Una disputa entre los antropólogos sociales se mantiene sobre si la educación
democrática es la que configura la mente de los ciudadanos para desarrollar el valor de la libertad, o si el valor innato de la libertad es el que permite construir una justa democracia. Para los primeros, conceptos como derecho, deber y libertad serían perfecciones de las relaciones sociales debidas a la educación; para los segundos, esos conceptos estarían en la configuración anímica del ser humano, y su proyección sobre las relaciones sociales es lo que haría que estas fueran justas y equitativas. Una y otra perspectiva marca formas distintas de concebir el orden en el mundo. Cuando se considera una consecuencia de la formación que transmite un ambiente social propicio, el asentamiento de la democracia ha de difundirse desde modos ejemplares de una colectividad que los transmite a los demás. Ello implica que lo que enseña es una realización cultural propia no siempre adaptable a la mentalidad social de otros grupos, lo que cuando se hace sin ese consenso supone una colonización. Pensar que la democracia es un valor occidental o de los países ricos supone vincular democracia y tradición, cuyo análisis vendría a mostrar cómo en muchos aspectos la democracia es sólo formal, y no real. No hay que olvidar que esas tradiciones han aceptado la guerra, la esclavitud, la discriminación... como constitutivos tan propios de la cultura que aún hoy se puede decir que un porcentaje importante de ciudadanos en su foro interno no cree en la igualdad de derecho sobre la que se asienta la democracia. Si se admite la teoría contraria, o sea, que el valor de la libertad y la justicia son valores morales innatos, se justifica que en todas las sociedades y culturas pueda desarrollarse la democracia, con formas políticas propias en cada cultura, pero equivalentes en el fundamento moral del respeto universal al derecho individual. Así no se concebiría la conciencia personal, si no es esta la que progresivamente se exige ser de acorde con sus principios. Considerar la democracia como un valor intuitivo de la inteligencia humana que reconoce a los demás tan capaces como uno mismo para decidir el orden social que rija sus mutuas relaciones supone que, como valor, yace en las personas indistintamente de su educación, siendo la esfera social en la que se desarrollen la que motivará su mayor o menor determinación. No todos los pueblos presentan un orden social democrático aceptable, ya que la mayoría se deja gobernar por oligarquías a cuyo poder se somete, o porque discrimina por sexo o castas; pero es muy posible que en sus relaciones existan anhelos democratizadores importantes que no pueden sino proceder de la naturaleza más genuina de su personalidad. No hay que confundir la política de los Estados con la idea personal de sus ciudadanos hacia la política, cuya discrepancia es la que genera las revoluciones. En cuanto menos reprimida está la sociedad, aquellas son menos violentas, porque una mayoría de la ciudadanía sigue al uso de la razón en sus reivindicaciones. Pero de muchas revoluciones se sigue el no saber constituir un Estado, dado que la articulación democrática de los derechos precisa una técnica política, que no es innata como lo es el reconocerse con derecho a la libertad. Participar es tarea de todos, pero también el deber de sostener el sistema desde el trabajo personal en el sector de la sociedad para el que cada uno esté cualificado. Si para una corriente de pensamiento, la educación es quien engendra la democracia, esta misma tesis se puede aplicar para sostener que es esa cultura la que puede reprimir la democracia natural, cuando desde posiciones radicales, próximas al fanatismo, es capaz de reprimir el ansia natural hacia el bien y la libertad. No saber no implica no querer saber, y por ello la incultura de muchas personas no es óbice para que en sus mentes y corazones esté implícito el deseo de progresar al unísono en sociedad, en lo que yace la estructura más profunda de la democracia. La gobernanza como estrategia Es común confundir la noción de gobernanza con la de gobernabilidad, siendo realmente asuntos diferentes, aunque complementarios. Gobernabilidad hace referencia a la capacidad que un gobierno tiene de cumplir con sus funciones de manera eficiente, en términos de satisfacer las expectativas básicas de una comunidad. Lo contrario a la gobernabilidad es el “des-gobierno” o notoria disfuncionalidad, que sucede cuando los Ministerios de línea del Estado –por carecer de capacidades u orientación– no logran satisfacer las necesidades más fundamentales de la sociedad. El extremo del des-gobierno o mal gobierno es cuando se ha llegado a un “Estado fallido”, asunto que sucede cuando en ese Estado el gobierno no logra satisfacer las más importantes demandas de la población. La gobernabilidad es fundamental para que un Estado –que se basa en una democracia republicana como la nuestra– sea funcional, aun tomando en cuenta las debilidades que cualquier democracia presenta. Al respecto vale recordar a Sir Winston Churchill que en su momento expresó: “la democracia es el peor de los sistemas políticos, excluyendo todos los demás”. Decíamos que no es lo mismo gobernabilidad que gobernanza. Gobernanza hace referencia a la forma en que se toman las decisiones para el bien común; es, en síntesis, la forma en que se participa desde la sociedad para decidir sobre asuntos políticos, económicos, sociales y culturales que afectan o interesan a los ciudadanos. Formas estas que permiten alcanzar las aspiraciones de desarrollo de la comunidad política. De manera que para que haya una auténtica gobernabilidad debe previamente haber gobernanza, procurándose que las políticas públicas –y las leyes que de ello deriven– resulten de una amplia y auténtica discusión de los temas, y ello no solo en el Congreso de la República. La Gobernanza puede darse de dos maneras: una “centralizada”, cuando se intenta desde el gobierno dar una dirección coherente a la sociedad, asumiendo el Partido o partidos políticos toda la responsabilidad decisional. La otra forma es desde una perspectiva “poli céntrica”, la que se da a partir de un proceso de diálogo y negociación entre el gobierno y la sociedad civil; o entre el gobierno, sociedad civil y entes supranacionales que coadyuvan al logro de los objetivos del Estado. Un caso concreto es la experiencia de la CICIG en Guatemala, que llega invitada por el gobierno de la República a cumplir un mandato –con el riesgo, en este caso, de los sesgos que se le endilgan–. Desde esta opción poli céntrica se puede considerar que la “Gobernanza es la realización de relaciones políticas entre diversos actores involucrados en el proceso de decidir, ejecutar y evaluar decisiones sobre asuntos de interés público”. La estrategia de Gobernanza es realmente un proceso de democratización de las acciones públicas que por tanto afectan a la sociedad. Es, adicionalmente, un proceso de descentralización de las decisiones de Estado. Con la Gobernanza la sociedad se mueve de una democracia representativa a una participativa. En el contexto histórico socio- político derivado de la “década perdida” (años ochenta), se inició el esfuerzo por la Gobernanza en América Latina. El ejercicio de gobernanza se ha venido construyendo en Guatemala a partir del “Consenso de Washington”, cuando debido a la crisis de la mayoría de Estados latinoamericanos, las entidades rectoras de la economía mundial (Fondo Monetario y Banco Mundial), plantean dar un giro a las estrategias de desarrollo económico-social, promoviendo el traslado de funciones a la sociedad y restándolas a los gobiernos que demostraban grandes y graves falencias. Aún hace falta profundizar en la práctica de la gobernanza en nuestro medio; especialmente en el ámbito municipal, debido a que algunos de los ciudadanos que llegan a ocupar cargos no comprenden, por ignorancia o malicia, que la gobernanza es la forma en que la sociedad aporta participando en el diseño, gestión y supervisión de las acciones para el desarrollo, logrando con ello mayor eficiencia en el uso de los recursos y adicionalmente, y muy importante, la rendición de cuentas.