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“A partir del sustantivo apertura (‘acción de abrir’), se ha formado el verbo aperturar, que ha
empezado a utilizarse en los últimos años como equivalente de abrir: «Ordeno que esos
contenedores sean aperturados y revisados» (DHoy [Ec.] 8.7.97); «Ayer domingo la Cooperativa
Agraria de Producción Casa Grande aperturó sus Terceros Juegos de Verano» (Comercio [Perú]
14.1.75). Es especialmente frecuente en el lenguaje bancario, donde se ha puesto de moda la
expresión aperturar una cuenta, en lugar de abrir una cuenta. Su uso no está justificado y debe
evitarse”.
En la lengua culta actual, la primera persona del plural del presente de indicativo del verbo haber
es hemos, y no la arcaica habemos, cuyo uso en la formación de los tiempos compuestos de la
conjugación es hoy un vulgarismo propio del habla popular que debe evitarse en el habla culta;
así, no debe decirse Habemos visto a tu hermano, sino Hemos visto a tu hermano.
También debe evitarse en el habla culta el uso de habemos con el sentido de ‘somos o estamos’,
puesto que el verbo haber, cuando se emplea para denotar la presencia o existencia de personas o
cosas, es impersonal y, como tal, se usa solo en tercera persona del singular: Hay pocos solteros
en el pueblo; Había tres personas en la habitación. Por lo tanto, si quien habla desea incluirse en
la referencia, no debe emplear el verbo haber en primera persona del plural, como se hace a veces
en el habla popular, recurriendo, para el presente de indicativo, a la forma habemos: Habemos
pocos solteros en el pueblo, Habemos tres personas en la habitación; debe decirse Somos pocos
solteros en el pueblo, Estamos tres personas en la habitación.
Solo es admisible hoy en la lengua
culta el uso de la forma habemos como
primera persona del plural del presente
de indicativo de la expresión coloquial
habérselas con una persona o cosa
(‘enfrentarse a ella o tratar con ella a la
fuerza’): Ya sabéis con quién nos las
habemos; Nos las habemos con un
asesino despiadado.
Un atractivo príncipe, en edad de merecer, se presentó en la corte de un rey que tenía 3 hijas
casaderas llamadas Clarabella, Gertrudis y Jimena. El Rey le ofreció a sus 3 hijas para que
eligiera a una de las 3, pero ninguna de las 3 era del agrado del príncipe. Como se veía compelido
a elegir y no quería dar ningún nombre, les propuso lo siguiente:
Les dio a cada una de ellas una carta, que contenía simplemente la frase “amo a Clarabella no a
Gertrudis cuya beldad persona humana no iguala no aspira a mi amor Jimena que no es poca su
beldad” y les dijo: “El texto que os he entregado es un acertijo, ponedle los signos adecuados y
hallaréis la respuesta”.
Las 3 hermanas se pusieron a ello y cada una de ellas puntuó hábilmente, arrimando el ascua a su
sardina, y quedó lo siguiente.
Clarabella lo hizo de la siguiente forma: “Amo a Clarabella. No a Gertrudis, cuya beldad persona
humana no iguala. No aspira a mi amor Jimena, que no es poca su beldad”.
Gertrudis optó por: “¿Amo a Clarabella? No, a Gertrudis, cuya beldad persona humana no iguala.
No aspira a mi amor Jimena, que no es poca su beldad”.
Jimena, por su parte, escribió: “¿Amo a Clarabella? No ¿A Gertrudis cuya beldad persona humana
no iguala? No. Aspira a mi amor Jimena, que no es poca su beldad”.
Y para sorpresa de las 3 hermanas, el príncipe se marchó, dejando solo una carta, en la que se
podía leer lo siguiente: