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Kenneth J. Gergen**
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Sistemas Familiares, 21 (1-2), 2005. Traducción de Susana Tesone.
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Professor of Psychology, Swarthmore College, Swarthmore, PA 19081, USA. E-mail:
kgergen1@swarthmore.edu
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cuenta el relato de su vida que expresa el cliente y utilice sus palabras como mensajes de un
mundo entre bastidores, específicamente el territorio de lo inconsciente. Sin embargo, para
el terapeuta constructivista las mismas palabras no son descripciones del mundo real ni
manifestaciones de deseos reprimidos sino indicadores del mundo desde la perspectiva del
cliente; este terapeuta puede, así, formular preguntas encuadradas en la lógica de esta
perspectiva, sus posibles distorsiones y otras similares. Y el terapeuta familiar
estructuralista, puede no comprender las palabras del cliente de ninguna de estas formas,
sino como indicaciones de la configuración de las relaciones familiares. En este caso, el
terapeuta podría abordar las maneras en que la falta de deseo expresada está relacionada
con las acciones de otros miembros de la familia. Cada suposición sobre la naturaleza del
lenguaje y el proceso de la comunicación da lugar a una posicionamiento terapéutico
diferente.
A continuación consideraré primero algunos de los principales supuestos que
subyacen en la mayor parte de las prácticas terapéuticas desarrolladas hasta ahora. Aunque
hay mucho por decir en nombre de estos supuestos, en cada caso deseo resaltar los
principales puntos débiles. Mientras nuestra herencia conceptual es rica, nuestros supuestos
tradicionales sobre la comunicación terapéutica ocluyen nuestra visión y levantan barreras
más allá de las cuales nuestras prácticas no pueden avanzar. Comenzaré a desplegar los
rudimentos de una concepción relacional de la comunicación. En esta descripción
encontramos una dramática disyunción con el pasado, al considerar un giro hacia el proceso
colaborativo y no el individual como originador de la comunicación. Finalmente deseo
considerar algunas implicancias específicas de una visión relacional para la práctica
terapéutica. En tanto exploramos una nueva visión del proceso de la comunicación,
generamos nuevas sensibilidades y abrimos nuevas opciones.
El supuesto realista
Una de las visiones del lenguaje más ampliamente compartidas está basada en el
supuesto de que las palabras son (o pueden ser) reflejos de lo real. Esto es, el lenguaje
puede (y debería) funcionar proveyendo de registros precisos de aquello que se trata. Ésta
es la visión heredada por la mayor parte de las ciencias, de la cual parten para reemplazar
las creencias falsas, falaces o supersticiosas, con la verdad y las versiones precisas del
mundo. Para muchos terapeutas también es esencial distinguir entre las versiones del
cliente precisas, realistas y verdaderas, vs. las distorsionadas o fantasiosas (ver, por
ejemplo, Spence, 1982). El supuesto realista es también central a quienes intentan
desarrollar categorías diagnósticas y mediciones de la patología. En la vida diaria esta
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visión presta soporte a la distinción entre hechos objetivos y opiniones subjetivas, y peso
moral a las demandas de que la gente “diga la verdad”.
Hay mucho para decir sobre la importancia de esta tradición en la vida científica y
cultural. Sin embargo, como lo aclara un rico cuerpo de escritos construccionistas (Gergen,
1994; Latour y Woolgar, 1979; Potter, 1996) el supuesto realista es profundamente
imperfecto. No existe una relación privilegiada entre un lenguaje dado y el estado de las
cosas; no hay un arreglo particular de palabras y frases que esté hecho exactamente a
medida del “mundo como es”. Por el contrario, las formas en que describimos y explicamos
el mundo y el self tienen su origen en las relaciones –amistades, familias, comunidades,
disciplinas de estudio y otras tradiciones. Dentro de estas relaciones puede haber realidades
indiscutibles –un “infarto de miocardio” en medicina, un “triple” en basket-ball, etcétera.
Dentro de los sobreentendidos de una comunidad, el lenguaje puede funcionar como una
imagen y uno puede decir una falsedad. Sin embargo, la precisión de la versión que uno da
depende únicamente de las prácticas comunitarias. En este sentido, decir una mentira no es
representar una vision distorsionada del mundo, sino violar una tradición comunitaria.
