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cubana
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Profesor Titular del Departamento de Derecho Civil y de Familia de la Facultad de Derecho de la
Universidad de La Habana. Profesor Principal de Derecho Procesal Civil. Vicedecano de Investigaciones,
Postgrados y Relaciones Internacionales de la propia Facultad. Vicepresidente de la Unión Nacional de
Juristas de Cuba. Doctor en Ciencias Jurídicas por la Universidad de La Habana. Máster en Derecho
Privado por la Universidad de Valencia (España). Miembro de Número de la Sociedad Cubana de Derecho
Civil y de Familia y de la Sociedad Cubana de Ciencias Penales. Abogado en ejercicio. Arbitro de la Corte
de Comercio de la República de Cuba.
Las excepciones dilatorias en la Ley de Procedimiento Civil
cubana
Sumario:
1. Excepciones y defensas
2. Excepciones dilatorias
Las excepciones dilatorias están reguladas de forma taxativa en el artículo 233 de la
LPCAL, de tal suerte que el demandado sólo puede hacer uso de las que en dicho
precepto se regulan. Los seis supuestos recogidos en la mencionada norma están
encaminados a denunciar la carencia de algún impedimento que afecte a la válida
constitución de la relación jurídico procesal y con ello impedir que se pueda dictar una
sentencia de fondo sobre lo controvertido; excepto la de falta de carácter, que como se
verá oportunamente, está referida a una cuestión de fondo, que por razones de orden
histórico el legislador ha colocado su verificación al inicio del proceso.
Creemos obligado, antes de entrar en el análisis específico de las excepciones dilatorias,
hacer un necesario repaso por los elementos que caracterizan a las categorías
procesales antes mencionadas.
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En apoyo de este análisis podemos recurrir a FAIRÉN quien llama la atención en el sentido de que cuando
en 1306 se dictó la Clementina Saepe y en tal sentido se impuso en el ordenamiento procesal italiano un
nuevo tipo de proceso de una cognitio judicial reducida que fueron llamados sumarios indeterminados, se
implantó un tipo de juicio liberado de muchas de las formalidades que la ley imponía al proceso plenario,
entre ellas la prohibición de establecer excepciones dilatorias; esta prohibición alteró el sistema defensivo
del demandado ya que no podía oponerse primero las cuestiones de forma para luego, en la contestación,
entrar a la formulación de las excepciones perentorias. En este tipo de juicio sumario el demandado debía
oponer las excepciones dilatorias conjuntamente con las perentorias al momento de la contestación, a fin
de que fueran resueltas por el juez en la sentencia final. Vid. FAIRÉN GUILLÉN, V., El desistimiento y su
bilateralidad en primera instancia. Editorial Bosch, Barcelona, 1950, p. 54
cuales ha sido aceptada la de la relación jurídica como la más acertada para definir la
esencia del proceso civil.
La visión del proceso como una relación jurídica tomó fuerza en la doctrina a partir de la
obra de BÜLOW, expuesta en su libro Teoría de las Excepciones Procesales y los
Presupuestos Procesales, al que MONTERO calificó como un libro afortunado en la
historia del derecho procesal. BÜLOW fue precisamente quien asentó la teoría de que la
validez de la relación creada a partir del proceso es de tal naturaleza que no puede
dejarse a criterio dispositivo de las partes, pues el proceso no es un ajuste privado entre
los litigantes, sino que se constituye en un acto realizado con la activa participación del
órgano jurisdiccional que, bajo la autoridad del Estado, establece los requisitos coactivos
que deben ser cumplidos por las partes.
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El concepto de la litis contestatio, como momento de constitución de la litis, sienta sus orígenes en la
primera etapa del proceso civil romano, específicamente en el instante en que se cerraba la fase in iure
ante el magistrado, pues al concluir este período la litis quedaba determinada y cierta entre los
contendientes y se producía una especie de consolidación del pleito entre las partes, de forma tal que se
convertía en irrevocable, quedando fijada de forma eficaz las condiciones y modalidades en que habría de
desarrollarse el juicio en la segunda etapa o fase in iudicio.
posiciones más modernas, aceptadas por la generalidad de los autores, de estimar que
la relación se constituye desde el momento de la presentación de la demanda.
Por la trascendencia del tema para nuestro derecho positivo, que aún permanece
vinculado al viejo concepto de la litis contestatio como momento de constitución de la
relación jurídico procesal, considero conveniente hacer un examen de los puntos más
sobresalientes de la doctrina.
La razón histórica de esta sujeción o consolidación del proceso estaba condicionada por
el hecho de que en esta etapa aún no existía el concepto de administración de justicia
como servicio de orden público, sino que permanecía en manos de jueces privados, lo
que imponía la necesidad de lograr un vínculo que creara entre las partes una obligación
de sujeción a la jurisdicción, al que se le denominó efecto consuntivo de la litis
contestatio.
La fuerza de esta posición doctrinal descansa en los efectos inmediatos que produce la
admisión de la demanda, tanto de tipo procesal como sustantivo, que condicionan que
deba contarse con el demandado cuando la parte actora pretenda desistir del proceso,
ante la presencia de lo que la doctrina ha denominado como posible difamación judicial.7
A este conjunto de efectos que produce la presentación de la demanda es a lo que se
conoce como litispendencia8 y ha sido sistematizado por algunos autores, pudiendo
mencionarse, entre otros, los siguientes:
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El artículo 410 de la nueva LEC española cerró la polémica existente en ese país entre la doctrina y la
jurisprudencia al dejar sentado claramente que la litispendencia, con todos sus efectos procesales, se
produce desde la interposición de la demanda, si después es admitida.
