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Este trabajo pretende hacer una aproximación, desde las hipótesis formuladas en el
estudio anterior, a los problemas que nos plantean dos de las que podemos llamar
películas chilenas de Raúl Ruiz. Tres Tristes Tigres, de 1968, y Palomita Blanca, de 1973.
Aquí nos abocaremos a “los tigres”, el segundo largometraje de Ruiz según la filmografía
publicada en Primer Plano, en 1972.1 Se trata de una película que ha incitado intensa y
continua producción crítica entre nosotros. Probablemente la única calificada desde varios
estudios y artículos como obra maestra. Su presencia, por consiguiente, es fundamental
para hablar con propiedad del inicio de la historia del cine chileno.
A mi juicio, Tres Tristes Tigres plantea, abiertamente, el problema chileno del cine
chileno, precisamente en su punto central, aquello que le “hace ruido” al cine chileno, pero
también el lugar del reconocimiento y la identidad. Esto es: 1.- la presencia y los
comportamientos de los sujetos en la diégesis, y 2.- el habla como el lugar perceptible e
insoslayable desde donde emerge sin duda para el espectador esa chilenidad
problemática. Un estudio por venir nos permitirá ver si en Palomita Blanca Ruiz ha
elaborado el problema del sujeto en habla, enmarcándolo y precisándolo todavía más que
en “los tigres”. Pero son las películas las que nos conducen a plantear hipótesis, y no a la
inversa.
Quisiera exponer, muy brevemente, pues el problema requiere atención mayor, una
comprensión sobre el rasgo inaugural en el que está comprometida nuestra película. La
idea de inicio histórico, o inicio de proyectos auténticos, ha sido expuesta con claridad por
Jacqueline Mouesca en el Primer capítulo de su Plano Secuencia de la Memoria de Chile.
No otra opinión expresa la pequeña y efusiva Historia del cine Chileno , de Carlos Ossa
Coo. Una convicción similar respecto a la década 60 ha sido expuesta por Cristián
Sánchez, en un artículo publicado en esta misma revista que nos acoge.2 Lo que quisiera
exponer a mi vez es lo siguiente: al hablar de la historia del cine chileno, tal vez
estaremos de acuerdo que aludimos a cierta discusión, no enteramente inconciente o
involuntaria a los realizadores, entre las películas de una y otra época, y/o las que son
contemporáneas entre sí. Dicha discusión, en los términos abstractos y generales en que
podemos plantearla, trata de los problemas del mundo específico -extracinematográfico
por cierto- y los modos de su traslado al lenguaje cinematográfico. También la discusión
se refiere a los problemas autónomos del cine: cómo se propone cada vez hacer lenguaje
cinematográfico en chile, con el mundo que habitamos y nos determina en tantos
sentidos. Problemas sobre los cuales los realizadores y sus colaboradores deben tomar
decisiones en cada ocasión que se echa a andar la producción de una película. En varios
aspectos, ellos están obligados, o si se quiere condicionados a enfrentar ese marco de lo
heredado y de la inscripción cultural.
La historia del cine chileno comenzaría propiamente cuando las películas realizan la
conjugación entre este mundo específico, que tiene ya sus códigos de comunicación y de
significación, y sus modos gestuales de expresividad (mundo con el cual el cine debe
trabajar al menos como material de construcción), y el ámbito autónomo del lenguaje, la
estética –y el negocio, si es el caso-, del cine. Si la época 60 y “los tigres” en particular es
entendida inaugural, ello ha de ser porque encontramos allí esas conjugaciones
constructivas, o la puesta sobre la mesa de estos asuntos en calidad de discusión
potencial que pueda ser recogida, al modo de la carrera de postas, por películas
posteriores, que revisen -a favor o en contra- sus métodos y sus ideas. La “recogida de
testimonio” es una metáfora de esa discusión de problemas comunes, que hemos
mencionado como factor que hace (o haría) posible una evolución histórica no liberada a
lo inconciente, al impulso de las presiones exteriores, o a la intuición de quienes asumen
la tarea historiográfica. Es discutible, entonces, si los proyectos inauguradores de la
década 60, - entre los cuales se encuentra el de Ruiz- ha tenido una evolución conciente,
o se han interrumpido después de los cambios ciertamente radicales que presenciamos
en las décadas posteriores. Valga tal vez la presente y fatigosa revisión del método de
Ruiz en “los tigres”, para contribuir a los debates actuales del cine nacional.
“Creo que es fundamental realizar un cine que provoque una identificación, o mejor
dicho, una autoafirmación nuestra a todos los niveles, incluso los más negativos.
La función de reconocimiento me parecía –y me parece- la más importante
indagación en los mecanismos reales del comportamiento nacional.” 3
Es aquí donde el proyecto de Ruiz propende su efecto político a largo plazo. Dicho a
título personal, el reconocimiento de los comportamientos de la alienación en la sociedad
chilena, proyectivamente, puede suscitar el reajuste de dichas conductas hechas
concientes. Es claro que el destinatario, o el beneficiario de la indagación, si se me
permite llamarlo así, es el propio individuo balbuceante, cuyo pensamiento está
enrarecido hasta lo ininteligible no sólo por los poderes fácticos visibles, sino por una
culturalidad heredada que lo encierra en el balbuceo y lo destina al soterramiento.
Resulta claro, finalmente, que la indagación se liga necesariamente a la función de
reconocimiento. Podríamos decir que si la primera tiene que ver con el trabajo realizativo,
el reconocimiento está de lleno en el ámbito de la experiencia del espectador, pero que
ambos momentos son consecuencia de los efectos y los mecanismos productivos y
receptivos que el cine está privilegiadamente facultado para suscitar.
