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La mujer que en su vida tiene la oportunidad de ser madre goza de un gran privilegio. De
importancia crucial es, pues, que la mujer sea consciente de que el privilegio y el honor de dar la
vida a otro ser humano provienen directamente de Dios.
Conclusión
Es menester aprender a valorar a las que son nuestras madres. Cristo supo valorar a la suya hasta
su partida de esta tierra. El Maestro, una y otra vez, nos ha dejado trazadas sus huellas para que
las sigamos. María es una fuente de inspiración para todos nosotros: estuvo al pie de la cruz,
cuando todos los amigos y los discípulos de Jesús lo habían abandonado. María fue una mujer
valiente, fiel, dispuesta, reservada, llena de fe y de piedad. Imitémosla en esas cualidades tan
hermosas.
La mujer que en su vida tiene la oportunidad de ser madre goza de un gran privilegio. Ser madre
no significa estar cargando un bulto o un objeto cualquiera en su seno, sino abrigar a un ser
viviente, el cual permitirá que perdure la raza humana. De importancia crucial es, pues, que la
mujer sea consciente de que el privilegio y el honor de dar la vida a otro ser humano provienen
directamente de Dios.
Por desgracia, hay mujeres que no valorizan el don divino de ser madres, y como no lo hacen, el
hijo viene a convertirse para ellas en una carga, en algo molestoso, de lo cual pueden disponer a
su antojo, y hasta decidir la vida o la muerte sobre él. Para desempeñar la función de madre, es
menester que la mujer entienda que ante todas las cosas, ella es una sierva del Señor. Sin duda, es
triste cuando un hijo es menospreciado, pero también es de lamentar cuando una madre lo
idolatra.