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Planteaba ROSEMBERG que la demanda decide sobre el contenido y extensión del procedimiento por ella
iniciado, así como de la sentencia que lo cierra; da nacimiento al proceso y a la relación jurídica procesal,
y provoca la litispendencia de la pretensión reclamada; contiene el programa del litigio y, por tanto,
determina la clase y la medida de la tutela jurídica que se haya de otorgar. Vid. ROSEMBERG, L; Tratado de
Derecho Procesal Civil, tomo II, Ediciones Jurídicas Europa América, Buenos Aires, 1955, p. 3
7
Para FAIRÉN la difamación judicial son las consecuencias negativas de diverso orden que puede tener
para el demandado la presentación y admisión de la demanda y en tal sentido plantea que: la posibilidad
de la difamación judicial se produce con la litispendencia; con ella la vinculación del actor; y con ésta, la
necesidad de dar audiencia al demandado sobre su interés en que el proceso continúe para que una
sentencia declare la corrección de su postura jurídica, quizás también aunque implícitamente, el carácter
difamatorio (civil, entiéndase) de la demanda del actor, y por fin le libere de su preocupación sobre futuros
conflictos con aquél por razón del mismo asunto, concediéndole los beneficios de la cosa juzgada material.
Vid. FAIRÉN GUILLÉN, V., El Desistimiento, op. cit., p. 132
8
Señala RAMOS MÉNDEZ de que debe entenderse por litispendencia al conjunto de efectos que produce
una demanda y que se originan por su mera presentación, no debiendo confundirse con la excepción de
litispendencia, la que será objeto de estudio cuando abordemos las excepciones dilatorias, y que tan solo
recoge un aspecto parcial del tema, el referido a la repercusión estrictamente procesal que tiene un
proceso con relación a otro posterior, al efecto de impedirlo. RAMOS MÉNDEZ, F., Derecho Procesal Civil,
tomo I, Librería Bosch, Barcelona, 1986, p. 451
Efectos Procesales: 1) Perpetúa la jurisdicción 9; 2) Imposibilita la modificación de la
demanda; 3) Delimita el objeto del proceso y fija el ámbito de las cuestiones a resolver
sobre la base de la congruencia con lo pedido; 4) Obliga al juez a los actos de
emplazamiento y consecución del proceso hasta su culminación; 5) Fija el ámbito del
litigio; 6) Origina la litispendencia; 7) Determina las personas del proceso; 8) Abre la
posibilidad de aplicar medidas cautelares; 9) Viabiliza la reconvención; 10) Abre las
acumulaciones; 11) Impide la enajenación del objeto litigioso.
Efectos Materiales: 1) Interrumpe la prescripción (artículo 121 CC); 2) Constituye en
mora al deudor; 3) Transmite a los herederos las acciones (artículo 509.b CC); 4)
Permite anotaciones de embargo; 5) Aumenta la responsabilidad del demandado; 6)
Obliga al pago de intereses; 7) Obliga, al poseedor de mala fe, a la devolución de frutos.
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Bajo el término perpetuación de la jurisdicción (perpetuatio iurisdictionis) se identifica el efecto inamovible
que para la competencia del tribunal produce la presentación de la demanda, de tal suerte que los cambios
que puedan producirse en el futuro, ya sea en cuanto al valor del objeto litigioso, a las características de
las partes, entre otros particulares, no hacen que cambie el criterio originario de la competencia. Vid., por
todos, DE LA PLAZA, M; Derecho Procesal Civil Español, volumen I, Editorial Revista de Derecho Privado,
Madrid, 1951, pp. 355-357 y MONTERO AROCA, J, et al; Derecho Jurisdiccional, tomo II, op. cit., p. 171.Es
una derivación del legado semel iudex semper iudex (una vez juez, siempre juez).
uno de los elementos que diferencian esta relación de la de carácter material que se
deduce en el proceso.
La falencia o incumplimiento de alguno de estos requisitos, establecidos en la propia Ley
de procedimiento, da lugar a una paralización temporal (que puede convertirse en
definitiva) del proceso y con ello la imposibilidad de que se pueda dictar una sentencia
sobre el fondo de lo controvertido. Estos requisitos han recibido la denominación
genérica de presupuestos procesales y son, al decir de CHIOVENDA, las condiciones
formales que deben darse para que nazca la obligación del juez de pronunciarse en
cuanto al fondo, o sea, para que pueda darse la actuación de la voluntad del Estado en
el proceso.
A pesar de la definición genérica antes utilizada, hay autores que hacen una distinción
entre estos requerimientos, según puedan ser apreciados directamente por el tribunal
(ope legis) o que deban ser denunciados por la parte demandada para que puedan ser
analizados por el órgano jurisdiccional (ope exceptionis).
A las exigencias que pueden ser apreciadas directamente por el tribunal, como requisitos
indispensables para la aceptación de la demanda, mediante un trámite de valoración
previa al que MONTERO denomina control de admisibilidad, se les llaman presupuestos
procesales; por su parte, a aquellos que deben ser sindicados por la parte demandada
para que el tribunal los tenga en cuenta, la doctrina los rotula como impedimentos
procesales.
Las exigencias que deben darse para que quede válidamente constituida la relación
jurídico procesal son reseñadas en la LPCAL en el artículo destinado a regular las
excepciones dilatorias, con la distinción de que algunas pueden ser apreciadas como
impedimentos y al mismo tiempo como presupuestos, mientras que las otras solo tienen
el carácter de impedimentos y en tal sentido deben operar ope exceptionis.
