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DE LA TRANSFERENCIA / CONTRATRANSFERENCIA.
Resumen.
Marco Teórico.
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En sentido riguroso y clásico se puede referir que la transferencia solo debe ser
considerada en la terapia, ya que el análisis ofrece un "setting", un encuadre
rigurosamente estructurado donde el paciente pueda desplegarse con confianza, un
lugar privado y extraordinario (fuera de las categorías de la cotidianeidad ordinaria)
donde no va a ser criticado, rechazado, burlado, explotado, manipulado, seducido.
Donde sus fantasías transferenciales puedan ser verbalizadas y analizadas, ocasión
única de poder conocer y comprender el mundo interno que ellas traen a la relación
analítica.
En sus inicios Freud (1893) consideró que el objetivo de la terapia psicoanalítica era
recordar y abreaccionar vivencias traumáticas reprimidas (luego agregó que fueran
sexuales e infantiles), para reemplazar las reminiscencias por recuerdos. Recuerdos
que pudieran desgastarse con el paso del tiempo y ser olvidados. Recordar se refiere
al hacer consciente eventos del pasado con su concomitante afecto, llenando lagunas
de la memoria producidas por la represión. Las reminiscencias eran las representantes
distorsionadas de experiencias reprimidas.
Ese mismo sentido fue aceptado, inicialmente, por Jung (1985) quien estipula que los
contenidos inconscientes aparecen siempre en primer lugar como proyectados sobre
personas y circunstancias exteriores. Muchas de esas proyecciones se integran
totalmente en el individuo merced al conocimiento de sus vinculaciones subjetivas,
pero otras no se dejan integrar, sino que aun cuando se desprenden de sus objetos
originarios, se transfieren al médico que realiza el tratamiento.
En 1913 Jung (1989) dice: "Una transferencia es siempre un obstáculo, nunca una
ventaja. Se cura a pesar de la transferencia, no por causa de ella". Y fue aún más lejos
cuando enfatizó: "Una transferencia es una enfermedad. Es anormal tener una
transferencia. La gente normal nunca tiene transferencias. No necesitamos
transferencia así como tampoco proyecciones. Y añadió categóricamente:
"Transferencia o no transferencia, nada tiene que ver con la cura. Si no hay
transferencia, mucho mejor, se puede conseguir el material que se desea a través de
los sueños".
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Posteriormente en la teoría psicoanalítica clásica, los recuerdos fueron puestos bajo
sospecha, y pasaron a ser considerados siempre como recuerdos encubridores
(Freud, 1899) que, al igual que el contenido manifiesto de un sueño, debían ser
interpretados para descifrar deseos y defensas latentes y reevaluar su verdad material.
Desde ese momento los hechos de la realidad externa perdieron su posibilidad de un
registro objetivo y pasó a considerarlos como entremezclados con la realidad psíquica,
la de los deseos y sus fantasías.
Sea como fuere, la transferencia es una vía que vincula el pasado con el presente,
dando lugar a la interpretación genética. Así resulta que interpretar la transferencia
brinda una visión histórica lineal del paciente.
En ese sentido, Anna Freud (citada por Menninger y Holzman, 1973) definió a la
transferencia como todos los impulsos que experimenta el paciente en relación con el
psicoanalista, que no son creación nueva de la situación analítica objetiva, sino que se
origina en relaciones primitivas con los objetos y ahora simplemente se reviven por la
influencia de la compulsión iterativas. Otra definición complementaria a la anterior es la
otorgada por Menninger y Holzman (1973), para quienes la transferencia "son los
papeles o identidades irrealistas que el paciente atribuye inconscientemente al
psicoanalista en la regresión del tratamiento psicoanalítico, y las reacciones del
paciente a las representaciones, que por lo general, derivan de experiencias
anteriores".
Laplanche y Portalis (1996) definen la transferencia como el proceso en virtual del cual
los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un
determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la
relación analítica. Se trata de una repetición de prototipos infantiles, vivida con un
marcado sentimiento de actualidad. Casi siempre lo que los psicoanalistas denominan
transferencia, sin otro calificativo, es la transferencia en la cura. La transferencia se
reconoce clásicamente como el terreno en el que se desarrolla la problemática de una
cura psicoanalítica, caracterizándose ésta por la instauración, modalidades,
interpretación y resolución de la transferencia.
