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Fe, espiritualidad y religión

Capítulo 1 © ------------------ :-------------------:------------- O

O — 1.1 Fe natural, fe psíquica, fe bíblica y fe religiosa

//Cada vez que escucho la palabra fe, mi mente se remonta inmediata­


mente a los conceptos de iglesia, religión, imágenes, dios. ¡Toda mi vida
he vivido con esto, estoy harto de ello! ¿Qué la fe forzosamente tiene que
ver con dios, religión, santos, etc.? Si yo quiero tener fe, necesito tener fe,
¿tendré que estar involucrado con aspectos de religión y dioses?".
Palabras similares a éstas pueden ser escuchadas en voz de algunas
personas. A continuación figura una narración filosófica de influencia
hindú, un cuento con una profunda riqueza, ilustrativo del contenido
de este primer subtema.

La medalla
Anthony de Meló

El hombre se encuentra solo, perdido y lleno de temores en me­


dio de este vasto universo. La buena religión lo hace audaz. La
mala religión aumenta sus temores. Había una madre que no
conseguía que su hijo pequeño dejara de jugar y regresara a casa
antes del anochecer. De modo que, para asustarlo, le dijo que el
camino que llevaba a su casa era frecuentado por unos espíritus
que salían tan pronto se ponía el sol.
Desde aquel momento ya no tuvo problemas para hacer que el
niño regresara a casa temprano. Pero cuando creció, el muchacho
tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus, que no había
modo de sacarlo de casa por la noche. Entonces su madre le dio
una medalla y lo convenció de que, mientras la llevara consigo,
los espíritus no podrían hacerle ningún mal en absoluto. Ahora
el muchacho ya no tiene miedo alguno a adentrarse en la oscuri­
dad fuertemente asido a su medalla.

El mensaje de esta narración es: la mala religión refuerza su fe en la


medalla. La buena religión le hace ver que no existen tales malos espíritus.
Reflexionando sobre el tema de esta narración, se infiere que la fe puede
KViorar a una nprsrYna o psrlavi^arla. Esto deoenderá de cómo la com­
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prenda y cómo la viva. Más adelante otros ejemplos demostrarán cómo


una persona es libre o esclava según el tipo de convicción que viva.
Aún no se han contestado las preguntas mencionadas en el inicio de
este capítulo, pero se irán respondiendo por sí solas durante el desarro­
llo del tema.
AI hablar de fe debe tenerse claro que ésta no implica necesaria­
mente una religión. Cuando se reflexiona sobre el concepto fe, tampoco
debe sobrentenderse la creencia en Dios, en los santos o en la lectura y
aceptación de la Biblia.
El tema que se trata en este momento es considerar la fe como una
cualidad o potencia inherente al ser humano, es parte ya de su esencia.
En este sentido, puede hablarse de fe natural.
Si es una cualidad inherente a la persona, esta fe forma parte del apa­
rato psíquico del individuo, está integrada en su yo, y con ella la persona
puede trascender. (Maslow, El hombre autorrealizado, 1998).

1.1.1 Fe natural

Hablar de la fe como una cualidad, como una capacidad implícita en


la esencia de la persona, facilita su comprensión y el experimentarla
desde diferentes ángulos.
La base etimológica de la palabra fe son dos palabras griegas: 7ieiao[iai,
que significa 'confiar', y racraa, que significa 'lealtad'. Por otro lado, el ver­
bo aman, en hebreo, significa 'ser leal', 'ser fiel'.
Al concepto fe también se le da el significado de confianza. Retoman­
do estos significados, puede concluirse que la persona que tiene fe, vive
un encuentro, una convivencia, una intimidad con otra persona. Esto
es la fe, no algo teórico, sino una experiencia existencial. Dicho de otra
manera: la fe no es algo racional, es un encuentro personal de un ser
con otro, donde yo al encontrarme contigo, creo en ti por esa experien­
cia personal... pero no en un nivel racional, sino de sentimientos.
La fe tiene también dos implicaciones, a saber, co-ejecución: con el otro
actúo, con el otro me comprometo, me arriesgo a vivir, a emprender una
aventura. Y co-fusión: junto con él me encuentro, tanto que hay una ex­
periencia de ternura, amor, amistad, tolerancia, entre otros sentimientos.

