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UN ANALISIS INTEGRATIVO

DE LA TRANSFERENCIA / CONTRATRANSFERENCIA.

Díaz Becerra Juan Antonio.

Resumen.

Este artículo es un análisis teórico de los conceptos de transferencia /


contratransferencia desde los marcos conceptuales psicoanalíticos, junguianos y
humanistas, con la finalidad de reflexionar sobre la importancia de tales conceptos
dentro de la psicoterapia.

Palabras clave: Transferencia, psicoanálisis, humanismo, psicoterapia.

Marco Teórico.

Como se sabe lo clave del psicoanálisis es el desarrollo de una teoría de lo


inconsciente. La hipótesis subyacente a esta teoría es que hay procesos mentales que
permanecen activos en la psique sin que el paciente tenga conciencia de ello, y sin
embargo tienen determinando efectos en las vivencias y comportamientos de éste (p.
e. los síntomas). Esto significa que tales pensamientos reprimidos no han tenido la
posibilidad de ser elaborados e integrados a la psique por lo que quedan en la mente
como una especie de "cuerpo extraño", siempre pugnando por expresarse
concientemente (retorno de lo reprimido), ya sea a través de un síntoma, de un lapsus,
de un sueño, etc.

Estos procesos han perdido la cualidad conciente al ser expresamente desatendidos


por la persona (represión). Esta desatención parece motivada por el displacer o
sufrimiento que algunos de estos pensamientos (p. e. de una experiencia traumática)
han generado en la mente conciente del paciente al entrar en conflicto inconciliable
con otros pensamientos (p. e. de tipo moral).

Así, en la teoría de lo inconsciente se sistematiza lo que el sentido común ha


apreciado desde siempre: que detrás de la mayoría de las actitudes y
comportamientos concientes de una persona podemos suponer intenciones,
pensamientos, sentimientos, que están, en general, ocultos e inadvertidos para la
persona misma y para los demás. Ello implica no centrarse en la realidad objetiva sino
en la realidad subjetiva, interna, del sujeto.

De esta manera, en la psicoterapia con orientación psicoanalítica se pone el acento en


el análisis del mundo interno del paciente. El análisis no busca la historia verdadera,
deja de lado el afán de la objetividad y se centra en la experiencia emocional del
paciente, en la investigación e interpretación de la transferencia.

De forma general, se puede inferir que el supuesto básico de la teoría de la


transferencia estipula que en las relaciones emocionalmente significativas que
vivimos en el presente ("aquí y ahora") los seres humanos tendemos a pensar, sentir
o actuar de un modo en que nuestro mundo interno, y aún más, nuestras experiencias
infantiles claves, tienden a colorear, influir, interferir o francamente dominar tales
experiencias del presente hasta el punto de confundir y hacernos distorsionar nuestro
juicio de la realidad actual, agravando o determinando conflictos en nuestras
relaciones con las personas con las que estamos teniendo tales vínculos actuales de
intimidad.

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En sentido riguroso y clásico se puede referir que la transferencia solo debe ser
considerada en la terapia, ya que el análisis ofrece un "setting", un encuadre
rigurosamente estructurado donde el paciente pueda desplegarse con confianza, un
lugar privado y extraordinario (fuera de las categorías de la cotidianeidad ordinaria)
donde no va a ser criticado, rechazado, burlado, explotado, manipulado, seducido.
Donde sus fantasías transferenciales puedan ser verbalizadas y analizadas, ocasión
única de poder conocer y comprender el mundo interno que ellas traen a la relación
analítica.

Así, la teoría clásica psicoanalítica piensa que la transferencia es una reedición de


relaciones infantiles tempranas las cuales distorsionan la percepción del presente
(Freud, 1912). De ahí, que su valor sea la de mostrar las vicisitudes del desarrollo
psicosexual y ofrecer una posibilidad nueva y diferente para "solucionar" conflictos
infantiles.

En sus inicios Freud (1893) consideró que el objetivo de la terapia psicoanalítica era
recordar y abreaccionar vivencias traumáticas reprimidas (luego agregó que fueran
sexuales e infantiles), para reemplazar las reminiscencias por recuerdos. Recuerdos
que pudieran desgastarse con el paso del tiempo y ser olvidados. Recordar se refiere
al hacer consciente eventos del pasado con su concomitante afecto, llenando lagunas
de la memoria producidas por la represión. Las reminiscencias eran las representantes
distorsionadas de experiencias reprimidas.

