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MEMORIA

La maldición de los Lugones

SOCORRO ESTRADA

La hora de la espada" pregonada por Leopoldo Lugones en 1924, durante las


celebraciones del Centenario de Ayacucho, cayó sobre su nieta, Pirí, en 1979. Ella
murió, a los 52 años, en manos de los militares de la última dictadura. Antes, fue
torturada con los métodos que había introducido en el país su propio padre, Polo,
durante la tiranía de Uriburu. Poco más de cien años pasaron entre el nacimiento
de Leopoldo Lugones y la muerte de Pirí. Pasaron también un poeta, un
torturador y una montonera. Dos suicidios y un asesinato. Y la tragedia de la
historia argentina en pleno.

Investigadas por historiadores, sociólogos y académicos de distintas disciplinas,


las vidas de estos tres personajes han ocupado ya diferentes páginas de la
literatura y la historia argentina. Fondo negro (Solaris, 1997), de Eduardo Muslip,
fue el primer libro que articuló sus relatos. Antes se había conocido, a partir de la
publicación que hizo María Inés Cárdenas de cartas y poemas inéditos, parte de la
historia oculta de Leopoldo Lugones. A saber, el romance secreto que mantuvo
con la joven universitaria María Emilia Cadelago, durante los últimos 12 años de
su vida. En su novela, Muslip habló, pues, de la relación que podrían haber tenido
Pirí y Cadelago en un encuentro imaginario.

La historia de este amor oculto de Lugones fue luego retomada por Jorge
Boccanera en La Pasión de los Poetas (Alfaguara, 2002), quien le agregó uno de
sus peores condimentos. Según sostuvo, fue el propio Polo Lugones, hijo del
poeta, quien se ocupó de que ese amor no tuviera un buen final. En 1926, Emilia
Cadelago era una tímida estudiante de letras que se acercó a Leopoldo Lugones

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pidiéndole un ejemplar del agotado Lunario sentimental, texto que necesitaba
para hacer un trabajo en el Instituto del Profesorado. El tenía 52 años y la
convirtió en "su" Aglaura, diosa griega que representa lo espléndido, la brillantez.
Así la llamaba en sus cartas y poesías, llenas de diminutivos y erotismo.

Desde el periodismo, Analía García y Marcela Fernández Vidal se ocuparon de la


vida y obra de Pirí. Y publicaron en 1995 Pirí. Retrato de Susana Lugones, en el
cual se hilvana el testimonio de algunos de sus amigos.

Es ahora de la mano de la escritora Marta Merkin que esta historia llegará a los
lectores, contada en la forma de una novela histórica. Con los elementos de
ficción que todo relato de ese tipo agrega, pero también con la certeza de que —
según destaca la autora— es fiel al espíritu de cada época y también fiel a los
hechos. "Mi objetivo ha sido mostrar cómo el drama argentino del siglo XX
empieza en el 30 y cómo la espada que levantó Lugones fue responsable de la
muerte de su nieta. Creo que esta historia señala que la nuestra es una sociedad
que mata a sus propios hijos, que cada generación amenaza permanentemente a
la siguiente", explica Merkin. Consciente además de las limitaciones del género
que ha elegido, la autora defiende sus posibilidades en términos de difusión y
construcción del relato.

La vida de Leopoldo Lugones (1876-1938) es conocida. Socialista de joven, férreo


nacionalista después y antidemocrático al final de sus días, fue reconocido desde
principios del siglo XX en Buenos Aires como poeta, orador y polemista. También
criticado e incluso denostado, a medida que sus discursos se encendían y
fortalecía su apoyo a los gobiernos militares.

Vivió intensamente hasta que decepcionado por la marcha de la historia política


argentina o —según se interpretó a partir del libro de Cárdenas— víctima de una
pena de amor, Lugones se suicidó el 18 de febrero de 1938. A los 64 años tomó un
vaso de whisky con arsénico en la habitación de la posada El Tropezón, en el

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Tigre.

En las crónicas de la época, el padre Leonardo Castellani, que lo había asistido en


su conversión al catolicismo en 1934, lamentó ese "suicidio de sirvienta". Como
otros hombres de su tiempo, nunca pudo comprender no ya el suicidio sino por
qué había elegido el veneno teniendo a mano su arma, a la que Lugones llamaba
"La nena".

Su hijo Polo jamás quiso hablar del tema. "Una tremenda realidad, compuesta de
pena, soledad y angustia precipita al ser y despéñalo en la eternidad", fueron las
únicas enigmáticas palabras que escribió al respecto en el prólogo de la Selección
de verso y prosa de Leopoldo Lugones, publicada en Buenos Aires por Huemul en
1971.