1.1.2 Fe psíquica

Los teóricos y terapeutas sostienen que la interacción en la familia, las


ovnpripnriaQ pn p ! rm rlp n fam ilia r, p snprialm ente la aceotación V el
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amor que los hijos reciben de sus padres y hermanos, son fundamentales
para el desarrollo psicológico. En este sentido, la familia crea la confianza
en uno mismo. La teoría psicoanalítica sostiene que la confianza y segu­
ridad que el individuo llega a tener en sí mismo en su edad adulta se
fundamenta durante los tres primeros años de vida.
Si la persona tiene fe, es decir, confianza en sí misma, poseerá la capa­
cidad de tener fe y confianza en los demás. Si no creo en mí ni me acepto
a mí mismo, no seré capaz de creer ni aceptar a los demás.
La fe, la confianza, la seguridad en uno mismo es la herramienta más
eficiente para transformar la propia vida. Sin embargo, si para la psicolo­
gía no existe el destino, hay mucha gente que cree en él. En este sentido
versa la frase del borrachito que afirmó: "ya Dios nos puso en este ca­
mino y hay que seguirlo". También recuerdo lo que hace mucho tiempo
una señora me comentaba. Sufría mucho con su marido, insultos, golpes,
ofensas, decía que su vida era una desgracia, pero al preguntarle yo que
por qué no lo dejaba, contestó: "no, porque es la cruz que Dios me impu­
so y tengo que llevarla". Así como estas personas, existen muchas más,
quienes por su formación y una interpretación errónea de los principios
religiosos, creen que nacieron con un destino; así nacieron, así caminan
por la vida y así morirán.
Anselm Grün señala que la fe puede llevar a una nueva perspectiva
(Grün, A., Dimensiones de la fe, 2006), a una manera diferente de ver la
realidad, pero esto depende de cada persona. El menciona: "No soy una
mera pelota del destino. De mí depende qué camino tomar. Puedo cam­
biar las condiciones base o puedo reinterpretarlas. Ni en uno ni en otro
caso concedo a la situación exterior poder alguno sobre mí; no me dejo
dominar por ella, sino que reacciono de manera activa frente a ella. No
me limito a aceptar la situación como un hecho dado que me condiciona
y me domina, sino que la encaro como un reto a abordar con fantasía y
libertad".
En la siguiente lectura dos ejemplos para aclarar lo que Grün explicó:

Dimensiones de la fe
Anselm Grün

El sacerdote de una parroquia me cuenta que con frecuencia


se sorprende a sí mismo enredado en pensamientos negativos.
Cuando consulta por la mañana su agenda y descubre que a pri­
mera hora de la tarde ha quedado en visitar a una familia, le vie-
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nen a la cabeza ideas como la siguiente: "¡Vaya, otra vez...! ¡Con


