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En el intento de caracterizar los tipos de síntomas sufridos en trastornos depresivos, sin hacer
referencia al contexto en el que los síntomas ocurren, la psiquiatría contemporánea ha
caracterizado inadvertidamente al sufrimiento normal intenso como enfermedad.
(Horwitz & Wakefield, 2007, pp- 9-10)
No hay evidencia de que las compañías farmacéuticas tengan un papel en el desarrollo de los
criterios de diagnóstico del DSM-III, sin embargo, sorprendentemente, el nuevo modelo de
diagnóstico era ideal para la promoción de tratamiento farmacológico de las condiciones
delineadas. (…). El diagnóstico de Depresión Mayor, con síntomas comunes como la tristeza,
falta de energía o insomnio, fue particularmente bien adaptado para expandir el mercado de
fármacos psicotrópicos porque inevitablemente abarcó a muchos pacientes que anteriormente
podrían haber sido considerados como que sufrían problemas de la vida.
(p. 182)
Esto es lo que sucedió: el uso de antidepresivos entre los adultos que viven en Estados Unidos se
triplicó entre 1988 y el 2000. El incrementó se dio particularmente entre niños, adolescentes y adultos
mayores. Para ellos, el porcentaje de prescripciones para antidepresivos subió durante los 90s entre
200% y 300% (Crystal et al., 2003; Thomas et al., 2006).
Psicólogos clínicos y psicoterapeutas están siendo alentados a centrar su atención en la depresión
debido a los decepcionantes resultados de los ISRSs, así como por el debate que se ha desarrollado a lo
largo de la última década y el incremento de estudios de los efectos positivos de la psicoterapia para
todas las formas de depresión.
Los más de 20 años de dominio indiscutible de la psiquiatría biológica sobre este trastorno ha
dejado un legado difícil: no existen criterios diagnósticos compartidos o siguiera categorías diagnósticas
que nos permitan distinguir la depresión de la tristeza. La razón principal del éxito del DSM es su
habilidad de ofrecer criterios que permiten diagnósticos clínicos uniformes y comparables, un
prerrequisito esencial para el desarrollo de conocimiento en esta área. Sin embargo, este no es el caso
de la depresión. La etiqueta general de “depresión mayor” ahora se da a gente triste por pérdidas y otros
eventos negativos así como a pacientes de diferentes tipos. No es sorpresa que los resultados de un
estudio sean contradichos por otros, ya que el mayor problema es que se relacionan con diferentes
condiciones clínicas. Incluso psiquiatras que siguen un enfoque biológico han empezado a darse cuenta
que la falta de claridad en los resultados de sus propios estudios se debe probablemente a la falta de
uniformidad de las muestras de sujetos (Nierenberg et al., 2011).
En ausencia de criterios guía compartidos, debo ser clara en la medida de los posible, sobre la
situación clínica a la que las teorías que estoy presentando relacionan.
VALORES
Pertenencia Exclusión
Honor Vergüenza
Elegido Rechazado
Gloria Ruina
DEFINICIONES DEL SÍ MISMO / OTROS / RELACIONES
En el grupo Fuera del grupo
Honorable Indigno de
Elegido Marginado
Agradecido Enojado
Enérgico Alicaído
FORMAS DE RELACIONARSE
Incluyente Ostracismo
Honrar Usurpar
Abrumado por buena fortuna Defraudado
Venerar Destruir
EMOCIONES Y SENTIMIENTOS
Júbilo Ira
Alegría Desesperación
También puede ser parte del polo negativo
Figura 6.1 Tabla de Semántica de Pertenencia. La tabla detallada es presentada en Ugazio et
al., 2009
Las rupturas con los padres, con familiares y con la comunidad, son frecuentes en estos grupos
familiares. A veces son irreparables, en otras ocasiones éstas rupturas han sanado, sin embargo tienen
un efecto profundo en el destino de ciertos miembros de la familia. Al unir las piezas de la historia de
estas familias, a menudo me he encontrado con personas que han sido despojadas, defraudadas o
repudiadas, como sucede con los nacimientos ilegítimos o con niños abandonados por sus padres. Con
frecuencia hay miembros de la familia que terminan en un hospital mental, en prisión o en alguna otra
institución porque son considerados, con o sin razón, indignos de ser parte de la comunidad a la que
deberían pertenecer.
Ella vivía segregada, aislada de todos. Mis tías no sentían la menor preocupación por ella; se
habían casado con prósperas familias. (…) Ellas consideraban a su extranjera, pobre e
ignorante madre como una desgracia. Cuando mi madre fue a vivir a la villa, mi abuela nunca
salió de las dos habitaciones de la planta alta donde vivía con la ayuda de una cuidadora.
