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LAS CORONAS

Estudio bíblico sobre las coronas para los verdaderos creyentes

La Biblia nos habla cinco veces acerca de coronas de cara a los creyentes, y de que estas coronas las recibirán
según Dios las conceda, y a quién las conceda.
La corona la recibe alguien de otro que la concede, por lo tanto, es Dios en este caso quien la da.
La corona se da a quien vence; a quien supera la prueba, pero siempre en el ámbito de la victoria de Cristo, y
jamás fuera de ese contexto. Por lo tanto, en principio pareciera un acto de merecimiento, pero sólo lo es en
parte, porque la gracia de Dios está implícita en este asunto de igual manera, sin la cual nada sería posible.
Las coronas representan la victoria de Cristo en nosotros, y somos receptores de esa victoria.
En la Biblia se compara la vida eterna con la diadema que se entregaba en las victorias atléticas.
Pasemos a ver con cierto detalle todo esto.
Las cinco coronas
 1) La corona incorruptible que celebra la victoria de la salvación sobre la corrupción (1 Co. 9: 25) “Todo
aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero
nosotros, una incorruptible”.
 2) La corona de justicia, que celebra la victoria de la salvación sobre la iniquidad (2 Ti. 4: 8) “Por lo
demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no
sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”
 3) La corona incorruptible de gloria, que celebra la victoria de la salvación sobre la contaminación y
corrupción espirituales (1 Pr. 5: 4) “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis
la corona incorruptible de gloria”.
 4) La corona de vida que celebra la victoria de la salvación sobre la muerte (Stg. 1: 12) “Bienaventurado
el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida,
que Dios ha prometido a los que le aman” (Ap. 2: 10) “No temas en nada lo que vas a padecer. He
aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación
por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”.
 5) La corona de regocijo inefable, que celebra la victoria de la salvación sobre la persecución de los
creyentes por parte de Satanás y la humanidad perdida: “Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo,
o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?” (1
Tesalonicenses 2: 19)
I) LA CORONA INCORRUPTIBLE QUE CELEBRA LA VICTORIA DE LA SALVACIÓN SOBRE LA
CORRUPCIÓN
(1 Co. 9: 24-27) “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva
el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. 25 Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la
verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. 26 Así que, yo de esta manera
corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, 27 sino que golpeo mi cuerpo,
y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”
Pablo no aspiraba a las cosas corruptibles de este mundo, porque tenía puestos los ojos en una corona
imperecedera e incorruptible. El contexto de este párrafo es en cuanto a la lucha de la carne contra el espíritu.
El dominio propio es esencial para vencer a la carne y vivir una vida de entrega a la causa de Cristo.
Para la mejor comprensión de sus oyentes, aquí compara al que lucha para alcanzar una gloria terrenal, con
aquel que lucha para recibir una corona celestial.
Cuando hace esa comparación, tiene en mente las tres pruebas atléticas que se llevaban a cabo en los juegos
denominados “ístmicos”, que se celebraban cada dos años cerca de Corinto, los cuales tenían una importancia
casi como la de los juegos olímpicos.
Un competidor en esos juegos, que no cumpliera los requisitos básicos en cuanto a preparación física, sabía
que aun y pudiendo llegar a participar, no iba a vencer jamás.
Si los que pretendían ganar un premio en esos juegos, se abstenían de cualquier cosa que pudiera ser siquiera
un estorbo, y se esforzaban con su entrenamiento, con mayor motivo nosotros, los que hemos sido llamados
al servicio de Cristo, debemos ser diligentes conforme nos lo enseña la Palabra.
En los juegos ístmicos, la corona ni siquiera era de laurel como en los juegos olímpicos, sino que estaba hecha
de hojas de pino. En cambio, la corona que recibe el cristiano es una corona incorruptible:
(1 Pedro 1: 3, 4) “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos
hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia
incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”
“Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire”:
Así como Pablo corría, no de cualquier manera, sino a la meta, también de esa manera combatía, sin perder el
objetivo.

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En ese golpear, Pablo se estaba refiriendo al boxeo, en el que los golpes dados al aire, así como agotan, sólo
ofrecen ventaja al adversario, y no sirven para nada.
