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Historia de la Ciencia

Los griegos fueron los primeros en dar una explicación racional del universo, que
se reflejó en un gran desarrollo de la filosofía, la ciencia, la literatura y el arte. Los
pueblos de la Antigüedad explicaban los fenómenos de la naturaleza que no
comprendían mediante mitos. Los griegos fueron los primeros que se plantearon
dar una explicación racional del universo.
Hacia el siglo III a. C., surgen dos nombres inmortales en el campo (le la Matemática
y la Física. Uno fue Euclides (siglo III a. J. C) el más grande de los geómetras de
los tiempos antiguos. Sus axiomas, definiciones y postulados tuvieron validez
durante siglos puesto que hasta casi nuestros días nadie se había atrevido a
formular una geometría llamada no-euclidiana.
El segundo fue Arquímedes (287-212), famoso por su <eureka», el grito triunfal que
le obligó a saltar del baño cuando descubrió el principio de flotación de los cuerpos.
Fue un gran físico y un gran matemático. A él se debe el hallazgo y el cálculo del
número Pi, el descubrimiento de los espejos ustorios con los cuales combatió las
naves enemigas en Siracusa, etc. En el campo de la Medicina debe recordarse el
nombre del gran médico Hipócrates (469-399), considerado el más importante
médico de la antigüedad.
Ctesibio (s. III a. C.), ingeniero alejandrino de gran talento, contribuyó con la
construcción de automatismos, órganos y juegos de artificio sin otra aplicación
práctica que la de deleitar a la sociedad cortesana. Su arco de torsión, que
revolucionó la técnica militar, y el hecho de que fuera el primero en utilizar la presión
atmosférica fueron el contrapunto a la vertiente lúdica de la mayoría de sus inventos.
Aristarco de Samos (320-250 a. C.) colocó el Sol como punto fijo en el centro de su
sistema y afirmó que la Tierra giraba sobre su eje además de hacerlo en torno al
astro rey. Siglos más tarde, Nicolás Copérnico recuperaría estas teorías para
elaborar su famosa revolución copernicana, que halló tantos detractores como en
su tiempo los tuvo Aristarco, cuyas ideas fueron tachadas de impías por los
emergentes filósofos estoicos.
Robert Grosseteste (1168-1253 d. C.), obispo de Lincoln, fue la figura central del
movimiento intelectual inglés en la primera mitad del siglo XIII y es considerado el
fundador del pensamiento científico en Oxford. Tenía gran interés en el mundo
natural y escribió textos sobre temas como el sonido, la astronomía, la geometría y
la óptica. Afirmaba que los experimentos deberían usarse para verificar una teoría,
probando sus consecuencias; también fue relevante su trabajo experimental en el
área de la óptica. Roger Bacon fue uno de sus alumnos de más renombre.
Alberto Magno (1193-1280 d. C.), el Doctor Universal, fue el principal representante
de la tradición filosófica de los dominicos. Además de eso, es uno de los treinta y
tres santos de la Iglesia católica con el título de Doctor de la Iglesia. Se hizo famoso
por sus vastos conocimientos y por su defensa de la coexistencia pacífica de la
ciencia con la religión. Alberto fue esencial en introducir la ciencia griega y árabe en
las universidades medievales. En una de sus frases famosas, afirmó: la ciencia no
consiste en ratificar lo que otros dijeron, sino en recoger las causas de los
fenómenos. Tomás de Aquino fue su alumno.
Roger Bacon (1214-1294 d. C), el Doctor Admirable, ingresó en la Orden de los
Franciscanos alrededor de 1240, donde, influenciado por Grosseteste, se dedicó a
estudios en los que la observación de la naturaleza y la experimentación eran
fundamentos del conocimiento natural. Bacon propagó el concepto de "leyes de la
naturaleza" y contribuyó en áreas como la mecánica, la geografía y principalmente
la óptica. Las investigaciones en óptica de Grosseteste y Bacon posibilitaron el inicio
de la fabricación de gafas, en el siglo XII. Posteriormente, esos conocimientos
serían imprescindibles para la invención de instrumentos como el telescopio y el
microscopio.
Tomás de Aquino (1227-1274 d. C.), también conocido como el Doctor Angélico, fue
un fraile dominico y teólogo italiano. Tal como su profesor Alberto Magno, es santo
católico y doctor de esta misma Iglesia. Sus intereses no se restringían a la filosofía;
también se le atribuye una importante obra alquímica datada en el siglo XV y
llamada "Aurora Consurgens". Sin embargo, la verdadera contribución de Santo
Tomás para la ciencia del periodo fue el haber sido el mayor responsable de la
integración definitiva del aristotelismo con la tradición escolástica anterior.
Duns Scoto (1266-1308 d. C.), el Doctor Sutil, fue miembro de la Orden Franciscana,
filósofo y teólogo. Formado en el ambiente académico de la Universidad de Oxford,
donde aún persistía el aura de Robert Grosseteste y Roger Bacon, tuvo una posición
alternativa a la de Santo Tomás de Aquino en el enfoque de la relación entre la
Razón y la Fe. Para Scoto, las verdades de la fe no podrían ser comprendidas por
la razón.