Ese mismo sentido fue aceptado, inicialmente, por Jung (1985) quien estipula que los
contenidos inconscientes aparecen siempre en primer lugar como proyectados sobre
personas y circunstancias exteriores. Muchas de esas proyecciones se integran
totalmente en el individuo merced al conocimiento de sus vinculaciones subjetivas,
pero otras no se dejan integrar, sino que aun cuando se desprenden de sus objetos
originarios, se transfieren al médico que realiza el tratamiento.

Posteriormente, agrega que ya que esta proyección se produce con su intensidad


originaria, se efectúa una vinculación que corresponde enteramente a las relaciones
infantiles primarias y muestra la tendencia a reproducir, con respecto al médico, todas
las experiencias de la niñez, o sea, que la adaptación turbada por la neurosis se
transfiere a ése con fuerza cada vez mayor.

Un punto importante que distinguió la postura de Freud y de Jung es que el segundo


consideró que la gran importancia que se le da a la transferencia suele llevar al error
de creerla absolutamente indispensable para la curación, por lo que muchos
consideran que debe ser, por así decir, provocada. Agregando que particularmente él
se sentía feliz cuando la transferencia trascurre sosegada o pasa prácticamente
inadvertida. Entonces uno mismo está menos envuelto en el cubo y puede ocuparse
de otros factores terapéuticos eficaces (Jung, 1985).

En 1913 Jung (1989) dice: "Una transferencia es siempre un obstáculo, nunca una
ventaja. Se cura a pesar de la transferencia, no por causa de ella". Y fue aún más lejos
cuando enfatizó: "Una transferencia es una enfermedad. Es anormal tener una
transferencia. La gente normal nunca tiene transferencias. No necesitamos
transferencia así como tampoco proyecciones. Y añadió categóricamente:
"Transferencia o no transferencia, nada tiene que ver con la cura. Si no hay
transferencia, mucho mejor, se puede conseguir el material que se desea a través de
los sueños".

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Posteriormente en la teoría psicoanalítica clásica, los recuerdos fueron puestos bajo
sospecha, y pasaron a ser considerados siempre como recuerdos encubridores
(Freud, 1899) que, al igual que el contenido manifiesto de un sueño, debían ser
interpretados para descifrar deseos y defensas latentes y reevaluar su verdad material.
Desde ese momento los hechos de la realidad externa perdieron su posibilidad de un
registro objetivo y pasó a considerarlos como entremezclados con la realidad psíquica,
la de los deseos y sus fantasías.

Sea como fuere, la transferencia es una vía que vincula el pasado con el presente,
dando lugar a la interpretación genética. Así resulta que interpretar la transferencia
brinda una visión histórica lineal del paciente.

En ese sentido, Anna Freud (citada por Menninger y Holzman, 1973) definió a la
transferencia como todos los impulsos que experimenta el paciente en relación con el
psicoanalista, que no son creación nueva de la situación analítica objetiva, sino que se
origina en relaciones primitivas con los objetos y ahora simplemente se reviven por la
influencia de la compulsión iterativas. Otra definición complementaria a la anterior es la
otorgada por Menninger y Holzman (1973), para quienes la transferencia "son los
papeles o identidades irrealistas que el paciente atribuye inconscientemente al
psicoanalista en la regresión del tratamiento psicoanalítico, y las reacciones del
paciente a las representaciones, que por lo general, derivan de experiencias
anteriores".

Laplanche y Portalis (1996) definen la transferencia como el proceso en virtual del cual
los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un
determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la
relación analítica. Se trata de una repetición de prototipos infantiles, vivida con un
marcado sentimiento de actualidad. Casi siempre lo que los psicoanalistas denominan
transferencia, sin otro calificativo, es la transferencia en la cura. La transferencia se
reconoce clásicamente como el terreno en el que se desarrolla la problemática de una
cura psicoanalítica, caracterizándose ésta por la instauración, modalidades,
interpretación y resolución de la transferencia.

Dentro del marco del psicoanálisis o una terapia psicoanalíticamente orientada, los
procesos inconscientes de vinculación son intencionalmente intensificados con el fin
de descubrir los mecanismos infantiles subyacentes a la neurosis del paciente. A esta
reproducción de la neurosis infantil en la relación con el analista de un modo artificial
se le denomina neurosis transferencial.

