
ese todo.
Relacionar el trabajo corporal de los travestís a la simple manía cosmética, al afeminamiento
o a la homosexualidad es simplemente ingenuo: esas no son más que las fronteras aparentes de una
metamorfosis sin límites, su pantalla "natural".
Detalle accesorio: la mariposa javanesa de que se trata -Inachis o Parallecta- se conoce
popularmente con un nombre ideal para un travestí: Kallima.
El atleta Baena Albornoz era en extremo viril y forzudo, de él se recordaba que en un juego de foot,
al perder su grupo, había dejado los incisivos en señal de protesta en un poste esquinero. En su
canoa de regata se deslizaba por el Almendares, entre interjecciones y canciones de boga. Si alguien
se dormía con el remo, que era la frase que usaba para los que según su parecer no alcanzaban su
marca, los sacudía y después cuando andaban con su pantalón blanco y su camisa de playa los quería
chapuzonar de nuevo. Llegaba a los cafés portuarios de medianoche y con una voz como el cuerno
de Roldán estentorizaba: -Si entre vosotros mora algún hijo de Sodoma debe abandonar el local-.
Los cinedos con megacolon congénito desfilaban en una procesión quejumbrosa. Si alguno de los
tapiños pretendía quedarse, le gritaba: - Detrás de la máscara se te ven las ojeras lilas-. Y avanzaba
contra él, lanzando las imprecaciones de Ayax Telamón antes de entrar en combate.
Por el sopor de la corriente del Almendares se deslizaba la canoa, parecía hecha de hilos de
arena, como la de algunos primitivos americanos. Remando con tal violencia que lo hacía un tigre
luchando con el fuego de San Telmo, Baena Albornoz hacía de su remo una espada que magullaba
el cobre de las espadas del mar. Aquel día habían alcanzado buen tiempo en el recorrido de las
distancias. Salió del heraclitano fluir, con una risa que enseñaba su heroísmo de pérdida total de
incisivos en un tumulto de protesta deportiva. Para mostrar más aún su júbilo le dijo al timonel
enanito que levantase la canoa por la popa, mientras ella cargaba por la proa con el gesto de
Heracles paseándose por las costas del Mediterráneo con un bastos en la mano. Así llevó la canoa
hasta el castillo de la Chorrera, donde se guardaba todo el instrumental de las competencias. Los
remeros, por las fechas que precedían a las regatas, dormían en La Chorrera para estar más de
inmediato volcados sobre los ejercicios y para empezar la boga en horas muy tempranas de la
mañana.
Ya adentrada la noche, Baena Albornoz abandonaba con sigilo el dormitorio, los insomnes
que lo acompañaban en las horas de recuperación del cansancio muscular, ideaban que se iba por
algún fiestazo tenorino. Regresaba con el alba, estallándole por las mejillas el júbilo sanguíneo. Una
fresca novedad nerviosa, en el presunto vuelco de la esperma, lo llevaba a remar no tan solo con
verdadera ferocidad muscular, pinchado por el yodo algoso y el ultravioleta resbalando por su piel,
sino con la agudeza de un rayo expandido como un árbol entre la percepción y la reacción
ordenadora. Su voz penetraba como una cuchilla en la quilla de proa, obligándola a extenderse con
el viento.
El dormitorio más venteado lo ocupaban los jerarcas de la ancestralidad hercúlea. Cuarto
cara a la brisa, con altos puntales de encalado reciente para seguir las bandoneadas lunares. Pasos
largos en el encalado daban avisos. Bromas la luna espartana las recortaba. Sabanas alzadas a
destiempo, un caracoleo de embriaguez obligaba a una retirada vergonzante sin palmatoria
ejemplar.
En el sótano dormía el novato Leregas […] provinciano que habían expulsado del colegio por
mantener encendida al lado de la mesa del profesor la vela fálica. Llevaban allí en los primeros meses
de la iniciación a los que podían dar resultado en las competencias de remo. Su desparpajo como
aprendiz deportivo era el mismo al de las mañanas ingenuas de una explicación geográfica, eso le
daba a su dotación germinativa un poderoso desarrollo publicitario. En el sótano, traspasada la
humedad a las sabanas que lo cubrían, su priapismo se calmaba con el goterón rezumado por las
paredes encaladas que se iba amonedando en su nuca, pequeño espejo escarchado por el aliento
del reno.
[…]
Uno de los remeros, punzado con indiscreción por un chocolate de medianoche, se levantó
para hacer un vuelco del serpentín intestinal. Con la brisa sigilosa que consentía las contracciones
espasmódicas, busco el disfrute del retrete, al lado de la habitación de los durmientes, cerca de la
escalera de piedra que conducía al sótano. Liberado de su carga corredora, se le agudizaron las
orejas al escapado del sueño […]. Oyó por los últimos peldaños un deslizamiento aceitado. Percibió
a Baena Albornoz, con la toalla enrollada en la cintura, dirigirse en busca del novato que lo esperaba
con su lanza pompeyana en acecho. Lucía el atleta mayor toda la perfección de su cuerpo irisado
por el eon retrogerminativo. El Adonis sucumbía en el éxtasis bajo el colmillo del cerdoso. Los dos
condenados, que al principio estaban de pie, recorridos por la tensión de la electricidad que los
inundaba, se fueron curvando relajados por la parábola descendente del placer. Entonces el Adonis
en la expiración del proceso empezó a morder la madera de un extremo de la camera. El grito del
gladiador derrotado que antaño había mordido en un poste del campo de lidia era semejante a la
quejumbre que emitía al rendirse al colmillo del jabato, metamorfoseado en novato triunfador. La
onda de recuperación en la dicha avivó sus sentidos para descubrir en el primer descanso de la
escalera la burla y la malignidad del coro de los remeros que testificaban su humillación.
Aturdido miraba en tomo buscando la ropa, había olvidado su descenso de Adonai con el
manto sobre los muslos que iban a ser heridos. Los remeros que habían descendido para comprobar
la humanidad, y aun la carnalidad, de aquel eterno triunfador pítico, lo habían hecho ya en acabada
vestimenta, para huir por los más rápidos postillones dando avisos. El jabato metamorfoseado, sin
fuerza para enfrentar su desvío, buscó una esquina donde lloraba por anticipado su
arrepentimiento; el llanto que le rodaba por el colmillo, en la transfiguración interrumpida, lo llevó
a recoger la toalla con que Adonai había descendido al sótano para taparse las pudendas y cubrirse
el rostro para hacer más visible su llantera de eunuco poseedor.
Baena Albornoz cogió un trinquete con su vela, lo roció con la gasolina preparada para algún
lanchón y saltando como un fuego que ardiese sobre las aguas, subió la escalera y se dirigió al cuarto
de los durmientes escapados para maliciar. En ausencia de los cuerpos a los que quería quemar, se
lanzaba sobre sus lechos con la vela encendida hendiendo los aires. Las llamas brotaban por las
ventanas del castillito, como si fuesen venados con la cornamenta arbórea sacudiendo sus venablos.
Los marineros de guardia tuvieron que usar sus extinguidores. Rescataron al jabato lloroso
que desde el sótano no podía ver el fuego de las ventanillas. Casi ahogado por el humo, el Adonis
desnudo, en el corredor que conducía a la cámara de los malditos vengadores, con las manos
chamuscadas blandía aun la lona encendida con la que había quemado el recinto de los reyes rivales.
Mientras tanto los compañeros de sueño del héroe en la competición amistosa, habían
corrido a las oficinas de Upsalón. Allí volcaron el testimonio, dijeron la afrenta. Acuerdo fulmíneo:
el jabato eunucoide y el Adonai fueron expulsados con radicaleza extrema de todo el recinto:
jardines, castillos, piscinas, gimnasios, pórticos columnarios, espacios simbólicos y reales donde los
cuerpos desnudos se mostrasen en la ascensión purificada del día o descendiesen en los torbellinos
infernales de la nocturna.
-¿Qué te pasa, Molinita?
-No sé, tengo miedo de todo, tengo miedo de ilusionarme de que me van a soltar, tengo miedo de
que no me suelten. ... Y de lo que más miedo tengo es de que nos separen y me pongan en otra celda y me
quede ahí para siempre, con quién sabe qué atorrante...
-Mejor no pensar en nada, total nada depende de nosotros.
-Ves, ahí no estoy de acuerdo, pienso que a lo mejor pensando se nos ocurre alguna salida, Valentín.
-¿Qué salida?
-Por lo menos... que no nos separen.
-Mirá... para no maltratarte a vos mismo, pensá en una cosa: que todo lo que querés es salir para
cuidar a tu madre. Y nada más. No pienses en nada más. Porque la salud de ella es lo más importante para
vos, ¿verdad?
-Sí...
-Concentrate en eso, y ya.
-No, no quiero concentrarme en eso... ¡no!
-Eh... ¿qué pasa?
-Nada...
-Vamos, no te pongas así... levantá la cara de esa almohada...
-No... dejame...
