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Shakespeare y Pascal, así como tantos otros están en razón al afirmar que el hombre
es una contradicción, ser de luz y sombras, lo hemos dicho, pero, al mismo tiempo, también
es un ser místico por naturaleza, pero ha preferido ser, más bien, un ser sin contenido, sin
sentido, anodino, oído presto siempre al canto de las sirenas. Cuando el amor pierde
contenido, pierde sentido, la persona y sus acciones también, se desvían de su cauce natural
que es la búsqueda concreta del bien. Esa búsqueda es la que tiene por objetivo el hallazgo
de la Verdad: la verdad de la persona humana, aquello por lo que la persona es lo que es, en
su no reductibilidad, es una verdad que implica un llamamiento a la libertad de la persona
misma, o como lo señala Juan Pablo II: el ser-personal implica un deber-ser. La verdad es
el ser mismo, toda criatura está constituida por esa relación de origen con Dios: este es su
ser. Dios es amor y la percepción de Dios, el Ser, como amor cristalizado parece llevar a la
experiencia de su estructura como amor universal, como una efusión de amor que no tiene
en cuenta los objetos a los que se dirige: en otras palabras, un amor total a todo aquello que
lleva en sí una chispa del Ser. Si la estructura de Dios, de lo último es el amor, reflexiona
Panikkar, entonces este es el amor que ama, o amor del amor, amor-en-sí-mismo: es como
un „ojo‟ que se ve a sí mismo, una „voluntad‟ que se ama a sí misma, un „ente‟ que se
vuelca fuera como „Ser‟, una „fuente‟ que se reproduce totalmente en una imagen idéntica y
que después emerge en el Ser como aquello que acoge a la fuente. Volviendo a Scheler,
para él el amor es un movimiento ascendente que está asociado al valor. Por eso, en un
inicio se siente un amor inferior que se va alimentando a través de la atención, el interés y
el percatarse de, hasta hacerse superior, es decir, hasta el despertar de un «abrir de ojos»,
hasta que la autenticidad del amor se manifiesta.
Paz y Bien
JHR.