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INTRODUCCIÓN
Desde la segunda década del siglo XIX la nueva república, sus ciudadanos y representantes
políticos luchaban constantemente por el mantenimiento de la Independencia y la
consolidación de las nuevas instituciones republicanas, que fueron instauradas después de
la Independencia. Aunque el éxito llenó de furor y nuevos sentimientos a los habitantes de
la Nueva Granada, aún quedaban muchos asuntos por arreglar y concretar; Bolívar y su
régimen se desplomaron en los primeros años de la década de los treinta, dejando en la
república “los recuerdos de sus batallas políticas que perduraron bastante tiempo e
influyeron en la configuración de la política neogranadina” (Palacios & Safford, 2002, p.
275) de los veinte años posteriores.
En ese entonces, la consolidación de la república fue una tarea ardua y los partidos
políticos, de mayor trayectoria hoy en el país, empezaban sus primeros asomos. Provincias
como Pasto, Panamá y Cartagena reclamaban independencia de la república granadina y la
recesión económica golpeó fuertemente no sólo el tesoro nacional, sino también los
bolsillos y la economía doméstica de grandes familias acaudaladas y pequeños productores
y artesanos. Entre 1839 y 1842, aun cuando la economía parecía tomar un nuevo rumbo, el
territorio nacional enfrentaba una nueva guerra que influía en pueblos y centros políticos
por igual. Durante este período la guerra civil asoló sin discriminación el territorio
nacional1.
En su texto Colombia país fragmentado, sociedad dividida, Safford y Palacios ofrecen una
descripción general del panorama demográfico de la Nueva Granada durante la primera
mitad del siglo XIX:
*
Universidad del Rosario, Programas de Historia / Periodismo y Opinión Pública.
1
Ver el capítulo “La Nueva Granada, 1831-1845” en Palacios & Safford (2002).
1
La mayor parte de la población vivía en pequeños reductos rurales. Había
muchas comunidades agrícolas dispersas por el terreno quebrado de la
Nueva Granada; por lo general los pueblos eran poco más que lugares en
donde se celebraba semanalmente el mercado, y la mayor parte de las
ciudades seguían siendo en realidad poblaciones pequeñas. Bogotá,
capital política y educativa y centro de distribución de productos
nacionales e importados, tenía una población urbana que en 1835 y 1843
se calculaba en 40 000 habitantes, aunque el censo de 1851 encontró
menos de 30 000 habitantes (2002, p. 315).
Aunque tal vez un poco más grande y con un segundo piso reservado a las habitaciones de
los dueños, la casa de alta sociedad bogotana mantenía, hacia mediados del siglo XIX,
básicamente la misma distribución de espacios. Comprendía una sala, recibidor, patio
principal, segundo patio o huerta, y la cocina junto con el horno y la despensa, ubicados en
la parte trasera de la casa. Las disposiciones de una construcción tal permitían la ubicación
de un pequeño huerto con plantas medicinales, el crecimiento de árboles frutales, la
tenencia de animales domésticos, de carga y para la alimentación como gallinas, pollos y
quizás cerdos; finalmente, se disponía de una pequeña ubicación para tazas en las crecían
claveles de gran variedad2.
Con el acceso a gran cantidad de elementos de primera necesidad dentro del mismo hogar,
el principio de austeridad iba acorde con el apremio de la situación económica del país. En
los hogares santafereños se acostumbró prontamente a responder con premura a situaciones
adversas de guerra, políticas o económicas, mediante los más sencillos medios y mediante
el manejo exitoso del hogar. Aunque el hombre, como cabeza visible y jefe único del hogar
debía responder económicamente por las necesidades familiares y domésticas en general,
era la mujer la directora de la familia, la encargada de llevar la economía del hogar por
buen camino. Los gastos, aunque vigilados y controlados por el padre de familia, eran
dispuestos por la mujer de la mejor manera, siendo motivo de orgullo para su esposo y un
aspecto de mostrar a la sociedad.
2
Información de la descripción realizada por Soledad Acosta de Samper, ver: Acosta de Samper (1988, p.
98).
2
Según Aida Martínez Carreño, desde “diez años después de la independencia, las
posibilidades protagónicas de las mujeres virtualmente habían desaparecido y estaban
limitadas al ámbito puramente doméstico”, por lo que muchas mujeres se apropiaron de
este papel, teniendo como “terreno para su gratificación personal el gobierno de la casa y la
educación de los hijos” (1990, p. 56).
En ese entonces se asumía que la mujer ama de casa debía tener las cualidades básicas y
propias de su sexo para administrar un hogar adecuadamente: la personalidad femenina era
la apropiada para el cuidado del hogar. De acuerdo con un pequeño manual de 1852,
titulado Los deberes de los casados, escrito para los ciudadanos de la Nueva Granada, de
autoría de María Josefa Acevedo de Gómez, hija de José Acevedo y Gómez, quien fuera el
Tribuno del Pueblo de 1775 a 1817:
La señora Acevedo de Gómez fue una destacada escritora de la primera mitad del siglo XIX
en diversidad de temas y ramas de la literatura. Tuvo una vida privilegiada por su
ascendencia española y por su matrimonio con Diego Fernando Gómez, hijo de una familia
noble de la Península. Su gran cantidad de escritos se concentraban, fruto de su experiencia
como madre y esposa, en temas domésticos y femeninos. Entre sus títulos se encuentran
Oráculo de las flores y de las frutas (1857), Amor conyugal (1861) y Cuadros de la vida
privada de algunos granadinos (1861)3.