La enseñanza aquí es que Pablo no malgastaba sus esfuerzos en materia espiritual, así como muchos
creyentes hacen en cosas que no sobreedifican como debieran. Esto es sinónimo a la enseñanza que da
respecto a sobreedificar bien:
“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.12 Y si sobre este
fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, 13 la obra de cada uno se
hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el
fuego la probará. 14 Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. 15 Si la obra de
alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:
11-15)
Lo que vale en cuanto a esa sobre edificación perdurará en términos de eternidad, y lo que, probado por el
fuego, se consuma, no.
(V. 27) “27 sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para
otros, yo mismo venga a ser eliminado”
27 sino que golpeo mi cuerpo…”: Ese “golpear”, en gr. Hupopiazo, significa “golpear debajo del ojo”, y era un
término pugilístico de aquel tiempo. Así que Pablo, siguiendo con el símil del boxeo, y esta vez, refiriéndose a
su propio cuerpo, dice que lo golpeaba con precisión. Evidentemente, esto no hay que tomarlo con literalidad.
Lo que dice es que la carne, era su enemigo contra el que debía luchar con precisión pugilística, para dejarla
KO. Los instintos debían ser puestos bajo control, en el contexto del dominio propio.
“…y lo pongo en servidumbre…”: (lit. gr. “lo conduzco a esclavitud”), da la idea del rigor con que el apóstol
sometía sus sentidos por la gracia de Dios; por el poder del Espíritu Santo, no sólo en sus solas fuerzas.
“ no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”: Aquí Pablo sigue con el mismo
símil de los juegos ístmicos, presentándose como “proclamador de los juegos”, figura notable en aquellas
actividades deportivas.
El mismo verbo que se usa para esto (Keruxas, en gr.), es el mismo que se usa en el N.T. para la predicación
del Evangelio, pues es una grandiosa proclamación, a los cuatro vientos de las Buenas Nuevas, y ésa es la
labor a que había sido llamado, por encima de cualquier otra, Pablo.
Al haber tomado parte en el “juego”, declarando esa gran noticia que es el Evangelio, sería lamentable ser
descalificado. Esto nos habla del peligro que existe de caer en el engaño de que por haber sido instructor a
otros, uno se crea exento de todo peligro y tentación; por eso él mismo dijo: “Así que, el que piensa estar firme,
mire que no caiga” (1 Co. 10: 12). El instructor siempre piensa estar firme, dada su condición de impartidor de
verdad y doctrina; esa es justamente su posible debilidad, llegar a creer que el conocimiento de la doctrina le
puede justificar per se.
Poniendo un ejemplo, es como el que trabaja en la Casa de la Moneda, fabricando billetes de 500 euros; de
estar tan acostumbrado a tocarlos, puede llegar a creer que son suyos.
La doctrina que enseñamos no es nuestra, es de Dios, y nuestra es la responsabilidad de hacer nuestra parte,
no sólo de enseñarla a otros, sino de vivirla nosotros.
El hecho de que la doctrina sea santa, no significa que el que dice creerla sea santo necesariamente, entonces
el problema deviene en juzgar la doctrina por el que dice seguirla (no siguiéndola de hecho).
Por lo tanto: La doctrina no puede ser juzgada por el que dice seguirla.
“…yo mismo venga a ser eliminado”: “eliminado”, es la palabra griega “adokimos” y significa: falso, ilegítimo,
desacreditado; reprobado. Es evidente por el contexto, que Pablo no se está refiriendo aquí a ser “condenado”,
lo cual sería incongruente con la doctrina. El sentido aquí además es claro. Siguiendo con el símil de los juegos
ístmicos, y llevándolo a la cuestión de la realización de la obra de proclamación del Evangelio, el apóstol Pablo
está hablando de ser eliminado de la carrera (como en los juegos ístmicos).
En el contexto de los juegos, si a algún jugador se le sorprendía en actividad sexual, o en cualquier cosa que
pudiera mermar su rendimiento en la competición, era instantáneamente eliminado. Esto es lo que está
explicando Pablo aquí: un verdadero ministro de Dios ha de conservarse puro siempre. Lo que predica en
cuanto a santidad, ha de aplicárselo, de otra manera será descalificado.