Emilia Cadelago, en cambio, se ocupó de decir a sus pocos confidentes que el


comisario Lugones era responsable de aquel desenlace. Según contaba fue él
quien detuvo el romance tardío del viejo, amenazando a la familia de la chica: de
continuar, decía, metería a su padre en un manicomio. Dejaron de verse, pero
Emilia lo amó hasta el final de sus días. Tanto, que pidió que, a su muerte,
colocaran en su ataúd un pequeño gato de peluche que Lugones le había
regalado.

Fue después de muerto Lugones que su obra pudo ser considerada con serenidad,
tanto por detractores como por sus admiradores. Lo que significó que, más allá de
las diferencias, fuera reconocido como uno de los patriarcas de la literatura
argentina.

Se le atribuye haber situado a José Hernández en el centro del canon, con sus
trabajos sobre el Martín Fierro. Casi medio siglo más tarde, fue Jorge Luis Borges
quien puso a Lugones en ese mismo centro, a través de una operación muy
peculiar: en el prólogo de El hacedor (1960) proclamó la grandeza de Lugones, a

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la vez que se declaraba su heredero. "En vida, Lugones era juzgado por el último
artículo ocasional que su indiferencia había consentido. Muerto tiene el derecho
póstumo de que se lo juzgue por su obra más alta", había escrito años antes.

Más tarde, en la colección Perfiles de la editorial de Jorge Alvarez, donde


trabajaba su nieta Pirí, Dardo Cúneo publicó un libro sobre Lugones. "Lo traigo —
escribió su autor— con su ardorosa carnadura conflictiva, con sus desacomodos,
con sus propios compromisos, con sus propios desafíos, en cuyo genio y figura
culmina y hace crisis, en su versión intelectual, el liberalismo en el país."

La historia de Leopoldo Lugones hijo (1897-1971), Polo, en cambio es más


sombría y menos pública. Poco se ha escrito de él aún en los libros que hablan de
su padre o en los tratados sobre la tortura en la Argentina. Y poco ha quedado por
él escrito, más allá de los prólogos con que, como albacea literario de su padre,
exigió acompañar cada una de las reediciones de sus obras mientras estuvo vivo.

Se sabe, en concreto, que durante la presidencia de Alvear fue director del


Reformatorio de Menores de Olivera. Que entonces fue procesado por el delito de
corrupción y violación de menores y que cuando iba a ser condenado a diez años
de reclusión, el presidente Yrigoyen lo salvó cediendo ante un pedido de Lugones
padre. De rodillas, éste le habría implorado que consiguiera su absolución por "el
honor de la familia".

Su suerte mejoraría aún más tras el golpe de Uriburu, que a modo de reparación
le hizo pagar los sueldos que dejó de percibir cuando, antes de comenzar el
proceso, se lo exoneró del cargo público que detentaba. Uriburu lo nombra
además comisario inspector de la Policía, en la misma repartición en la que
figuraba su prontuario, que lo calificaba de "pederasta" y "sádico conocido".

Ya instalado en su nuevo cargo, Polo Lugones implementa, en el sótano de la vieja


penitenciaría de la calle Las Heras, una sala de interrogatorios y torturas. Hecho,

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que ha sido documentado en distintas investigaciones sobre la tortura, entre ellos
en Breve Historia de la tortura en la Argentina, escrita por Marcelo M. Benítez.
Para ello, Lugones hace restaurar los elementos de torturas quemados
públicamente en 1913, "con el refinamiento que le dan la aplicación de la
electricidad, la mecánica y los modernos inventos", según relató Carlos Gimenez,
un radical allí torturado en el libro El martirologio argentino, publicado en 1932.

En ese libro, Gimenez también se ocupó de describirlo con saña: "Se trata de un
antropoide de mediana estatura, más bien grueso, de tez blanca, de voz un tanto
atiplada, de cara redonda, mirada oblicua y turbia; sus ojos verdosos e informes
son el espejo más claro de su alma tenebrosa; poco cabello de color negro y
peinado a la gomina, su aspecto general es el de un feto grande que al nacer, ve,
camina y habla", sostuvo Gimenez, desde el exilio en Montevideo.

A partir de ese relato y el de otras de sus víctimas se supo que su participación en


la mazmorra era activa, a pesar de que su misión era más la de sabueso
persecutorio que la de ejecutor de tales interrogatorios. Esta fama de torturador
le valió una caricatura que lo mostraba como un monstruo y que el diario Crítica
publicó en primera plana bajo el título "El torturador Lugones", cuando su hija
Pirí tenía diez años.

El libro de Gimenez también incluye una anécdota de la infancia de Polo —que no


aparece en otros documentos bibliográficos— que por su enorme valor ilustrativo
Marta Merkin incorporó a su novelización. En ella se sostiene que durante una
temporada que pasó en el campo siendo adolescente, Polo Lugones acostumbraba
"violar a las gallinas" y torcerles el pescuezo "cuando ya iba a satisfacer sus
salvajes sensualismos" para "aumentar sus espasmos infernales con las
convulsiones de muerte del ave".

Polo tuvo dos hijas. Susana, a la que todos llamaban Pirí, y Babú. Como su padre,
Polo también se suicidió.

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Pirí (1925-1979), la menor de sus hijas, tenía —a causa de una enfermedad
padecida cuando era una niña— una pierna más corta que la otra y una renguera
evidente. Sin embargo, la disimulaba con elegancia y había aprendido, en virtud
de su humor ácido y su fuerte personalidad, a llevarla con cierta belleza. Según
contaba, durante su infancia le había sido mucho más fácil sobreponerse a las
burlas sobre su pierna que a los comentarios acerca de su padre torturador.

Por eso, desde que cayó en la cuenta de quién había sido Polo Lugones, solía
sorprender al interlocutor de turno presentándose como "la hija del torturador y
la nieta del poeta". Atada a un pasado que no le daba tregua ni contención, eligió
una vida intensa, desenfrenada, caótica y plena de contradicciones y dolores. Se
casó y tuvo tres hijos, aunque su médico personal le había dicho que los
embarazos eran un riesgo para su salud. Uno de ellos, Alejandro, no pudo escapar
al estigma de los Lugones y se suicidó, también en el Tigre.

Fue mentora del mundo cultural y literario del Buenos Aires de entonces. A las
fiestas que hacía en su departamento, ubicado en el edificio de El Hogar Obrero
de Caballito, asistían Noé Jitrik, Osvaldo Lamborghini, Quino, León Rozitchner,
Tanguito y el Tata Cedrón, entre otros.

Sin haberse dedicado exclusivamente a las letras —aunque se conservan muchos


de sus relatos y compilaciones—, Pirí Lugones entregó su entusiasmo a la
literatura a través del trabajo editorial. Fue amiga de editores como Jorge Alvarez
y Daniel Divinsky, y contribuyó a definir esos dos grandes centros de la
producción del libro en la Argentina que fueron la editorial Jorge Alvarez y
Ediciones de La Flor, a la cual le dio el nombre. Fue amiga de Paco Urondo, Juan
Gelman y Rodolfo Walsh, con quien convivió un tiempo.

A comienzos de los 70, cuando el clima político se había enrarecido, Pirí optó por
la revolución. Junto a sus amigos de toda la vida se sumó a la resistencia,

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aceptando el disciplinamiento que le imponía. A los 50 años se hizo montonera y
se entregó a tareas clandestinas de información e inteligencia. El 24 de diciembre
de 1978 fue detenida en un departamento de Barrio Norte. Se supo que la
torturaron y que estuvo al menos en tres centros de detención clandestinos.
También que mantuvo hasta último momento su sentido del humor y que con
sorna le decía a sus verdugos que ni siquiera eran capaces de torturar como su
padre. Hay testimonios que indican que murió un 17 de febrero. Y aunque pudo
haberse suicidado como su padre y su abuelo, antes de que la apresaran, optó por
no hacerlo. Como si así pudiera escapar a su destino. Sin embargo, si en algo se
pareció a su abuelo fue en la intensidad con que eligió vivir y morir.

"No se lo busque a Ud. en un solo lugar", le decía Dardo Cúneo a Lugones en una
carta que agregó a aquel perfil publicado por Jorge Alvarez en 1968. "Usted,
Lugones, como Sarmiento, es pleno argentino de energías y de enmiendas, de
empuje y de contradicciones, que son las maneras de proceder de patria
descargada de pasado y habitada de vacíos a poblar. A ese Lugones, a Usted, vale
la pena retenerlo un momento más entre nosotros, para que siga gastando vida en
esa relación directa de huevos-corazón, que fue su manera de vivir y de morir".
Del mismo modo, así, vale la pena retener a Pirí, y enterarse también de esta
historia de tres generaciones. Tan cercana aún en su tragedia.

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