lo mal que me viene...! ¡Tengo tanto que hacer...! Ojalá no me
hubiera comprometido".
Y, a pesar de todo, acude a visitar a la familia con tales sen­
timientos. La visita resulta estresante. Durante la conversación
piensa que en realidad está perdiendo el tiempo. Preferiría mil
veces estar preparando la homilía. Si me prohíbo esta infructuo­
sa autocompasión y me digo: "cambiar o modificar, pero no me­
dias tintas" entonces la mejor solución sería cancelar la cita. Ten­
go tanto que hacer que, sencillamente, cancelo la visita. Entonces
me siento liberado. Pero a menudo afloran sentimientos de culpa:
"No puedo cancelar la visita. Esta familia se va a molestar... ¿Qué
van a pensar de mí? Voy a quedar como una persona con la que
no se puede contar. Voy a perder amigos.. Y, con frecuencia,
uno se ve en un dilema y termina acudiendo, aunque más por
deber que por libre decisión.
Tiene entonces uno la sensación de que, asediado por sus obli­
gaciones, ya no puede hacer lo que en realidad convendría, y que
todo le viene dictado desde fuera. Pero eso no es cierto. Tengo la
libertad de decidir. Puedo cancelar la visita. Y si no quieto hacer­
lo, porque hay razones para ello, entonces debo adoptar otra pers­
pectiva. No se trata de una solución nacida de la resignación, sino
del resultado de una libre decisión. Me decido a realizar la visita
y a encararla de manera positiva, a sacarle el máximo provecho.
Por ejemplo, me puedo decir a mí mismo: "Es verdad que ten­
go mucho que hacer. Pero, a pesar de todo, iré. Son gente simpá­
tica. Con ellos resulta agradable conversar. Me voy a permitir de­
dicarles un rato. Quizá me pongan un buen café. Eso también me
hará bien. Y aún me queda tiempo para trabajar después". Si voy
con esa actitud, la visita no resultará agotadora; antes bien, inclu­
so por el trabajo que me espera a continuación. Entonces, estoy
allí en cuerpo y alma, abierto por completo a las personas que me
acompañan. Puedo vivir nuevas experiencias, pueden producir­
se encuentros que me gratifiquen y enriquezcan. Y entonces me
despediré de la familia con las fuerzas y la esperanza renovadas.
Por supuesto, la reinterpretación ha de ser sincera. Debe ser tal
que yo pueda responder de ella ante mi razón y mis sentimientos.
No puedo persuadirme de cualquier cosa. No se trata de creer
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sólo en el poder de los pensamientos positivos y auto-convencer­


me de que cada día me van mejor las cosas, aunque en realidad
no sea así. La reinterpretación de la vida acepta la realidad tal
como es. Pero, en la fe, trasciendo el plano de los problemas y los
contemplo desde otro punto de vista. No se trata de un punto de
vista Cualquiera, sino de la perspectiva de la fe.
El segundo ejemplo es éste:
Si me enfado desmesuradamente con una persona, no me digo
a mí mismo: "No me voy a enfadar. No me importa lo que diga".
Si siguiera esa estrategia, me estaría persuadiendo artificialmen­
te de algo. La reinterpretación podría sonar así: "Claro que me
enfado, pero ¿por qué he de darle tanta importancia a esta per­
sona? ¿Por qué me siento aludido en todo lo que dice? Ése es su
problema. No puedo hacer que cambie, pero no tengo por qué
reaccionar ante ella. Yo vivo mi vida. No soy responsable de su
extraña conducta". O también puedo pensar: "Los demás tienen
sobre mí el poder que yo les concedo. Si me enfado constante­
mente por causa de una persona, si me dejo provocar sin cesar,
le estoy dando demasiado poder sobre mí. Le estoy reconociendo
más honores de los que merece. No es tan importante, ni mucho
menos". Las citadas son reinterpretaciones meramente humanas,
y de ellas puedo responder ante mí y ante mi entendimiento.

Estos dos ejemplos aclaran más, ilustran y ayudan a comprender


con profundidad cómo la fe puede liberar o esclavizar, pero aquí es ne­
cesario precisar: cuando la fe esclaviza a un individuo, como se mencio­
na en el cuento "La medalla" de Anthony de Mello, no es fe auténtica,
verdadera; es una seudofé o, dicho de otra manera, es una fe supers­
ticiosa que lleva a la persona a la enajenación. Este punto se abordará
más ampliamente cuando se hable de la fe religiosa.
Es oportuno abordar aquí la gran aportación de Viktor Frankl (El
hombre en busca de sentido, de 1979). Este texto es considerado como su
autobiografía. En él narra su dramática experiencia en el campo de con­
centración de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial, expe­
riencia única existencial. Testimonia cómo los nazis asesinaron a su es­
posa, a sus hijos; perdió a sus seres queridos. No solamente fue tragedia
de él, sino de muchos judíos que vivieron la misma situación, quienes
inclusive preferían suicidarse aventándose contra el alambrado electri­
ficado para morir electrocutados.
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¿Qué sentido tiene entonces seguir viviendo, para qué vivo si ya no