Dentro del marco del psicoanálisis o una terapia psicoanalíticamente orientada, los
procesos inconscientes de vinculación son intencionalmente intensificados con el fin
de descubrir los mecanismos infantiles subyacentes a la neurosis del paciente. A esta
reproducción de la neurosis infantil en la relación con el analista de un modo artificial
se le denomina neurosis transferencial.
Por su parte, Racker (1990) refiere que se pueden considerar dos tipos de
transferencia: la positiva y la negativa. La primera surge cuando el analizado siente
ciertas gratificaciones por parte del analista y se dispone hacia él con una actitud de
amor, distinta a la cooperación consciente producto de la alianza terapéutica. Por otra
parte, la segunda se produce cuando el paciente revive en la transferencia conflictos
que vivió en su infancia en la figura del terapeuta; normalmente, el terapeuta va a
frustrar los intentos del paciente por actualizar los impulsos, de manera tal que éste
active sus defensas, respondiendo con hostilidad y agresión.
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importancia esencial para poder continuar el trabajo. Mientras la transferencia resulta
de este modo un gran peligro para el tratamiento, se constituye al mismo tiempo en su
instrumento más importante, pues la vuelta de los procesos infantiles en la
transferencia hace de ella el mejor medio para hacer recordar aquellas vivencias
reprimidas (Racker, 1990).
"No es exagerado afirmar que la mayoría de los casos que requieren un tratamiento
prolongado gravitan en torno a la transferencia, y parece, al menos, que el éxito o
fracaso del tratamiento tiene una íntima relación con ella. La psicología, por lo tanto,
no puede pasar por alto o eludir este fenómeno, y tampoco debe presumirse en la
terapéutica que la llamada disolución de la transferencia sea un hecho claro, sencillo y
evidente".
Se puede presumir que Jung llego a tal "conclusión" al darse cuenta de la relación tan
importante que hay entre la alquimia y la psicología, así en ala relación terapéutica
paciente y médico se funden, lo cual se refleja cuando afirma que a causa de que el
paciente traslada al médico un contenido activante de lo inconsciente, la influencia
inductiva –que siempre dimana en mayor o menor medida de proyecciones- fija
también en este último el correspondiente material inconsciente. En consecuencia,
médico y paciente se encuentran en una relación fundada en un estado inconsciente
común (Jung, 1989).
Sea como fuere, así, se considera que en la transferencia no sólo se debe considerar
la aparición de emociones y pensamientos del paciente en relación directa al
terapeuta, sino todo aquello que surge en la relación entre ambos, en la llamada
transferencia de situaciones totales. De este modo, también debe considerarse en el
análisis de transferencia el modo en el cual el paciente trata de comunicarse con el
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terapeuta, el modo en el cual intenta aplicar sus sistemas defensivos al terapeuta y su
concepción de mundo, de la forma en la cual la percibe el terapeuta a través de la
contratransferencia.
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Discutir con el paciente.
En ese mismo, sentido se puede afirmar que: "la psicoterapia junguiana consiste de
dos personas que se reúnen para tratar de comprender lo que está ocurriendo en el
inconsciente de una de ellas … Tarde o temprano será también importante considerar
lo que está ocurriendo entre las dos personas que están involucradas en este proceso.
La llamada relación analítica que se da entre las dos partes es absolutamente
necesaria para que exista un proceso terapéutico. (Jacoby, 1992)
Por otra parte, unir estos conceptos con los propuestos por Rogers parecería tratar de
fundir "el agua con el aceite", pero sin embargo, la posibilidad de construir un "puente
conceptual" puede servir de enriquecimiento para el psicólogo clínico.
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La siguiente hipótesis es el eje de toda la concepción psicológica de Rogers (1972,
1978): "el individuo tiene la capacidad suficiente para manejar en forma constructiva
todos los aspectos de su vida que potencialmente pueden ser reconocidos en la
conciencia".
El hombre, dice Rogers, es positivo por naturaleza, y por ello requiere respeto
absoluto, especialmente en cuanto a sus aspiraciones de superación (citado por Di
Caprio, 1976). De ello se desprende que está contraindicado para el psicoterapeuta
realizar todo tipo de conducción o dirección sobre el individuo; todo tipo de diagnóstico
o interpretación, porque ello constituiría un atentado contra las posibilidades del sujeto
y contra su tendencia a la actualización. Se exige, o mejor dicho, se recomienda,
situarse en el punto de vista del cliente, asumir su campo perceptual y trabajar en base
a ello como una especie de alter ego. Incluso la palabra "cliente" es asumida de una
manera especial: el cliente es aquella persona que responsablemente busca un
servicio y participa del proceso terapéutico de la misma manera; aquella, conciente de
su capacidad de desarrollo no utilizada, que no va "en busca de ayuda" sino que trata
de ayudarse a sí misma.
