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Mínima

PARA UN PROGRAMA
DE HISTORIA INTELECTUAL

y otros ensayos

por
Carlos Altamirano
Índice

Siglo veintiuno editores Argentina s. a.


TUCUMÁN 1621 7º N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA

Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.


CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D. F.

Presentación 9

1. Ideas para un programa de historia intelectual 13


Altamirano, Carlos
Para un programa de historia intelectual y otros ensayos -
1ª ed. - Buenos Aires : Siglo XXI Editores Argentina, 2005. 2. Introducción al Facundo 25
136 p. ; 19x14 cm. (Mínima)
ISBN 987-1220-27-8 3. Intelectuales y pueblo 63
1. Ensayo Argentino I. Título
CDD A864.
4. José Luis Romero y la idea de la Argentina aluvial 77

5. América Latina en espejos argentinos 105

Portada: Peter Tjebbes

© 2005, Siglo XXI Editores Argentina S. A.

ISBN 987-1220-27-8

Impreso en Artes Gráficas Delsur


Alte. Solier 2450, Avellaneda
en el mes de octubre de 2005

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina – Made in Argentina
Presentación

He reunido aquí cinco ensayos de historia intelectual ar-


gentina. Como lo advertía Roger Chartier en un trabajo que
tiene ya sus años, proponerse cuestiones de definición en el
terreno de la historia intelectual es entrar en dificultades. “A
las certezas lexicales de las otras historias (económica, social,
política) la historia intelectual opone una doble incertidum-
bre del vocabulario que la designa: cada historiografía nacio-
nal posee su propia conceptualización, y en cada una de ellas
diferentes nociones, apenas diferenciables unas de otras, en-
tran en competencia”. No era seguro tampoco, continuaba
Chartier, que detrás de esas diferencias de lenguaje teórico hu-
biera un mismo objeto de conocimiento, si bien era posible
reconocer como elemento común un vasto e impreciso domi-
nio, que abarcaba el conjunto de las formas de pensamiento.1
Me parece que fue Hilda Sabato quien empleó por prime-
ra vez entre nosotros ––con el sentido aludido –– este término,
en un artículo publicado en el número 28 de la revista Punto
de vista: “La historia intelectual y sus límites”. Examinaba allí el

1 Roger Chartier, “Intellectual History or Sociocultural History”, en Domi-


nick LaCapra y Steven Kaplan (eds.), Modern European Intellectual History, It-
haca, Cornell University Press, 1982, pp. 13 y 15.
10 Carlos Altamirano Presentación 11