cuento con nadie de aquellos a quienes amaba? Frankl menciona que
varias veces estuvo tentado a morir electrocutado, le habían quitado la
libertad física; sin embargo, se sobrepuso a esta situación. Las siguientes
palabras tienen una gran profundidad y un gran sentido de esperanza,
en ellas hay un gran fundamento de fe. Es importante aclarar que no se
está hablando de una esperanza cristiana, de una fe religiosa. La fuerza
que lo llevó a superar esta experiencia, es esa fe interior que todo ser
humano posee y de la que se ha hablado al inicio de este capítulo, la fe
que el hombre tiene en su naturaleza humana; a esta potencia humana
aquí la hemos nombrado fe psíquica. Su fe psicológica, su intelecto y su
voluntad lo llevaron a esta conclusión: "Nos han quitado la libertad físi­
ca, pero todos estos prisioneros poseemos lo más importante de todo, la
libertad interior" (Frankl, V., op. cit.r 1979).
Esta conclusión llevó a Viktor Frankl a encontrar sentido a su vida,
aun estando en los campos de concentración y solo, sin sus seres queri­
dos. Y a este hallazgo lo llamó "la voluntad de sentido".
Fue precisamente ahí, en Auschwitz, donde creó la técnica psicote-
rapéutica llamada logoterapia, que ayuda a darle sentido a la vida, a la
existencia, aun en los peores momentos, según lo narra en su libro-La
voluntad de sentido, de 1988.
Como ya se mencionó, para la psicología no existe el destino; Frankl
no estaba destinado a vivir lo que vivió. Situaciones como ésta y otras
parecidas se están viviendo, pero quien genera esto es el mismo indivi­
duo, la familia y la sociedad.
Cuando Viktor Frankl habla de libertad y responsabilidad, aborda
lo que la gente suele llamar destino, que divide en tres tipos: destino
biológico, destino psicológico y destino de la influencia de la sociedad.
El destino biológico, o también llamado físico, se presenta cuando
un individuo nace con una discapacidad (invidente, sordo, paralítico,
entre otras) o bien, cuando sufre un accidente y por él pierde alguna de
sus facultades físicas o algún miembro del cuerpo. Ante esto, mucha
gente suele pensar: "este era el destino que Dios tenía marcado para mí".
Se abandona y suele transcurrir el resto de sus días pidiendo limosna,
viviendo de los demás, o dependiendo totalmente de la familia. Viktor
Frankl señala que cuando la gente es libre y responsable, supera esta
situación a la que muchos llaman destino (Frankl, Psicoanálisis y existen-
tialismo, 1987).
El otro tipo de destino es el psicológico, al que también se le llama
sugestión. Ésta surge cuando alguna persona fuerte de mente y pensa­
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miento maneja a otra débil. La persona débil es manipulada al antojo de


