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Las excepciones dilatorias en la Ley de Procedimiento Civil

cubana

Dr. Juan MENDOZA DÍAZ1

1
Profesor Titular del Departamento de Derecho Civil y de Familia de la Facultad de Derecho de la
Universidad de La Habana. Profesor Principal de Derecho Procesal Civil. Vicedecano de Investigaciones,
Postgrados y Relaciones Internacionales de la propia Facultad. Vicepresidente de la Unión Nacional de
Juristas de Cuba. Doctor en Ciencias Jurídicas por la Universidad de La Habana. Máster en Derecho
Privado por la Universidad de Valencia (España). Miembro de Número de la Sociedad Cubana de Derecho
Civil y de Familia y de la Sociedad Cubana de Ciencias Penales. Abogado en ejercicio. Arbitro de la Corte
de Comercio de la República de Cuba.
Las excepciones dilatorias en la Ley de Procedimiento Civil
cubana

Dr. Juan MENDOZA DÍAZ

Sumario:

1. Excepciones y defensas. 1 .1 Consideraciones generales. 1.2 Clasificación de


las excepciones. 1.2.1 Excepciones dilatorias y excepciones perentorias. 1.2.2
Excepciones procesales y excepciones materiales. 2. Excepciones dilatorias. 2.1
Relación jurídico procesal. 2.2 Presupuestos e impedimentos procesales. 2.3
Tratamiento de las causales que pueden ser apreciadas como excepciones dilatorias.
2.3.1 Falta de competencia. 2.3.1.1 Competencia objetiva. 2.3.1.2 Competencia por la
cuantía. 2.3.1.3 Competencia por la materia. 2.3.1.4 Competencia territorial. 2.3.1.5
Naturaleza especial de las cuestiones de competencia territorial. 2.4 Falta de
personalidad. 2.4.1 Capacidad procesal. 2.4.2 Carácter o representación con que se
comparece. 2.4.1.1 Carácter. 2.4.1.2 Representación con que se comparece. 2.4.1.3
Representación procesal. 2.5 Defecto legal en el modo de proponer la demanda. 2.6
Indebida acumulación de pretensiones. 2.6.1 Requisitos de la acumulación de
pretensiones. 2.6.1.1 Requisitos subjetivos. 2.6.1.2 Requisitos objetivos. 2.7
Litispendencia. 2.7.1 Naturaleza de la litispendencia. 2.7.2 Las identidades de la
litispendencia. 2.7.2.1 Identidad subjetiva. 2.7.2.2 Identidad objetiva. 2.7.2.3 Identidad de
la causa de pedir. 2.8 Falta de estado. 2.8.1 Naturaleza de esta excepción. 2.9 Cosa
juzgada. 2.9.1 Naturaleza jurídica de esta excepción. Bibliografía.

1. Excepciones y defensas

1.1 Consideraciones generales


El término excepción ha sido usado por diferentes autores para definir diversas
categorías del Derecho Procesal, que a pesar de estar íntimamente relacionadas se
diferencian en sus matices esenciales. Concentrándonos en el derecho positivo vemos
como la Ley de Procedimiento Civil, Administrativo y Laboral (LPCAL) utiliza los términos
de excepciones dilatorias (artículo 233) y de excepciones perentorias (artículo 234) para
definir dos medios de defensa de diferente naturaleza, pues uno está destinado a
combatir los presupuestos formales del proceso, mientras que el otro ataca los
elementos materiales de fondo de la reclamación del actor. En otra parte de la Ley,
dedicada a la tramitación del Proceso de Ejecución, vemos como se habla de
“excepciones”, sin especificar su naturaleza propia y se agrupa tanto excepciones
relativas al fondo como a la forma (artículo 495).

A ello se une la distinción que la doctrina hace entre excepciones materiales y


procesales, que a pesar de no tener nuestra Ley de Procedimiento tal recepción
terminológica, es de utilidad innegable en la apreciación de situaciones que se presentan
en la práctica forense y en la propia interpretación de la Ley y que sin duda es otro
elemento para demostrar la complejidad que conlleva la búsqueda de una definición
uniforme del concepto de excepción.
A fin de lograr una mejor comprensión del tema resulta obligado recordar que las
excepciones remontan su origen a la segunda etapa del procedimiento civil romano y en
ese sentido constituyen una adición introducida por el magistrado en la fórmula, dirigida
a favorecer al demandado, de forma tal que existiendo una obligación impuesta por el
Derecho Civil, el magistrado se percatara, no obstante, que era injusto condenar,
introduciendo una condicionante a la fórmula entregada al juez, que de ser aceptada
liberaba al demandado de la obligación.
Ya desde esa época comenzó a hablarse de la existencia de excepciones de tipo
dilatorio y otras perentorias, aunque estas expresiones no tuvieron en esa etapa el
sentido exacto que luego adquirió en la época del procedimiento extraordinario y que ha
trascendido a nuestro derecho. El carácter dilatorio de las excepciones, a diferencia de lo
que modernamente se entiende, estaba dado por el hecho de que perduraban por un
tiempo determinado al existir algún obstáculo que impedía que se produjera un
pronunciamiento sobre el fondo del derecho reclamado, como era el caso de que entre
las partes litigantes existiera un pacto de no pedir por un período determinado de tiempo;
si el actor establecía la demanda antes de dicho tiempo, el demandado podía establecer
una excepción dilatoria que provocaba una sentencia absolutoria a favor del demandado.
En el derecho justinianeo, desaparecida la fórmula, las excepciones eran alegadas por el
demandado una vez que tenía conocimiento de la reclamación que había sido
establecida en su contra. En esta época del procedimiento romano comienzan a
perfilarse las características de las excepciones dilatorias y las perentorias, en la forma
en que luego trascendió al derecho moderno.
Debe recordarse que en la etapa formularia, tal y como analizamos, las excepciones
dilatorias cumplían un mismo cometido que las perentorias, ya que de ser acogidas
producían una sentencia que absolvía al demandado de la obligación exigida y por
subsiguiente podían identificarse como medios comunes de combate de la acción en
cuanto a su fundamento, mientras que con la mutación que se produce en el proceso
extraordinario, se modula un nuevo tipo de medio de defensa, que sigue denominándose
excepción, pero cuyo cometido es esencialmente procesal ya que está destinada
exclusivamente a dilatar el proceso y no a absolver totalmente al demandado.
Hay un elemento presente en esta fase del procedimiento extraordinario y es que las
excepciones, al ser propuestas por el demandado, pierden aquel carácter de
excepcionalidad que tuvo durante la fase formularia en que eran otorgadas
especialmente por el pretor, esto provocó que progresivamente se fuera perdiendo la
línea divisoria entre las excepciones y los otros medios de defensa del demandado.
Cuestión que ha trascendido a nuestros días y que constituye uno de los elementos de
mayor dificultad en el proceso de desentrañar la verdadera esencia de las excepciones,
pues, como dijimos, existe una tendencia a confundir o identificar ambos términos.
En materia de excepciones la legislación cubana ha seguido la guía heredada del
derecho español, de establecer la tradicional clasificación entre dilatorias y perentorias,
fruto de la recepción del derecho romano por las Partidas 2 y desarrolla las excepciones
dilatorias como medios de defensa procesal puestos en manos del demandado para
denunciar la falta de algún presupuesto de los que son necesarios para la válida
constitución de la litis. Por su parte la doctrina ha desarrollado otros criterios de
clasificación de las excepciones que necesariamente requiere que nos detengamos en
su análisis.
2
Llama la atención VAZQUEZ SOTELO en cuanto a que la tradición romano-bizantina (que es donde, según
demostró CHIOVENDA, está fundada la excepción tal como hoy la concebimos) se recogió en España por
las Partidas, comprendiendo todas las excepciones bajo el nombre de defensiones y cargando el acento
de la distinción en el efecto “dilatorio” o “perentorio” de la excepción. Vid. VAZQUEZ SOTELO, J; Instituciones
saneadoras del proceso civil español: “excepciones dilatorias” y “comparecencia previa”; en Justicia 87,
No. 1, Bosch, Barcelona, 1987, p. 30. En igual sentido se pronuncia MONTERO en MONTERO AROCA, J, con
M. ORTELLES RAMOS, J. L. GÓMEZ COLOMER y A. MONTÓN REDONDO, Derecho Jurisdiccional, tomo II, Tirant
lo Blanch, Valencia, 1997, p. 160
1.2 Clasificación de las excepciones
La Ley de Procedimiento Civil cubana reconoce solamente la distinción entre
excepciones dilatorias y excepciones perentorias, siguiendo, como ya dijimos, la
tradición española al respecto; no obstante, la doctrina ha incluido otros criterios de
clasificación de las excepciones, que si bien no tienen un respaldo terminológico en el
derecho positivo cubano, es de indudable validez y pueden ser reconocidas en la norma,
me refiero a la distinción entre excepciones procesales y excepciones materiales.

1.2.1 Excepciones dilatorias y excepciones perentorias


En nuestro derecho positivo el calificativo de dilatorio es utilizado para designar aquel
ataque de tipo procesal que el demandado realiza contra la demanda a fin de denunciar
la falencia en alguno de los denominados impedimentos procesales, con el objetivo de
obstaculizar la prosecución del proceso y consecuentemente la entrada al conocimiento
del fondo de la reclamación.
A tono con lo anterior las excepciones dilatorias deben ser resueltas en la misma
antesala del proceso, de manera que la aceptación del fundamento de una de ellas
pueda paralizar la continuidad de la litis, razón por la cual son resueltas por el tribunal
mediante incidente y como cuestión previa a la contestación de la demanda por el
demandado.
Si bien el término de dilatorio es usado erróneamente en otros momentos de la Ley para
identificar a las excepciones procesales, en su utilización más importante y que se deriva
de lo regulado en el artículo 233 de la LPCAL, está destinado a identificar, según
señalamos, aquellos impedimentos procesales que valorados positivamente impiden la
continuación del proceso. Utilizando una expresión que se popularizó en nuestro
estudiantado a partir del uso que de ella hizo el profesor GRILLO LONGORIA, podemos
decir que son aquellas excepciones que hieren la litis, pero no la matan.
Por su parte la excepción perentoria es aquella destinada a combatir el fundamento de
fondo de la reclamación formulada por el actor. Constituye un medio de defensa
destinado a ser resuelto al final del proceso, de forma tal que si es acogida absuelve al
demandado de forma permanente del objeto de la reclamación.
Podemos concluir que en nuestra Ley de procedimiento el calificativo de dilatorio (salvo
casos muy contados que particularizaremos más adelante) es utilizado para identificar a
excepciones típicamente procesales de tramitación previa, mientras que el calificativo de
perentorio es usado para definir a las excepciones de tipo material que son propuestas al
contestar la demanda y deben ser resueltas con la sentencia, destinadas a combatir el
fundamento de la acción.

1.2.2 Excepciones procesales y excepciones materiales


La distinción entre procesales y materiales se inscribe dentro del concepto general que
nos hablara D´ONOFRIO al distinguir entre excepciones de rito y excepciones de mérito.
Las de rito son las que niegan la posibilidad de que se aplique la potestad jurisdiccional,
mientras que las de mérito son aquellas que atacan una condición sustancial que niega o
elimina el derecho del actor. En correspondencia con lo anterior el campo de esta
distinción está delimitado en función de la naturaleza y del ordenamiento procesal o
sustancial, de tal suerte que si la causa que se alega es de base rituaria, el fundamento
hay que encontrarlo en el derecho procesal, mientras que si lo que se alega consolida la
prevalencia de un derecho del demandado por sobre el alegado por el demandante,
estamos en presencia de una excepción de mérito, con base en el ordenamiento
sustantivo civil.
En esa misma dirección se inscribe RAMOS MÉNDEZ, para quien la distinción entre
excepciones procesales y materiales tiene su fundamento en una concepción dualista de
las relaciones entre derecho y proceso; a ello hay que agregar que la diferencia entre
una y otra está dada por el objetivo que persiguen y no por el momento en que son
propuestas por el demandado.
Las excepciones procesales son aquellas destinadas a combatir los presupuestos
procesales, de forma tal que su apreciación favorable implica la imposibilidad de que el
tribunal pueda entrar al conocimiento del fondo de la reclamación, dando lugar, tanto a
una decisión preliminar paralizando la litis, como a lo que la doctrina ha identificado
como “absolución de la instancia” y que no es otra cosa que una sentencia del órgano
jurisdiccional que pone fin al proceso, pero deja expedito el derecho de la parte actora de
poder entrar nuevamente sobre lo controvertido, pues no fue posible su tratamiento en el
proceso en cuestión, al apreciarse la existencia de alguno de los impedimentos
señalados por el demandado al excepcionar; en este caso estamos en presencia de una
sentencia meramente procesal.
BÜLOW llamaba la atención en el sentido de que sólo los presupuestos procesales son
los que proveen de materia o contenido a las excepciones procesales, de manera que
estas últimas no son otra cosa que presupuestos procesales expresados negativamente,
en forma de excepción.
En el derecho positivo español que sirvió de inspiración a nuestra actual norma, no
existió una formulación exacta de las excepciones procesales, ya que no se identificaba
con ese nombre en la LEC (ni la actual ni en la derogada) un medio de defensa
específico en manos del demandado, no obstante la doctrina las ha desarrollado y las
ubica dentro de una de las formas de contestación a la demanda, sindicando la ausencia
de determinados presupuestos o requisitos procesales. En tal sentido MONTERO, al
analizar las distintas posiciones que puede adoptar el demandado contra la reclamación
que se le ha establecido define, dentro de la contestación, lo que él llama actitudes
negativas y positivas. Dentro de las negativas está tanto la negación de los hechos de la
demanda como la aceptación total o parcial (queda fuera el allanamiento ya que en este
caso se pide la absolución a pesar de la aceptación). Dentro de las actitudes positivas el
propio autor ubica tanto la interposición de excepciones procesales como de
excepciones perentorias, las que deben ser resueltas en la sentencia que ponga fin al
proceso. En el caso de acogerse las primeras la sentencia sería de tipo procesal, lo que
implica que el tribunal no se pronuncie sobre el fondo del litigio.
En nuestra Ley de Procedimiento Civil, como ya expresamos, no existe una mención
expresa a las excepciones procesales, no obstante es posible identificar su presencia en
determinados momentos del ordenamiento:
 En el último párrafo del artículo 233 cuando expresa: cualquier otra excepción
que el demandado pueda oponer a la demanda, deberá proponerla al
contestar. En este artículo se enumeran las excepciones que sólo podrán
proponerse con carácter previo, las que generalmente están relacionadas con
cuestiones relativas a los presupuestos procesales. La expresión contenida en
el último párrafo puede ser interpretada en el sentido de que cualquier otro
aspecto de tipo procesal que no se encuentre dentro de los 6 que el artículo
menciona, debe ser propuesto como excepción procesal en la contestación.
Alguien pudiera llamar la atención en el sentido de que a lo que se está
refiriendo dicha frase es a las excepciones perentorias, pero si así fuera
carecería de sentido la expresión, pues a la interposición de este tipo de
excepción está dedicado expresamente el artículo 236 que es el que especifica
que en la contestación el demandado deberá hacer uso de las excepciones
perentorias que estime procedentes.
 En el segundo párrafo del artículo 236, referido a la contestación de la
reconvención a cargo de la parte actora se expresa que en dicho momento
deberán alegarse todas las excepciones, así dilatorias como perentorias que
deseen oponerse a la demanda reconvencional. En este caso la LPCAL está
utilizando el calificativo de dilatorias para identificar a las excepciones de tipo
procesal, pues dada la tramitación que la Ley establece para la continuidad del
proceso ordinario, no existe cabida para ningún tipo de “dilación” en este
momento; se trata de cuestiones de tipo procesal que la parte actora quiere
denunciar en la nueva relación jurídica que se ha creado como resultado de la
interposición de la reconvención, pero que necesariamente deberán ser
resueltas por el tribunal al momento de dictar la sentencia definitiva y en caso
de ser acogidas producirán una resolución que le impida pronunciarse sobre el
fondo de la nueva cuestión que producto de la reconvención ha sido
introducida al proceso principal por la parte demandada.
 En el proceso sumario que regulan los artículos 357 y siguientes de la LPCAL.
En este tipo de proceso rigen con carácter supletorio las reglas establecidas
para el proceso ordinario (artículo 357); esto ha hecho pensar a algunos en la
posibilidad de poder interponer excepciones dilatorias con carácter previo a la
contestación. Esta opinión debe ser desestimada partiendo del particular de
que este tipo de proceso ha sido concebido para lograr un juzgamiento rápido,
es por ello que el legislador diseñó este tipo de asunto liberado de las
formalidades que tiene el proceso ordinario. Si la Ley hubiera querido que en
estos asuntos se pudiera abrir un momento previo de saneamiento lo habría
regulado expresamente, como sí hace para las cuestiones de competencia
territorial en el artículo 363. Lo anterior no implica que el demandado no pueda
denunciar aquellos defectos que se presenten en cuanto a los presupuestos
procesales que garantizan la válida constitución de la litis, solo que deberá
hacerlo al momento de contestar la demanda y serán apreciados y resueltos
por el tribunal en su sentencia final, de tal suerte que si son acogidos dará
lugar a una resolución de tipo procesal absolutoria de la instancia. 3

