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5 de Diciembre de 2008
Horacio Bojorge, S.J., En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia
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Veamos aquí algo de lo que nos dicen sobre la acedia los Padres del
monacato.
Casiano, Evagrio Póntico y otros Padres del desierto, ponen la acedia en
relación con ciertas horas del día. Esto se explica teniendo en cuenta los efectos
físicos de los ayunos monacales y del clima del desierto, el consiguiente
debilitamiento físico, la languidez, que predispone a la tristeza o a la irritabilidad
contra la vida monástica. "Por eso — explica Santo Tomás — los que ayunan
hasta el mediodía, cuando comienzan a sentirse faltos de alimentos y afectados
por el calor del sol, son atacados más vivamente por la acedia"134.
Casiano observa que: "principalmente hacia la hora sexta — la hora de la
siesta — la acedia tienta al monje, acometiéndolo en tiempo marcado, como la
fiebre palúdica, produciendo en su alma paciente los accesos más agudos a horas
fijas y determinadas"135.
El mismo Casiano considera que: "los eremitas y monjes solitarios son más
combatidos por la acedia, y que es un enemigo más tenaz y frecuente de los que
viven en el desierto"136. Y en otro lugar, describe a la acedia como "ansiedad de
corazón o tedio"137. Es ésta una denominación interesante y a tener en cuenta,
porque nos permite comprender cuánto hay de acedia en lo que llamamos
aburrimiento, ya sea dentro como fuera de la vida religiosa.
San Gregorio considera la acedia como tristeza 138. La distingue de otras formas
de tristeza, y entre ellas, de la envidia139. Distinción que es un gran avance en la
sabiduría espiritual y pastoral de nuestra tradición y que será provechoso
recuperar.
San Gregorio enseña que la malicia de la acedia le viene de ser "tristeza por el
bien de Dios y por los bienes espirituales que están relacionados con el bien que
es Dios"140.
A este trastocamiento que lleva a entristecerse por el bien divino, subyace una
perversión de la percepción y del juicio creyente, una aprehensión de lo bueno
como malo y de lo malo como bueno141.
Además de la acedia monástica, ya bien descrita por los Padres del Desierto,
hay muchas otras formas de acedia que hacen sus estragos sin que se las
reconozca, porque no se las ha descrito en sus formas variantes. Los Padres del
desierto nos han dejado una precisa descripción de cómo la acedia ataca al
monje, pero se engañaría quien pensase que sólo a los monjes los acecha ese mal
y que ataque a todo el mundo sólo con esos síntomas.
En la vida monástica la acedia se observa en condiciones de
laboratorio. Sin embargo, no es tentación exclusiva de religiosos
contemplativos y monjes de clausura. Con algunos rasgos diferenciales puede
observarse en la vida de todos los religiosos y demás creyentes. Pero la tentación
de acedia se presenta mucho más intensa y violentamente cuando el alma se
propone avanzar por el camino de la Caridad, como es el caso de los religiosos,
que aspiran a la perfección.
En los religiosos de vida activa la tentación de acedia se disimula a veces bajo
las formas de su actividad apostólica, que extremada y transformada en
activismo, conduce al abandono de la oración y a una efusión pelagiana en la
acción, como si de ella fuese a provenir el fruto espiritual.
Las Virtudes Teologales pueden languidecer en el alma del apóstol, cuando
éste se pone a sí mismo o se busca a sí mismo en la acción apostólica,
olvidándose de la gracia-eficaz para confiar en la eficacia de su acción propia; o lo
que es más grave, desviando la acción apostólica de sus fines últimos hacia sus
propios fines.
En la acción apostólica se puede buscar uno a sí mismo. Puede buscar el éxito
en las propias tareas apostólicas, la consideración, el reconocimiento y el respeto,
en una palabra, no tanto ni en primer lugar la gloria y santificación del Nombre
del Padre cuanto el propio buen nombre y prestigio.
Entre los religiosos de vida activa, donde la acción es importante, puede
buscarse la dominación y es más fácil aspirar al mando bajo apariencia de bien,
ilusionándose en que bajo el propio mando se hará más bien y mejor.
Por fin, como las obras apostólicas implican muchas veces el uso de
cuantiosos bienes económicos y materiales, puede cobijarse de este modo, fácil e
inadvertidamente, la codicia y el deseo del lucro en el corazón de los religiosos
activos, no sólo en individuos aislados, sino incluso a nivel congregacional.
Por todas estas puertas, los religiosos de vida activa pueden volver a
instalarse en el mundo que habían dejado. Como dijimos antes, pero parece
oportuno reiterarlo aquí: lo mundano se reencuentra y se reinstala en el ámbito
congregacional, y es ahora allí donde se busca el lucro, el vano honor y el poder.
En ese mundo que conserva una apariencia eclesiástica, se sigue usando las
etiquetas de la piedad para encubrir la búsqueda de sí mismos y los negociados
de los propios intereses en vez de los de Cristo, pero en él ha desaparecido el
gozo de la gracia. Prospera allí la acedia que se ensombrece ante los gozos
auténticos de la caridad, como ante un reproche a su falsía. Unos fervores y unos
entusiasmos pelagianos, en la realización de los propios planes y propósitos, son
los sucedáneos del consuelo de la gracia.
Y cuando se extinguen hasta estos fuegos fatuos de fervores humanos entre
las últimas cenizas del amor divino que ya no quema el corazón, y dado que éste
necesita algún calor, se le proporciona el de las emociones — que ojalá sean
siempre inocentes — de la industria del entretenimiento. Da pena ver a religiosos
llamados a ser agentes de la Civilización del Amor, convertidos en espectadores
pasivos, absortos en la contemplación del espectáculo de este Mundo, en éxtasis
ante la televisión como ante un sagrario151.
