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1.

Jesús no rechazó el Antiguo Testamento de los judíos, pero lo llevo de vuelta a su


esencia: ama a Dios y ama a tu prójimo; y enfatiza aquí y en otras partes que nuestras
vidas deberían ser una sola, para que la gente pudiera leer nuestros principios en
nuestras acciones; eso es más importante que instruir a la gente en la ley de Dios. Es
más difícil vivir un sermón que predicar una docena. La realización de la antigua
religión sería una persona, Jesucristo. La ley es buena solo porque nos lleva a Cristo.
Jesús enseña con palabras y acciones, diciendo y haciendo.
Su ejemplo de vida es nuestra guía y nuestro estímulo. Hay un lazo entre lo que
decimos y lo que hacemos, y cuando este lazo es fuerte, somos fuertes en el reino de
Dios. Tenemos que “caminar mientras hablamos”. Estamos llamados a la sinceridad
y la integridad de vida.
Meditación del Papa Francisco
Integración: Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por
el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin embargo, no deroga la Ley de Moisés,
sino que la lleva a plenitud, declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente
de la ley del talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del sábado
que desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no la
condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que estaban ya preparados
para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés.
Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la montaña abriendo
nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La
lógica del amor que no se basa en el miedo sino en la libertad, en la caridad, en el
sano celo y en el deseo salvífico de Dios, Nuestro Salvador, “que quiere que todos
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. “Misericordia quiero y no
sacrificio”» (Homilía de S.S. Francisco, 15 de febrero de 2015)

3. La relación entre el Antiguo Testamento y la novedad traída por Jesús, fue uno de
los puntos más importantes que el Evangelio tuvo que enfrentar. Acá Jesús insiste en
la continuidad entre la Ley y Él mismo. Si bien al afirmar que Él está conduciendo
la Ley a su perfección, está reivindicando para Él poderes especiales, poderes
divinos. Esta es la real diferencia: Jesús es Dios mismo. La perfección que Jesús le
entrega a la Ley está en el espíritu y no en las observaciones: la Ley está realizada
por el amor, el cual llega a ser el mandamiento más grande de todos. Y en el espíritu
de la libertad, la libertad de los niños de Dios. Yo me pregunto cuál es mi manera de
cumplir la Ley y de enseñarla a otros, y le pido al Padre su perdón. También le pido
que me dé el espíritu del amor universal, y la libertad filial.

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