Sobre la base de los manuales de la época escritos por mujeres como Josefa Acevedo y
Gómez, las labores de la mujer ideal de sociedad se reducían al manejo del hogar y al
manejo adecuado y acorde a los valores de la economía. Un ama de casa que ejercía su
labor correctamente lo hacía cuando encontraba en cada gasto la forma de economizar y
ahorrar para el futuro. Así, si éste traía imprevistos graves, éstos podrían ser solucionados
por la labor diestra del ama de casa. Por ello antes de contratar una modista, lo más correcto
era que una mujer conociera la utilidad del bordado y la costura para recomponer o
3
Información obtenida en María Josefa Acevedo de Gómez (2001-2006). Esta página Web es fruto y
producto de una investigación de cinco años, desarrollada por el Departamento de Estudios Hispánicos y
Latinoamericanos de la Universidad de Nottingham con la colaboración del Departamento de Estudios
Españoles y Portugueses de la Universidad de Manchester.
3
confeccionar los vestidos de la familia. Igualmente, el cuidado de los muebles, que aunque
no estuvieran acordes a la moda de momento, debían responder al cariño con el que una
mujer invirtiera el dinero que su marido trajera. Cada elemento, incluida la crianza de los
niños, era un reflejo del ama de casa ideal y de la aplicación de su buen haber, que se
manifestaba desde el núcleo familiar en la sociedad republicana.
Si bien cada elemento del cual debía hacerse cargo la mujer representaba un motivo de
orgullo y definía el ideal de mujer de la época, también resultaban indispensables para el
funcionamiento de la familia y el hogar los arreglos concernientes a la cocina, orden de la
despensa y la preparación, conservación y compra de alimentos, pues significaban gran
parte de presupuesto familiar y tiempo de ocupación del ama de casa. Contrario a lo que se
puede pensar, no se trata sencillamente de realizar los platos principales y meriendas del
día. Para las primera mitad del siglo XIX, es muy importante tener en cuenta los largos
métodos de conservación, implementados con meses de antelación a frutas, vegetales y toda
clase carnes; los largos tiempos de preparación de guisados o sopas, los trucos para
conservar alimentos altamente perecederos como leche y huevos, y la fabricación de
productos básicos como harinas, mantecas, aceites, vinagres y bebidas. Una muestra de ello
la expone el periódico El Cultivador Cundinamarqués de 1832:
Ómese cuatro libras de sal común; una y media de azúcar; dos onzas de
nitro, veinte libras de agua; mezclándolo todo en frio se pondrá en una
arteza o barril. La carne sumergida en esta salmuera se hace tierna y se
conserva muchos meses. Si el tiempo fuere caloroso, se tendrá cuidado
de quitar la sangre y frotar las posta con sal. La carne de cerdo tierno
basta que esté en ella cuatro ó cinco días: las la de puerco viejo destinada
á hacer jamones, puede tenerse quince días sin inconveniente; se sacará
después, se le hará secar, y se le frotará con salvado. Esta salmuera puede
usarse muchas veces; pero es necesario después que haya servido,
añadirle un poco de sal, hervirla y espumarla.
Considerando que “en las primeras décadas de vida independiente en Santa Fe de Bogotá la
mayoría de las familias de la élite social sufrió un proceso de empobrecimiento como
consecuencia de las guerras y la difícil situación económica del nuevo país” (Lara, 1997, p.
4
El cultivador Cundinamarqués o Periódico de la industria agrícola y la economía doméstica (1832, marzo
1), (No 5), p. 51.
4
76), los gastos en cuanto a la alimentación no podían ser la excepción al ahorro y debían ir
acordes a los preceptos de una república ilustrada. Ya no sólo la política, los gobernantes,
representantes y las instituciones debían asegurar la consolidación de la república. De
acuerdo al Manual de Artes y oficios, cocina y repostería, primero de su tipo para el caso
colombiano y publicado en el año de 1853, la labor también estaba a la orden de cada
individuo: “Ya que hemos asegurado el porvenir de la república, debemos tratar de nuestro
bienestar individual, i este no se consigue sino mediante el trabajo, la economía y la
acumulación de valores circundantes” (1853, Pról.).
Así la comida y la preparación de alimentos a cargo del ama de casa, debía ir acorde con
los lineamientos de la nueva república. La labor de la mujer ya no era únicamente la crianza
de patriotas y damas de bien: la cara de un hogar aseado y ordenado tenían relevancia
dentro de las labores domésticas y su aporte a la sociedad. Las tareas gastronómicas
también hacían su aporte, pues reflejaban el comportamiento adecuado y conforme de una
granadina. Esta relación se establecía en la aplicación de la economía, la utilidad y
aprovechamiento en los alimentos. En este caso, la cocina a cargo de la mujer del siglo XIX
contribuía en la consolidación de la República de la Nueva Granada por concentrarse en
sacar el mejor provecho a los alimentos mediante complejos procesos de conservación que
incluían productos químicos, la anticipación a comportamientos climáticos que podían
incidir en las cosechas —con preparaciones tales como mermeladas y conservas frutales
para los días de frío y lluvia y refresco en polvo para las olas de calor—, compra y
escogencia de productos propios de la cosecha de temporada y, por último, estrategias para
rendir alimentos.
