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La técnica de Juegos en el trabajo con niños, breve reseña-
Diferenciación entre Hora de juego Diagnóstica y Hora de juego Terapéutica. Materiales de la caja
de juego.
Consigna, encuadre, campo, transferencia, contratransferencia, indicadores para la interpretación.
La habitación donde se psicoanaliza a un niño no precisa ser grande porque la técnica de juego no
exige mucho espacio. Las paredes deben ser lavables. Es óptimo si se dispone de un cuarto de baño
comunicado con el de trabajo, de uno exclusivo del paciente.
Si ese baño se usa fuera de las horas de trabajo hay que procurar que ningún objeto o cosmético quede
a la vista o sea susceptible de ser encontrado por el niño. La puerta que comunica el baño con el
consultorio no se cerrará desde el baño, para evitar cualquier dificultad innecesaria.
Las puertas del consultorio que den al exterior se cerrarán desde dentro, deben ser dobles o de un
material que impida que lleguen ruidos o conversaciones, hay que mantener en lo posible un clima de
apacible aislamiento y sólo por un motivo muy excepcional podrá interrumpirse la sesión o permitirse
que otra persona entre al consultorio, es conveniente tener un timbre de modo que pueda desde
dentro pedirse lo que inesperadamente se necesite.
Es necesario un mueble con cajones en los que se guarde el material que dedicamos a cada paciente.
Cada cajón debe quedar cerrado por su llave al final de la sesión, para ser abierto al comienzo de la
sesión siguiente.
Sería útil un pequeño y cómodo diván en el que el niño pueda recostarse y hablar, porque aún los muy
pequeños llegan a necesitarlo y con mucha frecuencia lo piden aquellos que van acercándose a la
pubertad.
El aspecto del consultorio debe ser por sí mismo la regla fundamental, sin que se explique al niño lo
que debe hacer, por lo cual en la primera sesión los juguetes y objetos que le hemos destinado se
colocarán sobre una mesa, preferentemente baja, de modo que al entrar tengo una visión completa de
lo que le ofrecemos para comunicarse con nosotros.
Existe un material estándar que satisface las necesidades de un niño hasta 4/5 años y con pocas
modificaciones sirve también para niños de más edad: cubos, plastilina, lápices de color, papel, lápiz,
goma de borrar y de pegar, algunos muñecos pequeños, trapos, tijeras, hilo, autos, tacitas, platitos,
cubiertos, cortaplumas y tijeras.
Además, durante la primera entrevista pregunto a los padres con qué suele jugar el niño en su casa, y
siempre que sea posible lo incluyo en el material de su cajón individual o en el cajón para el
diagnóstico.
Cuando observamos un niño para diagnóstico le ofrecemos un material de juego que guardamos en un
cajón destinado a este fin. Forma parte del consultorio, pero debe quedar con llave en toda hora que
no se use para ese fin. Lo abrimos sólo cuando recibimos un niño que viene para una hora de
observación,
Si ya se ha decidido su tratamiento, habremos preparado el material de juego y su cajón individual, al
que sólo él y el terapeuta tendrán acceso.
Puede suceder que un niño venga para una hora de observación y algo más tarde decidamos
analizarle, en ese caso solemos incluir en su cajón individual el material que utilizó en la primer ahora,
completándolo luego con lo que pensamos sea más adecuado para su edad.
La primera acción que realiza el niño y el tiempo que transcurre hasta que la inicial, nos enseñan sobre
su actitud frente al mundo, y el grado de inhibición de juego que manifieste es un índice de la gravedad
de su neurosis.
La primera sesión es de una trascendencia muy especial, porque en ella el niño muestra cuál es su
fantasía inconciente de enfermedad y de curación, y cómo acepta o rechaza nuestro papel de
terapeuta.
Al despedirse se le recordará el día y la hora de la siguiente sesión. Desde este momento el terapeuta y
su habitación se ofrecen receptivamente al niño y el cajón ya preparado es un símbolo de esta
situación, que deberá mantenerse siempre.
Acontece con frecuencia que un niño quiere llevar a su casa algo del material del cajón, esto debe ser
evitado con la interpretación adecuada. Si no lo logramos, tratamos de hacérselo dejar sin violencia o
podemos negarnos a su pedido, señalando que todo eso es material para el tratamiento, y conviene
dejarlo en el consultorio.
Si de acuerdo al curso del análisis se considera muy útil, puede permitírsele (como excepción y no
como norma) y señalándole por qué lo permitimos. A veces puede robarlo y esto será motivo de
interpretación en la sesión siguiente.
También es frecuente que el niño traiga algún juguete u objeto de su casa, con lo que suele querer
mostrarnos algo de la vida familiar de ese momento. En ese caso se le dará libertad de dejarlo en el
cajón, siempre que sea posible, o llevarlo nuevamente interpretando el significado de una u otra
decisión.
Suelen dejarlo durante un tiempo y a veces definitivamente, incorporándolo al material que le hemos
ofrecido inicialmente, lo que es por sí mismo muy revelador. Los niños que reaccionan así suelen vivir
en un gran desamparo y satisfacen de ese modo su anhelo de transformar el consultorio en su hogar.
Papeles, goma de pegar y plastilina son, junto con el agua, elementos que deben estar siempre a
disposición del niño. Debemos diferenciar os juguetes de los materiales que, como el agua, su uso debe
ser controlado por el analista y en líneas generales si se utilizan adecuadamente deben estar siempre a
su alcance, pero no si el niño los usa para una destrucción incontrolable.
El uso inadecuado del material tiene el significado del maltrato a partes de sí mismo, del terapeuta y
de su vínculo con él. Un niño podrá intentar tirar hojas de su block al inodoro, empaparlas y luego
destrozarlas, apretándolas para tirarlas luego dentro de su cajón o al suelo. Todas estas conductas
deben limitarse oportunamente y ser interpretadas como pequeños suicidios.
Papel, lápices de colores y lápices, son los materiales con los que preferentemente se comunica un
niño entre 6 y 12 años, y deben por lo tanto estar siempre a su disposición con tal in, lo mismo
acontece con la plastilina.
Pero si un niño pretende usarla sólo para tirarla al suelo y pisotearla, lo observamos hasta
comprender su acción en relación con el o los juegos anteriores (a veces con lo que aconteció al
iniciarse la sesión) y lo interpretamos. Si se repite la misma actividad compulsivamente con el
evidente intento de quedarse sin nada, lo frenamos, además de interpretar.
Supongamos que el juego previo a la destrucción fue modelar una cara que él juzgó que le había salido
mal, el tirar y pisotear la plastilina será una forma de mostrarnos su impotencia o desconsuelo por
sentirse incapaz de crear.
Puede suceder que luego de interpretárselo cambie la acción, si por el contrario ella continúa, dejarlo
sin poner límites a su destructibilidad aumentaría su angustia y culpabilidad. Sería un error
interpretar esta conducta como agresiva, ya que la aparente actitud sádica encubre un profundo
masoquismo y culpabilidad que lo impulsan a quedar despojado y destruido, siendo éste el punto de
urgencia
Del mismo modo que si un niño pretende morirse, quemarse, arrojarse por una ventana, actitudes
bastante frecuentes durante el curso del tratamiento de niños neuróticos o psicóticos, tomamos las
medidas de precaución eficaces para evitarlo, sin dejar por eso de interpretar el acto que hemos
frenado, igual debemos hacerlo con sus posesiones y con el vínculo que existe entre él y nosotros, a
través de ellas.
Determinados elementos que se ofrecen al niño para facilitar la comunicación preverbal son básicos y
deben ser renovados siempre que sean útiles para expresar algo. Evitamos la aniquilación de esas
sustancias que simbolizan contenidos del paciente o del terapeuta, así como el vínculo entre ambos,
del mismo modo que lo preservamos a él.
La reposición de otros materiales: autos, aviones, platos, etc., se hará siempre que el niño lo pida y que
las circunstancias lo aconsejen. Desde ya es importante que el material que le ofrecemos sea simple y
de buena calidad y en lo posible no frágil.
No es conveniente reponer lo roto sino en la medida en que se muestra útil para la comprensión y
expresión de un juego y que debe de todos modos mantenerse lo roto, aunque el niño pretenda no
verlo en el cajón.
Este rechazo obedece a una necesidad similar a la del adulto que recurre a la negación de sus
tendencias destructivas o de sus síntomas. Alejar del cajón lo destruido significa alejar de su mente el
conocimiento de que hay algo destruido y enfermo en sí mismo, porque no se siente capaz de
arreglarlo.
La presencia del objeto destruido es de suma utilidad técnica, ya que cuando surgen las genuinas
tendencias de reparación, lo busca y se ingenia para arreglarlo. Es muy interesante observar cómo el
niño utiliza sustancias cada vez más adecuadas a sus tendencias reparadoras, desde la plastilina que
une débilmente, hasta la goma de pegar y el cemento que unen definitivamente.
Las tendencias a reparar implican las subyacentes tendencias destructivas hacia el exterior o hacia sí
mismo. La disminución del sadismo para conservar el objeto (amado o necesitado) es lo que nos da el
índice de mayor adaptación a la realidad y de capacidad de goce en la vida.