El supuesto subjetivista
Junto a este supuesto realista frecuentemente hay una antigua segunda visión. Como
se dice comúnmente, cada uno de nosotros existe en nuestros propios mundos privados de
experiencia como una mente separada reflexionando sobre la naturaleza –un estado de
subjetividad que refleja de diferentes formas las condiciones del mundo objetivo. Es por
esto que las palabras que pronunciamos se sostienen como expresiones externas del mundo
interno, de la mente subjetiva que se manifiesta. Esta visión juega un rol fundamental en la
ciencia cuando se considera que las palabras del científico reflejan su experiencia del
mundo y se demanda que las observaciones sean compartidas para asegurar el acuerdo
entre las subjetividades (“objetividad” como “subjetividad” compartida). El supuesto es
crucial para la mayor parte de la terapia del siglo pasado, salvando quizás los métodos
conductistas radicales de los '50-'60. En casi todos los casos escuchamos el lenguaje del
cliente como una expresión externa de la experiencia privada (o, en el caso freudiano, como
aquella que subyace a la experiencia consciente a la que da forma). Y, en las relaciones
cotidianas, el supuesto es un rasgo común cuando hablamos de las dificultades para conocer
qué quieren decir otros a través de sus palabras o cómo “sienten realmente”. La intimidad,
creemos, es un reflejo de la cercanía de dos subjetividades de otro modo independientes.
Sólo me referiré brevemente a los problemas de la subjetividad. Dos de esos
problemas son de enfoque, el primero conceptual y el segundo ideológico. En el nivel
conceptual es importante notar que nadie ha podido todavía dar cuenta de modo defendible
de la manera en que las palabras de una persona nos dan acceso a su mundo interno. Dadas
las expresiones de otro, no tenemos manera de saber qué dicen sobre el estado subjetivo de
quien habla. Los teóricos hermenéuticos, preocupados por cómo es que podemos entender
con precisión las intenciones que hay detrás de las palabras de la Biblia o los escritos
sagrados, se han preocupado desde hace casi tres siglos por el “acceso interno”. Nunca ha
habido una respuesta satisfactoria a esta pregunta. En el importantísimo trabajo de Hans
Georg Gadamer (1975) el énfasis mayor se traslada al “horizonte de comprensión” que el
lector aporta inevitablemente al texto. Como razonó Gadamer, todas las lecturas deben
partir necesariamente de esta estructura previa de interpretación –aquello que el lector
presume sobre el mundo, la escritura, el autor, etcétera. Y la lectura debe tener lugar
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El supuesto estratégico
signo de debilidad y la prosecución de los derechos humanos poco más que una
estratagema política. Aun la propia credibilidad del/a terapeuta se socava porque se torna
sospechoso el motivo subyacente en su comunicación con el cliente. Puede ser
considerado/a un/a gran manipulador/a y los clientes pueden llegar a verse a sí mismos
como meras marionetas. Una orientación estratégica puede ser fragmentadora.
nigen...” Tú no escuchas nada. Cuando fracasas de todos modos en reconocerme, todas las
palabras se tornan equivalentes. En un sentido importante, nada ha sido dicho. Yo solo no
puedo poseer significado. La potencialidad del significado se concreta, cobra sentido a
través de la acción suplementaria.
– Los suplementos funcionan tanto para crear como para constreñir el significado. Como
hemos visto, los suplementos “actúan retroactivamente” de un modo que crean significado
a lo precedente. En este sentido, los significados del hablante –su identidad, personalidad,
intención y similares– no son libres para “ser aquello que son”, sino constreñidos por el
acto de suplementación. La suplementación opera entonces posfigurativamente para crear
al hablante como significando esto como opuesto a eso. A partir del enorme rango de
posibilidades, el suplemento direcciona y estrecha temporariamente las posibilidades de ser.
Entonces, por ejemplo, para un terapeuta, indagar sobre la depresión de un cliente es
establecer una forma de constricción. Si el/a cliente permanece sensibilizado/a, puede
rápidamente pasar a estar deprimido/a. Una pregunta terapéutica puede albergar
implicancias para una trayectoria de vida completa.
“mira... eso es un pollo”. La palabra “pollo” obtiene entonces su significado del modo en
que está asentada en esta configuración de eventos. Más tarde ese día, la esposa del
granjero se acerca a la mesa con una gran fuente, y anuncia “esta noche comemos pollo”.
Ahora la palabra utilizada en referencia al animal vivo y cloqueando se refiere a trozos de
carne cocida. Del mismo modo, a medida que se desarrollen nuevas situaciones, la misma
palabra adquirirá otras potencialidades de significación. Más formalmente, decimos que
todas las palabras son polisémicas; pueden ser usadas en muchas formas diferentes.