II) LA CORONA DE JUSTICIA, QUE CELEBRA LA VICTORIA DE LA SALVACIÓN SOBRE LA INIQUIDAD


(2 Ti. 4: 8) “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel
día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”
Dios concede la corona de justicia
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la
corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los
que aman su venida” (2 Ti. 4: 7, 8)
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera…”: Esta es verdadera humildad, ya que Pablo dice la
verdad en cuanto a su proceder en el Señor al cabo de su vida ministerial.

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Para Pablo la vida ministerial cristiana era estar en la milicia. La lucha constante. Esto denota la dificultad y el
sacrificio que requiere el servir a Cristo.
El acabar la carrera, no denota el “ganarla”, sino el llegar a feliz término. Esto siempre es en términos de servicio
a Cristo. Algo similar ya enseñó a los corintios en su día: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a
la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis” (1 Co. 9: 24). Esta
manera de concebir la vida de servicio cristiana, es la que todos los verdaderos hijos de Dios debieran tener.
“…he guardado la fe…”: o, “he preservado intacta la fe” (mejor traducción). El verbo en gr. es “tereo”, y tiene el
sentido de “preservar de forma que el objeto guardado no sufra ninguna corrupción en su interior”.
Entendemos que el sentido aquí en cuanto a la “fe”, es el de la de Pablo, y por tanto su confianza personal en
Dios, es decir, su confianza en todas Sus promesas centradas en Cristo, y ésta, consecuencia de la fe objetiva,
la cual, porque la creía, la predicaba. En este último caso, esa fe, ha llegado a nosotros por sus epístolas.
Pablo fue usado por Dios como depositario de la fe de Cristo, para darla a conocer a todos, también para sí
mismo.
“…Por lo demás, me está guardada la corona de justicia…”:
Ese “por lo demás” indica una consecuencia de lo que acaba de decir, y siempre en el sentido temporal, explica
que Dios en Su fidelidad tenía para él algo conforme a su feliz término su servicio: La corona de justicia.
El apóstol Pablo asegura que además de haber cumplido con su deber como creyente y ministro del Señor, le
está guardada para él la “corona de la justicia” (gr. lit.), no sólo a él, sino a todos los que aman la venida del
Señor, lo cual implica a todos lo que le aman. Ahora, ¿es eso un mérito en sí?, no, no lo es.
Nadie puede amar a Dios, sin Dios. Es el amor de Cristo el que nos constriñe (2 Co. 5: 14). La justicia sobre
Pablo y sobre cada verdadero hijo de Dios, es la de Cristo, en ningún modo la propia de uno.
Por tanto deberemos entender esto como que la corona de la justicia, representa la justicia eterna, y esta, de
Cristo.
Los creyentes reciben la justicia imputada de Cristo, lo cual es la justificación en la salvación (Ro. 4: 6, 11), y el
Espíritu Santo obra en el creyente la justicia llamada práctica, que es la santificación en el contexto de su vida
terrenal de lucha contra el pecado (Ro. 6: 13, 19; 8: 4; 1 Pr. 2: 24), pero sólo al terminar la lucha, recibirá el
cristiano la justicia de Cristo perfeccionada en él, lo cual implica la glorificación, y esto, al entrar en el
cielo: “…los espíritus de los justos hechos perfectos” (He. 12: 23)
La justicia de esa corona se basa únicamente en la fidelidad de Dios que la ha prometido al que es más que
vencedor en Cristo Jesús (Ro. 8: 35). Veamos algunas escrituras que confirman esto último:
“Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho
la buena profesión delante de muchos testigos” (1 Ti. 6: 12)
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona
de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Santiago 1: 12)
“Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro
5: 4)
La corona de justicia, no fue ganada por Pablo, ni es ganada por ningún creyente; fue ganada por Cristo, y fue
ganada para él y para todos los verdaderos hijos de Dios. Esto es claro en la Escritura:
“Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento
de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3: 5)
“…la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día…”: La corona de la justicia la da el Señor, como juez justo
que es, y por tanto siempre en relación a la justicia de Cristo y no la que alguien quisiera adjudicarse como
propia, “en aquel día”.