→ Al finalizar la hora guardamos los juguetes en su cajón (con ayuda o sin ella) y le señalaremos:
Muchas conductas como la relacionada con la comida durante la sesión y otras en las que el niño busca
el contacto físico con el terapeuta, suelen tener el significado de destruir el tratamiento, de
transformar el análisis en una situación familiar o social con lo que atacan el vínculo con el terapeuta y
niegan el estar enfermos.
Es frecuente también que en algún momento del análisis el niño busque un íntimo contacto con el
terapeuta y sea conveniente actuar del mismo modo que cuando nos agrede interpretando su
conducta, poniendo límites, derivando la acción a algo que nos represente.
En algunas situaciones muy excepcionales he encontrado útil satisfacer algo más estas necesidades.
No es raro que un niño intente atacarnos con las manos, los pies, con materia fecal y es de suma
utilidad que sepamos derivar con la interpretación o con la acción de un acto que si lo cumple puede
determinar en él y en nosotros una situación demasiado incomoda y que si es permitida va a repetirse
por culpa y odio.
Creo que nuestra intervención limitadora está indicada siempre que veamos en peligro la integridad
física del niño, de nosotros o del consultorio. Es frecuente que niños entre 6 y 11 años y en especial los
que sufren de enuresis necesiten o les sea imprescindible jugar con fuego.
Debemos satisfacer esa necesidad, pero poniendo nosotros las condiciones bajo las cuales lo hará y
que signifiquen desde ya una total garantía para él, para el terapeuta y par ano estropear
innecesariamente el cuarto de trabajo.
Puede ser necesario incluir fósforos, un calentador o algo inflamable durante el análisis de un niño. Si
éste es pequeño, elegiremos fósforos de madera que él podrá manipular sin peligro, si ya es mayor
puede usar las cerillas comunes. Si le ponemos en su cajón un calentador o una lamparita de alcohol
debemos elegir un modelo que funcione sin ningún peligro de explosión.
El alcohol de quemar debe estar bajo nuestra vigilancia y custodia, y alejado del lugar donde el niño
está jugando. Todo juego con fuego debe realizarse sobre una plancha de amianto, que cura ya sea el
piso o la mesa de trabajo, para evitar que se produzcan destrozos irreparables.
A veces el niño quema papeles, algodón, plastilina y a veces hasta azufre, debe entonces tenerse la
ventana abierta para que ni él ni el terapeuta lleguen a una situación de tal desagrado que no se pueda
continuar la sesión. No se debe llegar a ese extremo y en lo posible hay que tratar de prever antes que
llegar a prohibir.
Supongamos que un niño de 5 años ha traído de su casa pomos de pintura y además de pintar en sus
hojas, quiere pintarnos el vestido, la cara o las manos. De ningún modo debe esto permitirse, porque
es desagradable e innecesario.
Como norma no incluyo en el material del niño ni acuarelas ni temperas, ni óleo, le ofrezco lápices de
acuarelas, que cumplen la misma función sin las dificultades secundarias que trae.
Es conveniente que el analista use ropa que no lo limite en su actuación, por ejemplo, ropa que él
valorice, alhajas u objetos que pueden perjudicarse. En cuanto al niño, se deja librado al criterio de la
madre la ropa con que lo traiga a las sesiones.
Algunos analistas hombres que tratan niños, se plantearon qué debían hacer si un paciente les pedía
que cosieran o tejieran algo. En éste, como en todos los problemas planteados, se puede considerar la
parte formal y manifiesta y la latente escondida tras ella.
En el primer plano diremos que es frecuente que un hombre no sepa hacer ni una cosa ni la otra. En un
plano más profundo sabemos que no es que no lo sepa hacer, sino que lo siente prohibido.
Para analizar a un niño un analista debe tener una serie de conocimientos que no le exige el analizar
adultos, y entre ellos el saber, aunque sólo sea rudimentariamente confeccionar ropa de muñecos o
cualquier envoltura que reemplace a un vestido.
Si consigue elaborar su angustia de castración y admite sus anhelos femeninos de tener un hijo, la
habilidad para hacer lo que el paciente le pide surgirá espontáneamente.
Puede además adquirir una cierta habilidad manual aun cuando la angustia de desempeñar un papel
tan evidentemente femenino sea todavía intensa. Puede no vencer nunca esa angustia y sentirse
incapaz de enhebrar una aguja o de poner un pañal a un muñeco.
En este último caso no parecerá indicado que siga siendo analista de niños, no tanto porque sea tan
importante hacer un vestido para que el análisis se desarrolle satisfactoriamente, sino por lo que
significa esa limitación como conflicto no resuelto.
Para ser analista de niños es necesario conocer y jugar suficientemente bien a un número amplio de
juegos: ajedrez, damas, canasta, ta-te-ti, etc. Deben conocerse los personajes y las historietas más
leídas por los niños, lo que implica el conocimiento y el manejo de las revistas infantiles más
conocidas, recordar con detalles los cuentos infantiles ya clásicos y haber reflexionado sobre su
significado.
Conservar además un suficiente placer por el juego y tener aún una agilidad que le permita afrontar
sin demasiado esfuerzo el ejercicio que exige muchas veces la hora de un niño en análisis. Esto no
quiere decir que si un día está cansado o simplemente no se siente con ganas de moverse sea
inevitable hacerlo, pero lo que no se puede analizar a un niño sentado en una silla como en el caso del
adulto.
Muchas veces la angustia ante la no comprensión de la actividad lúdica hace que el analista se limite a
jugar y eso es sólo entrar en el juego, pero no es asumir el papel de terapeuta. Con frecuencia un niño
pide que el material con el que ha jugado quede fuera del cajón sin que nadie lo toque hasta la sesión
siguiente.
En cada caso, este pedido tendrá un significado diferente que debe ser interpretado, pero además, no
podemos acceder a su pedido porque si bien la angustia subyacente suele ser el miedo a un cambio, no
puede imponerse a otros niños la visión de ese material, que despertará su curiosidad, quizás celos o
rabia, complicando innecesariamente su vínculo con el terapeuta.
Tampoco por él mismo podemos exponer sus posesiones que estarían en peligro porque no
podríamos prohibir las reacciones que suscitarían. Interpretamos su necesidad de ponernos a prueba,
de saber si lo defenderemos de su compulsión a ser despojado, atacado, o de su necesidad de exhibirse
y despertar en los otros celos o envidia por sus posesiones.
A veces este pedido oculta el deseo de que otros hagan lo mismo y ver así lo que tienen, en ese caso
cuando nos negamos suelen insistir en que les abramos el cajón de otro niño para ver lo que tienen
adentro.
Tampoco podemos acceder a este pedido, que traería una cadena de complicaciones de difícil manejo
técnico y fundamentalmente le quitaría seguridad de que mantendremos su propio cajón en absoluta
reserva. Sería similar a responder al pedido de un adulto que nos preguntase cuáles son los
padecimientos de otro paciente que vio al salir o al entrar del consultorio.
Muchas veces un niño que ha dibujado durante muchas sesiones pide que pongamos sus cuadros en
las paredes como en una exposición. Si accediéramos a este pedido alguien querría destruir todos los
dibujos, enojado y celoso que le hayan ocupado un lugar que en ese momento debía ser sólo para él,
puede querer despegarlos y llevarlos a su casa, puede dibujar otros y querer ponerlos encima para
taparlos.
Cualquiera de estos pedidos puede ser interpretado y prohibido, o permitido, sin que esto sea un
obstáculo fundamental para que se prosiga el tratamiento, pero traería siempre como consecuencia la
tendencia a repetir situaciones similares complicando e interfiriendo innecesariamente su propio
tratamiento y el de los otros.
A veces un niño no quiere irse una vez terminada la sesión, conviene entonces cerrar el cajón
individual, despedirse de él y pedir a la persona que lo acompañó que entre a buscarlo. En el caso de
niños mayores es bastante con cerrar el cajón. Este no debe quedar abierto en ningún caso. Si el niño
escapa del cuarto sin cerrarlo es función del terapeuta hacerlo antes de la entrada de otro niño.
Cuando vamos a interrumpir el análisis por vacaciones o por cualquier motivo, es conveniente
recordarlo al niño con bastante anticipación y estar atentos a las reacciones que aparecen frente a la
inminencia de la separación. Sabremos así muchos detalles sobre su forma de desprenderse de los
objetos.
Cuando un niño termina el análisis también conviene recordarle con anticipación la fecha acordada
para la última sesión. No hay que suponer que lo sabe o que se lo dijeron los padres. Debemos tratarlo
con él, y su decisión debe ser luego comunicada y consultada con los padres.
Las cláusulas del tratamiento en su parte formal externa las hemos concertado con ellos, pero en lo
profundo es con el paciente mismo que hemos aceptado el pacto analítico.
Podemos considerarlo terminado si han desaparecido los síntomas, si se han ampliado sus intereses, si
tiene mayor capacidad de goce duradero y si ha equilibrado la dependencia e independencia con su
medio ambiente
Un análisis en la infancia lo capacitará para desarrollarse mejor y uno de los grandes beneficios que
experimentará será el incremento de su capacidad de juego y de aprender con goce y fácilmente, así
como enfrentar los problemas con mayor eficacia.
Cuando un niño nos pide que juguemos, el analista antes de realizar la acción debe saber el papel que
le toca jugar. Si está jugando a preparar comidas y el niño quiere que participemos, debemos
preguntarle cómo es la comida que debemos preparar, cómo la debemos dar y cuándo.