El tribunal, de conformidad con lo preceptuado en el artículo 225 de la LPCAL, antes de
dar traslado de la demanda deberá apreciar de oficio si se está en alguno de los
supuestos de los ordinales 1, 2 y 3 del artículo 233 y si así fuera se impedirá por el
órgano la continuidad del conocimiento; este tratamiento ope legis hace que dichas
causales sean apreciadas, siguiendo la nomenclatura mencionada, como presupuestos
procesales.
El hecho de que estas tres situaciones sean al mismo tiempo excepciones procesales
hace que tengan el doble carácter de impedimentos y presupuestos, ya que operan tanto
ope legis como ope exceptionis, mientras que las causales consignadas en los números
4, 5 y 6 del comentado artículo, sólo pueden ser apreciadas en virtud de denuncia del
demandado, por lo que se inscriben dentro del criterio estricto de los impedimentos
procesales.
2.3 Tratamiento de las causales que pueden ser apreciadas como excepciones
dilatorias
Como expresamos anteriormente, las excepciones dilatorias en el proceso ordinario
están contenidas taxativamente en el artículo 233, pero debemos incorporar en este
análisis, provenientes de otros preceptos de la Ley, lo relativo a la falta de competencia
territorial, que se encuentra regulado en los artículos 26 y siguientes, disponiendo de un
procedimiento específico, así como la cosa juzgada, que es mencionada de forma
particularizada en el artículo 234.
Entraremos en el análisis detallado de las particularidades de cada una de estas
excepciones.
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Existe un tercer criterio de la competencia, conocido como competencia funcional, determinado
fundamentalmente por las situaciones que se presentan en la tramitación de un asunto, en que deben
quedar establecidos en la Ley los órganos encargados de conocer de los incidentes y recursos que se
puedan presentar, así como de la ejecución. Mientras el criterio objetivo define al tribunal competente para
conocer de un caso en primera o única instancia, el criterio funcional es el encargado de determinar cuales
son los competentes para conocer de las sucesivas incidencias que puedan presentarse en el camino en
pro de una sentencia firme e incluso de su ejecución. Este criterio de competencia merece un riguroso
análisis en nuestro derecho positivo en aras de impedir que lleguen al Tribunal Supremo muchos de los
procesos que en la actualidad ocupan la atención de dicho órgano de justicia, para lograr una verdadera
labor de unificación interpretativa en la aplicación del derecho. Prescindiremos en esta investigación de un
estudio detallado de este criterio de competencia, por no estar relacionado directamente con las
excepciones dilatorias en el proceso ordinario.
Hay autores que no comparten esta distinción de la competencia por entender que en última instancia los
avatares que un proceso pueda tener en su tramitación en cuanto a incidentes, embargos previos,
recursos, etc., están dependiendo del tribunal que originalmente conoce del asunto, por lo que a la resulta
se convierte en una cuestión de competencia objetiva. Vid. GÓMEZ COLOMER, J, con J. MONTERO AROCA Y
M. ORTELLS RAMOS, Derecho Jurisdiccional, tomo I, Parte General, Librería Bosch, Barcelona, 1989, p. 313
y atacar con ello la válida constitución de la relación jurídico procesal. El carácter
imperativo de las normas reguladoras de la competencia objetiva condicionan el cierre
de todo espacio para que las partes puedan, dispositivamente, intervenir en la definición
del órgano competente para el conocimiento y resolución del caso controvertido.
Las alteraciones a las reglas competenciales se identifican en el ordinal 1 del artículo
233 de la LPCAL bajo el calificativo de falta de competencia por razón de la materia o
de la cuantía; definición que consideramos más acertada que la que le sirvió de
inspiración a la derogada LEC española, que la nombraba incompetencia de jurisdicción.
En esta dirección la LPCAL debe ser modificada a fin de elevar la cuantía de los asuntos
que pueden ser conocidos por los tribunales provinciales, de forma tal que se logre que
este nivel jurisdiccional conozca en primera y única instancia de asuntos que realmente
merezcan la atención de estos órganos, dada su posición preponderante en la jerarquía
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El artículo 240.2 del Código Civil fue modificado en virtud del Decreto Ley No. 140 de 13 de agosto de
1993, abriendo la posibilidad de que el pago de las obligaciones en moneda extranjera no quedara
reducido a los casos autorizados en la propia Ley, sino también a partir de lo que en tal sentido dispusiera
el Gobierno y el Banco Nacional.
judicial. En igual sentido debe la Ley fijar reglas que contribuyan a determinar el valor del
tipo de reclamación económica que se pretende establecer, dada la diversa naturaleza
de los bienes o de los derechos a ellos vinculados.
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Es fácil apreciar que las actitudes del demandado en este caso pueden ser diversas, pero todas con el
mismo efecto preclusivo para la interposición de la excepción de competencia territorial, o sea, que si el
demandado se persona e interpone otro tipo de excepción dilatoria o se allana a la demanda o la contesta
en cuanto al fondo o simplemente deja pasar el tiempo en espera de la rebeldía, el efecto es el mismo: la
sumisión tácita a la competencia territorial que ha sido fijada por la parte actora desde el mismo instante de
la interposición del proceso.
Las cuestiones de competencia por razón del territorio han tenido una estimación
particular dentro de los presupuestos previos del proceso, eso nos obliga a detenernos
un instante en el hecho de que durante la vigencia en España de la ya derogada LEC la
doctrina no mantuvo una posición pacífica en cuanto a la estimación de la naturaleza
jurídica de este tema; polémica condicionada esencialmente por la existencia de dos vías
procesales diferentes para denunciar la falta de este tipo de competencia. Por una parte
estaba la declinatoria y la otra vía, la inhibitoria; el demandado podía escoger uno u otro
medio de defensa. Si el demandado hacía uso de la declinatoria debía proponerla ante el
mismo juez que estaba conociendo del asunto a fin de denunciar su incompetencia,
mientras que si hacía uso de la inhibitoria, debía presentarse ante el juez que
consideraba competente para conocer del asunto y pedirle que reclamara para sí la
tramitación del caso.