Ese día no es el que se corresponde con el día de la muerte, sino en el día del Tribunal de Cristo.
La conexión entre la corona de la justicia y la venida del Señor
“…y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”:
La traducción literal de “los que aman su venida”, es: “Los que hayan amado su manifestación” (lit.). Aquí nos
damos cuenta de la gran diferencia entre unos y otros;
 a) Los que viven en su cristianismo conforme a los afanes y prescripciones de este mundo.
 b) Los que viven su cristianismo anhelando Su venida, poniendo sus ojos en él siempre.
Colosenses 3: 2-4) “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. 3 Porque habéis muerto, y
vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. 4 Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros
también seréis manifestados con él en gloria”
Los que realmente viven para Cristo, tiene su vida y todo lo que ella implica sometida a Dios. No viven para sí
mismos, sino que viven para Él, buscando siempre Su voluntad.
La corona de la justicia será como vemos, clara, para los que aman al Señor, y por tanto anhelan estar con Él,
porque ya están en Él todos los días de sus vidas.
III) LA CORONA INCORRUPTIBLE DE GLORIA, QUE CELEBRA LA VICTORIA DE LA SALVACIÓN SOBRE
LA CONTAMINACIÓN Y CORRUPCIÓN ESPIRITUALES
(1 Pr. 5: 4) “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”.

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“Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos
de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: 2 Apacentad la grey de Dios que está
entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con
ánimo pronto; 3 no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la
grey. 4 Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”
(1 Pr. 5: 1) “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los
padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada:
El apóstol Pedro se dirigía en esa epístola universal en esos momentos, concretamente a todos aquellos que
tenían una responsabilidad adicional en el Evangelio, en este caso hacia los demás creyentes.
Esos ancianos entre los cuales, Pedro también se contaba (véase la no preponderancia que Pedro se atribuía,
viéndose a sí mismo como uno entre muchos), eran hombres llamados por Dios para ocuparse de la grey de
Cristo, la cual está repartida en las diferentes iglesias o congregaciones de Cristo. Son los que llamaríamos
hoy en día ancianos o pastores. La primera cualidad de los ancianos, debía (y debe ser) una madurez espiritual
por encima de la media.
La diferencia en cuanto a Pedro, es que él había sido testigo de la vida y padecimientos de Cristo. Esos
padecimientos eran la cruz, pero también los que implicaban una vida de sacrificio como la que vivió, en
completa obediencia al Padre.
Pedro, también se coloca al lado del resto de los creyentes genuinos, los cuales son participantes de la gloria
que todavía se ha de revelar. Esto último concuerda con las palabras del apóstol Juan: “Amados, ahora somos
hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser…” (1 Juan 3: 2)
Pedro no pretende una gloria mayor que la del resto de los creyentes; al menos no dice nada de eso, ya que
entendió que esto es prerrogativa del Padre:
“pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está
preparado” (Marcos 10: 40)
El mismo principio aquí, también hay que aplicarlo al resto de creyentes, ya que todos tenemos responsabilidad
de ser buenos ejemplos a los demás, y de enseñar conforme vamos aprendiendo.
1. Apacentar la grey
“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no
por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto”:
Pedro, en como apóstol de Cristo, y en esa autoridad dada por Él, pasa a la exhortación, esta vez a los ancianos
referidos.
“Apacentad la grey de Dios…”: (Apacentad): es la traducción del verbo poimaino en gr. y tiene los siguientes
significados: “ser pastor (de ovejas, etc.); apacentar: dar pasto a los ganados (pacer, significa “comer el ganado
la hierba del campo”; cuidar; guiar; alimentar.
(Grey): el rebaño (de Dios).
De todo esto, entendemos que lo que los ancianos han de hacer en la iglesia es en términos espirituales, lo
que los pastores del campo hacen a sus ganados.