Aunque el niño no hable comprender muy bien lo que le decimos y se hace comprender en su lenguaje
preverbal. Cuando se trata de un niño de más edad, puede explicarnos cada detalle del papel que nos
asigna.
Para analizar un niño no basta con un frío conocimiento de la técnica y de la teoría. Es necesario tener
algo del placer que siente el niño al jugar, mantener algo de la ingenuidad, fantasía y capacidad de
asombro que son inherentes a la infancia.
Aconsejo a todos los que trabajan en análisis y en especial de niños, hacer verdaderos ejercicios de
estilo que consisten en revisar una y otra vez el material y formular por escrito la interpretación y
reformularla tantas veces como sea necesario hasta encontrar la que consideren ajustada.
No quiere decir esto que estudiemos las interpretaciones para darlas, sino que debemos encontrar el
método para lograr sin esfuerzo expresar lo que comprendemos y formularlo con un lenguaje
adecuado al caso y a la edad del paciente.
En éste, como en todos los aspectos de su vida, sabe que los padres o sustitutos pagan sus cosas y el
tratamiento está incluido en este concepto de su vida. Para él, como para un adulto, puede llegar a ser
un problema que las sesiones sean pagas, pero no es debido a su edad que el pago en sí es un
problema.
Es conveniente que el niño sepa que las sesiones se abonan en los primeros días del mes Es mejor que,
si sus conocimientos lo permiten, haga él mismo el cálculo de las horas. En lo posible debe ser él quien
entregue el dinero al terapeuta.
Se comprende que si se trata de niños muy pequeños o muy enfermos deben tomarse las precauciones
necesarias para que lo hagan sin riesgo de perderlo. Es notable cómo niños aún muy pequeños
recuerdan a sus padres el pago de las sesiones o llega diciendo que han reclamado el dinero o que ya
lo pidieron.
En su juego expresan sus fantasías inconcientes con respecto al pago, del mismo modo que un adulto o
verbaliza en la sesión en forma directa o enmascarada. Suele ser práctico sugerir a la madre, en la
entrevista inicial, que entregue el dinero al niño en el momento de entrar al consultorio.
Se observa que en la medida en que se hace responsable en otros planos, reclama aquí también el
derecho a una mayor independencia.
El niño que sabe lo que cuesta una sesión trata de no faltar, reclama minutos si le han faltado en su
hora y se las ingenia para que no lo traigan con retraso a las sesiones.
En ésta como en toda situación donde no se plantean claramente los problemas existe un engaño que
es desfavorable para el afianzamiento de la relación transferencial y la continuidad del análisis.
Cuando Freud analizó a un niño de 5 años y describió su actividad de juego, sus dibujos, sueños y
ensueños, dejó los cimientos para la técnica del psicoanálisis de niños. Más tarde, descubrió que si un
niño juega es porque necesita elaborar situaciones traumáticas.
El análisis de niños confirmó estas conclusiones, pero, aunque era evidente que los problemas
fundamentales de un niño se expresan en este lenguaje preverbal, los tratados sobre el tema seguían
afirmando que éste (a diferencia del adulto) no tenía conciencia de enfermedad ni voluntad de
curación.
Aplicando la técnica de juego encontré que durante la primera sesión (fuese ésta la iniciación de un
análisis o simplemente de observación diagnostica) aparecía la fantasía inconciente de enfermedad o
de curación.
Me propuse investigar si el material del niño durante el tratamiento confirmaba lo que había mostrado
en esa primera hora y llegué a la conclusión de que así era en todos los casos, corroborando la idea
inicial de que el niño sabe que está enfermo y comprende y acepta el tratamiento.
Con la técnica de juego, hechas las modificaciones señaladas, comprobé que el niño nos comunica
desde la primera hora cuál es su fantasía inconciente sobre la enfermedad o conflicto por el cual es
traído al tratamiento y en la mayor parte de los casos, su fantasía inconciente de curación.
Si surge tan inmediatamente es debido a la presión del temor a que repitamos la conducta negativa de
los objetos originarios que le provocaron la enfermedad o el conflicto. Junto a este temor, evidencia el
deseo que no seamos como ellos y asumamos un nuevo papel en el que le demos lo que necesita para
su mejoría.
Este proceso es vivido por él como un nuevo nacimiento, la separación inicial de los padres y la
entrada al consultorio suelen acompañarse de las ansiedades que experimentó al nacer.
El temor a la repetición de las experiencias con el objeto o los objetos originarios, obedece tanto a lo
que aconteció con los padres reales como a su propia compulsión a repetir situaciones que lo dañan.
En su fantasía de curación expresa el anhelo de cambio del mundo exterior real y su deseo de curar su
compulsión a repetir dichas experiencias. El temor a repetir su relación con el objeto originario es lo
que nos transforma en alguien a quien y de quien se desconfía.
Este objeto originario en sus aspectos amados (en cuanto lo ha satisfecho en sus necesidades) confiere
al terapeuta los atributos necesarios para curarlo.
Esta doble fuente de la transferencia debe ser interpretada desde el primer momento, pero como los
dos aspectos están siempre presentes durante el tratamiento, la interpretación de su significado debe
hacerse también en las sucesivas sesiones.
Es fundamental que desde el primer momento asumamos el papel de terapeutas porque esto ayuda al
niño a ubicarse como paciente y a ir haciendo conciente lo que ha mostrado como fantasía inconciente,
para lo cual debemos interpretar la doble imagen y sus significados.
Ya frente a los padres habremos aclarado nuestro papel de terapeutas del hijo y no de ellos, que
confirmamos al no pedirles cambios en su vida familiar y anticiparles la reserva que mantendremos
con las sesiones del hijo.
En la descripción del consultorio se hace referencia al significado que tiene el cajón individual, a partir
del material que se le ofrece al niño pueden surgir problemas técnicos de su manejo.
Este cajón individual que se ofrece al iniciar el tratamiento se constituye desde el primer momento en
el símbolo del secreto profesional, del mismo modo que la palabra que damos al adulto (en la que
confía) cuando se inicia un tratamiento psicoanalítico.
La hora de juego diagnóstica constituye un recurso o instrumento técnico que utiliza el psicólogo
dentro del proceso psicodiagnóstico con el fin de conocer la realidad del niño que traen a consulta.
La actividad lúdica es su forma de expresión propia, así como el lenguaje verbal lo es del adulto. Se
trata de instrumentalizar sus posibilidades comunicacionales con el fin de conceptualizar luego la
realidad que nos presenta.
Al ofrecerle al niño la posibilidad de jugar en un contexto particular, con un encuadre dado que incluye
espacio, tiempo, explicitación de roles y finalidad, se crea un campo que será estructurado en función
de las variables internas de su personalidad.
→ Existe una diferencia básica entre la hora de juego diagnóstica y la hora de juego terapéutica:
⨷ La hora de juego diagnóstica engloba un proceso que tiene comienzo, desarrollo y fin en sí misma,
opera como una unidad y se la debe interpretar como tal. Va precedida de las entrevistas realizadas
con los padres (que corresponden a la pre entrevista de los adultos).
En ellas, el psicólogo elabora con los padres una consigna que éstos darán al niño. Como pueden
intervenir distintos factores para que esta información llegue adecuadamente o no creemos necesario
reformular al niño en un primero contacto dicha consigna en forma clara y precisa.
Cada hora de juego diagnostica significa una experiencia nueva, tanto para el entrevistador como para
el entrevistado. Implica, en nuestro criterio, el establecimiento de un vínculo transferencial breve cuyo
objetivo es el conocimiento y la comprensión del niño.
⨷ La hora de juego terapéutica es un eslabón más en un amplio continuo en el que van surgiendo
aspectos nuevos y modificaciones estructurales por la intervención activa del terapeuta.
En la verbalización la fantasía aparece tamizada por la mayor influencia del proceso secundario,
resulta más clara la ubicación temporal de la fantasía expresada a través del lenguaje, el uso apropiado
de los verbos y las leyes del pensamiento lógico formal.
En el juego se da una comunicación de tipo espacial, en la que se incluyen más elementos del proceso
primario a través de principios como los de condensación, atemporalidad y desplazamiento. Actuados
en el juego mismo.
Los aspectos formales de la hora de juego diagnóstica hacen al contenido de la misma, ya que el
encuadre y las condiciones del ámbito de trabajo configuran una Gestalt que responde a nuestro
marco referencial teórico.
La sala de juego será un cuarto no demasiado pequeño, con escaso moblaje (una mesa, dos o tres sillas
y pizarrón) con el fin de posibilitar al niño libertad de movimientos.
Es preferible que las paredes y el piso sean lavables, lo que permitirá al entrevistador no preocuparse
por la conservación del lugar de trabajo.
Es conveniente brindar al niño la posibilidad de jugar con agua, si lo desea, permitiéndole tener un
fácil acceso a la misma. Los elementos deben estar expuestos sobre la mesa, al lado de la caja abierta.
Conviene que estén distribuidos sin responder a ningún agrupamiento de clases, dando al pequeño
paciente la posibilidad de una ordenación que responda a sus variables internas, en función de sus
fantasías y/o su nivel intelectual.