En correspondencia con el medio utilizado se definía la vía procesal para su tramitación,
de tal suerte que si escogía la declinatoria, se tramitaba en las propias actuaciones, de la
misma manera que al resto de las excepciones dilatorias (artículo 79), mientras que la
inhibitoria tenía un cauce especial. Esta situación condicionó el diferendo a la hora de
definir la naturaleza jurídica de este tipo de cuestión. 13
Nuestra Ley eliminó esta dualidad en el tratamiento de las cuestiones de competencia
territorial y estableció una forma procesal única, la inhibitoria, por lo que la cuestión
deberá plantearse ante el tribunal que el demandado considere ser el competente
(artículo 27) y no ante aquel que esté conociendo del proceso, de manera que si el
tribunal acepta la cuestión planteada reclamará la inhibición del que está tramitando el
asunto y su remisión de las actuaciones.
Somos del criterio de que el hecho de que la cuestión de competencia por razón del
territorio no esté recogida en el artículo destinado a regular las excepciones dilatorias y
que disponga de una tramitación especial en la propia Ley no la desnaturaliza como una
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FERNÁNDEZ reacciona contra las teorías que estiman que en el caso de la declinatoria estemos en
presencia de una excepción procesal, basándose, entre otras y en lo que a nosotros nos interesa, en la
razón siguiente: en que la función propia de las excepciones dilatorias es liberar al demandado de
contestar la demanda, de forma que el actor, si el defecto es subsanable, debe interponer de nuevo la
demanda cuando lo haya subsanado. En el caso de la declinatoria no sucede así, pues con ella no
pretende el demandado liberarse de contestar a la demanda, sino sólo que se le permita hacerlo ante el
juez que es territorialmente competente.
típica excepción dilatoria, lo cual está condicionado, esencialmente, por el cometido que
persigue y el resultado que produce.
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A pesar de ser una excepción dilatoria y como tal sólo puede ser interpuesta por el demandado, el
precepto habla de falta de personalidad de las partes, para comparecer, tanto como actor o como
demandado. Es apreciable que la situación antes referida no puede darse de forma ordinaria, ya que es
imposible que el actor denuncie la falta de personalidad de la persona contra la cual va a interponer su
reclamación; incluso en el caso de que dicha excepción sea interpuesta por el actor en la contestación a la
demanda reconvencional, tampoco sería apreciable, ya que en ese momento lo alega en la condición de
demandado de la acción que el demandado-actor ha deducido en la reconvención. La única justificación
que tiene la presencia de dicha situación en este precepto es que en virtud de lo que establece el artículo
225 la relación de causales que como excepciones aparecen relacionadas en el artículo 233 son al mismo
tiempo impedimentos procesales y deben ser examinados de oficio por el tribunal al momento de la
presentación de la demanda, en cuyo caso sí es posible que el órgano jurisdiccional analice, ope legis la
falta de personalidad de quien comparecerá como demandado, facultad que se mantiene durante todo el
proceso, ya que es una decisión a la que el órgano puede arribar incluso en la sentencia que ponga fin a la
instancia.
muy cuidadosa de la doctrina que sobre el estudio de este particular se produjo en
España durante la vigencia de la mencionada Ley de Procedimiento. El cambio está
dado por el hecho de que la derogada LEC hablaba de falta de personalidad en el actor
por carecer de las cualidades necesarias para comparecer en juicio, mientras que
nuestra LPCAL habla de falta de personalidad por carecer de la capacidad procesal para
comparecer. Este cambio introduce, como veremos más adelante, una seria perturbación
en el análisis de esta excepción.
En la dirección antes señalada debe diferenciarse entre las personas naturales y las
jurídicas. En el caso de las personas físicas la norma civil sustantiva reconoce capacidad
a todo individuo por el solo hecho del nacimiento (artículo 28.1 del C.C.) y no le crea
ninguna dificultad al derecho procesal la consideración de tal atributo como cualidad del
individuo, pues las personas naturales no carecen de capacidad para ser partes, por lo
que es totalmente natural la falta de control sobre este aspecto en el catálogo de
excepciones dilatorias en nuestra Ley de Procedimiento.
No ocurre lo mismo en el caso de las personas jurídicas colectivas, pues el
reconocimiento de capacidad a esta categoría exige el cumplimiento de los requisitos
que el Código Civil y otras leyes establecen de forma específica. En el caso de las
personas jurídicas no es posible hablar, como regla general, de incapacidades o
restricciones a la capacidad; las personas jurídicas existen y, en consecuencia, son
plenamente capaces, o no existen para el Derecho.
En el otro polo del binomio se encuentra la capacidad procesal, que es el equivalente a
la capacidad de obrar del Derecho Civil, o sea, la aptitud o idoneidad para realizar
eficazmente actos jurídicos y es vista como la posibilidad de poder realizar por sí mismo
y con plena eficacia actos o negocios jurídicos; es a lo que MONTERO llama “capacidad
para impetrar válidamente la tutela judicial.
La capacidad procesal de las personas jurídicas no debería ser objeto de discusión ya
que son creadas para actuar y por ende deben tener la capacidad para poderlo hacer; no
obstante lo anterior y teniendo en cuenta lo que establece el artículo 41 del CC, en el
sentido de que las personas jurídicas, para el ejercicio de sus actividades, tienen la
capacidad que determinen la ley y sus estatutos o reglamentos, no puede desestimarse
el caso, hipotético (ad usum docente), de que en la norma o disposición constitutiva que
crea la persona jurídica no se le reconozca la capacidad para poder actuar ante los
tribunales o ante un tipo de proceso en específico, en cuyo caso sí sería alegable la falta
de capacidad procesal.
