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La política exterior: distensión y guerra fría

Pese a las apariencias, el período brezhneviano no puede identificarse, como a menudo se ha hecho,
con una etapa lineal en la que, sin excepciones, la URSS procedió a acrecentar su presencia
internacional y a reforzar su poderío militar. Muy al contrario, a lo largo de casi dos decenios se
sucedieron, y son dos ejemplos entre otros, etapas de tensión y de distensión con los Estados
Unidos, y disputas significativas sobre la conveniencia de acometer reducciones en el gasto militar.

los primeros años de dirección brezhneviana, los que mediaron entre 1964 y 1970, configuraron una
auténtica edad de oro en las relaciones entre el poder civil y el poder militar en la URSS

Era una etapa en la que, por lo demás, se producía un renacimiento de los ideales patrióticos que
habían adquirido su máxima expresión durante la Segunda Guerra Mundial, acompañado de una
reevaluación de contenidos doctrinales que rebajaba el énfasis anteriormente depositado en las
armas nucleares.

Los acontecimientos de 1968 no impidieron que la URSS, que en el mismo año había suscrito el
Tratado de No Proliferación Nuclear, se adentrara, en los años 19691971, en un período de
acercamiento a los EEUU en cuyo origen se dieron cita varias circunstancias: la necesidad soviética
de buscar un respiro tras el descrédito de la intervención en Checoslovaquia, las tensas relaciones
de la URSS con China y el deseo norteamericano de salir del atolladero de Vietnam.

una y otra potencia mostraban la inequívoca voluntad de configurar, por un lado, nuevas reglas de
juego en lo que respecta al crecimiento de los arsenales nucleares y, por el otro, y en términos más
generales, de forjar un entorno de relaciones predictibles.

Los años de la distensión lo fueron también, de cualquier modo, de una sensible expansión de la
presencia de la URSS en el Tercer Mundo. Con anterioridad, y de resultas del tibio apoyo que la
Unión Soviética le había dispensado en su enfrentamiento con Israel, Egipto había iniciado un
distanciamiento de la URSS que en el decenio de 1970

A manera de compensación, sin embargo, Moscú había ganado terreno de forma visible en otros
dos países del Oriente Próximo —Iraq y Siria— y mantenía relaciones de alguna entidad con dos
Estados —Libia y Argelia— del norte de África.

La caída del régimen de Haile Selassie en Etiopía colocó a esta, dirigida por Haile Mengistu, del lado
de la URSS, En América, entretanto, Cuba —receptora de importantísimas remesas soviéticas—
seguía siendo el único aliado manifiesto de la URSS. De la mano de Brézhnev, esta mostró un relativo
apoyo a algunos movimientos guerrilleros centroamericanos, desarrolló una notable actividad
comercial con Perú y mantuvo, en la segunda mitad de la década de 1970, unas relaciones no
exentas de cordialidad con la dictadura militar argentina. La India y Vietnam eran, entretanto, los
principales núcleos de relación de la URSS en Asia. Tras la sonora victoria frente a los Estados Unidos.

El esquema de la distensión entró en crisis cuando los EE UU empezaron a mostrar su rechazo ante
algunos de los términos de la política soviética —así, el vínculo establecido entre el comercio
bilateral y la emigración de judíos, la importante ayuda militar dispensada a Angola, la influencia de
Moscú en Etiopía— e iniciaron una recuperación de las heridas sufridas en Vietnam. Síntomas
fehacientes de la nueva política norteamericana lo fueron un activo rearme, acometido en la
segunda mitad (1979-1980) del mandato presidencial de James Carter, y la decisión de no ratificar
un nuevo acuerdo de reducción de armas estratégicas, el llamado SALT-2, que había sido firmado
en junio de 1979.

El enrarecimiento de las relaciones soviético-norteamericanas —que cronológicamente coincidió,


sin embargo, con la suavización de las tensiones entre la URSS y China— fue una visible realidad en
el último período de dirección brezhneviana, y se vio agudizado por circunstancias varias. Una de
ellas lo fueron los problemas que atenazaban a Polonia, en donde el deterioro de la situación
económica había propiciado el espectacular crecimiento de una fuerza fundamentalmente sindical,
Solidarnosc (Solidaridad), en la que se daban la mano también contenidos nacionalistas y religiosos.

En paralelo, una de las consecuencias de la reanudación, de facto, de la carrera de armamentos en


sus términos más tradicionales fue la polémica suscitada, en un marco de gran tensión, por la
decisión de la OTAN de desplegar, en varios países europeos, misiles nucleares de alcance
intermedio (los llamados euromisiles).

el principal factor de enfrentamiento entre los EE UU y la URSS fue, sin duda, la invasión soviética
de Afganistán, en los últimos días de 1979. Lo que se prometía un paseo militar acabó siendo un
sangriento y prolongado conflicto bélico que hizo que arreciaran en Naciones Unidas las críticas
contra la Unión Soviética, pronto objeto también de las sanciones económicas y deportivas — boicot
a los juegos olímpicos de Moscú, en 1980— occidentales. Afganistán configuraba, con toda
evidencia, una excepción en el comportamiento de la URSS posterior a la Segunda Guerra Mundial:
era la primera vez que las fuerzas armadas soviéticas invadían un país desde 1945, y era la primera
vez en que, por añadidura, entraban en combate abierto con unidades rivales, en este caso la
guerrilla muyahidín.

El interregno: Andrópov y Chernenko

Leonid Brézhnev murió en noviembre de 1982, y fue reemplazado por Yuri Andrópov en su calidad
de secretario general del PCUS. Andrópov falleció en febrero de 1984 y fue, a su vez, sustituido por
Konstantin Chernenko. La muerte de Chernenko, en marzo de 1985, dejó el camino expedito para
que Mijaíl Gorbachov se convirtiese en el máximo dirigente soviético.

Este período configuró un auténtico interregno en el que ni Andrópov ni Chernenko tuvieron


excesivas oportunidades de demostrar cuáles eran sus proyectos y cuáles sus capacidades.

los máximos órganos de dirección, y en particular en el Politburó, existían agrias disputas sobre las
políticas que debían desplegarse y sobre las personas a las que se debían encomendar.

Un intento de caracterización de las políticas de Andrópov debe llamar la atención sobre un par de
rasgos. El primero fue una innegable prudencia en lo relativo a la adopción de decisiones clave; así,
y por ejemplo, en alusión al gasto en defensa, el nuevo secretario general poco más hizo que reiterar
las concepciones postreras de Brézhnev, subrayando que el país estaba realizando un esfuerzo
suficiente y que no había motivo, por tanto, para acrecentar las dotaciones destinadas a las fuerzas
armadas. Ello era tanto más significativo cuanto que, del lado norteamericano, se había hecho sentir
ya una apuesta por una ambiciosísima Iniciativa de Defensa Estratégica.
Las más sonadas de las campañas auspiciadas por Andrópov fueron sin duda las que se propusieron
reducir de manera sensible el consumo de alcohol y atajar un problema endémico como era el
absentismo laboral; el efecto conjunto de estas dos campañas fue, por lo que parece, una tan leve
como efímera mejora en los niveles de producción.

Lo cierto es que durante su secretariado se interrumpieron las conversaciones que la URSS mantenía
con los EE UU sobre fuerzas nucleares de alcance intermedio y sobre armas nucleares estratégicas,
en un escenario en el que arreciaba la ya mencionada polémica provocada por el despliegue, en
varios países de la Europa occidental, de medio millar de misiles nucleares de alcance intermedio, y
en el que el presidente norteamericano Ronald Reagan marcaba el ritmo de un aceleradísimo
rearme.

Por lo que se refiere a Chernenko, su elección pareció una vuelta atrás en dirección hacia muchas
de las anquilosadas políticas propias de la era de Brézhnev.

Es difícil, con todo, describir novedades significativas en cuanto a la gestión económica auspiciada
por Chernenko, quien a los ojos de la mayoría de los especialistas aparecía como una figura política
con convicciones mucho menos firmes, y con ideas menos claras, que las defendidas con
anterioridad por Andrópov

Poco atento a las tensiones del momento, que no eran pocas, mostró, sin embargo, un irrefrenable
optimismo en lo que atañe a las conversaciones de control de armamentos.

la URSS se avino a participar en un foro negociador que se ocupaba de las armas atómicas y
espaciales, prosiguió con las conversaciones que se interesaban por los problemas de la no
proliferación nuclear y asumió de buen grado una reanudación de las negociaciones sobre armas
estratégicas. A principios de 1984 Chernenko había señalado que la prevención de la guerra nuclear
era el principal objetivo de la política exterior de la URSS.

Chernenko no alentó ningún crecimiento del gasto militar, preocupado como estaba por la crisis
económica que atenazaba al país. Tal vez fue esta circunstancia la que aconsejó la destitución, en
octubre de 1984, del polémico mariscal Ogárkov en la jefatura del Estado Mayor. Fueren las cosas
como fueren, parece innegable que ni Andrópov ni Chernenko hicieron gran cosa para resolver la
ingente acumulación de problemas que Brézhnev les había legado en 1982.

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