Sin embargo, debe evitarse dar un panorama caótico a través de un amontonamiento indiscriminado
de juguetes. La caja o canasto debe estar presente, porque puede funcionar como un elemento lúdico
más y porque será el continente depositario de la producción que el entrevistado desee dejar al final
de la hora.
La presentación de los juguetes sobre la mesa, fuera de la caja, evita el incremento de la ansiedad
persecutoria que puede surgir en un primer contacto frente a un continente-caja-desconocido,
cerrado.
Con respecto a los juguetes a incluir, hay diversas modalidades que responden al marco teórico
adoptado por el entrevistador:
→ Algunos seleccionan los juguetes en función de las respuestas específicas que promueven: de topo
sensorio-motor, de integración cognoscitiva, del funcionamiento yoico, etc.
→ Otros los seleccionan según la inclusión de elementos de distintos tamaños, texturas y formas. Así,
para facilitar el juego agresivo incluye revólveres, cuchillos de goma, bolsa de arena. Para estimular el
área comunicativa: teléfonos, crayones, etc.
Trata de representar en miniatura todos los objetos del mundo real circundante. Una cantidad
excesiva de material es innecesaria ya que distrae y confunde al entrevistado.
→ Proponemos un criterio intermedio, brindando a niño material de distinto tipo, tanto estructurado
como inestructurado, posibilitando la expresión, sin que la experiencia resulte invasora. Así,
incluiríamos en la caja de juguetes el siguiente material:
Es importante que el material sea de buena calidad para evitar su fácil deterioro, situación que puede
crear culpa en el niño y hacerle sentir que el material puede ser fácilmente destruido por sus impulsos
agresivos, que tiene poca capacidad para contenerlos y manejarlos.
Debe evitarse la inclusión de material peligroso para la integridad física del psicólogo o del niño
(objetos de vidrio, tijeras con puntas agudas, fósforos, etc.).
El material debe estar en buen estado ya que de lo contrario el niño puede tener la sensación de estar
en contacto con objetos ya usados y gastados.
CONSIGNA:
Cuando el niño entre al consultorio, el psicólogo debe poner de manifiesto en forma breve y en
lenguaje aprehensible una serie de informaciones que configuran la consigna:
Definición de roles.
Limitación de tiempo y espacio.
Material a utilizar.
Objetivos perseguidos.
Esto significa que se le aclara que el material que está sobre la mesa puede utilizarlo como desee, que
observaremos su juego con el propósito de conocerlo y comprender sus dificultades para una ayuda
posterior, todo esto en un tiempo determinado y en ese lugar.
Además, se explicitarán los límites generales en cuanto a la realización de acciones que resulten
peligrosas para la integridad física, tanto del entrevistador como del entrevistado, de la habitación y el
moblaje, en caso de que esto fuera necesario y en el momento indicado.
El rol que cumple el psicólogo durante el proceso psicodiagnóstico es un rol pasivo, en tanto funciona
como observador, y activo en la medida en que su actividad atenta y abierta (atención flotante) le
permite la comprensión y formulación de hipótesis sobre la problemática del entrevistado.
La situación puede ser tal que el niño requiera nuestra participación, haciéndonos desempeñar un rol
complementario. Incluso puede surgir la necesidad de un señalamiento (por ejemplo, cuando el niño
se bloquea o manifiesta su rechazo mediante la inhibición del juego).
En este sentido, toda participación del entrevistador tiene como objetivo crear las condiciones
óptimas para que el niño pueda desarrollar su juego con la mayor espontaneidad posible, puesto que
ésta, como cualquier otra situación nueva, provoca ansiedad. La función específica consiste en
observar, comprender y cooperar con el niño.
TRANSFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA:
Una hora de juego diagnóstica implica el establecimiento de un vínculo transferencial. Antes del
primer contacto existe ya una imagen mutua, resultado de la información que los padres transmiten.
Esto condiciona determinadas expectativas que deben readecuarse en la primera entrevista, a través
del vínculo real y concreto con el niño.
En ellos el paciente depositará parte de sus sentimientos representantes de distintos vínculos con
objetos de su mundo interno. Es tarea específica del psicólogo recuperar ese material para integrarlo,
junto a los elementos verbales y preverbales, en la totalidad del proceso.
Para el análisis de la HJD no existe estandarización del material. Esto hace que la tarea resulte difícil y
la producción no sea bien aprovechada.
Planteamos una guía de pautas que ofrecen un criterio sistematizado y coherente para orientar el
análisis, comparar diversos materiales dentro del proceso psicodiagnóstico y obtener inferencias
generalizadoras.
Los ítems más importantes a los fines del diagnóstico y pronóstico, apuntando tanto a lo dinámico
como a lo estructural y económico son:
→ De acuerdo con las características individuales, la modalidad de aproximación a los juguetes puede
asumir estas formas:
Hay que tener en cuenta también el tipo de juguete elegido para establecer el primer contacto, según
el momento evolutivo y el conflicto que se trata de vehiculizar (por ejemplo, si se dirige a juguetes de
tipo escolar, representativos de distintas modalidades de vínculos: oral, anal, fálico y genital,
inestructurados o de manifiesto significado agresivo).
En cuanto al tipo de juego, es necesario ver si tiene principio, desarrollo y fin, si es una unidad
coherente en sí misma y si los juegos organizados corresponden al estadio de desarrollo intelectual
correspondiente a su edad cronológica.
→ En un niño de 3 años se espera un juego de tipo egocéntrico, centrado en sí mismo. Puede pedir
ayuda o hacer preguntas acerca de los objetos, pero no toma al entrevistador como participante activo
en el juego.
Además, su actividad lúdica no se ajusta a ningún plan previo, es espontánea y lábil. Esto determina
que pase con facilidad de un juego a otro, sin terminar con ninguno.
→ En un niño de 4 a 7 años se espera una mayor aproximación a lo real, con creciente preocupación
por la veracidad de la imitación exacta. Esto se aprecia en la actividad gráfica, en las construcciones y
en las asociaciones verbales.
El desarrollo del proceso de socialización permite al niño cada vez más reconocer al otro como
copartícipe de su juego. De este modo puede dirigirse al psicólogo no solamente para que él lo ayude
sino también para que tome un rol activo, discriminado y real, complementario del suyo.
En los dibujos pasa del garabato propio de los tres años a una imitación más realista del objeto
representado, incluyendo cada vez más elementos del mismo. Sobre la construcción con cubos, se
interesa en apilar con equilibrio, pero sin objetivo previo y sin mayor continuidad, puede interrumpir
para pasar a otra cosa.
→ Otro elemento de importancia es el uso que el niño hace del lenguaje, su conexión con el juego que
desarrolla y con la edad.
Es la forma en que el yo pone de manifiesto la función simbólica. Cada sujeto estructura su juego de
acuerdo con una modalidad que le es propia, y que implica un rasgo caracterológico.
a) Plasticidad.
Cuando el niño puede apelar a cierta riqueza de recursos yoicos para expresar distintas situaciones
con un criterio económico, a través de la vía del menor esfuerzo, nos muestra plásticamente su mundo
interno.
Esta plasticidad se convertiría en labilidad patológica al existir un cambio brusco y constante logrando
que los objetos no conserven ni por un momento los atributos adjudicados.
b) Rigidez.
Es una modalidad clara y opuesta a la anterior. La rigidez en el juego es generalmente utilizada frente
a ansiedades muy primitivas para evitar la confusión.
En este caso el niño adhiere a ciertos mediatizadores en forma excesiva y predominante para expresar
la misma fantasía.
Esta característica se puede ver tanto en los juguetes como en las secuencias, verbalizaciones, gestos y
tiene como propósito controlar la identificación proyectiva en el depositario, conservar los límites y
mantener la disociación, dado que cualquier situación nueva lo desorganiza y provoca confusión.
Esta defensa empobrece al yo y da como resultado un juego monótono y poco creativo. Es una
modalidad no adaptativa que se ve fundamentalmente en niños neuróticos.
c) Estereotipia y perseveración.
Estas son modalidades más patológicas de funcionamiento yoico. Este juego estereotipado y
perseverante es típico de los niños psicóticos y con lesiones orgánicas.
En este juego se manifiesta una desconexión con el mundo externo cuya única finalidad es la descarga,
se repite una y otra vez la misma conducta y no hay fines comunicacionales.
3. Personificación.
Con esto nos referimos a la capacidad de asumir y adjudicar roles en forma dramática. En cada
período evolutivo la capacidad de personificación adquiere características diferentes.
En niños pequeños se expresa de manera más inmediata la realización de deseos utilizando como
mecanismo fundamental la identificación proyectiva. Asume el rol del otro, haciendo suyo el personaje
temido o deseado.
En una etapa posterior las personificaciones se enriquecen con figuras imaginarias tales como las
hadas, monstruos y cucos, disociando y proyectando en estas figuras sus diferentes imagos.
El niño comienza también a adjudicar roles y a hacer más explícito el vínculo que mantiene con estas
imagos (se somete, vence, domina, ataca o es atacado, es el perseguido o el perseguidor), mostrando
sucesivas alternancias de estos roles, como expresión de la labilidad de las identificaciones.
En la latencia, el niño tiende a dramatizar roles definidos socialmente, con menor expresión de la
fantasía en función del incremento de la represión. Amplía su campo de conexión con el medio
ambiente.