5.5.1. Un ejemplo actual
"A los dos años de haber profesado, me llegó el primer traslado. Destino:
Capital Federal. Ciudad que nunca me gustó por la aglomeración de gente, por la
misma idiosincrasia de sus habitantes, y porque estando en medio de una
multitud, uno puede llegar a sentirse angustiosamente solo, tal es la indiferencia
para con los que pasan al lado.
Inconscientemente, ese rechazo lo trasladé al plano espiritual, de tal manera
que para mi sensibilidad, uno era el Jesús provinciano, y otro el capitalino. Para
poder rezar, necesitaba cerrar los ojos, "viajar" a la Capilla de nuestra Casa
Madre, y olvidarme del Jesús " porteño, cancherito y sobrador" que me imaginaba
tener delante.
Cada vez se me fue haciendo más difícil la oración. El sagrario era
simplemente una caja, vacía de contenido y significado, ante la que "perdía" una
hora diaria sólo porque mis formadoras habían insistido siempre en que no
abandonara esa hora por nada del mundo. En realidad, lo que me empujaba a
perder la hora, era más la fe en ellas, que no la fe en Dios y en su Presencia. No
pasó mucho hasta que este vaciamiento alcanzara también a la celebración
Eucarística y demás actos de piedad. Me resultaba ridículo ese hombre que, todos
los días, se disfrazaba con tanto trapo, para hacer siempre lo mismo, decir
siempre lo mismo, y en definitiva, nada útil. Me acercaba a comulgar porque
recordaba haber estado en mi sano juicio cuando lo hacía con fervor, y que si
realmente había algo de cierto en lo que entonces había creído, llegaría el
momento en que todo volvería a ser como antes. El Sacramento de la
Reconciliación, era una obligación más, y no la más grata por cierto, pero al que
en ningún momento logré ver como mi tabla de salvación. El Rosario, rezado en
comunidad, era lo más monótono y enfermante del día. Es cierto que lo
rezábamos demasiado ligero pero, como a todo lo demás, veía ridículo hacerlo de
ese modo. Sin embargo, si por alguna razón debía rezarlo sola, lo más frecuente
era que, directamente, lo suprimiera. Lo mismo con la Liturgia de las Horas.
Creo que todo esto despertó en mí el deseo de huir de alguna manera. Y así
terminé dejando mi tendencia natural al silencio y a la lectura, supliéndola con
largas mateadas con las chicas del interior que vivían con nosotras, sumándome a
cuanta salida hubiera que hacer a la calle —aunque volviera aturdida con la
ciudad— y, lógicamente, el televisor...
En cuanto al apostolado, llegué a temer las horas de Catequesis con el
Secundario. Iba tensa y volvía deshecha. No podía entregar lo que no tenía. Y con
las alumnas estaba a la defensiva: temía que hicieran preguntas, que emitieran
opiniones y "me mataran" lo poco o nada que me sostenía.
No sabría decir exactamente, cuánto tiempo estuve así, pero sí que fue la
mayor parte del año. Los Ejercicios anuales no pasaron de ser "un respiro", en el
que, por muy corto tiempo, todo volvía a tener algún sentido. No tardé mucho en
volver a caer en el mismo cuadro.
Estando así, llegó el tiempo de presentar la solicitud de la Renovación de
Votos. Tuve fuertes tentaciones de no hacerla, pero una y otra vez me venía a la
memoria la frase que un sacerdote —el que me había bautizado— me dijera antes
de ingresar en la Congregación: "El Señor es el menos interesado en que te
equivoques. Si buscas sincera y honestamente cumplir su voluntad, ésta se te
manifestará en tus Superiores". Finalmente tomé coraje y la presenté, convencida
en mi interior de que no me aceptarían. ¿Cuál no sería mi sorpresa cuando,
después de dos meses o más, la Secretaria General me notificaba que había sido
aceptada!
A partir de ese momento "algo" se liberó en mí. Me sentí más liviana y como
un rayito de luz que entraba de a poco en mi mente y en mi corazón, y me
permitía ver que el mismo Dios que me había elegido seis años atrás, volvía a
elegirme ahora. Y comencé el camino de retorno a El."
Pero en las circunstancias del mundo actual los motivos de la acedia escolar
tienden a agudizarse y diversificarse. Diríamos que la acedia aggiorna sus
motivos, amplía y diversifica su repertorio. A ello contribuyen muchos factores.
La disolución familiar multiplica los niños-problema. Éstos, que eran antes
excepción, ahora son en algunos lugares tan numerosos que parecen ir rumbo a
convertirse en desalentadora mayoría. Los nuevos "huérfanos de padres vivos",
como los ha llamado Juan Pablo II en su Carta a las Familias, se hacen a veces
tan difíciles de manejar como las tunas. Estos "abandónicos" (vulgo guachos,
proverbialmente mal agradecidos) se cobran a menudo de la autoridad docente
las deudas que sienten que les debe la autoridad paterno-materna; y con la
característica injusticia y crueldad infantil, suelen desahogar en sus maestros los
rencores que abrigan contra sus padres. Son las antípodas del alumno agradecido
que hace tan gratificante el ejercicio de la vocación docente. Bastan unos
poquitos, a veces uno, para arruinar con su inconducta la atmósfera del aula.
A esas actitudes hostiles, a los problemas de conducta con que se expresa esa
hostilidad y a los consiguientes cortocircuitos disciplinares, se suma la creciente
desmotivación infanto-juvenil para el aprendizaje. Algunos hablan de un
'derrumbe espectacular' de los niveles tanto del interés por, como de la capacidad
para aprender. Según me confiaba afligido un viejo maestro: "El rendimiento
intelectual no ha dejado de descender por décadas y no se sabe cuándo tocará
fondo".
