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Sofía Dolzani

Seminario de Literatura Argentina y Latinoamericana, 2019 .

Escribir y castigar. Apuntes sobre La muerte lenta de Luciana B. de Guillermo Martínez


...se ha pasado de la exposición de los hechos y de la
confesión al lento proceso del descubrimiento; del
momento del suplicio a la fase de la investigación, del
enfrentamiento físico con el poder a la lucha intelectual
entre el criminal y el investigador. No son simplemente
las hojas sueltas las que desaparecen cuando nace la
literatura policial, es la gloria del malhechor rústico, y
es la sombría glorificación por el suplicio.

Foucault M., Vigilar y castigar. El nacimiento de la


prisión.

Múltiples líneas se abren al momento de arrimarnos a La muerte lenta de Luciana B. (2007) de


Guillermo Martínez. Líneas que se cruzan y que permiten una reflexión sobre el género policial -ese
atributo que condiciona y direcciona la lectura de la novela- a partir de las formas en que el mismo
pareciera develar una matriz metafictiva en donde se juegan los lugares de poder y de saber, y por
lo tanto, de decir. Lugares de poder, de saber y de decir que provocan desplazamientos en las
formas clásicas del género para, asimismo, fragmentar ciertas lógicas de la racionalidad moderna
que parecieran estructurarlo. Al respecto, en Crítica y ficción Piglia sostiene la diferencia que se
traza entre el género policial y la novela negra:

Las reglas del policial clásico se afirman sobre todo en el fetiche de la inteligencia pura. Se valora
antes que nada la omnipotencia del pensamiento y la lógica imbatible de los personajes encargados
de proteger la vida burguesa. A partir de esa forma, construida sobre la figura del investigador
como el razonador puro, como el gran racionalista que defiende la ley y descifra los enigmas
(porque el que descifra los enigmas es el defensor de la ley), está claro que las novelas de la serie
negra eran ilegibles: quiero decir eran relatos salvajes, primitivos, sin lógica, irracionales. Porque
mientras en la policial inglesa todo se resuelve a partir de una secuencia lógica de presupuestos,
hipótesis, deducciones, con el detective quieto y analítico (por supuesto el caso límite y paródico
resuelve los enigmas sin moverse de su celda en la penitenciaría), en la novela negra no parece
haber otro criterio de vedad que la experiencia: el investigador se lanza, ciegamente, al encuentro
de los hechos, se deja llevar por los acontecimientos y su investigación produce fatalmente nuevos
crímenes; una cadena de acontecimientos cuyo efecto es el descubrimiento, el desciframiento.
(1993: 99-100)

Tal distinción entre novela negra y policial resulta, sin embargo, acotada al momento de pensar el
texto de Martínez. Una novela donde el pensamiento deductivo y lo que deviene de ello, la
construcción de una lógica causal, desembocan no sólo en la catástrofe sino en la paradójica ruptura
con esa misma lógica. Es decir, no hay una causa que permita explicar las muertes que torturan a
Sofía Dolzani
Seminario de Literatura Argentina y Latinoamericana, 2019 .