En el juego de prepúberes se observa una inhibición de esta capacidad porque se torna posible la
actuación real de sus fantasías. Para esto elige objetos más alejados del medio familiar a través de un
desplazamiento, que se expresa en el área simbólica.
Es un elemento común a todos los periodos evolutivos normales, así posibilita la elaboración de
situaciones traumáticas, el aprendizaje de roles sociales, la comprensión del rol del otro y el ajuste de
su conducta en función de ello, lo cual favorece el proceso de socialización e individuación.
Debemos tener en cuenta que el pasaje de un período a otro no se realiza en forma lineal ni brusca,
sino que implica sucesivas progresiones y regresiones.
El análisis del contenido de la personificación nos lleva a evaluar a través de la calidad e intensidad de
las distintas identificaciones el equilibrio existente entre el Superyó, el Ello y la realidad, elemento de
fundamental importancia diagnóstica y pronóstica.
Este equilibrio se logra cuando el Superyó se torna más permisivo y refleja con mayor realidad las
figuras de autoridad real y por ende con menor sadismo, permitiendo al Yo la satisfacción de deseos e
impulsos sin entraren conflicto con la realidad.
En la consigna hay una explicitación de roles que implica la observación del psicólogo y el juego del
niño. Si durante el transcurso de la hora de juego el niño nos pide que asumamos determinados roles,
creemos necesario que nos explique con claridad las características del rol adjudicado para que quede
bien definido y responda a las fantasías proyectadas.
4. Motricidad.
Este indicador nos permite ver la adecuación de la motricidad del niño con la etapa evolutiva que
atraviesa. En cada período hay pautas esperables que responden al desarrollo neurológico, factores
psicológicos y ambientales.
Los trastornos motores pueden responder a cualquiera de dichos factores con predominancia de
algunos de ellos y/o a una interrelación entre los mismos.
A través de la hora de juego el psicólogo puede observar la disfuncionalidad motriz, aunque para
especificar la calidad, la intensidad y el origen del trastorno será preciso aplicar instrumentos más
específicos.
Es importante tener en cuenta el estadio evolutivo del niño que estamos examinando para inferir
cualquier conclusión acerca del tema, así como también ver las recurrencias que pueden encontrarse
dentro del proceso psicodiagnóstico.
El manejo adecuado de las posibilidades motoras permite el dominio de los objetos del mundo externo
y la posibilidad de satisfacer sus necesidades con autonomía relativa, en tanto las dificultades
provocan frustraciones e incrementan tensiones a nivel intra e interpersonal.
La comunicación gestual y postural enriquece el mensaje y puede mostrar aspectos disociados que se
manifiestan como una discordancia entre lo que se dice y lo que se expresa corporalmente.
Un buen manejo del cuerpo produce placer y redunda en un fortalecimiento yoico que permite el
alcance de nuevos logros y facilita la posibilidad de sublimar cuando el niño está preparado para ello.
Desplazamiento geográfico.
Posibilidad de encaje.
Presión y manejo.
Alternancia de miembros.
Lateralidad.
Movimientos voluntarios e involuntarios.
Movimientos bizarros.
Ritmo del movimiento.
Hiperquinesia.
Hipoquinesia.
Ductilidad.
La inmadurez o dificultad a nivel motor suele responder a una falta de estimulación ambiental en el
momento de la adquisición de las funciones, manifestada luego en torpeza de los movimientos finos
(trastorno en la escritura).
5. Creatividad.
Crear es unir o relacionar elementos dispersos en un elemento nuevo y distinto. Esto exige un yo
plástico capaz de la apertura a experiencias nuevas, tolerante a la inestructuración del campo.
Este proceso tiene una finalidad deliberada: descubrir una organización exitosa, gratificante y
enriquecedora, producto de un adecuado equilibrio entre el principio de placer y el principio de
realidad.
El niño acciona sobre los elementos de su entorno (juguetes) para lograr los fines propuestos. La
nueva configuración tiene una connotación de sorpresa o descubrimiento para el niño y se acompaña
de un sentimiento de satisfacción.
La dinámica interna de este proceso se expresa a través del interjuego entre la proyección y la
reintroyección de lo proyectado, ahora modificado, transformado en un producto cualitativamente
distinto, psicomotor del crecimiento y el cambio estructural que redunda en un incremento de la
capacidad de aprendizaje.
Esta connotación de “deliberado”, “al servicio del Yo” y “con fines comunicativos” es lo que caracteriza
a la creatividad, diferenciándola de la “producción original” del psicótico, que cumple fines de
descarga del Ello.
La tolerancia adecuada a la frustración permite que se forme la representación mental del objeto, en
ausencia de éste. Redunda en el incremento de la función simbólica y anticipa su conexión con el
mismo.
Son aquellos sujetos que por no frustrarse y sufrir evitan las situaciones de prueba realística,
manteniendo su omnipotencia.
6. Capacidad simbólica.
El juego es una forma de expresión de la capacidad simbólica y la vía de acceso a las fantasías
inconcientes. Un monto adecuado de angustia es la base necesaria para la formación de símbolos.
La expresión directa de las situaciones conflictivas puede inhibir total o parcialmente la conducta
lúdica, provoca un quantum de ansiedad intolerable al yo.
El niño logra mediante el juego la emergencia de estas fantasías a través de objetos suficientemente
alejados del conflicto primitivo y que cumplen el rol de mediatizadores: apela a sus posibilidades de
elaboración secundaria para expresar la fantasía.
El símbolo debe estar suficientemente cercano al objeto primario simbolizado como para permitirle su
expresión deformada. Cuanto más elementos utiliza el niño para expresar su mundo interno, tantas
mayores posibilidades yoicas revela, en el sentido de reflejar en la realidad toda una serie de
significantes adquiridos mediante un proceso de capacitación para simbolizar.
A medida que el niño crece aumenta la distancia entre el símbolo y lo simbolizado. Se van produciendo
sucesivos desplazamientos y se va imponiendo el principio de realidad. La gratificación de las
fantasías primarias tiende a ser postergada cada vez más.
Por ello encontramos grandes diferencias entre el juego de los niños muy pequeños que sigue las leyes
del proceso primario y el de los latentes, con predominancia del proceso secundario. Cuanto mayor es
el desplazamiento, menor es la resistencia que opone el yo.
a) La riqueza expresiva:
La búsqueda que el niño hace en el entorno de soportes materiales (significantes) que vehiculicen
en forma adecuada sus fantasías y conflictos (significados).
Una nueva búsqueda, cuanto a través de las formas anteriores de simbolización no logra los fines
comunicacionales.
b) La capacidad intelectual:
Durante la hora de juego y a través de los símbolos que utiliza, el niño evidencia una discriminación y
manejo de la realidad acorde a su edad evolutiva o no. La manera como lo hace nos da la pauta del
estado en que se halla el proceso de simbolización, si se desarrolla sin inhibiciones en el área del
aprendizaje.
Este proceso sufre una evolución, parte de la ecuación simbólica propia de la etapa oral, en el que no
hay distancia respecto del objeto, hacia el desprendimiento paulatino del soporte material que
comienza a manifestarse en la posición depresiva, frente a la conciencia cada vez mayor de la ausencia
del objeto.
A medida que el niño crece aumenta la distancia entre el significante y el significado, adquiriendo
primero una connotación cada vez más compartida en el ámbito social, cuya manifestación por
excelencia es el lenguaje.
Este punto alude a los aspectos del contenido de la capacidad simbólica. Los símbolos que utiliza el
niño nos remiten a la comprensión del estadio psicosexual por el que atraviesa y su modalidad de
expresión.
Es decir, en sus juegos, el pequeño entrevistado puede expresar fantasías de tipo oral, anal, uretral,
fálico o genital, y lo hace de determinada manera en función de sus técnicas habituales, de manejo.
La intensidad del conflicto es variable. Un índice del mismo puede inferirse a través de la reiteración
de determinada fantasía, así como también por la forma de expresión elegida.
7. Tolerancia a la frustración.
Se detecta en la hora de juego a través de la posibilidad de aceptar la consigna con las limitaciones que
ésta propone: la puesta de limites la finalización de la tarea y en el desarrollo del juego, en la manera
de enfrentarse con las dificultades inherentes a la actividad que se propone realizar.
La evaluación correcta de dicha función es importante a nivel diagnóstico para aún más en cuanto a
pronóstico. Resulta fundamental diferenciar dónde ubica el niño la fuente de frustración: si deriva de
su mundo interno (dibujar algo que va más allá de sus posibilidades) o si la localiza preferentemente en
el mudo externo (desear algo que no está presente), así como también la reacción frente a ella:
encontrar elementos sustitutivos (señal de buena adaptación) o desorganizarse, ponerse a llorar
(actitud negativista).
Se produce así una frustración necesaria de los elementos postergados en función de la adquisición de
nuevas posibilidades y, por ende, del crecimiento del niño, lo que redunda en un equilibrio emocional
adaptativo y madurativo del Yo.
Se produce así una frustración necesaria de los elementos postergados en función de la adquisición de
nuevas posibilidades y, por ende, del crecimiento del niño, lo que redunda en un equilibrio emocional
adaptativo y madurativo del Yo.