-Pero ¿qué pasa?, ¿Hay algo que me ocultás?
-No, ocultarte no... Pero es que...
-¿Es que qué? Al salir de acá, vas a estar libre, vas a conocer gente, si querés podés entrar en algún
grupo político.
-Estás loco, no me van a tener confianza por puto.
-Yo te puedo decir a quien ver...
-No, por lo que más quieras, nunca, pero nunca, ¿me entendés?, me digas nada de tus compañeros.
-¿Por qué?, ¿a quién se le va a ocurrir que vos los veas?
-No, me pueden interrogar, lo que sea, y si yo no sé nada no puedo decir nada.
-Pero de todos modos, hay muchos grupos, de acción política. Y si alguno te convence te podés meter,
aunque sean grupos que no hagan más que hablar.
-Yo no entiendo nada de eso...
-¿Y es cierto que no tenés amigos de verdad, buenos amigos?
-Sí, tengo amigas locas como yo, para pasar un rato, para reírnos un poco. Pero en cuanto nos
ponemos dramáticas... nos huimos una de la otra. Porque ya te conté cómo es, que una se ve reflejada en la
otra y sale e spantada. Nos deprimimos como perras, vos no te imaginás.
-Las cosas pueden cambiar al salir.
-No van a cambiar...
-Vamos, no llores... no seas así... ¿Ya cuántas veces te he visto llorar? ... Bueno, yo también solté el
moco una vez... Pero basta, che... Me pone... nervioso, que llores.
-Es que no puedo más... Tengo tanta... mala suerte...
-¿Ya apagan la luz?
-Sí, ¿qué te creés?, ya son las ocho y media. Y mejor, así no me ves la cara.
-Pasó rápido el tiempo con la película, Molina.
-Esta noche no me voy a poder dormir.
-Vos escuchame, que en algo te podré ayudar. Es cuestión de hablar. Ante todo tenés que pensar en
agruparte, en no quedarte solo, eso seguro te va a ayudar.
-¿Agruparme con quién? Yo no entiendo nada de esas cosas, y tampoco creo mucho.
-Entonces aguantate.
-No hablemos... más...
-Vamos... no seas así..., Molinita.
-No... te lo ruego... no me toques...
-¿No te puede palmear tu amigo?
-Me hacés peor...
-¿Por qué?... vamos, hablá, ya es hora que confiemos el uno en el otro. De veras, te quiero ayudar,
Molinita, decime qué te pasa.
-Lo único que pido es morirme. Eso es lo único que pido.
-No digas eso. Pensá la tristeza que le darías a tu madre...,. y a tus amigos, a mí.
-A vos no te importaría nada...
-¡Cómo que no! Vamos, qué tipo...
-Estoy muy cansado, Valentín. Estoy cansado de sufrir. Vos no sabés, me duele todo por dentro.
-¿Adónde te duele?
-Adentro del pecho, y en la garganta... ¿Por qué será que la tristeza se siente siempre ahí?
-Es verdad.
-Y ahora vos... me cortaste la gana, de llorar. No puedo seguir, llorando. Y es peor, el nudo en la
garganta, como me está apretando, es algo terrible.
-...
-...
-Es cierto, Molina, ahí es donde se siente más la tristeza.
-...
-¿Sentís muy fuerte... te aprieta muy fuerte, ese nudo?
-Sí.
-...
-...
-¿Es acá que te duele?
-Sí...
-¿No te puedo acariciar?
-Sí...
-¿Acá?
-Sí...
-¿Te hace bien?
-Sí... me hace bien.
-A mí también me hace bien.
-¿De veras? –
-Sí... qué descanso...
-¿Por qué descanso, Valentín?
-Porque... no sé...
-¿Por qué?
-Debe ser porque no pienso en mí...
-Me hacés mucho bien...
-Debe ser porque pienso en que me necesitás, y puedo hacer algo por vos.
-Valentín... a todo le buscás explicación... qué loco sos...
-Será que no me gusta que las cosas me lleven por delante... quiero saber por qué pasan las cosas.
-Valentín... ¿puedo yo tocarte a vos?
-Sí...
-Quiero tocarte... ese lunar... un poco gordito, que tenés arriba de esta ceja.
-...
-¿Y así puedo tocarte?
-...
-¿Y así?
-...
-¿No te da asco que te acaricie?
-No...
-Sos muy bueno...
-...
-De veras sos muy bueno conmigo...
-No, sos vos el bueno.
-Valentín... si querés, podés hacerme lo que quieras... porque yo sí quiero.
-...
-Si no te doy asco.
-No digas esas cosas. Callado es mejor.
-Me corro un poco contra la pared.
-...
-No se ve nada, nada... en esta oscuridad.
-...
-Despacio...
-...
-No, así me duele mucho.
-...
-Esperá, no, así es mejor, dejame que levante las piernas.
-...
-Despacito, por favor, Valentín.
-...
-Así...
-...
-Gracias... gracias...
-Gracias a vos también...
-A vos... Y así te tengo de frente, aunque no te pueda ver, en esta oscuridad. Ay... todavía me duele...
-...
-Ahora sí, ya estoy empezando a gozar, Valentín... Ya no me duele.
-¿Te sentís mejor?
-Sí...
-...
-¿Y vos?... Valentín, decime...
-No sé... no me preguntes... porque no sé nada.
-Ay, qué lindo...
-No hables... por un ratito, Molinita.
-Es que siento... unas cosas tan raras...
...
-Ahora sin querer me llevé la mano a mi ceja, buscándome el lunar.
-¿Qué lunar? ... Yo tengo un lunar, no vos.
-Sí, ya sé. Pero me llevé la mano a mi ceja, para tocarme el lunar, ... que no tengo.
-...
-A vos te queda tan lindo, lástima que no te lo pueda ver...
-¿Estás gozando, Valentín?
-Callado... quédate callado un poquito.
-...
-...
-¿Y sabés qué otra cosa sentí, Valentín? pero por un minuto, nomás.
-¿Qué? Habla, pero quédate así, quietito...
-Por un minuto sólo, me pareció que yo no estaba acá, ...ni acá, ni afuera...
-...
-Me pareció que yo no estaba... que estabas vos solo.
-...
-O que yo no era yo. Que ahora yo... eras vos.
EVITA
¡Pero qué cagada, carajo! ¡Qué lástima que no estoy ahí! Si estuviera ahí haría un discurso
desde el balcón. ¡Qué lástima! Sería grandioso: mi mejor discurso. ¡Mierda, qué fiesta me
perdí! Hubieran salido todos a la calle, estarían en la plaza, millares aclamando, gritando
como locos. Les hubiera dado la jubilación a los cincuenta años y el aborto gratis. ¡Les
hubiera dado todo, todo, todo! ¡Pero qué lástima, carajo! Yo creía que iba a estar muerta
hace una semana.
IBIZA
No se podía prever.
EVITA
¡Qué cagada! ¡Pero qué cagada, carajo! Esto dura demasiado. Tendría que morirme
mañana, a más tardar. ¿No podés empezar la campaña presidencial justo después de mis
funerales? ¡Qué enfermedad de mierda! Ni siquiera se puede estar segura de que va a
terminar pronto. ¿Están los de la televisión yanqui?
IBIZA
Sí, están.
EVITA
¿Y los embalsamadores? ¿Estás seguro de que es el mejor? Me dijiste que es el mismo que
embalsamó a Stalin. Pero es un español. ¿Estás seguro de que un norteamericano no
hubiera sido mejor?
IBIZA
No, es el mejor del mundo.
EVITA
¿Y los faroles? ¿Qué hay de mi idea de ponerle tul negro a las lámparas?
IBIZA
Está todo previsto. No pensés más en eso.
EVITA
No, claro. Si voy a pensar en las amapolas de Córdoba. Mira, escuchame bien. Lo demás no
me preocupa, pero quiero estar en la C.G.T. y no en cualquier lado: en el anfiteatro grande.
¡Y quiero estar siempre ahí! ¡No quiero estar en un mausoleo! ¿Entendido? Lo dije bien
clarito en el mensaje que van a difundir antes de las elecciones. ¡Si me meten en otra parte
te cago las elecciones!
IBIZA
Vas a estar en la C.G.T.
EVITA
Y con mis vestidos alrededor. Y todo lo que hay en las valijas lo quiero puesto en vitrinas,
rodeándome también. ¡Y todas mis joyas! Y cada año para mi cumpleaños van a agregar
otras. Ya elegí los brillantes en Cartier; incluso creo que ya están pagados. ¡Me muero,
carajo! Llamá a la enfermera. Me siento mal.
IBIZA
Vení a descansar.
EVITA
No. Quiero quedarme. No quiero morirme en la cama.
IBIZA
No te vas a morir todavía. Vení, vení.
EVITA
Mierda. ¿Dónde está mi vestido presidencial?
MADRE
¿Qué vestido presidencial, querida? Todos tus vestidos son vestidos presidenciales.
EVITA
Sabés bien cuál digo. El de mi retrato oficial. El más sencillo, con las camelias.