Pero el desinterés de los jóvenes es particularmente doloroso para los
religiosos cuando se lo encuentran, redoblado si es posible, en las clases de
religión o catequesis; precisamente allí donde ellos aspirarían a comunicar a las
nuevas generaciones los misterios que les son más entrañables y que constituyen
los motivos últimos de su consagración religiosa. Cierta vez me llamaron a tomar
las clases que había dejado una religiosa, la cual había entrado en crisis de fe
debido a la indiferencia de sus alumnos de catequesis.
En este caldo cultural proliferan problemas aún más graves que los de
disciplina en el aula, el deterioro del clima docente, el desinterés y el bajo
rendimiento intelectual. Me refiero a las relaciones afectivas y emocionales
prematuras, de las que fácil e insensiblemente se pasa a la disolución moral. Los
"abandónicos" (insatisfechos-afectivos-crónicos), se convierten en esos
adolescentes que vemos "arreglarse" precozmente, y que a falta del amor de sus
mayores, buscan ávidamente el de sus semejantes. Cuanto mayor ha sido el
abandono paterno-materno más precoz parece ser el desquite afectivo que se
procuran estos casi preadolescentes, con la captación de una parejita. Dentro de
ese contexto tienen lugar las relaciones sexuales prematuras y los igualmente
prematuros y catastróficos embarazos precoces.
Junto con la insatisfacción afectiva, entra también el sinsentido en el corazón
de los jóvenes y los arrastra en forma creciente a la droga y en ocasiones también
al suicidio.
¿Puede imaginarse el ambiente de un aula donde, a la distracción crónica que
introduce la preparación del viaje de fin de año, se suma el bombazo de una
compañera embarazada por un compañero, o el escándalo de ribetes policiales
que provoca un condiscípulo cuando se descubre que se drogaba y pasaba droga?
¿Qué paz tienen esos corazones adolescentes para interesarse por las materias
curriculares?
Evidentemente, estamos en otros tiempos. En la institución escolar de
nuestros días se plantean, debido a estos nuevos hechos, situaciones para las que
nadie estaba preparado. Ni a nivel de la misma institución colegial, ni muy a
menudo a nivel de las instancias de conducción o gobierno escolar: civiles y/o
congregacionales. Se genera así una incómoda y frustrante sensación de
impreparación o incapacidad ante situaciones que parecen desbordar a todos. Una
ola contracultural parece arrasar todos los diques escolares y ponerlos en
evidencia como insuficientes, ineptos y anticuados. ¿Para qué seguir gastando el
tiempo y la vida en esta tarea frustrante y en apariencia cada vez más ineficaz e
inútil?
Los problemas que venimos enumerando son potencialmente aún más
conflictivos porque, habiéndose resquebrajado la unanimidad de los juicios, no
sólo morales sino también psico-pedagógicos, las medidas que toman ante ellos
las autoridades del colegio pueden y suelen ser criticadas y condenadas por los
padres, por docentes, y a veces, ni siquiera gozan de la unánime conformidad de
la comunidad religiosa. La demagogia de muchos docentes los impulsa a
condescender y a ceder sin límites ante los desbordes juveniles y los jaques
culturales. Eso no facilita las cosas a los pocos que sienten que deben resistir y
mantener ciertas exigencias aún a costa de ser impopulares. ¿Habrá que seguir
luchando con molinos de viento?
Las cosas se complican aún más, cuando, en ocasión de los flirteos con la
marihuana o de la drogadicción de algunos alumnos, se entra en terrenos donde
se puede incurrir en delito o en riesgoso contacto con la corrupción de autoridades
o funcionarios policiales y hasta judiciales. ¿Qué hacer con esos forasteros que
rondan las puertas del colegio pasando droga y de los que se desentiende todo el
mundo, hasta la policía?
Súmense los conflictos con padres que transfieren al colegio la culpa por la
educación que no supieron dar ellos mismos a sus hijos. También de parte de
estos padres "abandonadores", le llegan al docente reproches en vez de
agradecimientos.
Dentro del mismo cuerpo docente no faltan los conflictos y motivos de acedia.
Los religiosos están en una delicada situación de colegas con sus codocentes
laicos. En el colegio repercuten las medidas de paros sindicales, que exigen cada
vez negociaciones y acuerdos. Suele haber también situaciones difíciles en ocasión
de despedir docentes, de redistribuir horas dejadas por un docente que se retira,
de incorporar a alguien nuevo en su lugar, de nombrar o ascender personal a
cargos de dirección.
Por si todo esto fuera poco, ha venido a sumarse la creciente complejidad de
la legislación y reglamentación escolar. La responsabilidad legal y hasta penal que
puede derivar de accidentes ocurridos dentro de la escuela, hace que aún
incidentes nimios hayan de ser tratados cautelarmente como graves.
La Ley Federal de Educación ha significado en la Argentina un jaque a todos
los niveles: desde el edilicio, pasando por el ingente papeleo burocrático, hasta la
sobrecarga que exige el estudio de los mismos y/o la asistencia a los cursos de
capacitación o reciclaje. Esta nueva Ley ha trasmitido algunos metamensajes
negativos, aptos para sembrar desánimo entre docentes y directivos. Uno de ellos
es la implícita evaluación negativa de todo lo que se sabía y trasmitía durante
años. Otro, la obsolescencia e inutilización por vía legal, de la capacitación de
algunos docentes. En algunos de ellos, especialmente los más antiguos, al
desánimo por tener que reemprender a su edad un reciclaje profesional exigente,
se suma el hecho de que ven amenazadas sus fuentes de ingresos para la
supervivencia familiar, a la que ya estaban atendiendo con una máxima carga
horaria.