En otras palabras, la relación que establecía la mujer del siglo XIX con la preparación de
alimentos en el entorno doméstico permitía que el provecho que ella sacaba de las recetas y
preparaciones fuera considerado un factor de consolidación nacional para la república y la
nación, que apenas se construía en la primera mitad del siglo. La mujer neogranadina del
siglo XIX, identificada con costumbres austeras económicas y útiles en su entorno
doméstico y familiar, a su vez mostraba una nación acorde con los elementos de la
civilización. La comida local de ese momento además de responder a las tradiciones
europeas, como lo demuestran el nombre de ciertas recetas o sus modos de preparación y a
la utilización de productos de origen nacional, también responde a las necesidades del la
familia de la república granadina, gobernada por el ama de casa.
5
6
¿QUIÉN ES EL JEFE Y QUIÉN GOBIERNA EL HOGAR?
Cuando un padre de familia se deja arrastrar, por los vicios que le dominan,
hace una herida profunda á la moral pública, da materia á las inagotables
conversaciones de la maledicencia, corrompe á la juventud con su mal ejemplo
[…]. Por consiguiente sus hijos serán malcriados y peor inclinados, y el estado
no habrá adquirido con ellos ciudadanos útiles, sino unos seres pervertidos,
propagadores de los vicios de sus padres (Acevedo, 1852, pp. 36 y 37).
Este elemento pone de manifiesto que el hogar y la nación estaban íntimamente ligados,
pues el comportamiento de un miembro de la familia en el interior de su hogar se reflejaba
en la sociedad, y en caso de que éste se considerara como reprochable, significaba también
que la nación se iba a ver afectada por su comportamiento.
Si bien el papel del núcleo familiar resultaba muy importante para el desarrollo de la
sociedad, los protagonismos de cada hogar debían estar claros para su correcto
funcionamiento. A grandes rasgos, el hombre, gran jefe de la familia, era a quien todos
debían responder: representaba la fortaleza económica, intelectual y moral. Éstos eran
principios que bajo los saberes ilustrados y de la razón eran el ideal.
Por otro lado, la mujer, aunque no jefe, era quien dirigía al hogar de acuerdo a los preceptos
aprendidos en el hogar materno, reforzados o explicados por su marido. Aunque ella era
quien tomaba las decisiones en el hogar, lo hacía bajo la tutela del marido y nunca podía
pretender usurpar el primer puesto en el hogar. La mujer guiaba a los empleados
domésticos, a sus hijos y dirigía el funcionamiento de cada pequeña disposición en el
7
hogar. En su libro Guía de la Mujer ó Lecciones de Economía Doméstica para las Madres
de Familia, Pilar Pascual de Sanjuan, como escritora de la Sociedad Barcelonesa de
Amigos de la Instrucción (Pascual de San Juan, 1881), cuyos textos llegaron hasta la Nueva
Granada, lo resume dirigiéndose a su público femenino así: “El hombre está obligado á
adquirir; tú á conserva á cuidar, á precaver” (Pascual de San Juan, 1873, p. 88).
Aunque esta guía era importante para la cotidianidad del día a día, el ejemplo y enseñanza
del marido debía ser aún más precisa y cuidadosa en lo referente a asuntos de política y
religión. Según Acevedo y Goméz, si en la sencillez de un acontecimiento natural la mujer
puede caer en errores y en razonamientos supersticiosos, en temas trascendentales es
posible que caiga en errores fundamentados en sus pasiones naturales.
Si se examina a fondo sus opiniones, se hallará que una gran parte son hijas de
un entusiasmo momentáneo, y que aunque las mujeres sean capaces de lo más
heroicos sacrificios a favor de su patria, del gobierno o del partido a que
pertenecen sus padres, esposos, parientes y amigos; no son sin embargo, mui
susceptibles de profundizar los principios políticos, de comparar las ventajas de
diversas instituciones aplicadas a su país, ni de prestar un atención sería y
8
continuada al examen que los hombres hacen de las graves cuestiones en que se
cifra el interés del Estado (p. 29).
Y es que este comportamiento casi inmaduro aparece en los manuales como perfectamente
normal. Dentro de los deberes de una mujer casada en los inicios del siglo XIX se
encontraban: el respeto sin meditaciones a las observaciones del esposo sobre la actuación
de ella como madre y esposa, y la confianza total e ilimitada en los designios del jefe del
hogar. Además, existían saberes y conocimientos que no se consideraban necesarios para
una mujer. No era extraño ni deshonroso que las mujeres no supieran de ciencia ni grandes
artes, pues ellas resaltaban y se destacaban en el manejo de hogar antes que en cualquier
otra rama. Por el contrario se consideraba que aquella mujer que se ocupaba de labores
externas al hogar o realizaba unas adicionales a las exigidas, sólo lo hacía por deslumbrar a
su marido. Para la élite granadina, que en un ama de casa se note “la total ignorancia de las
labores mugeriles, del gobierno de la casa, i de los quehaceres i minuciosa economía
doméstica, admira, choca i produce ménosprecio en quien observa y debería llenar de
amargura y vergüenza á la que se encuentre en este caso” (Acevedo, 1848, p. 65).