Así, un énfasis sobre el concepto de transferencia puede minar la terapia ya que esto
niega la realidad de la relación. La transferencia es la distorsión de encuentro. El
terapeuta puede ocultarse detrás de ello para protegerse de la ansiedad o el encuentro
directo.
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Parafraseando a Naranjo (1991) la psicoterapia centrada en el cliente no está
conformada básicamente por técnicas sino, esencialmente, por actitudes del
terapeuta, las mismas que pueden ser instrumentalizadas de diversa manera.
Las actitudes del terapeuta deben ser trasmitidas de manera indirecta, impregnadas
en las comunicaciones pero no formuladas abiertamente en ninguna de ellas. A veces
esto no es comprendido planamente y por esta razón algunos asumen que la actitud
centrada en el cliente consiste en ser pasivos e indiferentes, en "no entrometerse".
Pero ello es incorrecto y, más aún, es nocivo, porque la pasividad de hecho es
asumida como rechazo; además, suele terminar por aburrir al sujeto al ver que no
recibe nada.
El enfoque plantea más bien que el terapeuta debe ayudar a clarificar las emociones
del cliente, ser un facilitador en el proceso de hacerlas concientes, y por ello
manejables y no patológicas. Pero no asumiendo un rol de omnisapiente y
todopoderoso, que lleva al cliente de la mano diciéndole "Yo te acepto" y
devolviéndole "masticadito" el material que éste le proporciona.
Si hay respeto sincero y absoluto, procurará más bien que sea el cliente quien dirija el
proceso. En este caso las intervenciones del terapeuta se plantearán como
posibilidades, casi como ecos del material expuesto, y no como juicios de valor,
afirmaciones o interpretaciones.
Las características personales que Rogers (1972) considera necesarias en todo buen
terapeuta que intente instrumentalizar su enfoque son las siguientes: a) Capacidad
empática; b) Autenticidad; c) Aprecio positivo o incondicional.
Estar con otra persona de esta manera significa que, de momento, se dejan a un lado
los propios valores y punto de vista, en orden a entrar en el mundo del otro sin
prejuicios. Hasta cierto punto quiere decir que se dejan a un lado el propio yo, esto
solamente puede hacerlo una persona que está suficientemente segura de sí misma, y
que sabe que no se va a perder en el posiblemente extraño mundo de la otra persona,
sino que puede regresar al suyo cuando lo desee (Rogers, 1982).
Pero es aquí, donde se deben recordar las palabras de Nietzsche (citado por Bustos,
1980): "No es deseable, ni en última instancia posible, desprendernos del cristal
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observador con todos sus efectos y valores, debemos instalarnos en él y
comprenderlo. Es tan castrante mutilar el intelecto como mutilar el afecto".
Junto a este mecanismo que posee también un carácter defensivo en tanto que sólo
se ve lo que me resulta evidente, pero que posibilita poder ir haciendo propias cosas
que en principio son extrañas, ajenas, aparece otro que conlleva el atribuir a otros
aspectos, afectos o sentimientos míos. Se denomina proyección. Es como el "dar por
sentadas" determinadas reacciones, o el atribuir elementos que en realidad, más
tienen que ver con nosotros mismos que con el otro (Laplanche y Portalis, 1996). Esta
atribución de cosas de uno al otro tiene, más allá de lo defensivo, un elemento que
puede ser útil si se esta al tanto: el de poder procesar qué elementos me pertenecen y
cuáles le pertenecen al otro. Este aspecto que posibilita un reconocimiento mayor de
la individualidad de cada uno, conlleva el mecanismo de la diferenciación. Ese poder
decir "yo soy yo y él es él", o "eso es mío y eso es suyo"; supone también poder ir
diferenciando los elementos identificados, los elementos proyectados y el cómo unos y
otros se articulan entre sí. Y esta comprensión del porqué aparece tal o cual elemento,
porqué ese elemento toma tal o cual forma, todo ello forma parte de la actividad
orientadora y diferenciadora.
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entendida como la manifestación de sentimientos inconscientes que apuntan a la
rerpoducci+on de situaciones.
Conclusiones.
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