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Reparto: Chantal Aimée, Pere Arquillué, Guillem Balart, Pablo Carretero, Anna
Castells, Adrian Grösser, David Olivares, Tomás Pérez, Víctor Pi, Robert Plugaru,
Clara de Ramon, Albert Ribalta, Marc Rodríguez y Elena Tarrats.
Información
Teatro Valle-Inclán
Efectivamente, Jerusalem es una obra grande. Grande por su planteamiento, por sus
referencias, por sus aspiraciones y por la manera en que pretende crear una crítica de
una sociedad contemporánea que se debate entre un consumismo que acaba
fagocitándose a sí mismo y una libertad brutal que está abocada a la autodestrucción.
Grande por sus referencias, sobre todo las monumentales de William Blake y de
Shakespeare, y por las aspiraciones a lo mitológico, a la vindicación, en estos días del
Brexit, de la gloria de Albion, de Inglaterra (ojo, Inglaterra, y no Gran Bretaña). Con un
nacionalismo radical y legendario y visceral, el título de la obra recurre al himno que da
nombre a la obra, cuya letra está entresacada del proemio del Milton de Blake, himno no
oficial pero sí abiertamente popular de Inglaterra (ojo, Inglaterra, y no Gran Bretaña) y
que incluso presidió la boda del príncipe William de Cambridge con Kathy Middleton.
En este himno se narra lo que sería la segunda venida de Cristo, y en donde Cristo
apoya su pie es precisamente en Inglaterra, señalándola como lugar para una Nueva
Jerusalén. Además, el crudo nacionalismo de esta obra hunde sus raíces en el pasado
más olvidado, expresado en la enseña que blande el protagonista, Johnny Byron, “El
Gallo”, en lo alto de su caravana-vivienda: el viejo blasón de Inglaterra (ojo, Inglaterra,
y no Gran Bretaña), el rojo estandarte del amarillo Dragón de Wesex, del siglo XI,
anterior a la cruz de San Jorge e incluso anterior al emblema de los tres leones
rampantes de Guillermo el Normando. Es decir, antes de antes de la historia, cuando
solo existían en la sajona Inglaterra la tierra, las rocas y los gigantes. Pero Jerusalem es
además una metáfora de la agonía ese nacionalismo ya que la acción transcurre el 23 de
abril, día de San Jorge y la fiesta nacional de Inglaterra; día de un renacimiento que se
espera y que se sabe es imposible, tras superarse la línea que nos separa del caos y de la
catástrofe, ahogados por la burocracia y la mediocridad del bienestar social.
Está claro que Johan Byron “El Gallo”, su protagonista, es una mezcla del gigante
Albión del libro profético de Blake Jerusalem, con el recurrente personaje
shakesperiano de Falstaff, presente en el Enrique IV y protagonista de las Alegres
comadres de Windsor. Del primero, Johnny Byron toma su grandeza primigenia, el
poder fecundador, su carácter divino así como su relación con su emanación la joven
Jerusalén, al mismo tiempo muchacha y ciudad, igual que Albión es al mismo tiempo
hombre y nación; relación que en la obra de teatro se traduce en el ambiguo suceso que
Byron tiene con la desaparecida Phaedra, la adolescente Reina de Mayo de Flintock, y
que acabará siendo el origen de su némesis. De Sir John Falstaff toma el carácter
canalla, delincuente, exuberante, borrachín, tragón de todo tipo de sustancias, y
mercader ilícito de cualquier cosa robada, rodeado siempre de una caterva de jóvenes
cuasidelincuentes.
Por otra parte, Jerusalem propone una lectura fantástica, que nace de la hipérbole y la
exageración de Byron y de Ginger hablando sobre su amigo, para pasar de ahí a la
fanfarronería más exacerbada y a la glorificación de la mentira. Poco a poco, nos
instalamos en un mundo en que lo feérico es posible y Byron ha hablado con gigantes
de 30 metros y puede demostrarlo. El final de la obra, nos abisma justo al momento en
que ambos mundos confluyen.
Resumen
Un cuento punk con danzas Morris y reinas de mayo, y drogas y versos y risas y cantos,
que contiene la energía necesaria para mover una montaña y luego despega, ligera,
ingrávida, como la última nota que desafina un borracho atravesando la noche. Y
también es, como suelen serlo las grandes obras, misteriosa, escurridiza e inalcanzable.
Como un truco de magia, como un hada que desaparece en medio del bosque. El bosque
frondoso, exuberante y mágico de Inglaterra. El paisaje mítico, ancestral, de los bosques
de Inglaterra. El bosque de Sherwood. El bosque de Arden. Todos los bosques. El sitio
donde se pierden las almas antes de volverse a encontrar. Jerusalem es el bosque y el
bosque es “el Gallo”. Johnny Byron “el Gallo”. El antihéroe romántico. El “prota” de la
fiesta. Un astro sol. Un borracho. Un pirata loco. Un ogro, un visionario, un camello
detestable. Un gitano chulo y alocado inventándose el mundo desde una caravana. Una
vez y otra. El puto flautista de Hamelín pasado de vuelta. Y William Blake y Jez
Butterworth y Sir John Falstaff. Un troll okupa, un insumiso, un monarca.
Julio Manrique
Equipo artístico
Reparto: Chantal Aimée, Pere Arquillué, Guillem Balart, Pablo Carretero, Anna
Castells, Adrian Grösser, David Olivares, Tomás Pérez, Víctor Pi, Robert Plugaru,
Clara de Ramon, Albert Ribalta, Marc Rodríguez y Elena Tarrats.
Equipo artístico: Jez Butterworth (Texto), Cristina Genebat (Traducción), Julio
Manrique (Dirección), Alejandro Andújar (Escenografía), Jaume Ventura
(Iluminación), María Armengol (Vestuario), Damien Bazin (Espacio sonoro), Francesc
Isern (Audiovisuales), Núria Llunell (Caracterización), Natalie Labiano (Movimiento),
Carles Pedragosa (Asesoramiento musical), Xavi Ricart (Ayudante de dirección), Sergi
Corbera (Ayudante de escenografía) y Marta Pell (Ayudante de vestuario y confección).
Teatro Valle-Inclán