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Bolívar Echeverría

y el siglo XXI1
Luis Arizmendi2

Directora General: CARMEN LIRA SAADE


Director Fundador: CARLOS PAYAN
VELVER
Domingo 12 de septiembre de 2010
Num: 810

Sartre decía que la muerte es una “violencia indebida”, una violencia que no debería
ser porque la vida anhela infinitud. Y cuando un ser humano elige hacer de su vida una
experiencia que lo lleva a ser cada vez más de sí mismo y crea una obra que se vuelve
un legado, se siente más aún la verdad contenida en esa visión. Pero es imprescindible
darle vuelta a la muerte y hacer valer la trascendencia. La mejor manera de rendirle
homenaje a Bolívar Echeverría (BE) –que fue maestro mío– consiste en darle vida a la
especificidad de su contribución para el marxismo del siglo XXI.

Si se mira panorámicamente su compacta pero vasta obra, tres coordenadas permiten


identificar esa especificidad.

La primer coordenada: BE es un hijo pródigo del ’68. Sin éste su contribución es


enigmática. Después de Hiroshima y Nagasaki, el ‘68 fue la primera respuesta global al
contrasentido que el capitalismo le imprime a la modernidad volviéndola devastación. El
‘68 fue un movimiento antiautoritario. Constituyó una respuesta al Estado autoritario en
sus modalidades tanto occidentales como orientales. Pero, a la hora de evaluar el ‘68
mundial, puede verse que el de mayores alcances fue el ‘68 alemán.

BE, con José María Pérez Gay, formó parte del grupo de Rudi Dutschke –quien tenía
lazos con Marcuse y dirigió el ‘68 alemán–. Si ya por ser la novela que narra la historia
de Dutschke es inolvidable, Tu nombre en el silencio, de Pérez Gay, adquiere ahora,
ante el fallecimiento de BE, una vigencia primordial. Esta hermosa novela, en uno de
sus pasajes centrales, cita el cartel que detonó el ‘66 alemán –puesto que allá empezó
un par de años atrás– y que en un día convocó a más de 2 mil 500 estudiantes en el
centro de Berlín Occidental. En él se muestra que, junto a la conversión de la
modernidad con el capitalismo en la marcha interminable de una catástrofe, el silencio
desde el anonimato y la multitud es cómplice de esa conversión.

Erhard y los partidos políticos de Bonn respaldan


El asesinato
de miles de personas exterminadas con napalm y gas defoliador.
La intervención de los Estados Unidos en Vietnam
lesiona los intereses del sistema democrático.
Quien se atreva a revelarse contra la explotación y la represión, será exterminado…
Los pueblos de Asia, África y América Latina luchan
contra el hambre, la degradación y la muerte…Nosotros ayudamos a los explotadores
para llevar a cabo el genocidio…
¿Cuánto tiempo más vamos a permitir que sigan asesinando en nuestro nombre?

Esta es la época de la que va a nacer BE. Oponiéndose a ella, va a hacer estallar los
marcos con los que el marxismo, en el curso del siglo XX, había sido absorbido y
doblegado por el mito del progreso. Nada de que la certeza de niveles de vida cada vez
más elevados y la marcha indetenible hacia un bienestar garantizado constituyen la
promesa irrefrenable del capitalismo, como ha sostenido el discurso socialdemócrata.
Nada de que el derrumbe capitalista constituye un futuro ineluctable que sucederá
pronto para conducirnos a la salvación, como promulgó con su mesianismo autoritario
el marxismo soviético. Ninguna aceptación de la historia como destino. Justo así el
discurso crítico es metamorfoseado en un “saber que no sabe nada” (Sartre). A este
corpus del marxismo ideológico del siglo XX se contrapone de fondo be. Anhela una
esperanza y asume que sólo se puede crear si se imprime un giro que le dé una vuelta
al timón para llevar el marxismo clásico a una de sus máximas fronteras.

Desarma el mito del progreso desde una recuperación muy luxemburguista de la


encrucijada “socialismo o barbarie”, pero que lee –ahora puede verse claro– en clave
de Walter Benjamin. Para BE, la modernidad capitalista, con sus diversas formas de
violencia económica anónima y política destructiva, es ya en sí misma la marcha de
una catástrofe. Pero si ve al “ángel de la historia”, que mira cómo se acumulan ruinas
sobre ruinas, no lo hace para hundirse en el desaliento. Lyotard perteneció a un grupo
llamado Socialismo o Barbarie, pero se desencantó. BE, en cambio, construye su
mirador desde un paradójico pesimismo activo o esperanzador. Invierte la concepción
de la historia moderna viendo en ella preponderar no el progreso sino la barbarie. La ve
crecer cotidianamente, pero no la reconoce para atemorizarse y retroceder. Apunta
contra ella y la denuncia impulsando radicalizar la oposición a su marcha para
contrarrestarla explorando cambiar el porvenir.