MADRE
¡Ah, aquél!
EVITA
¿Qué mierda hice con ese vestido?
MADRE
Tenés que poner orden en tus cosas. Guardás tus vestidos en cualquier baúl, cuando sabés
bien que cada vestido tiene un número escrito encima y que a cada serie de números le
corresponde un baúl diferente.
EVITA
Me cago en los números.
MADRE
¡Muy bien! Ahí tenés el resultado.
EVITA
La culpa es de la enfermera. Le dije miles de veces que guardara mi vestido presidencial en
este baúl. ¿Dónde está la enfermera?
MADRE
La enfermera no está. Y la enfermera no es todopoderosa. No puede pasarse la vida
ordenando tus vestidos. Esa pobre chica tiene el derecho de quedarse en su cuarto
escuchando la radio cada tanto.
EVITA
¡Cerrá el pico de una vez!
MADRE
¡Pero mirá un poco este desorden! ¡Tomá, ahí tenés tu vestido! ¿No es éste?
EVITA
¿Dónde lo encontraste? ¡Dameló!
MADRE
Ahí en el piso. Los tirás en cualquier parte. Mirá cómo está arrugado. Un vestido tan lindo.
Te lo voy a planchar para esta noche.
EVITA
No, me lo voy a poner así como está. ¡Andá a buscar a los otros!
MADRE
¡No despertés al pobre Perón, que tiene migraña, Evita!
EVITA
¿Y qué? Yo tengo cáncer.
MADRE
No empecés con tu historia del cáncer.
EVITA
¡Tengo cáncer! ¡Y estoy harta de las migrañas de Perón! ¡Un cáncer no se cura con una
aspirina! ¡Voy a morirme y a vos te importa un pito! ¡A nadie le importa! ¡Están esperando
el momento en que yo reviente para heredarme! ¿Querés conocer el número de mi caja
fuerte en Suiza? ¿eh, vieja zorra? ¡El número de mi caja fuerte no se lo doy a nadie! ¡Me
voy a morir con él! ¡Vas a tener que ir a pedir limosna! ¡O a hacer la calle, como antes!
¡Andá a despertar a los demás!
Las viejas travestís
“Mimí, atiende, hay un negro que nos mira” dijo Gigí. Eran dos viejas travestís con pelucas
rubias que hacían la calle por la acera de Rue des Abbesses. El hecho de vestirse como si fueran
gemelas les conservaba una cierta clientela, a pesar de sus sesenta años bien cumplidos. Mimí, que
era muy miope, gritó: “¿Vienes, querido?”, dirigiéndose a una farola. Gigí lanzó una carcajada.
“Eres la maricona más bruta que he visto nunca” dijo desternillándose de risa. El Príncipe Koulotô
sacó una petaca de oro del bolsillo interior de su gabardina blanca, extrajo un Kool y lo encendió
con su mechero de laca china.
“¿Te vienes, pues, querido?” se pusieron a chillar las dos travestís desde el otro lado de la
calle, haciendo restallar sus látigos sobre la acera. El Príncipe Koulotô, tras haber encendido su
cigarrillo, atravesó la calle y fue a inclinarse ante ellas. “iYo querer ofreceros mi reino!” Y sacó de su
billetera de cocodrilo verde una tarjeta dorada en la que se hallaba escrito su nombre con gruesos
caracteres, sobrevolado por una corona. “¡Vosotras, mujeres más bellas universo!” añadió,
inclinándose hasta casi tocar el suelo con la frente. Gigí le dio un codazo a su amiga. “¿Has oído
eso?” dijo. “¿Cuánto pagas por hacerte azotar por las gemelas rubias?” le gritó Mimí, haciendo
chasquear su fusta. “Yo amor sincero” dijo el Príncipe, cruzando las manos sobre el pecho y
poniéndose de rodillas. Gigí le largó un fustazo a su panamá blanco, que cayó a la calzada. “Entonces
¿te gustan mis tetas, querido?” dijo Mimí, desabrochándose su corsé de cuero y dejando ver sus
grandes prótesis de parafina. Gigí le sacó la billetera del bolsillo interior; un taco de billetes de
quinientos francos rodó por la acera. Las dos viejas travestís se precipitaron a recogerlos, los
metieron en uno de sus bolsos y corrieron hasta la esquina de la Rue des Mart yrs. Una vez allí,
miraron hacia atrás. El Príncipe Koulotô permanecía inmóvil en el mismo sitio, bajo la luz de la farola.
“Está lelo” dijo Gigí; y se pusieron a contar los billetes de quinientos francos. Había un centenar. “¡Es
una millonaria!” gritó Mimí. Y se volvieron corrien do hacia Koulotô.
“Estamos enamoradísimas, ¿sabes?” dijo Mimí. Lo tomaron cada una por un brazo y lo
ayudaron a levantarse; lo arrastraron hasta Rue des Martyrs, haciéndolo subir uno a uno los
escalones de su edificio, hasta un quinto piso, donde tenían alquilado un destartalado apartamento
de dos piezas. Todo el suelo estaba recubierto de pieles de cabra. Koulotô se dijo que nunca en su
vida había encontrado unas mujeres tan encantadoras. Había desembarcado en Orly a las cuatro de
la mañana y había alquilado un Cadillac blanco para precipitarse hacia Pigalle, que él consideraba el
centro del mundo. Y había tropeza do con las dos viejas travestís, que eran las últimas que estaban
haciendo aún la calle por no haber encontrado clientela. Quedó inmediatamente prendado de sus
vestidos de cuero y sus gafas de brillantes; paró el Cadillac en la esquina de Rue des Martyrs y se
acercó a ellas tímidamente. El modo como lo habían tratado no le chocó lo más mínimo; encontraba
a las dos travestís adorables y se puso caliente de inmediato. Mimí lo acostó sobre las pieles de
cabra del suelo, le abrió la bragueta y le mordió el sexo, mientras Gigí se quitaba las bragas y le
frotaba el suyo contra la cara. El olor de pachulí de Gigí le hizo dar vueltas la cabeza.
Eyaculó hundiendo la cara entre las piernas de Gigí, que le orinó en la boca; Mimí le mordía
al mismo tiempo los testículos hasta hacerlo llorar; el Príncipe eyaculó por segunda vez, sollozando,
mientras Gigí le arrancaba su reloj de pulsera de oro y Mimí le registraba los bolsillos, donde
encontró una postal de Koulataï: un lago en el que se reflejaban las trescientas sesenta y tres torres
del palacio del Príncipe Koulotô, en pleno centro de África. Las viejas travestís se miraron entre sí.
Después de sesenta años de humillaciones (o casi), habían encontrado al fin el hombre de sus vidas.
Se besaron diez veces en las dos mejillas y se pusieron a bailar una java al son de un viejo disco de
Yvette Horner. Koulotô, que nunca había visto bailar a mujeres blancas de carne y hueso, creyó
morir de asombro. Se abrochó la bragueta y preguntó: “¿Cuarto baño?” “iHala a bañarte!” rió Gigí,
mientras Mimí lo empujaba hacia el interior de su minúscula cocina, donde Koulotô pudo lavarse la
cara y el sexo con la ayuda de un paño de cocina que apestaba a moho, pero que él tomó por el
colmo del refinamiento en materia de cosmética parisién. Entre tanto, las travestís bajaban sus
maletas de cartón de encima del armario y metían dentro todos sus cachivaches gemelos: dos pares
de botas de tacón de aguja en plástico dorado, dos pares de pantuflas totalmente gastadas, unos
cuantos pares de medias de malla desparejados, dos petos de cuero con agujeros para dejar ver los
senos, dos minifaldas de esponja color naranja y dos pantis de piel de cebra sintética. Mimí metió
en su maleta los cosméticos y las hormonas y Gigí las cosas de aseo en la suya: un cepillo de dientes
común, una piedra pómez, una vieja pera de lavajes y pegamento dental para las dentaduras
postizas, que al mismo tiempo les servía como lubrificante para el ano. El Príncipe Koulotô se inclinó
para recoger las dos maletas y salió al pasillo, mientras las dos viejas travestís se dedicaban a romper
todo lo que quedaba en el apartamento. Destriparon los colchones, hicieron trizas el espejo del
armario, arrojaron la mesita de noche por la ventana, y dejaron abierto el gas y los grifos de agua.
Luego se colocaron sus impermeables de piel de pantera sintética y bajaron las escaleras del
inmueble, ante los vecinos que, despertados por el escándalo, se agolpaban en los rellanos.
A menudo les habían causado molestias, debido a lo especial de su clientela, pero esta vez
no se atrevieron a insultarlas como habían hecho otras veces, a la vista del negro que las seguía: un
gigante de casi dos metros, bello como un dios. Mme. Pignou, en camisón, susurró a su vecina de
escalera: “¡Si es el Príncipe Koulotô!” Había visto su foto en un vespertino. Descendiente de la Reina
de Saba, por parte de madre, tenía fama de poseer el rostro más perfecto de toda la raza negra. La
gracia de su sonrisa y su mirada de gacela volvían locas a las lectoras de revistas del corazón del
mundo entero, desde que había entrado en posesión de la más fabulosa fortuna de la Tierra. Era el
jefe espiritual de doscientos millones de almas extremadamente piadosas que, cada viernes, le
regalaban su peso en diamantes, y un pájaro de papel, emblema de su dinastía.