2.4.2 Carácter o representación con que se comparece
Esta parte del tríptico que analizamos (personalidad procesal) es la que reviste mayor
complejidad interpretativa de todos los presupuestos estudiados y para su análisis
debemos llamar la atención en el sentido de que se desdobla en dos categorías distintas
pero muy interrelacionadas, que son: El carácter y la representación.
A continuación pasamos a explicar ambos conceptos:
2.4.1.1 Carácter
Los derechos tienen sus titulares, si cambia el sujeto de los derechos o de los deberes,
varía también el tenedor de la facultad de poderlo exigir ante los tribunales. Desde esta
perspectiva, se denomina carácter a la especial condición que debe tener una persona
para poder participar en un proceso determinado, especialmente cuando el derecho que
se reclama proviene de habérselo trasmitido otro al no ser quien comparece su titular
originario.
Según nuestra tradición, este especial status ha sido necesario acreditarlo desde el
mismo momento en que se promueve el asunto, acompañando a la demanda el
documento que lo justifica (artículo 226 de la LPCAL). Esto se puede ver claramente en
el caso de que una persona comparezca en un proceso a ejercer sus derechos como
heredero o legatario o incluso como albacea; tal condición o carácter debe ser acreditado
con el auto de declaratoria de herederos o la copia del testamento. Si esto no se hiciera
podría alegarse la excepción estudiada, ya que no se ha acreditado el carácter por el
cual se comparece.15 Se trata de casos en que el compareciente es persona distinta de
la que ostenta la condición de parte en la relación material y estamos en presencia,
15
El Tribunal Supremo ha dejado sentado este criterio interpretativo en su Sentencia No. 742 de 29 de
junio de 2001, en la que refiriéndose a la cuestión que analizamos, expresaba: Aquí la personalidad se
desdobla en dos: el carácter y la representación, la primera debe estimarse como la especial condición
que debe tener una persona para poder participar en un proceso determinado, generalmente, cuando el
derecho que se reclama proviene de habérselo transmitido otro; el artículo doscientos veintiséis de la Ley
Procesal Civil establece que con la demanda y la contestación se presentarán los documentos
justificativos de la representación y el carácter con que se comparece, lo que indica que esa especial
condición con que identificamos el carácter es necesario acreditarla desde el mismo momento en que se
formule o se conteste la demanda, como resulta ser el caso de una persona que comparece en un
determinado proceso para ejercitar sus derechos como heredero, cuyo carácter debe ser acreditado con el
correspondiente auto o acta de declaración de herederos o copia auténtica del testamento, y si esto no se
cumpliera podría oponerse con éxito, la excepción dilatoria que franquea el inciso dos del artículo
doscientos treinta y tres de la citada ley; se trata, pues, en estos supuestos de que quien comparece es
persona distinta de aquella que ostenta la condición de parte en la relación jurídico material.
como dijera PRIETO CASTRO, de una parte mediata (sujeto de la relación jurídico material)
y de otra parte inmediata (parte formal o ejercitante de la legitimación).
La exigencia antes mencionada no es necesaria en los casos en que se reclaman
derechos propios, o sea, cuando un individuo comparece en reclamo de derechos de los
cuales es titular. Cuando se es parte de la relación jurídico-material no es necesario que
se acredite documentalmente el carácter por el cual lo hace, pues está implícito en su
reclamación, por estar unida la condición de parte en sentido material a la condición de
parte procesal; se trata de los casos que la doctrina denomina de legitimación ordinaria,
lo cual implica, al decir de BARONA VILAR, una afirmación de la titularidad del derecho
subjetivo material y la imputación de la titularidad de la obligación (activa y pasiva).
El estudio del carácter, como categoría procesal integrante de la personalidad, nos obliga
a entrar necesariamente en el análisis de la legitimación, que al decir de CARNELUTTI, es
una institución que se esfuerza por aclarar los principios en que se funda la convergencia
o divergencia entre la acción y el interés, es para el maestro italiano la idoneidad de una
persona para actuar en un proceso debido a su posición y más exactamente, a su interés
con el objeto de la controversia.
Los propósitos de esta publicación no nos permite adentrarnos en un estudio integral de
la legitimación, sino solo esbozar aquellos rasgos esenciales que nos permitan entender
la razón por la cual en el caso de la excepción que estudiamos (carácter) se ha
producido una alteración de la práctica habitual de analizar la legitimación al final del
proceso y se ha introducido un mecanismo de control de un determinado tipo de
legitimación en la propia antesala de la litis.
En este caso el carácter está referido a un tipo especial de legitimación, cuya
especialidad está dada por el hecho de que la falta de legitimación es, en la generalidad
de los casos, una excepción perentoria, pues está relacionada con la existencia o no del
derecho que se reclama; sólo en este caso que la doctrina llama legitimación por
sustitución, es que resulta alegable como excepción dilatoria.
Se denomina extraordinaria o derivada o indirecta, porque como ya se explicó, el
derecho que se reclama ha sido producto de una transmisión, o sea, no se pide un
derecho que es propio, en cuyo caso existiría una legitimación ordinaria, sino que se ha
adquirido dada una determinada cualidad o condición, la cual es necesario demostrar
para que se tenga por acreditado, a los efectos del proceso, el carácter con el que se
comparece.