Escribe John McArthur: “Como el objetivo primordial del pastorado es la alimentación, es decir, la enseñanza,
todo anciano debe ser apto para enseñar”
(1 Timoteo 3: 2) “Pero es necesario que el obispo sea…apto para enseñar”
(Tito 1: 9) “el obispo…retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar
con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”
La enseñanza (alimentación espiritual) también incluye su protección:
(Hechos 20: 28-30) “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto
por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. 29 Porque yo sé que
después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. 30 Y de
vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos”
Como el mismo Pablo advirtió a esos ancianos de Efeso, que posteriormente y por su falta de rigor en cumplir
su deber de defender la sana doctrina, permitiendo la entrada de lobos, vieron destruida su iglesia, lo mismo
ocurre ahora.
Y curiosamente ese fenómeno se ha vuelto del revés. En la actualidad existen numerosos “ministerios”,
pastores y enseñantes, que se afirman en lo que ellos denominan sana doctrina, pero no lo es, y desde una
posición de aparente ortodoxia contienden desaforadamente contra los que profesamos la doctrina de
Jesucristo, acusándonos a nosotros de lo que en realidad son ellos.
El caos en la actualidad es enorme, y es señal del fin de los tiempos tal y como los conocemos.
2. Amonestaciones acerca del cuidado de la grey
“…cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto
3 no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.”:
El bien que los ancianos han de hacer a la iglesia debe estar regido por una motivación y actitud absolutamente
santas, juiciosas y rectas.

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 1) No por fuerza, sino voluntariamente: el ministerio hay que implementarlo o desempeñarlo, no como
una obligación impuesta, aunque no fuera fácil (sobre todo en aquellos días)
 2) No por sacar un provecho ilícito aprovechándose de la posición. (Hay pastores que se quedan con
los diezmos, o que esgrimiendo motivos espirituales – que no o son – roban a la grey)
 3) No con pereza, falta de estímulo o negligentemente.
 4) No subyugando, controlando, haciendo la voluntad de uno sin más.
 5) Guiando con el ejemplo; en el gr. lit. (haciéndoos modelos del rebaño)
3. La corona incorruptible de la gloria

(V. 4) “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”:
Esta traducción del griego es absolutamente exacta. Aquí llegamos al cénit de la cuestión que nos ocupa: la
corona incorruptible de gloria.
Primeramente, la Palabra nos da conocimiento de cuándo se va a producir la impartición de dicha corona:
cuando aparezca, o vuelva el Príncipe de los pastores, es decir, Cristo Jesús.
La corona incorruptible de gloria: La palabra que se traduce por incorruptible es en
gr. “amarantinos” (amaranto), y describe la flor de color escarlata, que no se marchita. Por tanto, describe una
corona de una gloria que nunca dejará de ser.
Esta corona, como las demás, describe cierta característica de la vida eterna, en este caso, la gloria.
El hecho de que se esté dirigiendo Pedro a los pastores o responsables de la grey, no quita el hecho de que
Cristo concederá a modo de distinción esta corona a todos los cristianos que hayan sido fieles en la obra que
se les haya encomendado de cara a los demás; en su parcela de servicio a los demás.
Por tanto, no debemos pensar que Pedro se estaba dirigiendo solamente a pastores ordenados o a una especie
de “clero” (cosa que no existía entonces), sino a todos los creyentes maduros en Cristo que enseñan y que
cuidan de sus hermanos menores.
Como todas las coronas, esta también está basada en la justicia de Cristo, y como resultado de ella, en la
salvación que sólo Él pudo conseguir para los elegidos del Padre (Jn. 6: 44).
Esa victoria expresada a través de esa corona incorruptible de gloria, celebra esa justicia de Cristo sobre la
contaminación y corrupción espirituales.
La buena obra pastoral y de cuidado de la grey, combate la contaminación y la corrupción espiritual, obra del
diablo y de la carne contra la grey de Cristo.
IV) LA CORONA DE VIDA QUE CELEBRA LA VICTORIA DE LA SALVACIÓN SOBRE LA MUERTE
ESPIRITUAL Y FÍSICA
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona
de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Stg. 1: 12)
(Ap. 2: 10) “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la
cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la
corona de la vida”.