La segunda razón importante para nuestra relativa libertad de acción reside en que la
construcción de significado es siempre local. Es decir, la coordinación está siempre situada
en el aquí y ahora, en condiciones momentáneas y efímeras –en la cocina, la sala de
reuniones, la mina, la prisión, etcétera. Estos esfuerzos locales para coordinar dan lugar a
pautas locales de habla y acción –el lenguaje callejero, la jerga académica, la charla del
bebé, la del jazz, la de un contrato y tantas otras. Y, dado que quienes entran en tales
coordinaciones pueden proceder de tradiciones culturales diferentes, siempre se producen
nuevas combinaciones. En efecto, heredamos una enorme mezcolanza de acciones
potencialmente inteligibles –cada una proveniente de una forma de vida diferente– y el
repositorio está en continuo movimiento. Nuestras acciones pueden ser invitadas por la
historia, pero no son requeridas. En este sentido, podemos realmente “caminar sobre
nuestras sombras” y, para funcionar adecuadamente en circunstancias en constante cambio,
siempre serán necesarias combinaciones creativas. Dado que hablamos juntos ahora
tenemos la capacidad de crear nuevos futuros.
acción y una construcción aceptable de esa acción. Eso me permite decirles a los otros “esto
es lo que haré”. Por supuesto, también puedo decirme esto a mí mismo, como en:
“Hmmm... La verdad es que no debería tomar este trago... Interpretaré a Hamlet esta
noche”. Estas construcciones privadas –resultantes de mi participación en la vida pública–
son lo que podríamos denominar intenciones. Ellas no dirigen la acción, más bien comentan
sobre su ocurrencia. De esta forma puedo decir: “Mi propósito al hacer ese comentario fue
dar una disculpa...” Puedo decirlo con completa seguridad porque mi inmersión en la vida
pública me da la base para saber que las palabras que pronuncié están definidas
comúnmente como una disculpa. Del mismo modo, podemos decir “él intentó cometer el
asesinato”, no porque hacemos insight en su estado de conciencia, sino porque su
experiencia en la vida cultural le proveyó de esta construcción del acto en cuestión.
Dado que ninguna expresión humana ingresa al significado excepto a través de los
suplementos de los otros, no hay sufrimiento ni enfermedad mental previos a la
colaboración. Para ser más preciso, yo puedo “sentirme deprimido” o encontrar un
“esquizofrénico obvio”. Pero el hecho de que me siento deprimido ya está preparado por
una inmersión previa en una cultura en la cual circulan ciertos significados (antes del siglo
XX yo no podía “sentirme deprimido”, porque la inteligibilidad de la depresión sólo
emergió en este siglo). De la misma forma “vemos esquizofrénicos”, porque participamos
en una cultura que colabora para crear el significado de “enfermedad mental”. Sin embargo,
por ahora es importante hacer hincapié en las responsabilidades del terapeuta para crear y/o
sostener la vigencia de las nociones de angustia y enfermedad dentro de la relación
terapéutica. El terapeuta funciona como un colaborador principal en la generación de
significado; que el cliente esté angustiado o enfermo, lleno de recursos o resiliente, depende
fuertemente del continuo proceso colaborativo.
que los clientes no deseen colaborar con esa visión. Quienes trabajan en hospitales mentales
saben esto muy bien. Con frecuencia sus honestos intentos de ayudar a los pacientes
cosechan ira y resentimiento. Un buen tratamiento desde la perspectiva del profesional es
manipulación y control desde la del paciente. Debemos preguntarnos, entonces, si no
deberíamos reconsiderar qué como profesionales denominamos “buen tratamiento”. Si el
concepto de “buen tratamiento” no se genera colaborativamente, serán poco probables los
resultados positivos.
que tanto el terapeuta como el cliente ponen en la relación. El mayor desafío que confronta
la relación terapéutica es si la trayectoria colaborativa cliente/terapeuta puede sacudir o
transformar la matriz generativa de modo tal que el problema sea resuelto, disuelto o
reconstruido.
En este sentido observamos que los recursos más valiosos del terapeuta son
acciones conversacionales. Del mismo modo que los hábiles jugadores de basket poseen un
rico vocabulario de acciones que les permite marcar los tantos, los terapeutas habilidosos
son quienes pueden coordinar efectivamente con el cliente de manera que los resultados
acordados puedan alcanzarse dentro de la matriz extendida. Lo que cuenta no es el
repertorio de hechos, conceptos, distinciones, etcétera, que el terapeuta tiene a su
disposición, sino su capacidad de flexibilidad en la relación. “Saber cómo” en oposición a
“saber qué”. Esta capacidad relacional será seguramente verbal. Necesita las capacidades
para moverse en la narrativa, la metáfora, la exploración, la ironía, el humor, la empatía, la
curiosidad, la imaginación y mucho más. Sin embargo, no sólo es importante el contenido
del lenguaje. La postura, la mirada, el tono de voz, la expresión facial, el andar, etcétera,
todos contribuyen a la forma y ramificaciones de la relación. Todo puede usarse para
sacudir o transformar la matriz. Todo puede proveer al cliente de modelos de acción que
pueda utilizar fuera de la relación terapéutica.