Jung utilizó el concepto de neurosis de transferencia en un sentido diagnóstico para


describir a aquellos pacientes, en contraste a los psicóticos, que sí podían transferir
(citado por Laplanche y Pontalis, 1996).

Por su parte, Racker (1990) refiere que se pueden considerar dos tipos de
transferencia: la positiva y la negativa. La primera surge cuando el analizado siente
ciertas gratificaciones por parte del analista y se dispone hacia él con una actitud de
amor, distinta a la cooperación consciente producto de la alianza terapéutica. Por otra
parte, la segunda se produce cuando el paciente revive en la transferencia conflictos
que vivió en su infancia en la figura del terapeuta; normalmente, el terapeuta va a
frustrar los intentos del paciente por actualizar los impulsos, de manera tal que éste
active sus defensas, respondiendo con hostilidad y agresión.

La transferencia positiva es el móvil más importante para superar las resistencias, o


sea, hacer consciente lo inconsciente. Cuando la transferencia se vuelve negativa o
sexual, se convierte en una resistencia y su análisis y disolución adquieren una

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importancia esencial para poder continuar el trabajo. Mientras la transferencia resulta
de este modo un gran peligro para el tratamiento, se constituye al mismo tiempo en su
instrumento más importante, pues la vuelta de los procesos infantiles en la
transferencia hace de ella el mejor medio para hacer recordar aquellas vivencias
reprimidas (Racker, 1990).

Es importante señalar que esta división es enteramente didáctica pues en


"puntualizaciones sobre el amor de transferencia", Freud (1915) describe cómo es
que, por medio de una ilusión, las pacientes mujeres se enamoran de sus analistas
varones. Toma cuidado para demostrarle al clínico lo ilegítimo de dicho amor y resalta
la exclusividad del transferir amoroso en pacientes mujeres así como sus dificultades.
Parece éste un estudio sobre los peligros de la contratransferencia (aspecto que se
ahonda posteriormente).

Ahora bien, en la actualidad la transferencia ya no se concibe enteramente como una


reedición del pasado sino como una nueva experiencia relacional en donde la realidad
psíquica ha seguido su desarrollo reformándose en relación con sus objetos actuales.
La transferencia, esa proclividad de organizar nuestra experiencia relacional actual
según nuestras experiencias afectivas pasadas, no pertenece sólo al pasado sino
también al presente (Gill, 1982). La transferencia se lleva a cabo en una relación
interpersonal subjetiva integrada por paciente y analista. La relación terapéutica
abarca tanto lo real como lo fantaseado que acontece entre ambos, analista y
analizando en donde se incluye la sugestión o influjo del analista sobre su paciente,
como factor inespecífico del tratamiento, y la sugestionabilidad del analizando, en
donde florece la transferencia.

Incluso, Jung (1989) finalmente en 1946, retornó a la inevitable importancia de la


transferencia en el tratamiento analítico:

"No es exagerado afirmar que la mayoría de los casos que requieren un tratamiento
prolongado gravitan en torno a la transferencia, y parece, al menos, que el éxito o
fracaso del tratamiento tiene una íntima relación con ella. La psicología, por lo tanto,
no puede pasar por alto o eludir este fenómeno, y tampoco debe presumirse en la
terapéutica que la llamada disolución de la transferencia sea un hecho claro, sencillo y
evidente".

Y declaró también que: "cabe comparar la transferencia con aquellos medicamentes


que en unos actúan como remedio y en otros como un verdadero veneno … un
fenómeno delicado que adopta innumerables matices, y cuya presencia resulta tan
significativa como su ausencia" (Jung 1989).

Se puede presumir que Jung llego a tal "conclusión" al darse cuenta de la relación tan
importante que hay entre la alquimia y la psicología, así en ala relación terapéutica
paciente y médico se funden, lo cual se refleja cuando afirma que a causa de que el
paciente traslada al médico un contenido activante de lo inconsciente, la influencia
inductiva –que siempre dimana en mayor o menor medida de proyecciones- fija
también en este último el correspondiente material inconsciente. En consecuencia,
médico y paciente se encuentran en una relación fundada en un estado inconsciente
común (Jung, 1989).

Sea como fuere, así, se considera que en la transferencia no sólo se debe considerar
la aparición de emociones y pensamientos del paciente en relación directa al
terapeuta, sino todo aquello que surge en la relación entre ambos, en la llamada
transferencia de situaciones totales. De este modo, también debe considerarse en el
análisis de transferencia el modo en el cual el paciente trata de comunicarse con el

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terapeuta, el modo en el cual intenta aplicar sus sistemas defensivos al terapeuta y su
concepción de mundo, de la forma en la cual la percibe el terapeuta a través de la
contratransferencia.