Luciana. O si la hay, la misma no responden a las formas de razocinio moderno que posibilitan una
explicación objetiva de lo sucedido. Antes que eso, la novela nos devuelve a una forma más
primitiva que -y aquí una segunda paradoja- pone en el centro la conciencia en la performatividad
del lenguaje y la escritura. Es que en la novela de Martínez escribir es hacer, escribir es poder y
escribir es, asimismo, invocar la figura mítica y todopoderosa de los dioses. “Un escritor debía ser
un escarabajo y Dios” (Martínez, 2007:9) se anuncia en las primeras páginas de la novela.
Dejando de lado la figura de ese bicho -en el cual podemos reconocer algunas reminiscencias al
escarabajo dorado de Poe- nos interesa cómo lo religioso ingresa para hacer el verbo carne. O dicho
de otra forma, cómo la inscripción de lo religioso permite desbaratar los lugares de poder y de saber
que construyen la racionalidad del sujeto moderno, y devolvernos, así, a ciertas formas más
primitivas de la justicia y del suplicio. Punto sobre el que la novela vuelve una y otra vez no sólo
con la presencia de la biblia que Luciana entrega a Kloster y que el escritor devuelve para dar inicio
a la máquina de castigos con la que irá matando a la joven sino, también, con la reiteración de esa
forma de justicia que se inscribe en el Antiguo Testamento y que Luciana repite hasta el hartazgo
para tratar de explicarse: no es ojo por ojo, uno por uno, sino uno por siete. La justicia de Dios y de
la escritura no se produce en términos de equilibrio, sino en el exceso. En un exceso que se escribe
y que se paga con el cuerpo.
Escribir y castigar entonces, tal cual anuncia nuestro título, no es sólo una forma de romper con
la racionalidad moderna fundada en la lógica causal (no hay manera de explicar cómo la escritura
se traduce en la cantidad y atrocidad de las muertes), sino que es también el modo de desplazar las
formas modernas de la justicia. Como explica Foucault en Vigilar y castigar, con la modernidad se
produce un pasaje en la administración y los modos de los procesos punitivos: “el castigo ha pasado
de un arte de las sanciones insoportables a una economía de los derechos suspendidos” (1975:20).
La tortura física habilitada por el poder soberano es desplazada, ahora, por un poder que apuntará a
la normalización del sujeto sujeto peligroso. Ya no hay, en este sentido, reparación del daño en
términos de equivalencia corporal. Ya no hay ni uno por uno, ni uno por siete: “en unas cuantas
décadas, ha desaparecido el cuerpo supliciado, descuartizado, amputado, marcado simbólicamente
en el rostro o en el hombro, expuesto vivo o muerto, ofrecido en espectáculo. Ha desaparecido el
cuerpo como blanco mayor de la represión penal” (17). ¿Cuánto de esta espectacularidad recupera
el relato de Martínez? ¿Cuánto de la espectacularidad de los suplicios es retomado por el género
policial para hacer de ello su materia narrativa?
La muerte lenta de Luciana B., en este sentido, pareciera retomar estas formas soberanas de la
justicia para construir, así, la restauración desequilibrada de un equilibrio. La restauración del orden
Sofía Dolzani
Seminario de Literatura Argentina y Latinoamericana, 2019 .

donde la muerte de una hija, la hija de Kloster, hace emerger el poder soberano de la escritura. El
escritor se convierte en rey y, como es sabido, los reyes son la materialización de Dios en el reino
de los inmortales. Los reyes son los encargados de administrar la justicia y los castigos, y son, a su
vez, los que construyen causas y consecuencias porque su poder soberano es un poder divino. Es
por eso que, aún sin entenderlo del todo, Kloster encarna el poder de ajusticiar con las reglas que le
plazcan. Kloster encarna la figura del escritor soberano que tiene el poder de hacer el verbo carne, y
de allí decidir los suplicios con que hará pagar a Luciana el haber causado una serie de tragedias
cuya consecuencia desemboca en la muerte de su hija. Pero como todo poder soberano, como todo
exceso que se juega en la administración autoritaria y absoluta del poder, será Kloster quien podrá
delimitar los límites de la equivalencia entre el castigo y el delito cometido: no uno por uno, sino
uno por siete. Uno por la totalidad de la vida de Luciana. Uno por el espectáculo de las muertes que
asecharán y llevarán al suicidio a Luciana B. Escribir y castigar, entonces, como modo de justicia.
Como modo de desbaratar las lógicas de la modernidad y de poner en escena, asimismo, la
performatividad del lenguaje. De en poner en escena que quien posee el poder escribe, y quien
escribe hace del verbo, carne.

Bibliografía
Foucault M. (1975) Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo Veintiuno
Editores, 2014.
Piglia, R. (1993) “Sobre el género policial”. Crítica y ficción. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores,
1993.

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