8. Adecuación a la realidad.
Uno de los primeros elementos a tener en cuenta al analizar una hora de juego es la capacidad del niño
de adecuarse a la realidad. En este primer momento se manifiesta a través de la posibilidad de
desprenderse de la madre y de actuar en forma acorde a su edad cronológica, demostrando la
comprensión y aceptación de la consigna.
Dicha adecuación a la realidad nos permite evaluar posibilidades yoicas, en tanto pueda adaptarse o
no a los límites que esta situación le impone:
a) Aceptación o no del encuadre témporo-espacial con las limitaciones que esto implica.
b) Posibilidad de ubicarse en su rol y aceptar el rol del otro. Estas situaciones son observables a lo
largo de toda la hora de juego y en cada uno de los indicadores.
En el comienzo de la hora de juego pueden aparecer conductas poco adecuadas, por ser el primer
contacto que establece con el psicólogo, necesitará entonces un tiempo de adaptación, que será
diferente para cada individuo.
Si el niño, una vez que se adaptó a la situación de juego, no puede aceptar las nuevas consignas e
insiste en la conducta lúdica, nos está proporcionando material importante para su interpretación. No
poder adecuarse a la realidad implica un déficit en la discriminación Yo-no Yo.
La confianza en sus posibilidades yoicas y un Superyó benévolo hacen posible atravesar estas
situaciones de crisis que implican la elaboración de pérdidas y nuevas adquisiciones propias del
crecimiento.
La libertad interna que le brinda el equilibrio óptimo entre fantasía y realidad, sus posibilidades
creativas y por ende reparatorias, lo enriquecen permanentemente permitiéndole aprender de la
experiencia.
En cuanto a la personificación en el juego, los modelos actuales se aproximan a los objetos reales
representados, se da libre curso a la fantasía, adjudicando y tomando distintos roles en la situación de
vínculo con el psicólogo, con lo que se amplían las posibilidades comunicativas.
La hora de juego diagnóstica de un niño puede presentar momentos alternantes con diferentes
cualidades o características. De la normalidad a la psicosis pasando por la neurosis se establece un
continuo dentro del cual estos matices son los que establecen las diferencias cuantitativas y
cualitativas.
La gama y variación de los conflictos a nivel neurótico son muy amplias, por lo tanto describiremos un
perfil común que nos permita caracterizar el juego del niño neurótico.
A diferencia del niño psicótico, encontramos desarrollada la capacidad simbólica, que le posibilita la
expresión de sus conflictos en el “como si” de la situación de juego, siendo capaz de discriminar y
evidenciar un mejor interjuego entre fantasía y realidad, así como también las alteraciones
significativas en áreas específicas.
Por lo tanto, es importante tener en cuenta el grado y la calidad de la comunicación con el psicólogo y
los juguetes, manifestados a través del desplazamiento de su mundo interno. La dinámica del conflicto
neurótico se da entre los impulsos y su relación con la realidad.
Utiliza entonces una serie de conductas defensivas que redundan en un empobrecimiento yoico cuyas
características dependerán de las áreas afectadas. El cuadro nosográfico, por su parte, se determina
por la predominancia de cierto tipo de defensas.
En estos niños hay una adecuación relativa a la realidad, cuyo grado depende de los términos del
conflicto, hay un intento de satisfacer el principio que a su vez genera culpa no tolerada por el Yo,
quien desplaza el impulso a objetos sustitutivos alejados del originario.
Este desplazamiento, al servicio de la represión, promueve un círculo vicioso por el cual la satisfacción
no se logra y debe recurrirse a nuevos desplazamientos que evidencian el conflicto una vez más. De
este modo se ven limitadas la capacidad de aprendizaje y las posibilidades creativas que dependen de
una síntesis yoica adecuada.
La dificultad para jugar es el índice más evidente de las características psicóticas presentes en un niño
seriamente perturbado. Es importante destacar que, en términos estrictos, no se trataría de un juego
en el sentido de actividad lúdica en tanto jugar implica la posibilidad de simbolizar.
En el psicótico, significante y significado son una misma cosa (ecuación simbólica). Sin embargo,
debemos tener en cuenta que el niño puede tener partes de su personalidad más preservadas o que
han logrado una organización no psicótica, y dependerá del monto, de la calidad y de la interrelación
de éstas la posibilidad de expresar su conflicto.
Esta dificultad va desde la inhibición total o parcial del juego hasta la desorganización de la conducta.
Es importante distinguir en un diagnóstico diferencial situaciones en las que se estructura un “pseudo
juego”, conductas o series de conductas en las que el niño aparenta jugar, pero en las que hay una
ausencia total o parcial de simbolización. En estos casos el niño sólo descarga una fantasía.
La estructura psicótica se evidencia en los diversos indicadores. Así el niño psicótico no puede
adecuarse a la realidad en tanto se maneja con predominancia del proceso primario, distorsionando la
percepción del mundo externo y, en la situación diagnostica, la relación o el vínculo con el psicólogo.
Son frecuentes las organizaciones originales, los neologismos, las actitudes bizarras y las dificultades
de adecuación a la realidad, tolerancia a la frustración y aprendizaje.
El desiderativo posee un gran criterio de validación, porque consideramos que es el test que se acerca
más a la dramatización de la estructura y el conflicto psicológico que se alcanza con la hora de juego.
En este sentido pensamos que este test evalúa los mismos aspectos que se ponen de relieve a través de
la hora de juego, mientras que el H.TP, por ejemplo, mide además otros aspectos (identidad sexual,
nivel intelectual, etc.).
Por lo tanto, tomamos el material del H.T.P como complemento del material dado por la hora de juego
y por el desiderativo, y comparamos entre sí, en cambio, lo que ponían en evidencia los dos últimos.
Adoptar, para el estudio del material, un orden inverso al que comúnmente se sigue en el diagnóstico
psicológico infantil fue para nosotros un importante ejercicio clínico. Nos permitió comprobar que:
→ Un análisis detallado de la hora de juego, aun prescindiendo de otro material, o a ciegas, permite:
b) Poner en evidencia sus principales técnicas de defensa frente a la ansiedad y el monto de la misma.
c) Evaluar el tipo de rapport que puede establecer el niño con un posible futuro terapeuta y el tipo de
ansiedades que contratransferencialmente puede despertar en él.
a) El grado de estructuración yoica que, aunque se pone de manifiesto a través de la hora de juego,
creemos que aparece más sistematizadamente en los tests.
b) Indicadores del pronóstico del paciente, en la medida en que se jerarquizan área de conflicto y
áreas preservadas, lo que posibilita establecer una estrategia terapéutica.
Las situaciones básicas de ansiedad, la conflictiva edípica y los mecanismos de defensas constituyen
los elementos universales de la configuración salud-enfermedad.
Pensamos que podíamos entender la hora de juego como una historia argumental del niño fabricada
en respuesta a una situación de estímulo (en parte estructurada y en parte no), evaluando entonces el
modo como se incluye en dicha situación.
Incluimos así indicadores que llamamos “formales”, en oposición a los indicadores “de contenido”.
Algunos de estos indicadores eran: la forma de aproximarse a los juguetes, la actitud al comienzo y al
final de la hora de juego, la ubicación en el consultorio, la actitud corporal, el manejo del espacio
(desplazamiento del niño y de los juguetes), etc.
Estos datos nos ofrecieron una imagen del niño que completaba la interpretación del juego en sí. Sin
embargo, no dejaban de ser un complemento a la línea central de interpretación, que seguía siendo el
análisis de las fantasías inconcientes, a partir del juego.
Si bien las fantasías inconcientes últimos son universales, estábamos tomando también los juguetes
como significantes universales, vale decir que dábamos por supuesto que los niños ponían en juego
mecanismos de identificación proyectiva tomando como sustrato de la proyección objetos que para
nosotros debían constituir una base adecuada sobre la cual proyecta determinada imago y no otra.
Los significados distintos que podía tener la situación misma de la hora de juego (para un niño de villa
miseria que era quizá un “ofrecimiento” de juguetes, a los que luego, por supuesto, les atribuía un
contenido latente).
De Saussure diferencia lengua y habla, siendo la lengua el aspecto social del lenguaje, resultado de
convenciones compartidas, que hacen de ella un código. El habla, en cambio, es la función personal del
lenguaje, por la que cada sujeto selecciona su propio modo de expresarse, combinando palabras y
frases del sistema lingüístico, que ofrece distintas alternativas para expresar un mismo significado.
Ahora bien, ¿puede pensarse que en el lenguaje del juego, así como en el del sueño, hay lengua?
Evidentemente, hay habla en la medida en que se transmiten mensajes, pero el código de señales no
deriva de convenciones sino de un mundo interno nutrido de significados universales (en tanto
asumimos que las protofantasías tienen un sustrato biológico).
Por eso, atribuir a un acto en el juego el mismo valor significante que a la palabra hablada puede llevar
a un reduccionismo que atente contra la riqueza de la comprensión y sobreimponga un código a un
mensaje que no se ha emitido en ese mismo código.
El juego sería un lenguaje sin lengua en el que cada dramatización puede remitir a varios significados,
pero los elementos de este lenguaje en sí no remiten a significados.