El Príncipe Koulotô abrió el portamaletas del Cadillac blanco donde metió las dos maletas
de cartón; abrió luego la puerta trasera a las dos viejas travestís y se sentó en el lugar del conductor.
De inmediato, corrieron rumbo a Orly, atravesando el París desierto de las cinco de la madrugada.
Las dos viejas travestís, que hacía siglos que no salían de Pigalle, lanzaban gritos de alegría cada vez
que veían un monumento. Koulotô estaba radiante de alegría. Una vieja leyenda africana decía que
el dios del Universo Futuro nacería de la coyunda de un rey negro y dos mujeres idénticas de cabellos
rubios, que tendrían pene y que llegarían a su reino en un pájaro metálico. En Orly, un avión
construido en forma de ave del paraíso, sutilmente pintado por los más grandes artistas del reino
Koulô, resplandecía bajo el primer sol de la mañana, con los motores ya en marcha. Las dos vieja s
travestís aplaudieron y se pusieron a bailar de alegría en la mism a pista de aterrizaje, ante la mirada
de asombro de la tripulación, compuesta por eunucos vestidos con túnicas de pluma blancas. Una
joven impúber, negra como el ébano, descendió completamente desnuda la escalera del avión, con
un brillante grande como un puño en cada mano; dio unos pasos de danza extremadamente
graciosos y tendió un brillante a cada una de las travestís; ellas los metieron en sus viejos bolsos de
lona encerada. A continuación, toda la corte entró en el avión, los dos travestís a la cabeza,
cantando: “Il est cocu, le chef de gare!” Los indígenas acompañaban el estribillo con su acento
melodioso. La puerta del ave del paraíso se cerró y el “Concorde” despegó. La corte del Príncipe
Koulotô respiró al fin, viendo, por primer a vez desde su ascensión al trono, brillar el sol de la
felicidad en la imberbe cara de su jefe espiritual, mientras las viejas travestís se ponían moradas de
champán y se metían una a la otra los cuellos de las botellas en el culo, saltando sobre los respaldos
de los asientos.
Y cuando, completamente mareadas, se pusieron a vomitar, los eunucos las acostaron en
dos divanes recubiertos de piel de nutria negra. Mimí, con el vientre sobresaltado por tantas
emociones, se cagó. Los eunucos la perfumaron con incienso; el Príncipe Koulotó la cubrió de besos
mientras ella roncaba como un loro. Gigí, en cambio, reía en sus sueños como una loca. Una hora
antes de llegar al aeropuerto del reino, los eunucos despertaron a las dos viejas travestís, para
colocarles dos hermosos vestidos recamados de perlas negras que llegaban hasta el suelo, con
rubíes en la parte de los senos. Ellas se echaron a reír al verse en el espejo del lavabo. El Príncipe
Koulotó abrió la puerta y pisó él primero la inmensa escalerilla del avión, toda ella tapizada de piel
de visón blanco. Afuera, una muchedumbre imposible de abarcar con la vista aguardaba desde la
noche anterior, esperando la llegada de las dos travestís anunciada a todo el país por las radios de
transistores.
Trescientos sesenta y tres elefantes, pintados de mil colores, arrodillados al principio de la
pista, esperaban. Cada uno de ellos llevaba encima una palmera rosa, con un joven negro colgado
de ella en posición artística, mostrando una banana rosa en la mano. El Príncipe Koulotó, que se
había puesto una chilaba de lino blanco y un turbante del mismo color, se inclinó ante las dos
travestís que, locas de alegría, se pusieron a cantar la Marsellesa.
Koulotó tomó a cada una de un brazo y bajó la escalerilla del “Concorde”, aclamad o por la
multitud indígena. Gigí y Mimí ingresaron así, con gran naturalidad, en el destino de su sueño
común, que habían presagiado desde siempre.
Devenir drag
No es la falta de terror la que nos acompaña en esta caminata, es la certeza de no ceder ante él, de
no regalarle sumisión ni fiesta. No nos une el terror, sino la potencia del hartazgo. Hartas de una
sociedad de policías sin placas. De tanta bala al bala. De tanto medirse las pistolas. De tanto
espionaje mediático. Andamos asqueadas de tanto oficio de botón. De tanto patova de molinete.
No estamos hechas para estar mansas. Estamos vivas, tejiendo cosas, no seremos esclavas de sus
impuestos al movimiento. De su masacre habitacional e inmobiliaria. ¡Saltemos molinetes! No
estamos dispuestas a seguir implosionando dentro de nuestras vidas, no estamos dispuestas a
entregarle nuestrxs amores y ocio. Seguimos esquivando horrores con las heridas de la dictadura.
Cada evitar un golpe nuevo abre más nuestros tajos. Estamos hirviendo mientras regalan tibieza en
la otra esquina. Somos una parranda manchando la geografía latinoamericana porque todo al sur
está jodido, sobreviviremos a este tiempo porque somos cucarachas de treinta mil tetas presentes
ahora y siempre, sobreviviremos y no dejaremos de pensar la democracia mientras vivamos. No
estamos dispuestas a someternos al terror del binomio y la dicotomía. A la falacia de la democracia
heterosexual. Volveremos a pensarla porque no es esta la democracia que queremos, ni
merecemos, ni por la que luchamos. Somos una puja por la auto gobernabilidad de los cuerpos. No
estamos dispuestas a someternos al terror del neoliberalismo Macrista ni al de Bolsonaro, al terror
de los patrones, de los curas cómplices, de los machotes diarios. Será con nuestro agite como
machete, será con nuestro taco en mano, siempre sin la yuta. Los calabozos los llenaremos con
genocidas y al Congreso lo vaciaremos de caretas. No estamos dispuestas a su terror sanitario, a
trabajar para la gorra. A la gorra nunca. A la gorra nada. No estamos dispuestas al terror de ser
prisioneras entre fronteras. No tenemos límites, nuestra putez y mariconería viaja a mil millones de
años luz de la cabeza conserva de quienes nos representan en este negocio en quiebra. Nosotras no
estamos desconstruyendo nada, estamos viendo qué hacer con las ruinas. Miren lo que han hecho.
Ahora somos hijas del desastre. No estamos dispuestas a la cipayeada con la que se nos pretende
controlar. Estamos sí dispuestas a vencer el terror complejizando, a bailar para que no nos maten
de tristeza, a besarnos con la pasión de mil yeguas trotando en el campo, a quemar todo si es
necesario porque hay terror ahora. Hay terror ahora porque el silencio persiste. Porque las urnas se
llenan de cenizas y se candidatea cualquier hijo de empresario. Porque los números de víctimas del
terror de Estado se ponen en jaque y siguen subiendo. Porque entre muertxs hay clase. Porque son
quienes administran los que compraron a la Argentina a costa de la sangre de treinta mil
compañerxs. Porque nuestros cuerpos resisten, persisten e insisten en ser historia, en hacerla, en
contarse, en seguir vivas frente al piedrazo en la jeta que nos da el fascismo y sus apellidos de
siempre, sus amigos de siempre, sus fórmulas económicas de la necropolítica del marketing
neuronal. Hay terror ahora y por eso andamos juntas. Pero que no se confundan ni por un ratito.
No nos une el terror, sino la potencia del hartazgo.
Erizo de amor
Sembradío de boludos
verdes cosechas de hijos de puta
mañanas campestres
cientos de cines porno
veredas y calles
de rajadas grietas
como terremoto de caucete
que rima con ojete
menu fijo de mediodia
del laburo al happy hours
y todos corbatas calientes
del happy japi al after
rubiecitas planchados de pelos largos
y conchitas nerviosas buscando algo
que te la pongo que te la saco
que te la pongo que te la saco
machitos oficinistas
trepa trepa trepa trepa
edificios inteligentes
mucha gente estupidona
los pelos llenos de hollin
la garganta con smog
los bocinazos imbéciles
ciudad y salvaje rock and roll
el atropello diario
el Te atropello
atropellados
tacos enredados entre adoquines
asesinos de suelas y tapitas
que cambiarlas cuesta 15
LA NIÑA BONITA
[…]
Teoría queer
Así en una tierra donde no existían las retorcidas leyes católicas se fueron imponiendo los ajenos
ideales con muerte y agravio a cada sector donde se propagó esta escoria tormentosa que aniquiló
nuestra originaria y rica cultura indígena.
Los conquistadores miraron a los hombres indígenas como seres salvajes afeminados por su
ornamentación y a las mujeres como calientes por llevar parte del cuerpo al desnudo.
Nuestros ancestros fueron vestidos con ropa alejada de su cultura original, se les cortó su
cabellera para diferenciarlos entre hombres y mujeres y no se permitieron, por aberración, todas
las practicas intersexuales que producían alteración a la moralista mente española.
