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Clase 3: Los
estudios de
género
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la mujer sea esencialmente inferior al hombre porque siempre ha estado subyugada” (5).
Con ese argumento, Woolstonecraft aplica la propia filosofía política de Rousseau en su
contra y le devuelve al colectivo de “varones” la responsabilidad por la opresión de las
“mujeres”. Esa operación analítica es uno de los procedimientos fundantes del
feminismo, una perspectiva epistemológica que lee los fenómenos sociales a través de la
distribución sexual de los roles, distribución que otorga privilegios y posiciones de poder
a las masculinidades hegemónicas a partir de la opresión de las demás expresiones de
género (femeninas, no binarias, trans, homosexuales, masculinidades disidentes).
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La definición presenta el problema de dar por sentado que existe algo en sí mismo que son los
“hombres” y algo que son las “mujeres”. Volveremos sobre este problema más adelante.
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Véase Federici, Silvia ([2004] 2010) Calibán y la bruja: “mujeres”, cuerpo y acumulación originaria.
Buenos Aires: Tinta Limón (Traducción de Verónica Hendel y Leopoldo Sebastián Touza).
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Por ejemplo, para las campesinas medievales, el acceso a los alimentos y a medios de control reproductivo
no estaban mediado por los “varones” (Federici [2004] 2010).
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de otros pueblos, la redefinición del trabajo de las “mujeres” europeas en términos
exclusivamente reproductivos fue una parte constitutiva del proceso de acumulación
originaria del capital. Y al igual que los otros dos, se trató de un proceso en extremo
violento, que recurrió a todo tipo de prácticas de amedrentamiento para quebrar la
resistencia de las “mujeres” e interrumpir la solidaridad entre los “varones” y ellas.
Sin embargo, algunas de sus características son constantes. De acuerdo con Gayle
Rubin ([1975] 1998), en los sistemas patriarcales los “varones” establecen relaciones de
solidaridad y de parentesco entre sí a través de “regalarse” “mujeres”, que quedan
entonces en posición de objeto. En esas situaciones, el falo se erige como signo de la
asimetría de poder y derechos entre hombres y “mujeres”: no se refiere al pene en sí
mismo, sino que simboliza una restricción en el acceso al poder. “El falo conlleva también
el significado de la diferencia entre ‘el que intercambia’ y ‘lo intercambiado’, entre el
regalo y el dador” (124), y es la encarnación del estatus masculino porque señala la
capacidad de adquirir una “mujer” sustituta de la madre cuando llegue el momento
apropiado. Los atributos que rodean al falo remiten al ejercicio del poder, la agresividad
y la autoridad, dando lugar a las visiones de mundo falocéntricas.
Lo personal es político
En las culturas occidentales, el falo adquiere además otros significados que se
establecen por oposición a lo femenino: razón vs. emoción, fuerza vs. debilidad,
inteligencia vs. belleza, entre otras. En estos pares opuestos, el término asignado a lo
masculino siempre toma un signo positivo, mientras que lo femenino se asocia con la pura
negatividad: lo masculino representa a la vez el positivo y el neutro. Esa diferenciación
busca explicar por la biología un ordenamiento que no es natural sino social: “se dice
tranquilamente que [la mujer] piensa con sus glándulas. El hombre se olvida
olímpicamente de que su anatomía comporta también hormonas, testículos.” (Simone de
Beauvoir [1949] 1987, 4). El concepto que ordena estas jerarquías binarias es el logos, es
decir, la racionalidad intelectual y el cálculo instrumental (lo que sirve para algo) como
medios que permiten medir, cuantificar, anticipar y controlar los fenómenos del mundo
(social o natural). El filósofo Jaques Derrida (1967) denomina falogocentrismo (falo +
logos) a la producción social de significados que sustentan la dominación masculina. En
el ejemplo que Beauvoir denuncia, el “varón” se relaciona con el mundo objetivo a través
del logos (el razonamiento, la palabra, en suma: la cultura), mientras que la “mujer” forma
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parte del mundo objetivo, de la naturaleza. Y al igual que ésta, es posible y deseable
dominar a la “mujer” para hacerla producir, es decir, explotarla. Por ese motivo, Simone
de Beauvoir afirma que “mujer” no se nace, se llega a serlo: porque el concepto de
“mujer” no se refiere a una anatomía, sino a la traducción violenta de esa anatomía en
inferioridad y opresión.
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a) rechaza las jerarquizaciones de sujeto y objeto (esto es, el idealismo
trascendental)
b) reinterpreta positivamente las tradiciones históricamente silenciadas (por
ejemplo, el tejido y el bordado como formas de comunicación y expresión
socialmente relevantes)
c) reclama el derecho a la auto representación (rechaza las definiciones emanadas
desde posiciones de privilegio o poder)
d) visibiliza la participación de “mujeres” y disidencias en la vida pública y en la
historia de sus comunidades
e) señala y denuncia las representaciones falogocéntricas del lenguaje y la
cultura.
