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SOCORRO ESTRADA
La historia de este amor oculto de Lugones fue luego retomada por Jorge
Boccanera en La Pasión de los Poetas (Alfaguara, 2002), quien le agregó uno de
sus peores condimentos. Según sostuvo, fue el propio Polo Lugones, hijo del
poeta, quien se ocupó de que ese amor no tuviera un buen final. En 1926, Emilia
Cadelago era una tímida estudiante de letras que se acercó a Leopoldo Lugones
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pidiéndole un ejemplar del agotado Lunario sentimental, texto que necesitaba
para hacer un trabajo en el Instituto del Profesorado. El tenía 52 años y la
convirtió en "su" Aglaura, diosa griega que representa lo espléndido, la brillantez.
Así la llamaba en sus cartas y poesías, llenas de diminutivos y erotismo.
Es ahora de la mano de la escritora Marta Merkin que esta historia llegará a los
lectores, contada en la forma de una novela histórica. Con los elementos de
ficción que todo relato de ese tipo agrega, pero también con la certeza de que —
según destaca la autora— es fiel al espíritu de cada época y también fiel a los
hechos. "Mi objetivo ha sido mostrar cómo el drama argentino del siglo XX
empieza en el 30 y cómo la espada que levantó Lugones fue responsable de la
muerte de su nieta. Creo que esta historia señala que la nuestra es una sociedad
que mata a sus propios hijos, que cada generación amenaza permanentemente a
la siguiente", explica Merkin. Consciente además de las limitaciones del género
que ha elegido, la autora defiende sus posibilidades en términos de difusión y
construcción del relato.
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Tigre.
Su hijo Polo jamás quiso hablar del tema. "Una tremenda realidad, compuesta de
pena, soledad y angustia precipita al ser y despéñalo en la eternidad", fueron las
únicas enigmáticas palabras que escribió al respecto en el prólogo de la Selección
de verso y prosa de Leopoldo Lugones, publicada en Buenos Aires por Huemul en
1971.
Fue después de muerto Lugones que su obra pudo ser considerada con serenidad,
tanto por detractores como por sus admiradores. Lo que significó que, más allá de
las diferencias, fuera reconocido como uno de los patriarcas de la literatura
argentina.
Se le atribuye haber situado a José Hernández en el centro del canon, con sus
trabajos sobre el Martín Fierro. Casi medio siglo más tarde, fue Jorge Luis Borges
quien puso a Lugones en ese mismo centro, a través de una operación muy
peculiar: en el prólogo de El hacedor (1960) proclamó la grandeza de Lugones, a
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la vez que se declaraba su heredero. "En vida, Lugones era juzgado por el último
artículo ocasional que su indiferencia había consentido. Muerto tiene el derecho
póstumo de que se lo juzgue por su obra más alta", había escrito años antes.
Su suerte mejoraría aún más tras el golpe de Uriburu, que a modo de reparación
le hizo pagar los sueldos que dejó de percibir cuando, antes de comenzar el
proceso, se lo exoneró del cargo público que detentaba. Uriburu lo nombra
además comisario inspector de la Policía, en la misma repartición en la que
figuraba su prontuario, que lo calificaba de "pederasta" y "sádico conocido".
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que ha sido documentado en distintas investigaciones sobre la tortura, entre ellos
en Breve Historia de la tortura en la Argentina, escrita por Marcelo M. Benítez.
Para ello, Lugones hace restaurar los elementos de torturas quemados
públicamente en 1913, "con el refinamiento que le dan la aplicación de la
electricidad, la mecánica y los modernos inventos", según relató Carlos Gimenez,
un radical allí torturado en el libro El martirologio argentino, publicado en 1932.
En ese libro, Gimenez también se ocupó de describirlo con saña: "Se trata de un
antropoide de mediana estatura, más bien grueso, de tez blanca, de voz un tanto
atiplada, de cara redonda, mirada oblicua y turbia; sus ojos verdosos e informes
son el espejo más claro de su alma tenebrosa; poco cabello de color negro y
peinado a la gomina, su aspecto general es el de un feto grande que al nacer, ve,
camina y habla", sostuvo Gimenez, desde el exilio en Montevideo.
Polo tuvo dos hijas. Susana, a la que todos llamaban Pirí, y Babú. Como su padre,
Polo también se suicidió.
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Pirí (1925-1979), la menor de sus hijas, tenía —a causa de una enfermedad
padecida cuando era una niña— una pierna más corta que la otra y una renguera
evidente. Sin embargo, la disimulaba con elegancia y había aprendido, en virtud
de su humor ácido y su fuerte personalidad, a llevarla con cierta belleza. Según
contaba, durante su infancia le había sido mucho más fácil sobreponerse a las
burlas sobre su pierna que a los comentarios acerca de su padre torturador.
Por eso, desde que cayó en la cuenta de quién había sido Polo Lugones, solía
sorprender al interlocutor de turno presentándose como "la hija del torturador y
la nieta del poeta". Atada a un pasado que no le daba tregua ni contención, eligió
una vida intensa, desenfrenada, caótica y plena de contradicciones y dolores. Se
casó y tuvo tres hijos, aunque su médico personal le había dicho que los
embarazos eran un riesgo para su salud. Uno de ellos, Alejandro, no pudo escapar
al estigma de los Lugones y se suicidó, también en el Tigre.
Fue mentora del mundo cultural y literario del Buenos Aires de entonces. A las
fiestas que hacía en su departamento, ubicado en el edificio de El Hogar Obrero
de Caballito, asistían Noé Jitrik, Osvaldo Lamborghini, Quino, León Rozitchner,
Tanguito y el Tata Cedrón, entre otros.
A comienzos de los 70, cuando el clima político se había enrarecido, Pirí optó por
la revolución. Junto a sus amigos de toda la vida se sumó a la resistencia,
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aceptando el disciplinamiento que le imponía. A los 50 años se hizo montonera y
se entregó a tareas clandestinas de información e inteligencia. El 24 de diciembre
de 1978 fue detenida en un departamento de Barrio Norte. Se supo que la
torturaron y que estuvo al menos en tres centros de detención clandestinos.
También que mantuvo hasta último momento su sentido del humor y que con
sorna le decía a sus verdugos que ni siquiera eran capaces de torturar como su
padre. Hay testimonios que indican que murió un 17 de febrero. Y aunque pudo
haberse suicidado como su padre y su abuelo, antes de que la apresaran, optó por
no hacerlo. Como si así pudiera escapar a su destino. Sin embargo, si en algo se
pareció a su abuelo fue en la intensidad con que eligió vivir y morir.
"No se lo busque a Ud. en un solo lugar", le decía Dardo Cúneo a Lugones en una
carta que agregó a aquel perfil publicado por Jorge Alvarez en 1968. "Usted,
Lugones, como Sarmiento, es pleno argentino de energías y de enmiendas, de
empuje y de contradicciones, que son las maneras de proceder de patria
descargada de pasado y habitada de vacíos a poblar. A ese Lugones, a Usted, vale
la pena retenerlo un momento más entre nosotros, para que siga gastando vida en
esa relación directa de huevos-corazón, que fue su manera de vivir y de morir".
Del mismo modo, así, vale la pena retener a Pirí, y enterarse también de esta
historia de tres generaciones. Tan cercana aún en su tragedia.