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Satanás. ¿Qué imágenes se te vienen a la mente cuando escuchas esa palabra? ¿Una
criatura maligna con cuernos, una cola, y una horca? ¿Un lindo niño con una capa roja,
sonando el timbre de la puerta en Halloween?
Fuera de las caricaturas de nuestra cultura, Satanás es el ser personal que los cristianos
conocen como el gran engañador, el archienemigo de Dios y su pueblo.
La Escritura dice mucho sobre su carácter y acciones —quién es y lo que hace— pero,
¿qué sobre sus orígenes? ¿De dónde vino? ¿Quién creó al Diablo?
1. Dios lo creó.
La Escritura proclama que todo ha sido creado por Dios y para Dios (Rom. 11:36; 1 Cor.
8:6; Col.1:16-17). Tiene sentido, entonces, que esta categoría comprensiva —“todas las
cosas”— incluye incluso al diablo. Después de todo, si Dios no estaba “detrás” de la
creación de Satanás, entonces, ¿quién fue? ¿Otro ser poderoso? Si es así, entonces ese
ser estaría, de alguna manera, a cargo. Habría un reino sobre el cual Dios no estaría en
control total.
Como la fuente de toda bondad, belleza, y verdad, Dios crea solo lo que es coherente con
su naturaleza, cosas que son a su vez buenas, bellas, y verdaderas. Todas las facetas de
la creación, sea en el cielo o en la tierra, eran originalmente “muy buenas”. Como Pablo
simplemente observa: “Todo lo creado por Dios es bueno” (1 Tim. 4:4). Su carácter es
enteramente puro; no hay ni una pizca de oscuridad o engaño en Él (1 Jn. 1:5; Stgo. 1:13).
Y Satanás fue creado como un ángel para servir y honrar a este gran Dios.
Dios no perdonó a [los] ángeles que pecaron, sino que los envió al infierno,
poniéndolos en prisiones de oscuridad para ser reservados al juicio (2 Ped. 2:4).
Como el “príncipe de los demonios”, parece probable que Satanás puso en marcha y
dirigió esta rebelión celestial (Mat. 12:24). Satanás, entonces, fue el primer pecador; de
hecho, él ha estado “pecando desde el principio” (1 Jn. 3:8).
La posición del Diablo como capitán de las fuerzas demoníacas es inconfundible. Las
Escrituras se refieren a él como “el maligno” (Mat. 13:19), “El príncipe de este mundo” (Jn.
12:31), “el dios de este siglo” (2 Cor. 4:4), y “el príncipe de la potestad del aire” (Ef. 2:2).
Somos testigos que él encabeza ataques contra el pueblo de Dios (Job 1:6; 1 Crón. 21:1;
Zac. 3:1), con “poder” (Hch. 26:18) para “atar” (Luc. 13:16) y “oprimir” (Hch. 10:38).
“Los ángeles caídos no son tratados como una mala creación, sino como seguidores de
Satanás en su rebelión”, explica Michael Horton. “En algún momento, el agente angelical
más glorioso y poderoso –Satanás– se llenó de orgullo y conspiró en un intento de golpe
de estado celestial”.
No había nadie alrededor para tentar y engañar a Satanás a pecar; su mal surgió dentro
de sí mismo. No es de extrañar, entonces, que Jesús le llama “el padre de la mentira” y
“un asesino desde el principio” (Jn. 8:44), características que vemos desde el comienzo
de la historia.
Preguntas persistentes
“Hay dos errores iguales y opuestos en las que nuestra raza puede caer sobre los
demonios”, señala CS Lewis en Las cartas del diablo a su sobrino. “Uno es no creer en su
existencia. El otra es creer y sentir un interés excesivo y poco saludable por ellos”.
A pesar de que los cristianos no saben todas las respuestas, conocemos al Dios que sí
las sabe. Y sabemos que “la razón por la que el Hijo de Dios se manifestó fue para
deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8).
