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Pensamientos de Sócrates opuestos a los nuevos estoicos y epicúreos

Sentiments de Socrate opposés aux nouveaux stoiciens et épicureens.


LEIBNIZ. Sämtliche Schriften und Briefe. Akademie Verlag, 1999. pp. 1384-
1388

Hay dos sectas de naturalistas que están en boga hoy día, y que tienen
su fuente en la antigüedad1: unos han renovado los pensamientos de los
epicúreos, los otros son, efectivamente, estoicos. Los primeros creen que toda
sustancia, incluso el alma, aun Dios mismo, es corpórea, es decir, consta de
una materia o masa extensa. De ahí se sigue que no podría haber un Dios
omnipotente y omnisciente, porque, ¿cómo podría un cuerpo actuar sobre
todo, sin padecer por parte de todo2 y corromperse? Esto lo reconoció bien un
tal Vorstius, que negaba a su Dios todos estos grandes atributos que los otros
hombres ordinariamente conceden al suyo. Algunos creyeron que el sol –que a
juzgar por los sentidos es, sin disputa, la más poderosa de todas las cosas
visibles– era Dios; pero ellos no sabían que las estrellas fijas son otros tantos
soles, y que, en consecuencia, uno solo de ellos no podría verlo todo y hacerlo
todo. Todo cuerpo es grosero; si es grande puede ser afectado de muchas
maneras, y si es pequeño es débil; o si posee una gran fuerza, no obstante su
pequeñez (como la pólvora), se destruye al actuar. Por esta razón, un cuerpo
no podría ser Dios. Incluso Epicuro en el pasado, y Hobbes en la actualidad,
quienes sostienen que todo es corpóreo, han dado bastantes muestras de que, a
su juicio, no existe la providencia.
La secta de los nuevos estoicos cree que hay sustancias incorpóreas; las
almas humanas no son cuerpos; Dios es el alma, o si se quiere, la fuerza
originaria del mundo; se puede considerar que Dios es la causa de la misma
materia, pero hay una necesidad ciega que lo determina a actuar; por eso, él
será para el mundo lo que el resorte y el peso es para el reloj. Dicen también
que existe una necesidad maquinal en las cosas, y que éstas actúan por el
poder de Dios, pero no por una elección razonable de este Dios, ya que,