La contratransferencia sería el conjunto de actitudes, sentimientos y pensamientos que


experimenta el terapeuta en relación con el paciente (Florenzano, 1984). Al igual que
el concepto de la transferencia, la contratransferencia ha poseído distintas
implicaciones: desde una connotación negativa que obligaba a considerarla un
proceso a dominar por completo (Freud, 1915) hasta la actual valoración de este
proceso como una importante herramienta terapéutica necesaria para comprender los
procesos transferenciales del paciente. La contratransferencia da cuenta de un hecho
generalmente olvidado en otro tipo de terapias: tanto el paciente como el terapeuta se
encuentran dentro de una relación que es interactiva, por lo que el paciente se verá
influido por el terapeuta, tanto como éste por el paciente (Menninger y Holzman,
1973).

Al igual que la transferencia positiva, la contratransferencia positiva le ofrece al


terapeuta la energía necesaria para comprender el inconsciente del paciente. La
contratransferencia negativa, por su parte, interferiría en la motivación y en la
"objetividad" del terapeuta para realizar sus intervenciones y sería resultado de la
adopción de objetos negativos del paciente, aunque también podría ser consecuencia
de una falsa comprensión debida la desintegración de los propios objetos del analista.
Así, Racker (1990) distingue dos tipos de contratransferencia: la resultante de la
identificación concordante, o sea, con el yo y el ello del paciente y la complementaria
que resulta cuando el terapeuta se identifica con objetos internos del paciente. En este
último caso se esta frente a la neurosis contratransferencial, la cual es producto de la
neurosis del propio analista, que en la situación analítica revive sus conflictos
estableciendo una transferencia negativa con el paciente.

Para evitar los efectos perjudiciales de la contratransferencia, el analista debe tener


una actitud activa, que le permita sublimar su contratransferencia y mantenerla
positiva, o sea, debe mantener una actitud de amor hacia el paciente, a pesar de las
agresiones que éste le infiera. Esto responde a un principio fundamental "sólo Eros
origina Eros"; vale decir, sólo el amor que entregue el analista será capaz de producir
amor en su paciente, de modo tal de transformar las resistencias de éste en la
transferencia positiva sublimada que permite el trabajo terapéutico.

De lo anteriormente expuesto, se deduce que el terapeuta no puede actuar los papeles


que espera el paciente que asuma, situación de gran importancia cuando los pacientes
tienden a ser manipuladores y difícil de controlar como cuando tienen personalidad
limítrofe. Sin embargo, puede hacerlo cuando las interpretaciones no surjan efecto, y
luego de esta actuación se analiza lo sucedido, convirtiéndose la actuación en un
medio consciente para lograr una interpretación.

Menninger y Holzman (1973) mencionan algunos indicadores de contratransferencia


que podrían interferir con la terapia:

Descuido del encuadre.

Somnolencia durante la atención del paciente.

Tendencia a pedirle favores al paciente.

Tratar de ayudar al paciente extra terapéuticamente.

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Discutir con el paciente.

Cultivar la dependencia del paciente.

Tratar de impresionar al paciente o a colegas con el caso.

Demasiado interés en el caso.

Fomentar la resistencia del paciente.

Por su parte, Jacoby (1992) especifica que:

Jung tenía conciencia del problema de transferencia - contratransferencia y esa fue


una de las principales razones por las que exigió que el analista se analizara
profundamente. En la actualidad, este requisito es obligatorio en casi todas las
escuelas de psicología profunda. Teóricamente, el análisis de entrenamiento reduce el
peligro de que el analista proyecte aspectos disparatados sobre el paciente, queda
claro que ningún análisis de entrenamiento, por completo que sea, puede evitar
totalmente que surjan estas proyecciones. Mientras haya vida, habrá puntos ciegos y
áreas de inconsciencia; de ahí que se da la contratransferencia, sé que si los
problemas de mis pacientes me inquietan de forma autónoma (…) entonces estoy
atrapado en algo que debo trabajar analíticamente en mí.

En resumen, se puede decir que la transferencia – contratransferencia le ayuda al


psicoanalista a ser un incansable explorador de la existencia de su paciente, de sus
motivaciones, de sus circunstancias, de su discurso interior tanto afectivo como
ideacional con sus contradicciones e ideales, tanto del pasado como del presente,
pero aún así, la reconstrucción histórica individual debería ser más un "accidente
buscado" que una "intención preconcebida".