otro u otros. Otro ejemplo es la brujería. La gente se refiere a esto como
"le hicieron un trabajito". Asimismo, la creencia en la mala suerte, en la
lectura de cartas, del café, etc. Menciona Frankl: la persona libre y res­
ponsable supera este tipo de destino. No se deja sugestionar ni cree en
estas supersticiones.
El tercer tipo de destino es la influencia de la sociedad. Al abordar
éste, recordé una anécdota de un compañero de estudios. El, ingeniero
de profesión, entró a trabajar en una oficina de la Comisión Federal de
Electricidad como jefe de personal. Para su sorpresa, en los primeros
días de trabajo encontró lo siguiente: aunque la entrada era a las 9:00
a.m., nadie llegaba a esa hora. Los que más temprano lo hacían era a las
9:15 o 9:20, otros a las 9:30, y algunos cerca de las 10:00 de la mañana.
Quedó más sorprendido cuando vio que el personal, lejos de empezar
a trabajar, se sentaba a leer el periódico, claro, con café y torta inclui­
dos. Algunas de las trabajadoras llegaron con una canasta de tacos y
agua fresca, que vendían. Otros salieron a la calle a comprar algo para
el desayuno. Aproximadamente a las 10:30 de la mañana, los empleados
empezaron a guardar los implementos del desayuno y a encender las
computadoras para iniciar labores. Alrededor de las 11:00, ya trabajaban.
A las 14:00 horas en punto, muy puntuales estaban en el reloj checador
para salir a comer.
Después de algún tiempo, la conducta del personal era la misma,
pues no les intimidó la llegada del nuevo jefe. Cuando éste habló con
uno de los líderes del grupo para pedirle que motivara a sus compañe­
ros a cambiar su proceder y fueran más responsables en su trabajo, la
respuesta fue: "esto siempre ha sido así, y si usted quiere conservar su
puesto, debe aceptar este proceder y no decir nada, porque es más fácil
que usted se vaya a que los compañeros cambien de conducta. Ya otro
jefe quiso cambiar esto y terminó dejando su lugar".
Esta es la influencia de la sociedad. Como no puede cambiarse el pro­
ceder de todos, tiene que aceptarse el propio destino. Otro ejemplo más
breve es el estudiante que en el salón de clase ve que todos o la mayoría
copian en un examen, y se dice: si todos copian, ¿por qué yo no? Con­
cluye Frankl: la persona libre y responsable supera este tipo de destino.
Sin embargo, puede agregarse: una persona por muy libre y respon­
sable que sea, no podrá cambiarse a sí misma en su forma de pensar y
proceder, y mucho menos cambiar la influencia de un grupo o sociedad
si no tiene la confianza, la fe, la certeza en sí misma de poder lograrlo.
Este poder, convicción, fuerza, confianza, propio de la naturaleza hu­
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mana, es lo que se ha llamado al inicio fe natural, fuerza psicológica que


también se llama fe psíquica.
En conclusión, ambas, fe natural y fe psíquica, cuando la persona las
deja fluir, expresarse y manifestarse, son el medio por el que ésta puede
trasformar y reinterpretar su existencia en una nueva perspectiva. Fe
natural y fe psíquica es la misma; es la fuerza natural que los seres hu­
manos poseen para vencer todos los obstáculos que pueden encontrar
en el diario caminar por este mundo.
Al responder las preguntas de este capítulo sobre si la fe forzosa­
mente tiene que ver con Dios, religión y santos, para obtenerla ¿tendré
que estar involucrado en estos aspectos?
Si estas preguntas se analizan en forma natural, sin prejuicios y sin
confesiones, la respuesta es: No, no requiero de esto para tener fe. Pero si
alguien es creyente y cree en el Dios de Jesucristo o en otros dioses, sí
tendrá que aceptar que su fe es un don de Dios, una gracia qiie Dios le
da. Más bien, la palabra correcta no es tendrá. Un creyente convencido
y maduro en su fe no la va a considerar una obligación, sino una con­
vicción. Acepta que su fe es una gracia de Dios. Desde la concepción
teológica y religiosa, es un don del trascendente, pero éste requiere una
respuesta humana.
La posibilidad de entender la existencia y realidad del hombre, así
como de reinterpretarla, puede lograrse desde la fe, pero entendida no
como una potencia o capacidad natural en el ser humano, capacidad de
creer en uno mismo y de reinterpretar su vida de otra manera. Esta fe
entendida como un don que viene de Dios es lo que ocupará el siguien­
te punto.

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