Solamente bajaba una vez a la semana, a las 11 en punto de la mañana de cada jueves, y
dejaba salir gritos desesperados de dolor por al menos media hora; ese había sido el día y la
hora en la que el funeral de su esposo se había realizado.
Fue hasta dos años después de vivir ahí, que la madre de Arianna logró establecer una mínima
comunicación con su abuela:
La historia de José comienza con un abandono; él tenía dos años cuando sus padres murieron en un
accidente automovilístico y fue llevado a vivir con su tío Miguel, quien había tenido un negocio conjunto
con su padre. Tan pronto como fueron adultos, los dos hermanos mayores de José, que habían sido
llevados a vivir con otros familiares, comenzaron procedimientos legales contra su tío Miguel,
acusándolo de haberlos engañado respecto a una parte de su herencia. Cuando José alcanzo la mayoría
de edad, sentía que no podía involucrarse en dichas acciones legales contra su tío; esto causó conflicto
con sus hermanos biológicos. Rechazó la propuesta de su tío de adoptarlo legalmente y a los 20 años
dejo Brasil para irse a Italia. Cuando lo conocí, después de un grave episodio de depresión, él tenía 32
años, estaba divorciado y su relación actual estaba en crisis. Pero sus sentimientos hacia sus parientes
seguían siendo fuertes: parecía como si apenas acabara de dejar Brasil.
Las historias de las personas deprimidas no necesariamente son tragedias. Pero invariablemente
hay un conflicto entre aquellos que son el centro de su propio mundo y aquellos que están solos y
aislados.
“En los últimos seis años he vivido en cinco ciudades, tres países europeos y veintiuna casas.”
Así es como Francesca se presentó: ella era una ejecutiva de una compañía, de 30 años de edad, a
quien conocí durante su primera depresión grave. Pero ¿fue realmente el ser trotamundos lo que la
había llevado a la depresión? Es difícil aceptar esta explicación, viendo que Francesca atribuía todas sus
rupturas de relaciones –incluida la última- a su carácter fuerte más que a su dificultad en reconciliar sus
compromisos de trabajo con su vida personal. Su soledad emocional (sin duda causada en parte por su
acuerdo incondicional de viajar por su trabajo) la coloca en una posición similar a la de su padre. Solo, sin
familia, ni amigos, sin apoyo, él había creado una buena reputación profesional en la ciudad a la que se
había mudado a los 17 años, cuando su madre lo dejó por su esposo quien había emigrado a Estados
Unidos años antes; pero él nunca se había sentido realmente integrado. La mamá de Francesca, por otro
lado, era un punto focal de esta ciudad. La dueña de un salón de belleza próspero, en el cual varios
miembros de la familia habían trabajado, ella estaba llena de vida, era amable, enérgica, organizaba
almuerzos y eventos sociales para sus amigos, siempre tenía una sonrisa para todos. “Nunca podía ir de
En las familias donde se desarrolla la depresión a menudo hay gente que está viva y alegre como la
madre de Francesca; a veces son personajes positivos como la Sra. Ramsey, el retrato de la madre de
Virginia Woolf en “Hacia el faro”. Pero incluso cuando son personalidades difíciles quienes causan
sufrimiento a otros miembros de la familia, por lo general son el punto focal alrededor del cual gira la
familia o el entorno social.
Un caballero, un par de generaciones mayores que yo –esa fue mi primer impresión al conocer a
Rodolfo-, gravemente deprimido, resistente al tratamiento de medicamentos que había recibido en el
hospital en repetidas ocasiones. Me quedé asombrada al darme cuenta que ambos teníamos la misma
edad, ninguno de los dos llegábamos a los cincuenta. Después me di cuenta que detrás de su forma de
ser de caballero de inicios del siglo 20 yacía su tragedia. Rodolfo vivía en el mundo de su padre, un
mundo que siempre lo había rechazado.