En cuanto a la educación que recibían las mujeres, vale la pena destacar que no se enfocaba
solamente en el arreglo del hogar o en aquellos elementos que les permitirían estar
preparadas para las necesidades de la casa en el momento en que se convirtieran en esposas
y madres. Si bien la educación no era muy profunda, sí abarcaba las principales materias
como geografía, gramática, aritmética y algo de física. Existían también materias
adicionales como lengua francesa o música. Adicional a esto, por ser las principales
instituciones educativas para mujeres de carácter religioso, la instrucción religiosa y moral
era clave, pero también existía un momento para la urbanidad, que particularmente
enseñaba elementos para el hogar, sobre su lugar en el matrimonio y su comportamiento5.
5
Biblioteca Nacional [BN] (Sala 2A, 7395, pieza 15). “Programa de las materias sobre que deben ser
examinadas las señoritas educadas del Colegio La Merced, 1848”; BN (Sala 2A, 7395, pieza 15). “Programa
de las materias sobre que versa la enseñanza de las señoritas educadas en el Colegio del Sagrado Corazón de
Jesús, 1855 y 1850”.
9
El gobierno del hogar, en las casas de clase alta de la ciudad de Santa Fe de Bogotá en el
siglo XIX, siempre recaía en una mujer, pues el hombre, con ocupaciones diferentes y con
obligaciones como responder monetariamente a las necesidades básicas del hogar, no debía,
en la medida de lo posible, ser molestado con esto. Sin embargo, el trabajo de la mujer era
considerado como un “campo más corto: pero sus productos son más útiles y duraderos”
(Acevedo, 1852, p. 91).
El lugar de la mujer no sólo era dado por la sociedad que lo exigía, sino que también era
apropiado por ella misma asumiendo desde su niñez y adolescencia de la mano de las
lecciones maternales, esto es, el papel que estaba llamada a cumplir en el hogar como ama
de casa. Se entendía que las mujeres estaban designadas al papel de esposas y madres, y
desde pequeñas eran enseñadas a labores de costura, al cuidado del hogar, la organización
de la despensa, la escogencia de productos de temporada, a las fabricaciones de sencillas
medicinas, elementos de limpieza y aseo y, sobre todo, al manejo económico de las
necesidades del hogar. Incluso en una vivienda donde la sabiduría y trabajo de la madre se
veía detenido por alguna circunstancia especial, todas las labores domésticas estaban en las
manos de la hija, preferiblemente aquella de mayor edad, de una familiar cercana o en el
peor de los casos en una sirvienta de confianza.
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ANTICIPACIÓN A LA CRISIS O ECONOMÍA DOMÉSTICA
En medio del gobierno del hogar a cargo del ama de casa granadina debía imperar como
principal valor la economía. Una y otra vez, los manuales dirigidos a las amas de casa de la
República de la Nueva Granada se refieren a la importancia de adquirir, en cada elemento y
momento, funciones económicas dentro del hogar. Aun cuando las utilidades se mostraran
positivas al final de cada mes y fuera posible permitirse ciertos lujos, era considerado deber
de la mujer, que se pensaba tenía cierta disposición natural al orden y las labores
domésticas, ahorrar en toda ocasión. “Si en todas las situaciones de la vida la mujer
necesita ser económica y previsora, nunca le son tan necesarias estas cualidades como
cuando está revestida con el sagrado carácter de madre” (Pascual de San Juan, 1873, p. 87).
Las fuentes revisadas revelan que, para aquel momento, se consideraba que la mujer,
aunque díscola y algo ignorante en otras materias, resultaba un ser ideal a la hora de ahorro
y gasto necesario, mucho más que el mismo hombre. Estos valores se exaltaban para los
momentos que vivía la república en general y el hogar granadino, pues el ama de casa debía
estar preparada para un acontecimiento nefasto o difícil de conjurar, pero sobre todo, sus
disposiciones debían ser acordes con los lineamientos que desde el Estado se propugnaban:
El llamado a filas del padre de familia, el decaimiento del negocio a cargo del jefe del
hogar, el encarecimiento de los alimentos básicos a causa de las batallas en medio de la
guerra o, en el peor de los casos, la repentina muerte de padre de familia, sustento del
hogar, eran situaciones repetitivas en la sociedad de entonces. Por esta razón la mujer debía
anticipar la desgracia y manejar el hogar con la mejor de las disposiciones y asegurar un
ahorro, fruto del buen manejo durante años. No es extraño encontrar en manuales o
publicaciones de mujeres la siguiente afirmación: “[…] es siempre cuerdo i acertado no
gastar todo lo que se gana, porque puede llegar una época en que no haya entrada ninguna, i
esta falta la suplen los ahorros” (p. 29).
En este punto vale la pena detenerse, pues las mismas fuentes lo hacen repetitivamente y de
manera particular. De forma sugestiva, las autoras de obras dirigidas a la parte fémina de la
población relatan ejemplos de la vida real, donde la protagonista suele ser una hermana
mayor a cargo de su familia, o una viuda en decadencia que lucha por el sustento de la
familia mediante el mejor uso de las reglas de la vida doméstica. En contraposición o como
antagonista está la familia rica, que no discrimina en la compra de lujos y elementos de
moda, que compra siempre sin pensar en el ahorro y que por tantos gastos cae en la quiebra
total.