debate que por entonces removía este campo, donde se regis- curso, producidos de acuerdo con cierto lenguaje y fijados en
traba desde la segunda mitad de la década de 1970 una gran diferentes tipos de soportes materiales. Dentro de los varios
renovación. Además de Metahistoria, de Hayden White, y La horizontes teóricos que conoce hoy la historia intelectual, lo
gran matanza de gatos, de Robert Darnton, en el centro de ese que tienen en común sus distintas versiones es la conciencia
debate se hallaba el volumen de ensayos que en 1982 habían de la importancia del lenguaje para el examen y la compren-
compilado Dominick LaCapra y Steven Kaplan con el objeto sión histórica de las significaciones. De ahí que se asocie la ac-
de mostrar las nuevas perspectivas teóricas y los desarrollos de tivación de este campo de estudios con el llamado “giro lin-
la investigación en la historia intelectual. El volumen, que lle- güístico” de las disciplinas del mundo social.
vaba por título Modern European Intellectual History, se abría con No creo que el objeto de la historia intelectual sea resta-
el trabajo de Roger Chartier que citamos antes y tenía para sus blecer la marcha de ideas imperturbables a través del tiempo.
compiladores el carácter de un manifiesto, no porque “ofre- Por el contrario, debe seguirlas y analizarlas en los conflictos
ciera un mensaje o un programa compartido, sino porque des- y los debates, en las perturbaciones y los cambios de sentido
cubría un conjunto de cuestiones y preocupaciones comu- que les hace sufrir su paso por la historia. Las ideas, envueltas
nes”.2 La compilación de LaCapra y Kaplan dejaba ver no sólo como están en las contingencias de las pasiones y los intereses,
la diversidad de planteos, estudios y orientaciones que podían se alteran, y, como ha escrito Jean Starobinski: “se hacen más
reagruparse bajo el signo de la historia intelectual, sino el eco sutiles o se exaltan, se hacen obedientes o se vuelven locas, y
y la reelaboración del pensamiento francés postestructuralista sobre todo, ya contaminadas por ideas extranjeras, ya retoma-
en los departamentos de humanidades del universo académi- das por nuevos teorizadores, ya adaptadas a las circunstancias
co norteamericano. Michel Foucault y Jacques Derrida eran por los hombres de acción, conforman la historia y son ense-
los más citados y sólo Freud iba a la par. guida deformadas por ella”.3 Una perspectiva pragmática no es
Entiendo que el término “historia intelectual” indica un pues menos necesaria que la buena filología en este terreno.
campo de estudios, más que una disciplina o una subdiscipli- Por último, dos palabras sobre los ensayos incluidos en es-
na. Aunque inscribe su labor dentro de la historiografía, su te volumen. Salvo el último, que es inédito, los demás han co-
ubicación está en el límite de ese territorio, y a veces (por los nocido una versión anterior, ya publicada.4 Éstos fueron revi-
materiales que trabaja, por el modo en que los interroga o por
las facetas que explora en ellos) cruza el límite y se mezcla con
otras disciplinas. Su asunto es el pensamiento, mejor dicho el
3 Jean Starobinski, Montesquieu, México, FCE, 1989, pp. 22-23.
trabajo del pensamiento en el seno de experiencias históricas. 4 Referencias: los artículos “Ideas para un programa de historia intelectual”
Ese pensamiento, sin embargo, únicamente nos es accesible y “José Luis Romero y la idea de la Argentina aluvial” fueron publicados por
en las superficies que llamamos discursos, como hechos de dis- primera vez en Prismas. Revista de historia intelectual, nº 3 (1999) y nº 5 (2001),
respectivamente. La Introducción al Facundo pertenece a la edición que la
editorial Espasa Calpe hizo de la obra de Sarmiento en 1993; “Intelectuales
y pueblo” formó parte del volumen colectivo La Argentina en el siglo XX, Bue-
2 Dominick LaCapra y Steven Kaplan, Prefacio a Modern European…, cit., p. 7. nos Aires, Ariel, 1999.
12 Carlos Altamirano

sados y corregidos. Respecto de la concepción que los orien-


ta, no voy a repetir lo que digo en el primero de ellos. Como 1
se verá, trato en cada caso de ubicar las significaciones anali- Ideas para un programa de historia
zadas en contextos más amplios, pues ellas no se producen ni
circulan en el vacío social. La introducción al Facundo retoma intelectual
el texto que escribí en 1994 para una edición popular de esta
obra. En su primera versión, como en la actual corregida y al-
go ampliada, he buscado mostrar que la inserción del texto de
Sarmiento en la historia no implica la renuncia a su lectura in-
terna. El tercer ensayo y el quinto exploran algunos tópicos de
la cultura intelectual argentina: argumentos y relatos (mi- Es sabido que la historia intelectual se practica de muchos
croargumentos y microrrelatos, frecuentemente) donde se en- modos y que no hay, dentro de su ámbito, un lenguaje teórico
tretejen elementos del entendimiento y la sensibilidad, de la o maneras de proceder que funcionen como modelos obliga-
percepción y lo imaginario. El dedicado a José Luis Romero dos ni para analizar sus objetos, ni para interpretarlos ––ni aun
ofrece una interpretación de los trabajos que el historiador para definir, sin referencia a una problemática, a qué objetos
consagró a la Argentina, situándolos en relación con la ensa- conceder primacía––. Desde este punto de vista, el cuadro no
yística sobre el carácter nacional. es muy diferente del que se observa hoy en el conjunto de la
práctica historiográfica y, más en general, en el conjunto de dis-
ciplinas que hasta ayer designábamos como ciencias del hom-
bre, donde reina también la dispersión teórica y la pluralización
de los criterios para recortar los objetos. Más aun: puede de-
cirse que la diseminación y el apogeo que conoce en la actuali-
dad la historia intelectual no están desconectados de la erosión
que ha experimentado la idea de un saber privilegiado, es de-
cir, de un sector del conocimiento que obre como fundamen-
to para un discurso científico unitario del mundo humano.
Se puede juzgar que este estado de cosas es provisional y
confiar en que el futuro traerá un nuevo ordenamiento; o se
lo puede celebrar, resaltando las posibilidades que crea la
emancipación de todo criterio de jerarquía entre los saberes.
Decir, por ejemplo, como dice el historiador Bronislaw Bacz-
ko, que el tiempo de las ortodoxias está caduco y que eso abre,
“por suerte”, una nueva época, “la época de las herejías ecléc-
14 Carlos Altamirano Ideas para un programa de historia intelectual 15