El padre de Rodolfo era encantador, con una personalidad magnética, que había ocupado cargos
políticos hasta la edad de 70, teniendo un papel destacado en la vida ciudadana. Estaba presente en
todos los eventos, era sociable e ingenioso, regularmente asistía a fiestas de moda en las que tenía éxito
con las mujeres. Todos en la ciudad lo saludaban y lo admiraban por su naturaleza invariablemente
amable. Nunca fue visto en eventos públicos con su esposa, ella era más una sirvienta que una
acompañante; ella adoraba a su esposo quien parecía pertenecer a otra clase de ser, se dedicó al
cuidado del suntuoso guardarropa que él utilizaba en un mundo en el que ella no tomaba parte, casi
como si fuera suficiente para ella saber que su esposo era el centro de atención gracias a los servicios
que ella le prestaba. Madre e hijo estaban excluidos de dicha sociedad. Estaban solos incluso en Año
Nuevo. La madre de Rodolfo se mantuvo en silencio, pero la tensión mientras esperaban el regreso de su
padre era considerable; a veces llegaba a tiempo para el brindis de Año Nuevo pero generalmente
aparecía unas horas pasada la media noche. Rodolfo no podía olvidar las quejas de su padre si la comida
no estaba lista tan pronto como él llegaba, ni las cachetadas que dio a su esposa en un par de ocasiones
cuando ella se atrevió a reclamarle por sus repetidas infidelidades. Fuera de casa el hombre era
Figura 6.2 El circuito reflexivo bizarro de la organización depresiva y las emociones que la distinguen
Las personas con una organización depresiva son conscientes de estas emociones positivas, incluso
si las experimentan sólo por periodos cortos. Capaces de compromisos emocionales intensos –para ellos,
enamorarse es una “historia permitida”-, puede sentir alegría por la satisfacción y el intercambio que les
ofrece el amor o amistades profundas. El comienzo de una relación íntima, por ejemplo, generalmente
termina en una depresión clínica. El embarazo puede tener el mismo efecto para la madre embarazada.
Una paciente mía de 44 años, que había tenido 12 años de depresiones recurrentes graves, se sintió
espléndida durante sus embarazos:
Diversos estudios sobre los embarazos de adolescentes confirman esta observación clínica: Las
mujeres propensas a la depresión eran aquellas que habían tenido una actitud más positiva sobre sus
embarazos no deseados. El efecto benéfico era de corta duración, de hecho, fueron quienes sufrieron
depresión post-parto con mayor frecuencia (Wagner et al., 1998).
Al pertenecer, las personas con una organización depresiva se encuentran por fin en la posición que
siempre han deseado, de alguien que es incluido, que es reconocido como miembro de un grupo. Pero
pronto terminan sintiéndose indignos, precisamente a causa de su posición anhelada de pertenecer. La
alegría se convierte en enojo y resentimiento, que corre el riesgo de degenerar en episodios de violencia
física o verbal, capaz de amenazar o destruir las relaciones interpersonales que garantizan su inclusión. El
precio pagado por mantener dicha posición de pertenencia es extremadamente alto: su propio sentido
del honor.
Cuando el dilema los rebasa, la persona oscila entre dos alternativas igualmente inaceptables:
continuar manteniendo la relación significa ser despreciable, mientras que terminarla significa dejar a un
lado la vida en la sociedad humana. Generalmente, el comportamiento agresivo, descrito con frecuencia
por los pacientes como “acting out”, provoca una crisis o ruptura en la relación, pero disminuye la
reflexividad del circuito. Los pacientes están en peligro de perder lo que tienen, pero la reflexividad del
circuito es reducida gracias a que al menos han salvaguardado su sentido del honor. Por desgracia, tan
pronto como su enojo se apaga, son superados por la desesperación por lo que han perdido y por su
consecuente soledad.
Para el depresivo, la soledad es un castigo, un estigma. A diferencia de aquellos afectados por un
trastorno narcisista, que son más vulnerables a los ataques a su auto-imagen sobrevalorada que al vacío
emocional en el que se encuentran, los depresivos sufren terriblemente por su aislamiento emocional.
Aun cuando son autosuficientes, no están orgullosos de esto. Ser autosuficiente no es un logro, como lo
El caso de Matteo es un ejemplo típico. Él era un abogado que sufría de psicosis maniaco-depresiva
y atormentaba a toda su familia sobre el dinero. Cuando lo conocí a él y a su esposa, junto con sus cinco
hijos, todos estaban tan pobremente vestidos que mi equipo y yo decidimos (sin que la familia lo pidiera)
darles condiciones más favorables de pago; pronto descubrimos que el paciente venía de una familia
adinerada. También era un trabajador incansable, como pasa a menudo con los depresivos, competente
y apasionado por su profesión. El dinero era su arma; convencido de que sólo era tolerado por la
seguridad económica que proveía, hacía que su esposa e hijos vivieran en la pobreza, salvo excepción de
algunos actos de generosidad. No obstante, había pagado una suma considerable en las cuentas
Justo ahora, acabo de venir de una reunión en la que era el alma de la fiesta; ocurrencias
fluyeron de mi boca; todo el mundo rió, me admiraban---pero me fui, los puntos suspensivos
deberían ser tan largos como el radio de la órbita de la tierra… me fui y quería pegarme un
tiro.