11
Cada historia suele dejar una moraleja que usualmente está dirigida al buen uso del capital,
a la buena costumbre del ahorro y a la forma diestra como una mujer humilde supo
organizar su hogar sin que nunca faltara nada. Ciertas o no, las historias publicadas por
estas señoras acentúan los mismos valores que en otros textos se pueden entrever:
economía, humildad y aprovechamiento. A continuación, un extracto que narra la historia
de una heroína para la autora del manual y que iluminará al respecto:
La vida de María en particular se desliza tan suave, tan tranquila y serena como
el límpido arroyo que desciende por un plano ligeramente inclinado, cuya orilla
borda la menuda yerba y las silvestres flores; levántase temprano en todo
tiempo, en estío á las 6 y en inverno á las 7, sus hermanos la imitan, da sus
órdenes a la muchacha que les sirve, la cual sale inmediatamente á la compra, y
la joven levanta su cama y las de Eduardo y Joaquín, y pasa á ocuparse en su
sencillo tocado; no dura mucho esta operación, porque ni su gracioso y
simpático semblante necesita recargarse de adornos para parecer bien, ni ella
tiene tiempo ni afición á ellos. Llegada la sirviente y levantados sus padres,
ayuda á la primera á disponer chocolate para aquellos y un frugal desayuno para
los jóvenes, y á la hora de marchar padre e hijo á la oficina y Joaquín á la
escuela, peina y arregla al último, á quien acompaña su hermano mayor. En
unión de la criada, y á veces de su madre, asea las habitaciones, hace las camas,
y se sienta á hacer labor mientras aquella dispone la comida, que por lo regular
se reduce á una sopa y un puchero; pero perfectamente condimentado, y
sazonado además por la alegría y amabilidad de madre é hija que tratan a José
no sólo con el respeto debido al jefe de la familia, sinó con la obsequiosa
galantería que suele usarse con un huésped querido
[…] La tarde es la que especialmente dedica María á sus labores, las que
distribuye con un orden admirable, dedicándose con preferencia á remendar ó
zurcir la ropa usada; y cuando ésta está corriente, cosiendo la poca nueva que
puede adquirirse. Ella confecciona sus trajes, ella se borda primorosamente lo
que requiere bordados, que á adquirirlos en una tienda le sería imposible usar;
su escasez de recursos no le permite seguir la moda, y es además harto sensata y
despreocupada para someterse á ese tirano de las cuatro letras […]
Las noches de verano suela salir á dar un paseo en compañía de su madre, pues
rara vez sin ella se presta á diversión alguna, y las de invierno, si el tiempo lo
permite, se reúnen con algunos amigos de costumbres tan sencillas y
morigeradas como las suyas, que pasan la velada en algún agradable
entretenimiento (Pascual de San Juan, 1873, pp. 72, 73 y 74).
12
economía doméstica, a cargo de las mujeres gobernantes del hogar, representaba de la
mejor forma lo que la Nueva Granada pretendía ser y consolidar en su crecimiento.
Para el crítico momento político y social que vivía el país, que devastaba la economía del
hogar el resultado de los sentimientos femenino era beneficioso. Doña Josefa Acevedo lo
ilustra de la siguiente manera:
Aunque se destaque la reacción hábil y rápida de la mujer, vale la pena resaltar que ésta no
se destaca por haberse realizado como una acción racional y ordenada. Las situaciones en
las que la mujer tenía la oportunidad de efectuar una labor significativamente beneficiosa,
para unas cuantas o varias personas, sigue siendo el resultado de sus pasiones y de su
naturaleza. De cualquier índole que sean, las acciones que realizaban las mujeres de
entonces, se pensaba, eran fruto de su regular naturaleza.
Sin embargo, con o sin crisis, las mujeres, amas de casa y gobernantes del hogar en la
Nueva Granada debían cumplir con sus labores, de manera que los pequeños
inconvenientes pasaran inadvertidos, que la vida pasara bajo la mayor tranquilidad y orden
posibles. Para este fin, era vital para la familia tener una rutina diaria y esta rutina se basaba
en la distribución del tiempo del ama de casa, que empezaba labores, idealmente al
despuntar el sol, y terminaba temprano en la noche para asegurar el descanso y el nuevo
inicio de labores temprano. Así se convertía en fundamental aquello que Josefa Acevedo de
Gómez llamará economía del tiempo.
Para las amas de casa, la pereza, la frivolidad en conversaciones y el ocio eran elementos
que hacían perder, sin posibilidad de recuperarlo, tiempo invaluable. Una forma efectiva
para poder aprovecharlo de la mejor manera, sin distracciones muchas veces tontas y sin
sentido, era una buena noción del orden, no sólo de la persona misma, sino también de su
entorno físico y familiar.
Una mujer que conocía la ubicación de cada objeto, material, ingrediente, vestido o mueble,
estaba al tanto la importancia del tiempo que apremiaba en un hogar con tantas actividades
por hacer, y además habría dado un excelente ejemplo en casa, de manera que los
habitantes del hogar la siguieran. Según las expertas, la sola búsqueda de elementos que
nunca estaban en un lugar determinado podía dar como resultado, al cabo de un año, la
pérdida del tiempo equivalente a cuatro o seis semanas. A continuación presento un
ejemplo.