Pero existe otro modelo de análisis, al que Laplanche y Leclaire llaman “actitud de atención libremente
flotante”, que “no privilegia a ningún contenido, privilegia a todos, y considera el conjunto del discurso
como un texto susceptible de ser traducido al lenguaje inconciente”.
El juego es un lenguaje en el que las imágenes están pegadas a su significado y para encontrar los
poderes de significación e interpretación deben desarrollar a nivel del “discurso” lo que les falta a
nivel de las estructuras elementales.
En la hora de juego el “discurso” está dado por la secuencia del juego, que fue precisamente lo que
intentamos abordar segmentando en unidades la conducta del niño durante la sesión.
Categorizamos como unidad de juego toda conducta del niño que permita aparecen la significación,
desde un gesto hasta un acto complejo en el que se usan distintos elementos, pero para emitir un
mensaje único, por ejemplo construir una casa.
La importancia del análisis de las secuencias aparece señalada, si bien en otro contexto, en la obra de
Lacan, para quien la unidad de significación adquiere sentido en relación con la cadena de
significantes: “Los significantes deben considerarse como si estuvieran articulados”, “Existe una
coherencia teórica del conjunto como conjunto y también la articulación es significante”.
El significante de la articulación entre las que llamamos unidades de juego es el tipo de actividad que
es suscitada por la actividad anterior.
→ Los elementos categorizables en la hora de juego, según esta perspectiva, son fundamentalmente:
Usamos el término fantasía en su sentido más amplio, como aquello que el niño expresa mediante el
juego, cosa que ocurre toda vez que lo que el niño hace evoca en el entrevistador una representación
mental correspondiente a un contenido inconciente.
Lo que tomamos como significados a los que remitimos los significantes no son contenidos
inconcientes, sino lo que el niño hace con ellos. → A este respecto pueden presentarse las siguientes
posibilidades:
Registremos para cada niño las secuencias de fantasías y defensas, tal como han sido caracterizadas.
→También como indicadores se cuentan:
3. El número de lo que llamamos subsistemas dentro del sistema total de la hora de juego, secuencias
en las que mantiene un mismo sentido (por ejemplo, amasar plastilina y hacer con ella objetos
relacionados entre sí sería un subsistema separado de otro en el que el niño constituye una torre
con cubos).
4. El grado en que la ansiedad desborda las medidas defensivas y se manifiesta abiertamente (por
ejemplo: crisis de llanto).
7. La posibilidad del niño de manejarse con los dos tipos de elementos a su disposición, que llamamos
“figurativos” (los animales, muñecos, etc.), y “no-figurativos” (plastilina, cubos, material de dibujo).
Registramos también qué tipo de elemento usa primero.
8. La cantidad del material a su disposición que emplea el niño (lo usa todo, sólo una parte, un solo
objeto).
1. El número total promedio de unidades de juego oscila entre 10 y 15, para una sesión de 30
minutos. El número total de unidades parece estar asociado a nivel mental, edad y monto de
ansiedad.
2. El clímax al final de la sesión, y sobre todo en la última unidad, indica que la ansiedad amenaza
invadir al yo, porque no puede ser bien manejada ni controlada por defensas eficaces. Si el clímax
aparece en la mitad de la hora, o después (raramente puede pensarse antes), inferimos que el niño
tiene cierta capacidad de elaboración frente a la emergencia de contenidos psíquicos evocadores
de ansiedad.
El clímax como manifestación de una fantasía implica la posibilidad de simbolizar a través de ella la
ansiedad. Cuando la ansiedad bombardea al yo muy intensamente, éste no puede mediatizar a través
de la simbolización, y el clímax es expresión de la ansiedad misma (llanto, por ejemplo).
En una hora de juego puramente defensiva el clímax puede no aparecer, ya que es aquello de lo que
precisamente se defiende el niño, en una forma al parecer exitosa. Sin embargo, ello implica un serio
grado de empobrecimiento.
3. Las secuencias de unidades manifiestan la modalidad del niño en cuanto a la expresión y el manejo
de sus conflictos. En general, aunque con distintos contenidos, o diferentes niveles de juego, hemos
encontrado repetición de secuencias.
Secuencias cortas (por ejemplo, fantasía seguida de defensa y luego repetición de esta pauta) son
indicadores de alto grado de ansiedad, ya que la defensa surge inmediatamente ante la expresión de la
fantasía, para evitar la emergencia de contenidos psíquicos ansiógenos. Secuencias más largas
implican mayor libertad en la simbolización del contendido inconciente, menor necesidad de
represión.
Pensamos lo mismo con respecto al cambio en el empleo del material: pasaje del figurativo al no
figurativo (secuencia muy común), en la medida en que se trata de un material que requiere mayor
capacidad de abstracción. Específicamente, sería un factor a tener en cuenta para la indicación de
psicoterapia breve.
6. La cantidad de material a su disposición que usa el niño manifiesta también el grado de apertura
que puede permitirse con respecto a sus conflictos. En general existe un paralelo entre el número
de fantasías que puede expresar el niño y la cantidad del material que usa, que es también un
índice del monto de resistencias que puede desarrollar en la terapia.
El empleo de un solo objeto del material alude a una necesidad de autodelimitación, probablemente
como defensa frente a una ansiedad de tipo confusional.
7. Una hora de juego compuesta sólo de unidades defensivas indica que estamos en presencia de una
caracteropatía o de un niño con características borderline, que se defiende de una invasora
ansiedad psicótica.
La diferencia entre estos dos cuadros tan disímiles puede darla el clímax (apagado o no existente en el
caracterópata, intenso como última unidad en el borderline).
8. Una hora de juego que sea solamente manifestación de fantasías, según su contenido, puede ser la
hora de juego de un psicótico, en el que el inconciente no reconoce barreras. Otra característica de
la hora de juego del psicótico es la aparición de varios clímax, mientras que en el neurótico
generalmente aparece uno.
9. Una unidad de juego que se pueda categorizar a la vez como fantasía y como defensa (por ejemplo,
agrupar los juguetes con determinado sentido), nos hace pensar en una conducta de tipo obsesivo.
10. Los elementos bizarros, sea a nivel de contenido o a nivel de secuencias (por ejemplo, una fantasía
que surge de pronto en una larga secuencia de defensas), aparecen frecuentemente en niños con
perversiones o en psicópatas, aunque habría que estudiar mas esta peculiaridad.
M. Klein elabora en 1927 su técnica del psicoanálisis infantil, que denominaba técnica de juego. En los
descubrimientos psicoanalíticos, los primeros pasos los dio Freud, quien a partir del análisis de
adultos estimó que la neurosis adulta se originaba en una neurosis infantil coexistente con el complejo
de Edipo.
Freud, desde el análisis de la neurosis de un adulto en el caso del hombre de los lobos, desentierra una
neurosis infantil sufrida por el paciente en el período anterior a la latencia.
En 1909 publicó el caso de un nuño de cinco años que sufría de una agorafobia relacionada con el
temor de ser mordido por un caballo en la calle.
Freud consiguió descubrir su complejo de Edipo, tanto positivo como negativo, lo que produjo como
resultado una atenuación de la neurosis de Juanito.
Este caso confirmo la hipótesis de Freud acerca de la neurosis infantil y demostró también que los
niños podían ser psicoanalizados, y que este tipo de neurosis podía ser resuelto desde sus inicios.
De todos modos, el análisis infantil no prosperó. Probablemente existían factores inconcientes de
resistencia al juego y, no obstante, todo su conocimiento psicoanalítico, los analistas dudaban acerca
de si debía perturbarse la “inocencia infantil”.
M. Klein obtuvo indignación por sus opiniones sobre la agresividad infantil y también por el hecho de
que ella hablaba a los niños de manera directa acerca de la sexualidad: y esto sucedía más de diez años
después de la publicación del caso Juanito.
Pero había también dificultades técnicas. ¿Cómo explicar la técnica psicoanalítica a los niños? Los
adultos buscan analizarse porque son concientes de su enfermedad.
Antes de M. Klein, la mayoría de los analistas consideraba que los niños no tienen conciencia de su
enfermedad ni de su necesidad de ayuda, por consiguiente, se pensaba que era imposible esperar
cooperación por parte de ellos.
Se creía que no era posible exigir a un niño que se tendiera en el diván y asociara con libertad y que los
niños, ligados aun a sus padres, no podrían entablar una transferencia.
Según Klein, la expresión natural del niño es el juego y puede ser utilizado como medio de
comunicación con los pequeños. Para el niño el juego no es “simplemente juego”, es también trabajo.
No se trata tan sólo de una forma de explorar y controlar el mundo externo, sino de un medio por el
cual controlar y expresar sus angustias a través de la manifestación y elaboración de las fantasías.
Mediante el juego, el niño dramatiza sus fantasías y elabora así sus conflictos.
Freud consideraba que el juego era un acto sintomático, y con toda naturalidad lo incluyó en el
análisis. Pero ni Freud ni quienes, antes que Klein o al mismo tiempo que ella, intentaron analizar
niños comprendieron en profundidad la importancia del juego en el niño, ni pensaron en utilizarlo
como la principal vía de acceso a su inconciente.
Tras asignar total importancia al papel que desempeña el juego, M. Klein concluyó que, dadas las
condiciones adecuadas, el libre juego del niño (así como todas las comunicaciones verbales de que sea
capaz) pueden cumplir una función similar a la asociación libre en los adultos.