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Al igual que ocurre con el género (algo de lo que nos ocuparemos más abajo), la
realidad biológica de la raza no existe. La raza es otra forma de legitimar por la biología
un ordenamiento social, que explota unos cuerpos (los de los colonizados) en beneficio
de otros (los de los colonizadores). A diferencia de lo que ocurre con la clase social
(aunque muchas veces sea ilusorio, como lo ilustra el estereotipo del advenedizo), e
incluso más que el género, la raza no se puede trascender. A fuerza de luchas incansables,
en la actualidad se reconoce la validez de las identidades transgénero, incluso legalmente.
La idea de una identidad transracial directamente no existe. Como ocurre con el género,
en el paradigma moderno/colonial, la identidad “neutra”, no marcada, que remite “en sí
misma” al concepto de humano, es la del “varón” “blanco”. Por lo tanto, su “Otra”, la
alteridad sexual que lo constituye como “varón”, también es “blanca”. A partir de aquí,
la idea de la “negritud” o la asignación de “color” queda atrapada entre dos estereotipos
complementarios: por un lado, lo “no-blanco” se asocia con lo salvaje, violento y
primitivo, valores asociados a una masculinidad exacerbada. Por el otro, a través del
tópico del “buen salvaje”, el colonialismo traza una analogía entre las personas
colonizadas y sus propias “otras” indeseables, con lo que feminiza a los sujetos coloniales.
El universo de lo “no-blanco” queda teñido de una masculinidad precaria, exacerbada en
su agresividad pero carente de potencia transformadora; parece femenina pero no lo es.
Así, la interacción entre género y raza (y clase, aunque con algunas diferencias), instala
una gradación entre el polo “neutro” (el lugar simbólico de la condición humana y la
cultura) y sus negaciones, dominadas por la pura corporalidad:
No-femenino
Masculino No-masculino
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Si todos los “negros” son “varones” y todas las “mujeres” son “blancas”,4 eso
quiere decir que ese diseño cultural no ofrece ningún guion, ningún rol para los
homosexuales “de color” ni para las “mujeres” “negras” (mucho menos si son lesbianas
o trans). Ese borramiento teórico no es una simple cuestión de teoría: aquello que no se
puede nombrar y compartir no existe para la cultura, y por lo tanto su existencia material
se puede manipular, explotar indefinidamente, e incluso aniquilar a voluntad. La cultura
occidental no ofrece ningún refugio, ninguna mínima garantía para las vidas de las
“mujeres” y de las disidencias “negras”. Eso llevó a Kimberlé Crenshaw (1989) a acuñar
el término interseccionalidad para dar cuenta de los modos específicos de opresión a las
que se las somete. A través de la interseccionalidad, Crenshaw propone reemplazar lo que
llama “paradigmas de identidad monocausales”, que solo pueden pensar la raza a
expensas del género o viceversa, por un paradigma multicausal que permita visibilizar y
explicar las experiencias de las personas afectadas por la interacción de dos o más
sistemas de opresión. Ese paradigma ofrece una definición abierta, capaz de englobar y
explicar potencialmente infinitas formas de alterización social (no solo género y raza sino
también clase, colonización, geolocalización y cualquier otra categoría de
marginalización social), y mantener, al mismo tiempo, su especificidad. De acuerdo con
Raquel (Lucas) Platero, la interseccionalidad es “una aproximación a nuestras marañas
de identidades y formas de estar en el mundo múltiples” (2012, p 15, subrayado original).
Entonces, el proceso de subjetivación ocurre en esa interacción. No se trata de la suma de
las partes ni de establecer un catálogo de la marginalidad, sino de generar un lenguaje
teórico capaz de expresar y explicar las formas específicas en las que estos organizadores
interactúan en cada contexto.
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Frase que titula una de las primeras antologías teóricas del feminismo negro: Hull, Gloria T. et al. (1982)
All the Women Are White, All the Blacks Are Men, But Some of Us Are Brave. Black Women's Studies, Old
Westbury: The Feminist Press.
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sexualidad, los ordena y jerarquiza: mientras las ciencias “duras” se ocupan de la
“realidad objetiva” del sexo, las ciencias humanas explican sus usos “normales” o
“desviados”. El filósofo Michel Foucault ([1976] 2002) explica esa multiplicación de
acuerdo con una hipótesis productiva, que sostiene que la sexualidad (que abarca tanto
al sexo como al género) es un dispositivo social que el capitalismo pone en marcha para
producir y regular la norma heterosexual, la cual instaura y sostiene una división entre
el trabajo productivo y el trabajo reproductivo.