13
Para María, la joven protagonista del relato de unos párrafos arriba, la disposición del
tiempo debe ocuparse adecuadamente y con la salida del sol:
La muger que se levanta aclarar el dia, puede emplear sin afán las dos primeras
en el arreglo de la cama, cuarto, tocador y aun la casa toda; otra hora en el aseo
y adorno personal; y media hora en su desayuno; y ya desembarazada de estos
indispensables quehaceres, tiene delante se sí mas de ocho horas cuyo buen uso
podrá sacar grande utilidad. Sea cual fuere su oficio, ó profesión, le será
ventajosísimo no emprenderle hasta que haya puesto órden en su casa, i que su
persona esté con el aseo i la compostura que permiten la circunstancias.
Entonces da principio a la costura, al dibujo, a la enseñanza de los niños, á la
fabrica de flores ó á cualquiera otra ocupacion (Acevedo, 1848, p. 7).
Los manuales indican claramente que no tiene sentido la utilización de tiempo sin una
pausa merecida, pues al final del día será evidente que las tareas estarán mal hechas y el
tiempo, en efecto, habrá estado mal utilizado. En los largos tiempos de trabajo sin descanso
es posible la mala calculación, la falta de atención y, sobre todo, si es una actitud continua,
la pronta llegada de los achaques. En los manuales se señala entonces la importancia de que
una mujer también mantuviera una buena salud física, pues fortaleza le permitiría el mejor
ejercicio de sus labores por un tiempo más largo.
Por otro lado, aunque las labores domésticas se entendían como un deber sagrado y acorde
con los preceptos de la Iglesia, para los manuales domésticos era muy criticable una mujer
que dedicara mucho tiempo a la oración y la asistencia a misa, aunque reflejara la firmeza
de un carácter lleno de cualidades morales. El abandono del hogar no se justificaba en
ninguna medida, a pesar de que ésta se relacionara con un elemento noble. Para la mujer,
antes que cualquier cosa, debía estar su obligación como madre y esposa. Vale la pena
aclarar que se esperaba que las mujeres cumplieran con sus obligaciones religiosas, pero
siempre y cuando lo hicieran de manera mesurada y razonable. En definitiva, la economía
del tiempo no indicaba únicamente la utilización de la mayor parte del día, sino también la
correcta distribución y conocimiento de las capacidades y la aplicación de otras cualidades
como el orden para el ahorro en trabajos que se podían evitar.
14
los de beneficencia; en cuarto, los de placer i divertimiento. Fuera de estas cuatro clases de
gastos, cuyos objetos se mezclan i confunden frecuentemente, no creo que pueda permitirse
otros una persona moral i sensata” (p. 29). En ese sentido, se encontraban entre los
elementos indispensables aquellos que se relacionaban directamente con la alimentación,
pago de hipotecas o arriendos y el vestido de toda la familia: entre los útiles, aquellos
referentes a la contratación de sirvientes como cocineras, lavanderas y amas de llaves, la
compra de mueblería y vajilla necesaria; aquellos de beneficencia incluían limosnas en días
de domingo y donaciones significativas a obras o ciertas agrupaciones; por último, en el
divertimiento y placer se encontraban los viajes, elementos de moda, juguetes, asistencia a
eventos tales como recitales, teatro u ópera.
15
CONSERVACIÓN Y APROVECHAMIENTO. LA COMIDA DEL SIGLO XIX
Teniendo en cuenta que una gran parte del porcentaje del presupuesto familiar se disponía a
elementos relacionados con la cocina o preparación de alimentos, la mujer ama de casa
debía disponer de él con el mayor cuidado posible. Una familia compuesta por cuatro
personas y tres o cuatro sirvientes, que realizaba un gasto significativo en la compra de
alimentos, según relata Josefa Acevedo en unos de sus episodios, invierte de la siguiente
manera el abastecimiento de unos meses: “Cincuenta arrobas de azúcar, doce cargas de
arroz, otras tantas de papas, veinticinco arrobas de garbanzos, lentejas i otros granos, treinta
arrobas de cacao, varios cajones de fideos, tallarines i macarrones, i en fin, otros efectos por
valor de mas de trescientos pesos” (p. 42). Entre los factores que debía tener en cuenta se
encontraban el precio de los productos según la cosecha, el cuidado del desperdicio por
parte de la cocinera o sirviente a cargo de la cocción de los alimentos, la organización de la
despensa, la anticipación a temporadas de lluvia o verano, los largos tiempo de cocción,
conocimientos relativamente altos de cocina, el valor de rendimiento de los productos
escogidos y las modas que se establecían en Europa.
Aunque la cocina fuera la fábrica, era la mesa el lugar donde se podía medir la calidad de
los productos y de las personas que las fabricaban, sus conocimientos, capacidades y
disposiciones. La mesa extensión de la cocina no sólo ponía a prueba a los anfitriones y a
las madres de familia en particular, sino que también lo hacía con los comensales y
visitantes. “En ningún paraje podemos demostrar nuestra buena educación mejor que en la
mesa, bien seamos convidados, ó bien convidemos en nuestra propias casa” (Del Castillo,
1841, p. 21).