(p.69)
Cuando la pareja es, o ha sido idealizada, es más fácil que la relación se vuelva tensa, en ocasiones
violenta. Algunos de mis pacientes han iniciado terapia precisamente para controlar su agresión contra
su pareja.
Comencé abofeteando a mi marido, destruí su oficina, rompí sus papeles y lo que fuera que
caía en mis manos. Estoy aterrada por la idea de perderlo.
Viviana había reanudado la terapia con estas palabras. Ella era una cardióloga, de 44 años, quien
había iniciado terapia hace 5 años después de un episodio grave de depresión. La reunión con Valerio,
que tuvo lugar al final del primer período de terapia, la había llenado de alegría, en ese entonces, temía
estar condenada a una vida de soledad. Valerio era un colega exitoso, atractivo físicamente y simpático.
Su encuentro fue tan positivo como inesperado. Habiendo superado el dolor devastador que sintió al ser
dejada por un colega estudiante con quien vivió mientras se especializaba en cardiología, Viviana había
pasado 15 años en un desierto emocional. Todas sus energías habían sido canalizadas a su profesión y en
cuidar a un sobrino que había sido abandonado por su madre. Su mundo de relaciones gradualmente se
había vuelto desierto, tenía pocos amigos, su familia de origen vivía a kilómetros de distancia y su
contacto con ellos, después de la muerte de su padre, era poco frecuente. Con Valerio había encontrado
una nueva oportunidad de vida, con él había desarrollado una relación exclusiva, intensa y le había
dedicado todas sus energías a él, incluso redujo sus compromisos laborales. Irritada por la falta de
involucramiento de Valerio en buscar lo que habría sido su nuevo hogar, que interpretó como un
indicador de falta de afecto hacia ella, se convirtió extremadamente celosa del grupo de colegas mujeres
de su esposo. Ella estaba convencida de que existía atracción mutua entre él y una de ellas, y no pudo
controlar por mucho su ira: era capturada por una furia incontrolable cuando su marido regresaba tarde
a casa o era llamado por su colega.
Rodolfo no quería hijos porque sentía que su esposa era incapaz de ser madre: “Ella no es una mujer
que pueda tener hijos, no tiene refinamiento ni la educación necesaria (…) Realmente no puedo
imaginarla con niños”.
Una antigua novia que aparecía repetidamente en sus relatos, podía haber sido la madre de sus
hijos: “Ella tenía unas maneras tan finas… no era particularmente hermosa, pero era cortés, refinada…”
Yo estaba impresionada cuando conocí a su esposa: ella era agradable, una dama elegante. Rodolfo
no la veía de esa manera; él estaba convencido de que su esposa se había casado con él por
conveniencia y que, por su parte, él había sido tentado al matrimonio a través de la dependencia sexual.
Él no podía olvidar la monotonía cultural y humana de su educación aunque ella misma se había liberado
claramente de estas raíces.
Las relaciones con estas parejas generalmente son menos conflictivas ya que los celos y la
posesividad son menos marcados. Aunque sus parejas son sujetas a críticas y menosprecio, mis
pacientes, pocas veces, piensan en dejarlos; frecuentemente el obstáculo es la gratitud (la pareja les ha
sido fiel, los ha salvado de la desesperación) o la falta de auto-estima: “Al final, pienso que no soy digno
de algo mucho mejor”. En ocasiones estos pacientes se identifican con la pareja totalmente inadecuada,
defendiéndola vehementemente. No obstante, están convencidos de que mantener dicha relación
aumentará su marginación, aunque esto por otra parte les permite responsabilizar a su pareja por una
exclusión, de la que de todas formas hubieran sido objeto.
Entre mis pacientes que han establecido su propia familia o una relación a largo plazo, dos
configuraciones relacionales recurrentes surgen en el periodo previo a la aparición de los síntomas.
Podemos entender lo significativo de estas configuraciones si revisamos los conflictos de la pareja en un
contexto interpersonal más amplio. Aunque las personas propensas a la depresión centran su atención
en su pareja, viven dentro de un contexto relacional más amplio.
Estas configuraciones no aplican para adultos jóvenes cuyos síntomas aparecieron por primera vez
cuando aún vivían con sus padres, aunque generalmente dichos síntomas preceden a la ruptura de una
relación amorosa.