Hoy aún estamos expuestos a parámetros heredados por estos violentos conquistadores a través
de un enjuiciamiento social, moralista religioso, que ha mutado para bien o para mal, ordenando
estas cerdas formas de pensamiento en nuestra vulnerable y dormida socio cultura latino
americana.
Pareciera ser que nuestra voz sólo se valora cuando el dominante nos encuentra y nos hace existir.
Como si la historia anterior a la colonización no existiera y todo partiera desde el descubrimiento
de América para estos individuos que no sabían ni siquiera dónde estaban y que nosotros
existíamos hace muchos años libres de sus inmundas miserias.
¿Desde dónde hablamos hoy en día? ¿Desde una tierra con historia o desde un nuevo terreno
descubierto por otros?
Hoy hablo situada geográficamente desde el Sur pero muchas veces pareciera que me valido
hablando desde el Norte, como siguiendo el pensamiento que nos guía la matriz del dominador.
Me refiero con esto a cómo los nuevos saberes del Género se agolpan en nuestros límites
territoriales y nos encasillan con nuevas etiquetas para fomentar y entender el ejercicio de la
existencia y sus diferencias sexuales. Así hoy en día los del norte nos indican una nueva lectura
para comprender lo que ya existía en nuestras tierras…
¡Si! La cultura maricona siempre ha existido dentro de nuestros límites, pero no se había enfocado
bajo una mirada que uniera estos hechos como material de lucha a modo de tropa o movimiento
en el sentido del recorrido histórico de las nuevas identidades sexuales y sus manifestaciones
socio culturales implícitas.
Por ejemplo, como narra el escritor Juan Pablo Sutherland en su libro Nación Marica: “en los
setenta y ochenta en América Latina los crímenes hacia homosexuales siguen siendo una realidad
cotidiana en Brasil, Argentina y el resto de la región, (…) dejando una huella de sangre difícil de
borrar. Por estos años (…) gran parte de Sudamérica está gobernada por dictaduras militares y
surgen incipientes iniciativas ante la brutal represión. En Argentina nace a mediados de los
setenta el Frente de Liberación Homosexual, liderado por el poeta y antropólogo Néstor
Perlongher (…). En Chile, a inicios del gobierno de la Unidad Popular, se organizaba el primer mitín
homosexual en la emblemática Plaza de Armas de Santiago, manifestación categorizada por los
medios de izquierda como degradante y
pervertida”.
Parece que todo lo que habíamos hecho en el pasado, actualmente se amotina y armoniza dentro
de lo que San Foucault describía en sus años en la Historia de la sexualidad y que mezclado con los
años de feminismo maravilloso finalmente acaban en lo que la Santa Butler inscribió como queer.
Soy una nueva mestiza latina del cono sur que nunca pretendió ser identificada taxonómicamente
como Queer y que ahora según los nuevos conocimientos, estudios y reflexiones que provienen
desde el norte, encajo perfecto, para los teóricos de género en esa clasificación que me propone
aquel nombre botánico para mi estrafalaria especie bullada como minoritaria.
Resolví con valentía enfrentarme a los demás y me fui nutriendo de insólitas cerderías en torno a
las construcciones sociales en nuestro acontecer sudamericano, verificando en carne propia la
opresión y la hostilidad junto al goce discriminador del otro al sentirse superior y correcto,
destruyendo la integridad personal y basureando la dignidad humana.
En mi infancia nunca me identifiqué con este binarismo, sentía que naturalmente encajaba en otra
situación mucho más armónica y jugué los juegos infantiles para ambos lados, entre jugar al
futbol, jugar con las barbies, besarme con chicas y con chicos, definitivamente mi infancia fue
sensacional, plural y nunca ningún niño me increpó en lo absoluto, sino que todo trascendía muy
naturalmente dentro del libre fluir de la vida.
En la década de los 80, a los 5 años de edad, me inscribieron por obligación en un colegio católico,
solo de varones. La situación en si me parecía bien estrafalaria. Todas las mañanas le rezaba la
virgencita para que me convirtiera en princesa y cuando mis compañeritos de curso jugaban a la
guerra de las galaxias yo siempre era la princesa Leia. Siempre tomaba de la mano a los niños de
los cuales sentía atracción, la maestra gritaba desde lejos “los niños no se toman de las manos”…
mi mente ignorante de la heteronorma no comprendía esos gritos que impedían mis libertades
naturales infantiles.
Después de haber tenido muchos novios en mi educación primaria y de haber premiado con besos
en la boca a mis compañeros cuando anotaban un gol en los partidos de futbol, una de mis
maestras de enseñanza escolar me descubrió una muñeca!!! Si! Era mi fabulosa muñeca de She-ra,
esa misma, la hermana gemela de He-man. Esta maestra mandó a llamar a mis padres al colegio, a
mí se me aisló y se me llevó a una oficina de orientación escolar. Después de un traumatizante y
profuso llorar, por no comprender la extraña situación en que estaba envuelta, terminé en un
tratamiento sicológico que duro 4 años para sanar mi homosexualidad.
Es bien sabido que la homosexualidad como patología se eliminó recién en 1973 de los manuales
de siquiatría, pero como en mi país ese mismo año comenzó la dictadura… entre bombas y
matanzas caníbales sanguinarias seguramente no alcanzó a llegar esa información a Chile y se
trató mi caso como una enfermedad estilo trastorno mental que era posible curar a través de
terapia, para lograr adaptarme al medio patriarcal machista heteronormado con éxito.
Como pueden apreciar los resultados de mi terapia fueron fabulosos, aprendí rápidamente a
engañar a mi sicóloga explorando mi masculinidad interna y actuando performaticamente como lo
realizan los hombres más brutos y listos!!! Cuando la doctora me dio de alta, se prendió de luz mi
cuerpo, se llenó de libertad y como un impulso de sanción supra terrenal el consejo que hoy nos
dicta Gloria Trevi se hizo realidad. Me solté el cabello, me vestí de reina, me puse tacones, me
pinté y era bella, caminé hasta la puerta, te sentí gritarme pero tus cadenas ya yo pueden parame
y mire la noche ya no era oscura era de lentejuelas!!!
Manifiesto (hablo por mi diferencia)
Fue la primera que se pegó el misterio en el barrio San Camilo. Por aquí, casi todas las travestis están
infectadas, pero los clientes vienen igual, parece que más les gusta, por eso tiran sin condón.
Ella sola se puso Madonna, antes tenía otro nombre. Pero cuándo la vio por la tele se enamoró de la
gringa, casi se volvió loca imitándola, copiando sus gestos, su risa, su forma de moverse. La Madonna tenía
cara de mapuche, era de Temuco, por eso nosotros la molestábamos, le decíamos Madonna Peñi, Madonna
Curilagüe, Madonna Pitrufquén. Pero ella no se enojaba, a lo mejor por eso se tiñó el pelo rubio, rubio, casi
blanco. Pero ya el misterio le había debilitado las mechas. Con el agua oxigenada se le quemaron las raíces y
el cepillo quedaba lleno de pelos. Se le cala a mechones. Nosotros le decíamos que parecía perra tiñosa, pero
nunca quiso usar peluca. Ni siquiera la hermosa peluca platinada que le regalamos para la Pascua, que nos
costó tan cara, que todos los travestis le compramos en el centro juntando las chauchas, peso a peso durante
meses. Solamente para que la linda volviera a trabajar y se le pasara la depre. Pero ella, orgullosa, nos dio las
gracias con lágrimas en los ojos, la apretó en su corazón y dijo que las estrellas no podían aceptar ese tipo de
obsequios.
Antes del misterio, tenía un pelo tan lindo la diabla, se lo lavaba todos los días y se sentaba en la
puerta peinándose hasta que se le secaba. Nosotros le decíamos: Éntrate niña, que va a pasar la comisión,
pero ella, como si lloviera. Nunca le tuvo miedo a los pacos. Se les paraba bien altanera la loca, les gritaba que
era una artista, y no una asesina como ellos. Entonces le daban duro, la apaleaban hasta dejarla tirada en la
vereda y la loca no se callaba, seguía gritándoles hasta que desaparecía el furgón. La dejaban como membrillo
corcho, llena de moretones en la espalda, en los riñones, en la cara. Grandes hematomas que no se podían
tapar con maquillaje. Pero ella se reía. Me pegan porque me quieren, decía con esos dientes de perla que se
le fueron cayendo de a uno. Después ya -no quiso reírse más, le dio por el trago, se lo tomaba todo hasta
quedar tirada y borracha que daba pena.
Sin pelo ni dientes, ya no era la misma Madonna que tanto nos hacía reír cuando no venían clientes.
Nos pasábamos las noches en la puerta, cagadas de frío haciendo chistes. Y ella imitando a la Madonna con el
pedazo de falda, que era un chaleco beatle que le quedaba largo. Un chaleco canutón, de lana con lamé, de
esos que venden en la ropa americana. Ella se lo arremangaba con un cinturón y le quedaba una regia
minifalda. Tan creativa la cola, de cualquier trapo inventaba un vestido.
