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Lectura de textos: ​El banquete

John Jurado Díaz


1º FFC
Curso 2019-20

Introducción
Entre todas las obras de Platón, una de las más aclamadas es indudablemente ​El
banquete​, y no poca gente siente predilección por él. Para muchos, resulta profundo e
inspirador su contenido más genuinamente filosófico, el cual se complementa y se funde
con un particular aspecto literario, cuya magistralidad confiere a ​El banquete un puesto
privilegiado no solo dentro de la historia del pensamiento, sino también en la literatura
universal.
Se trata del relato de una reunión (​synousía​), conformada por varios amigos ─entre
los cuales se halla Sócrates─ que se proponen celebrar la primera victoria del anfitrión
(Agatón) en un concurso de tragedias. Después de la comida, tiene lugar el simposio
(​sympósion​), es decir, el momento de la bebida. Es entonces cuando los comensales se
disponen en torno a una mesa para pronunciar, ordenadamente, un elogio al sentimiento
del amor. Esta pasión divina es identificada en su contexto con la figura de Eros, el dios
del amor de la mitología griega, por lo que el encomio irá dirigido indefectiblemente
también a esta deidad.
En este texto pretendo resumir brevemente la obra, explicando los puntos más
importantes de cada discurso y detallando algunos aspectos formales y lingüísticos que
merece la pena tener en consideración.

Resumen de la obra
APOLODORO.- Me parece que no estoy mal preparado acerca de lo que preguntáis. Pues
precisamente anteayer subía a la ciudad desde mi casa de falero, cuando un conocido mío me
divisó desde atrás, me llamó de lejos y, bromeando al llamarme, dijo:
─ [...] Apolodoro, hace un momento te andaba buscando, ya que quiero informarme de la
reunión de Agatón, Sócrates, Alcibíades y los demás que en aquella ocasión asistieron al convite, y
de cuáles fueron sus discursos acerca del amor. (172a-b)

Este es el fragmento que da comienzo a la obra. Según se puede apreciar, nos


encontramos en la mitad de una conversación, y parece que acaban de preguntarle a
Apolodoro acerca de una reunión. Este, creyendo estar preparado, responde que le
pidieron lo mismo hace dos días y se dispone a dar todos los detalles. La obra es, pues el
monólogo de Apolodoro, que intenta traer al presente una celebración que ocurrió hace
años y a la cual, por cierto, no acudió él mismo, sino que todo lo que explica se lo hizo
saber Aristodemo, quien sí que asistió. Cabe recalcar ya desde el principio este recurso
literario, pues toda la narración está sujeto a él. El relato es el recuerdo personal y
subjetivo de un individuo, quien a su vez remite todo lo que dice a otra persona, que
también tiene una versión particular de lo que vio y escuchó. Como veremos adelante, la
perspectiva subjetiva de cada mediador influye notablemente en la versión de los hechos
que nos hacen llegar. Así pues, Apolodoro nos afirma que pone mucho esmero en saber
lo que Sócrates dice y hace (172e-173a), y luego resulta que Aristodemo era “uno de los
más fervientes enamorados que Sócrates tenía entonces” (173b). Ergo, en la fuente de
los hechos interviene un gran afecto hacia Sócrates, y esto condiciona notablemente la
versión que nos llega. De esta manera, Platón cuestiona la fidelidad (​meleté)​ que tiene la
transmisión de los discursos y la de cualquier recuerdo. Frecuentemente, Apolodoro dice
que no es capaz de evocar del todo algunas cosas, o que se salta alguna parte sin
importancia.
Siguiendo con los hechos de la reunión, Apolodoro comienza situándonos en el
contexto, es decir, nos aclara el lugar, los personajes, la fecha, etcétera, e
inmediatamente comienza a explicar las disertaciones. El carácter simbólico de la obra
queda expuesto desde este momento, pues Sócrates, junto con Aristodemo, se dirigen a
la casa de Agatón, que se traduce por “bien”, es decir, que en la casa del Bien es donde
se producirán todos los elogios a Eros, el Amor.
Una vez en en casa del anfitrión, los invitados acaban de comer. Luego tiene lugar
el simposio (​sympósion)​ , y aquí Erixímaco dice que a Fedro le gustaría encomiar al dios
Eros, pues no se le tiene la suficiente consideración.
Así pues, en primer lugar, habla Fedro, quien asegura que “Eros es un dios grande
y admirable por hombres y dioses” debido a que es la deidad más antigua de todas. La
justificación de este hecho está en que, según él, nadie ha mencionado jamás que tenga
padres, y en que algunos poetas, en sus respectivas obras, afirman que, después del
Caos, existió Eros. (178a-b)
Luego, dice Fedro, Eros es el dios que mayor felicidad procura a los seres
humanos, por el éxtasis que siente un amado al obtener un amante y viceversa, pero
sobre todo por servir este sentimiento como guía hacia la virtud. De acuerdo con Fedro,
un hombre enamorado siente una vergüenza enorme cuando actúa de forma despreciable
ante su amado. Este rubor es capaz de inspirar honor, valentía y fuerza en el amante y de
corregir todos sus defectos morales, hasta el punto de que alguien poseído por esta
pasión podría dar la vida por su amado si las circunstancias lo requirieran, y los dioses,
según Fedro, al observar estas heroicidades, quedarían maravillados. Fedro menciona
algunos episodios de la mitología griega en que los dioses concedieron el favor de
devolverle la vida a alguien que se había sacrificado por su amado, como lo son los casos
de Alcestis o Aquiles. (178c-180b)