ticas”.1 Pero, se lo celebre o se lo imagine sólo como un esta- La historia política experimenta desde hace ya unos años
do interino que está en busca de un paradigma o de una nue- un verdadero renacimiento, dentro del cual hay un interés re-
va síntesis, el hecho que no puede ignorarse es esa pluralidad novado no sólo por las elites políticas, sino también por las eli-
de enfoques teóricos, recortes temáticos y estrategias de inves- tes intelectuales. Refiriéndose a ese renacimiento de la histo-
tigación que animan hoy la vida de las disciplinas relativas al ria política, Jean-François Sirinelli ha escrito que su riqueza
mundo histórico y social, entre ellas la historia intelectual. descansa en la “vocación por analizar comportamientos colec-
El reconocimiento de este paisaje más proliferante que es- tivos diversos, desde el voto a los movimientos de opinión, y
tructurado es el punto de partida de nuestra presentación. por exhumar, con fines explicativos, todo el zócalo: ideas, cul-
Destinada a alegar, es decir, a citar y traer a favor de un pro- turas, mentalidades”.4 Es en el marco de esa vocación globali-
pósito, como prueba o defensa, algunos hechos, argumentos zante donde, de acuerdo con el mismo Sirinelli, hallaría su lu-
y ejemplos, no tiene otra pretensión que la de esbozar un pro- gar una historia de los intelectuales. Pero el estudio histórico
grama posible de trabajo que comunique la historia política, de éstos, de sus figuras modernas y de sus “ancestros”, se ha
la historia de las elites culturales y el análisis histórico de la “li- desarrollado también por otra vía, la de la sociología de la cul-
teratura de ideas”, ese espacio discursivo en que coexisten los tura, sobre todo con el impulso de la obra de Pierre Bourdieu
diversos miembros de la familia que Marc Angenot denomina y sus discípulos.
géneros “doxológicos y persuasivos”.2 Como postulado gene- Tanto del nuevo impulso de la historia política como de los
ral, no hallo mejor base para un programa así que esta afirma- instrumentos de la sociología de las elites culturales debería
ción de Paul Ricoeur: “Si la vida social no tiene una estructu- beneficiarse una historia intelectual que no quiera ser histo-
ra simbólica, no es posible comprender cómo vivimos, cómo ria puramente intrínseca de las obras y los procesos ideológi-
hacemos cosas y proyectamos esas actividades en ideas, no hay cos, ni se contente con referencias sinópticas e impresionistas
manera de comprender cómo la realidad pueda llegar a ser a la sociedad y la vida política. Ahora bien, como ha escrito
una idea ni cómo la vida real pueda producir ilusiones…”. El Dominick LaCapra, “la historia intelectual no debería verse
propio Ricoeur refuerza después su afirmación con otra, a la como mera función de la historia social”. Ella privilegia cierta
que da forma de pregunta: “¿Cómo pueden los hombres vivir clase de hechos ––en primer término los hechos de discurso––
estos conflictos ––sobre el trabajo, sobre la propiedad, sobre porque éstos dan acceso a un desciframiento de la historia que
el dinero, etc.–– si no poseen ya sistemas simbólicos que los no se obtiene por otros medios y proporcionan sobre el pasa-
ayuden a interpretar los conflictos?”.3 do puntos de observación irremplazables.
En el caso del programa que trato de acotar, los textos son
ya ellos mismos objetos de frontera, es decir, textos que están
1 Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991,
p. 25.
2 Marc Angenot, La parole pamphletaire, París, Payot, 1982. 4Jean-François Sirinelli, Intellectuels et passions françaises, París, Fayard, 1990,
3 Paul Ricoeur, Ideología y utopía, Buenos Aires, Gedisa, 1991, p. 51. p. 13.
16 Carlos Altamirano Ideas para un programa de historia intelectual 17