En ambas porciones de la Escritura, se menciona la corona de la vida, en cuanto a la victoria sobre la muerte
espiritual (Stg. 1: 12); y la muerte física (Ap. 2: 10).
Pasemos a verlo con detenimiento.
La victoria sobre la muerte espiritual:
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona
de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Stg. 1: 12)
Debemos entender este pasaje como el compendio de toda una vida. La palabra que se traduce por “tentación”
en gr. es “perasmon”, y significa “prueba”. La vida del creyente es una vida repleta de “pruebas”, las cuales las
supera, por su calidad de “más que vencedor por medio de Cristo”, para recibir a la postre la “corona de la vida”.
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación…”: “Makarios anér” o “dichoso el varón” (incluye a la mujer),
implica la obra de Dios en esa persona por Su gracia, por Su elección, por Su misericordia. Sin la previa acción
de Dios nadie podría superar prueba alguna frente al pecado. Es Dios quien concede la victoria, por ésta es
Suya, por medio de Cristo.
Ese “soportar” (hipomeno, en gr.), implica un perseverar a pesar de la dificultad. En este contexto se describe
el proceso pasivo y doloroso de sobrevivir una prueba, sin caer, sin venirse definitivamente abajo. Por lo
contrario, se enfoca en el resultado victorioso que se hace evidente de forma definitiva, al final; cuando haya
de manifestarse lo que hemos de ser (1 Jn. 3: 2)
Este cúmulo de pruebas, obstáculos, tentaciones, infortunios, sinsabores y demás dificultades implícitas en la
vida, combaten nuestra fe, y pretenden hacernos renunciar a Dios y a amarle.
No obstante, el propósito de parte de Dios, no es el de hacernos sucumbir, sino todo lo contrario:
 a) De fortalecernos.
 b) De manifestar lo que somos en Cristo.

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(Romanos 8: 28) “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que
conforme a su propósito son llamados”
Esta última parte de este versículo de Romanos es especialmente importante. El llamamiento a victoria es de
Dios para quien Él ha querido escoger. Nadie en sus propias expensas puede pretender ser más que vencedor;
de otra manera no es más que un simple religioso, buscador de vano merecimiento.
“…porque cuando haya resistido la prueba…”: En el gr. lit. es “pasado la prueba”. Evidentemente, esto no hay
que entenderlo sólo como una prueba aislada, sino como una vida probada, o una vida en la que las pruebas
se han ido superando una a una hasta llegar al final.
Cuando ese es el caso, se puede afirmar vox populi que la fe de esa persona es genuina. Su fe resistió la
prueba implícita en la vida.
La salvación, desde que se recibe por la fe
Hay que insistir aquí, que no intentamos decir que la salvación individual sólo será determinada al final de su
vida, en el sentido de que si persevera hasta el final, entonces y sólo entonces será salvo. Esto es lo que
enseñan algunos, pero es un error. Es al contrario, a través de la perseverancia se ve manifiesta esa salvación,
la cual fue otorgada por gracia en el momento de creer.
Como consecuencia de esa fe manifestada en victoria sobre las pruebas y tentaciones, a la postre el
creyente “recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”
El amor de Dios y la corona que es la vida
La “corona de la vida”, se traduce mejor por la “corona que es la vida”. Esta es, la vida eterna.
Siguiendo metafóricamente el paralelismo con las victorias de los atletas de aquel tiempo, la corona
(stéfanos, en gr.), que recibían, era de laurel.
Sólo los que aman a Dios han sido amados por Dios previamente: “En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros
pecados” (1 Juan 4: 10)
El hecho de que nos amara, hizo que nos salvara. Por esa obra Suya, recibiremos los salvos la “corona de la
vida” en su día, cuando comparezcamos ante Él, sabiendo que aunque ese momento ha de llegar todavía, ya
estamos en la vida, porque en cada hijo de Dios está la vida eterna: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre,
para que seamos llamados hijos de Dios…” (1 Juan 3: 1)
(2 Corintios 5: 14) “Porque el amor de Cristo nos constriñe…”
El amor de Cristo lo podemos conocer los creyentes, porque fue Él quien hizo la obra para que de ese modo
fuera. Nadie puede amar a Dios, si Dios no muestra Su amor primeramente.
