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Prácticas de crianza contemporáneas ¿subjetivantes?

Por. Raquel Ribeiro.


La crianza como espacio y tiempo de subjetivación
La subjetivación es la posibilidad de que un individuo biológico se conforme como sujeto que se sostienen deseando algo en la vida,
pudiendo así darle sentido y vivirla de maneras singulares. Las prácticas de crianza son subjetivantesporque en ellas, el recién nacido
establece relaciones afectivas con quienes lo cuidan, que le posibilitan con el tiempo, conformarse como un yo, entendido como el “sí-
mismo” de una persona que lo diferencia de otras.[1] En su artículo “Introducción del Narcisismo” (1914), Freud planteó que el deseo de
sus padres hacia el bebé les permitirá imaginar como humano a ese individuo biológico, depositando expectativas en él y otorgándole un
lugar en la familia como ser sexuado. Al nombrarlo, mirarlo y responder a sus necesidades, le transmitirán y lo insertarán en la
cadena humana significante (cultura), inaugurando así la posibilidad de que se despliegue como sujeto en un mundo simbólico.
Esta perspectiva freudiana del proceso de subjetivación, sugiere que al principio se dará una relación de completud con el otro que le
proporcionará una imagen corporal, permitiéndole reconocerse como parte de la especie humana. Esta acción psíquica llamada por Freud
identificación primaria, es un proceso psicológico mediante el cual el bebé asimila un aspecto, propiedad o atributo de otro y se transforma
sobre el modelo de éste, por lo que puede decirse que la identificación es la operación en virtud de la cual se constituye el sujeto humano.[2]
Posteriormente se modificará la relación, cuando el otro le demuestre que además de desearlo a él, desea a otros; lo que le permitirá quebrar
la fantasía de completud y asumirse como un ser con carencias. Tal carencia lo llevará a desear lo que le falta, orillándolo a entrar en
contacto con la realidad externa, de tal manera que como sujeto deseante pueda desplazarse en la cadena significante cultural. Esto puede
verse en el paradigmático juego del Fort/Da analizado por Freud en su escrito “Más allá del principio del placer” (1920: 14-17). Se trataba
de un niño de año y medio, quien lejos de llorar cuando su madre se ausentaba por horas, jugaba a arrojar lejos de sí ciertos juguetes para
luego aparecerlos, mientras pronunciaba Se fue/Aquí está. Ello evidenciaba ciertos logros culturales del niño como su renuncia pulsional
de admitir sin protestas la partida de la madre; su capacidad de procesar psíquicamente la situación al recrearla en el juego y manejarla a
su antojo (jugando incluso a que él era quien desaparecía ante su madre); así como su posibilidad de nombrar la experiencia vivida. Ese
juego significante dio lugar a un sujeto en falta, deseante, creador y lingüístico.
Con este aumento en la importancia de la realidad exterior en el psiquismo, se instituirán funciones como la atención, el registro, la memoria,
el pensar (no inconciente) y el juicio, lo cual permitirá que la descarga motriz se mude en acción, tal como lo explica Freud en
“Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico” (1911). Viene al caso profundizar en la función del enjuiciar, la cual –según
la desarrolla Freud en “La Negación” (1925)- se trata de atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa, y admitir o impugnar la existencia
de una representación en la realidad. Para ello son necesarios dos referentes que permitan al pensar volver a hacer presente algo que una
vez fue percibido, reproduciéndolo en la representación sin necesidad de que el objeto siga estando afuera. A partir de aquí se construyen
las oposiciones entre afuera-adentro y sujetivo-objetivo, y entonces el juzgar puede poner fin a la dilación que significa el pensar y conduce
al infante a actuar. De manera que el juicio, al permitirle establecer sus relaciones con el mundo y con los otros, traza el camino para que
pueda darle significación a su vida y asumir un lugar en el mundo.
En este sentido, tenderá a reprimir aquellos deseos y acciones no permitidos culturalmente; debido a ello, las antiguas investiduras
libidinales hacia sus padres, serán sustituidas por una identificación secundaria con ellos[3], lo que formará el núcleo de un ideal del yo,
con el cual medirá su yo actual para actuar en concordancia. A este ideal del yo, que comenzó a formarse por la influencia crítica de los
padres, se le sumarán con el tiempo, la identificación con los educadores, los prójimos, la opinión pública y la crítica de la sociedad; por lo
que diríamos que se trata del ideal común de una familia, de un estamento, de una nación (Freud, 1914: 96-98). Sin embargo, lo reprimido
retornará en la cotidianidad de su vida manifestándose en sueños, lapsus, síntomas, actos fallidos, mostrando justamente en esos actos al
ser que las porta: un ser sexuado, neurótico, en falta, en síntesis, un ser humano.[4]
El contexto de la crianza contemporánea.