en el linde de varios intereses y de varias disciplinas: la histo- es decir, por sobre todo aquello que ofrece resistencia a las
ria política, la historia de las ideas, la historia de las elites y la operaciones clásicas de la exégesis y el comentario. Si aun el
historia de la literatura. El contorno general de ese dominio menos literario de los textos ha sido objeto del trabajo de su
en el ámbito del discurso intelectual hispanoamericano ha si- puesta en forma, si no hay obra de pensamiento, por consa-
do trazado muchas veces, y basta citar algunos de sus títulos grada que esté a un discurso demostrativo, que escape a la
clásicos para identificarlo rápidamente: el Facundo, de Sar- mezcla y, así, a las significaciones imaginarias, ¿cómo olvidar
miento; “Nuestra América”, de Martí; el Ariel, de Rodó; la Evo- todo esto al tratar con los escritos que suelen ordenarse bajo
lución política del pueblo mexicano, de Justo Sierra; los Siete ensa- el título de pensamiento latinoamericano?
yos de interpretación de la realidad peruana, de Mariátegui; Esteban Echeverría, el pensador y poeta con cuyo nombre
Radiografía de la pampa, de Martínez Estrada; El laberinto de la se asocia el comienzo del americanismo intelectual y literario
soledad, de Octavio Paz. en el Río de la Plata, nos proporciona la posibilidad de ilus-
En su Índice crítico de la literatura hispanoamericana, Alberto trar rápidamente este punto. Es frecuente que Echeverría se
Zum Felde colocó esa zona bajo la enseña de un género ––el refiera a la realidad americana mediante imágenes que evo-
ensayo–– y el volumen que le consagró lleva por subtítulo “Los can lo corporal. En 1838, en el texto que rebautizará después
ensayistas”. No creo, sin embargo, que todos los escritos que como Dogma Socialista, enuncia una de las fórmulas más cita-
se sitúan en ese sector fronterizo puedan, a la vez, agruparse das de su americanismo: “Pediremos luces a la inteligencia eu-
como exponentes o variantes del ensayo, por elástica que sea ropea, pero con ciertas condiciones. […] tendremos siempre
la noción de este género literario. Nadie dudaría, por ejem- un ojo clavado en el progreso de las naciones, y otro en las en-
plo, en situar los discursos de Simón Bolívar en esa zona de trañas de nuestra sociedad”.5 Algunos años más tarde, en la
linde. Pero ¿qué ventaja crítica extraeríamos llamando “ensa- Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata, la
yos” a textos que identificamos mejor como proclamas y ma- imagen orgánica se repite: “Nuestro mundo de observación
nifiestos políticos? Sería preferible hablar de “literatura de está aquí ––escribe––, lo palpamos, lo sentimos palpitar, pode-
ideas”. mos observarlo, estudiar su organismo y sus condiciones de vi-
Se acostumbra también a registrar ese conjunto de tipos da” (p. 195).
textuales bajo el término “pensamiento”, lo que se correspon- Esta imaginería, entendida sólo como un modo de hablar,
de, sin duda, con el hecho de que tenemos que vérnosla con dio lugar a una primera y básica interpretación/paráfrasis del
textos en que se discurre, se argumenta, se polemiza. En efec- americanismo echeverriano: por un lado las “luces”: el saber,
to, ¿cómo considerar sino como objetivaciones o documentos la ciencia europeos; por el otro, la realidad local: nuestras cos-
del pensamiento latinoamericano ––al menos del pensamien-
to de nuestras elites–– textos como los mencionados? Sin em-
bargo, cuando se define de este modo el ámbito de pertenen- 5Esteban Echeverría, Dogma Socialista, Obras escogidas, Caracas, Biblioteca
cia de esos escritos, lo regular es que se los aborde pasando Ayacucho, 1991, pp. 253-254. Todas las citas de Echeverría remiten a esta
por sobre su forma (su retórica, sus metáforas, sus ficciones), edición.
18 Carlos Altamirano Ideas para un programa de historia intelectual 19