2. Excepciones dilatorias
Las excepciones dilatorias están reguladas de forma taxativa en el artículo 233 de la
LPCAL, de tal suerte que el demandado sólo puede hacer uso de las que en dicho
precepto se regulan. Los seis supuestos recogidos en la mencionada norma están
encaminados a denunciar la carencia de algún impedimento que afecte a la válida
constitución de la relación jurídico procesal y con ello impedir que se pueda dictar una
sentencia de fondo sobre lo controvertido; excepto la de falta de carácter, que como se
verá oportunamente, está referida a una cuestión de fondo, que por razones de orden
histórico el legislador ha colocado su verificación al inicio del proceso.
Creemos obligado, antes de entrar en el análisis específico de las excepciones dilatorias,
hacer un necesario repaso por los elementos que caracterizan a las categorías
procesales antes mencionadas.

2.1 Relación jurídico procesal


Los comienzos de la era científica del Derecho Procesal se caracterizaron precisamente
por el intento de los distintos autores por desentrañar la verdadera naturaleza jurídica del
proceso; en esa dirección apuntan las diferentes teorías que se describen y dentro de las

3
En apoyo de este análisis podemos recurrir a FAIRÉN quien llama la atención en el sentido de que cuando
en 1306 se dictó la Clementina Saepe y en tal sentido se impuso en el ordenamiento procesal italiano un
nuevo tipo de proceso de una cognitio judicial reducida que fueron llamados sumarios indeterminados, se
implantó un tipo de juicio liberado de muchas de las formalidades que la ley imponía al proceso plenario,
entre ellas la prohibición de establecer excepciones dilatorias; esta prohibición alteró el sistema defensivo
del demandado ya que no podía oponerse primero las cuestiones de forma para luego, en la contestación,
entrar a la formulación de las excepciones perentorias. En este tipo de juicio sumario el demandado debía
oponer las excepciones dilatorias conjuntamente con las perentorias al momento de la contestación, a fin
de que fueran resueltas por el juez en la sentencia final. Vid. FAIRÉN GUILLÉN, V., El desistimiento y su
bilateralidad en primera instancia. Editorial Bosch, Barcelona, 1950, p. 54
cuales ha sido aceptada la de la relación jurídica como la más acertada para definir la
esencia del proceso civil.
La visión del proceso como una relación jurídica tomó fuerza en la doctrina a partir de la
obra de BÜLOW, expuesta en su libro Teoría de las Excepciones Procesales y los
Presupuestos Procesales, al que MONTERO calificó como un libro afortunado en la
historia del derecho procesal. BÜLOW fue precisamente quien asentó la teoría de que la
validez de la relación creada a partir del proceso es de tal naturaleza que no puede
dejarse a criterio dispositivo de las partes, pues el proceso no es un ajuste privado entre
los litigantes, sino que se constituye en un acto realizado con la activa participación del
órgano jurisdiccional que, bajo la autoridad del Estado, establece los requisitos coactivos
que deben ser cumplidos por las partes.

Desde esta nueva perspectiva el contenido de la relación jurídico procesal se conforma


por aquellos derechos y deberes de naturaleza procesal que se crean a partir de la
actuación de las partes en el proceso. Actividad de los litigantes que tiene sujeta su
admisibilidad y validez al cumplimiento de determinados condicionantes establecidos en
la propia ley y que la doctrina identifica bajo el calificativo de presupuestos procesales,
los que tienen una naturaleza distinta de los que estipula el Derecho civil para la relación
de tipo material deducida en el proceso. De lo anterior se visualiza la existencia de dos
relaciones de distinto origen y naturaleza, una de tipo estrictamente privada, que sienta
sus bases en el derecho civil sustantivo y otra de tipo procesal, que adquiere naturaleza
pública con la intervención de un sujeto con facultades y poderes jerarquizantes;
mientras que la relación civil se presenta estática, la relación procesal es una
consecución de actos, o sea, es una relación que muda su estado progresivamente.
Con relación al momento específico de constitución de la relación jurídico procesal se ha
producido una evolución en la doctrina, que va desde una consideración primigenia a
partir del contrato o cuasi-contrato de litis contestatio de raigambre romana4, hasta las

4
El concepto de la litis contestatio, como momento de constitución de la litis, sienta sus orígenes en la
primera etapa del proceso civil romano, específicamente en el instante en que se cerraba la fase in iure
ante el magistrado, pues al concluir este período la litis quedaba determinada y cierta entre los
contendientes y se producía una especie de consolidación del pleito entre las partes, de forma tal que se
convertía en irrevocable, quedando fijada de forma eficaz las condiciones y modalidades en que habría de
desarrollarse el juicio en la segunda etapa o fase in iudicio.
posiciones más modernas, aceptadas por la generalidad de los autores, de estimar que
la relación se constituye desde el momento de la presentación de la demanda.
Por la trascendencia del tema para nuestro derecho positivo, que aún permanece
vinculado al viejo concepto de la litis contestatio como momento de constitución de la
relación jurídico procesal, considero conveniente hacer un examen de los puntos más
sobresalientes de la doctrina.
La razón histórica de esta sujeción o consolidación del proceso estaba condicionada por
el hecho de que en esta etapa aún no existía el concepto de administración de justicia
como servicio de orden público, sino que permanecía en manos de jueces privados, lo
que imponía la necesidad de lograr un vínculo que creara entre las partes una obligación
de sujeción a la jurisdicción, al que se le denominó efecto consuntivo de la litis
contestatio.

La concepción del efecto consuntivo de la litis contestatio, a partir de la contestación del


demandado, según el legado romano clásico, prevaleció en el derecho español durante
mucho tiempo y comenzó a perder fuerza en la doctrina bien entrado el pasado siglo XX.
No obstante, previo al criterio prevaleciente en la actualidad, se desarrolló una posición
intermedia que consideraba constituida la relación jurídico procesal desde el momento
en que se producía la notificación de la demanda al demandado, pues a partir de ese
instante se abrían las posibilidades de comparecencia del mismo al proceso, de tal
suerte que si no lo hacía el asunto podía seguir sin ninguna dificultad, al conformarse el
efecto procesal de la rebeldía.
Nuestra LPCAL, siguiendo el dictado que en esta materia heredara de la LEC española,
rinde culto al valor del contrato de litis contestatio lo que es posible apreciar al momento
de analizar el efecto consuntivo que produce la contestación de la demanda y que se
devela de la lectura del último párrafo del artículo 652. Este precepto describe los efectos
que produce el desistimiento formulado por el demandante y establece que una vez
personado el demandado es obligatorio que se le dé traslado de la solicitud de
desistimiento, a fin de que se pronuncie sobre ella, mientras que si el desistimiento se
produce antes de la contestación, tiene un efecto totalmente liberador, sin necesidad de
que el tribunal escuche la opinión del demandado.
La tendencia doctrinal prevaleciente en la actualidad es la que postula que el momento
de constitución de la relación jurídico procesal es coincidente con el de presentación de
la demanda, bajo la condición de su aceptación por el tribunal. Esta postura, cuya
gestación en España corresponde a la primera mitad del siglo XX y que recientemente
adquirió fuerza generalizadora a partir de la promulgación de la nueva LEC/2000 5, tuvo
antecedentes en la doctrina alemana, dentro de la cual se puede destacar la obra de
ROSEMBERG.6

La fuerza de esta posición doctrinal descansa en los efectos inmediatos que produce la
admisión de la demanda, tanto de tipo procesal como sustantivo, que condicionan que
deba contarse con el demandado cuando la parte actora pretenda desistir del proceso,
ante la presencia de lo que la doctrina ha denominado como posible difamación judicial.7
A este conjunto de efectos que produce la presentación de la demanda es a lo que se
conoce como litispendencia8 y ha sido sistematizado por algunos autores, pudiendo
mencionarse, entre otros, los siguientes:

5
El artículo 410 de la nueva LEC española cerró la polémica existente en ese país entre la doctrina y la
jurisprudencia al dejar sentado claramente que la litispendencia, con todos sus efectos procesales, se
produce desde la interposición de la demanda, si después es admitida.
6
Planteaba ROSEMBERG que la demanda decide sobre el contenido y extensión del procedimiento por ella
iniciado, así como de la sentencia que lo cierra; da nacimiento al proceso y a la relación jurídica procesal,
y provoca la litispendencia de la pretensión reclamada; contiene el programa del litigio y, por tanto,
determina la clase y la medida de la tutela jurídica que se haya de otorgar. Vid. ROSEMBERG, L; Tratado de
Derecho Procesal Civil, tomo II, Ediciones Jurídicas Europa América, Buenos Aires, 1955, p. 3
7
Para FAIRÉN la difamación judicial son las consecuencias negativas de diverso orden que puede tener
para el demandado la presentación y admisión de la demanda y en tal sentido plantea que: la posibilidad
de la difamación judicial se produce con la litispendencia; con ella la vinculación del actor; y con ésta, la
necesidad de dar audiencia al demandado sobre su interés en que el proceso continúe para que una
sentencia declare la corrección de su postura jurídica, quizás también aunque implícitamente, el carácter
difamatorio (civil, entiéndase) de la demanda del actor, y por fin le libere de su preocupación sobre futuros
conflictos con aquél por razón del mismo asunto, concediéndole los beneficios de la cosa juzgada material.
Vid. FAIRÉN GUILLÉN, V., El Desistimiento, op. cit., p. 132
8
Señala RAMOS MÉNDEZ de que debe entenderse por litispendencia al conjunto de efectos que produce
una demanda y que se originan por su mera presentación, no debiendo confundirse con la excepción de
litispendencia, la que será objeto de estudio cuando abordemos las excepciones dilatorias, y que tan solo
recoge un aspecto parcial del tema, el referido a la repercusión estrictamente procesal que tiene un
proceso con relación a otro posterior, al efecto de impedirlo. RAMOS MÉNDEZ, F., Derecho Procesal Civil,
tomo I, Librería Bosch, Barcelona, 1986, p. 451
Efectos Procesales: 1) Perpetúa la jurisdicción 9; 2) Imposibilita la modificación de la
demanda; 3) Delimita el objeto del proceso y fija el ámbito de las cuestiones a resolver
sobre la base de la congruencia con lo pedido; 4) Obliga al juez a los actos de
emplazamiento y consecución del proceso hasta su culminación; 5) Fija el ámbito del
litigio; 6) Origina la litispendencia; 7) Determina las personas del proceso; 8) Abre la
posibilidad de aplicar medidas cautelares; 9) Viabiliza la reconvención; 10) Abre las
acumulaciones; 11) Impide la enajenación del objeto litigioso.
Efectos Materiales: 1) Interrumpe la prescripción (artículo 121 CC); 2) Constituye en
mora al deudor; 3) Transmite a los herederos las acciones (artículo 509.b CC); 4)
Permite anotaciones de embargo; 5) Aumenta la responsabilidad del demandado; 6)
Obliga al pago de intereses; 7) Obliga, al poseedor de mala fe, a la devolución de frutos.

Podemos concluir que la proyección de nuestra actual LPCAL, al guiarse por el


tratamiento bilateral del desistimiento, considera que el efecto consuntivo del proceso
sólo se da a partir de la contestación y estimamos que es una posición que debe ser
superada a fin de poner a tono nuestra legislación con las concepciones que
modernamente prevalecen en la doctrina de forma casi unánime, luego de años de
devaneo conceptual.
Como veremos más adelante, esta relación jurídica procesal puede verse entorpecida e
incluso finiquitada por la ausencia de algún presupuesto formal que sea denunciado por
el demandado como excepción dilatoria.