Otra fuente de preocupación: en algunas provincias las autoridades recortan,
retacean, mezquinan o retrasan los pagos de aportes del gobierno. O los vinculan
a tales condiciones que de hecho lesionan el principio de libertad de enseñanza.
Se practica una cierta extorsión administrativa sobre la enseñanza eclesial. Estas
vejaciones económicas agregan un factor más de preocupación administrativa a
los religiosos, a la vez que de irritación a su personal docente laico — por más fiel
y adicto que sea a la institución escolar —, cuando ve retrasado el pago de sus
haberes. También estos malestares refluyen sobre el ánimo de los religiosos.
A veces, los cambios de legislación y reglamentaciones, se convierten en un
verdadero jaqueo legislativo que mantiene continuamente en vilo a los
responsables y obliga a movilizaciones desgastantes y fatigosas a la larga. Desde
el Congreso sobre la Educación parecería que no ha cesado ese jaque educativo
en la Argentina.
Por fin, aunque no sea lo menos importante, están los motivos comunitarios y
congregacionales que preocupan o entristecen. En los colegios o comunidades
docentes el número de religiosas/os que componen la comunidad, lejos de crecer
va disminuyendo, a veces drásticamente; donde amenaza seguir disminuyendo a
falta de relevos en el horizonte, la sobrecarga de trabajo llega a ser agobiante y
esa falta de perspectiva de relevos desmoraliza y causa desesperanza. Cada vez
más tareas y problemas recaen sobre las espaldas de cada vez menos hermanas.
La fatiga de las hermanas que llevan el peso de los colegios se agrava en el caso
de hermanas jóvenes que, además de una carga horaria docente respetable,
están realizando paralelamente cursos de capacitación; o en el de hermanas
directoras ocupadas en cursos de reciclaje para adaptarse a la nueva Ley y en la
presentación de proyectos educativos que van y vuelven con observaciones y
nuevas exigencias.
Pongamos por fin las dificultades para cultivar el espíritu y la mística de la
propia vocación. No es fácil encontrar directores espirituales o confesores ni
animadores espirituales en localidades pequeñas y alejadas; ni el tiempo para
nutrirse con buenas lecturas que alimenten luego la oración. Esto despierta en los
religiosos más responsables y celosos por su vida de piedad, sentimientos de
culpa por el déficit en los ejercicios espirituales; la sensación de propia
imperfección y la insatisfacción consigo mismo al no lograr superar los propios
problemas espirituales y aún morales. Al frente de lucha de los motivos exteriores
se suma este otro frente interior de motivos de acedia, que impiden o destruyen
la consolación y el gozo de la caridad. En estas situaciones prolifera fácilmente la
desesperanza, la tibieza real o sentida, la instalación en estados permanentes de
desolación que son potencialmente destructores y peligrosos para la vocación de
las más jóvenes y para la alegría en su vocación de las mayores.
Sobre estas situaciones se instala fácilmente la acedia, la tristeza en vez del
gozo por su vocación y su tarea docente.
5.5.3.4. Algunos rasgos de acedia docente
Con este libro queremos llamar la atención sobre las formas sociales y
culturales de la acedia. Particularmente grave es la situación cuando la tentación
de acedia escolar, deja de ser asunto privado, de un religioso en particular, y se
congregacionaliza. Es decir, cuando ya no es un individuo sino una comunidad y
hasta toda una congregación, la que está afectada, sin advertirlo, por una forma
socializada e institucionalizada de acedia escolar. Entonces, la institución, no sólo
ya no ayudará a los individuos a discernir y vencer la tentación, sino que la
sembrará activamente en sus miembros, desalentará a los fervorosos,
culpabilizará a los que aún quieran cultivar la mística de su carisma y llegará
incluso a convertir su tentación en doctrina; racionalizará sus deserciones y
terminará dejando los colegios, convencida de que está prestando un servicio a su
congregación y a la Iglesia. Nada significará para ellas que, desde el obispo hasta
el último fiel, todos manifiesten su dolor por el cierre del colegio. ¿No es bien
posible que en muchos casos de abandono de instituciones escolares y de crisis de
congregaciones educativas ocurridos en las últimas décadas, haya intervenido la
tentación que tratamos de señalar aquí?
Está muy amenazada hoy la alegría de la vocación docente en un colegio de
una congregación religiosa. Las religiosas del colegio tienen que presenciar a
menudo que, habiendo alcanzado la acedia a superioras y formadoras, éstas no
quieren que sus jóvenes "sufran lo que yo sufrí en aquél colegio"; por lo que las
envían a alguna pequeña comunidad inserta en medios populares; tratan de
reorientar desde la formación el futuro de la congregación hacia otros rumbos y se
desentienden de los reclamos de las que aún creen en los colegios que quiso el
fundador.
En algunas congregaciones, donde la acedia docente institucionalizada ha
ganado a superioras mayores y formadoras, las hermanas que llevan el peso de
los colegios tienen que mirar con hambre y desde lejos a un puñadito de
hermanas jóvenes que están en formación... para otra cosa. El metamensaje es
claro e hiriente.
La acedia institucionalizada formula profecías contra los colegios y su futuro, o
mejor dicho, profetiza que no tienen futuro. Y pone todos los medios para realizar
esas profecías, aplastando toda resistencia que pudiera demostrarlas falsas. Los
que en medio de todo esto aún encuentran el gozo de la caridad en su vocación
docente, están hoy en un huerto de los olivos.
5.5.3.7. Conclusión
He tratado de describir los motivos y formas del tipo de acedia que ataca a la
vocación docente de religiosos y congregaciones religiosas. He mostrado cómo los
motivos de acedia se agigantan debido a la lucha contracultural moderna y
postmoderna y cómo logran su objetivo desanimando y entristeciendo a
educadores y congregaciones educativas católicas. La sumatoria de esos motivos
constituye una presión muy fuerte que ha empujado y de hecho amenaza con
seguir empujando a la acedia escolar a muchos religiosos docentes. Conforma una
cierta atmósfera de acedia escolar que puede contagiar a enteras congregaciones
enseñantes y puede escalar hasta sus gobiernos congregacionales.