→ En el juego, el niño expresa sus fantasías, sus deseos y sus experiencias de un modo simbólico.
Al hacerlo, utiliza los mismos medios de expresión arcaicos, filogenéticamente adquiridos, el mismo
lenguaje que nos es familiar en los sueños, y sólo comprenderemos totalmente este lenguaje si nos
acercamos a él como Freud nos ha enseñado a acercarnos al lenguaje de los sueños.
El simbolismo es sólo una parte de él. Si deseamos comprender correctamente el juego del niño en
relación con toda su conducta durante la hora de análisis, debemos no sólo desentrañar el significado
simbólico por claro que sea, sino tener en cuenta todos los mecanismos y formas de representación
usados en el trabajo onírico, sin perder de vista jamás la relación de cada factor con la situación total.
M. Klein comprendió la importancia del juego en la niñez y señaló que su inhibición era un síntoma
fundamental que denotaba una inhibición de la vida de la fantasía y del desarrollo general.
En el caso de ciertos niños cuya capacidad de juego está bloqueada, sólo el tratamiento psicoanalítico
puede resolver la inhibición. En el tratamiento mismo, el juego libre puede verse inhibido de igual
modo que la asociación libre, cosa que se puede manifestar o bien en una cesación del juego o en una
repetición rígida y poco imaginativa.
Tal como ocurre en el análisis de adultos con resistencias ante la asociación libre, las inhibiciones del
juego libre pueden ser resueltas cuando la angustia subyacente es atenuada por la interpretación.
El juego, interrumpido antes por las resistencias, es reanudado, altera, expande y expresa estratos más
profundos que la mente, el contacto entre el niño y el analista se restablece.
El placer en el juego, que aparece claramente después de una interpretación, se debe al hecho de que
el gasto de energía necesario para la represión ya no se precisa después de la interpretación.
Esta comprensión del significado del juego de los niños es hoy u lugar común, pero en aquella época
abrió todo un campo nuevo en el conocimiento de la psicología infantil.
En 1923 los principios y técnicas del psicoanálisis infantil de M. Klein estaban plenamente elaborados.
Desarrolló la técnica consistente en la utilización de juguetes especiales.
Proporcionaba al niño un encuadre psicoanalítico adecuado, un horario estrictamente regular, con
sesiones de cincuenta minutos cinco veces por semana.
La habitación se hallaba adaptada de un modo especial para el niño: mobiliario sencillo y sólido, una
mesita y una silla para el paciente, una silla para el analista, un pequeño diván. El suelo y las paredes
debían ser lavables. Cada niño dispondría de su propia caja de juguetes, sólo utilizados para el
tratamiento.
Los juguetes se elegían con todo cuidado, había casitas, figuras pequeñas de hombres y de mujeres,
con preferencia de dos tamaños, animales salvajes y domésticos, ladrillos, pelotas, a veces canicas y
también materiales de juego tales como tijeras, bramante, lápices, papel, plastilina.
Además, la habitación debía estar provista de agua, ya que en ciertas etapas del análisis de muchos
niños el agua juega un papel muy importante.
La elección de los juguetes es de gran importancia, porque el juego libre del niño funciona de manera
similar a la libre asociación en el análisis de los adultos. Los juguetes no deben determinar el juego, así
como en el análisis de adultos el analista no debe sugerir el tema de las asociaciones, tampoco los
juguetes han de sugerir el tema del juego.
No hay que utilizar juguetes que tengan un significado propio, tales como teléfonos o juegos que
impongan reglas. Las figuras humanas deben ser de dos tallas para facilitar la representación del rol
adulto y el infantil, pero han de ser indeterminadas, no deben llevar uniformes ni vestimentas
especiales, ni elementos que indiquen una ocupación o papel definido que pudiera sugerir un tipo
especial de juego.
Los juguetes han de ser muy pequeños, estos se prestan bien a la técnica analítica del juego,
posiblemente debido a que su tamaño los hace mu apropiados para representar el mundo interno.
M. Klein al presentar la ponencia sobre la técnica de juego ante la Sociedad Psicoanalítica Británica, D
Winnicott opinó que, al incorporar estos pequeños juguetes, Klein había concretado el avance más
significativo en el campo del análisis infantil, ya que con ellos el niño puede expresarse con libertad y
utilizarlos de la forma que más convenga a su fantasía.
M. Klein sostenía que el juego del niño expresa sus preocupaciones, conflictos y fantasías. Su técnica
estribaba en analizar el juego tal como se analizan los sueños y las asociaciones libres, interpretando
las fantasías, conflictos y defensas.
Los dibujos de los niños y las asociaciones que éstos les inspiran con frecuencia son especialmente
relevadores. Casi al mismo tiempo que M. Klein, A. Freud comenzó a desarrollar una técnica para
niños. Entre ambos enfoques existían diferencias considerables y provocaron controversia.
A. Freud sostenía que en los niños no se da la neurosis de transferencia. De acuerdo con la teoría
general de la transferencia, el paciente transfiere al analista sentimientos y fantasías que
corresponden a la relación con sus padres en el pasado.
Con el tiempo, el conflicto neurótico desarrollado en relación con los padres se manifiesta en la
neurosis de transferencia.
Según A. Freud, esta transferencia no puede producirse cuando el niño depende aún de sus padres,
sostenía que el análisis infantil debe ser educativo además de analítico, a fin de reforzar el superyó.
Pensaba que debía evitarse la transferencia negativa, ya que tratándose de niños sólo podía realizarse
trabajo valioso en transferencia positiva.
M. Klein descubrió que, aunque los niños casi nunca tienen “conciencia de enfermedad” en el sentido
adulto, experimentan ansiedades intensas y son por lo menos tan concientes como un adulto de su
propia necesidad de ayuda.
A diferencia de A. Freud, Klein consideraba que los niños, a causa de su ansiedad y de la dependencia
general en que se hallan, desarrollan una rápida y sólida transferencia con el analista.
La dependencia del niño hacia sus padres no impide el desarrollo de la transferencia, ya que no es la
relación con los padres reales lo que se transfiere al analista, sino la relación con la figura interna de la
fantasía: la imago parental.
Desde un principio, Klein prestó especial atención al mundo interno del niño y a la naturaleza de las
figuras internas transferidas al analista. Los padres internos se hallan con frecuencia escindidos en
figuras ideales y figuras muy malas.
El niño se defiende de su ambivalencia hacia sus padres mediante esa escisión y atribuye al analista
ora el aspecto ideal, ora el aspecto persecutorio de los padres. Klein pensaba que los métodos
educativos no tenían cabida en el psicoanálisis, y que interferían en el proceso psicoanalítico.
Plantea que una verdadera situación analítica sólo puede producirse por medios analíticos, y que si se
emplean medios no analíticos (como los medios educativos o intentos encaminados a obtener una
transferencia positiva) entonces no puede desarrollarse una situación analítica.
También pensaba que si el analista intenta lograr a toda costa una transferencia positiva, el niño
volcará entonces sus sentimientos hostiles escindidos en sus padres o en otras personas de su
entorno, en cuyo caso las demás relaciones del niño sufrirán y su conflicto esencial (el miedo a un
superyó persecutorio) permanecerá sin analizar.
Estas diferencias técnicas estaban relacionadas con diferencias en el enfoque técnico. De acuerdo con
Freud, el superyó se forma tras la disolución del complejo de Edipo. Antes de eso, el niño teme a la
autoridad de los padres reales.
La introyección de las prohibiciones de los padres y la formación de una autoridad interna (el
superyó) anunciad la proximidad de la latencia. Se suponía que el superyó del niño pequeño era
inexistente o débil, concepto teórico que daba fundamento a la posición y a la técnica de A. Freud.
Por el contrario, la observación de los niños en proceso de análisis despertó en M. Klein la convicción
de que el niño pequeño tiene fantasías de padres internos aterrorizantes y represores que constituyen
un superyó particularmente feroz que el yo del niño no puede afrontar.
Klein pensaba que en el análisis de niños (al igual que en el de adultos) es el análisis del superyó en la
transferencia, orientado hacia la disminución de su severidad, lo que permite el reforzamiento y mejor
desarrollo del yo.
El análisis de las figuras internas que componen al superyó, así como la resolución de la ansiedad y la
culpa ligadas a dichas figuras, eran la meta de su enfoque psicoanalítico.
En el desarrollo del psicoanálisis existe una relación íntima entre la teoría y la técnica. La técnica de la
hipnosis permitió a Freud descubrir los procesos inconcientes.
Sus reflexiones sobre tales procesos lo condujeron a la técnica de la asociación libre, la cual
proporciono el material para la formulación de las opiniones teóricas.
M. Klein abordó el psicoanálisis infantil equipada de la técnica y de las teorías de Freud. Concibió su
técnica del juego como un método de comunicación con el niño, que le permitía adherirse a los
principios psicoanalíticos.
La técnica del juego le proporcionó acceso al inconciente del niño y esto, a su vez, la llevó a hacer
descubrimientos que modificaron sus opiniones teóricas sobre la sexualidad infantil y el desarrollo del
aparato psíquico.
En tanto que Freud infirió la psicología infantil del análisis de adultos (con la única excepción de
Juanito), Klein estudió la estructura y los conflictos infantiles directamente en el niño.