Cuando se puso la silicona le dio por los escotes. Los clientes se volvían locos cuando ella les ponía
las tetas en la ventana del auto. Y parece que veían a la verdadera Madonna diciendo: Mister, lovmi plis.
Ella se sabía todas las canciones, pero no tenía idea lo que decían. Repetía como lora las frases en inglés,
poniéndole el encanto de su cosecha analfabeta. Ni falta hacía saber lo que significaban los alaridos de la
rucia. Su boca de cereza modulaba tan bien los tuyú, los miplís, los rimernber lovmi. Cerrando los ojos, ella
era la Madonna, y no bastaba tener mucha imaginación para ver el duplicado mapuche casi perfecto. Eran
miles de recortes de la estrella que empapelaban su pieza. Miles de pedazos de su cuerpo que armaban el
firmamento de la loca. Todo un mundo de periódicos y papeles colorinches para tapar las grietas, para
empapelar con guiños y besos Monroe las manchas de humedad, los dedos con sangre limpiados en la muralla,
las marcas de ese rouge violento cubierto con retazos del jet set que rodeaba a la cantante. Así, mil Madonnas
revoloteaban a la luz cagada de moscas que amarilleaba la pieza, reiteraciones de la misma imagen infinita,
de todas formas, de todos los tamaños, de todas las edades; la estrella volvía a revivir en el terciopelo
enamorado del ojo coliza. Hasta el final, cuando no pudo levantarse, cuando el sida la tumbó en el colchón
hediondo de la cama. Lo único que pidió cuando estuvo en las despedidas fue escuchar un cassette de
Madonna y que le pusieran su foto en el pecho.
Campeón
Haceme un pibe
yo te prometo
una casa
un jardín
un perro
una cena caliente cada noche
y cada mañana las sabanas desechas.
Wacho haceme un pibe
yo te prometo
dejar la gilada
bajar el escabio
y no volver a enamorarme de ningún otro nunca más.
Wacho por favor haceme un pibe
yo te prometo
una casa
un jardín
un perro
un hijo al que ambos llamaremos por el mismo nombre.
Haceme un pibe
y te prometo que nunca más estaremos solos
ni vos ni yo ni él.
El joven andaluz
Los siguientes ejercicios, simples ejemplos de una serie infinita de posibilidades de reprogramación,
han sido pensados para ponerse en acción entre una bio-mujer y un cuerpo que ocupa la posición
de mujer o de hombre, pero pueden ser activados por múltiples sujetos políticos. Una modificación
del sujeto programado o del contexto de programación modificará inmediatamente los resultados.
Factores de reprogramación:
Desubjetivación afectiva.
Desubjetivación comunicativa.
Técnica: reprogramación de una bio-mujer blanca de clase media en Brazo Peludo blanco
de clase media.
Pagar las facturas, encenderle los cigarrillos, ofrecerle un cigarrillo pero nunca comprarle un
paquete: hacerle dependiente de mi propio deseo de fumar, «en realidad, chaval, a ti lo que te gusta
es fumar cuando yo fumo, aspirar mi humo, tu deseo de fumar es mi deseo de fumar, tu deseo de
follar depende mi deseo de follarte», no responderle directamente a sus mensajes: si él dice: «Te
echo de menos», escribir, «tomando un café al sol con Stephanie, te llamo más tarde», cuando él
acabe sus mensajes telefónicos con «te quiero», tardar veinte minutos en responderle, no entrar
nunca en el baño al mismo tiempo que él, si él entra en la ducha cuando me estoy duchando, ponerle
a tus pies y obligarle a chuparte el clítoris y salir después dejándole solo en la ducha, hacer que las
respuestas a sus avances sexuales sean aleatorias y dependan únicamente de mi deseo, intentar
satisfacerle sexualmente solo como conformación de mi propia potencia viril, preocuparme de su
satisfacción sexual solo como signo de mi competencia, si él finge follando, creer firmemente en su
parodia, no ponerla en cuestión, no darle mayor importancia, pasar de inmediato a hablar de mi
propio placer, no leer ni su agenda ni sus mensajes de teléfono, no por respeto, sino por desinterés
o indiferencia, evitar los gestos de ternura en el sexo y especialmente justo después del momento
en el que él finge el orgasmo, no prestar atención a sus historias de familia o a las historias de
terceras personas que pueblan sus conversaciones, comprarle lencería fina, perfumes, joyas, pero
sin preocuparme en absoluto por su gusto o por su sentido de la masculinidad, haciendo que esos
detalles sean solo signos exteriores de mi propio poder y autonomía, hacerle dependiente de mí
económicamente, tratarle sexualmente como a una puta, como una reina, pero siempre de forma
aleatoria, de acuerdo solo a mis propios deseos, evitar preguntas como «¿qué te pasa?», «¿estás
bien?», «¿hoy no te encuentras bien?», hacer exactamente en cada momento lo que me apetece
sin pedirle permiso, sin tener en cuenta su deseo, en caso de extrema necesidad, por ejemplo,
delante de su familia, iniciar la acción con la frase «no te molesta si... », pero sin esperar siquiera a
oír su respuesta, hacer que su presencia forme parte de mi atención periférica, hacer siempre otra
cosa (enviar mensajes de teléfono, leer el periódico, leer mi e-mail, hojear un libro o una revista),
mientras me habla de asuntos que le preocupan, como problemas del trabajo o historias con su
madre, escucharle a condición de hacer otra cosa al mismo tiempo, decir, sí, sí, sí, o asentir con la
cabeza si él insiste y pregunta «¿me escuchas?», no inmutarse ante su irritación, seguir con la misma
acción, el mismo grado de escucha, y repetir «sí, sí, sigue», o quizá, si se queja de mi falta de
atención, «me cansas», preparar la cena, pero dejarle a él fregar los platos la mañana siguiente,
decirle «tienes un culo de una clase excepcional, nena» mientras me abro la bragueta y me meto
mano, poner una cinta porno cuando me lo quiero tirar, ensayar las posiciones que he visto en el
porno con él con mi Jimi, hacerle gozar como una perra con mi dildo, con la boca, con la mano,
agarrarle las muñecas violentamente cuando le follo y dejarle marcas, bajar la basura mientras él
limpia el pis de la perra, no llamar nunca a mi madre delante de él, llamar delante de él a mis amigas
lesbianas o a los amigos trans que quieren echar un polvo conmigo (él sabe quiénes son) y reírme
con ellos por teléfono mientras él ve la televisión a mi lado, cuando viene a buscarme a mi mesa de
trabajo, no cerrar inmediatamente el ordenador para atenderle, hacerle esperar, hacer planes para
el fin de semana sin pensar en sus días libres o en sus horarios con la seguridad de que él se adaptará
amablemente, dejar que sea él el que me limpie el dildo después de follar, primero con la lengua,
luego con una toalla húmeda, pero sin quitármelo, escuchar todos los días veinte minutos de Lemy
Motorhead a fondo, evitar mariconadas del tipo Madonna, Francoise Hardy, Jane Birkin, poseer un
medio de transporte autónomo, una moto, un coche, si es posible un 4 x 4, ganar pasta, muchísimas
pasta, ser capaz de cualquier cosa por la pasta, ser capaz de traicionar a un amigo para ascender y
ganar más pasta, guardar relaciones con mis antiguas amantes, no porque quiera en realidad
acostarme con ellas, sino simplemente para suplementar mi ego y aumentar su inseguridad, como
método indirecto de control de sus sentimientos por mí, llevar mi dildo puesto si tengo que realizar
tareas culturalmente consideradas como femeninas; por ejemplo, cuando voy a Monoprix, o cuando
limpio la casa, después de realizar tareas domésticas meter una buena K7 pomo y hacerme una
buena paja como premio.
Sobre todo, no olvidar que ese cuerpo que tienes delante es el de un hombre sumiso, que
es un hombre que te chupa el dildo el que hace de ti un verdadero hombre, un Brazo Peludo, un
macho de elite., Todo depende de tenerle bien a tus pies. De saberlo y de que él lo sepa. Y todo eso
en silencio, como una presuposición densa, pero transparente sobre la que se apoyan tus pies.
Técnica: reprogramación de una bio-mujer blanca de clase media en Brazo Peludo blanco
de clase media tomando como objeto un cuerpo que ocupa culturalmente la posición de
hombre.
Estoy salido como un verdadero hijo de puta. Mi polla sintética negra de 23 centímetros de largo
por 4 de diámetro empuja los botones de mi Levis. Voy a partir en expedición anal y como por azar,
bio-muñeco, mi lugar de destinación está entre tus nalgas. A ti lo único que te queda por hacer es
arrastrarte a cuatro patas hasta que tengas tu lengua encima de mis botas y limpiármelos con la
lengua. Ven, acércate, sube la cabeza hasta mi dildo y mámamelo como si de ello dependiera tu
vida. Porque es así. Porque eso es lo, que en realidad te gusta. Comerle la polla a cualquier tecno-
tío que encuentras. No te dejo tocarme porque tus manos solo merecen el suelo, el barro de mis
botas. Abro tu ano de bio-gallito y lo profano con mi megadildo. Tú gimes y te retuerces de placer.