Sobre esa tentación de acedia llegan cabalgando diversas tentaciones,
individuales o colectivas, que cohonestan la fuga y la deserción del frente de lucha
docente: la vida contemplativa, el concepto amplio (el otro es tácitamente
calificado de estrecho) de educación, la opción por los pobres y la inserción en los
medios populares, etc. etc.
Es necesario advertir el fenómeno espiritual y combatirlo con medios
espirituales. En lugar de desertar el frente de lucha, hay que concentrar las
fuerzas y hacer un esfuerzo doblemente lúcido y creativo para poner sobre nuevas
bases las obras docentes y asegurar su libertad docente frente a los intentos de
sojuzgamiento o liquidación que provienen de la cultura dominante.
Escrúpulos
Otra ofensiva de esta misma índole contra el gozo de la Caridad son los
escrúpulos154, cuya naturaleza es la misma: un pensamiento que milita contra el
gozo del alma justa:
"Si ve (el enemigo) que un alma justa no consiente en sí pecado mortal ni
venial ni apariencia alguna de pecado deliberado, entonces el enemigo, cuando no
puede hacerla caer en cosa que parezca pecado, procura (por lo menos) hacerle
poner pecado donde no hay pecado, así como en una palabra o pensamiento
mínimo"155.
Ya se deja ver la condición sádica de la acedia del enemigo y su ensañamiento
contra el gozo de la Caridad.
Los escrúpulos — enseña San Ignacio — por un tiempo, aprovechan al alma.
Pero hay almas a las que los escrúpulos, convirtiéndoles el gozo de la gracia en
tormentos de ley, pueden disuadirlas del camino del fervor de la caridad y la
amistad con Dios. El tormento de los escrúpulos puede llegar a hacer odiosa la
amistad de Dios y precipitar al alma en la acedia, o alejarla del camino ascético y
hacerla volver a derramarse en las cosas.
Esta doctrina ignaciana de discernimiento es necesaria para preservar el gozo
de la caridad, y la caridad misma, contra los ataques abiertos o embozados. Los
pensamientos y razones aparentes que se presentan al alma como buenos y
santos, son sin embargo los que, cuando han fracasado los demás medios, saca a
relucir el enemigo del gozo, para emplear contra él sus armas más sofisticadas y
temibles156. Contra las razones con apariencia de bien y de verdad, el gozo
siempre tiene, de antemano, la discusión perdida. Porque en toda discusión
siempre es el gozo quien "se va al pozo".
Se sigue que en la vida espiritual, hay que proteger el gozo y el consuelo de la
caridad contra las razones aparentes, contra los espíritus discutidores,
perfeccionistas, impugnadores, suspicaces (los maestros de la sospecha),
escépticos o simplemente distractivos. Como se protege el buen vino del contacto
con el aire para que no se avinagre.
Otros ejemplos
7.) PNEUMODINAMICA DE LA
ACEDIA
Después de describir el fenómeno de la acedia llega el momento de hacer un
esfuerzo por comprenderlo; por investigar las causas de este hecho
espiritualmente tan extraño; y por explicar la "mecánica" de esta disfunción
espiritual. Llamo pneumodinámica de la acedia a esta exploración de las fuerzas
espirituales y psicológicas implicadas en la acedia, por analogía con el capítulo de
las ciencias físicas llamado dinámica, que se ocupa del estudio de las fuerzas
naturales.
¿Cómo es posible que alguien se entristezca por el bien de Dios?
Lo que parece imposible y absurdo en teoría, hemos visto que es una notoria
realidad de experiencia. Tratemos pues de mostrar cómo es posible lo que
parecería imposible.
Acedia y Pereza
La Rebelión de la Concupiscencia
Hay que advertir bien, que los bienes pasajeros no son — de suyo y según el
orden primitivo de la creación, anterior al pecado original — ni irreconciliables ni
opuestos al bien permanente ni a la comunión de las creaturas con el Creador. En
la visión creyente, en efecto, el bien de las creaturas proviene del Creador y ha de
servir a la comunión con El.
Es la oposición e irreconciliación de los apetitos del hombre herido por el
pecado, la que proyecta su irreconciliación y su antagonismo sobre esos bienes.
Es la oposición de los apetitos de la carne a los del espíritu — consecuencia del
pecado original — la que produce gozos y tristezas, paces e iras, deseos y
temores opuestos entre sí, respecto de unos bienes u otros.
Cuando el bien de Dios aparece como privando — o amenazando privar — de
sus bienes propios al apetito carnal y mundano, entonces, ese bien es tenido por
mal, y sobreviene la acedia, la tristeza, la ira y hasta el odio.
Dado que a veces el amor a Dios imperará la renuncia a bienes prescindibles,
esa renuncia implica una mortificación de los apetitos concupiscentes y la
consiguiente tristeza o ira de dichos apetitos.
Esa mortificación del apetito carnal por el espiritual, o del amor mundano y
sus concupiscencias por el amor divino, es la que, por excitación de lo irascible del
apetito carnal mortificado, inclina a considerar al Bien divino como causa de la
privación de un bien, o sea como causa de un mal. Y esto explica la acedia,
permitiéndonos entenderla como una tristeza de los apetitos de la concupiscencia,
ante aquél Bien que los priva de hecho, o puede privarlos, de sus bienes
específicos.
