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Guardias Suizas

No hay un error en el título, pues no se trata de personas, sino de fuerzas armadas combatientes, en
mi publicación. Si error se debe encontrar es en el término Suiza, pues la Confederación Suiza no
existe, como nación, más que a partir del 1803. Durante el periodo del que trataré se trataba de la
Confederación Helvética.
Cuando, actualmente, alguien habla de Suiza en el extranjero, lo más frecuente es considerarlo
como un país rico, plagado de Bancos y de chocolate y practicando la no beligerancia y la
neutralidad. Pero esta imagen no hace justicia al país, pues Suiza no es un país rico, es un país
pobre, con pocos recursos naturales, enriquecido gracias a su capacidad de trabajo y de innovación.
La riqueza llegó al país de la mano de la mecánica, en la que el gusto por la precisión y el amor por
el trabajo bien hecho de los helvéticos harán maravilla. La industria relojera y la de la máquina útil,
son un buen ejemplo. El descubrimiento de minas de sal acabará con el “servicio del extranjero” y
aportará una mano de obra bienvenida para la agricultura. Los pastos alpinos ayudarán en la
fabricación de los conocidos quesos suizos y más tardíamente, en la elaboración del famoso
chocolate con leche. Un pequeño inciso final, antes de retomar el hilo de mi narración. Hablo de
chocolate con leche porque es la especialidad inigualada de Suiza, pero debemos reconocer que el
chocolate es superior en Bélgica.
A partir del siglo XIX, el desarrollo paulatino del turismo vendrá en ayuda del desarrollo
económico, favoreciendo los contactos internacionales.
Pero no debemos olvidar que durante siglos, los confederados han debido exiliarse, las numerosas
poblaciones de origen suizo que existen en Sudamérica, testimonian de ello.
A partir del siglo XV, destacamentos de mercenarios suizos servían de guardia cercana y
protocolaria en diferentes cortes europeas, algunos enviados por la Confederación, en el llamado
“servicio del extranjero”, a cambio de bienes de consumo(principalmente sal).
Estos mercenarios fueron apreciados por su combatividad. El regimiento de los “Cent Suisses”
(Cien Suizos), se ilustró en la batalla de Pavía y fue temido y respetado en Europa.
En dos ocasiones particulares las tropas mercenarias suizas demostraron su lealtad al juramento
pronunciado, sacrificando sus vidas, para salvar la de su comanditario.
Son dos guardias distintas, como anunciaba el título, de las que tengo que hablar.
En primer lugar será la Guardia Suiza del Vaticano y en segundo la Guardia Suiza de Luis XVI de
Francia.
Guardia Suiza Pontificia
El ejército más pequeño y más antiguo del mundo

El saco de Roma (adaptación al castellano de la voz italiana sacco di Roma), es el nombre que se
da al saqueo de la ciudad, efectuado por tropas alemanas y españolas de Carlos V.
El 6 de mayo de 1527, el ejército imperial atacó las murallas en el Janículo y la Colina Vaticana.
El duque de Borbón, comandante de los asaltantes, fue mortalmente herido en el asalto por una bala
de arcabuz en el muslo, disparo que el artista italiano Benvenuto Cellini se atribuyó a sí mismo. La
muerte de la última autoridad de mando respetada entre el ejército, causó que desapareciera la
moderación en los soldados, provocando la conquista de las murallas de Roma ese mismo día.
Una de las acciones más memorables de la Guardia Suiza ocurrió en esos momentos. Casi toda la
guardia fue masacrada por las tropas imperiales.
Defendiendo el acceso a la tumba de San Pedro 147 guardias perecerían, pero su valentía aseguró
que Clemente VII pudiera ponerse a salvo, protegido por 42 guardias que serían los únicos
sobrevivientes, a través del Passetto, un corredor secreto que, todavía hoy, une la Ciudad del
Vaticano con el Castillo de Sant'Angelo.
Desde el año siguiente, hasta nuestros días, la ceremonia de juramento de los nuevos guardias, se
celebra el 6 de mayo.
La asociación de guardias suizos ha
financiado la recuperación de un antiguo
polvorín, excavado en montaña, y una
reproducción de la fachada de la Basílica de
San Pedro, para hacer un museo histórico de
la Guardia Pontificia.
Está situado en Naters, en el cantón del Valais
o Wallis, pues es en la zona de habla alemana.
Guardia Suiza de la Maison du Roi
Los soldados que murieron por la cobardía de un rey