Este es un tema sobre el cual la doctrina no tiene una posición uniforme, no en balde
GÓMEZ ORBANEJA calificó en su tiempo al concepto de legitimación, como uno de los
más debatidos y, al mismo tiempo, más confusos del Derecho Procesal, mientras que
MONTERO expresaba que se trata de un concepto que resulta más confuso cuanto más
se escribe sobre él.
La Ley Procesal cubana dispone en su artículo 226 que con “la demanda y la
contestación se presentarán los documentos justificativos de la representación y del
carácter con que se comparece”. El correlato de este artículo, en sede de excepciones,
lo recoge el 233.2, que estipula que podrá señalarse “la falta de personalidad de las
partes por carecer de la capacidad procesal para comparecer, o por no tener el carácter
o representación con que se reclama o se demanda, según se trate de actor o
demandado, o por no acreditar debidamente su representación en el proceso”.
Siguiendo a GÓMEZ ORBANEJA, que fue quien más influyó en la moderna doctrina
española sobre la legitimación, debemos ver que la complicación de esta institución
estriba, entre otras cosas, en su utilización tradicional para designar distintas cuestiones.
En una de sus visiones, la más común, la legitimación se ha utilizado para identificar la
facultad o titularidad para realizar una determinada reclamación jurisdiccional; no
obstante, el término se desdobla, por una parte se habla de la legitimatio ad processum y
por otra de la legitimatio ad causam.
La categoría que adquiere relevancia en este análisis es el de legitimatio ad causam, que
en su tiempo fue definida por KISCH como la facultad de llevar, gestionar o conducir un
proceso en virtud de gozar de la disponibilidad del derecho privado que se reclama. Esta
especial vinculación con la titularidad del derecho reclamado la convierte en una cuestión
esencialmente sustantiva que condiciona el ejercicio de la acción, por lo que debe ser
vista, según el profesor alemán, como un presupuesto de la acción y no del proceso.
Dicho en los propios términos de este autor, la legitimación es una cualidad o propiedad
del derecho privado, es una condición para la sustentabilidad o fundamentación material
del derecho (o acción) en la persona del actor y contra el demandado, o, en otros
términos, es uno de los hechos de que depende la resolución favorable al actor(...)La
falta de ella lleva a la repulsa de la demanda (no porque ésta se haya propuesto mal
sino), como materialmente infundada (como infundada en derecho material).
A partir de lo que acabamos de esbozar se desprende claramente que dicha categoría
está estrechamente vinculada al fondo del asunto controvertido y en consecuencia es
una cuestión que sólo puede ser valorada por el tribunal al momento de dictar el fallo,
por la decisiva influencia que tiene en la estimación o desestimación de lo pedido. El
problema se presenta precisamente en que la tradición legislativa española y
consecuentemente la cubana, introdujeron la valoración in limine litis de determinado tipo
de legitimación, lo cual produjo un trastorno en el análisis de este instituto, del cual se
libró España a partir de la promulgación de su nueva LEC/2000, pero que en nuestro
país mantiene trascendencia doctrinal y práctica.
No se trata de la falta o indebida representación que puede tener una persona que
comparece en virtud de un mandato otorgado voluntariamente por el titular de la relación
jurídica material o la del abogado que conduce el proceso, a lo cual alude la última parte
de la excepción estudiada. Se trata de la representación que debe tener quien figura
como parte en el proceso, en su condición de Director de una empresa, Presidente de
una compañía (representación necesaria) o padre con patria potestad (representación
legal), las relacionadas con los aspectos que estudiamos cuando analizamos el tema de
la capacidad para ser parte y la capacidad procesal.
Como puede observarse, en el supuesto del carácter, se discutía que el derecho a
reclamar había sido transmitido, pero la parte que comparece en el proceso solicita para
sí el mismo, mientras que en el supuesto de la representación que ahora analizamos,
como su nombre lo indica, el derecho que se reclama tiene un titular a favor del cual se
actúa. Lo que identifica a ambos supuestos, que motiva su inclusión en una misma
excepción, es que dicha condición debe ser acreditada documentalmente desde el inicio
de la demanda, según la exigencia del artículo 226 de la LPCAL.
17
En la confección de la demanda la doctrina se detiene en lo relativo a la determinación del objeto del
proceso y en tal sentido se señala la existencia de dos teorías, denominadas de la sustanciación y de la
individualización. Ambas están vinculadas al ejercicio de la acción, de tal suerte que quien la formula no
está obligado a probar el derecho que alega, pues rige el principio iura novit curia, pero sí tiene la carga de
brindar los fundamentos jurídicos y de hecho en los que apoya su pretensión. La teoría de la sustanciación
parte de considerar que el demandante está obligado a fundamentar su pretensión en los hechos en los
que basa su reclamo, mientras que la teoría de la individualización sostiene la necesidad de concretar la
relación jurídica de donde nace el derecho que se pide para que la demanda esté bien fundamentada e
identificada. Estas teorías, sobre las que volveremos más adelante cuando tratemos el tema de la
litispendencia, no revisten en el análisis del defecto legal una trascendencia que amerite su estudio en el
caso de nuestra Ley de Procedimiento y los usos del foro en Cuba. CORTÉS DOMINGUEZ, V con V. GIMENO
SENDRA y V. MORENO CATENA, Derecho Procesal Civil, Editorial Tirant lo Blanch, Valencia, 1995, p. 122
demanda que adolezca del defecto, en correspondencia con lo dispuesto en el artículo
112. El hecho de que el tribunal pueda conceder un plazo al proponente para que
subsane el error y en caso de que no lo haga, repeler la promoción, coloca a estas
exigencias en la categoría de los impedimentos procesales y como tal debían estar
recogidos en el articulado de la Ley que estamos estudiando y no ubicados fuera de
contexto, como están actualmente.