Ahora bien, las prácticas de crianza subjetivan de determinada manera, según las condiciones de posibilidad que brinda su cultura. Durante
la sociedad disciplinaria, por ejemplo, la finalidad de la crianza era educar a los niños para hacer de ellos sujetos razonables, morales y
disciplinados que se insertaran dócilmente a una sociedad del trabajo[5]. Siguiendo esta idea, cabría pensar que la crianza contemporánea
subjetivaría de una manera particular. Sin embargo, una mirada analítica al contexto en que acontecen las prácticas actuales, me permitirá
poner a discusión las dificultades de subjetivación que conllevan.
A inicios del siglo XXI, vivimos en un sistema de libre mercado, que según sus ideólogos, está autorregulado por fuerzas anónimas de
oferta y demanda, por lo que en los individuos ya no tiene cabida el juicio personal ni la responsabilidad ética para guiar sus decisiones
financieras ni de ningún tipo. En efecto, tal como argumentaban Adam Smith y Frederik Hayek[6], el libre mercado funcionaría mejor
cuanto menos pensaran sus integrantes, porque establecer juicios perturbaría el estado de ánimo de los humanos tornándolos infelices y
ello desordenaría al sistema. Por eso, más que establecer juicios, los individuos alcanzarían la felicidad si actuaran guiados por una ley del
menor esfuerzo que los conduciría a responder a los estímulos emitidos por el sistema.
De ahí que hoy en día enjuiciar es considerado un acto de locos, desviados de la norma, como lo muestra Casanova (1990: 136-137) en su
crítica a los manuales diagnósticos psiquiátricos, los cuales en su afán de clasificar toda desviación mental, consideran que sólo sería normal
aquel que nunca pensara. En contraparte, el sistema pretende otorgarnos la felicidad mediante un control farmacológico que impida pensar
en un su penar a aquellos a quienes le son dados y a aquellos que los dan. Tal es el caso de la pastilla Motivare y los recientes experimentos
sobre reprogramación biotecnológica de nuestros cerebros. [7]
Este sistema, que pretende insertar a los humanos en él como piezas de engranaje para no obstaculizar la libre circulación de las mercancías,
sosteniéndose en el control científico de la vida y de la cultura, ha sido llamado Biopolítico por Michael Foucault[8]. Según el autor, este
biopoder o poder sobre la vida, se originó en los siglos XV y XVI, ligado a la incipiente ciencia moderna que por entonces aumentó la
producción agrícola, la abundancia monetaria y por ende, la expansión demográfica. Como consecuencia, surgió una discusión política
acerca del fundamento del Estado, imponiéndose –con el paso del tiempo- la idea de que éste no se fundamenta en reglas trascendentales
(Dios, ideales filosóficos o morales) ni en representaciones jurídicas (territorio, soberanía) sino por la población que lo integra y la
racionalidad para administrarla. Este pasaje del Estado de Justicia al Estado Administrativo, que consideró a la población como el fin e
instrumento del gobierno, dio inicio a una sociedad controlada por dispositivos de seguridad, la que a partir del siglo XVIII tomó a su cargo
la vida de los hombres como meros cuerpos vivientes. (Foucault,1977-1978).
Ello fue posible, en parte, porque la ciencia favoreció el desarrollo de biosaberes -disciplinas como la pedagogía y fisiología-, que desde el
siglo XVII estudiaban el cuerpo como máquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el crecimiento
paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económicos. A partir del siglo XVIII, ciencias como
la demografía y estadística, centraron sus estudios en el cuerpo-especie como soporte de los procesos biológicos de la población,
permitiendo al Estado administrar los nacimientos, la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad. (Foucault, Tomo
I,1976: 168-169).
Esa gran tecnología (biológica e individualizante), permitió al biopoder invadir la vida enteramente, con técnicas diversas para administrar
los cuerpos y controlar las poblaciones, posibilitando al capitalismo la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción, un
ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos, un ajuste entre la acumulación de los hombres y la del capital, la
articulación entre el crecimiento de los grupos humanos y la expansión de las fuerzas productivas, así como la repartición diferenciada de
las ganancias (Foucault, 1976:171).