Si estás siguiendo al Rey Jesús, no te desanimes. Tu enemigo fue derrotado (Col. 2:13-
15), está siendo derrotado (Ef. 6:10-20), y será derrotado (Rom. 16:20). Sí, él “ronda como
león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Ped. 5:8), pero en la muerte de Jesús le
fueron quitados sus colmillos, y al regreso de Jesús será destruido.
Mientras tanto, su caos se extiende solo hasta donde la mano de Dios lo permite.
Detalle | Reflexión
15 JULIO, 2016 | José Mendoza
VIDA CRISTIANA
Naamán, capitán del ejército del rey de Aram, era un gran hombre delante de su señor y
tenido en alta estima, porque por medio de él el Señor había dado la victoria a Aram.
También el hombre era un guerrero valiente, pero leproso.
(2 Reyes 5:1)
“Todo era perfecto… salvo un pequeñísimo y casi imperceptible detalle”, solemos decir, al
referirnos a las pequeñas cosas que destruyen nuestras grandes empresas. Estas son
como la mancha en la corbata durante ese almuerzo de negocios tan importante, el
airecito frío que entraba por la ventana del auto durante el paseo a la montaña, la mosca
que daba vueltas por la mesa justo cuando teníamos a los jefes invitados a casa. Solo
son detallitos, pero se quedan grabados en la mente hasta echar a perder lo
verdaderamente importante.
Bueno, para ser honestos, también hay detalles que son lo suficientemente grandes
como para que no pasen desapercibidos. Por ejemplo, una vez preparamos una fiesta
sorpresa para un amigo con tanta reserva y cuidado que invitamos a todos los
conocidos, separamos una gran sala en un restaurante, todos llegamos a tiempo, pero
nos olvidamos de un detalle mínimo… nos olvidamos de ver quién iba a ser el encargado
de traer al festejado. Error que tuvimos que pagar con varias semanas de silencio y enojo
por parte de nuestro amigo.
Naamán era un general exitoso y reconocido por todos. El mismo rey de Siria lo alababa y
lo tenía muy bien considerado. No era un general de escritorio, no, era un genio estratega
militar que había salvado en más de una oportunidad a su nación de la derrota. Era
esforzado y valiente. Solo un detalle ennegrecía su fama: sufría del mal de Hansen, más
conocido como lepra. Ésta era una enfermedad devastadora en la antigüedad, causaba
espanto, y las personas que la sufrían eran alejadas de la comunidad. En la Biblia, el rey
Uzías fue confinado a lugares solitarios producto de su enfermedad. Roberto I Bruce, rey
de Escocia en el siglo XIV, también la padeció. Un par de siglos antes, Balduino IV, rey
latino de Jerusalén, también sucumbió ante este mal.
Para algunos puede sonarles medio burlón el que yo mencione esta enfermedad como un
detalle. Lo que pasa es que Naamán, aparentemente, no se rindió ante la enfermedad y
siguió siendo el hombre enérgico que siempre había sido. La Escritura no nos dice
cuándo apareció la enfermedad, por lo que podemos suponer que en muchas de sus
victorias, la lepra ya lo acompañaba. Lamentablemente, hay muchas personas a las que
los detalles (mucho menores que el de Naamán) las hacen sucumbir.
Este general sirio se enteró por una sierva hebrea que podría haber alguien que lo sanara
de su dolencia en Israel. El Generalazo no tuvo en poco a la joven doméstica y esclava de
su casa, y estuvo dispuesto a pedirle permiso al rey para visitar Israel. Él nos enseña
acerca de siete detallitos que no debemos olvidar para poder sobrellevar los detalles de
la vida:
El primero es que no debemos dejarnos morir por los detalles adversos, pero tampoco
debemos dejar de considerar los detalles para la solución, por más mínimos que estos
parezcan. La muchacha hebrea no era nada en comparación con el noble Naamán. Pero
ella tenía el detalle que podía cambiar su vida y no lo iba a desestimar.
El segundo es que no podemos dejar de ser positivos. Naamán “Y él fue y llevó consigo
340 kilos de plata y 6,000 siclos de oro y diez mudas de ropa” (2 Re. 5:5b). No salió
derrotado, sino como pensando en los detalles con los que iba a recompensar a otros por
su sanidad.