Dado que la terapia es inherentemente una coordinación y no hay dos clientes con la
misma matriz relacional, no puede haber reglas duras y rápidas para el encuentro
terapéutico. Las técnicas específicas o cánones de práctica terapéutica sólo estrecharán las
capacidades para la coordinación. Si el cliente reconoce las expresiones del terapeuta como
“técnica”, puede realmente descartarlas o recibirlas con disgusto. Entonces, no hay una
respuesta inequívoca a la pregunta de “¿cómo debería proceder?” Las mismas palabras y
frases que son útiles en un contexto pueden ser inhabilitantes en otro. De nuevo es útil la
analogía del basket: el jugador habilidoso desarrolla con la experiencia un repertorio de
acciones útiles. No hay reglas sobre qué acción es más efectiva; las condiciones del juego
son complejas y cambian rápidamente. El jugador habilidoso es el que puede cambiar
rápidamente el repertorio a medida que se desarrolla la “conversación en el campo”. Un
jugador habilidoso puede “desestabilizar” las “acciones tradicionales” del oponente. Al
mismo tiempo los rivales modelarán también estas habilidades y se harán más competentes.
Los patrones de juego continúan desplegándose. En el caso de la terapia, no hay oponentes;
sólo está en juego la construcción colectiva del bienestar.
colaboración terapéutica “da en el clavo” con respecto a los problemas o al pasado del
cliente, sino si el clavo subsecuentemente lastima la cabeza de alguien.
compartidos por ellos). Bajo estas condiciones, terapeuta y cliente podrían establecer un
modo de relacionarse maravillosamente aceptable –una sensación compartida de armonía y
satisfacción en el encuentro. Sin embargo, esa misma realidad también puede estar
completamente contenida en la relación. Es decir, puede tener poco o ningún “valor de
mercado”, poca transportabilidad hacia otras relaciones. Dada la visión colaborativa, la
pregunta principal es si los recursos conversacionales generados en la relación terapéutica
son accionables fuera de este contexto. ¿Pueden llevarse las metáforas, narrativas,
deconstrucciones, reencuadres, múltiples selves, capacidades expresivas, etcétera,
desarrolladas en el encuentro terapéutico a otras relaciones de forma tal que éstas sean
transformadas útilmente?
En un nivel, apenas dudo de que tales reverberaciones ocurran. Sin embargo, sería
muy útil contar con demostraciones más efectivas de los modos en que las conversaciones o
los discursos terapéuticos se insinúan realmente en los mundos de vida de los clientes. Más
aun, es necesario prestar atención a la manera en que pueden converger ambos contextos –
terapia y mundo de vida. Los modos más obvios, y uno muy compatible con el movimiento
de la terapia familiar, es trabajar con las relaciones más que con los individuos. De esta
manera se ponen directamente en movimiento las nuevas formas y prácticas discursivas.
Sin embargo, esto no soluciona completamente el problema porque la realidad grupal de la
hora terapéutica puede no ser transportable; los miembros de la familia también están
insertos en múltiples relaciones fuera del círculo familiar. La familia en el consultorio no es
la misma familia que cuando se reúne a comer alrededor de la mesa.
Desde hace un siglo, los terapeutas han buscado “la cura” para los problemas que
confrontan sus clientes. Es así que hemos presenciado un desfile de escuelas terapéuticas,
cada una de ellas deseosa de situar en primer lugar su forma particular de tratamiento y, por
lo general, de desestimar los restantes competidores en el campo. En los Estados Unidos
existen intentos de larga data para evaluar la eficacia comparativa de distintas prácticas y
expulsar así a los “meros simuladores”. En otras naciones las leyes sólo reconocen un
estrecho rango de escuelas como dignas de la cobertura del seguro de salud; las restantes
son abandonadas a su suerte.
Cuando entendemos el significado como colaboración, abrimos un nuevo capítulo
en esta discusión. Cada escuela terapéutica contribuye a los recursos discursivos de la
cultura. Sus diferentes movimientos en el proceso colaborativo de la construcción del
significado ofrecen posibles desviaciones de la convención. En este sentido, la plétora de
escuelas terapéuticas no es una vergüenza –algo así como un indicador del status pre-
científico del campo. A partir de las variaciones inmensas de la historia cultural desde las
que emergen los clientes, debemos dejar de pensar en términos de una “conversación
original”, útil para todos. Por el contrario, estamos frente a un caso en el cual han de ser
evaluadas múltiples realidades.
Para continuar el argumento, también debemos reconocer que las escuelas
terapéuticas son en sí mismas tradiciones de autosostén. Generalmente tienden a reafirmar
un vocabulario particular y a honrar ciertos movimientos en la conversación sobre otros. En
este sentido las escuelas de terapia se transforman en conservadoras de la cultura. Sin
embargo, mientras los discursos internos de una escuela permanecen estables, el proceso de
construcción de significado dentro de la cultura continúa girando. En todas partes las
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A modo de cierre
Referencias bibliográficas