Ferdinando, un ejecutivo de publicidad de 50 años, estaba totalmente excluido por su familia justo
antes de que desarrollara su depresión. Unos años antes había logrado su ambición: comprar una casa
grande que pudiera ser su hogar así como su oficina, y finalmente trabajar con su esposa. Ella se había
opuesto al plan de su esposo por un tiempo, ella era la cabeza de relaciones públicas de una gran
compañía y estaba feliz de hacer un trabajo que le propiciaba estimulante contacto social, oportunidades
de viajar y un excelente sueldo. Al final, superada por el entusiasmo de la nueva casa, cedió ante la
presión de su esposo aunque se arrepintió amargamente muy pronto. Ella no pudo soportar la pérdida
Tengo que llamarlos, gritarles para que vengan al almuerzo o a cenar. Ornella es la peor de
todos, es la última en llegar. Y tan pronto como lo han devorado todo, salen corriendo como
cucarachas cuando apagas la luz.
En la segunda configuración, los futuros depresivos no solo están en la posición de alguien que es un
marginado de su propia familia, sino que al mismo tiempo son testigos de la inclusión de su pareja en su
propia familia, inclusión que (como veremos más adelante) ellos mismos no han sido capaces de
disfrutar. En general, la pareja no ha tratado de ganar intencionalmente a la familia el paciente, sin
embargo, el paciente siente que su pareja le ha robado a su propia familia:
Carlo se sorprendió cuando sus padres lo invitaron a participar en la compra de lo que, durante la
terapia, describimos como “la jaula en el bosque”: una pequeña y atractiva villa rodeada de extensos
jardines. Como descubrimos a lo largo de la terapia, Carlo se había sentido solo siempre. Aunque es hijo
único, nunca se había sentido aceptado por sus padres, Angelo y Angela. Ellos eran una pareja cercana
aunque mal emparejada. Ella era diseñadora gráfica, intelectualmente curiosa, comprometida
políticamente y feminista; él era un tímido ejecutivo de banco, sin algún talento o ambición, y menos
intelectual. Constantemente ella clamaba haber decidido amar a su esposo, a quien conocía desde la
infancia, implicando que nunca había sentido un interés real en tan insignificante hombre. Pero nunca
iba sin él a ningún lugar, y él la seguía a donde ella fuera: reuniones políticas, exhibiciones, al teatro.
Carlo mostró una respuesta fría a la invitación de compartir la casa, aunque tal vez estaba complacido de
que finalmente pudo compartir algo con sus padres. Chiara estaba entusiasmada con el proyecto: la casa
era bonita y las condiciones financieras ofrecidas por sus suegros eran ventajosas, ellos pagarían todos
los gastos y la joven pareja solo pagaría una pequeña hipoteca. Chiara nunca había recibido algo de sus
propios padres, quienes estaban separados y en pobres condiciones financieras, por lo que se sentía
agradecida con sus suegros por su amabilidad y generosidad.
Estaba en el jardín, tratando de arreglar un escalón que se había soltado. Fui a buscar mis
herramientas y de repente sentí un dolor insoportable-- fue como si el peso de toda la
desesperación en el mundo hubiera caído sobre mí y hubiera agotado toda mi energía.
Estas dos configuraciones, así como el serio conflicto entre una pareja que en general precede la
aparición de los síntomas depresivos, pueden ser mejor entendidas cuando son interpretadas a la luz de
la ruptura de la relación entre una persona con organización depresiva y su familia de origen; esto lo he
encontrado con regularidad en mis casos. Algunos de mis pacientes no habían roto su relación con su
familia, aunque el contacto con ella era, en la mayoría de los casos, más bien formal. Otros estaban en la
Arianna, por ejemplo, dijo que ella había sido rechazada y mantenida a cierta distancia de su familia,
la cual se había vuelto tradicionalista y mojigata después de que su hermano mayor y su padre se habían
suicidado. Su madre y sus hermanos no aprobaban de ninguna manera su estilo de vida. Su decisión de
volverse escultora, aunque le había traído reconocimiento y ganancia financiera, la unieron a un mundo
bohemio. Su negativa a tener hijos se volvió evidente cuando admitió haber tenido un aborto, su familia
encontraba sus ideas radicales y su vida emocional como perturbadora. Todo el mundo criticó su
incomprensible decisión de dejar a un marido fiable y rico por irse a vivir con un periodista a quien
encontraban como arrogante y que era un ateo declarado. Estas decisiones reflejaban la falta de
convencionalidad de su padre, a quien su madre y hermanos no podían perdonarle el suicidio.