Tal proyecto médico-político, organizó la administración de la población en torno a la norma, que le permitió medir, jerarquizar y distribuir
lo viviente en un dominio de valor y de utilidad[9]. Actualmente, la biopolítica está desarrollando velozmente tecnologías que al traducirse
en productos diseminados en la vida cotidiana, facilitan la proliferación de controles políticos que invaden los cuerpos, la salud, las maneras
de alimentarse, alojarse, las condiciones de vida y el espacio entero de la existencia “por el bien de la humanidad”. Como ejemplo tenemos
la venta en México del maíz Mon863 (alterado genéticamente), que según se argumenta es para enfrentar la creciente demanda de alimentos;
ocultando las posibles enfermedades que ocasionaría a los consumidores y la mayor dependencia alimentaria que genera en los países
pobres.[10]
La biotecnología es una muestra de cómo la ciencia está alterando como nunca antes, la simple vida de los seres vivos. En efecto, este
biosaber contemporáneo está estudiando a detalle la estructura humana, animal y vegetal, a fin de transformarla y controlarla, como puede
verse en los experimentos de clonación de animales, implantes de células humanas en animales[11] o alimentos genéticamente modificados.
En Gran Bretaña, por ejemplo, el 2% de los recién nacidos son fecundados in Vitro, y pronto podrá elegirse de antemano el sexo de los
“bebés de diseño”[12]. De tal manera que la vida humana, antes sólo creada a partir de relaciones sexuales, ahora es fabricada por la ciencia
en laboratorios que manipulan y hacen crecer células con máquinas, reactivos y en ocasiones, “una madre de alquiler”. Dicha manipulación
biológica se extiende a lo largo de toda la crianza, a través de estudios, análisis y tratamientos médicos, así como implantes y operaciones
a las que se ven sometidos los niños.
Tales avances biotecnológicos están permitiendo poner en marcha un proyecto de control global de la humanidad, mediante el fichaje
electrónico de la vida biológica de los cuerpos (su ADN, huellas digitales, retina y tatuaje subcutáneo). Un ejemplo cercano nos lo
proporciona el gobierno del DF que ha
instituido un documento de identidad para los niños, el cual contendrá una muestra de su ADN.[13] Según el filósofo italiano Giorgio
Agamben[14] (1999:88), al inscribir, clasificar e identificar a los seres humanos sólo como cuerpos biológicos sin palabra, el Estado ya no
los considera como ciudadanos con vida política. Al nulificar su actual status jurídico-político y otorgarles únicamente un status biopolítico,
intenta reducirlos a simples cuerpos biológicos que pueden ser controlados, transformados, utilizados, eliminados y fabricados de acuerdo
a las necesidades del sistema. Cuerpos biológicos que respondan a los estímulos de la oferta/demanda del mercado, es decir: que coman
sus mercancías, vistan sus marcas, hablen de banalidades, olviden su historia, y compren y vendan noche y día, bajo el argumento que esa
es la verdadera y única forma de vivir. Con lo cual van despojándolos de sus relaciones sociales, sus deseos, su palabra, su humanidad.
Durante milenios el ser humano fue un animal viviente con capacidad de una existencia política (zoon politikon). Esta concepción se
modificó en el momento en que la especie humana entró en el juego de las estrategias políticas y éstas se propusieron controlar los cuerpos
políticos (zoon politikon) y deseantes (sujetos en falta) a fin de reducirlos a meros cuerpos biológicos, que lejos de ejercer la capacidad de
juicio, se limitaran a obedecer órdenes. Como puede verse, en la biopolítica se trata de poner en acción un movimiento justamente inverso
al de subjetivación, entendida como la posibilidad de que un individuo biológico se conforme como sujeto deseante que asume un lugar en
la polis. Siendo el biopoder el lazo social actualmente predominante, cabría preguntar si aún es posible la experiencia de subjetivación en
la crianza.
La crianza actual ¿es subjetivante?