2.2 Presupuestos e impedimentos procesales


Siguiendo la línea ideológica que fuera trazada por BÜLOW y fertilizada por la doctrina, en
la constitución de la relación jurídico procesal que se da en el proceso civil se deben
cumplir un conjunto de requisitos de naturaleza típicamente procesal y ello constituye

9
Bajo el término perpetuación de la jurisdicción (perpetuatio iurisdictionis) se identifica el efecto inamovible
que para la competencia del tribunal produce la presentación de la demanda, de tal suerte que los cambios
que puedan producirse en el futuro, ya sea en cuanto al valor del objeto litigioso, a las características de
las partes, entre otros particulares, no hacen que cambie el criterio originario de la competencia. Vid., por
todos, DE LA PLAZA, M; Derecho Procesal Civil Español, volumen I, Editorial Revista de Derecho Privado,
Madrid, 1951, pp. 355-357 y MONTERO AROCA, J, et al; Derecho Jurisdiccional, tomo II, op. cit., p. 171.Es
una derivación del legado semel iudex semper iudex (una vez juez, siempre juez).
uno de los elementos que diferencian esta relación de la de carácter material que se
deduce en el proceso.
La falencia o incumplimiento de alguno de estos requisitos, establecidos en la propia Ley
de procedimiento, da lugar a una paralización temporal (que puede convertirse en
definitiva) del proceso y con ello la imposibilidad de que se pueda dictar una sentencia
sobre el fondo de lo controvertido. Estos requisitos han recibido la denominación
genérica de presupuestos procesales y son, al decir de CHIOVENDA, las condiciones
formales que deben darse para que nazca la obligación del juez de pronunciarse en
cuanto al fondo, o sea, para que pueda darse la actuación de la voluntad del Estado en
el proceso.
A pesar de la definición genérica antes utilizada, hay autores que hacen una distinción
entre estos requerimientos, según puedan ser apreciados directamente por el tribunal
(ope legis) o que deban ser denunciados por la parte demandada para que puedan ser
analizados por el órgano jurisdiccional (ope exceptionis).
A las exigencias que pueden ser apreciadas directamente por el tribunal, como requisitos
indispensables para la aceptación de la demanda, mediante un trámite de valoración
previa al que MONTERO denomina control de admisibilidad, se les llaman presupuestos
procesales; por su parte, a aquellos que deben ser sindicados por la parte demandada
para que el tribunal los tenga en cuenta, la doctrina los rotula como impedimentos
procesales.

Las exigencias que deben darse para que quede válidamente constituida la relación
jurídico procesal son reseñadas en la LPCAL en el artículo destinado a regular las
excepciones dilatorias, con la distinción de que algunas pueden ser apreciadas como
impedimentos y al mismo tiempo como presupuestos, mientras que las otras solo tienen
el carácter de impedimentos y en tal sentido deben operar ope exceptionis.
El tribunal, de conformidad con lo preceptuado en el artículo 225 de la LPCAL, antes de
dar traslado de la demanda deberá apreciar de oficio si se está en alguno de los
supuestos de los ordinales 1, 2 y 3 del artículo 233 y si así fuera se impedirá por el
órgano la continuidad del conocimiento; este tratamiento ope legis hace que dichas
causales sean apreciadas, siguiendo la nomenclatura mencionada, como presupuestos
procesales.
El hecho de que estas tres situaciones sean al mismo tiempo excepciones procesales
hace que tengan el doble carácter de impedimentos y presupuestos, ya que operan tanto
ope legis como ope exceptionis, mientras que las causales consignadas en los números
4, 5 y 6 del comentado artículo, sólo pueden ser apreciadas en virtud de denuncia del
demandado, por lo que se inscriben dentro del criterio estricto de los impedimentos
procesales.

2.3 Tratamiento de las causales que pueden ser apreciadas como excepciones
dilatorias
Como expresamos anteriormente, las excepciones dilatorias en el proceso ordinario
están contenidas taxativamente en el artículo 233, pero debemos incorporar en este
análisis, provenientes de otros preceptos de la Ley, lo relativo a la falta de competencia
territorial, que se encuentra regulado en los artículos 26 y siguientes, disponiendo de un
procedimiento específico, así como la cosa juzgada, que es mencionada de forma
particularizada en el artículo 234.
Entraremos en el análisis detallado de las particularidades de cada una de estas
excepciones.

2.3.1 Falta de competencia


La competencia se presenta como un criterio judicial de distribución de los asuntos en
los diferentes niveles jurisdiccionales, ya sea por el lugar jerárquico que éstos ocupen en
la pirámide tribunalicia o por la ubicación territorial que tengan, en el caso de tribunales
de igual nivel. En este sentido la competencia es la regla de ordenación de la función
jurisdiccional, su medida de parcelación y, como potestad del Estado delegada en
determinados órganos creados al efecto, es una facultad de tipo general, imposible de
graduar por si misma, ya que los jueces, destinatarios de dicha facultad, no disponen de
mayor o menor jurisdicción, sino de reglas competenciales que determinan los tipos de
asuntos con posibilidad de conocer y resolver.
La doctrina identifica dos criterios determinantes de la competencia, uno de tipo
jerárquico, condicionado por la cuantía del objeto litigioso o por la importancia cualitativa
del asunto, al que se denomina competencia objetiva; de otra parte está la competencia
territorial, que posibilita la distribución de los casos entre tribunales de igual nivel, a partir
de reglas vinculadas a la naturaleza específica de la pretensión deducida. 10

2.3.1.1 Competencia objetiva


La competencia objetiva abarca dos criterios esenciales de repartición de los asuntos
entre los distintos tribunales, y forma parte del quid disputatum; uno relacionado con la
naturaleza de la pretensión (ratione materiae) y el otro relativo a la cuantía del objeto
litigioso en el caso de que la reclamación sea susceptible de cuantificar económicamente
o, aún teniendo contenido económico, su valor sea inestimable o indeterminable. La
causa última de esta distribución se sienta en el valor que el legislador le concede a
determinados asuntos en detrimento de otros; valoración que está fundada en el mayor o
menor interés individual y social que justifica lo denominado por REDENTI como la finura
que debe concedérsele al estudio y la decisión del caso, lo cual justifica la mayor o
menor cantidad de gastos judiciales que pueden generar unos y otros niveles
jurisdiccionales.
Las reglas de la competencia objetiva son de ius cogens, razón por la cual deben ser
controladas por el propio tribunal ex oficio, al margen de que su incumplimiento se
inscriba también como una causal de excepción para ser denunciada por el demandado

10
Existe un tercer criterio de la competencia, conocido como competencia funcional, determinado
fundamentalmente por las situaciones que se presentan en la tramitación de un asunto, en que deben
quedar establecidos en la Ley los órganos encargados de conocer de los incidentes y recursos que se
puedan presentar, así como de la ejecución. Mientras el criterio objetivo define al tribunal competente para
conocer de un caso en primera o única instancia, el criterio funcional es el encargado de determinar cuales
son los competentes para conocer de las sucesivas incidencias que puedan presentarse en el camino en
pro de una sentencia firme e incluso de su ejecución. Este criterio de competencia merece un riguroso
análisis en nuestro derecho positivo en aras de impedir que lleguen al Tribunal Supremo muchos de los
procesos que en la actualidad ocupan la atención de dicho órgano de justicia, para lograr una verdadera
labor de unificación interpretativa en la aplicación del derecho. Prescindiremos en esta investigación de un
estudio detallado de este criterio de competencia, por no estar relacionado directamente con las
excepciones dilatorias en el proceso ordinario.
Hay autores que no comparten esta distinción de la competencia por entender que en última instancia los
avatares que un proceso pueda tener en su tramitación en cuanto a incidentes, embargos previos,
recursos, etc., están dependiendo del tribunal que originalmente conoce del asunto, por lo que a la resulta
se convierte en una cuestión de competencia objetiva. Vid. GÓMEZ COLOMER, J, con J. MONTERO AROCA Y
M. ORTELLS RAMOS, Derecho Jurisdiccional, tomo I, Parte General, Librería Bosch, Barcelona, 1989, p. 313
y atacar con ello la válida constitución de la relación jurídico procesal. El carácter
imperativo de las normas reguladoras de la competencia objetiva condicionan el cierre
de todo espacio para que las partes puedan, dispositivamente, intervenir en la definición
del órgano competente para el conocimiento y resolución del caso controvertido.
Las alteraciones a las reglas competenciales se identifican en el ordinal 1 del artículo
233 de la LPCAL bajo el calificativo de falta de competencia por razón de la materia o
de la cuantía; definición que consideramos más acertada que la que le sirvió de
inspiración a la derogada LEC española, que la nombraba incompetencia de jurisdicción.

2.3.1.2 Competencia por la cuantía


Las reglas distributivas de la competencia entre los tribunales municipales y provinciales
en función de la cuantía de lo litigado están determinadas en los ordinales 1 de los
artículos 5 y 6 de la LPCAL, al fijar la suma de mil pesos como baremo para decidir si el
caso es competencia de uno u otro tribunal. Si el cuantum de la reclamación es superior
a mil pesos o dicha cuantía resulta algo inestimable, se le atribuye el conocimiento del
caso a los tribunales provinciales; se crea también una vis attractiva a favor de este nivel
jurisdiccional en aquellos casos en que el valor de lo reclamado, por una u otra razón, no
se pueda determinar válidamente.
El valor de la reclamación, en virtud del cual se fija la competencia, es algo que no puede
ser discutido en la antesala del proceso, de tal suerte que se convierte en contenido de
las cuestiones a resolver en la sentencia. Nuestra Ley de Procedimiento carece de una
solución similar a la brindada por los artículos 498 y siguientes de la derogada LEC
española o a la que ofrecen los artículos 251 al 255 de la actual LEC/2000, los cuales
posibilitan al demandado cuestionar en la fase inicial del proceso el valor que le atribuye
la parte actora al objeto de la reclamación y ello trae como resultado que si se modifica lo
originalmente consignado en la demanda, se puede producir un cambio en cuanto al
órgano encargado del conocimiento del caso.

La competencia objetiva por razón de la cuantía de lo reclamado se presenta en el foro


cubano como uno de los aspectos que mayor crítica recibe, basada esencialmente en los
siguientes particulares:
 La cantidad de mil pesos, como línea divisoria de la competencia entre el
tribunal municipal y el provincial, fue fijada por la LPCAL en los años 70,
cuando esa cantidad de dinero marcaba una real diferencia cuantitativa en el
país. Los cambios operados en la economía desde hace ya más de una
década han hecho variar este criterio y provocaron que los tribunales
provinciales conozcan en la actualidad de reclamaciones en las que la
importancia de lo que se litiga no merita ser de la competencia de este nivel
jurisdiccional.
 La doble circulación de monedas en el país, a partir de la despenalización de
tenencia de divisas extranjeras y la consecuente modificación del artículo 240
del Código Civil11, que posibilitó el pago de las obligaciones en diversos tipos
monetarios, no tiene un correlato claro en la fijación de la regla de competencia
por la cuantía que estamos analizando, estipulada sobre la base de la moneda
nacional, sin que exista claridad en el sentido de si para fijar las reglas de
competencia pueden utilizarse las tasas cambiarias alternativas que el Estado
ha establecido con el marcado propósito de recoger circulante y disminuir los
altos índices de liquidez que se presentaron en los primeros años del llamado
Período Especial.
 La existencia en el país de patrones económicos diversos para la
determinación del valor de los bienes materiales al existir mercados de distinta
naturaleza, que van desde un mercado subsidiado con garantía de precios
bajos para determinados bienes materiales, hasta otros mercados de precios
más elevados, unido a la existencia de relaciones de intercambio entre los
ciudadanos en que los precios son fijados libremente entre las partes.

En esta dirección la LPCAL debe ser modificada a fin de elevar la cuantía de los asuntos
que pueden ser conocidos por los tribunales provinciales, de forma tal que se logre que
este nivel jurisdiccional conozca en primera y única instancia de asuntos que realmente
merezcan la atención de estos órganos, dada su posición preponderante en la jerarquía
11
El artículo 240.2 del Código Civil fue modificado en virtud del Decreto Ley No. 140 de 13 de agosto de
1993, abriendo la posibilidad de que el pago de las obligaciones en moneda extranjera no quedara
reducido a los casos autorizados en la propia Ley, sino también a partir de lo que en tal sentido dispusiera
el Gobierno y el Banco Nacional.
judicial. En igual sentido debe la Ley fijar reglas que contribuyan a determinar el valor del
tipo de reclamación económica que se pretende establecer, dada la diversa naturaleza
de los bienes o de los derechos a ellos vinculados.

2.3.1.3 Competencia por la materia


El otro aspecto de la excepción es el relativo a la competencia por razón de la materia o
naturaleza del asunto. En tal sentido en los artículos 5 y 6 de la LPCAL se hace una
distribución de los tipos de procesos a conocer por los tribunales municipales y
provinciales, respectivamente.
Contrario a la crítica expresada con relación a la competencia por razón de la cuantía, en
este caso la distribución que realiza la LPCAL es racional, pues ha situado en manos de
los tribunales municipales, que por su ubicación en la estructura del sistema están más
cerca del ciudadano, la solución de asuntos relacionados con los conflictos de tipo
familiar más comunes, los sucesorios así como los procesos encaminados a la
protección de la posesión, entre otros. En cambio en el nivel provincial se han colocado
aquellos asuntos que revisten mayor trascendencia y que se dan con menos regularidad
en la vida social.