Después de Fedro, habla Pausanias, quien opina que su predecesor no ha sido del todo
preciso en su encomio. Según Pausanias, no existe un único dios del amor, sino dos. Él
ilustra esta afirmación explicando primero que es imposible concebir a Eros (divinidad del
amor) sin tener en cuenta a Afrodita (divinidad de la sexualidad). Ahora, él argumenta que
existen dos Afroditas, por que es necesario que existan dos Eros. Pausanias, en este
caso, se basa en la existencia de dos genealogías distintas sobre Afrodita para
fundamentar esta proposición. Una, extraída de la ​Teogonía ​de Hesíodo, relata que Crono
mutiló a su padre Urano y arrojó sus genitales al mar, y que allí nació Afrodita, surgida de
la espuma; la otra, proveniente de la ​Ilíada ​de Homero, explica que Afrodita es hija de
Zeus y Dione. La primera es hija del dios del cielo, Urano, y por ello es llamada Afrodita
Urania o la Afrodita celeste; la segunda, en cambio, se identifica con el pueblo, es decir,
con la masa, con la muchedumbre, y por ello es llamada Afrodita Pandemo, es decir, la
Afrodita vulgar. Existe, por tanto, un Eros Urano y un Eros Pandemo. (180c-e)
Esta dualidad sirve para explicar que se puede amar de diversas formas, y que el
amor en sí mismo no es bello, sino que, dependiendo de la manera en que se ame, es
bello o feo. (181a)
Acerca de las diferencias entre un tipo de amor y otro, la forma fea de amar,
representada por el Eros de Afrodita Pandemo, consiste en amar el cuerpo, el dinero o el
poder de alguien antes que su virtud, su inteligencia o su valor. Pausanias tiene por más
valiosa una relación puramente homosexual que una heterosexual, y lo argumenta
diciendo que aquellos que se sientan poseídos por el Eros celeste amarán antes a un
hombre que a una mujer, “ya que sienten predilección por lo que es más fuerte por
naturaleza y tiene más entendimiento”. (181b-c)
De hecho, de acuerdo con Pausanias, la relación erótica ideal se da en la pedofilia,
entre dos varones, bajo las siguientes condiciones: el mayor, más sabio y experto, debe
inspirar virtud y sabiduría en el más joven, y entonces este, deseoso de volverse mejor, le
cedería su compañía y sus favores a su amante. Cuando alguno de los dos, amado o
amante, acepta las solicitudes del otro en busca de fama, poder, dinero o placer
meramente carnal, la relación resulta fea, por lo que conviene que de ambos surja un
sentimiento virtuoso y noble.