La crianza implica relaciones interhumanas donde se entrelazan afectos, identificaciones e interrogantes sobre cómo ser padres, cómo ser
hijos, cómo criar. Padres e hijos, al dirigirse mutuamente éstas y otras interrogantes humanas, van desplegando un diálogo compuesto de
lapsus, trastabilleos y errores humanos, en el que van realizando su ser, en el sentido de que pueden concluir (“deducir una verdad de otras
que se admiten”)[15] sobre sí mismos y sobre los otros, tomando como referentes de su juicio tanto los discursos y acciones de esos otros,
como la red significante de su cultura (valores, leyes, símbolos, historia) que dicta los hábitos, creencias y formas de crianza.
En este proceso en que van transformando sus valores, discursos, afectos, relaciones e identificaciones, van inscribiendo psíquicamente la
experiencia y resignificando sus formas de criar, dando por resultado verdades singulares enlazadas a la cultura, que conforman la
subjetividad de cada uno. Por eso, podría decirse que las prácticas de crianza se compondrían de subjetividades en constante subjetivación.
Pero este proceso singular va a contrapelo del orden unificado requerido por el sistema biopolítico, por lo cual, éste trata de romper las
relaciones interhumanas, imponiendo en su lugar al conocimiento científico como el único poseedor de la verdad sobre la correcta crianza
y por ende, orillando a los padres a comprar ese saber.
En efecto, la ciencia está buscando sustituir el error humano por la precisión de las máquinas, a fin de encontrar la solución definitiva a los
interrogantes humanos (Sladogna, 2004). Tenemos como ejemplo las revistas dedicadas a la crianza, que a través de sus “consultorios” de
sexología, ginecología, derecho y psicología aclaran las dudas de sus lectores; también en los títulos de sus artículos se nota esta tendencia
a resolver científicamente cualquier pregunta que pueda perturbar a los padres como: “Cuál es la mejor posición para dormir a mi bebé”,
“Cómo hacer que mi hijo coopere en casa”, “20 consejos para un buen parto”, “Se cayó ¿qué debes hacer?”[16]
La ciencia pretende que no se cuestione la imposición de su visión del mundo (como la única posible para comprender y vivir la vida), a
través de un proceso de deshistorización que impida comparar lo actual con lo pasado, limitando a aceptar como verdad “lo único que hay”.
En lo que respecta a la crianza, este proceso comenzó desde el siglo XIX, cuando los biosaberes como la medicina y la pedagogía
expropiaron a las comunidades (madres de familia, comadronas y médicos rurales) los saberes sobre puericultura y educación que se
dispensaban en forma de un arte de la vida. Al convertirlos en monopolio exclusivo de las instituciones y sus especialista (pediatras,
médicos y educadores), pudieron imponerlos a las comunidades y familias en forma enajenada (extraños a ellos) como reglas de
vida (Manonni, 1973: 47-48).
Como consecuencia de todo lo anterior, puede verse que en la actual crianza cientifizada y mercantilizada, entre padres e hijos median cada
vez más libros, revistas, folletos, ginecólogos, pediatras, educadores, reglamentos, instructivos, mercancías, instituciones, enfermeras,
artefactos y máquinas, que controlan la relación intersubjetiva dictando cómo pensar, decir, hacer, sentir y relacionarse en la crianza. Este
control se desliza sutilmente, por ejemplo, en una nota del paquete de pañales Huggies ultraconfort® que dice “Premiar a tu bebé cuando
tenga un logro con un abrazo o un beso es de buenos mexicanos”; de manera que la transnacional brinda identidad territorial a los
consumidores de la marca y les propone actuar como moralmente “buenos” en base al premio y al castigo, es decir, respondiendo ante
estímulos sin necesidad de pensar.