2.3.1.4 Competencia territorial


La competencia territorial está referida a establecer las reglas que deben imperar en la
distribución de los asuntos entre tribunales de una misma competencia objetiva, o sea,
es un criterio relacionado con la vinculación que debe existir entre la naturaleza de lo
reclamado y el territorio de ubicación del órgano jurisdiccional.
Esta competencia, a diferencia de la anterior, tiene como rasgo identificativo esencial su
carácter dispositivo o prorrogable, o sea, que las partes pueden someter el conocimiento
de un proceso al tribunal de su elección, siempre que el mismo goce de la competencia
objetiva para poder resolver el litigio.
La LPCAL establece dos fórmulas dispositivas de determinación de la competencia
territorial por las partes, complementadas por las normas que establece el artículo 11,
fijando la competencia de cada tipo de acción, precisamente para la solución de aquellos
casos en que la parte demandada se opone a someterse al tribunal que ha sido escogido
por la parte actora, operando este asunto como una excepción dilatoria de naturaleza y
tramitación específica.
Las dos fórmulas dispositivas enunciadas en el párrafo anterior son la sumisión expresa
y la tácita, a la que la LPCAL dedica los artículos 8, 9 y 10.
Según la LPCAL (artículo 9) se entiende por sumisión expresa la hecha por los
interesados renunciando clara y terminantemente a su propio fuero y designando con
toda precisión el Tribunal a que se someten. Se trata de una declaración de voluntad
extraprocesal a la que la doctrina ha denominado como fuero convencional ya que tiene
su origen en el pacto que las partes puedan haber realizado al momento en que
acordaron la relación de tipo material deducida ahora en el proceso. Este tipo de
sumisión forma parte de las cláusulas contenidas en muchas formas contractuales
típicas en que las partes intervinientes en el negocio no solo renuncian a su fuero propio
sino que designan un tipo específico de tribunal como el competente para dirimir el
conflicto que pueda producirse en el futuro.
En otro orden de cosas la sumisión tácita, especificada en el artículo 10 de la LPCAL, se
verifica, en el caso de la parte actora, por el hecho de presentar la demanda en el
tribunal de su elección y en el caso de la parte demandada, al dejar transcurrir el plazo
que la propia Ley establece para interponer la excepción. 12
La LPCAL estipula en su artículo 11 un grupo de reglas a tener en cuenta para la
solución de las cuestiones de competencia que puedan surgir entre las partes por razón
de la competencia territorial y constituyen lo que se conoce como fueros legales y que no
es otra cosa que la vinculación existente entre determinados tipos de acciones con un
territorio determinado, ya sea porque se trata de acciones vinculadas a la condición
específica de las personas en las relaciones familiares, a la ubicación de los bienes o al
cumplimiento de determinadas obligaciones, entre otra muchas razones.

2.3.1.5 Naturaleza especial de las cuestiones de competencia territorial

12
Es fácil apreciar que las actitudes del demandado en este caso pueden ser diversas, pero todas con el
mismo efecto preclusivo para la interposición de la excepción de competencia territorial, o sea, que si el
demandado se persona e interpone otro tipo de excepción dilatoria o se allana a la demanda o la contesta
en cuanto al fondo o simplemente deja pasar el tiempo en espera de la rebeldía, el efecto es el mismo: la
sumisión tácita a la competencia territorial que ha sido fijada por la parte actora desde el mismo instante de
la interposición del proceso.
Las cuestiones de competencia por razón del territorio han tenido una estimación
particular dentro de los presupuestos previos del proceso, eso nos obliga a detenernos
un instante en el hecho de que durante la vigencia en España de la ya derogada LEC la
doctrina no mantuvo una posición pacífica en cuanto a la estimación de la naturaleza
jurídica de este tema; polémica condicionada esencialmente por la existencia de dos vías
procesales diferentes para denunciar la falta de este tipo de competencia. Por una parte
estaba la declinatoria y la otra vía, la inhibitoria; el demandado podía escoger uno u otro
medio de defensa. Si el demandado hacía uso de la declinatoria debía proponerla ante el
mismo juez que estaba conociendo del asunto a fin de denunciar su incompetencia,
mientras que si hacía uso de la inhibitoria, debía presentarse ante el juez que
consideraba competente para conocer del asunto y pedirle que reclamara para sí la
tramitación del caso.
En correspondencia con el medio utilizado se definía la vía procesal para su tramitación,
de tal suerte que si escogía la declinatoria, se tramitaba en las propias actuaciones, de la
misma manera que al resto de las excepciones dilatorias (artículo 79), mientras que la
inhibitoria tenía un cauce especial. Esta situación condicionó el diferendo a la hora de
definir la naturaleza jurídica de este tipo de cuestión. 13
Nuestra Ley eliminó esta dualidad en el tratamiento de las cuestiones de competencia
territorial y estableció una forma procesal única, la inhibitoria, por lo que la cuestión
deberá plantearse ante el tribunal que el demandado considere ser el competente
(artículo 27) y no ante aquel que esté conociendo del proceso, de manera que si el
tribunal acepta la cuestión planteada reclamará la inhibición del que está tramitando el
asunto y su remisión de las actuaciones.
Somos del criterio de que el hecho de que la cuestión de competencia por razón del
territorio no esté recogida en el artículo destinado a regular las excepciones dilatorias y
que disponga de una tramitación especial en la propia Ley no la desnaturaliza como una

13
FERNÁNDEZ reacciona contra las teorías que estiman que en el caso de la declinatoria estemos en
presencia de una excepción procesal, basándose, entre otras y en lo que a nosotros nos interesa, en la
razón siguiente: en que la función propia de las excepciones dilatorias es liberar al demandado de
contestar la demanda, de forma que el actor, si el defecto es subsanable, debe interponer de nuevo la
demanda cuando lo haya subsanado. En el caso de la declinatoria no sucede así, pues con ella no
pretende el demandado liberarse de contestar a la demanda, sino sólo que se le permita hacerlo ante el
juez que es territorialmente competente.
típica excepción dilatoria, lo cual está condicionado, esencialmente, por el cometido que
persigue y el resultado que produce.

Se trata de una excepción procesal pero de carácter exclusivamente dilatorio, o sea, a


diferencia de las restantes excepciones dilatorias de naturaleza procesal que pueden ser
apreciadas al momento de dictar el fallo, de tal suerte que si son valoradas
favorablemente en ese momento producen una sentencia absolutoria de la instancia y
que no entra al fondo de lo controvertido, en este caso no podría ocurrir lo mismo, pues
no es posible estimar que la relación jurídico procesal sea defectuosa por el solo hecho
de no haberse respetado una norma sobre la competencia relacionada con el fuero legal,
o sea, con las reglas de distribución de la competencia territorial.

2.4 Falta de personalidad


La LPCAL denomina a esta excepción como “la falta de personalidad de las partes por
carecer de la capacidad procesal para comparecer, o por no tener el carácter o
representación con que reclama o se le demanda según se trate del actor o del
demandado, o por no acreditar debidamente su representación en el proceso”, y
constituye una de las excepciones que mayor complejidad reviste para su cabal
entendimiento, dado que engloba en un solo precepto tres situaciones jurídicas de
distinta naturaleza.14
En el estudio de esta excepción debemos tener en cuenta el cambio introducido por
nuestra Ley con relación a la que, con igual cometido, regulaba la derogada LEC
española, lo cual provoca que en este caso específico debamos hacer una utilización

14
A pesar de ser una excepción dilatoria y como tal sólo puede ser interpuesta por el demandado, el
precepto habla de falta de personalidad de las partes, para comparecer, tanto como actor o como
demandado. Es apreciable que la situación antes referida no puede darse de forma ordinaria, ya que es
imposible que el actor denuncie la falta de personalidad de la persona contra la cual va a interponer su
reclamación; incluso en el caso de que dicha excepción sea interpuesta por el actor en la contestación a la
demanda reconvencional, tampoco sería apreciable, ya que en ese momento lo alega en la condición de
demandado de la acción que el demandado-actor ha deducido en la reconvención. La única justificación
que tiene la presencia de dicha situación en este precepto es que en virtud de lo que establece el artículo
225 la relación de causales que como excepciones aparecen relacionadas en el artículo 233 son al mismo
tiempo impedimentos procesales y deben ser examinados de oficio por el tribunal al momento de la
presentación de la demanda, en cuyo caso sí es posible que el órgano jurisdiccional analice, ope legis la
falta de personalidad de quien comparecerá como demandado, facultad que se mantiene durante todo el
proceso, ya que es una decisión a la que el órgano puede arribar incluso en la sentencia que ponga fin a la
instancia.
muy cuidadosa de la doctrina que sobre el estudio de este particular se produjo en
España durante la vigencia de la mencionada Ley de Procedimiento. El cambio está
dado por el hecho de que la derogada LEC hablaba de falta de personalidad en el actor
por carecer de las cualidades necesarias para comparecer en juicio, mientras que
nuestra LPCAL habla de falta de personalidad por carecer de la capacidad procesal para
comparecer. Este cambio introduce, como veremos más adelante, una seria perturbación
en el análisis de esta excepción.

La dificultad se incrementa por el hecho de que los términos utilizados no siempre


resultan totalmente comprensibles, producto de la diversidad de interpretaciones que
puede dárseles, por tratarse de términos provenientes del Derecho Civil, pero que tienen
aquí un sentido y significado diferente.

En correspondencia con lo anterior es evidente que cuando el precepto comentado habla


de personalidad, no se está refiriendo a la acepción que el Derecho Civil da a esta
institución. El significado que da la excepción que analizamos al término personalidad
tiene una connotación distinta, eminentemente procesal, integrada por tres situaciones
diferentes, que son: 1) La capacidad procesal; 2) el carácter o representación con que se
comparece y 3) la representación procesal.

Veamos cada uno de ellas por separado:

2.4.1 Capacidad procesal


Para CARNELUTTI la capacidad era la expresión de la idoneidad de la persona para
actuar en juicio, inferida de sus cualidades personales, lo que obliga a que en el análisis
de este presupuesto sea necesario que primero repasemos la clásica diferencia
existente entre capacidad para ser parte y capacidad procesal, como atributos de dicha
idoneidad.

La capacidad para ser parte es la proyección para el proceso de la capacidad jurídica


civil; es lo que se conoce como aptitud para ser titular de los derechos, cargas y
obligaciones que se derivan de la realidad jurídica que es el proceso, o sea, es el
correlativo de la capacidad jurídica, como fenómeno más general.

En la dirección antes señalada debe diferenciarse entre las personas naturales y las
jurídicas. En el caso de las personas físicas la norma civil sustantiva reconoce capacidad
a todo individuo por el solo hecho del nacimiento (artículo 28.1 del C.C.) y no le crea
ninguna dificultad al derecho procesal la consideración de tal atributo como cualidad del
individuo, pues las personas naturales no carecen de capacidad para ser partes, por lo
que es totalmente natural la falta de control sobre este aspecto en el catálogo de
excepciones dilatorias en nuestra Ley de Procedimiento.
No ocurre lo mismo en el caso de las personas jurídicas colectivas, pues el
reconocimiento de capacidad a esta categoría exige el cumplimiento de los requisitos
que el Código Civil y otras leyes establecen de forma específica. En el caso de las
personas jurídicas no es posible hablar, como regla general, de incapacidades o
restricciones a la capacidad; las personas jurídicas existen y, en consecuencia, son
plenamente capaces, o no existen para el Derecho.
En el otro polo del binomio se encuentra la capacidad procesal, que es el equivalente a
la capacidad de obrar del Derecho Civil, o sea, la aptitud o idoneidad para realizar
eficazmente actos jurídicos y es vista como la posibilidad de poder realizar por sí mismo
y con plena eficacia actos o negocios jurídicos; es a lo que MONTERO llama “capacidad
para impetrar válidamente la tutela judicial.
La capacidad procesal de las personas jurídicas no debería ser objeto de discusión ya
que son creadas para actuar y por ende deben tener la capacidad para poderlo hacer; no
obstante lo anterior y teniendo en cuenta lo que establece el artículo 41 del CC, en el
sentido de que las personas jurídicas, para el ejercicio de sus actividades, tienen la
capacidad que determinen la ley y sus estatutos o reglamentos, no puede desestimarse
el caso, hipotético (ad usum docente), de que en la norma o disposición constitutiva que
crea la persona jurídica no se le reconozca la capacidad para poder actuar ante los
tribunales o ante un tipo de proceso en específico, en cuyo caso sí sería alegable la falta
de capacidad procesal.
2.4.2 Carácter o representación con que se comparece
Esta parte del tríptico que analizamos (personalidad procesal) es la que reviste mayor
complejidad interpretativa de todos los presupuestos estudiados y para su análisis
debemos llamar la atención en el sentido de que se desdobla en dos categorías distintas
pero muy interrelacionadas, que son: El carácter y la representación.
A continuación pasamos a explicar ambos conceptos:

2.4.1.1 Carácter
Los derechos tienen sus titulares, si cambia el sujeto de los derechos o de los deberes,
varía también el tenedor de la facultad de poderlo exigir ante los tribunales. Desde esta
perspectiva, se denomina carácter a la especial condición que debe tener una persona
para poder participar en un proceso determinado, especialmente cuando el derecho que
se reclama proviene de habérselo trasmitido otro al no ser quien comparece su titular
originario.
Según nuestra tradición, este especial status ha sido necesario acreditarlo desde el
mismo momento en que se promueve el asunto, acompañando a la demanda el
documento que lo justifica (artículo 226 de la LPCAL). Esto se puede ver claramente en
el caso de que una persona comparezca en un proceso a ejercer sus derechos como
heredero o legatario o incluso como albacea; tal condición o carácter debe ser acreditado
con el auto de declaratoria de herederos o la copia del testamento. Si esto no se hiciera
podría alegarse la excepción estudiada, ya que no se ha acreditado el carácter por el
cual se comparece.15 Se trata de casos en que el compareciente es persona distinta de
la que ostenta la condición de parte en la relación material y estamos en presencia,

15
El Tribunal Supremo ha dejado sentado este criterio interpretativo en su Sentencia No. 742 de 29 de
junio de 2001, en la que refiriéndose a la cuestión que analizamos, expresaba: Aquí la personalidad se
desdobla en dos: el carácter y la representación, la primera debe estimarse como la especial condición
que debe tener una persona para poder participar en un proceso determinado, generalmente, cuando el
derecho que se reclama proviene de habérselo transmitido otro; el artículo doscientos veintiséis de la Ley
Procesal Civil establece que con la demanda y la contestación se presentarán los documentos
justificativos de la representación y el carácter con que se comparece, lo que indica que esa especial
condición con que identificamos el carácter es necesario acreditarla desde el mismo momento en que se
formule o se conteste la demanda, como resulta ser el caso de una persona que comparece en un
determinado proceso para ejercitar sus derechos como heredero, cuyo carácter debe ser acreditado con el
correspondiente auto o acta de declaración de herederos o copia auténtica del testamento, y si esto no se
cumpliera podría oponerse con éxito, la excepción dilatoria que franquea el inciso dos del artículo
doscientos treinta y tres de la citada ley; se trata, pues, en estos supuestos de que quien comparece es
persona distinta de aquella que ostenta la condición de parte en la relación jurídico material.
como dijera PRIETO CASTRO, de una parte mediata (sujeto de la relación jurídico material)
y de otra parte inmediata (parte formal o ejercitante de la legitimación).
La exigencia antes mencionada no es necesaria en los casos en que se reclaman
derechos propios, o sea, cuando un individuo comparece en reclamo de derechos de los
cuales es titular. Cuando se es parte de la relación jurídico-material no es necesario que
se acredite documentalmente el carácter por el cual lo hace, pues está implícito en su
reclamación, por estar unida la condición de parte en sentido material a la condición de
parte procesal; se trata de los casos que la doctrina denomina de legitimación ordinaria,
lo cual implica, al decir de BARONA VILAR, una afirmación de la titularidad del derecho
subjetivo material y la imputación de la titularidad de la obligación (activa y pasiva).