En realidad, no son los bienes los opuestos entre sí, sino los apetitos. El
fundamento de la incompatibilidad de los apetitos contrarios no es la
inconmensurabilidad de sus respectivos bienes, unos transitorios y otros
duraderos, sino el hecho de que tanto los unos como los otros no son realmente
conocidos y apreciados en su bondad si no es por la fe. Sólo la vida en el Espíritu,
que presta su real consistencia a los bienes eternos, puede subordinarle los
efímeros y sacrificárselos si es necesario. De modo que la oposición radical, no es
la que pudiera ponerse entre los bienes, o la que puede experimentarse entre los
apetitos, sino la que existe entre percepción creyente y la percepción incrédula,
entre la percepción espiritual y la percepción carnal.
Y esa percepción y evaluación creyente de los bienes, tiene también a los
propios apetitos y a sus respectivas solicitaciones, como objeto bueno o malo, y
elige o desecha uno u otro de esos apetitos, en cuanto quiere y consiente en
querer con el uno y no quiere y se niega a querer con el otro.De modo que el
cristiano toma posición ante sus propios quereres, como buenos o malos, como
bienes o males.
La mortificación es la virtud cristiana por la cual se acepta la crucificción de un
apetito en aras del otro, como estilo de vida. San Juan ve en esa capacidad de la
fe para hacer morir los apetitos contrarios, la verdadera victoria del creyente, su
participación en la victoria del crucificado.
Así se explica el surgimiento de la vida monástica como el propósito de llevar
la mortificación y la renuncia a un grado heroico, en un estilo de vida donde se
radicalizan las virtudes teologales. Las privaciones ascéticas mueven a disgusto, a
tristeza y por último a ira, contra los bienes espirituales en cuya búsqueda se
embarcara el monje en su aventura ascética. Donde el deseo espiritual se
radicaliza, también se agudiza la resistencia y la tentación de acedia, que — como
vimos — da lugar al duro combate del monje.
Así también se explica — por el contrario — la acedia con que el pecador
rechaza los diez mandamientos y se entristece por la voluntad divina como
obstáculo que se opone a la realización de sus deseos.
Así — por último — se explica por qué la civilización de la acedia, enemiga de
la Cruz, se opone a la Iglesia y a la revelación cristiana, la cual pone límites a la
voluntad del Hombre, sometiéndola a la voluntad divina, a ejemplo de Cristo.
Temor o Miedo
"El gozo del Señor es vuestra fortaleza, no estéis tristes" (Nehemías 8,5). La
frase es del sacerdote Esdras el día en que leyó la Ley de Moisés ante el pueblo en
la plaza que estaba frente a la Puerta del Agua, en Jerusalén, durante la Fiesta de
los Tabernáculos restaurada. Se trata del gozo resultante de escuchar la Palabra
de Dios y de creer en ella, del gozo de la fe y el amor a Dios.
Por su parte, Jesús, en la última cena y para fortalecer a sus discípulos de
cara a la prueba de la Pasión y a las futuras persecuciones, habla de un gozo suyo
y de sus discípulos: "Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros y
vuestro gozo sea pleno" (Juan 15,11).
Son las Palabras de Jesús las que están destinadas ahora a ser fuente de gozo
para sus discípulos, como lo eran en tiempo de Esdras las de la Ley para el
pueblo. Por el contexto, se ve claramente que el gozo de Jesús es el que proviene
de su amor al Padre, y que el gozo de los discípulos es el que provendrá de su
amor a Jesús y de ellos entre sí. Se trata pues claramente en este pasaje, del
gozo de la Caridad al que se opone la acedia. El contexto de anuncio de
tribulaciones y pruebas, sugiere la misma misteriosa vinculación entre gozo y
fortaleza: "vuestra tristeza se convertirá en gozo" (16,20). La frase nos recuerda
el género paradójico de las bienaventuranzas. Hay una misteriosa pero íntima
vinculación entre este gozo y la paciencia en las tribulaciones. El amor da fuerza
para sufrir incluso la ingratitud: "todo lo soporta, todo lo perdona...(1 Cor 13,7).
La historia de Sansón (Jueces 13-16), ilustra con su fondo y su forma, lo que
decimos. En el episodio del enjambre de abejas y el panal de miel que Sansón
encuentra en el cadáver del león, y en la adivinanza que Sansón propone a los
filisteos inspirándose en este hecho, se reflejan los temas de la dulzura y la
fuerza. Tanto la fuerza del amor de Sansón por Dalila, como la del vigor físico de
Sansón, que forman la trama de esta historia.
El héroe es débil por su pasión hacia Dalila y fuerte por su amor al pueblo de
Dios: "Del que come salió comida y del fuerte salió dulzura"(Jueces 14,14). "¿Qué
hay más dulce que la miel y qué más fuerte que el león?" (14,18). La debilidad de
Sansón por amor hacia una enemiga ingrata y traicionera, refleja a su manera el
drama del amor de Dios. La misma que lo devora, lo hace vivir. Sansón es fuerte
en su debilidad, por fidelidad a la ingrata, como Dios. El mismo nombre de
Sansón, Shimshon, derivado de "Sol" (en hebreo = Shémesh), sugiere a la vez la
dulzura y la fuerza del sol, además de sugerir una asociación mesiánica. El
corazón de Sansón es fiel a su pueblo y fiel a la enemiga y los amores
contrapuestos no se contrarrestan en él.
Dulzura de la miel y fuerza para el combatiente fatigado encontramos también
en el episodio de Jonatán, quien exhausto del combate, y habiendo hallado un
panal abandonado: "alargó la punta de la vara que tenía en la mano, la metió en
el panal y después llevó la mano a la boca y se le iluminaron los ojos" (1 Samuel
14,27). La fatiga de la lucha enturbia la visión del bien. La dulzura de la victoria,
después de dispersados los enemigos — abejas que abandonaron el panal —
devuelve la visión y el goce del bien.