El otro catálogo de cuestiones que pueden ser consideradas como requisitos de la
demanda son los que tienen que ver con los documentos que deben acompañarse a la
misma, entre los que se identifican dos categorías de documentos, de una parte los
procesales y de la otra los materiales.
Dentro de los primeros están los encaminados a acreditar el cumplimiento de los
presupuestos necesarios para la válida constitución de la relación jurídico procesal. El
control de estos documentos, por estar referidos a la capacidad, el carácter, la
representación, etc., tienen su fórmula propia de control jurisdiccional, ya que su no
presentación implica la apreciación de la falta de personalidad recién estudiada.
Dentro de los documentos materiales se encuentran los encaminados a fundar el
derecho que se alega y que nuestra Ley exige sean acompañados al escrito de demanda
(artículo 226). En España la consideración sobre si la ausencia de estos documentos era
un defecto legal en el modo de proponer la demanda se inclinó en sentido negativo,
estimando esto como una carga que pesaba sobre el demandante, cuya falta no era
posible controlar por esta vía in limine litis.
18
Se lamentaba RAMOS MÉNDEZ de la ausencia en la LEC de un mecanismo procesal eficaz que permitiera
denunciar la acumulación improcedente de pedimentos en una misma demanda e indicaba que los
tribunales recurrían a los mecanismos de control de la competencia y de otros presupuestos procesales
para indirectamente garantizar que no se produjeran acumulaciones indebidas. Vid. RAMOS MÉNDEZ, F.,
op. cit., p. 461
proceso varios pedimentos, lo que es conocido en la doctrina y el derecho positivo como
acumulación de acciones19 o acumulación de pretensiones.
Nuestra Ley introdujo esta excepción usando el término de acumulación de
pretensiones, refiriéndose concretamente a la posibilidad que brinda la LPCAL en los
artículos 79 y siguientes, de acumular y ejercitar en un mismo proceso dos o más
pretensiones que se tengan, lo cual se verifica en virtud de una concreción del principio
de economía procesal, pues se trata de evitar la reiteración de procesos de los que
puedan derivarse resoluciones que resulten contradictorias entre sí.
Los artículos 78 y 79 de la LPCAL establecen los requisitos que deben darse para que
tenga lugar la acumulación, los que pudiéramos sistematizar, siguiendo a GIMENO
SENDRA, de la manera siguiente:
19
Si se parte de la concepción de la acción como una categoría abstracta no es posible hablar de
acumulación de acciones, solo pudiera hacerse si la acción es vista como una categoría concreta
vinculada a la naturaleza del derecho que se reclama. En España, los artículos 153 y siguientes de la
derogada LEC denominaban a esta institución como acumulación de acciones; lo cual se mantiene en la
nueva LEC/2000 (artículo 71 y ss). No obstante el uso de dicho término, muchos autores, al tratar el tema,
lo identifican como acumulación de pretensiones. Vid. ORTELLS RAMOS, M; con MONTERO AROCA, J, et al;
Derecho Jurisdicciona, tomo Il, op. cit., pp. 98-107 y FALCÓN, E., Elementos de Derecho Procesal Civil,
tomo I, Editorial Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1986, p. 167
acumulada (artículo 79.2 de la LPCAL). Esto hace que los tribunales provinciales
resuelvan pretensiones que correspondan al municipio, si al unirse con otras, una
de ellas es de competencia provincial.
2. Competencia por razón de la cuantía: cuando se acumulan pretensiones en que el
monto de lo reclamado exceda de mil pesos, el asunto pasará a ser competencia
del tribunal provincial. En su virtud los tribunales provinciales conocen de
pretensiones acumuladas cuya competencia originaria por cada una de ellas
correspondería a los tribunales municipales, pero que al unirse rebasan el marco
de competencia por razón de la cuantía, conferida a estos tribunales de primera
instancia.(Artículo 80 de la LPCAL).
20
FALCÓN hace una distinción entre lo que él llama dos tipos de litispendencia, una por identidad y la otra
por conexidad. La litispendencia por identidad es cuando dos procesos son absolutamente iguales en
cuanto a las tres identidades, teniendo en cuenta que tanto el actor como el demandado deben guardar, en
el segundo proceso, sus mismas situaciones. Por otra parte, existe litispendencia por conexidad cuando no
coincide alguno de los tres elementos (sujeto, objeto o causa), pero la sentencia que se debiera dar en un
proceso pudiera hacer cosa juzgada en el otro. En el estudio que hacemos de las identidades quedan
inmersas ambas formas de ver la litispendencia. FALCÓN, E., op. cit., tomo II; p. 46
21
El artículo 352 de la LPCAL exige que para que la presunción de cosa juzgada surta efectos en otro
proceso es necesario que entre el caso resuelto por la sentencia y aquel en que esta es invocada,
concurra la más perfecta identidad entre las cosas, las causas, las personas litigantes y la cualidad con
que lo fueron.
referida a aquellos casos del vínculo erga omnes que producen las sentencias en que se
resuelven pretensiones relativas al estado civil de las personas y en las referentes a la
validez o nulidad de las disposiciones testamentarias. En estos casos debe estimarse la
identidad subjetiva siempre, pues el contenido de lo que se litiga producirá efectos contra
todos. (v.g. el supuesto de que se ventilen dos procesos en que se reclame la paternidad
de un menor; hay que apreciar la identidad exigida, a pesar de tratarse de personas
distintas, pues el fallo que se obtenga en uno de estos litigios produce efectos reflejos
sobre todos). La razón de esta excepción a la clásica identidad subjetiva hay que
buscarlo, tal y como nos llama la atención GÓMEZ ORBANEJA, en la naturaleza especial
del objeto litigioso o en el interés público afectado por la resolución.