El tercero es ser previsor, no debemos olvidarnos detalle alguno que sirva para el logro de
nuestros objetivos: “También llevó al rey de Israel la carta que decía: Y cuando llegue a ti
esta carta, comprenderás que te he enviado a mi siervo Naamán para que lo cures de su
lepra” (2 Re. 5:6). Las cartas de presentación son un detalle que Naamán no podía
olvidar, por si acaso algún detalle entorpeciera su gestión.
El cuarto tiene que ver con no dejarnos sucumbir cuando los detalles futuros no son
como los que esperábamos. Naamán suponía todo un rito religioso de sanidad lleno de
pompa y boato digno de su jerarquía. Sin embargo, llegó con toda su pompa militar a la
casa de Eliseo… y el profeta ni siquiera lo recibió en persona. En una aparente actitud
despectiva le mandó decir: “…Ve y lávate en el Jordán siete veces, y tu carne se te
restaurará y quedarás limpio” (2 Re. 5:10). Naamán no podía soportar un detalle como
éste, y vociferó: “…Yo pensé: Seguramente él vendrá a mí, y se detendrá e invocará el
nombre del Señor su Dios, moverá su mano sobre la parte enferma y curará la lepra. ¿No
son el Abaná y el Farfar, ríos de Damasco, mejores que todas las aguas de Israel? ¿No
pudiera yo lavarme en ellos y ser limpio? Y dio la vuelta, y se fue enfurecido” (2 Re. 5:11b-
12). Esta vez los detalles con los que tanto había luchado se estaban convirtiendo en un
verdadero tropiezo.
El sexto es que la obediencia fundamental parte por los pequeños detalles, porque si soy
fiel en lo poco, lo podré ser después en lo mucho. “Entonces él bajó y se sumergió siete
veces en el Jordán conforme a la palabra del hombre de Dios; y su carne se volvió como la
carne de un niño, y quedó limpio” (2 Re. 5:14). Fue obediente hasta en el más mínimo
detalle y fue bendecido por el Señor.
El séptimo es no dejar de olvidar la gratitud con pequeños y grandes detalles tanto para
Dios como para los hombres. “Cuando regresó al hombre de Dios con toda su compañía,
fue y se puso delante de él, y le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra,
sino en Israel. Le ruego, pues, que reciba ahora un presente de su siervo… porque su siervo
ya no ofrecerá holocausto ni sacrificará a otros dioses, sino al Señor” (2 Re.
5:15,17b). Naamán recibió de Dios un pequeño detalle desde la perspectiva divina, pero
uno grandísimo para Naamán. Por eso el general no le ofreció al Señor un “detalle”, sino
su propia vida porque nada menos que nuestra propia vida podemos entregarle al Señor
cuando recibimos de su gracia y su amor.
Este general sirio pasó a la historia por sus grandes conquistas y por su esmerado
esfuerzo para no olvidar detalle cuando estaba buscando algo que para él realmente valía
la pena. Y tú, ¿sucumbes ante los pequeños grandes detalles?
IMAGEN TOMADA DE LIGHTSTOCK
(HTTPS://WWW.LIGHTSTOCK.COM/PHOTOS/MAGNIFYING-GLASS-ON-
PAGES-BIBLE-OPEN-TO-PSALM-119)
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DEVOCIONAL • REFLEXIÓN • VIDA CRISTIANA
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Tal vez durante las temporadas de elecciones has sentido una de dos emociones: júbilo
ante la victoria de tu candidato preferido, o desesperación ante el “enemigo” que ahora
está al volante de tu país, manejándolo directamente hacia el barranco de la destrucción.
Por mi parte, he estado en ambas circunstancias. Ante la victoria de mi candidato he ido
a celebrar junto a gente que ni conozco, y ante la derrota me he quedado sentado con la
cabeza en las manos.