El estudio del carácter, como categoría procesal integrante de la personalidad, nos obliga
a entrar necesariamente en el análisis de la legitimación, que al decir de CARNELUTTI, es
una institución que se esfuerza por aclarar los principios en que se funda la convergencia
o divergencia entre la acción y el interés, es para el maestro italiano la idoneidad de una
persona para actuar en un proceso debido a su posición y más exactamente, a su interés
con el objeto de la controversia.
Los propósitos de esta publicación no nos permite adentrarnos en un estudio integral de
la legitimación, sino solo esbozar aquellos rasgos esenciales que nos permitan entender
la razón por la cual en el caso de la excepción que estudiamos (carácter) se ha
producido una alteración de la práctica habitual de analizar la legitimación al final del
proceso y se ha introducido un mecanismo de control de un determinado tipo de
legitimación en la propia antesala de la litis.
En este caso el carácter está referido a un tipo especial de legitimación, cuya
especialidad está dada por el hecho de que la falta de legitimación es, en la generalidad
de los casos, una excepción perentoria, pues está relacionada con la existencia o no del
derecho que se reclama; sólo en este caso que la doctrina llama legitimación por
sustitución, es que resulta alegable como excepción dilatoria.
Se denomina extraordinaria o derivada o indirecta, porque como ya se explicó, el
derecho que se reclama ha sido producto de una transmisión, o sea, no se pide un
derecho que es propio, en cuyo caso existiría una legitimación ordinaria, sino que se ha
adquirido dada una determinada cualidad o condición, la cual es necesario demostrar
para que se tenga por acreditado, a los efectos del proceso, el carácter con el que se
comparece.
Este es un tema sobre el cual la doctrina no tiene una posición uniforme, no en balde
GÓMEZ ORBANEJA calificó en su tiempo al concepto de legitimación, como uno de los
más debatidos y, al mismo tiempo, más confusos del Derecho Procesal, mientras que
MONTERO expresaba que se trata de un concepto que resulta más confuso cuanto más
se escribe sobre él.
La Ley Procesal cubana dispone en su artículo 226 que con “la demanda y la
contestación se presentarán los documentos justificativos de la representación y del
carácter con que se comparece”. El correlato de este artículo, en sede de excepciones,
lo recoge el 233.2, que estipula que podrá señalarse “la falta de personalidad de las
partes por carecer de la capacidad procesal para comparecer, o por no tener el carácter
o representación con que se reclama o se demanda, según se trate de actor o
demandado, o por no acreditar debidamente su representación en el proceso”.
Siguiendo a GÓMEZ ORBANEJA, que fue quien más influyó en la moderna doctrina
española sobre la legitimación, debemos ver que la complicación de esta institución
estriba, entre otras cosas, en su utilización tradicional para designar distintas cuestiones.
En una de sus visiones, la más común, la legitimación se ha utilizado para identificar la
facultad o titularidad para realizar una determinada reclamación jurisdiccional; no
obstante, el término se desdobla, por una parte se habla de la legitimatio ad processum y
por otra de la legitimatio ad causam.
La categoría que adquiere relevancia en este análisis es el de legitimatio ad causam, que
en su tiempo fue definida por KISCH como la facultad de llevar, gestionar o conducir un
proceso en virtud de gozar de la disponibilidad del derecho privado que se reclama. Esta
especial vinculación con la titularidad del derecho reclamado la convierte en una cuestión
esencialmente sustantiva que condiciona el ejercicio de la acción, por lo que debe ser
vista, según el profesor alemán, como un presupuesto de la acción y no del proceso.
Dicho en los propios términos de este autor, la legitimación es una cualidad o propiedad
del derecho privado, es una condición para la sustentabilidad o fundamentación material
del derecho (o acción) en la persona del actor y contra el demandado, o, en otros
términos, es uno de los hechos de que depende la resolución favorable al actor(...)La
falta de ella lleva a la repulsa de la demanda (no porque ésta se haya propuesto mal
sino), como materialmente infundada (como infundada en derecho material).
A partir de lo que acabamos de esbozar se desprende claramente que dicha categoría
está estrechamente vinculada al fondo del asunto controvertido y en consecuencia es
una cuestión que sólo puede ser valorada por el tribunal al momento de dictar el fallo,
por la decisiva influencia que tiene en la estimación o desestimación de lo pedido. El
problema se presenta precisamente en que la tradición legislativa española y
consecuentemente la cubana, introdujeron la valoración in limine litis de determinado tipo
de legitimación, lo cual produjo un trastorno en el análisis de este instituto, del cual se
libró España a partir de la promulgación de su nueva LEC/2000, pero que en nuestro
país mantiene trascendencia doctrinal y práctica.

El caso mencionado es precisamente el objeto de nuestro análisis, o sea, aquel en que


se produce un desplazamiento de la titularidad de un derecho a favor de un tercero, que
le permite su intervención en el proceso, en el cual actúa por derecho propio y reclama
para sí algo de lo cual no era su titular originario sino que se le ha traspasado por
determinada causa específica. GÓMEZ ORBANEJA señaló que producto de la herencia
histórica del proceso común, que la LEC (artículo 503.2) recepcionó, se le dio un
tratamiento previo en dicho cuerpo legal a determinados casos de legitimatio ad causam
o legitimación material, a partir de creer que era posible separar la existencia objetiva del
derecho controvertido de los nexos subjetivos del mismo, de forma tal que se exigía la
prueba de dicho nexo en la fase inicial del proceso (v.g. la cesión de créditos o la
transmisión de relaciones jurídicas por herencia). Se modificó una cuestión de fondo, que
por ello tiene la naturaleza de legitimación material, en una cuestión previa, o sea, en
legitimación procesal.
Toda la polémica doctrinal ha girado en torno a este problema, o sea, a la improcedencia
que representa el que un tribunal deba examinar en la propia antesala del proceso un
aspecto que está vinculado al derecho que se reclama y que por tanto es un presupuesto
de la acción y no de la válida constitución de la relación jurídico procesal. En este sentido
un sector predominante de la doctrina española se ha pronunciado por considerar que la
legitimación es siempre una cuestión de fondo y desde esta perspectiva se debe estimar
como totalmente artificiosa la diferenciación entre una legitimación procesal alegable
como excepción dilatoria, y la cuestión de fondo debatida.
Esta postura plantea que la denominada atribución subjetiva del derecho (para el actor)
y de la obligación (para el demandado) -léase en ambos casos legitimación-, que los
identifica precisamente en el juicio, son cuestiones que no es posible determinar a priori
y que su verificación, a los efectos de dar curso al proceso, se logra solamente con la
simple afirmación que hace el demandante al atribuirse tal condición en su demanda y al
señalar quien será el demandado.
A pesar de que la derogada LEC en su artículo 503.2 y la LPCAL en su artículo 226
exigen que, tanto en la demanda como en la contestación, deba acreditarse
documentalmente el carácter cuando el derecho que se reclame provenga de habérselo
transmitido otro por herencia o cualquier otro título (legitimación derivada o indirecta), la
posición doctrinal que presentamos insiste en que estamos en presencia de una rémora
histórica lamentable a la que ya hicimos mención, que trató de aislar cuestiones que son
esencialmente de fondo para conferirles un tratamiento procesal previo.
Para demostrar lo contradictorio de esta postura se pone como ejemplo la situación que
se presenta en el caso de que exista una cesión de un crédito hecha de forma verbal; en
este caso se interroga cómo es posible que en el proceso pueda probarse (en su
momento oportuno) la existencia del crédito originario, utilizando todos los medios de
prueba autorizados por la Ley, mientras que la cesión debe acreditarse
"documentalmente" desde el inicio. Esto trae el contrasentido de que pueda probarse
con testigos el hecho originario del préstamo, mientras que el ulterior de la cesión sólo
podrá acreditarse documentalmente, y a priori.
RAMOS MÉNDEZ, quien es uno de los defensores de esta vertiente teórica es categórico
cuando se refiere al tema y considera: "(...) la teoría de la legitimación expresa hoy un
esfuerzo superfluo y vano para tratar de asegurar la presencia en el proceso, desde su
iniciación, del verdadero titular del derecho discutido en el juicio. Dicho propósito es
estéril porque (...) admitido el principio de libertad de acción, no puede condicionarse la
admisibilidad de un proceso a que el litigante justifique in limine litis la titularidad de su
derecho. La existencia o no de dicha titularidad solo resultará del juicio, de la sentencia,
en definitiva. Lo que bastará para la conducción del proceso es sencillamente que dicha
persona sea uno de los litigantes. Por este camino la legitimación sólo nos viene a
indicar quién es la parte que litiga, quién es el demandante y quién es el demandado y
nada más. Su aportación a la teoría de las partes es si se quiere sencilla, pero necesaria
y suficiente, porque los juicios no se desenvuelven entre entes abstractos, sino entre
personas concretas”.
En esa misma línea conceptual y partiendo de la clásica distinción entre legitimación
procesal y legitimación material, ALONSO-CUEVILLAS, en consecuencia ideológica con
SERRA, deja sentado que la legitimación procesal para actuar en un proceso específico
queda determinada por el propio acto inicial del juicio. En tal razón, está legitimado
desde el punto de vista procesal el demandante por el mero hecho de formular su
demanda, y, el demandado, simplemente por haber sido elegido como tal por el
demandante, independientemente, incluso, de que se persone en las actuaciones o
permanezca en rebeldía; lo que se resolverá en el fallo es la existencia o no de
legitimación material. Este análisis es el que ha hecho que gran parte de la doctrina esté
de acuerdo en que la teoría de la legitimación procesal, encaminada a tratar de explicar
la capacidad específica de las partes para poder actuar en un proceso determinado, es
algo que carece de utilidad pues no aporta nada a la constitución del proceso.
La nota discordante sobre este tema la aporta MONTERO AROCA quien se coloca en
contra del criterio mayoritario de la doctrina española y sostiene que la legitimación sí
tiene una naturaleza típicamente procesal, pues lo valora como un presupuesto procesal
y como tal lo que condiciona es la imposibilidad de que se pueda dictar una sentencia de
fondo y ya que la Ley no permite, por lo general, su control como excepción dilatoria,
debe ser estimada por el tribunal al momento de dictarse sentencia, pero como una
cuestión formal y dando lugar en todos los casos en que se constate su falta a una
sentencia meramente procesal.16
16
La doctrina de MONTERO está encaminada a demostrar que:
 Independientemente del lugar en que estén colocadas las normas que regulan la legitimación,
éstas tienen una naturaleza procesal.
 La falta de legitimación en el actor o en el demandado debe conducir a que se dicte una
resolución meramente procesal, no una sentencia de fondo absolutoria del demandado.
 Que en ocasiones será posible y aún necesario legalmente debatir y resolver sobre la
legitimación in limine litis.
Vid. MONTERO AROCA, J., La legitimación en el Proceso Civil (Intento de aclarar un concepto que resulta
más confuso cuanto más se escribe sobre él), Editorial Cívitas, S.A., Madrid, 1994, p. 35
En el caso cubano resulta difícil arribar a una conclusión que se ajuste a la postura
propugnada por MONTERO ya que su punto de vista contrasta en Cuba, al igual que en
España, con una forma de pensar y de actuar generalizada y cimentada por los años. En
nuestro escenario jurídico se ha impuesto, a partir del consabido error que nuestra Ley
heredó de la LEC española, la valoración del carácter como una forma peculiar de
legitimación que, a pesar de haber sido colocada erróneamente por el legislador en la
antesala del proceso, está relacionada con el fondo de lo debatido y debe ser valorada y
resuelta al final del trámite, luego que se haya apreciado el arsenal probatorio
presentado, produciendo su estimación un resultado de mérito que irradie a la esencia
de lo controvertido.

2.4.1.2 Representación con que se comparece


Pasamos al aspecto de la representación citado en el segmento de la excepción que
analizamos y la vemos como referida a una forma cualificada de evidenciarse la
condición con que se actúa en un determinado proceso, generalmente vinculada al
desempeño de una específica responsabilidad dentro de una entidad o por mandato
concreto de la Ley.

No se trata de la falta o indebida representación que puede tener una persona que
comparece en virtud de un mandato otorgado voluntariamente por el titular de la relación
jurídica material o la del abogado que conduce el proceso, a lo cual alude la última parte
de la excepción estudiada. Se trata de la representación que debe tener quien figura
como parte en el proceso, en su condición de Director de una empresa, Presidente de
una compañía (representación necesaria) o padre con patria potestad (representación
legal), las relacionadas con los aspectos que estudiamos cuando analizamos el tema de
la capacidad para ser parte y la capacidad procesal.
Como puede observarse, en el supuesto del carácter, se discutía que el derecho a
reclamar había sido transmitido, pero la parte que comparece en el proceso solicita para
sí el mismo, mientras que en el supuesto de la representación que ahora analizamos,
como su nombre lo indica, el derecho que se reclama tiene un titular a favor del cual se
actúa. Lo que identifica a ambos supuestos, que motiva su inclusión en una misma
excepción, es que dicha condición debe ser acreditada documentalmente desde el inicio
de la demanda, según la exigencia del artículo 226 de la LPCAL.