Siguiendo esta hipótesis, la filósofa Monique Wittig ([1992] 2006) afirma que las
lesbianas no son “mujeres”, puesto que la definición cultural de “mujer” es producto de
la norma heterosexual, como oposición del “varón”. El concepto de “mujer” sólo existe
como término que estabiliza la relación binaria heterosexual. Las lesbianas, al rechazar la
heterosexualidad, no se definen desde esa oposición: “Sería impropio decir que las
lesbianas viven, se asocian, y hacen el amor con mujeres, porque ‘la-mujer’ sólo tiene
sentido en los sistemas de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las
lesbianas no son mujeres” (57). Se trata de una estrategia de abrogación (ver clase 2), que
rechaza la categorización misma por opresiva y denuncia como falsa y violenta su
pretensión de universalidad.
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En la misma línea que Foucault y Wittig, la
teórica Judith Butler ([1993] 2012) sostiene que no
existe un sexo biológico y un género construido, sino
que los cuerpos se materializan (adquieren materia)
culturalmente y no existe la posibilidad de sexo
“natural”. El sexo no es un dato corporal dado, una
“realidad” biológica, sino el efecto de una dinámica
de poder. Sexo y género forman un continuo y no se
diferencian porque no es posible acceder a lo natural
desde la cultura. Las normas no son sólo
restricciones que se imponen a los cuerpos, además
producen los cuerpos que regulan. Entonces, no es pertinente interpretar el “género”
como construcción cultural que se impone sobre una materia dada de antemano (macho
y hembra). Antes bien, el “sexo” es normativo: es una de las normas que califica un cuerpo
dentro de la esfera de la cultura de acuerdo con el binomio heterosexual, una de las normas
mediante las cuales se puede llegar a ser una persona viable (es decir, cuya existencia se
reconozca como “existente”). El sexo como norma determina qué vidas pueden vivirse y
cuáles no.
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La desnaturalización del sexo, sin embargo, no basta en sí misma para liberar a
las personas de las restricciones hegemónicas, puesto que bien puede dar lugar a una
reelaboración del marco normativo de la heterosexualidad. Cuando alguien (heterosexual)
pregunta a una pareja homosexual “quién hace de ‘varón’ y quién hace de ‘mujer’”, le
está pidiendo que se reacomode a esa norma. Así, la tesis política de Butler es que en vez
de seguir sosteniendo políticas de identidad, que apuntan a la igualdad de derechos, se
necesita una desidentificación persistente para poder crear una democracia radical. Si
el acto de romper la norma heterosexual implica reconocerla (y por lo tanto, reforzarla),
la desidentificación sería una forma de desconocerla, de organizar la propia existencia de
acuerdo con parámetros no binarios, de experimentar con las normas y volverlas extrañas
(“raritas”, queer).5 Desde este punto de vista, el mimetismo que ejerce Florencia de la V
en su identificación como “mujer” y como madre rearticula la norma heterosexual, puesto
que se sigue definiendo desde una norma binaria, en oposición a un “varón” y desde el
trabajo reproductivo (si no biológico,
sí de cuidado). En cambio, la
desidentificación que implica la
estética de lo freak (lo bizarro, lo
monstruoso, lo anormal), como puede
verse en el poema-manifiesto
“Monstruo mío”, de Susy Shock,
suspende el binarismo e impide su
rearticulación.
Para finalizar
A modo de cierre, presentamos un esquema que resume la genealogía de las principales
corrientes teóricas de los estudios feministas y de género, tomado de “Género,
estereotipos y otras discriminaciones como puntos ciegos”, de Ana María Bach. Para
continuar profundizando, recomendamos leer el texto completo, disponible aquí.
5
En inglés, el sentido original de “queer” es raro, y durante muchos años se utilizó como insulto
homofóbico equivalente al “rarito” del español. A través de las luchas por la identidad, la comunidad
homosexual transformó su carga simbólica de negativa en positiva.
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Fuente: Bach, Ana María (2015)
Bibliografía de referencia
Althusser, Louis ([1970] 1988) Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Freud y
Lacan, Nueva Visión, Buenos Aires (Traducción de José Sazbón y Alberto J. Pla).
Beauvoir, Simone de ([1949] 1987) El segundo sexo. Tomo I: Los hechos y los mitos,
Buenos Aires, Siglo XX.
Butler, Judith. (2002) [1993] “Cap. 4: El género en llamas” en Cuerpos que importan.
Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. BsAs: Paidós Hall
Crenshaw, Kimberle (1989) "Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black
Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist
Politics," University of Chicago Legal Forum, Nº 1. Disponible en:
http://chicagounbound.uchicago.edu/uclf/vol1989/iss1/8
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Foucault, Michel ([1976] 2002) Historia de la Sexualidad. Vol.1. La Voluntad de Saber.
BsAs: Siglo XXI.
Millet, Kate ([1970] 1995) Política sexual. Madrid: Cátedra (Traducción de Ana María
Bravo García; revisada por Carmen Martínez Gimeno).
Rubin, Gayle ([1975] 1998) “El tráfico de “mujeres”: notas sobre la economía política
del sexo” en Navarro M y Stimpson C. (comp) ¿Qué son los estudios de “mujeres”?
México: FCE.
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