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Además de que la cocina y la mesa se mostraban como lugares propicios para dar muestras
de civilidad y sobre todo de conocimiento del mismo entorno, también lo hacían los
productos agrícolas que en la Nueva Granada se producían, que además de mostrarse como
alternativa de desarrollo para el comercio, lo hacían también como elemento de
aprovechamiento local. En ese sentido, el territorio diverso y los productos producidos por
los cultivadores locales tomaron fuerza y eran destacados ampliamente, no sólo para su
consumo bruto, sino también para la preparación de recetas que los aprovecharan. Muestra
de lo anterior la da el periódico de corta publicación, auspiciado por el entonces gobernador
de la provincia de Cundinamarca Rufino Cuervo, El Cultivador Cundinamarqués:
Como parte de esa apropiación de las regiones, pronto aparecen recetas que reflejan la
producción nacional, en los libros de cocina, en apartes de publicaciones periódicas y en
manuales de madres y de economía doméstica. Se destacan entonces: la sopa y torta de
quinua, las empanadas de pipián, bocadillos de guayaba al modo de Vélez, espejuelo de
guayaba, el peto y el pan de yuca (Manual de Artes, 1853, Apéndice cocina y repostería).
Uno de los elementos que permite evidenciar de forma más contundente la variedad de
productos que se utilizaban en las cocinas de la época son las descripciones del mercado de
la capital de país. En su mayoría producidos por viajeros extranjeros, estos relatos y
descripciones recrean un viernes de mercado. Para el año de 1836, visitaba la región desde
escocia el señor John Steuart y un aparte de su diario describe la escena así:
6
El cultivador Cundinamarqués o Periódico de la industria agrícola y la economía doméstica (1832), (n.o 1),
Prospecto.
17
huevos y la mantequilla; la losa de la madera y de barro, etc. Luego las telas
burdas del país, como algodones a franjas, de basta factura, ruanas, sombreros
de paja, hamacas y alpargatas, etc. […] Hay frutas y vegetales de regiones
cálidas, frías y templadas, todos frescos. Naranjas, limones, piñas, granadas,
mangos, las deliciosas chirimoyas, melones de varios tipos, fresas, etc. […]
coliflores, berenjenas, papas, repollos, alcachofas y toda la familia de los
vegetales abundan aquí y son excelentes (1989, p. 136).
A pesar del orgullo por los productos locales, la presencia de recetas europeas seguía
siendo fuerte y motivo de imitación en las publicaciones. En ese sentido, las élites, en este
caso específico el sector femenino, se instituía como el principal vocero y conocedor de las
prácticas europeas, por cierto propias para instituir en la república en crecimiento. En otras
palabras, las mujeres, como encargadas de llevar a cabo las prácticas alimenticias dentro
del hogar, trasladaron a la práctica cotidiana de la cocina los elementos que percibían como
civilizadores. En este punto, como ha señalado Frédéric Martínez, “la referencia europea se
va constituyendo en un fenómeno indisociable del proceso político interior, de la
elaboración de proyectos de construcción nacional” (2001, p. 141). En este proceso es
posible incluir la cocina.
Así, es común ver muchas recetas al estilo europeo como mantecados de Castilla, sopa a la
Bearnesa, rosbik de carnero a la inglesa, riñón de vaca a la parisiense, salsas españolas,
pierna de carnero a la inglesa, salchichas a la italiana, arroz valenciano, pasta inglesa,
ponche a la romana (Manual de Artes, 1853, Apéndice cocina y repostería) y el método de
salar la manteca según lo hacen en Escocia7, además de muchas otras que parecían
heredadas del pasado colonial y la influencia española como sopas, guisados, cocidos o el
uso de tocino.
Adicionalmente, vale la pena agregar que las recetas no se limitan a la comida como tal,
sino a la producción dentro de la cocina. Existen recetas para la creación de estantes
limpios, tapas de botellas, canastos y conservación de las vasijas. El tratado de Economía
Doméstica, escrito por Josefa Acevedo, pone de manifiesto el ahorro desde la cocina así:
7
El cultivador Cundinamarqués o Periódico de la industria agrícola y la economía doméstica (1832, mayo
15), (n.o 8), p. 75.
18
Es un ramo notable de Economía el hacer todo cuanto se pueda dentro de la
misma casa. Más en Bogotá donde no solamente no pueden tenerse muchos
criados, sinó que no hai ni los puramente necesarios para el servicio de cada
familia […]. El chocolate, dulce, almidón y algunas otras cosas, se lograrán por
lo general mas aseadas y baratas si se fabrican en la casa (1848, pp. 66-67).
Para las amas de casa de aquel entonces, tener este tipo de herramientas o al menos saberlas
fabricar significaba economía, de manera que no fuera necesario comprarlas a un precio
superior. Las tapas de las botellas eran fundamentales para la conservación de gran cantidad
de alimentos como los refrescos o dulces como las mermeladas o compotas. A
continuación, una pequeña receta que indica cómo realizar una mezcla en casa para tapar
botellas: “Composición para tapar Botellas. Partes iguales de cera, manteca de cerdo sin sal,
licuada juntamente”8. Estas conservas, de las que se venía hablando, comúnmente eran de
frutas, por lo que convenía tenerlas en un lugar fresco y sin humedad alejado de los
animales del patio e insectos. Para ello, la solución sugerida era la construcción de unos
pequeños estantes.
