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y el siglo XXI1
Luis Arizmendi2
Sartre decía que la muerte es una “violencia indebida”, una violencia que no debería
ser porque la vida anhela infinitud. Y cuando un ser humano elige hacer de su vida una
experiencia que lo lleva a ser cada vez más de sí mismo y crea una obra que se vuelve
un legado, se siente más aún la verdad contenida en esa visión. Pero es imprescindible
darle vuelta a la muerte y hacer valer la trascendencia. La mejor manera de rendirle
homenaje a Bolívar Echeverría (BE) –que fue maestro mío– consiste en darle vida a la
especificidad de su contribución para el marxismo del siglo XXI.
BE, con José María Pérez Gay, formó parte del grupo de Rudi Dutschke –quien tenía
lazos con Marcuse y dirigió el ‘68 alemán–. Si ya por ser la novela que narra la historia
de Dutschke es inolvidable, Tu nombre en el silencio, de Pérez Gay, adquiere ahora,
ante el fallecimiento de BE, una vigencia primordial. Esta hermosa novela, en uno de
sus pasajes centrales, cita el cartel que detonó el ‘66 alemán –puesto que allá empezó
un par de años atrás– y que en un día convocó a más de 2 mil 500 estudiantes en el
centro de Berlín Occidental. En él se muestra que, junto a la conversión de la
modernidad con el capitalismo en la marcha interminable de una catástrofe, el silencio
desde el anonimato y la multitud es cómplice de esa conversión.
Esta es la época de la que va a nacer BE. Oponiéndose a ella, va a hacer estallar los
marcos con los que el marxismo, en el curso del siglo XX, había sido absorbido y
doblegado por el mito del progreso. Nada de que la certeza de niveles de vida cada vez
más elevados y la marcha indetenible hacia un bienestar garantizado constituyen la
promesa irrefrenable del capitalismo, como ha sostenido el discurso socialdemócrata.
Nada de que el derrumbe capitalista constituye un futuro ineluctable que sucederá
pronto para conducirnos a la salvación, como promulgó con su mesianismo autoritario
el marxismo soviético. Ninguna aceptación de la historia como destino. Justo así el
discurso crítico es metamorfoseado en un “saber que no sabe nada” (Sartre). A este
corpus del marxismo ideológico del siglo XX se contrapone de fondo be. Anhela una
esperanza y asume que sólo se puede crear si se imprime un giro que le dé una vuelta
al timón para llevar el marxismo clásico a una de sus máximas fronteras.
Buscó no saltar sino romper todas las fronteras entre las más diversas disciplinas al
conectar autores sumamente disímiles e incluso contrapuestos: Marx, Heidegger,
Weber, Braudel, Walter Benjamín y muchos más. No se negó a las más diversas
interlocuciones. Sin hermetismos ni dogmas, su modo de entender al pensamiento
crítico siempre buscó un diálogo múltiple y abierto: economía, filosofía, antropología,
historia, política, sociología, semiótica y estética, todo esto estaba allí, pero desde un
mirador irrenunciablemente comprometido en la búsqueda de la afirmación del sentido
para la historia o, lo que es lo mismo, del sujeto. El modo en que conecta a Luckács y
Sartre es vital: incluso cuando la enajenación está en juego, siempre es
autoenajenación. El avance de la historia moderna como teatro, como la encarnación
de macrofuerzas que nos subordinan, es incomprensible sin la responsabilidad del
sujeto: la enajenación está allí, pero siempre descifrada como elección. Porque si la
enajenación es elección, la elección podría hacer que la desenajenación detenga la
catástrofe.
https://www.jornada.com.mx/2010/09/12/sem-luis.html