El siguiente discurso lo realiza el médico Erixímaco, que se salta el turno de Aristófanes, a


quien le ha entrado un fuerte hipo, por lo que le cede su puesto a Erixímaco mientras se le
va.
Erixímaco, igual que Pausanias, corrige a su predecesor, y aclara que es correcto
afirmar que existen dos tipos de Eros y que uno es digno de alabanza y el otro no, pero
dice que en esto falta matizar una cosa. Eros, dice Erixímaco, “no solo existe en las almas
de los hombres impulsándolos hacia los bellos muchachos, sino que también impulsa
hacia otros muchos objetos a las demás cosas”, es decir, que Eros no se limita
exclusivamente al amor íntimo entre dos amantes, sino que está presente en muchos
otros ámbitos y disciplinas. Erixímaco, a continuación, tratará de demostrar como en la
medicina, su profesión, actúa también Eros. (186a-b)
Primero remarca aquella doble naturaleza amorosa de que hablaba Pausanias,
pero extrapolándola al arte medicinal, es decir, al estado de salud o enfermedad del
cuerpo. El espíritu debe habituarse a los elementos buenos y saludables para el cuerpo y
satisfacerlos, mientras que “con los elementos malos e insanos es necesario no mostrar
complacencia”. Tarea de la medicina es entonces despertar esta tendencia crítica que
busca lo verdaderamente bueno y beneficioso para el cuerpo. (186b-d)
Esta tendencia amorosa debe a su vez mantener el equilibro entre los “elementos
más enemigos” del cuerpo, es decir, los más opuestos: lo frío y lo caliente, lo amargo y lo
dulce, lo seco y lo húmedo y todas las cosas que sean análogas. Según esta teoría, la
enfermedad se produciría por la preponderancia de uno u otro elemento, lo cual causaría
un desequilibrio en el cuerpo. Con esto, Erixímaco se acerca bastante a la teoría
hipocrática de los cuatro humores. (186d-e)
De igual manera dice Erixímaco que funciona la gimnasia, la alimentación y la
música. Acerca de este último arte, alega que en realidad no es más que la armonía
nacida entre dos opuestos, es decir, entre sonidos graves y agudos y entre frecuencias
rápidas y lentas. El amor hace que los elementos contrarios dejen de enemistarse y
armonicen, para así dar lugar a las bellas melodías. (187b)
Y lo mismo debe acontecer en el amor entre dos amantes: el Eros de Urania y el
de Pandemo deben mantenerse en perfecto equilibrio “para recoger el fruto del placer que
[Pandemo] proporciona sin provocar ningún exceso”. (187d-e)
Finalmente, aplica esta misma concepción a las estaciones del año: cuando
predomina uno de los dos contrarios (lo frío o lo caliente) ocurren enfermedades y la
naturaleza tiende a destruirse, pero, cuando armonizan, la vegetación florece y el tiempo
es agradable. (188a-c)

Luego habla Aristófanes, a quien ya se le ha pasado el hipo. Él, contrariamente a


Erixímaco, fundamenta su visión sobre Eros en la afinidad existente entre los amantes, y
lo hace a través de un relato mitológico muy representativo de la obra: el mito del origen
andrógino de la humanidad. Nos cuenta Aristófanes que al principio “tres eran los sexos
de los hombres” (de los humanos): masculino, femenino y andrógino. Este último, en
realidad, no es más que la fusión de los primeros dos (etimológicamente, el término está
compuesto por ​ἀνήρ, “hombre”, y por ​γυνή "​ mujer"). El cuerpo humano era distinto a como
lo es ahora, tal y como describe el siguiente fragmento:

[...] la figura de cada individuo era por completo esférica, con la espalda y los dos costados en forma
de círculo; tenía cuatro brazos e igual número de piernas que de brazos, y dos rostros sobre un
cuello circular, iguales en todo; y una cabeza, una sola, sobre estos dos rostros, situados en
direcciones opuestas, y también cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo lo demás según puede
uno imaginarse de acuerdo con lo descrito hasta aquí. Caminaba además erecto, como ahora, [...]
del mismo modo que ahora los saltimbanquis dan volteretas haciendo girar sus piernas hasta
alcanzar la posición vertical, avanzaba rápidamente dando vueltas, apoyándose en los ocho
miembros que tenía entonces. (189e-190a)