tumbres, nuestras necesidades. El encuentro, o la síntesis, de ras, lo que a sus ojos es la verdad social y política del orden ro-
esos dos factores resume el programa de una elite moderni- sista. El “foco de la federación estaba en el Matadero” (p. 139),
zante que cree descubrir en el historicismo las claves para sa- escribe al concluir el relato. El foco, es decir, el centro, el nú-
lir del laberinto en que se extravió la generación anterior, la cleo, las entrañas, en otras palabras, de la federación rosista.
generación de la revolución y la independencia. Puede aña- Podríamos agregar, entonces, que aquello que el autor del
dirse aun que la equiparación de la sociedad con un cuerpo, Dogma Socialista define como las “entrañas”, y que se compro-
y con un cuerpo visto como campo de estudio, se inspiraba en mete a escrutar, no se asocia únicamente con lo desconocido,
un modelo de conocimiento cuyo nacimiento era todavía re- aunque próximo, sino también con lo que es hostil.
ciente: el de la clínica científica moderna. Habría que probar, sin duda, la consistencia de esta inter-
Pero si la palabra “entraña” evoca el cuerpo, no lo evoca pretación relacionándola con el resto de la obra ideológica y
como paradigma de unidad y proporción, según una vieja re- literaria de Echeverría. Si el propósito que guía la interpreta-
presentación de la armonía social, sino como materia viva y ción es un propósito de conocimiento hay que precaverse, co-
como cavidad. Se trata de un cuerpo que envuelve un interior: mo enseña Jean Starobinski, de la seducción del discurso más
el mundo oscuro, aunque palpitante, de las vísceras. Lo que o menos inventivo y libre, que se alimenta ocasionalmente de
hay que aprehender nos lleva hacia ese interior (a “las entra- la lectura. Ese discurso “sin lazos tiende a convertirse a sí mis-
ñas de nuestra sociedad”), es aquello que hay que “desentra- mo en literatura, y el objeto del que habla sólo interesa como
ñar”. Desentrañar es sacar las entrañas, pero también llegar a pretexto, como cita incidente”.6
conocer el significado recóndito de algo. Ese organismo que Pero no creo que haya que ceder a la crítica literaria esa
era la sociedad americana, al que se podía palpar y al que se zona de frontera que es la “literatura de ideas” para admitir
sentía palpitar, encerraba, pues, un secreto que debía ser des- que ésta no anuda sólo conceptos y raciocinios, sino también
cifrado. elementos de la imaginación y la sensibilidad. Por cierto, pres-
Ahora bien, si volvemos al enunciado en que Echeverría tar atención a los rasgos ficcionales de un texto, así como a la
resumió su programa americanista, ¿cómo pasar por alto ese retórica de sus imágenes, solicita los conocimientos y, sobre
lenguaje en que lo próximo, lo que está aquí ––las costumbres todo, el tipo de disposición que se cultiva en la crítica litera-
y las tradiciones propias––, aparece figurado en términos de ria. Los textos de la “literatura de ideas”, sin embargo, no po-
un núcleo vivo, pero oculto? Lo más inmediato es mediato, drían tampoco ser reducidos a esos elementos, como si el pen-
podríamos decir, o sea, está mediado por una envoltura exter- samiento que los anima fuera un asunto sin interés, demasiado
na, mientras lo lejano, lo mediato ––las “luces de la inteligen- trivial o demasiado monótono, es decir, demasiado vulgar pa-
cia europea”–– parece darse sin mediaciones. Más aún: ¿cómo ra hacerlo objeto de una consideración distinguida. Dicho bre-
sustraerse al encadenamiento de sentido que va de las “entra-
ñas” de la sociedad a El matadero? En este relato Echeverría nos
ofrece, con el espectáculo de un mundo brutal y primitivo de 6 Jean Starobinski, “El texto y el intérprete”, J. Le Goff y P. Nora, Hacer la his-
matarifes, carniceros y achuradoras que se disputan las vísce- toria. II. Nuevos enfoques, Barcelona, Laia, 1979, p. 179.
20 Carlos Altamirano Ideas para un programa de historia intelectual 21