Otros pacientes parecen haberse vuelto auto-marginados. Todos ellos, incluyendo a quienes habían
dejado a su familia de origen años antes, sentían enojo y resentimiento hacia sus padres y hermanos, a
menudo enmascarado como indiferencia. Algunas veces no tenían conocimiento de las razones de
dichos sentimientos negativos y esto incrementaba su visión negativa de sí mismos.
Antonio había sufrido insomnio por al menos 10 años antes de haberse deprimido gravemente.
Incapaz de permanecer en cama, caminaba por las calles de la ciudad esperando el primer lugar que
abriera para poder desayunar y leer el periódico:
1. El contexto familiar del futuro paciente, en general consiste en una pareja que no permite espacio
para la relación vertical padre-hijo. Por lo tanto, los futuros pacientes no han sido capaces de desarrollar
momentos de intimidad con sus padres durante la infancia y la adolescencia. En la dinámica familiar en la
que se desarrollan las organizaciones depresivas, no sólo no hay una relación triangular con el niño –el
futuro paciente- si no que el niño mismo se siente sustancialmente ignorado, según lo sugerido por
Linares y Campo (2000).
2. La exclusión, por una pareja que centra la dinámica emocional de la familia sobre sí misma, y su
falta de interés por sus roles parentales, produce celos, envidia y rivalidad en el niño hacia uno o ambos
padres. Estos sentimientos, en general experimentados con violencia por mis pacientes, no son, en su
opinión, justificados, porque sus padres no se comportan de forma hostil o persecutoria hacia ellos, si
acaso, son agresivos hacia la pareja. Por lo tanto, el potencial depresivo es forzado por estas emociones
para desarrollar una auto-percepción negativa. La agresión, el odio y la amargura hacia uno o ambos
padres, a sus ojos, injustificada, les da una auto-imagen de alguien indigno de amor.
3. En esta situación relacional, durante la infancia, adolescencia o adultez temprana, surge una
oportunidad para el futuro depresivo para tomar un lugar entre los “elegidos”. Finalmente parece
posible para él/ella establecer una potencial, exclusiva y satisfactoria relación con uno de sus padres o
con otro miembro importante de su familia. Por supuesto, el futuro paciente sería muy feliz de pasar de
una posición de exclusión a una de aceptación y de ser recibido. Pero la respuesta del adulto con quien el
futuro paciente había buscado la inclusión es de rechazo indignado. La oferta relacional del niño es
rechazada: el niño está tratando de usurpar una posición que no le pertenece. En ocasiones el niño es
incapaz incluso de ofrecerse al padre con una posición favorecida porque el otro padre, con quien el niño
pasa más tiempo, bloquea la maniobra relacional al condenarlo como indigno. En algunos casos, es el
En todas las situaciones mencionadas anteriormente, los futuros depresivos se encuentran en una
posición relacional que les produce una auto-imagen negativa: mantener una posición de exclusión, de
hecho, significa experimentar sentimientos de rivalidad, envidia y celos hacia una pareja que es incapaz
de ofrecer oportunidades de intercambio emocional. No obstante, intentar mover su posición hacia
aquellos que son amados, honrados y aceptados significaría ser indigno y despreciable.
La muerte de un padre ofrece una oportunidad particular para crear una situación de relación con
los componentes que he descrito, como puede verse en el siguiente caso.
Paola, que tenía 6 años cuando su madre murió de cáncer pulmonar, no sintió dolor ni tristeza con
su muerte. Cuando comenzó la psicoterapia, a la edad de 50, aún tenía un recuerdo claro del serio duelo
que había adoptado durante el funeral, la tragedia la había colocado en un lugar central, el foco de la
preocupación y el respeto de todos, y ella desempeño el papel por completo. A diferencia del hijo mayor,
quien era cercano a su madre, Paola nunca había logrado desarrollar un vínculo con ella; poco después
de su nacimiento, su madre Beatriz, se puso enferma y delegó el cuidado de su hija recién nacida a sus
cuñadas. Las pocas memorias que Paola tenía de su madre le indicaban hostilidad hacia ella, la recuerda
como posesiva, impulsiva y egocéntrica. Beatriz era 12 años más joven que su esposo, él la adoraba. Su
muerte lo devastó a tal grado que, según Paola y su familia, desarrolló tuberculosis durante el duelo por
la pérdida de su mujer. Durante el año que estuvo en el sanatorio, ciertamente parecía más interesado
en unirse a la muerte de su esposa que en preocuparse por sus hijos y empezar una vida nueva. Este no
fue el caso de Paola, quien se había sentido excluida por años, en los márgenes de una familia donde la
madre era el centro de toda la atención de su esposo. Con la muerte de su madre, Paola vio la
posibilidad finalmente de ganar una posición cerca de su padre. El sufrimiento que todo el mundo vio en
su posición de huérfana les hizo compararla con su madre y la hicieron digna de la atención de su padre.