Eres mi zorro lascivo. Peor que la más rastrera de todas las putas. Eres mi agujero lúbrico. Te haces
el fuerte pero en realidad, lo que a ti te gusta es ser mi pequeño esclavo anal. Lleno tu culo de bio-
machito de élite de leche condensada. Absórbela. Porque eso es lo que eres detrás de tu conciencia
de cis-machito, un agujero negro hecho para recoger la leche condensada de todos los dildos del
planeta.
Las purulencias del lenguaje
Deslenguada la vaca por la carnicería humana, deslenguada la escritora por las normas del lenguaje. Se
secciona el miembro de la boca, se traza el mapa de una interrupción del decir y el pensar. En la escena del
matadero corre sangre, en la escena de escritura corren palabras de latidos aulladores del gesto disidente.
Citas que marcan y desmarcan cuerpos, lugares, tiempos. ¿Teoría? ¿Poesía? ¿Narrativa? ¿Ensayo? Poco
importa cuando quiero que te dejes tocar por el deslengüe, cuando busco que me toques en la lengua la
insurgencia que me chorrea.
Practicar el deslengüe, cada una, cado uno, todas, todos, como se quiera, donde se pueda, para diseminar las
diferencias, exponer la violencia de las instituciones, desorganizar la política corporal de la lengua. ¿Acaso la
lengua tiene un cuerpo? ¿Hace un cuerpo? ¿Dice un cuerpo? ¿Borra un cuerpo? Vibrar en la lengua del
deslengüe, la tuya, la mía, la nuestra, la de ellos, la de ellas, la de lo que no tiene nombre aún, la que hace del
nombre mudanza permanente.
El deslengüe
…aunque no me mueva, aunque no viaje, hago, como todo el mundo, mis viajes inmóviles que sólo puedo
medir con mis emociones, expresándolos de la manera más oblicua y desviada de mis escritos.
Gilles Deleuze
No puedo leer este relato sin reescribirlo; esa es una de las lecciones de la capacidad de leer y escribir feminista,
intercultural y transnacional. El interés de la reescritura diferencial/ opositiva no es hacer la historia
«correcta», fuera la que fuera.
Donna Haraway
La desafiliación verbal de la inmunidad idiomática, introduce las señas críticas del desacomodo en las rutinas
del habla. Una cita con la des-confianza sobre la normalidad de su decir. Un salirse de marco. Un construir
desajustes de representación. Un romper el equilibrio funcional de categorías predefinidas. Los saberes en
desorden, las teorizaciones fronterizas, las ficciones extrañas, hacen implosionar el monologismo del
significado absoluto. Porque “Escribir no tiene nada que ver con significar, sino con medir, cartografiar, incluso
las comarcas por venir” (Rizoma, Guattari-Deleuze).
Intensificar las oblicuidades del lenguaje con la práctica del zigzag en los intrigantes juegos de metáforas.
Defender sus opacidades y refracciones contra la tiranía lingüística de lo simple, directo y transparente, al
inventar-nos una lengua de giros fabuladores. Situarse, sin miedo o con él, en el recoveco poético-narrativo
de las duplicidades y ambigüedades del sentido; ahí donde se gesta la supuración de las fugas e interrupciones
de experiencias, relatos y teorías. Animarse a descatalogar los equívocos como gesto de infiltración de las
memorias y ceremonias del pensar.
Fabricar lenguajes en cuyas hendiduras simbólicas perviven nombres fugados, narrativas desensambladas,
estilos excéntricos, dialectos rezagados, que incitan y excitan a transformar la gramática de circulación de los
mensajes dominantes, deshaciendo los diagramas textuales de la uniformidad, del consenso y del mercado,
encadenados a la moderación.
Si la herida del lenguaje nos constituye, nos apremia herir el lenguaje con rupturas y saltos de imaginarios.
Inscribir la herida en el lenguaje, encarnando la falla de la interpelación normativa, de sus lógicas de
hegemonía, normalización y naturalización, a través de la promiscuidad entre géneros, disciplinas y cuerpos,
que evite la construcción sistémica de silencios. Nuestros arrebatos y desarreglos pasionales, con sus desvíos
y extravíos de la significación, quiebran la razón convencional.
Entonces ¿por qué conservar nuestros nombres? Por costumbre, para hacernos irreconocibles, para
comunicarle al Yo una velocidad artificial capaz de llevarlo hasta la ruptura o el desmoronamiento. Para
señalar una intensidad en la que no tiene ninguna importancia decir o no decir yo, porque “El yo de la
autobiografía nunca será la certeza de una identidad o la continuidad fantasmática que se reconoce en la
filiación o la sangre, sino el núcleo móvil de una ceguera constitutiva que se traslada al ritmo de cuanto se
escribe” (Variaciones sobre la literatura. La inscripción autobiográfica. Jorge Panesi. Por amor a Derrida, Pág.
88).
“Un libro no tiene objeto ni sujeto, está hecho de materias diversamente formadas, de fechas y de velocidades
muy diferentes” (Rizoma, Pág. 8). Un libro es una composición maquínica de líneas de fuga, movimientos de
desterritorialización y desestratificación, que no cesa de deshacer el lenguaje en tanto organismo, de hacer
pasar y circular partículas asignificantes, intensidades puras, resquebrajando sus imperativos categóricos de
armonía y pacificación.
“La única cuestión cuando se escribe está en saber a qué otra máquina, la máquina literaria puede estar
conectada y debe estar conectada para poder funcionar” (Idem. Pág. 10). Copia de copia. Error de error. Falla
de falla. Escrituras diseminantes de pulso moroso y envolvente. Si el rito institucional alisa los sentidos, como
clave y garantía de normalidad, la potencia ponzoñosa es antagonismo, dramatización de enfrentamientos
contra la economía unilateral y estandarizada de las palabras.
Hoy, el patrón comunicativo de vocabularios técnicoinstrumentales disciplina el ademán heterogéneo y
rebelde de la letra para hacerla entrar pasivamente en el molde de la integración social. El paisaje del lenguaje
neoliberal no presenta acentuaciones ni variaciones de intensidad, de tonos, de ritmos, de vibraciones, porque
se ajusta servilmente a la mesura y a no contrastar con el exceso.
Vivir en el (des)decir la tensión crítica del límite con el ardor de lo improbable y el furor de lo imposible, sin
resignarse al mezquino horizonte pretrazado de lo realizable y lo verificable. Poner a vagar la imaginación
política más allá de lo delimitado por la razón técnica, segregando disparates conceptuales que conmocionan
el registro de formas y sentidos en el combate de lo sensible y lo inteligible, haciendo espacio para el absceso
de poéticas desobedientes que desestabilizan las reglas del consumo, trama al mismo tiempo, afectos
emergentes y efectos innumerables, incalculables, inútiles para la eficacia de la modelización serial. Estéticas
de lo inanticipable que interrumpe cualquier horizonte de espera conocido. Porque el entrometerse de/en la
ruina, de/en lo intraducible, de/en la errancia, es sumirse a que siempre hay algo que interrumpe, corta,
tumba, precipita, arruina, desvía, hace fracasar, amenaza. Estallido de un decir que carece de palabra y de
lenguaje, lo inauditamente nuevo.
Supurar es trabajar sobre lo no-dicho del contrato social primero, el lenguaje. Táctica de la lengua, menos
visible, menos audible, menos palpable. El pus que plantea las preguntas imprevisibles y que se afana contra
las reglas de formulación de interrogantes codificados por las programaciones de la obviedad. Lengua fisurada
por travesías oníricas que desarreglan los protocolos de la identidad normativa y desorganizan sus requisitos.
Pústulas de escape a la fijeza de una subjetividad unidimensional. No hablar la lengua monumentalista de la
transgresión implica participar del complot de las ínfimas e íntimas rebeldías en el escenario
microinsurrecional de nuestras biografías abyectas. “Escribir es confrontar nuestros demonios, verlos a la cara,
y vivir para escribir de ellos” (Hablar en lenguas, de Gloria Anzaldúa. En Cherrie Moraga y Ana Castillo “Esta
puente, mi espalda”. Voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos.ism press. San Francisco).
Habitar el fuera de plano de la mirada estandarizada con nuestras actuaciones heterodoxas y monstruosas
que forjan su anónimo desacuerdo con el paradigma de lo inteligible. Letra de memoria subjetiva, que
traiciona en primera persona la regla objetivadora del saber oficial y su pretensión de indefinición, precario
detalle y accidente de la contingencia enunciativa del sujeto.