Es decir, de acuerdo con Aristófanes, antiguamente los individuos estaban conformados


por dos mitades idénticas, como si fueran dos seres humanos pegados por la espalda.
Según los genitales de cada mitad, el sexo era uno u otro. Por ejemplo, si una persona
estaba formada por dos mitades cada una con genitales masculinos, se trataba de un
varón; en el caso de que ambas mitades tuvieran genitales femeninos, una mujer; y si una
mitad tenía masculinos y la otra femeninos, un andrógino.
Aristófanes relata que estos seres eran muy fuertes y arrogantes, y que un cierto
día “intentaron ascender al cielo para atacar a los dioses”. Entonces, como castigo, Zeus
partió a cada individuo por la mitad, por lo que la población se duplicó. El cuerpo de cada
mitad fue acomodado: les dio la vuelta a sus cabezas y con la piel restante hizo una
especie de nudo “en la mitad del vientre, precisamente lo que llaman ombligo”, marca que
nos recuerda el mal comportamiento de nuestros ancestros. (190b-e)
El amor, según Aristófanes, nace del deseo de unirse de nuevo con la otra mitad:
“una vez que la naturaleza de este ser quedó cortada en dos, cada parte echaba de
menos a su mitad, y se reunía con ella, se rodeaban con sus brazos, se abrazaban la una
a la otra, anhelando ser una sola naturaleza”. (191a)

El próximo discurso es el de Agatón, quien dice que, antes que elogiar al dios, debemos
describirlo y estudiar sus características, para luego conocer qué bienes causan estas en
nosotros.
Agatón nos dice que Eros es el dios más bello, pues es el más joven, porque
siempre está en relación con la juventud y porque, antes de que naciera, no habían más
que discordias entre el resto de dioses. (195a-c) Luego sostiene que es delicado, pues
hay que ser sumamente fino para habitar no simplemente el alma de los hombres, sino
que solo la de los más virtuosos. (195d-e) Dice también que es un dios justo, moderado y
valiente, y que su sabiduría es enorme, pues por medio de esta los seres humanos nos
volvemos diestros en las artes. (196b-197a)
Finalmente, Agatón afirma que Eros produce la afinidad entre las personas, y que
gracias a él existe el amor, la paz y la amistad entre nosotros.