2.4.1.3 Representación procesal


Esta “otra” representación está referida a la representación voluntaria y, más
específicamente, a la representación procesal. La primera no está claramente definida
en la excepción dilatoria que estamos estudiando, pero al no existir otro lugar donde se
pueda controlar, debe ser aquí donde encuentre cabida.
Por su parte la representación procesal es una modalidad de la representación voluntaria
y como componente de la personalidad está referida a la postulación procesal (ius
postulandi), entendida como un presupuesto procesal de carácter formal, en
correspondencia con las exigencias establecidas en los artículos 66 y siguientes de la
LPCAL.
En el caso de la representación voluntaria general comprende el derecho que tiene toda
persona, natural o jurídica, de delegar en otra la obligación de comparecer en juicio y
representar sus intereses, en correspondencia con las atribuciones que han sido
conferidas en el documento contentivo del mandato. Los artículos 414 y siguientes del
CC regulan las particularidades del apoderamiento, como una especificidad del mandato.

Al tratar la representación procesal debemos referirnos a la obligación que la Ley


establece sobre la presencia de abogados en la gran mayoría de los procesos civiles, la
que puede ser mediante dirección letrada o a través de la figura de la representación.
Cuando se utiliza la vertiente de la representación, la persona debe conferir al abogado
un conjunto de facultades para que actúe en su nombre ante los tribunales, lo cual se
verifica mediante el apoderamiento; acto que hasta 1988 se materializaba a través de un
poder otorgado ante notario público, pero que en virtud de lo preceptuado en el artículo
415 del nuevo Código Civil, la exigencia del poder notarial dejó de ser obligatoria, por lo
que el mandato puede lograrse mediante la presentación del contrato de servicios
jurídicos que firma el cliente con el bufete colectivo donde labora el abogado, en el que
consten expresamente las facultades que se le confieren al letrado designado. Esta
liberación de formalidades fue conferida exclusivamente para los Bufetes Colectivos,
pues cuando se contrata a los abogados que laboran en las sociedades civiles que
prestan servicios de abogacía, sí es necesario la forma notarial del poder.
La acreditación de las facultades conferidas se logra mediante la presentación,
conjuntamente con la demanda, de la copia del poder notarial o del contrato de servicios
jurídicos suscrito con el bufete, donde se especifique el alcance de la voluntad del
poderdante. La falta de presentación de estos documentos o su imperfección, hacen que
se pueda alegar la presencia de esta excepción, en virtud de no estar debidamente
acreditada la representación y, por ende, carecerse de la personalidad necesaria para
litigar.
Como se observa, existe una diferencia sustancial entre la representación que
analizamos en los apartados anteriores y la que ahora valoramos. Recapitulando es fácil
apreciar como la primera está referida a la representación que se ostenta en razón del
requisito de capacidad procesal, o sea, quien representa al hijo o incapacitado, a fin de
completar o suplir la capacidad que a aquellos les falta o tienen limitada, así como en el
caso de las personas jurídicas en que es necesario estar facultado, conforme a las
exigencias legales para representar a la entidad en juicio. La segunda representación es
la voluntaria, que se otorga por conveniencia del obligado a comparecer a favor de otra
persona y obligatoriamente a favor del abogado, como requisito de postulación procesal;
se parte del supuesto de que se cuenta con la capacidad necesaria para actuar en juicio
y se dirige a atacar el modo de acreditar el apoderamiento concedido a favor de otra
persona o del abogado para la tramitación del asunto.

2.5 Defecto legal en el modo de proponer la demanda


Esta excepción es denominada en la LPCAL como “el defecto legal en el modo de
proponer la demanda por no ajustarse a lo ordenado en el artículo 224”, y su estudio
pudiera no presentar mayores dificultades si nos ajustáramos a una interpretación
gramatical de la norma, pero una exégesis más amplia del precepto puede traer
aparejado la presencia de algunos elementos controvertidos.
Partiendo de la primera lectura vemos como el artículo 224 de la LPCAL exige los
requisitos de forma que debe reunir el escrito de demanda, relativos a la consignación de
las generales de las partes, la formulación de los hechos, la exposición de los
fundamentos de derecho y la concreción de la pretensión; así vistos, la falta de alguno
de ellos provoca que se incurra en el error analizado. Puede que no necesariamente
estemos en presencia de la carencia de alguna de las partes antes descritas sino en la
existencia de contradicciones o de omisiones de diversa naturaleza, como puede ser el
caso en que se pida en la pretensión concreta la condena del demandado y no se
especifique el monto de lo pedido o se interese el reconocimiento de una unión
matrimonial no formalizada y no se concrete la fecha de inicio del matrimonio.
Lo que sucede es que la demanda contiene diversos requisitos que sobrepasan los
enunciados en el referido artículo 224 y cuya ausencia es indudablemente un defecto en
el modo de interponer de la pretensión.17
A tono con lo anterior se pueden identificar un grupo de exigencias establecidas en la
Ley relacionadas con los aspectos estrictamente formales del escrito. Se encuentran
tanto los señalados en el supramencionado artículo 224, como otros de ese orden, entre
ellos la identificación del tribunal al cual se dirige el proceso (artículo 110); la
consignación del número de radicación del asunto de haberse ya practicado (artículo
110); las firmas de las partes y los abogados, ya se trate de comparecencia bajo
dirección letrada o sólo del abogado en caso de comparecerse bajo representación
(artículo 108); la exigencia de que los escritos deben estar confeccionados en idioma
español (artículo 107), así como el de acompañar las copias necesarias para la
notificación a las partes (artículo 113). Asimismo fuera de la Ley procesal se adicionan
las exigencias de tipo fiscal que pueden dar lugar igualmente a la no admisión de la
promoción.
Todas estas cuestiones de orden formal deben ser controladas de oficio por el tribunal,
pues el incumplimiento de alguna de ellas faculta al órgano jurisdiccional a no aceptar la

17
En la confección de la demanda la doctrina se detiene en lo relativo a la determinación del objeto del
proceso y en tal sentido se señala la existencia de dos teorías, denominadas de la sustanciación y de la
individualización. Ambas están vinculadas al ejercicio de la acción, de tal suerte que quien la formula no
está obligado a probar el derecho que alega, pues rige el principio iura novit curia, pero sí tiene la carga de
brindar los fundamentos jurídicos y de hecho en los que apoya su pretensión. La teoría de la sustanciación
parte de considerar que el demandante está obligado a fundamentar su pretensión en los hechos en los
que basa su reclamo, mientras que la teoría de la individualización sostiene la necesidad de concretar la
relación jurídica de donde nace el derecho que se pide para que la demanda esté bien fundamentada e
identificada. Estas teorías, sobre las que volveremos más adelante cuando tratemos el tema de la
litispendencia, no revisten en el análisis del defecto legal una trascendencia que amerite su estudio en el
caso de nuestra Ley de Procedimiento y los usos del foro en Cuba. CORTÉS DOMINGUEZ, V con V. GIMENO
SENDRA y V. MORENO CATENA, Derecho Procesal Civil, Editorial Tirant lo Blanch, Valencia, 1995, p. 122
demanda que adolezca del defecto, en correspondencia con lo dispuesto en el artículo
112. El hecho de que el tribunal pueda conceder un plazo al proponente para que
subsane el error y en caso de que no lo haga, repeler la promoción, coloca a estas
exigencias en la categoría de los impedimentos procesales y como tal debían estar
recogidos en el articulado de la Ley que estamos estudiando y no ubicados fuera de
contexto, como están actualmente.
El otro catálogo de cuestiones que pueden ser consideradas como requisitos de la
demanda son los que tienen que ver con los documentos que deben acompañarse a la
misma, entre los que se identifican dos categorías de documentos, de una parte los
procesales y de la otra los materiales.
Dentro de los primeros están los encaminados a acreditar el cumplimiento de los
presupuestos necesarios para la válida constitución de la relación jurídico procesal. El
control de estos documentos, por estar referidos a la capacidad, el carácter, la
representación, etc., tienen su fórmula propia de control jurisdiccional, ya que su no
presentación implica la apreciación de la falta de personalidad recién estudiada.
Dentro de los documentos materiales se encuentran los encaminados a fundar el
derecho que se alega y que nuestra Ley exige sean acompañados al escrito de demanda
(artículo 226). En España la consideración sobre si la ausencia de estos documentos era
un defecto legal en el modo de proponer la demanda se inclinó en sentido negativo,
estimando esto como una carga que pesaba sobre el demandante, cuya falta no era
posible controlar por esta vía in limine litis.

2.6 Indebida acumulación de pretensiones


Esta excepción no tiene precedentes en la derogada LEC española, por lo que ni en ese
país ni en Cuba se desarrolló una doctrina al respecto. 18 La excepción es alegable, como
se verá más adelante, ante un uso inadecuado de la posibilidad de unir en un mismo

18
Se lamentaba RAMOS MÉNDEZ de la ausencia en la LEC de un mecanismo procesal eficaz que permitiera
denunciar la acumulación improcedente de pedimentos en una misma demanda e indicaba que los
tribunales recurrían a los mecanismos de control de la competencia y de otros presupuestos procesales
para indirectamente garantizar que no se produjeran acumulaciones indebidas. Vid. RAMOS MÉNDEZ, F.,
op. cit., p. 461
proceso varios pedimentos, lo que es conocido en la doctrina y el derecho positivo como
acumulación de acciones19 o acumulación de pretensiones.
Nuestra Ley introdujo esta excepción usando el término de acumulación de
pretensiones, refiriéndose concretamente a la posibilidad que brinda la LPCAL en los
artículos 79 y siguientes, de acumular y ejercitar en un mismo proceso dos o más
pretensiones que se tengan, lo cual se verifica en virtud de una concreción del principio
de economía procesal, pues se trata de evitar la reiteración de procesos de los que
puedan derivarse resoluciones que resulten contradictorias entre sí.
Los artículos 78 y 79 de la LPCAL establecen los requisitos que deben darse para que
tenga lugar la acumulación, los que pudiéramos sistematizar, siguiendo a GIMENO
SENDRA, de la manera siguiente:

2.6.1 Requisitos de la acumulación de pretensiones


2.6.1.1 Requisitos subjetivos
 De las partes: tratándose de una acumulación objetiva de pretensiones, debe
distinguirse de la meramente subjetiva, que abarca los casos de litisconsorcio.
Puede existir, no obstante, una acumulación objetivo-subjetiva en aquellos casos en
que no sólo se acumulan varias pretensiones, sino que también está presente una
pluralidad de individuos como actores o como demandados, lo cual está franqueado
por la preceptiva del artículo 79 de la LPCAL, cuando habla de las pretensiones que
uno tenga contra varios, o varios contra uno; pero condicionado este litisconsorcio a
la existencia de una pluralidad de pretensiones objetivas.
 Del órgano jurisdiccional: el tribunal ha de ser objetivamente competente, lo cual se
manifiesta de dos formas:
1. Competencia por razón de la materia: el tribunal que deba conocer de la
pretensión principal ha de ser igualmente competente para ventilar la pretensión

19
Si se parte de la concepción de la acción como una categoría abstracta no es posible hablar de
acumulación de acciones, solo pudiera hacerse si la acción es vista como una categoría concreta
vinculada a la naturaleza del derecho que se reclama. En España, los artículos 153 y siguientes de la
derogada LEC denominaban a esta institución como acumulación de acciones; lo cual se mantiene en la
nueva LEC/2000 (artículo 71 y ss). No obstante el uso de dicho término, muchos autores, al tratar el tema,
lo identifican como acumulación de pretensiones. Vid. ORTELLS RAMOS, M; con MONTERO AROCA, J, et al;
Derecho Jurisdicciona, tomo Il, op. cit., pp. 98-107 y FALCÓN, E., Elementos de Derecho Procesal Civil,
tomo I, Editorial Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1986, p. 167
acumulada (artículo 79.2 de la LPCAL). Esto hace que los tribunales provinciales
resuelvan pretensiones que correspondan al municipio, si al unirse con otras, una
de ellas es de competencia provincial.
2. Competencia por razón de la cuantía: cuando se acumulan pretensiones en que el
monto de lo reclamado exceda de mil pesos, el asunto pasará a ser competencia
del tribunal provincial. En su virtud los tribunales provinciales conocen de
pretensiones acumuladas cuya competencia originaria por cada una de ellas
correspondería a los tribunales municipales, pero que al unirse rebasan el marco
de competencia por razón de la cuantía, conferida a estos tribunales de primera
instancia.(Artículo 80 de la LPCAL).

2.6.1.2 Requisitos objetivos


 Procedimiento adecuado: se refiere a la exigencia establecida en el artículo 79 de la
LPCAL en el sentido de que no podrán acumularse pretensiones que tengan
establecidas en la Ley procesos de diferente naturaleza.
Esta prohibición, aparentemente sencilla, puede traer aparejada complicaciones
interpretativas. ¿Qué se entiende por procesos de diferente naturaleza? Un criterio
interpretativo podría ajustarse a la clasificación específica que de los procesos hace
la LPCAL y en tal sentido plantear que no es posible acumular pretensiones que se
ventilen en un proceso ordinario, con otras cuyo conocimiento esté reservado al
proceso sumario o a los especiales.
Otro criterio podría basarse en el enfoque de que la naturaleza del proceso está
caracterizada por su función de conocimiento o ejecución o de otro tipo y que en
consecuencia no sería posible acumular una pretensión a tramitar en proceso
ordinario con una pretensión propia del proceso sucesorio o de ejecución; pero nada
se opone a que podamos acumular una pretensión ordinaria con otra sumaria, ya que
ambas son esencialmente de conocimiento.

Este razonamiento parece estar entorpecido en el caso de que se pretenda acumular


una pretensión ordinaria, con otra igualmente de conocimiento, pero prevista para
ser ventilada en un proceso especial (v.g. divorcio, amparo, etc. ), ya que a pesar de
ser los procesos especiales de naturaleza cognoscitiva, tienen diseñada una
tramitación muy particular en la Ley, en correspondencia con la naturaleza propia del
objeto controvertido.
GIMENO SENDRA postula, en correspondencia con el ordenamiento español ya
derogado, que es posible acumular procesos ordinarios con sumarios, siempre que
tengan el mismo objeto procesal, pero resulta en cambio imposible, según este autor,
acumular pretensiones que deban ventilarse en procesos ordinarios con otras
previstas para procesos especiales. Se deduce entonces que sería igualmente
imposible concebir la acumulación de procesos especiales entre sí, pues su
naturaleza tan particular lo impediría.
La práctica forense cubana parece afiliarse al primer criterio interpretativo,
entendiendo que la naturaleza del proceso está referida al tipo específico de
tramitación establecido en la Ley, por lo que resulta imposible acumular una
pretensión prevista para el ordinario con otra prevista para un sumario.