Hay otras dos cuestiones fundamentales en las ideas y los métodos de Ruiz, que
revisaremos a continuación. dos ámbitos que implican teorías complejas, como veremos,
y para cuyo abordaje quisiera yo poseer un instrumental analítico mayor o mejor que el
que puedo exhibir. Uno tiene que ver con la percepción y la sensación del tiempo en el
mundo chileno, el otro con la estructura del relato cinematográfico. En el análisis concreto
de la película, en el artículo posterior, veremos que ambos se entrelazan, de modo que
establecer sus fronteras no es lo importante, sino ligarlos a los procedimientos del
lenguaje cinematográfico con los cuales están construidos. Se puede mencionar, entre
dichos procedimientos, una rigurosa planificación, en función de los acontecimientos
mostrados, y la “des-narrativización” de estos acontecimientos.
Al retroceder los niveles y ámbitos que usual y normativamente están en primer plano
en una película del sistema “clásico”: la historia articulada sobre un conflicto central, los
personajes comprometidos en la búsqueda y disputa de objetivos nítidamente
identificables, el retrato psicológico y sociológico de los personajes, el ajuste de la forma
del relato a estos mismos objetivos, emergen a primer plano los niveles que estaban
detrás, cimentando a dichos primeros. En nuestro caso, se hace visible el lenguaje
cinematográfico en sus momentos de enunciación, (el plano, el corte, la escenificación
como ficción), y el lenguaje verbal de los sujetos, sus hablas, junto al gesto físico que la
acompaña. Asimismo, queda compareciendo ante nosotros el “mero permanecer “ de ese
mundo y sus personajes, el modo, cualquiera que sea, de su estar aquí y ahora, que Ruiz
propone como mundo que transcurre en un tiempo circular, donde es indistinto si la noche
es la de ayer o la de hoy, donde no pasa nada. La construcción de esa sensación de
tiempo es posible por la distensión del conflicto central, y a la inversa, un tiempo con tales
características implica la ausencia de ilaciones dramáticas fuertes.
En sus conversaciones del año 2002,7 Ruiz ha respondido a una pregunta sobre el
tiempo en su cine aludiendo a una definición Parriana: los días pasan volando, las horas
son largas y los minutos parecen eternos. Se trata de un estado paradojal, por cierto, que
corresponde bien a otras descripciones del autor: un tiempo donde alguien puede
quedarse dormido viendo una película y despertar en otra película. Esta sensación es, en
cierto modo, la de un transcurrir viscoso, inerte o de agua estancada. Respecto a “los
tigres” René Naranjo pregunta a Ruiz cómo es esto de hacer una película sobre nada.
Ruiz responde que no es sobre nada, sino sobre la nada chilena.8 Dicha nada chilena,
entonces, se compone de transcursos sin gran sentido proyectivo, largas secuencias
donde se habla de la comida, de la política, donde hay discusiones inconexas, donde se
cuentan historias nimias. De ahí, también, la radical diferencia entre las películas de Ruiz,
distanciadas y distanciantes, pero profundamente veraces, y aquellas otras del relato
épico, o un “Chile heroico” que ya hemos mencionado, es el otro modo en que el
problema chileno entró al cine en este período de fines de los 60 y primeros 70, de la
inauguración de su historia, o de su primer proyecto auténtico.
Lo barroco no puede ser épico, dice Ruiz..9 En lo épico tenemos la inminencia del
acontecimiento por suceder, del acontecimiento trabajado por la historia del pueblo: su
liberación, su conquista de sí mismo como sujeto de la historia. En las películas de Ruiz
no hay inminencia de acontecimientos mayores, que deban acontecer, ni por necesidad
Publicado en Revista de Cine Nº5. Magíster en Teoría e Historia del Arte, Universidad de Chile.
Santiago, Diciembre 2003.
NOTAS
1
“Prefiero registrar antes que mistificar el proceso chileno”. Entrevista de S. Salinas, R. Acuña, F.
Martínez, J. A. Said y Héctor Soto en Revista PRIMER PLANO . U. Católica de Valparaíso.
Ediciones Universitarias de Valparaíso. No 4. 1972, pp. 3-21.
2
Mouesca, Jacqueline: Plano secuencia de la memoria de Chile. 25 años de cine chileno.
Ediciones del Litoral, Madrid, España, 1988.
Ossa Coo, Carlos: Historia del cine Chileno. Empresa Editora Nacional Quimantú, Chile, 1971
Sánchez, Cristián: Cuando el cine chileno empezó a hablar. {Tres décadas de cine en Chile.
1960/1990} Textos de cine y video chilenos. ENART'90. Primer encuentro nacional de arte y
cultura. 31 Agosto-15 Septiembre 1990. Republicado en REVISTA DE CINE, No 2, Julio 2002.
Departamento de Teoría de las Artes. Facultad de Artes, U. de Chile.
3
“Prefiero registrar …” (loc. Cit.) pp.6
4
“Prefiero registrar …” (loc. Cit.) pp.7
5
“Los diálogos fueron escritos por mí previamente. A pesar de que están dichos de una manera
naturalista…porque los diálogos son una especie de decantación de una pre-lógica de pensar; una
anormalidad gramatical del lenguaje que corresponde a una anormalidad de las situaciones y a
una anormalidad general…el acento chileno está forzado para lograr eso.” “Trabalenguas y Tragos
Tristes”. En: Revista Cine Cubano 63-65, Cuba, La Habana, 1971. (Citado y transcrito por Claudia
Gutiérrez y Sebastián Díaz, Historia del Cine Chileno, Memoria. 1997).
6
“Prefiero registrar …” (loc. Cit.) pp. 11
7
Semana de Raúl Ruiz. 22 al 28 de Agosto 2002.