El Cantar de los cantares, celebra también conjuntamente la dulzura (Cantar
5.10-11.16; 7,7-10) y la fuerza del amor divino, más fuerte que la muerte
(Cantar 8,6) capaz de soportarlo todo (1 Cor 13,7d).
El gozo de la Caridad es uno de los frutos del Espíritu Santo. Si es dable
establecer la correspondencia del gozo, fruto del Espíritu, con alguno de los dones
del Espíritu Santo enumerados en Isaías 11,2s., nos inclinaremos, aleccionados
por estas páginas bíblicas, a relacionarlo con el don de fortaleza. Y efectivamente,
el Catecismo de la Iglesia Católica enumera gozo y fortaleza, íntimamente unidos,
entre los dones y frutos del Espíritu Santo (CIC 1830-1832).
"El amor perfecto expulsa el temor", dice San Juan, con una expresión griega:
éxo bállei, que tiene retintines de exorcismo (1 Juan 4,18). El amor produce un
gozo que expulsa el temor y por lo tanto la tristeza, ya que ambos, temor y
tristeza, se dan por presencia de un mal o ausencia de un bien.
¿Por qué el amor expulsa el temor? Porque: "el temor mira al castigo" y quien
todavía mira al castigo y teme, "no ha llegado a la plenitud del amor".
El amor nace de la visión del bien. El temor de la perspectiva de un mal (=el
castigo), que proviene de otro mal (=mi pecado). El que ama y el que teme están
atendiendo a dos cosas diversas: el que ama atiende y considera al Dios amable;
el que teme está mirando a su propio pecado y al castigo que merece. Cuando la
mirada está puesta en Dios y fija en él por el amor perfecto, ya no se mira a sí
mismo y por lo tanto tampoco al castigo. Y así se entiende por qué "el amor
perfecto echa afuera al temor".
Amor y temor reposan pues sobre dos miradas diversas, sobre la atención a
dos objetos formales diversos. Y de esas dos miradas provienen dos fuerzas
opuestas: un amor y un temor opuestos entre sí, un gozo y una tristeza opuestos.
Como tristeza opuesta al gozo, la acedia enerva la fuerza divina en el alma
creyente. No sólo mina su capacidad de hacer el bien, sino que también corroe su
capacidad de oponerse al mal y la paciencia para sufrirlo.
El Gusto de Creer
CONCLUSION
"Al acercarse Jesús a Jerusalén y al ver la ciudad, lloró sobre ella diciendo:
`¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto
a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de
empalizadas y te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra
el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre
piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita'" (Lucas 19,41-44).
Lamentando la incapacidad de Jerusalén para percibir la visita de Dios, Jesús
llora sobre la acedia de la ciudad santa.
No se sabe bien lo que es la acedia, hasta que no se pondera este llanto del
Salvador sobre el drama y el inescrutable misterio de la apercepción y la
dispercepción del bien.
El drama de la acedia es el drama de Jesús, y el misterio de la acedia lo
conduce a la muerte.
Los improperios que canta la Iglesia el Viernes Santo interpretan
ajustadamente los sentimientos del Salvador sobre un pueblo que no reconoce los
beneficios, peor aún, los toma a mal y los retribuye con ofensas: "Pueblo mío
¿Qué te hice o en qué te he faltado? ¡Responde! Te arranqué del Egipto, tú me
diste una cruz...Te exalté con honor y poder sobre tus enemigos; pero tú me
clavaste alzándome en una cruz". El lamento de Jesús es el lamento por la acedia.
Podría decirse que la acedia es "el pecado". La acedia es el mal del que debe ser
liberado principalmente y en primer lugar, el género humano.
"Uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y,
sujetándola a una caña, le ofrecía de beber" (Mateo 27,48). Se cumplía en Jesús
lo del Salmo: "En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre"
(Salmo 68,22).
"Una viña tenía mi amigo en una colina fértil...y esperó que diese uvas dulces
pero le dio uvas agrias" (Isaías 5,1s).
La profecía de Isaías sobre la viña ingrata que da vinagre en lugar del dulce
vino del festín de bodas, se cumple en la pasión de Jesús. La sed del crucificado
es la sed de Dios que solicita el amor del hombre y que recibe en cambio, burla,
descalificación, rechazo o por lo menos evasivas, dilaciones, excusas, o
contraofertas "razonables".
Es el drama de Dios, exponerse a recibir lo agrio en trueque por lo dulce.
Aunque esto parezca inverosímil, la Pasión muestra que no lo es. Y dado que "lo
que fué eso será y lo que se hizo se seguirá haciendo" (Eclesiastés 1,9), la acedia
sigue existiendo, aunque nos hayamos olvidado de su nombre y ya no sepamos
señalarla donde ella está.
134
O.c. X,1.
138
Recuérdese que - como hemos dicho en 1.2.- en primer lugar, la acedia se distingue
de la tristeza común porque el objeto de la acedia no es un mal, sino un bien. Y en esto
coincide con la envidia. En segundo lugar, se distingue de la envidia porque el bien del que
se entristece la acedia es el bien divino, en tanto que la envidia se entristece de bienes
creados y de las creaturas.
140
Morales XXXI,17.
141
Nótense los rasgos de este cuadro que sugieren la tentación de pereza y explican que
a la acedia se la haya podido presentar, sobre todo en la espiritualidad monacal, también
con ese nombre.
143
Casiano dedica al tema el libro X de sus Institutiones Coenobiorum. Allí leemos esta
descripción: "Cuando esta enfermedad se ha apoderado de la pobre alma, engendra en ella
horror por el lugar, fastidio por la celda, desdén y desprecio por los hermanos que viven
con él o están lejos, considerándolos negligentes o poco espirituales. Ella lo torna perezoso
y cobarde para todo el trabajo que realiza en el interior de su celda; no le permite
permanecer en ella, ni aplicarse a la lectura. Se lamenta a menudo de no progresar nada en
el largo tiempo que habita allí y de no producir ningún fruto espiritual mientras que
permanezca unido a la comunidad. Se queja, suspira y se lamenta de encontrarse vacío de
todo provecho espiritual e inútil en el lugar en que reside, mientras que podría gobernar a
otros y hacer el bien a muchos, aquí a nadie ha edificado y ninguno ha aprovechado su
enseñanza y doctrina. Ensalza los monasterios distantes y alejados y los describe como si
fueran más apropiados al progreso y más favorables para la salvación" (Trad.: Ana Gabriela
Casalá OSB).
144
Tomado de M.A. Fiorito, S.J., Buscar y hallar la Voluntad de Dios, Ed. Diego de Torres,
Bs.As. 1988, T.I, p.237-238. de donde he trascrito libremente con aclaraciones.
145
L.c. 866.
147
L.c. 868.
148
L.c. 872.
149
Morales XXXI,17.
151
Ver 4.1.
152
San Ignacio trata de ellos en Ejercicios, en las Notas para sentir Escrúpulos (EE 345-
351).
155
EE 349.
156
EE 332.
157
EE 313-336.
158
EE 316.
159
"Llamo desolación todo lo contrario de la tercera regla: Así como oscuridad del alma,
turbación en ella, moción a cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y
tentaciones moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia,
triste, y como separada de su Criador y Señor. Porque así como la consolación es contraria
a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación son
contrarios a los pensamientos que salen de la desolación." (4ª Regla, EE 317).
160
5ª Regla: "En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y
constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal
desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación (...)" (EE
318).
6ª Regla: "Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho
aprovecha mudarse contra la misma desolación, así como es en instar más en la oración,
meditación, en mucho examinar, y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer
penitencia" (EE 319).
7ª Regla: "El que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba en
sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del
enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda(...)" (EE 320).
161
9ª Regla: "Tres causas principales hay por las que nos hallamos desolados: la primera
es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por
nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; la segunda por probarnos para
cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de
consolaciones y crecidas gracias; la tercera para darnos verdadera noticia y conocimiento
que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna
consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en
cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria
vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación" (EE
322).
162
Es la primera regla de la segunda serie (EE 329) que hemos trascrito más arriba en
6.1. La segunda Regla de la primera serie coincide con ésta en señalar que "en las personas
que van de bien en mejor subiendo (...) propio es del mal espíritu morder, entristecer y
poner impedimentos inquietando con falsas razones (...)" (EE 315). Es el estilo de las
razones de Judas contra María en la Unción en Betania (ver 2.1.).
163
El ángel malo puede consolar al alma para traerla a su dañada intención y malicia (EE
331).
Es propio del ángel malo que se disfraza de ángel de luz (...) traer pensamientos buenos y
santos conforme a la tal alma justa, y después, poco a poco procura salirse trayendo al
alma a sus engaños encubiertos y perversas intenciones (EE 332).
164
EE 230-237. En esta contemplación con que termina el Mes de Ejercicios, San Ignacio
invita al Ejercitante a considerar los beneficios y gracias de creación y redención, mirar
cómo Dios habita y trabaja para él en las creaturas, considerar por fin cómo Dios es la
fuente de todos los bienes de los que él goza y es partícipe. Y dado que el amor ha de ser
comunicación recíproca de bienes entre los que se aman, San Ignacio invita al ejercitante a
darse todo a Dios: "Tomad Señor y recibid..."
165
Ver 5.1.
166
Ver 7.6.
167
Véase 1.1.; 1.2. y 5.2. Sobre este asunto véase el citado artículo de G. Bardy, Acedia
en Dict. de Spir. Asc. et Mystique T.I, cols 166-169.
168
Véase: Isidro Ma. Sans, La Envidia primigenia del Diablo según la Patrística Primitiva
(Estudios Onienses, Serie III Vol. VI) Ed. Fax, Madrid 1963.
169
M. Eliade, Tratado de Historia de las Religiones, Trad. cast.: Cristiandad, Madrid l974,
T.I, pp. 41-42.
172
Const. Dei Verbum 5, CIC 153; la última frase es del Concilio Arausicano II.
174
Y agregaba: "decir mal del malo, loanza es del bueno" Alfonso Martínez de Toledo,
Arcipreste de Talavera, Corbacho, Prólogo.
175
Ver 7.5.
177
Ver 5.1.
178
Ver 5.3.
180
Comm. in 1 Regum 5,9; PL. 79, 364. Todos los autores espirituales coinciden en
insistir en la actividad del espíritu y la oración constantes. Santa Melania le preguntó a una
eremita llamada Alejandra: "¿Cómo puedes soportar la acedia que produce el aislamiento y
la soledad, puesto que no ves a nadie?" y la reclusa le respondió: "Desde que amanece
hasta la hora de nona, oro sin cesar mientras hilo el lino. El resto del tiempo, repaso en mi
espíritu la historia de los patriarcas, los profetas, los apóstoles y los mártires. Después de
comer mi pan, espero las horas que restan perseverando fielmente y pronta para aceptar el
fin con una esperanza gozosa" PALLADIO, Hist. Laus., 5,3.
181
Ver 6.2.
184
Es lo que Ignacio llama "agere contra" o hacer el "oppositum per diametrum" = lo
diametralmente opuesto (EE 325).
185
Ver 6.2. Esta forma de contemplación, puede convertirse en una forma de oración
durante la acción. San Ignacio la propone a los jesuitas, que han de ser contemplativos en
la acción. Pero esta forma de oración se adapta muy bien a las exigencias de la vida laical.
186
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