 Compatibilidad de las pretensiones: este requisito está referido a la necesidad exigida


de que las pretensiones acumuladas nazcan de un mismo título o se funden en una
misma causa de pedir, según lo regulado en el artículo 78 de la LPCAL, o sea, que
exista una relación en la causa petendi.
Es necesario igualmente, según la letra del artículo 79.1 de la LPCAL, que aquellas
pretensiones que sean acumuladas no sean contrarias entre sí o se excluyan
mutuamente.
Son contrarias aquellas pretensiones en que el ejercicio de una hace ineficaz el de la
otra; son excluyentes, por su parte, aquellas pretensiones en que la fundamentación
fáctica de una, hace irreconciliable el ejercicio de la otra.
No obstante, la Ley posibilita que se puedan formular en una misma demanda
pretensiones contrarias o excluyentes, siempre que sean propuestas unas como
subsidiarias de las otras (artículo 79.1 de la LPCAL).
2.7 Litispendencia
La litispendencia, que aquí estudiamos como excepción, originariamente era utilizada
para identificar el conjunto de efectos materiales y procesales que se derivan desde el
momento que se constituye la relación jurídico procesal, por lo que es necesario recordar
aquí lo que explicamos en el apartado dedicado al estudio de dicho tema. En el
entendido que la relación jurídico procesal surge con la presentación de la demanda, es
necesario ubicar allí el inicio de los mencionados efectos reflejos de dicho acto.
Litispendencia es, al decir de ROSEMBERG, pendencia judicial y se utiliza para identificar
la existencia material de un procedimiento sobre una pretensión procesal; es una
consecuencia de la presentación de la demanda, aunque no la única, razón por la cual
se equiparan las consecuencias de la interposición de la demanda a las de la
litispendencia. Desde el mismo instante en que se someta al tribunal una pretensión
capaz de producir una resolución con efecto de cosa juzgada, nace la litispendencia de
esa pretensión y uno de sus efectos es precisamente la excepción.
MONTERO llama la atención en el sentido de que cuando se interpone una demanda se
produce una ruptura, pues se pasa de una relación jurídica privada en conflicto
mantenida solo entre titulares particulares, al planteamiento de un litigio que da origen a
una relación jurídica de naturaleza pública; a ese momento de ruptura es posible
identificarlo como el instante de surgimiento de la litispendencia.

2.7.1 Naturaleza de la litispendencia


Visto como excepción, se trata de una institución procesal que tiende a impedir la
adopción de resoluciones contradictorias por parte de un mismo o de distintos tribunales;
contradicción que está condicionada al hecho de que se produzca una identidad en los
elementos que integran los asuntos controvertidos: sujeto, objeto y causa.
Esta excepción, que la doctrina denomina como litispendencia en sentido estricto, está
emparentada con la cosa juzgada, pero mientras que en la última existe ya una
sentencia firme que ha puesto fin al proceso y consecuentemente ha consagrado el
instituto de la cosa juzgada, que la convierte en alegable, con eficacia negativa contra
cualquier intento de replicar sobre lo ya resuelto, en el caso de la litispendencia el
proceso preexistente está aún en fase de tramitación y lo que se trata es precisamente
de buscar un cauce procesal que evite la existencia de fallos que puedan resultar
contradictorios.20
Con relación al vínculo existente entre la litispendencia y la cosa juzgada es necesario
señalar que las identidades exigidas para la segunda 21 están presentes en el caso de la
primera, conclusión a la cual se arriba por mera deducción pues la Ley procesal es
omisa con relación al particular.

2.7.2 Las identidades de la litispendencia


Siguiendo esta línea interpretativa es necesario destacar que las exigencias de identidad
antes señaladas están referidas a: 1).-Los sujetos, 2).-el objeto del litigio (petitum) y 3).-
la causa de pedir (causa petendi)

2.7.2.1 Identidad subjetiva


La regla general de esta exigencia está referida a la necesidad de que sean las mismas
personas las que intervienen en ambos procesos, debiendo ser incluso idéntica la
calidad en que intervienen en ambos casos. La calidad es la condición en la cual se
comparece en el proceso; no existe identidad si, compareciendo la misma persona, en
un caso lo hace para reclamar un derecho propio mientras que en otro actúa como
representante de un menor o de una persona jurídica. Aun tratándose del mismo
compareciente, ha cambiado la calidad (que más bien debería llamarse cualidad) de la
persona y por lo tanto no se da el requisito de identidad exigido por la Ley, se trata,
siguiendo a BARONA VILAR, de valorar que lo importante no es la identidad subjetiva física
sino la identidad subjetiva jurídica de quien comparece al proceso.
El artículo 352 de la LPCAL establece, para la cosa juzgada, una excepción en la
apreciación de la identidad subjetiva, lo que resulta aplicable a la litispendencia y está

20
FALCÓN hace una distinción entre lo que él llama dos tipos de litispendencia, una por identidad y la otra
por conexidad. La litispendencia por identidad es cuando dos procesos son absolutamente iguales en
cuanto a las tres identidades, teniendo en cuenta que tanto el actor como el demandado deben guardar, en
el segundo proceso, sus mismas situaciones. Por otra parte, existe litispendencia por conexidad cuando no
coincide alguno de los tres elementos (sujeto, objeto o causa), pero la sentencia que se debiera dar en un
proceso pudiera hacer cosa juzgada en el otro. En el estudio que hacemos de las identidades quedan
inmersas ambas formas de ver la litispendencia. FALCÓN, E., op. cit., tomo II; p. 46
21
El artículo 352 de la LPCAL exige que para que la presunción de cosa juzgada surta efectos en otro
proceso es necesario que entre el caso resuelto por la sentencia y aquel en que esta es invocada,
concurra la más perfecta identidad entre las cosas, las causas, las personas litigantes y la cualidad con
que lo fueron.
referida a aquellos casos del vínculo erga omnes que producen las sentencias en que se
resuelven pretensiones relativas al estado civil de las personas y en las referentes a la
validez o nulidad de las disposiciones testamentarias. En estos casos debe estimarse la
identidad subjetiva siempre, pues el contenido de lo que se litiga producirá efectos contra
todos. (v.g. el supuesto de que se ventilen dos procesos en que se reclame la paternidad
de un menor; hay que apreciar la identidad exigida, a pesar de tratarse de personas
distintas, pues el fallo que se obtenga en uno de estos litigios produce efectos reflejos
sobre todos). La razón de esta excepción a la clásica identidad subjetiva hay que
buscarlo, tal y como nos llama la atención GÓMEZ ORBANEJA, en la naturaleza especial
del objeto litigioso o en el interés público afectado por la resolución.

2.7.2.2 Identidad objetiva


Exigencia referida a que exista igualdad en el objeto de los litigios. Llamaba la atención
ROSEMBERG que en dos procesos existe el mismo objeto litigioso cuando se demanda la
declaración del mismo derecho o relación jurídica, o se presenta basándose en el mismo
suceso una semejante petición de demanda.
Las dificultades en el análisis de este aspecto se presentan en aquellos casos en que, no
siendo idénticas las cuestiones debatidas, el no paralizar uno de los procesos puede dar
pie a que se obtengan resoluciones contradictorias, que hagan imposible su ejecución.
En tal dirección se aprecia la tendencia a estimar la identidad objetiva en aquellos casos
en que sin existir simetría entre lo litigado en ambos procesos, esté presente una
similitud o relación tal que puedan sobreponerse los fallos obtenidos y producirse
conflictos posteriores entre ambas resoluciones.

2.7.2.3 Identidad de la causa de pedir


La causa petendi está referida a lo que en el derecho positivo se conoce como título o
causa de pedir. Sobre este particular se perfilan en la doctrina dos vertientes
fundamentales de identificación de la causa petendi:
 La teoría de la sustanciación: para esta posición son los hechos controvertidos los
que delimitan la causa de pedir. Para fundamentar esta teoría, que resulta
especialmente válida cuando se trata de acciones personales, se brinda el ejemplo
ilustrativo de la existencia de diversas relaciones de préstamo entre dos individuos,
en el que se reclama el pago de una determinada cantidad. En este caso, a los
efectos del proceso en sí, lo definitorio no es el fundamento jurídico de la relación
(préstamo), ya que las diversas relaciones son del mismo tipo, sino la determinación
de cuál es el préstamo concreto que se reclama.
 La teoría de la individualización: especialmente aplicable para las acciones reales, se
fundamenta en la identificación de la relación jurídica como determinante de esta. Se
nos brinda el ejemplo de la acción en que un individuo establece una demanda
reivindicatoria (o simplemente declarativa de dominio), acerca de un bien que afirma
haber adquirido por herencia; si en otro proceso similar comparece alegando que la
propiedad del bien fue adquirida por donación, existirá identidad en cuanto a la
relación jurídica, ya que el derecho que se alega es el de dominio, siendo irrelevantes
a los efectos pretendidos los hechos de la adquisición, o sea, es la relación jurídica la
que determina e identifica.

2.8 Falta de estado


Esta excepción es regulada en la LPCAL como “la falta de estado del proceso por no
haberse demandado a todas las personas que deban serlo para quedar válidamente
constituida la relación procesal”.
Es un lugar común mencionar que en el proceso civil, siguiendo la tradición romana,
existen dos posiciones jurídicamente bien identificadas, de una parte el demandante y de
la otra el demandado; esto no empece para que en cada una de estas posiciones pueda
existir una pluralidad de sujetos, vinculados todos de manera indisoluble por el objeto del
proceso. A esta unión de sujetos en los diferentes polos de la relación jurídica procesal
es a lo que se denomina litisconsorcio, y no es otra cosa que una acumulación subjetiva
de pretensiones, tanto desde la posición de los actores como de los demandados.
La doctrina ha elaborado una clasificación del litisconsorcio, dividiéndolo en facultativo o
necesario, en dependencia de la posibilidad u obligatoriedad de la parte actora de
acumular su pedimento contra varios demandados. Un sector de la doctrina ha
incorporado una nueva categoría a esta división tradicional, a la que se identifica como
litisconsorcio necesario impropio o cuasinecesario.
El litisconsorcio facultativo, conocido también como voluntario o simple es aquel en que
la presencia de una diversidad de demandados en el proceso está en dependencia del
criterio de la parte actora, motivado por razones de economía procesal y generalmente
asociada a la existencia de pluralidad de acciones que por ser acumulables, al cumplir
con los requisitos que en tal sentido establece la Ley y que ya fueron estudiados
anteriormente, facilita la unión de varios sujetos en un mismo proceso. En estos casos la
parte actora puede perfectamente establecer procesos distintos contra las diferentes
personas, sin que nada lo impida, solo que por ser acumulables las acciones que tiene
contra todas ellas, decide voluntariamente acumularlas y ventilarlas en un solo proceso.
En este tipo de litisconsorcio los demandados gozan de libertad para encauzar sus
posiciones en cuanto a los medios de defensa a utilizar, proposición de pruebas,
recursos, etc., de manera que cada uno corre su propia suerte en el proceso, salvo la
conminación que les impone el artículo 70 de la LPCAL, que dispone la obligación de
litigar juntos y bajo una misma dirección de abogado, cuando se haga uso de idénticas
excepciones.22
En otro orden, vale destacar que la excepción que analizamos está referida
precisamente a las variantes del litisconsorcio necesario y cuasinecesario, en que la
obligatoriedad de demandar a todos los interesados viene impuesta como un
presupuesto de validez de la relación jurídico procesal.
El litisconsorcio necesario se nos presenta, siguiendo a FAIRÉN GUILLÉN, como un
supuesto particular de legitimación plural, en virtud del cual han de venir al proceso
varias personas en la posición de demandados, precisamente por imperativo del derecho
material, que es quien determina la legitimación, ante la existencia de relaciones
jurídicas materiales plurisubjetivas.23
22
Esta obligación es el producto del legado del artículo 531 de la derogada LEC española, recrudecido en
nuestro caso, pues a la redacción original que tenía en la Ley española el legislador cubano adicionó que
cuando el tribunal obligaba a la litigación conjunta en lo sucesivo, para quien no se ajustara a dicha
disposición el órgano se desentendería de sus escritos (No se proveerá en lo adelante a la solicitud en que
se falte a esta prescripción). Esta preceptiva de la Ley fue objeto de críticas en su momento por los autores
españoles por considerar que vulneraba el derecho de defensa y la libertad de todo litigante de hacerse
asistir de un defensor de su elección. MORENO CATENA, V, con V. CORTÉS DOMINGUEZ, et al., op. cit., p. 73
23
Citado por MORENO CATENA, V, con V. CORTÉS DOMÍNGUEZ, et al., op. cit., p. 73. DE LA PLAZA nos llama la
atención en el hecho de que al ser la naturaleza de la relación jurídica material y no la procesal la que
determina la existencia del litisconsorcio necesario, es lo que condiciona que en los códigos procesales no
esté presente una regulación específica de cuales son los casos en que este instituto se da, ya que hay
que estar a lo que en tal sentido regula la ley sustantiva para cada tipo de relación en específico. DE LA
PLAZA, M., op. cit., p. 295
En correspondencia con lo anterior este tipo de litisconsorcio responde, según MONTERO,
a dos supuestos muy claramente diferenciados; de una parte la propia Ley sustantiva,
que en casos específicos dispone obligatoriamente que se demande a determinadas
personas; de otra parte, cuando sin existir una norma expresa que lo disponga, la
necesidad viene impuesta por la naturaleza de la relación jurídico material respecto de
la que se hacen las afirmaciones legitimadoras.24
Es necesario destacar que son varias las causas que los autores han dado para justificar
las verdaderas razones que motivan la necesidad u obligatoriedad de este litisconsorcio.
Tradicionalmente se expuso que el elemento de mayor importancia era el efecto que
podía producir para el ausente el instituto de la cosa juzgada; este razonamiento es
parcialmente válido ya que sólo es aplicable en aquel tipo de acción en la cual el
contenido de la sentencia tiene efectos erga omnes, por ser relativas al estado civil de
las personas y en las de validez o nulidad de las disposiciones testamentarias (artículo
352 de la LPCAL). Para el resto de los casos no es aplicable el argumento del efecto de
la cosa juzgada en contra del ausente, pues se debe tener presente la necesaria
identidad subjetiva que se exige para que esta afecte los intereses de quien no ha
comparecido en el proceso.
Otro de los argumentos esgrimidos para sostener la obligatoriedad de este litisconsorcio
es el proteger el principio de audiencia, o sea, evitar la indefensión, al cuidar que no
queden alcanzadas por los efectos de una sentencia aquellas personas que, por no
haber sido demandadas, no han tenido ocasión de comparecer en el proceso y alegar lo
que convenga a su derecho.
Por su parte MONTERO es de la opinión que el fundamento hay que buscarlo no
precisamente en la supuesta extensión de la cosa juzgada a quien no fue parte, ni en el
principio de contradicción, ni en el evitar sentencias contradictorias, ni en la imposibilidad

24
Llama la atención MONTERO que cuando es la propia Ley la que establece los casos en que
obligatoriamente debe darse la vinculación subjetiva, base del litisconsorcio, no resultan fácil de encontrar
dichos supuestos. Una situación que la doctrina española coloca como ejemplo típico es el de las
obligaciones indivisibles, en cuyo caso el acreedor, por imperio de la ley, está obligado a proceder contra
todos los deudores; este ejemplo no es de aplicación a nuestro Derecho, pues el CC establece que para el
caso de las obligaciones indivisibles se aplicará, en lo pertinente, lo dispuesto en relación con las
obligaciones solidarias, o sea, que no es obligatorio demandar a todos (artículo 247 CC). El otro ejemplo
que nos brinda MONTERO sí tiene un exacto correlato en nuestra LPCAL y es la obligación impuesta en las
tercerías de demandar tanto al ejecutante como al ejecutado (artículo 522 LPCAL). MONTERO AROCA, J., et
al., Derecho Jurisdiccional, tomo II, op. cit., pp. 58-59.
de ejecución de la sentencia, sino en la inescindibilidad de ciertas relaciones jurídico
materiales respecto de las cuales, independientemente de cual haya de ser el contenido
de la sentencia estimatoria o desestimatoria de la pretensión, aparece de modo previo la
exigencia de que las afirmaciones en que se resuelve la legitimación han de hacerse
frente a varias personas.