Es por Su amor que somos impelidos a amarle. Esto es parte implícita de Su gracia irresistible que actúa
poderosamente en la persona que Dios salva.
La victoria sobre la muerte física:
(Ap. 2: 10) “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la
cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la
corona de la vida”.
Implícito en el concepto de “prueba”, tenemos esta declaración crística que acabamos de leer, aunque esta
vez, no concerniente a tentación pecaminosa, sino vinculada a las dificultades propias de esta vida en la que
Satanás tiene gran influencia.
Esos cristianos de Esmirna estaban advertidos por parte del mismo Cristo de que su fidelidad y amor a Él iba
a ser probado, y lo iba a ser a través de tribulaciones, hasta el punto de estar dispuestos a dar la vida.
Como contrapunto a ese acto de martirio, estaba la concesión de la vida, confirmando este hecho la recepción
de la corona de la vida.
Estar dispuestos a morir, para vivir eternamente.
V) LA CORONA DE REGOCIJO INEFABLE, QUE CELEBRA LA VICTORIA DE LA SALVACIÓN SOBRE LA
PERSECUCIÓN DE LOS CREYENTES POR PARTE DE SATANÁS Y LA HUMANIDAD PERDIDA
“Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de
nuestro Señor Jesucristo, en su venida?” (1 Tesalonicenses 2: 19)
Filipenses 4: 1 [ Regocijaos en el Señor siempre ] “Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona
mía, estad así firmes en el Señor, amados”
La corona (gr. stephanos) es tanto un concepto de victoria, como una realidad que tendrá lugar cuando estemos
ante el Señor. Es para todos aquellos que en la gracia y poder del Espíritu Santo, buscando la voluntad de
Dios, viven conforme a esa voluntad divina, conforme a Ef. 2: 10; “Porque somos hechura suya, creados en
Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”.
Si nos damos cuenta, esas obras en las que debemos andar, o dicho de otro modo, ese vivir en el que debemos
poner en práctica el hacer la voluntad de Dios, ya fue preparado de antemano por Él. No son cosas que
debemos nosotros hacer “para Dios”, por hacerlas; pues aún y pretendiendo agradar a Dios con ellas, no lo
lograremos de ese modo. Debemos entender que la obra es Suya, y no nuestra.

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La corona a la que explícitamente alude Pablo, es esta vez aquella que deviene del hecho de haber sido
partícipes en la obra del Evangelio, y como resultado de ello, alcanzando o logrando un fruto en materia de
almas salvadas, cual ya fue preparado por Dios desde antes de la fundación del mundo.
En este caso, Pablo se dirige explícitamente a los tesalonicenses anunciándoles que eran ellos mismos su
corona y la de sus ayudantes, ya que Dios les había usado para llegar a ellos con el mensaje de salvación, y
como eso fue plan de Dios según Su previa elección hacia ellos, se cumplió a su debido tiempo, a pesar de la
oposición férrea, absurda e intemperante del diablo.
Conforme a Su elección
(2 Tesalonicenses 2: 13, 14) “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante
la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar
la gloria de nuestro Señor Jesucristo”
Así pues aquí vemos que esa corona de gozo por la salvación de aquellos tesalonicenses, fue consecuencia
en primera instancia, de la elección de Dios en cuanto a ellos, siendo Pablo y sus ayudantes, artífices
materiales, no de esa salvación como tal, pero sí del trabajo u obra para que la misma se pudiera realizar en
sus vidas:
“Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en
Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Timoteo 2: 10)
El diablo, apareciendo a modo de fugaz protagonista
Como podemos ver aquí, implícito en esa labor pro salvación, no faltaban las fatigas y el arduo trabajo, así
como la lucha contra el enemigo de nuestras almas:
“Pero nosotros, hermanos, separados de vosotros por un poco de tiempo, de vista pero no de corazón, tanto
más procuramos con mucho deseo ver vuestro rostro; por lo cual quisimos ir a vosotros, yo Pablo ciertamente
una y otra vez; pero Satanás nos estorbó” (1 Tesalonicenses 2: 17, 18)
Satanás, cuyo nombre significa “adversario”, ha intentado siempre destruir la iglesia que Cristo prometió edificar
(Mt. 16: 18). Sabiéndose él personalmente perdido y al borde de su destrucción definitiva en el lago que arde
fuego de donde jamás volverá a salir.