La terapia psicoanalítica se inclina a que el paciente indague en situaciones


traumáticas infantiles con el fin de recuperar recuerdos reprimidos que le generan una
fuente de conflicto. El insight se produce cuando llegan los conflictos inconscientes a
la conciencia y ahí se logra la posibilidad de que salgan a la luz en la situación actual
de la persona y a través de eso superarlos.

Durante la terapia el paciente transfiere imágenes al terapeuta, pudiendo ser en algún


momento una imagen interna de madre o padre, demostrando hacia este (el terapeuta)
los afectos que tiene o tuvo hacia estas personas. Ante esto el paciente debe
interpretar lo que el paciente asocia libremente, es decir aquellas situaciones que
causan conflicto y que están ocultos en el paciente, pero a la vez, sin olvidar los
elementos reales de la relación que se establece entre el terapeuta y el paciente.

En ese mismo, sentido se puede afirmar que: "la psicoterapia junguiana consiste de
dos personas que se reúnen para tratar de comprender lo que está ocurriendo en el
inconsciente de una de ellas … Tarde o temprano será también importante considerar
lo que está ocurriendo entre las dos personas que están involucradas en este proceso.
La llamada relación analítica que se da entre las dos partes es absolutamente
necesaria para que exista un proceso terapéutico. (Jacoby, 1992)

Por otra parte, unir estos conceptos con los propuestos por Rogers parecería tratar de
fundir "el agua con el aceite", pero sin embargo, la posibilidad de construir un "puente
conceptual" puede servir de enriquecimiento para el psicólogo clínico.

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La siguiente hipótesis es el eje de toda la concepción psicológica de Rogers (1972,
1978): "el individuo tiene la capacidad suficiente para manejar en forma constructiva
todos los aspectos de su vida que potencialmente pueden ser reconocidos en la
conciencia".

Dicha hipótesis es el planteamiento esencial de su enfoque, y, a su vez, lo que genera


mayores polémicas.

El hombre, dice Rogers, es positivo por naturaleza, y por ello requiere respeto
absoluto, especialmente en cuanto a sus aspiraciones de superación (citado por Di
Caprio, 1976). De ello se desprende que está contraindicado para el psicoterapeuta
realizar todo tipo de conducción o dirección sobre el individuo; todo tipo de diagnóstico
o interpretación, porque ello constituiría un atentado contra las posibilidades del sujeto
y contra su tendencia a la actualización. Se exige, o mejor dicho, se recomienda,
situarse en el punto de vista del cliente, asumir su campo perceptual y trabajar en base
a ello como una especie de alter ego. Incluso la palabra "cliente" es asumida de una
manera especial: el cliente es aquella persona que responsablemente busca un
servicio y participa del proceso terapéutico de la misma manera; aquella, conciente de
su capacidad de desarrollo no utilizada, que no va "en busca de ayuda" sino que trata
de ayudarse a sí misma.

Se descartan del lenguaje rogeriano los términos paciente, enfermo, curación,


diagnóstico, transferencia, etc., porque connotan dependencia, limitación y falta de
respeto por la persona.

Así, un énfasis sobre el concepto de transferencia puede minar la terapia ya que esto
niega la realidad de la relación. La transferencia es la distorsión de encuentro. El
terapeuta puede ocultarse detrás de ello para protegerse de la ansiedad o el encuentro
directo.

En cambio, la actitud frente a la dignidad del paciente, la aceptación incondicional y el


respeto que se le tiene cobran una importancia tal que se les consideran factores que
favorecen u obstaculizan (de faltar) la adquisición del enfoque centrado en el cliente.
Aceptación y respecto deben estar enraizados en la personalidad del terapeuta, formar
parte esencial de su ser, y ello pasa, antes que nada, por aceptarse a sí mismos.

En síntesis, la hipótesis central propone que el ser humano puede, si se le presentan


las condiciones adecuadas, desarrollarse o actualizarse, ampliar sus capacidades y
ser conciente de lo que experimenta a fin de poder auto controlarse. "No se puede
manejar eficazmente lo que no se percibe concientemente", propone Rogers (1972).
De allí la necesidad de ampliar el concepto de sí mismo del cliente, su self, y de incluir
en él todo (o casi todo) lo que vivencia. Pero no se pretende hacerlo actuando sobre él
sino, como dice Rogers y Kinget (1971), "acompañándolo" en la experiencia,
brindándole las condiciones requeridas y dándole seguridad.