Pareciera que cada elección fuera la más importante en la historia de nuestro país (el
cual en mi caso es los Estados Unidos); al menos esa es la impresión que da la
propaganda política. Y no podemos negar el sentido de preocupación general por los
candidatos a las próximas elecciones aquí. Esta realidad me hacía estar constantemente
preocupado de los resultados de las encuestas, de las opiniones desproporcionadas de
los comentaristas, o de las tácticas políticas y periodísticas para sembrar temor y odio.
Pensaba que solo había dos opciones: poner todas mis esperanzas en los resultados de
la elección o retirarme completamente y tratar de resistir las emociones que me arrastran
a un abismo de desesperación o me tientan a no confiar en Cristo.
Aunque tú y yo no vivamos en el mismo país, puede que tu experiencia sea similar a la
mía. Todos los cristianos tenemos preferencias políticas, y nos es fácil dejarnos llevar
por nuestras tendencias y emociones.
En noviembre de este año hay elecciones aquí. Pero esta vez quiero reaccionar de una
manera diferente. En vez de alarmarme, quiero que este ciclo electoral lleve a mi corazón
a la alabanza.
Aquí comparto contigo mi plan de acción. Ya sea que estés en Estados Unidos o en
cualquier otro país, espero que te sirva para preparar tu corazón la próxima vez que haya
elecciones.
1. Confesar mis pecados en elecciones previas.
Cada temporada de elección es una nueva oportunidad para batallar contra el mundo, la
carne, y el diablo, los cuales nos invitan a creer mentiras y adorar ídolos. La confianza en
el lugar equivocado tarde o temprano nos va a desilusionar, pero “el que creyere en
[Cristo], no será avergonzado” (1 Pe. 2:6). Debemos examinar nuestros corazones y
diagnosticar el pecado que nos deja cautivos a emociones extremas. Aquí hay algunos
pecados que posiblemente tengas que confesar:
El deseo de que la gente esté de acuerdo contigo en temas políticos más que que
lleguen a conocer a Cristo.
El buscar salvación en un líder o gobierno en vez de en el único Salvador de los
hombres (Hch. 4:12; Sal. 33:16-17).
La desconfianza en la soberanía de Dios, quien pone y quita reyes (Rom. 13:1-2;
Dan. 2:21).
La idolatría de amar más a una campaña política que al Dios a quien debemos
amar sobre todas las cosas (Éx. 20:3-6; Mt. 22:37).
El espíritu de queja ante la autoridad del gobierno que Dios instituyó (Rom. 13:6-7;
Fil. 2:14-16).
La pasividad que descuida tu habilidad y responsabilidad de participar en el
proceso político y de amar a tu prójimo al buscar el bien de la sociedad.
4. Orar fielmente.
La oración y la acción de gracias son remedios que Dios nos ha dado contra la ansiedad
(Fil. 4:6-7). Eso, junto con el hecho que orar por las autoridades agrada a Dios (1 Tim. 2:1-
3), debe hacer de nosotros personas de oración que honran a Jesús y evitan votar en
base al temor.
Considera enfocar tus oraciones sobre ti mismo, la iglesia, los líderes, y el país.
Da gracias al Señor por poder votar, participar en el gobierno en cierto grado, y vivir
en paz y tranquilidad (1 Tes. 4:11-12).
Pide que Dios te guíe al someterte y al honrar como se debe a las autoridades
sobre ti (Rom. 13:7; 1 Pe. 2:17; Tit. 3:1-9).
Ora que la iglesia le importe más el Reino de Dios que el reino del hombre, y que
los cristianos voten conformemente (Mat. 6:33).
Ora por la venida de Cristo, quien vendrá a establecer su Reino de perfecta justicia
y rectitud (2 Pe. 3:13).
Ora que ministerios de misericordia centrados en el evangelio atiendan a las
necesidades físicas y espirituales que los gobiernos seculares no pueden atender.
Ora que nuestro presente gobierno, sus líderes, y país sean sabios y lleguen a
conocer a Cristo (1 Tim. 2:1-4).
Ora que un candidato con políticas que agradan al Señor sea escogido.
Ora que la elección resulte en que el gobierno castigue la maldad y honre lo bueno
(Rom. 13:3-4).