La labor de identificar distintos supuestos que se pueden mencionar como de existencia


de litisconsorcio necesario es obra de los autores y la jurisprudencia, ya que como
explicamos anteriormente, las exigencias de tipo legal expreso constituyen un rara avis
en el ordenamiento civil sustantivo.25
El otro tipo de litisconsorcio que ha sido identificado por la doctrina como cuasinecesario
o necesario impropio, está caracterizado por el hecho de que son varios los demandados
que pueden estar legitimados para intervenir en el proceso, pero a diferencia del
necesario en este caso no estamos en presencia de una cotitularidad de la relación
jurídica material, de tal forma que la presencia de todos es importante por el hecho de
que la decisión que se adopte puede afectarles directamente, pero su ausencia al
proceso no impide que el tribunal pueda dictar sentencia.
CORTÉS DOMÍNGUEZ ilustra la diferencia de la manera siguiente: el juez que se encuentra
ante una demanda en la que faltan litisconsortes necesarios tendrá que rechazarla por
infundada, pues el derecho ejercitado no existe tal y como viene ejercitado; la
legitimación es siempre plurisubjetiva pues el derecho es único y de varios. Por el
contrario, una demanda en caso de litisconsorcio necesario impropio que se presenta
sólo por uno de los litisconsortes no se podrá rechazar porque en ella no estén los
demás interesados, pues se trata de un derecho que no es de varios conjuntamente sino
de varios por separado.

25
V. g.: Cuando el fiscal promueva la acción de nulidad de matrimonio que establece el artículo 46 del CF
debe demandar a ambos cónyuges; cuando se pretenda la nulidad de un negocio jurídico debe
demandarse a todas las personas que formaron parte del acto; cuando se pretenda declarar ineficaz un
testamento debe demandarse a todos los que han sido declarados herederos; en los procesos
concernientes al estado civil y capacidad de las personas, por mandato del artículo 47 de la LPCAL, el
fiscal es parte obligatoria, por lo que debe ser demandado; en los casos de copropiedad, herencia,
sociedad, la demanda debe dirigirse contra todos los titulares de la relación (copropietarios, coherederos,
consocios, etc.,); en los casos en que se reclama contra los cónyuges como cotitulares en la comunidad
matrimonial de bienes; En los supuestos de obligaciones mancomunadas en los que hay que demandar a
cada uno de los deudores.
Dentro de los casos de litisconsorcio necesario impropio podemos mencionar, entre
otros, los siguientes:
 En los casos en que se ejercite la acción de reconocimiento del matrimonio no
formalizado que regula el artículo 18 del CF debe demandarse a los hijos, toda
vez que una sentencia estimatoria de la acción de reconocimiento incide
directamente en sus derechos hereditarios.
 En los casos de las obligaciones indivisibles (artículo 247 del CC) y las
obligaciones solidarias (artículo248 del CC).26

La necesidad o cuasinecesidad del litisconsorcio pasivo no implica que los demandados


deban adoptar una posición uniforme en el proceso y en tal sentido su comportamiento
procesal no dista mucho del de los litisconsortes voluntarios, ya que cada uno puede
hacer uso, por su propia cuenta, de los medios defensivos, de prueba y de impugnación
que estimen oportuno, solo que en el caso del litisconsorcio necesario, por lo inescindible
del vínculo jurídico que los une, las consecuencias de los actos de unos, repercutirán
necesariamente en el derecho discutido por todos. 27
26
Normalmente las obligaciones indivisibles tenían como exigencia que se demandara a todos los
obligados, lo cual la convertía en un caso de litisconsorcio necesario, pero nuestro CC modificó esta
tradición y en el artículo 247 establece que se aplicará en cuanto a éstas lo relativo a las obligaciones
solidarias, razón por la cual tienen un tratamiento similar a los efectos del análisis que estamos haciendo.
En ambos casos, a pesar de tratarse de una plurititulidad subjetiva y como tal la existencia, como decía
CORTES, de un derecho que es de varios, no está recogida dentro de los casos de litisconsorcio necesario
por el hecho de que por su naturaleza cada uno de los deudores puede responder individualmente de la
totalidad de la deuda ante el acreedor, lo que no impide que el tribunal pueda dictar sentencia ante la
ausencia de alguno de los deudores, a pesar de que lo deseable es que todos estuvieran presentes en la
litis. FERNÁNDEZ hace un interesante análisis de la necesidad de que en las obligaciones solidarias se
demande a todos los obligados, con vistas a la ejecución de la sentencia que pueda dictarse. Dice este
autor que a pesar de que el efecto de la cosa juzgada pueda alcanzar a los obligados solidarios que
estuvieron ausentes en el proceso, por la propia naturaleza de este tipo de obligación, no procede contra
ellos el proceso de ejecución, pues este tipo de juicio parte de la premisa de nula executio sine titulo y en
este caso no existiría un título ejecutivo que permita despachar la ejecución contra el deudor solidario
ausente del proceso. FERNÁNDEZ, M. A. con A. DE LA OLIVA, Lecciones de Derecho Procesal Civil II y III,
Romargraf, Barcelona, 1983, p. 434. Sobre este tema es bueno recordar lo que decía ALMAGRO cuando
explicaba que la teoría de la divisibilidad e indivisibilidad de las obligaciones es una de las más
enmarañadas y complejas del Derecho Civil, según reconocen los propios civilistas, por lo que el problema
se complica con las repercusiones procesales. ALMAGRO NOSETE, J, con V. GIMENO SENDRA, V. CORTÉS
DOMÍNGUEZ y V. MORENO CATENA, Derecho Procesal, Parte General, tomo I, volumen I, Proceso Civil, Tirant
lo Blanch, Valencia, 1986, p. 280.
27
Una sentencia reciente del Tribunal Supremo dejaba esclarecido que no es posible alegar la falta de
estado ante la ausencia de los Registros Públicos vinculados con el derecho controvertido, toda vez que
cualquiera que fuera el resultado del proceso no le causa perjuicio alguno al mencionado Registro para
considerarlo como parte interesada, pues la única implicación que tendría es realizar la correspondiente
anotación en concordancia con el resultado del proceso. Vid. Sentencia 295 de 1999.
2.8.1 Naturaleza de esta excepción
En el panorama jurídico español, bajo el imperio de la ya derogada LEC, los autores le
dieron a esta excepción diverso tratamiento procesal. Unos la consideraron de tipo
procesal que afectaba la válida constitución del proceso e impedía la entrada en el
fondo, que era alegada al momento de contestar la demanda (exceptio plurium
litisconsortium) y valorada al final del proceso. Otros autores consideraban que el
litisconsorcio afectaba a la legitimación y como tal era un problema de fondo y no una
cuestión de naturaleza procesal, toda vez que el derecho que se ejercita en el proceso
no es de quien actúa a título individual, sino de varios; se trata, según expresan, de una
cuestión preliminar al fondo.
Nuestra LPCAL no deja lugar a dudas sobre la naturaleza de esta excepción, que para el
proceso ordinario cubano opera como un presupuesto de la válida constitución de la
relación jurídico procesal; en tal sentido se impone la necesidad de garantizar que estén
presentes en el proceso todos aquellos que por imperio de la Ley o porque puedan
resultar afectados por el pronunciamiento del tribunal, es indispensable que estén
presentes en la litis, por lo que abarca tanto al litisconsorcio necesario como al
cuasinecesario. El tratamiento de nuestra Ley garantiza que en el proceso participen
todos aquellos que REDENTI, siguiendo la vieja tradición italiana llamaba los legítimos y
necesarios contraditores.
Se trata de una excepción típicamente procesal a la que la Ley le da un tratamiento
previo al incluirla dentro de las dilatorias y que su apreciación in limine litis impide la
continuidad del proceso.

2.9 Cosa juzgada


La cosa juzgada está fuera del catálogo de excepciones dilatorias que recoge el artículo
233 de la LPCAL; en el artículo 234 se le identifica como una perentoria y es la única
mención a excepciones de este tipo que hace la LPCAL en los artículos destinados a
regular el proceso ordinario de conocimiento.
Nos detendremos a valorar la naturaleza y tramitación de la excepción de cosa juzgada
por dos razones fundamentales, la primera es que por su tratamiento especial en
determinados casos se asimila a las dilatorias y la segunda es que existe un serio
cuestionamiento sobre el carácter perentorio de esta excepción.

2.9.1 Naturaleza jurídica de esta excepción


La institución de la cosa juzgada es estudiada como uno de los efectos consustanciales
a la sentencia firme, vista como esa autoridad y eficacia de que goza un fallo
jurisdiccional una vez que contra él resulta imposible interponer algún medio de
impugnación, lo cual tiene un cometido finalista encaminado a lograr la necesaria
seguridad jurídica que el Derecho tiene como cometido social. Llamaba la atención
COUTURE de que la institución de la cosa juzgada era en última instancia una exigencia
política y no propiamente jurídica, ya que la práctica era quien la imponía como una
institución unánimemente aceptada.
La doctrina no se ha puesto de acuerdo al momento de determinar la naturaleza procesal
o de fondo de la excepción de cosa juzgada. COUTURE la identificaba como una
excepción mixta, pues tenía una tramitación dilatoria, al ser discutida en la antesala del
proceso, pero en cuanto a su contenido era de naturaleza perentoria, entiéndase
material. Por su parte, ALMAGRO la considera como una excepción de tipo procesal, con
independencia de que la Ley (LEC derogada) la llamara como perentoria. 28
Consideramos que la excepción de cosa juzgada es de naturaleza material, pues tiene
como propósito impedir que el tribunal se pronuncie nuevamente sobre un tema que ya
ha sido valorado y resuelto por un tribunal en un momento anterior; pero para llegar a

28
ALMAGRO hace una distinción de la excepción de cosa juzgada partiendo de los efectos negativos y
positivos de esta institución. Sostiene ALMAGRO que cuando se interpone la excepción de cosa juzgada en
virtud de su efecto negativo, para tratar de evitar el inicio de un nuevo proceso en que estén presentes las
identidades que exige la Ley, la excepción tiene una naturaleza procesal; mientras que si es interpuesta en
virtud de su efecto positivo, para tratar de hacer valer en el nuevo proceso lo ya alcanzado en el anterior,
pero sin el propósito de evitar el nuevo pleito, es que se puede considerar que la excepción tiene una
naturaleza perentoria. ALMAGRO NOSETE, J. et al., op. cit., p. 383. Consideramos que este razonamiento de
ALMAGRO es desacertado, pues no puede ser considerada como excepción una formulación del
demandado que no tenga el propósito de impedir, extinguir o excluir el efecto de la pretensión, tal como se
explicará cuando estudiemos las excepciones perentorias. En el caso que ALMAGRO pone de ejemplo,
partiendo del efecto positivo de la cosa juzgada, lo que persigue el demandado es lograr que la pretensión
que se debate en el nuevo proceso no se salga del marco que ha sido trazado en un juicio precedente, en
el cual se obtuvo un fallo que delimitó para el futuro el ámbito del debate, pero no pretende eliminar el
efecto de la acción ejercitada.
esta conclusión el órgano jurisdiccional debe realizar un examen de las identidades
estudiadas y pronunciarse sobre su existencia, como presupuesto necesario para que
pueda ser acogida esta excepción. Esta valoración conlleva una decisión que penetra al
fondo de la controversia, produciendo una sentencia que a su vez goza del efecto de la
cosa juzgada e irradia hacia el futuro. Con no poca frecuencia se presentan asuntos en
que las partes no tienen suficientemente claro si el efecto de la cosa juzgada de una
sentencia les alcanza, por no tratarse de casos en que la identidad se manifieste de
forma diáfana y promueven un nuevo proceso que obliga al tribunal a realizar un análisis
detallado de los requisitos que exige el artículo 352 de la LPCAL y pronunciarse al
respecto; resolución que conlleva una decisión de fondo que incide definitivamente de
forma clarificadora en las relaciones que hasta ese momento podían presentarse como
cuestionables, ante la supuesta falta de claridad del alcance de la cosa juzgada.

El carácter material de la cosa juzgada no le priva de la utilidad que tiene que pueda ser
valorada de forma previa, pues a diferencia del resto de las excepciones perentorias, su
naturaleza especial posibilita su verificación in limine litis y evitar todo un desarrollo
procesal que conspira contra el principio de economía que debe caracterizar a la
administración de justicia.

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