Un terapeuta no versado en el enfoque rogeriano podría argüir que no se ha dicho


nada nuevo hasta el momento, dado que todos los enfoques buscan en mayor o
menor medida favorecer la capacidad de crecimiento, y que todo psicoterapeuta que
amerite tal título debe comenzar por aceptar y tratar de comprender a sus pacientes.
Sin embargo, no se trata sólo de tener piadosamente en cuenta dichos aspectos,
haciendo gala de humanitarismo o de haber tenido un buen entrenamiento. Dichos
aspectos SON la base del enfoque y constituyen, actitudes plenamente asimiladas de
las que se van a desprender las técnicas.

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Parafraseando a Naranjo (1991) la psicoterapia centrada en el cliente no está
conformada básicamente por técnicas sino, esencialmente, por actitudes del
terapeuta, las mismas que pueden ser instrumentalizadas de diversa manera.

Se consideran así dos factores: 1) La actitud que tiene el terapeuta, su filosofía


operacional básica frente a la dignidad y la significación del individuo (hipótesis
básica), y 2) Su instrumentalización a través de métodos adecuados.

Las actitudes del terapeuta deben ser trasmitidas de manera indirecta, impregnadas
en las comunicaciones pero no formuladas abiertamente en ninguna de ellas. A veces
esto no es comprendido planamente y por esta razón algunos asumen que la actitud
centrada en el cliente consiste en ser pasivos e indiferentes, en "no entrometerse".
Pero ello es incorrecto y, más aún, es nocivo, porque la pasividad de hecho es
asumida como rechazo; además, suele terminar por aburrir al sujeto al ver que no
recibe nada.

El enfoque plantea más bien que el terapeuta debe ayudar a clarificar las emociones
del cliente, ser un facilitador en el proceso de hacerlas concientes, y por ello
manejables y no patológicas. Pero no asumiendo un rol de omnisapiente y
todopoderoso, que lleva al cliente de la mano diciéndole "Yo te acepto" y
devolviéndole "masticadito" el material que éste le proporciona.

Si hay respeto sincero y absoluto, procurará más bien que sea el cliente quien dirija el
proceso. En este caso las intervenciones del terapeuta se plantearán como
posibilidades, casi como ecos del material expuesto, y no como juicios de valor,
afirmaciones o interpretaciones.

Las características personales que Rogers (1972) considera necesarias en todo buen
terapeuta que intente instrumentalizar su enfoque son las siguientes: a) Capacidad
empática; b) Autenticidad; c) Aprecio positivo o incondicional.

Es la capacidad de ponerse verdaderamente en el lugar de otro, de ver, sentir,... como


él lo ve y siente. Si esta capacidad es útil a todo terapeuta, es indispensable para el
rogeriano. Según estos, el rol del terapeuta consiste en reflejar la significación
personal de las palabras del cliente, en vez de responder a su contenido intelectual,
debe saber hacer abstracción de sus propios valores, sentimientos y que se abstenga
de aplicar criterios objetivos, racionales.

En una sensibilidad alterocéntrica, como es la empatía depende de la personalidad del


terapeuta, porque la empatía no es algo que se puede adoptar a voluntad según el
momento, igual que no nos podemos mostrar más inteligentes. Por lo tanto, la empatía
es un atributo que no se da así por así, sino que se adquiere con cierta reorganización
del sistema de necesidades, intereses y valores de la persona. La empatía, permite
establecer relaciones interpersonales profundamente significativas y, por lo tanto,
terapéuticas.

Estar con otra persona de esta manera significa que, de momento, se dejan a un lado
los propios valores y punto de vista, en orden a entrar en el mundo del otro sin
prejuicios. Hasta cierto punto quiere decir que se dejan a un lado el propio yo, esto
solamente puede hacerlo una persona que está suficientemente segura de sí misma, y
que sabe que no se va a perder en el posiblemente extraño mundo de la otra persona,
sino que puede regresar al suyo cuando lo desee (Rogers, 1982).

Pero es aquí, donde se deben recordar las palabras de Nietzsche (citado por Bustos,
1980): "No es deseable, ni en última instancia posible, desprendernos del cristal

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observador con todos sus efectos y valores, debemos instalarnos en él y
comprenderlo. Es tan castrante mutilar el intelecto como mutilar el afecto".