1
Los nuevos epicúreos son los materialistas, que niegan incluso la espiritualidad del alma
(Hobbes); los nuevos estoicos son los que identifican a Dios con el mundo, y establecen
una necesidad absoluta que destruye la libertad y la finalidad (Spinoza). Rasgos comunes a
estas dos sectas son el mecanicismo (la idea de que todo sucede por causas naturales) y la
consiguiente negación de las causas finales. Con la negación de la finalidad también se
asocia el voluntarismo, según el cual no hay criterios absolutos de la verdad, el bien y la
justicia, sino que todo esto depende del arbitrio divino (Hobbes y Descartes).
2
No hay acción sin reacción; siempre que en cuerpo actúa sobre otro, padece también por
parte de éste.
propiamente hablando, Dios no tiene ni entendimiento ni voluntad, que son
atributos humanos. Creen que todas las cosas posibles suceden una después de
otra, siguiendo todas las variaciones de las que la materia es capaz. Según
ellos, no hace falta buscar las causas finales; no se está seguro de la
inmortalidad del alma ni de la vida futura. No hay justicia ni bondad con
respecto a Dios; es su determinación lo que constituye la justicia y, por ende,
no actuaría contra la justicia si hiciera a los inocentes siempre miserables. Por
eso, estos señores no admiten sino una providencia de nombre. En cuanto a la
práctica y conducta de nuestra vida, todo vuelve al pensamiento de los
epicúreos, es decir, que no hay otra felicidad que la tranquilidad de una vida
resignada aquí abajo aceptándola tal como ella se encuentre, puesto que es una
locura oponerse al torrente de las cosas y no conformarse con lo que es
inmutable. Si ellos supieran que todas las cosas están ordenadas al bien
general y al bien particular de los que saben servirse de ellas, no identificarían
la felicidad con la simple paciencia. Yo sé que sus expresiones difieren mucho
de algunas de las que acabo de señalar; pero cuando se ha penetrado en el
fondo de su pensamiento, se estará de acuerdo con lo que he dicho. Este es,
efectivamente, el pensamiento de Spinoza, y hay muchas personas para
quienes Descartes parece ser de la misma opinión. Es cierto que Descartes se
hace muy sospechoso al rechazar la investigación de las causas finales y
sostener que no hay justicia ni bondad, ni siquiera verdad, sino porque Dios lo
ha determinado así de una manera absoluta, y también cuando menciona
(aunque sea de paso) que todas las variaciones posibles de la materia suceden
unas después de otras.
Si estas dos sectas de los epicúreos y los estoicos son peligrosas para la
piedad, la de Sócrates y Platón, que –según creo– viene en parte de Pitágoras,
es tanto más conveniente para ella. Sólo hace falta leer el admirable Diálogo
de Platón sobre la inmortalidad del alma, para observar allí pensamientos que
son del todo opuestos a los de los nuevos estoicos. Sócrates habla el mismo
día de su muerte, un poco antes de recibir la copa fatal. Sócrates destierra la
tristeza de los espíritus de sus amigos por la impresión que les causan sus
maravillosos argumentos; parece como si él no abandonara esta vida sino para
ir a gozar de otra vida dichosa preparada para las almas preciosas. “Yo
supongo –dice él– que cuando parta encontraré hombres mejores que los de
aquí; pero al menos estoy seguro de que iré al encuentro de los dioses”.
Sócrates sostiene que las causas finales son las principales en la física y que es
necesario buscarlas para dar razón de las cosas. Y parece como si ridiculizara
a nuestros físicos modernos, cuando ridiculiza a Anaxágoras3. Vale la pena
escuchar lo que dice de él:
“Yo escuché un día que alguien leía un libro de Anaxágoras, que decía
que un ser inteligente era la causa de todas las cosas, y que las había dispuesto
y ordenado. Esto me gustó muchísimo, porque yo creía que, si el mundo era el
efecto de una inteligencia, todo estaría hecho de la manera más perfecta que
hubiera sido posible. Por eso creía que quien quisiera dar razón de por qué las
cosas se engendran o perecen, o subsisten, debería investigar lo que sería
conveniente a la perfección de cada cosa. Así, el hombre sólo tendría que
considerar en sí y en las demás cosas lo que sería mejor y más perfecto, pues
quien conoce lo más perfecto, por ahí juzgará fácilmente lo que es imperfecto,
porque no hay más que una misma ciencia de lo uno y de lo otro.
Considerando todo esto, yo me alegraba de haber encontrado a un
maestro que pudiera enseñar las razones de las cosas; por ejemplo, si la tierra
era más bien redonda que plana y por qué ha sido mejor que ella fuera así que
de otro modo. Además, esperaba que, al determinar si la tierra está en el
centro del universo o no, él me explicaría por qué esto ha sido lo más
conveniente, y que me diría otro tanto del sol y la luna, de las estrellas y sus
movimientos. Y que en fin, después de haber mostrado lo que sería
conveniente a cada cosa en particular, me enseñaría lo que sería mejor en
general. Lleno de esta esperanza, tomé y leí los libros de Anaxágoras con gran
diligencia, pero me encontré muy alejado de mi propósito, pues me sorprendí
al ver que no se servía de esta Inteligencia rectora que había establecido antes,
que ya no hablaba del orden y la perfección de las cosas, y que introducía
ciertas materias etéreas poco verosímiles. En esto hacía como si alguien,
habiendo dicho que Sócrates hace las cosas con inteligencia, viniera después a
explicar las causas de sus acciones en particular y dijera que él está sentado así
porque tiene un cuerpo compuesto de huesos, carne y nervios, que los huesos
son sólidos, pero tienen ligamentos y articulaciones, que los nervios pueden
estar tensos o relajados, que por eso el cuerpo es flexible y por eso, en fin, yo
estoy sentado. O si, queriendo dar razón de este presente discurso, recurriera
al aire, a los órganos de la voz y del sonido, y cosas semejantes, olvidando,
entretanto, las verdaderas causas, a saber: que los atenienses han creído que
sería mejor condenarme que absolverme, y que yo creí que haría mejor con
quedarme aquí sentado que huir. Porque sin esto, a fe mía que hace mucho
tiempo estos nervios y estos huesos estarían entre los de Beocia y Megara, si
3
En esta crítica a Anaxágoras, Leibniz le aplaude a Sócrates, no la negación de las leyes
mecánicas, si no el considerar que éstas no bastan para dar razón de las todas cosas, y el
haber subordinado estas leyes a las causas finales y a los criterios de perfección
reconocidos por la Divinidad.
yo no hubiera hallado más justo y más honesto para mí sufrir el castigo que la
patria me quiere imponer, que vivir vagabundo y exiliado en otro parte. Por
eso, no es nada razonable llamar causas a estos huesos, a estos nervios y sus
movimientos. Es verdad que quien dijera que yo no podría hacer todo esto sin
huesos y sin nervios, tendría razón. Pero una cosa es la verdadera causa, y otra
muy distinta lo que no es más que una condición sin la cual la causa no podría
ser causa. Las personas que sólo dicen, por ejemplo, que el movimientos de
los cuerpos circundantes sostiene la tierra allí donde ella está, olvidan que el
poder divino dispone todo de la manera más bella, y no comprenden que es el
bien y la belleza lo que une, forma y sostiene el mundo”4. Es lo que enseña
Sócrates; lo que sigue en Platón sobre las ideas o formas, no es menos
excelente, pero es un poco más difícil.

4
PLATÓN. Fedón o del alma, 63 b-c.

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