Como todos los niños, Paola estaba más interesada en el futuro, después de la muerte de su madre ella
quería mirar hacia adelante. Cuando su padre regreso a casa 18 meses después del entierro de su madre,
Paola buscó consolarlo ofreciéndose como pareja sustituta. Muchos episodios durante su niñez
estuvieron dirigidos a este final, incluso fue tan lejos como pretender que estaba enferma para atraer la
atención de su padre. Su respuesta era siempre la misma, un rechazo indignante que significaba “¡Cómo
te atreves a pensar en sustituir a tu madre!”. Paola no se parecía a su madre, excepto en sus delicadas y
Por encima de todo, estaban las repetidas separaciones de su hijo, Alberto, quien había sido dejado
con su abuelo y su pareja. La primera ocasión, tres años antes, después de la fase depresiva aguda y la
Durante la infancia y adolescencia de Giulia, la familia Albertini vivió en dos villas rodeadas por un
jardín, su abuelo vivía en una villa con uno de sus hijos, mientras que su abuela vivía en la otra con el
otro hijo de la familia. De hecho, los abuelos de Giulia habían estado separados por años. Su abuelo era
el “elegido”: cortejado, venerado y temido por todos. Aunque sin educación, había construido una
empresa de producción de material eléctrico que exportaba a todo el mundo, se había convertido en una
de las industrias más importantes de la región. Era considerado un genio. La descripción que su nieta
hacía de él evocaba a la novela de Becket, Watt. Al igual que con el Sr. Knott, era imposible tratar de
entender a este solitario e insondable hombre, en relación con él su familia estaba en la posición de
Watt, los sirvientes eran incapaces de encontrar sentido al comportamiento de su amo.
PT: Él era el rey, era su forma… Incluso ahora, si le preguntas a los amigos de mi abuelo (algunos aún
viven), ellos te dirán “Cuando tu abuelo hablaba, toda Italia se quedaba en silencio”.
TH: ¿Por qué “toda Italia se quedaba en silencio”? ¿Era autoritario, le tenían miedo?
PT: No lo sé, no tengo la menor idea. Yo vivía con mi abuelo, pero no lo veía; era su nieta favorita, pero
nunca lo veía. No comía con nosotros en la cocina, comía en la sala de estar, le servían en bandejas
de plata.
TH: Ah ¿Tu comías en la cocina con la servidumbre y él comía solo en la sala de estar?
Por décadas, la abuela de Giulia fue completamente excluida de la vida de su esposo; su madre
murió cuando ella era joven y fue echada de la casa cuando se embarazó del padre de Giulia. Su
Todo mi pesar y mi enojo hacia mi madre, es por este asunto. Yo le dije “Eres una idiota ¡qué
estabas haciendo al concebirme! No me importa un comino si eres religiosa, si crees en el
matrimonio o en Dios. ¿Qué hacías concibiéndome si sabías que mi papá ya estaba con otra
mujer por dos años? ¿Estás loca? Al menos le hubieras permitido concebirme con la otra
mujer, darme la oportunidad de haber nacido… al menos hubiera tenido… no diré nada, eres
una madre y eso está bien- pero al menos habría tenido otra madre y a mi padre. ¿Por qué me
tenías que hacer sufrir incluso antes de haber nacido?” (…) Porque después fue mi padre quien
quiso un segundo hijo, no mi madre. Pero es una locura de todas formas. Si mi exesposo me
hubiera dicho “Quiero otro hijo contigo”, yo le hubiera dicho “No querido, no, olvídalo, si
acaso tendré uno con mi actual pareja”.
PT: Mi madre ahora sale con estas historias: “No le voy a dar el divorcio” Sale con estas historias,
después de 30, 40 años (…) Es increíble. No entiendo cómo es que no puede entender el efecto que
estas cosas tienen sobre mi hermano y sobre mí… Es terrible, realmente terrible.