Pablo da crédito de la realidad de ese estorbo satánico, mencionándolo por su nombre. El enemigo estorbó a
Pablo en su obrar llevando el evangelio allí donde Cristo no había sido todavía predicado.
Lejos de ser un desastre la obra satánica, siempre redunda en mayor gloria para Dios, ya que:
 1) Dios está en total control del enemigo.
 2) Dios utiliza tantas veces al enemigo en pro de Su obra.
 3) Dios utiliza tantas veces la obra del diablo para mayor abundamiento de gloria futura para Sus hijos.
 4) Nunca jamás la obra del diablo contra la iglesia redundará en mal eterno contra ella, de otra manera
Dios no estaría en perfecto control.
“…quisimos ir a vosotros, yo Pablo ciertamente una y otra vez; pero Satanás nos estorbó”:
Como podemos observar, la acción del diablo Pablo la cataloga como de “estorbo” (“egkopto” en gr. y que
significa, estorbar, entorpecer, obstaculizar)
A pesar de que, incluso el mismo Pablo reconocía esa obra demoníaca como tal, sabemos (y él también sabía)
que tal oposición satánica jamás iba a redundar en merma alguna y literal en materia de salvación de los que
debían ser salvos conforme a la misericordia de Dios (Ro. 9: 15). Jamás el diablo pudo, ni puede, ni podrá
desbaratar los propósitos de Dios; quizás sí lo humanos, pero no los de Dios.
Lo que sí realmente importa
“Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de
nuestro Señor Jesucristo, en su venida?” (1 Tesalonicenses 2: 19)
Pablo, sabiendo que la obra es de Dios, no por ello deja de gozarse, no sólo de ser partícipe de ella, sino de
qué manera lo es. Pablo les hace saber a sus amados condiscípulos e hijos espirituales, lo que representan
para él, no sólo en cuanto a sí mismo, sino y principalmente de cara al Señor.
La esperanza
“Porque ¿cuál es nuestra esperanza…”: La palabra que se traduce por “esperanza” es en griego “elpis”, y en
el sentido cristiano, sería: “la alegre y confiada espera en la salvación eterna”.
¿Quería decir Pablo que la salvación como tal dependía de su arduo trabajo y que como consecuencia del
mismo, estos tesalonicenses se habían salvado? Realmente no. Bíblicamente, la salvación no depende de
trabajo alguno del hombre; ni la del individuo, ni la de los demás.
No obstante, lo que Pablo quería decir es que gracias a haber sido escogido por Dios para salvación, y también
para el ministerio, como lo fue, podía ver un anticipo de la gloria que le esperaba al contemplar la realidad de
esas vidas transformadas por Cristo, así como poder captar el amor que tenía hacia ellos, el cual sólo puede
venir y ser de Dios.
El gozo
“…o gozo…”: La palabra que se traduce por “gozo” es en griego “Kará”, y tiene el sentido cabal aludido.

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La corona
“…corona de que me gloríe…”: Ya hemos visto acerca de esto. La corona (stephanos) nos habla de la
culminación de una vida entregada a Cristo. Esa corona de la cual él se iba a alegrar, e iba a disfrutarla
(kauchesis en gr.). El sentido era justamente este; que a la postre se iba a gozar por esa corona que iba a
representar un trabajo bien hecho en el Señor.
“… ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?” (1 Tesalonicenses 2: 19)
El asunto es este. Pablo sabía que iba a llegar un día en el que así como él, muchos millares iban a presentarse
ante el Señor de gloria, para recibir esa corona y las recompensas varias. Es evidente que Pablo se veía a sí
mismo como un privilegiado por ser usado como lo fue por el Señor, y por eso siempre tenía en mente ese
momento glorioso de estar cara a cara frente al Señor, y en este caso, por causa de Su venida (parusía en gr.)

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