Purulencias del temblor emotivo, del pánico corporal, que somatizan una falla, muestran la inestabilidad y la
fragilidad de una lengua vagabunda e impredecible. Entre sus errancias poéticas y sus desvíos políticos se
diseña una política del titubeo contra el discurso viril, firme y seguro. La mueca burlesca que profana la verdad
re-escrita como naturaleza, porque “la lengua auténtica es la lengua de la locura, la del error, la de la
estupidez” (En El concepto de ironía, de Paul De Man, pág. 256).
Secretar textos como escenas de pensamiento, como contextos vitales y experienciales, heridos con nombres
y conceptos de riesgo, al construir la errata visceral como cita intraducible e impresentable para los requisitos
de una normativa capitalística. Si la claridad es la supresión de imágenes y texturas en nombre de las leyes del
recto razonamiento, el fracaso de la totalidad es el lapsus de la sintaxis convencional.
Ficciones divagantes sobre los bordes de la ley de gravedad-seriedad del contenido, estas escrituras bullentes
de pensamiento polemizan con el saber hegemónico. Alegorías del deslengüe, figuras intensivas de la duda y
el suspenso. El sabotaje de la institucionalidad del lenguaje acontece en las prácticas de inscripción que
erosionan los márgenes de lo nombrado, silbidos inadecuados, murmullos de nuevas formas de habla. La
fuerza crítica de estos textos anfibios, flotantes y sumergibles, despedazan la clausura de las especializaciones,
al no conciliar con lógicas instrumentales de lo vacuamente decible, transparentable, sospechando de la oferta
exhaustiva -y coercitiva- de todas las palabras para explicar el mundo. Como juegos de pasiones rabdomantes
que ahondan los pliegues de sensibilidad, la escritura hurga en los residuos de los discursos instituidos, para
esbozar lo múltiple y lo incompleto con su tono vandálico que impugna la indigencia del sentido. A la vez que
entrecorta y fragmenta la historia para postular el excedente atópico de la letra.
Pasaje del monólogo del lenguaje programático al polílogo de las guerrillas disléxicas y afásicas que
desorganizan las máquinas binarias de representación dominante. Si la mismidad encorseta, hay que resistir
a la herencia amorosamente. Traicionar la tradición de la compulsión lineal, encarnando la complicidad con la
discontinuidad y la interferencia, para explorar en la repetición, la ocasión de la provocación del (des)citar,
del (re)citar, del (in)citar.
Entre huir y la imposibilidad de crear habla se traza una experiencia tartamudeante de trastornar los campos
de legibilidad. Un modo de decir siempre abierto a multiplicidades, direcciones móviles, rizomático. Montar
un espacio y tiempo para confabular saberes punzantes en las brechas y fisuras de la docta. Así se desposta el
saber categorial, con el filo de vocabularios híbridos de lxs pobladorxs subalternxs de la geografía del
conocimiento oficial.
Explosiva búsqueda de la convulsión de una palabra ¿cuáles son nuestras heridas de acceso al lenguaje
propio? Prepararse para la cisura sin compensación que arrastra la operación de catástrofe inmunitaria ante
el shock séptico del nombrar. Nuestras lenguas bastardas corrompen los léxicos oficiales con las impurezas y
la impudicia del desecho.
El descontrol del pensar ocupa la micro-escena de la escritura, que se sustrae y rehuye la vigilancia policial de
la forma que sujeta los estilos del conocimiento seguro y controlado, y fuerzan la creación de estereotipos y
estigmas. Ensayamos el filo de la vibración de lo más desobediente de los corpus disciplinarios, con una grafía
no autorizada ni consolidada, abierta a las polifonías culturales, somáticas y sexuales.
Practicar nuevos registros de conocimiento de sujetos u objetos marginados y segregados por el abusivo
predominio de lo central (lo metropolitano, lo occidental, lo masculino, lo heterosexual, lo burgués, etc.),
capaces de abrir nuevos contextos de reescritura/lectura que modifiquen el trazado del habla dominante.
Estas posiciones de voz, estos registros del decir, arraigan el gesto disidente en el interior de la lengua,
acontecimiento que funciona como interruptor de máquinas textuales. Sus desgarraduras o escisiones se
imprimen en la arquitectura de la ficción, sacudida por el temblor de vidas que no se dejan capturar.
Hacer supurar el lenguaje contra la servidumbre de los modos codificados de lectura, oponiendo prácticas de
infiltración e hibridación de los lenguajes que minan las funciones normativas y naturalizantes de las
instituciones políticas y sociales, sumergiéndolas en una deriva irreversible. Pus instigador de episodios en las
zonas más revulsivas, esquivas del lenguaje falogocéntrico, esa estructura única de pensamiento que da tanto
prioridad a la voz como al logos y a la disposición masculina.
Secretar es emprender una excursión insólita, audaz y temeraria a la urdimbre de la lengua, empaparse con
el silencio viscoso de las entresílabas, que desestima el aplanamiento de la vida en un fetiche textualista.
Inaugurar un portal al terrorismo textual, a esos textos capaces de intervenir socialmente, gracias a la violencia
que permite que excedan las leyes que una sociedad, una ideología, o una filosofía se dan para constituir su
propia inteligibilidad histórica (Barthes, 1972, 14)2.
La escritura es una técnica del cuerpo desacreditada por la razón colonial. Como técnica de producción de
subjetividad, constituye un exorcismo sexopolítico idóneo para devolver la “potencia de actuar” a aquellos
que han sido desautorizados por los lenguajes hegemónicos, una potencia heurística que se desata al
colectivizar tu/nuestra escritura.
En la lengua hetero, la lengua que estamos condenadxs a hablar, el desacierto es un gesto alquímico, una
práctica que tantea, mezcla, combina y experimenta con el lenguaje; es el atavismo de la química de la letra,
de sus combinaciones, mutaciones, transformaciones. El silencio de su guión cristalizado en identidades
encapsuladas no pacifica ni apacigua nada, ninguna tormenta, ninguna tortura. Nunca hará callar nuestra
memoria.
Lenguas sin itinerario que moran en las aguas pantanosas de la no neutralidad, ambiguamente, en el espacio
del entre con sus posiciones de luz y de tinieblas, vidas que en la zona liminal recorren, buscan, contrastan,
añoran, generan una nueva forma de ver y entender. Por eso, la purulencia es incompatible con la enseñanza,
es acontecer en la práctica, experiencia inédita por hacer.
2
Terror anal, de Beatriz Preciado, pág. 138
SOL MUÑOZ
“Me gusta una chica que anda en bicicleta…”
CONDE DE VILLAMEDIANA
“En el albergue caro donde anida…”
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
“Detente, sombra de mi viene esquivo…”
PABLO ARABENA
Sin memoria victoria (“Allá lejos no tan lejos avanzaba…”)
CAMILA SOSA VILLADA
Instrucciones para mi muerte 2
La selección natural perdió el rumbo
JULIO CORTÁZAR
Adriano a Antínoo
OSVALDO LAMBORGHINI
“Por un error en la grafía…”
JOSÉ HERNÁNDEZ
Martín Fierro
FEDERICO GARCÍA LORCA
Oda a Walt Whitman
FERNANDA LAGUNA
Terminaron los 90
VERÓNICA VIOLA FISHER
Yo te quiero blanca
DEVENORI
Vaginoplastía
NÉSTOR PERLONGHER
Por qué seremos tan hermosas
Canción de amor para los nazis en Baviera
SUSANA THÉNON
“¿por qué grita esa mujer?...”
“si vivieras en Ramos Mejía…”
REINALDO ARENAS
Voluntad de vivir manifestándose
CRISTINA PERI ROSSI
Claroscuro
SUSY SHOCK
Yo monstruo mío
TERESA ARIJÓN
“Decir su nombre…”
GABRIELA DE CICCO
“¿Qué sé de ella…”
DIANA BELLESI
“Cuando digo la palabra…”
CLAUDIO ROSALES
un oso en el Carrefour
MARÍA MORENO
En el museo
ALEJANDRA PIZARNIK
Violario
JOSÉ DONOSO
El lugar sin límites (“Pero ya iban saliendo, la Manuela…”)
SEVERO SARDUY
Copia/simulacro
Los travestis
JOSÉ LEZAMA LIMA
Paradiso (“El atleta Baena Albornoz…”)
MANUEL PUIG
El beso de la mujer araña (“¿Qué te pasa, Molinita?”)
COPI
Eva Perón (“¡Pero qué cagada, carajo!...” / “Mierda. ¿Dónde está mi vestido presidencial?...”)
Las viejas travestís
COMPARSA DRAG
Devenir drag
NATY MENSTRUAL
Erizo de amor
Cóctel en Buenos Aires
HIJA DE PERRA
Teoría queer
PEDRO LEMEBEL
Manifiesto (hablo por mi diferencia)
La muerte de Madonna
JOSHUA
Campeón
Haceme un pibe
LUIS CERNUDA
El joven andaluz
PAUL B. PRECIADO
Ejercicios de programación de género postporno. Coaching viril
Ejercicios de reprogramación de género
VAL FLORES
Las purulencias del lenguaje