Desde principios del siglo XVII, un regimiento de guardias suizos constituido por mercenarios sirve
en Francia en el marco de la Casa del Rey.
En abril de 1792, Francia está en guerra con Austria. Pronto lo estará con Prusia. París está en
ebullición, presión exterior, calentamiento interno, con un rey que rechaza los decretos de la
Asamblea Legislativa. Ya el 20 de junio, la muchedumbre invadió las Tullerías, poniendo a Luis
XVI un gorro frigio que lo hará parecer un payaso...
El 1 de agosto, se enteran en París de que el Duque de Brunswick, comandante de las tropas
enemigas, amenaza la ciudad de destrucción si se hiciera el menor ultraje a la familia real. La
insurrección sube. Y es amplificada aún más por los «federados», voluntarios del ejército francés,
que llegan de las provincias.
Así, los revolucionarios exaltados de Marsella entran en París entonando un canto sangriento, el
«Canto de guerra del ejército del Rin». El 10 de agosto tendrá el color de este panfleto incendiario,
escrito por Rouget de Lisle y que más tarde se convertirá en «La Marsellesa», el himno nacional
francés.
La alarma suena en la noche del 9 al 10 de agosto, en la que se constituye la «comuna
insurreccional de París». Luis XVI y su familia están en Tullerías, rodeados por sus guardias
suizos, un cierto número de caballeros y de guardias nacionales, los que todavía no han pasado al
lado de la Revolución. Por su parte, la Guardia Francesa abandonó el barco hace mucho tiempo.
Ese día, el pueblo invadirá las Tullerías. mientras que el rey abandonó el lugar a las 8:30 de la
mañana para refugiarse ante la Asamblea. El primer asalto comienza a las 9:30. Los combates
durarán hasta las 16:30. Mientras tanto, Luis XVI, que ha cedido a la petición de los insurrectos a
cambio de su libertad, habrá transmitido la orden a los suizos de deponer las armas y regresar a sus
cuarteles. Esta orden, manuscrita por exigencia del comandante de los suizos, se conserva en el
museo de Rueil-Malmaison. Teniendo en cuenta el clima paroxístico que reina ese día en las
Tullerías, esta orden equivale, de hecho, a una verdadera condena a muerte.
Los suizos, llamados desde hace décadas a asumir principalmente tareas policiales, odiados por los
Guardias Franceses que pasaron al lado de la Revolución, anclados en su fidelidad a un monarca
acusado de pactar con el enemigo exterior, en ese momento, son odiados por la población.
La carnicería será a la escala de este odio. Algunos soldados son degollados, otros literalmente
cortados en pedazos...
«las mujeres bien puestas se libran a las últimas indecencias sobre los cadáveres
de los suizos».
«Desde entonces, ninguno de mis campos de batalla me ha dado la idea de tantos
cadáveres como la que me presentaron las masas de suizos [...]»
Así se expresa un experto en carnicerías humanas, ya que se trata de Napoleón Bonaparte , que
recuerda, más tarde, aquella famosa jornada del 10 de agosto a la que asistió, entonces joven
capitán, como espectador.
La iniciativa de crear un monumento fue tomada por Karl Pfyffer von Altishofen, un oficial de la
guardia que se encontraba de permiso en Lucerna en el momento de los hechos. Empezó a recaudar
dinero en 1818. El proyecto es diseñado por el escultor danés Bertel Thorvaldsen y tallado en 1820-
1821 por Lukas Ahorn, en el acantilado de una antigua cantera de arenisca cerca de Lucerna. Mide
diez metros de largo y seis metros de alto.
El monumento lleva una dedicación latina, «Helvetiorum Fidei ac Virtuti»(A la lealtad y la valentía
de los suizos). El león moribundo es presentado empalado por una lanza, cubriendo un escudo que
lleva la flor de lirios de la monarquía francesa; otro escudo junto a él lleva el escudo de armas de
Suiza. Una inscripción bajo la escultura contiene los nombres de los oficiales y un recuento
aproximado de los soldados muertos (760 DCCLX) y supervivientes (350 CCCL).
La visita de este monumento es uno de los objetivos privilegiados de las excursiones escolares
suizas, así como de los numerosos turistas que visitan la encantadora ciudad de Lucerna.
Mirad atentamente la foto que encabeza la sección y quizás comprenderéis lo que resintió en 1880,
el escritor Mark Twain cuando describe la escultura como :
«la pieza de piedra más triste y conmovedora del mundo».

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