8
Almanaque calculado por el doctor Benedicto Domínguez del Castillo para el año bisiesto de 1856.
19
Se pueden preparar conservas de guindas, fresas, etc., obrando del mismo
modo. Se pueden también preparar azúcares de naranja, limón; pero en este
caso es preciso ántes de machacar el azúcar frotarlo con corteza de limón ó de
naranja, y que está ya seco, evitando con esto la pérdida del aceite volátil que
dá olor, el cual se disipa cuando se hace secar la mezcla al calor de la estufa”
(1873, pp. 158-159).
Continuando, productos altamente perecederos como carnes, leche y huevos, contaban con
variadas recetas para su conservación con ingredientes naturales o con elementos químicos.
Respecto a las carnes, lo más común era encontrar recetas de conservación mediante la cura
por sal o desecación. Sin embargo, llaman especialmente la atención aquellas recetas que
buscaban, mediante métodos sencillos, una larga conservación. El almanaque del año 1852
ofrece una receta especial para la conservación de la leche: “Para Conservar la leche: Se
llena una botella de leche fresca, se tapa después bien, se mete en agua hirviendo por el
espacio de un cuarto de hora, se saca pasado este, i sin mas operaciones, puede conservarse
buena por muchos años”9.
9
Recetas útiles en Almanaque para el año bisiesto de 1852, p. 32.
20
CONCLUSIÓN
Para concluir, a la mujer del siglo XIX en la República de la Nueva Granada, se le otorgaba
un lugar particular en la familia y en la sociedad, donde como segunda cabeza en casa,
manejaba las disposiciones del hogar. Entre ellas se incluían desde la forma de cocinar el
guiso de la noche, hasta la crianza de jóvenes para que con preceptos acordes a los valores
de la república, crecieran como futuros patriotas de bien. En esta pequeña sociedad que era
la familia, el jefe único era el padre, quien al tanto de los manejos económicos dentro del
hogar fruto de su trabajo, se presentaba como el ejemplo para sus hijos y esposa. La figura
de padre y marido permitía ver en él la guía los aspectos de importancia social, política y
económica.
Además de que los manuales examinados asumían que la mujer tenía características
particulares, propias de su sexo, también esperaban que la mujer construyera su persona a
partir de los lineamientos impartidos por su marido. Desde el más frugal momento hasta los
más trascendentales temas eran motivo de guía racional por parte del marido a su mujer,
que se consideraba poseedora de una naturaleza dispuesta para labores que no necesitaban
de mayor conocimiento en ciencias. Aunque una mujer instruida poseía los conocimientos
más básicos en geometría, física u aritmética, se consideraba que su labor en el mundo
estaba dirigida al matrimonio y al hogar, por lo que su conocimiento en estos aspectos era
fundamental y obligatorio. Estos conocimientos eran los que le permitían considerarse
como gobernante del hogar, donde dirigía servicio e hijos con justicia y orden.
Encargada de realizar un buen gobierno, la mujer de aquel entonces debía realizar sus
tareas de la forma más ordenada posible. La distribución de tiempo, dinero y actividades
era importante no sólo a nivel cotidiano, sino porque reflejaba los valores de la república.
Una de las principales cualidades de sus disposiciones tenía que ser la economía, manifiesta
en el tiempo, las compras, su hogar, su vestido y el de su familia y su presencia. Así,
muchas tareas como confección de ropas, sostenimiento de las mismas, cuidado y refacción
de los muebles y producción de comidas base, se realizaba por conocimiento y orden de la
señora de la casa. Como se vio a partir de los manuales de la época, se creía que el Estado y
sus instituciones nunca daban muestra de inversiones ostentosas o innecesarias, razón por la
cual un hogar o persona no podía hacer lo contrario. En pocas palabras, el proyecto
hogareño como un buen negocio personificaba el ideal que pretendía la nación en
construcción.
Aunque el hogar manejado por la mujer resultaría ser una muestra de valores puestos en
práctica, la cocina producto de varias recetas y platos representaba la exaltación de esos
valores, siendo el principal objeto de gasto en el hogar republicano y un elemento esencial
de la economía doméstica. La cocina contemplaba el gasto en compra de productos de
necesidad básica: alimentos, inversión útil como cocinera, aguateras y fogoneras, que en
últimas sumaban una cifra nada despreciable para el bolsillo familiar.
En tanto que gasto significativo dentro del presupuesto familiar, las producciones culinarias
de entonces se enfocaban en la conservación, aprovechamiento, rendimiento y
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asequibilidad, por lo que los libros de economía doméstica recomendaban que la mayoría
de productos se fabricaran dentro de la cocina del hogar republicano del siglo XIX. Dulces
para el invierno, refrescos para el verano, conservas frutales, recetas que le daban
longevidad a los productos más perecederos, producción de harinas, aceites y grasas y
elaboración de elementos tales como estantes, velas y tapas de botellas hacían parte de la
gran producción de la fábrica en que se convertía la cocina.
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BIBLIOGRAFÍA
Archivos
Documentos
Almanaque calculado por el doctor Benedicto Domínguez del Castillo para el año
bisiesto de 1856.
Prensa:
Publicaciones
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