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Carta Pastoral de Monseñor Dr.

Víctor Sanabria Martínez con motivo de la toma de


posesión de su cargo

28 de Abril de 1940 (Párrafos)

¡La cuestión social! Palabra, hoy, de trascendental valor. ¿Qué ha hecho la Iglesia por resolverla
y qué puede hacer al presente en ese mismo sentido? ¿Qué podemos hacer nosotros los sacerdotes
en nuestra patria, en ejercicio de la representación moral y espiritual de que estamos investidos,
en favor de la cuestión social? He aquí dos preguntas cuya contestación interesa por igual a la
conciencia católica y a la conciencia no católica.

A la primera de ellas, a saber, qué ha hecho la Iglesia Católica, qué han hecho los Romanos
Pontífices, para resolver este problema, tan antiguo como la misma humanidad, contestan con
soberana autoridad León XIII en la Encíclica "Rerum Novarum" (15 de mayo de 1891) y Pío XI
en la Encíclica "Quadragesimo Anno" (15 de mayo de 1931).

Toda sociedad que se precia de cristiana encontrará la solución última y perfectamente acabada
de tan candente problema, en la observancia de la ley evangélica, que es la norma de supremo
equilibrio de los diversos factores sociales que entran a la parte en la solución del problema,
pesados en la balanza de la justicia y de la caridad. Desgraciadamente la flaqueza de voluntad de
los hombres y su renuencia a adaptarse a aquellos principios, por una parte, y la pugna y
oposición sistemática de intereses económicos egoístas con aquellas justísimas reglas, por otra,
han desplazado siempre y desplazan ahora el problema hacia otros campos, económicos, políticos
y sociales, no siempre al alcance de la autoridad religiosa. La doctrina social del cristianismo,
cuyo conocimiento, siquiera en sus rasgos fundamentales, no escapa a la comprensión media de
todas las clases sociales, nos impone a nosotros, ministros de la Iglesia, el deber de estimular la
voluntad colectiva e individual a acomodarse a ella, persuadiendo a los unos, a los sinceramente
creyentes, de que es ineludible exigencia de su fe, a los otros de que por equidad humana cuando
menos deben hacer honor a aquellas reglas, y a todos de que la cuestión social es de tal naturaleza
y urgencia que si no la resolvemos en el orden, en la justicia y en la caridad se comprometerá en
el desorden y en la injusticia y en la violencia. Este es, ante todo, el terreno en que hemos de
cooperar nosotros a la solución del problema social. Los otros, principalmente los económicos y
los políticos, están por lo general fuera de nuestra esfera de influencia. Pídasenos, por
consiguiente, el cumplimiento de nuestro deber —que a ello tiene perfecto derecho la sociedad a
cuyo servicio estamos—, en aquello que cae en primer término dentro del ámbito de nuestra
misión. Más aún, cualquiera que fuere la autoridad que eventualmente llegáramos a poseer en
cualquier otra esfera de acción, habríamos de ponerla igualmente y sin reservas a disposición de
quienes como nosotros, aunque situados en otros campos, están sinceramente interesados en la
solución de la cuestión social. Damos lo que tenemos, que en verdad sería suficiente para el
efecto intentado, si se quisiera oírnos, con sinceridad. Somos una fuerza para la solución del
problema social, pero no somos toda la fuerza que para el caso se requiere. No pocas veces esa
fuerza es nula porque nuestra voz es voz que clama en el desierto. Creemos que nadie podrá en-
rostrar de buena fe a la Iglesia, que no acuerpa con su autoridad cuantas medidas y reformas
sanas imponen o impongan quienes para ello tienen el poder, los medios y la fuerza de
compulsión social en el terreno político, económico y social, para resolver esta cuestión.
"Cuestión tan grave —decía León XIII hablando de la cuestión social— (Ene. "Rerum Novarum
"), demanda la cooperación y esfuerzos de otros, es a saber, de los príncipes y cabezas de los
Estados, de los amos y de los ricos, y de los mismos proletarios". Y confirmando lo que antes
había escrito, a saber, que la cuestión social "es una en la cual no puede esperarse ninguna
solución aceptable, sino en la intervención de la Religión y de la Iglesia", asegura que "serán
vanos cuantos esfuerzos hagan los hombres si desatienden a la Iglesia. "

Esta intervención de la Iglesia, por lo que a nosotros se refiere, y habida cuenta de las
limitaciones que nos imponen las circunstancias, debe partir de las consideraciones siguientes:

Ningún país, ningún estado, aun entre los de instituciones sociales más adelantadas, ha logrado
imponer en toda su amplitud la solución de la Iglesia, no por incompetencia o deficiencia del
contenido práctico de ésta, sino por la rebeldía, a veces organizada, de los diversos factores que
han de entrar a la parte en ella, a someterse con docilidad y de buena fe a las conclusiones que de
ella se desprenden. Esta consideración, exacta en su fondo y no menos exacta en sus detalles, nos
obliga a ser modestos en la estimación de nuestras fuerzas, sin que esto signifique en forma
alguna que hemos de ser débiles ni mucho menos remisos en la proposición de los medios que
reconocen por autora a la Iglesia.

En segundo lugar, no hemos de perder de vista que vivimos en una comunidad de formación
civil, política y económica reciente y por tanto, poco desarrollada, y que nuestros problemas
sociales no son exactamente idénticos a los de otras naciones. Por consiguiente, no hemos de
extrañar que no hayamos acertado todavía a resolver en toda su complejidad una cuestión que
pueblos de más avanzada cultura social, de más perfecta organización agrícola e industrial, no
han logrado resolver. La misma Santa Sede no logró resolver el problema en los Estados
Pontificios cuando los poseyó, ni creemos que lo podría lograr ahora si los poseyera en la
actualidad, sin que ello implique imperfección o insuficiencia de la doctrina social por ella
proclamada, porque se lucha contra la oposición irracional de ciertos elementos sociales que no
pueden ser reducidos con la simple persuasión moral y religiosa, y porque existen otros factores
sociales, económicos y políticos de orden interno y de orden externo, los de interdependencia de
los estados, que escapan al control ordinario de los dirigentes sociales.