24
Llama la atención MONTERO que cuando es la propia Ley la que establece los casos en que
obligatoriamente debe darse la vinculación subjetiva, base del litisconsorcio, no resultan fácil de encontrar
dichos supuestos. Una situación que la doctrina española coloca como ejemplo típico es el de las
obligaciones indivisibles, en cuyo caso el acreedor, por imperio de la ley, está obligado a proceder contra
todos los deudores; este ejemplo no es de aplicación a nuestro Derecho, pues el CC establece que para el
caso de las obligaciones indivisibles se aplicará, en lo pertinente, lo dispuesto en relación con las
obligaciones solidarias, o sea, que no es obligatorio demandar a todos (artículo 247 CC). El otro ejemplo
que nos brinda MONTERO sí tiene un exacto correlato en nuestra LPCAL y es la obligación impuesta en las
tercerías de demandar tanto al ejecutante como al ejecutado (artículo 522 LPCAL). MONTERO AROCA, J., et
al., Derecho Jurisdiccional, tomo II, op. cit., pp. 58-59.
de ejecución de la sentencia, sino en la inescindibilidad de ciertas relaciones jurídico
materiales respecto de las cuales, independientemente de cual haya de ser el contenido
de la sentencia estimatoria o desestimatoria de la pretensión, aparece de modo previo la
exigencia de que las afirmaciones en que se resuelve la legitimación han de hacerse
frente a varias personas.
25
V. g.: Cuando el fiscal promueva la acción de nulidad de matrimonio que establece el artículo 46 del CF
debe demandar a ambos cónyuges; cuando se pretenda la nulidad de un negocio jurídico debe
demandarse a todas las personas que formaron parte del acto; cuando se pretenda declarar ineficaz un
testamento debe demandarse a todos los que han sido declarados herederos; en los procesos
concernientes al estado civil y capacidad de las personas, por mandato del artículo 47 de la LPCAL, el
fiscal es parte obligatoria, por lo que debe ser demandado; en los casos de copropiedad, herencia,
sociedad, la demanda debe dirigirse contra todos los titulares de la relación (copropietarios, coherederos,
consocios, etc.,); en los casos en que se reclama contra los cónyuges como cotitulares en la comunidad
matrimonial de bienes; En los supuestos de obligaciones mancomunadas en los que hay que demandar a
cada uno de los deudores.
Dentro de los casos de litisconsorcio necesario impropio podemos mencionar, entre
otros, los siguientes:
En los casos en que se ejercite la acción de reconocimiento del matrimonio no
formalizado que regula el artículo 18 del CF debe demandarse a los hijos, toda
vez que una sentencia estimatoria de la acción de reconocimiento incide
directamente en sus derechos hereditarios.
En los casos de las obligaciones indivisibles (artículo 247 del CC) y las
obligaciones solidarias (artículo248 del CC).26
28
ALMAGRO hace una distinción de la excepción de cosa juzgada partiendo de los efectos negativos y
positivos de esta institución. Sostiene ALMAGRO que cuando se interpone la excepción de cosa juzgada en
virtud de su efecto negativo, para tratar de evitar el inicio de un nuevo proceso en que estén presentes las
identidades que exige la Ley, la excepción tiene una naturaleza procesal; mientras que si es interpuesta en
virtud de su efecto positivo, para tratar de hacer valer en el nuevo proceso lo ya alcanzado en el anterior,
pero sin el propósito de evitar el nuevo pleito, es que se puede considerar que la excepción tiene una
naturaleza perentoria. ALMAGRO NOSETE, J. et al., op. cit., p. 383. Consideramos que este razonamiento de
ALMAGRO es desacertado, pues no puede ser considerada como excepción una formulación del
demandado que no tenga el propósito de impedir, extinguir o excluir el efecto de la pretensión, tal como se
explicará cuando estudiemos las excepciones perentorias. En el caso que ALMAGRO pone de ejemplo,
partiendo del efecto positivo de la cosa juzgada, lo que persigue el demandado es lograr que la pretensión
que se debate en el nuevo proceso no se salga del marco que ha sido trazado en un juicio precedente, en
el cual se obtuvo un fallo que delimitó para el futuro el ámbito del debate, pero no pretende eliminar el
efecto de la acción ejercitada.
esta conclusión el órgano jurisdiccional debe realizar un examen de las identidades
estudiadas y pronunciarse sobre su existencia, como presupuesto necesario para que
pueda ser acogida esta excepción. Esta valoración conlleva una decisión que penetra al
fondo de la controversia, produciendo una sentencia que a su vez goza del efecto de la
cosa juzgada e irradia hacia el futuro. Con no poca frecuencia se presentan asuntos en
que las partes no tienen suficientemente claro si el efecto de la cosa juzgada de una
sentencia les alcanza, por no tratarse de casos en que la identidad se manifieste de
forma diáfana y promueven un nuevo proceso que obliga al tribunal a realizar un análisis
detallado de los requisitos que exige el artículo 352 de la LPCAL y pronunciarse al
respecto; resolución que conlleva una decisión de fondo que incide definitivamente de
forma clarificadora en las relaciones que hasta ese momento podían presentarse como
cuestionables, ante la supuesta falta de claridad del alcance de la cosa juzgada.
El carácter material de la cosa juzgada no le priva de la utilidad que tiene que pueda ser
valorada de forma previa, pues a diferencia del resto de las excepciones perentorias, su
naturaleza especial posibilita su verificación in limine litis y evitar todo un desarrollo
procesal que conspira contra el principio de economía que debe caracterizar a la
administración de justicia.
Bibliografía:
I. Fuentes doctrinales: