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¿Por qué hemos de aceptar que la poesía es tan solo una herramienta faldera de los
propósitos políticos? A lo largo de su larga y compleja genealogía se encuentran quizá
los misterios y realidades más urgentes de nuestra especie, por supuesto, esto le ha
valido durante su historia un campo colmado de fosas y sacrificio, es decir, no es la
dulce rosa encaramada y servil que nos pintan los manuales.
Cada vez que urge el fin a un mundo sofocado, sobreviene la poesía. Su lógica es la
de la vida misma, es ella el símbolo perfecto de tal catástrofe. Cuando en verdad
confrontamos las cosas del vivir, lo hacemos con padecimiento porque nos impele la
fuerza de abandonar nuestros deseos corrientes. En palabras de Slovaj Žižek, “la
verdad y la felicidad no van de la mano –la verdad duele, trae consigo inestabilidad,
arruina el transcurso tranquilo de nuestras vidas. La elección es nuestra: ¿queremos
ser felizmente manipulados o exponernos a los riesgos de la creatividad auténtica?”.
Responde Gorostiza: “¿Usted cree que se puede ser poeta mientras se escribe
cincuenta veces al día ‘sin otro particular, le reitero a usted las seguridades de mi
más alta consideración’?”.
Ahora, escuchamos la propuesta de integrar una mención directa a las humanidades
en el artículo tercero constitucional. Se pugna en el legislativo por un nuevo orden
presupuestal que libre de su marginación a estos pilares enmohecidos de nuestra
esencia. ¿Qué ha hecho la oficina de patentes que no haya hecho por nosotros
también la poesía? ¿Es porque en ella no hay generación de inversiones para el
capital privado? ¿Es porque no hay en sus modestas reuniones el flujo monetario
justificable?
Venga, no han sido los poetas emprendedores. Es verdad, algunos han preferido ser
algo más de medio tiempo. Pero una vez que la mordida te ha comido el cuello, no
hay cura; ellos saben, sea cual sea la circunstancia, que es mejor regalar los libros a
esperar obstinadamente que los compren: porque en ella no encontrarán un empleo,
sino una urgencia vital.
Merecemos poesía, para poder decir –sin lugar al autoengaño– “al fin habrá un
amanecer”.