Al ocupar la certeza de la ciencia un lugar central en el orden simbólico, los padres dudan de la verdad que comportan sus saberes afectivos;
y lejos de plantearse preguntas, tienden a obedecer las órdenes científicas. Este fenómeno, que el filósofo francés Doufour (1996: 150-151)
ha nombrado “psicosis frías”, se debe a la pérdida de referencias en el universo simbólico de nuestras sociedades democráticas. Tenemos
entonces que el lenguaje de la crianza va reduciéndose a un sistema de signos científicos preestablecidos, que ya no propicia relaciones
afectivas ni dialógicas. En un mundo en el que todo comienza a quedar así de ordenado y desimbolizado, la capacidad de juicio va perdiendo
su valor porque perturba (trastorna el orden y quietud de algo o de alguien). Haré más tangible esta situación mostrando un artefacto actual
de crianza llamado “Why Cry”, que permite a los padres identificar las causas del llanto del bebé. La máquina se anuncia en
internet[17] bajo el título “Ya no tiene que desesperarse”, de donde extraje un fragmento de texto:
Marnie, la madre, dice que si la niña llora por una o dos horas, puede que sean gases, o quizás -que está hambrienta, o simplemente una
mala noche y espera que la siguiente no sea igual. Pero no hay manera de saber. ¡No obstante parece que ahora si se puede! Los creadores
de un aparato llamado "why cry" que en español se traduciría "por qué el llanto" Aseguran que éste puede analizar el llanto de un bebé
con un 95% de confiabilidad. Según sus inventores, un estudio en 100 bebes demostró que sin importar raza o sexo, todos tenían la misma
serie de diferentes llantos para pedir ayuda, al igual que las distintas categorías de gemidos. Este aparato le ofrece a los padres cinco
razones por las que su bebé esta llorando: si tiene hambre o sueño, si esta aburrido, molesto o estresado.
Tiempo atrás, las madres resolvían el llanto de su hijo con la experiencia de cambiarle el pañal, ofrecerle comida, hacerlo dormir y otras
prácticas cotidianas de sentido común como darle cariño. Pero el “Why Cry” pone en duda esta experiencia argumentando que no logra dar
con la solución verdadera. En su lugar, propone a la madre guiarse por la confiabilidad que brinda la máquina (científicamente comprobada
mediante un experimento en 100 bebés), la cual es capaz de clasificar las únicas cinco razones de llanto. La confiabilidad que esta máquina
le promete a Marnie, hace que muchas madres que leen el anuncio duden de su propio sentido común como una guía para moverse en la
relación de crianza, y por eso mismo, las seducen con la invitación a comprar el aparato, con el cual también compran un modelo de cómo
ser “madre científica”: aquella que debe tener la certeza inmediata de lo que sucede a su hijo, la que piensa en términos de explicar y
predecir y se vuelve una extensión de la máquina.
El extremoso ejemplo anterior, me permite decir que los padres de hoy difícilmente pueden concluir qué es ser padre desde su propia
experiencia, la cual les permitiría establecer un juicio sobre sí mismos en relación al hijo. Esto se debe no sólo a que su tiempo para
reflexionar se va reduciendo a medida que crece su tiempo controlado por el biopoder, sino también a que al comprar artefactos y mercancías
(que incluyen identidad, imagen, acción y narrativa de cómo ser padres), se comportan con sus hijos como lo han visto y como les han
aconsejado. Estamos entonces en presencia de relaciones de crianza normativizadas y por tanto, simuladas, en el sentido de imitar lo que
no se es. De esta manera, el sistema biopolítico obstaculiza a los padres concluir una verdad singular sobre sí mismos, imponiéndoles por
el contrario, una conclusión entendida como “convencer a alguien con la razón (científica diríamos), de modo que no tenga qué responder
ni replicar”[18].
Los padres usuarios de “Why Cry” difícilmente podrán dar sentido a las sensaciones displacenteras y placenteras que su bebé siente y no
puede significar, dado que es la máquina quien lo dictamina. Según la propuesta freudiana, sería justamente la capacidad paterna de nombrar
los estados de ánimo del bebé, lo que permitiría insertar a su hijo en la cadena significante, posibilitándole subjetivarse (Freud,1914).
Siguiendo con esta reflexión psicoanalítica, diríamos también que esta relación dialógica con sus padres permitiría al hijo tomar de ellos
algunas percepciones privilegiadas como restos mnémicos de palabras, ópticos y percepción del cuerpo del otro, que darían lugar a la
identificación primaria (Freud,1923:22-23). Pero cuando “Why Cry” se entromete entre padres e hijos, altera esta experiencia subjetivante
porque los padres pierden la capacidad de entenderse con el niño y decirle algo.
Hasta aquí he tratado de argumentar cómo las actuales prácticas de crianza cientifizadas y mercantilizadas van diluyendo poco a poco la
relación interhumana y por ello, están dificultando el proceso de subjetivación. De incrementarse en el futuro tal situación, la crianza se
convertiría en un espacio privilegiado para la biopolítica, en la que podría realizar su ideal de constreñir a los seres humanos a ser sólo seres
biológicos que respondan a estímulos, haciendo a un lado la posibilidad de que vivan una vida conforme a su deseo.

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