Al finalizar Agatón, Sócrates lo felicita por realizar un discurso tan bello, y lo compara con
Gorgias. En este momento, Sócrates dice que se encuentra en un gran apuro, pues él
creía que debía hablar diciendo la verdad, es decir, partiendo de la filosofía, pero el resto
han hablado empleando la retórica y embelleciendo sus encomios, pero sin ser rigurosos
en lo absoluto. Sócrates, entonces, se dispone a hablar no desde la poética, sino desde la
verdad y la filosofía.
El elogio de Sócrates mantiene cierta correspondencia con la estructura de la
religión pública griega. La conversación que mantiene al incio con Agatón sirve como
purgación de los prejuicios que se mantenían acerca del amor (iniciación); luego, Sócrates
explic---------------
En primer lugar, Sócrates realiza un interrogatorio a Agatón y le pregunta algunas
cosas acerca de la naturaleza de Eros. Al acabar de platicar, ambos convienen en que, 1)
Eros es amor y deseo de algo, 2) se desea tan solo lo que no se posee y 3) Eros es amor
de la belleza y de lo bueno. La conclusión de este silogismo es que, por tanto, Eros no
puede ser bello ni bueno, pues, al ser el deseo de estas cualidades, debe necesariamente
prescindir de ellas. (199c-201c)
A continuación Sócrates reproduce el diálogo que mantuvo de joven con Diotima
(nombre de la misma familia etimológica que “​Zeus​” o “Dios”), una sacerdotisa de
Mantinea (topónimo cuya fonética recuerda a ​mántis,​ “adivino”). Diotima es una maestra
en los asuntos del amor, mientras que Sócrates se muestra completamente ignorante, sin
saber responder a las preguntas que le hace y asistiendo constantemente a las
revelaciones que ella le hace. La sacerdotisa le demuestra a Sócrates que Eros no es un
dios, pues aquello que carece de belleza no puede ser en lo absoluto una divinidad; le
enseña que, en realidad, Eros es un demon (​daímon)​ , es decir, un ser sobrenatural, de
rango inferior que un dios, que actúa como médium entre hombres y deidades. Eros,
pues, no es el objeto de amor y anhelo, sino que es el anhelo mismo, y es por esto que
Diotima cuenta que este demon es hijo de Poros (personificación del recurso y la
abundancia) y de Penía (personificación de la pobreza y la carencia), ya que, al tratarse
del deseo, es un estado intermedio entre la carencia y la obtención de lo bello, y de igual
manera lo es entre la ignorancia y la sabiduría. (201d-204c)
Entonces, si Eros es amor y deseo de tener lo bello y prolongar la posesión de lo
bello el máximo tiempo posible, Eros es necesariamente amor de la inmortalidad, y es a
través de la procreación en lo bello como los seres humanos, seres mortales, nos
perpetuamos en el tiempo. Para Diotima, la procreación es esencialmente dejar “otro ser
nuevo en lugar del viejo”, y esto ocurre tanto con los seres humanos como en el
conocimiento. Cuando uno ejercita su conocimiento, lo que hace es “infundir un nuevo
conocimiento en lugar del que se marcha [...], de suerte que parece ser el mismo. De este
modo, en efecto, se conserva todo lo mortal, no por ser siempre totalmente lo mismo,
como lo divino, sino porque lo que se marchita y envejece deja tras de sí otro ser nuevo
semejante a como él era. Mediante este recurso [...], lo mortal participa de la
inmortalidad”. (206e-208b)
Prosigue Diotima diciendo que los seres humanos pueden procurarse esta
inmortalidad tanto por la procreación del cuerpo como por la procreación del alma, tanto
en la propia como en la ajena. Perseguir la virtud y la sabiduría para uno mismo es
sustituir lo que había antes en el alma por otras cosas más bellas, y también lo es infundir
estos valores en el resto de personas, ya sea mediante la pedagogía o mediante la
política. (209a-e)
Hasta aquí, Diotima ha expresado los conocimientos fundamentales acerca del
amor, pero aún existe un escalón más, los “misterios”, “las supremas revelaciones”.
Diotima, sin embargo, duda de que Sócrates llegue a comprenderlos. El camino que debe
seguir uno para llegar a vislumbrarlos es el siguiente: en primer lugar, uno debe
enamorarse “de un solo cuerpo y engendrar en él razonamientos bellos”; luego, debe
reconocer que la belleza que hay en ese cuerpo por el que siente pasión es la misma que
habita en el resto de cuerpos “y aquietar ese violento deseo de uno solo”; a continuación,
deberá amar más el alma y las “normas de conducta” que el cuerpo; después, contemplar
la belleza de las ciencias; y, finalmente, la belleza en sí misma, es decir, no sujeta a
ninguna manifestación particular y concreta, sino despojada de todo. “En ese instante de
la vida, querido Sócrates [...], más que en ningún otro, vale la pena el vivir del hombre”.
Después de decir esto, Sócrates finaliza su discurso, pero de repente (​exaíphnes​)
apareció Alcibíades muy ebrio, y toda la esplendidez de su discurso queda disuelta en la
vida ordinaria. Algunos esclavos le ayudan a sentarse, y Alcibíades corona a Agatón por
considerarlo el “hombre más sabio y más bello”, pero, al ver a Sócrates, inmediatamente
corre a coronarlo a él también.
El último discurso lo pronuncia Alcibíades, quien, en vez de elogiar a Eros, alaba a
Sócrates, haciendo coincidir los atributos de uno con el otro. Sócrates, en palabras de
Alcibíades, es feo por fuera, pero divino por dentro, como un sileno. Los discursos que
nacen del interior de Sócrates son de una belleza extraordinaria e infunden la virtud y la
belleza en todo aquel que los escucha atentamente. (215a-d)
A parte, Sócrates es capaz de resistir cualquier tentación, y no se deja llevar ni por
los efectos del vino ni por los cuerpos de los jóvenes, y todas las tentativas de Alcibíades
para seducirlo resultan siempre en vano.
Finalmente, llega una comunión de gente borracha que interrumpe de nuevo la
situación, y entonces algunos de los presentes se marchan, se quedan conversando o
caen dormidos soñolientos. De uno en uno, los asistentes van quedando dormidos,
excepto Aristófanes, Agatón y Sócrates, es decir, los representantes de la comedia,la
tragedia y la filosofía, que quedan despiertos hasta la mañana siguiente, aunque
Aristófanes y Agatón acaban por quedarse también dormidos. Sócrates es el único que
queda en pie, y se cuenta que, al salir de la casa de Agatón, fue a trabajar y continúo
ordinariamente su jornada hasta la siguiente noche. Este hecho quizá signifique un cierto
reconocimiento por parte de Platón al arte poético, el cual, aunque profundo y
conmovedor, en el fondo es incapaz de igualar el rigor y la trascendencia de la filosofía.

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