La segunda coordenada, su fascinante lectura de El Capital como una odisea con


la que la modernidad se torna devastación.

Desde el capítulo primero –llevando muy lejos los planteamientos de Lukács–,


introduce una teoría radical de la crisis que sustenta en su innovadora concepción del
valor de uso. El valor de uso será posicionado como plataforma de un nuevo discurso
que hace pedazos las ilusiones del capitalismo moderno: desde él se van a medir los
alcances de la devastación.

Si el valor de uso está en la plataforma de su nueva lectura de El Capital, la ley general


de la acumulación capitalista lo está en su corona. En ella encuentra el secreto que
descifra cómo la modernidad queda atravesada por su desquiciamiento: en lugar de
que el progreso de la técnica moderna vuelva realidad sus mejores promesas trayendo
consigo la abundancia y la superación de la “guerra de todos contra todos”, al revés, el
capitalismo la trae al mundo pero de modo trágico, haciendo que, con cada paso
efectivo hacia adelante, la técnica planetaria, sin embargo, acumule los sobrantes y,
desde ahí, los heridos y los muertos.

De ningún modo El Capital murió en la noche postmoderna. La crisis mundial ha puesto


de regreso al discurso crítico.

Si algo vuelve la erudita obra de BE –no estoy exagerando– la contribución más


importante para el marxismo del siglo XXI es este doble movimiento con el que, por un
lado, rebasa al marxismo hecho mito del siglo anterior, a la vez que, por otro, forja una
excepcional comprensión de la nuestra como una era cada vez más peligrosamente
amenazada por la combinación esquizoide de progreso y devastación. Con su
conducción de la técnica planetaria por trayectorias que agudizan la crisis ambiental
mundializada –cuando otras trayectorias son enteramente viables y posibles–; con el
aumento de los migrantes y su persecución xenófoba justo cuando la revolución
tecnológica más avanzada se encuentra en curso; con el estallido de la peor crisis
alimentaria en la historia cuando la economía mundial tiene capacidad para generar
alimentos para todos; con la tensión que jalonea entre la transición a un
reordenamiento neokeynesiano de la economía mundial u otra transición de orden
neoautoritario e incluso francamente neofascista; con las nuevas tecnologías militares
(como las bioweapons o las nanoarmas) que vienen acumulando las condiciones de
guerras asimétricas, incluso atómicas, colocándonos a nosotros quizás entre dos
holocaustos, el de Hiroshima y otros por venir; si un siglo constituye la más radical
prueba de esa combinación que rige a la modernidad capitalista es el siglo XXI. BE abrió
la puerta para entender y encarar el siglo que empezamos a vivir: el suyo es un
discurso que prepara el renacimiento del marxismo en el siglo XXI.

La tercer coordenada: haciendo del transcapitalismo fundamento de la


transdisciplinariedad, BE realizó una de las más eruditas contribuciones al debate
mundial de frontera en las ciencias sociales y la filosofía.

Buscó no saltar sino romper todas las fronteras entre las más diversas disciplinas al
conectar autores sumamente disímiles e incluso contrapuestos: Marx, Heidegger,
Weber, Braudel, Walter Benjamín y muchos más. No se negó a las más diversas
interlocuciones. Sin hermetismos ni dogmas, su modo de entender al pensamiento
crítico siempre buscó un diálogo múltiple y abierto: economía, filosofía, antropología,
historia, política, sociología, semiótica y estética, todo esto estaba allí, pero desde un
mirador irrenunciablemente comprometido en la búsqueda de la afirmación del sentido
para la historia o, lo que es lo mismo, del sujeto. El modo en que conecta a Luckács y
Sartre es vital: incluso cuando la enajenación está en juego, siempre es
autoenajenación. El avance de la historia moderna como teatro, como la encarnación
de macrofuerzas que nos subordinan, es incomprensible sin la responsabilidad del
sujeto: la enajenación está allí, pero siempre descifrada como elección. Porque si la
enajenación es elección, la elección podría hacer que la desenajenación detenga la
catástrofe.

En el siglo XXI, en el tiempo de la combinación esquizoide cada vez más riesgosa de


progreso y devastación, BE no fue, es un rayo de luz que intenta resistir que la historia
de la modernidad sea convertida en una era de oscuridad; ahora nos toca heredarlo
para que ese rayo ilumine la creación de un mejor porvenir.

1 Fragmentos de la exposición presentada en el Homenaje a BE en el Foro de la Librería Siglo XXI el 8


de junio.

2 Director de la revista Mundo Siglo XXI. arizmendi_luis@hotmail.com

https://www.jornada.com.mx/2010/09/12/sem-luis.html

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