Casi no es necesario señalar que Giacomo y Verónica no tenían un espacio positivo que dar a Giulia
y a su hermano durante su infancia y adolescencia. Giacomo estaba demasiado ocupado creando su
propia buena posición; habiendo abandonado la compañía de su padre, tenía que triunfar en su propio
negocio para superar el rechazo de su familia. Por mucho tiempo, la batalla competitiva entre su padre y
su hermano, y su doble vida emocional, no le dio ni el tiempo ni la energía para preocuparse por sus
hijos. Por su parte, el sufrimiento de Verónica era cada vez mayor y se encontraba incapaz de cuidar a
sus hijos. Habiendo dejado de ser maestra, siendo relegada al mundo claustrofóbico de las dos villas,
comparando constantemente su vida con la felicidad de la familia de su cuñado, terminó siendo
completamente absorbida por su desgracia matrimonial. Ella era la hija de una respetable familia de
clase media, inteligente en la escuela, la favorita de sus padres, admirada por su hermano. A diferencia
de la abuela paterna de Giulia, ella no estaba preparada psicológicamente para lidiar con dicha situación
frustrante y humillante. Nadie la ayudó, mientras aún había oportunidad de salir del mundo
claustrofóbico que la estaba destruyendo- ni sus padres, quienes se apartaron, desorientados por la
Sentí un alarido que pasó desde las uñas de los pies hasta las puntas de mi cabello. Quería ir a
una montaña, en la cima del mundo y gritar. Dejarme llorar como niña, necesito gritar, ¡lo
necesito! Mi cuerpo necesita gritar, físicamente, pero no puedo. ¿Qué vería mi hijo de cuatro
años… una madre llorando? No, no puedo enloquecer delante de mi niño, mi sentimiento de
culpa me lo impide. Me trae recuerdos de mi madre gritando frente a mí porque mi padre se
había ido; no le puedo hacer lo mismo a mi hijo.
Giulia decidió organizar que sus padres visitaran su hogar en presencia de un psicoterapeuta. Cuando
ambos llegaron comenzó a gritar, desahogándose: “Voy a decirlo todo, porque ya no estoy interesada en
echarle la culpa por todo a mi madre”. Se dio cuenta de que su padre no sabía nada sobre el incesto ni
sobre sus intentos de suicidio. “En cierto punto, entré a la cocina y desde ahí lo escuché decirle a mi
madre: ‘¿Cómo pudiste haber guardado esto sin decirme?’” Las cosas que Giulia les dijo a sus padres
eran verdad, pero estaba agitada, no podía controlar sus emociones. Era evidente que no podía hacerse
cargo de su hijo de cuatro años. Como siempre, su madre evadió el asunto “Por primera vez, mi padre
entró en mi vida y dijo: ‘Yo cuidaré a tu hijo’”.
La psicoterapeuta señaló a sus padres que no podían dejar a Giulia sola en ese estado. Giulia estaba
de acuerdo. “Nadie me quiere, ¿a quién puedo acudir? Ni siquiera mi madre me acepta. Bueno, lo diré,
¡intérnenme en un hospital!”
No pude dormir anoche. Para mí fue algo… estoy completamente confundida. Mi madre llamó
por teléfono y dijo: “Perdóname por todo el daño que te he hecho”, mi reacción ¿cuál fue?
“No, tú no tienes que pedir mi perdón, por favor mamá, no tienes que decirme esas cosas” Me
sentí extraña, me sentí muy enferma. Había estado esperando estas palabras por 33 años y
ahora estoy hecha pedazos. Ella me dijo esto ayer en la tarde, a las 2:30pm, y desde entonces
no he sido capaz de comer o dormir, no sé qué es lo que me está pasando. Hace tres años ya
había terminado con ella, para mi estaba muerta…
No era tanto el apego a su madre lo que había hecho a Giulia tan frágil. Durante toda su vida no
había logrado establecer una relación estable con ella. Lo que las unía era el sufrimiento de Verónica,
junto con la agresión que siempre había sentido hacia ella, una agresión que al final, siempre sintió que
era injustificada. Verónica nunca se había comportado con dureza hacia su hija. Simplemente siempre
había sido infeliz de tener que cuidarla. Esto era el por qué Giulia solo podía acercarse a la familia
Albertini cuando estaba deprimida. En sus propias palabras: “La relación más hermosa que tuve con mi
padre, fue cuando estuve enferma”. Pero ni siquiera su depresión le permitió tener un sentido de
pertenencia a ese mundo. No obstante, Giulia parecía contenta de haber encontrado un lugar en ese
mundo en el que su hijo podía pertenecer.
Referencia
Ugazio, V. (2013). Depression: Denied Belonging en Semantic Polarities and Psychopathologies in the
Family: Permitted and Forbidden Stories. Routledge Taylor & Francis Group: New York and
London.