Todo radicalismo en materias sociales es pernicioso. Mientras las ideas socialistas, y sobre todo
las comunistas, no tuvieron oportunidad de hacer la experiencia de sus doctrinas utópicas en
ninguna comunidad civil o política organizada, pudieron los doctrinarios socialistas y comunistas
soñar en que sus soluciones eran perfectas. Hoy, después de no pocas experiencias, especialmente
la rusa, habrán llegado a la convicción práctica de que sus teorías son las menos indicadas para
intentar siquiera la solución de los problemas sociales.

Queda solamente el camino de la solución paulatina, ordenada, pero constante, en que


intervengan la Iglesia, el Estado y las partes interesadas, movidos todos por una decidida
voluntad de perfeccionamiento humano. Preparar el terreno, disponer los ánimos en favor de
aquella solución, esa es la misión de la Iglesia. El Estado, en cuyas manos está la compulsión
física, tiene bien definida su misión en la naturaleza misma de los fines para los que ha sido
constituido. Ya se entiende que esa acción del Estado debe liberarse de aquellos excesos con
razón condenados por Su Santidad Pío XII en su primera Encíclica, y que ni ha de destruir al
individuo ni anularlo en favor de la comunidad, que eso sería abierta e insoportable tiranía, ni ha
de exaltar en forma desmedida los derechos del individuo en perjuicio de los de la comunidad,
que eso sería anarquía y libertinaje.

Hay, dichosamente, en nuestra patria voluntad sincera de parte de la Iglesia y de parte del Estado,
para adelantar en la solución ordenada del problema social, voluntad que con mayor o menor
perfección alientan asimismo nuestros partidos políticos. La legislación en materias sociales ha
progresado bastante. No vamos a reseñar siquiera las varias leyes de carácter social o conexas
con las sociales, que se han dictado en los últimos años. Y he aquí un fenómeno digno de
observación: no se han producido reacciones organizadas en contra de aquella legislación, índice
evidente de que los elementos sociales afectados por esas reformas están animados de no poca
sinceridad y comprensión social. No hemos llegado a la perfección ni en cuanto a las leyes
sociales ni en cuanto a la aplicación de las mismas, pero marchamos con paso seguro en el
camino de las soluciones definitivas. En el estado actual de nuestra evolución política, social y
económica esto significa mucho.

Hace algunos años apareció en nuestra arena política la organización comunista, que
desgraciadamente ha reclutado bastantes adeptos, no obstante la impugnación sistemática que de
los principios comunistas ha hecho la Iglesia en su predicación. Su obra ha sido eminentemente
política, y en cuanto dice relación al mejoramiento social efectivo, negativa. Han enarbolado,
como señuelo, la bandera de las reivindicaciones sociales, exponiendo al pueblo las consabidas
soluciones simplistas patrocinadas por el comunismo doctrinario, que, puestas en práctica en
Rusia, el gran taller de experiencias sociales del comunismo, con todos los recursos sociales y
económicos de una gran nación, han dado los tristes resultados por todos conocidos. La
experiencia rusa es el supremo y rotundo fracaso de las teorías comunistas. La Iglesia combatirá
siempre motivos religiosos y sociales, por convicción y sin descanso, al comunismo. Serán los
políticos los que lo combatan y venzan en el terreno político.

Razones políticas y de diversas órdenes, en todo caso razones que hasta ahora han encontrado
una justificación histórica relativa en las estrecheces y orientación del ambiente, explican que no
hayan aparecido todavía en nuestro medio agrupacione políticas que inspirándose integralmente
en los criterios de las Encíclicas "Rerum Novarum" y "Quadragesimo Anno", esto es, en los
criterios de la Iglesia, hayan incorpo rado a su programa o ideología política, con carácter
definitivamente concreto, declaraciones programáticas específicas en relación con la cuestión
social. No es la Iglesia no somos nosotros, los llamados a proponer ni mucho menos a impulsar la
formación de esas agrupaciones en cuanto son políticas, pero si llegaran a constituirse con esa
orientación específica, no habría razón alguna para que los católicos, sin gravamen alguno de
conciencia formaran en sus filas. En materias estrictamente políticas no tenemos ningún derecho
a intervenir, que ese campo es vedado para nosotros, pero no creemos apartarnos un punto de la
línea de conducta a que estamos ligados en virtud de nuestro ministerio, al pensar que
determinadas inquietudes de orden social, que se han acogido a los campamentos comunistas,
podrían encontrar su interpretación sana y ortodoxa, y por tanto católica, en otras agrupaciones
políticas, nuevas o antiguas, que con desinterés y con la máxima sinceridad quisieran expresar
más concretamente sus aspiraciones de mejoramiento social en programas bien definidos.

Resumiendo cuanto hemos venido diciendo acerca de la cuestión social y acerca de su solución,
afirmamos que la Iglesia favorece con decisión toda idea sana de mejoramiento social, y que hace
y hará de su parte cuanto permitan las circunstancias para impulsar y propulsar ese mejoramiento.
Tomado el 3 de noviembre del 2013, a las 6: 21 p.m de
http://www.lospobresdelatierra.org/especial1948/sanabriatomaposesion.html

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