Por lo tanto es en el concepto de empatía, donde se puede iniciar la construcción de


ese "puente conceptual". En un inicio se puede suponer que la empatía nace solo con
la identificación. La identificación, nace de la más temprana ligazón afectiva con otro.
La transferencia de sentimientos, como ligazón afectiva, como lazo libidinal, estaría en
relación con la identificación. La posibilidad de transferir sentimientos, con la
sugestionabilidad. La sugestionabilidad, con la posibilidad de "crear lazos". La
sugestión, con el influjo sobre un ser humano por medio de los fenómenos
transferenciales posibles en el (Menninger et al, 1973).

En cuanto a la transferencia, los rogerianos la evitan mencionar, pero no la niegan,


considerando que apenas se da en terapias centradas en el cliente, cuando en
realidad no se dan cuenta que es un proceso esencial para poder empatizar con el
cliente, pues es imposible "eliminar" o "minimizar" o "dividir", la totalidad que somos.

Y es que, si se habla de empatía, no podemos dejar de lado el mecanismo por el que


identifican los aspectos que ven en el otro y que son conocidos al terapeuta. Porque la
identificación es un mecanismo psíquico de comunicación mediante el que se puede
reconocer en el otro cosas conocidas por mí. Pero si estas cosas no se reconocen,
porque no se ha tenido la oportunidad ni la ocasión de percibirlas, no se oyen, ni se
ven, ni se escuchan. Y así, de la misma forma que cuando se acude a un país
extranjero se trata de identificar las cosas que son conocidas y que de alguna forma
permiten reorientarse en aquella cultura, el ser humano y en concreto el profesional,
debe poder identificar aquellos aspectos del otro que le son conocidos. Esa
identificación no deja de ser parte de un proceso por el que se va conociendo el
territorio del otro y por el que se permite encontrar las similitudes y las diferencias
entre mi mundo y el del otro u otros. Recuérdese cómo en líneas anteriores se ha
señalado la necesidad de conocerse lo suficiente a uno mismo como para poder
discriminar lo que pertenece al paciente de lo que pertenece al terapeuta.

Junto a este mecanismo que posee también un carácter defensivo en tanto que sólo
se ve lo que me resulta evidente, pero que posibilita poder ir haciendo propias cosas
que en principio son extrañas, ajenas, aparece otro que conlleva el atribuir a otros
aspectos, afectos o sentimientos míos. Se denomina proyección. Es como el "dar por
sentadas" determinadas reacciones, o el atribuir elementos que en realidad, más
tienen que ver con nosotros mismos que con el otro (Laplanche y Portalis, 1996). Esta
atribución de cosas de uno al otro tiene, más allá de lo defensivo, un elemento que
puede ser útil si se esta al tanto: el de poder procesar qué elementos me pertenecen y
cuáles le pertenecen al otro. Este aspecto que posibilita un reconocimiento mayor de
la individualidad de cada uno, conlleva el mecanismo de la diferenciación. Ese poder
decir "yo soy yo y él es él", o "eso es mío y eso es suyo"; supone también poder ir
diferenciando los elementos identificados, los elementos proyectados y el cómo unos y
otros se articulan entre sí. Y esta comprensión del porqué aparece tal o cual elemento,
porqué ese elemento toma tal o cual forma, todo ello forma parte de la actividad
orientadora y diferenciadora.

También hay que considerar que el fenómeno de la "transferencia" va ligado a la


necesidad de amor insatisfecha, como una manera de buscar su satisfacción. La
transferencia no es un fenómeno únicamente consciente sino que depende tanto de
representaciones conscientes como de las inconscientes. La misma es un proceso de
adjudicación de roles inscriptos en el mundo interno de cada sujeto. Además debe ser

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entendida como la manifestación de sentimientos inconscientes que apuntan a la
rerpoducci+on de situaciones.

Conclusiones.

La presente investigación corroboró la importancia del manejo transferencial en la


psicoterapia. Las proyecciones están siempre presentes y son parte de nuestra vida
diaria. Lo que aporta el trabajo en el consultorio, estará orientado en beneficio del
proceso individual del paciente.

En el proceso curativo, se necesita preparar el terreno para que emerjan sentimientos,


que finalmente es el objetivo a trabajar. Y se requiere de la observación, recolección,
reconexión y finalmente la devolución de los mismos a la psique del paciente.

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