Guillermo de Ockham (1285-1350 d. C.), el Doctor Invencible, fue un fraile
franciscano, teórico de la lógica y teólogo inglés. Ockham defendía el principio de la
parsimonia (la naturaleza es por sí misma económica), que ya podía verse en el
trabajo de Duns Scoto, su profesor. William fue el creador de la Navaja de Ockham:
si hay varias explicaciones igualmente válidas para un hecho, entonces debemos
escoger la más simple. Esto constituiría la base de lo que más tarde sería conocido
como método científico y uno de los pilares del reduccionismo en ciencia. Ockham
murió víctima de la peste negra. Jean Buridan y Nicolás Oresme fueron sus
seguidores.
Jean Buridan (1300-1358 d. C.) fue un filósofo y religioso francés. Aunque haya sido
uno de los más famosos e influyentes filósofos de la Edad Media Tardía, hoy está
entre los nombres menos conocidos del período. Una de sus contribuciones más
significativas fue desarrollar y popularizar de la teoría del Ímpetu, que explicaba el
movimiento de proyectiles y objetos en caída libre. Esa teoría abrió el camino a la
dinámica de Galileo y al famoso principio de la Inercia, de Isaac Newton.
Nicolás Oresme (c. 1323-1382 d. C) fue un genio intelectual y tal vez el pensador
más original del siglo XIV. Teólogo dedicado y obispo de Lisieux, fue uno de los
principales propagadores de las ciencias modernas. Además de sus contribuciones
estrictamente científicas, Oresme combatió fuertemente a la astrología y especuló
sobre la posibilidad de que existieran otros mundos habitados en el espacio. Fue el
último gran intelectual europeo en haber crecido antes del surgimiento de la peste
negra, evento que tuvo un impacto muy negativo en la innovación intelectual en el
periodo final de la Edad Media.
A partir del siglo XV, aproximadamente, se operó un cambio radical en la concepción
del mundo, que culminaría en los siglos XVI y XVII con una revolución científica. El
logro más importante de la generación que estableció las bases de la nueva ciencia
fue darle una mayor importancia al lenguaje matemático, comprender que era el
empuje científico por excelencia. En adelante no se buscaría la comprensión de la
naturaleza por la reservación inmediata sino por las estructuras matemáticas y
mecánicas. Comprendieron que el universo no se movía por “carácter divino”, como
se pensaba en el Medievo.
En física, astronomía y matemática se realizaron descubrimientos trascendentales.
Entre ellos Nicolás Copérnico (1473-1543) demostró que la Tierra gira sobre su eje
y que los planetas se mueven alrededor del Sol (teoría heliocéntrica). Sus ideas,
combatidas por la iglesia de la época, fueron confirmadas años después por el
alemán Kepler (1571-1630), quien perfeccionó el telescopio, y finalmente por
Galileo Galilei (1564-1642).
En medicina también hubo importantes adelantos: investigaciones sobre anatomía
humana (Andrés Vesalio, 1514-1564), estudios sobre infección (Jerónimo
Francastori, quien recibió el nombre de “padre de la patología moderna”), y
descubrimientos sobre la circulación de la sangre (Miguel Servet, 1511-1553, y
Guillermo Harvey, 1578-1658).
También a partir del siglo XV, mediante sucesivas expediciones marítimas se
descubrieron nuevas tierras y abrieron nuevas rutas. En poco más de dos siglos,
civilizaciones hasta entonces desconocidas, y otras con las que solamente se
habían establecido contactos a través de comerciantes y caravaneros, quedaron
sólidamente unidas a Europa por mar.
En la segunda mitad del siglo XVII, Anton van Leeuwenhoek inventó el microscopio
y se pudo empezar a examinar los seres microscópicos responsables entre otras
cosas, de tantas enfermedades. Gracias a aquel invento se sentaron las bases de
la «bacteriología», que desde entonces ha liberado a la humanidad de muchas
dolencias causadas por organismos diminutos. El microscopio también posibilitó
que los geólogos analizaran más detalladamente las rocas y los fósiles (plantas y
animales prehistóricos petrificados) y llegaran a la conclusión de que la Tierra era
mucho más antigua de lo que se decía en el libro del Génesis. En 1830, sir Charles
Lyell publicó sus Principios de geología, donde negaba la creación bíblica y narraba
la historia, mucho más apasionante, del desarrollo gradual del planeta.
Las diferentes ramas de la ciencia progresaron más en una sola generación (entre
1810 y 1840) que en los cientos de miles de años que habían pasado desde que el
ser humano miró las estrellas por primera vez y se preguntó qué eran. Debió de ser
una época difícil para las personas educadas en el viejo sistema.
En el siglo XX se comprobó que las enfermedades que nuestros antepasados
consideraban «actos de Dios» en realidad eran consecuencia de la ignorancia y la
negligencia humanas. Al principio del siglo XX, todos los niños occidentales sabían
que tenían que vigilar qué agua bebían para no contraerla fiebre tifoidea.
Pero tuvieron que pasar muchos años hasta que la gente entendiera que debía
prevenir las infecciones. Actualmente pocas personas temen ir al dentista. Gracias
a que conocemos los microbios que viven en nuestra boca y las maneras de
combatirlos, ahora ya no tenemos tantas caries. Y si nos tienen que quitar una
muela, la anestesia nos evita el dolor. En 1846, los periódicos publicaron que en
Estados Unidos se había llevado a cabo una operación «sin dolor».

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