vemente: una interpretación que privilegiara sólo las propie- códigos culturales de un grupo o un conjunto de grupos so-
dades más reconocidamente literarias no sería menos unilate- ciales, en un momento dado”).7
ral que aquella que las ignorara. Se trate de escritos de combate o de escritos de doctrina,
Pero, veamos, ¿qué es lo que podemos consignar, dentro durante el siglo XIX todos ellos se ordenan en torno de la po-
de nuestra historia intelectual, en ese linde que llamamos “li- lítica y la vida pública, que fueron durante los primeros cien
teratura de ideas”? Desde los textos de intervención directa en años de existencia independiente los activadores de la litera-
el conflicto político o social de su tiempo a las expresiones de tura de ideas en nuestros países. Un ensayista argentino, H. A.
esa forma más libre y resistente a la clasificación que es el en- Murena, escribió que hay en América Latina una gran tradi-
sayo, pasando por las obras de propensión sistemática o doc- ción literaria que, pradójicamente, es no literaria. “Es la tradi-
trinaria. Lo común a todas las formas del discurso “doxológi- ción de subordinar el arte de escribir al arte de la política.”8
co” es que la palabra se enuncia desde una posición de verdad, Durante esa centuria, nuestra literatura estuvo, agrega Mure-
no importa cuánta ficción alojen las líneas de los textos. Pue- na, “fascinada por la Gorgona de la política”. Se podría obser-
de tratarse de una verdad política o moral, de una verdad que var que hay en estas definiciones de Murena la nostalgia de
reclame la autoridad en una doctrina, de la ciencia o los títu- otra tradición, la nostalgia de aquello que nuestros países no
los de la intuición más o menos profética. Los primeros de en- fueron o no tuvieron, falta que ha sido un tópico del ensayo
tre esos escritos ––proclamas, como las de Simón Bolívar, o latinoamericano. De todos modos, el hecho es que nuestras
panfletos, como la “Carta a los españoles”, del jesuita Juan Pa- elites, no sólo las elites políticas y militares, sino también las eli-
blo Viscardo–– parecen indisociables de la acción política. Son tes intelectuales (nuestros “letrados”, nuestros “pensadores”),
llamados a obrar y se diría que ellos mismos son actos políti- tuvieron que afrontar el problema fundamental y clásico de
cos. Sin embargo, para esclarecer el sentido intelectual de los construir un orden político que ejerciera una dominación
escritos (o los sentidos, si se quiere) no basta con remitirlos al efectiva y duradera.
campo de la acción o, como suele decirse, a su contexto. Po- Esquematizando al máximo podría decirse que esa preo-
nerlos en conexión con su “exterior”, con sus condiciones cupación por la construcción de un orden político, preocupa-
pragmáticas, contribuye, sin dudas, a su comprensión, pero ción dominante en la reflexión intelectual latinoamericana
no ahorra el trabajo de la lectura interna y de la interpreta- hasta la segunda mitad del siglo XIX, estuvo regida por dos
ción correspondiente, aun cuando únicamente se los tome co- cuestiones, o dos preguntas, sucesivas. La primera podríamos
mo documentos de la historia política o social. Los ensayos del formularla así: ¿qué es una autoridad legítima y cómo instau-
historiador François Xavier Guerra reunidos en Modernidad e
independencias son muy ilustrativos respecto de lo que puede
enseñar una historia política sensible a la dimensión simbóli-
7 François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, Madrid, Mapfre, 1992,
ca de la vida social y de la acción histórica (“relación entre ac-
p. 14.
tores ––ha escrito Guerra––, no sólo está regida por una rela- 8H. A. Murena, “Ser o no ser de la cultura latinoamericana”, Ensayos de sub-
ción mecánica de fuerzas, sino también, y sobre todo, por versión, Buenos Aires, Sur, 1962, pp. 56-57.
22 Carlos Altamirano Ideas para un programa de historia intelectual 23

rarla, ahora sin la presencia del rey? La segunda, que surge A través de esta problemática, la que se activa alrededor
cuando se han experimentado las dificultades prácticas para de la pregunta, explícita o implícitamente formulada, por
resolver la primera, sería: ¿cuál es el orden legítimo que sea, nuestra identidad colectiva, pueden hacerse una serie de ca-
a la vez, un orden posible? las en nuestra literatura de ideas. La tarea de definir quiénes
Paralelamente, a veces confundiéndose en los mismos tex- somos ha sido a menudo la ocasión para el diagnóstico de
tos con esta preocupación política irán cristalizando otros nú- nuestros males, es decir, para denunciar las causas de deficien-
cleos de reflexión dentro de la literatura de ideas en nuestros cias colectivas: “Entrad lectores”, escribía, por ejemplo, Carlos
países. En algunos escritos, sobre todo cuando toman la for- Octavio Bunge, en un ensayo de psicología social que se que-
ma del ensayo, esos núcleos se expanden y, a veces, dominan ría científico, Nuestra América. “Entremos, seguía, sin miedo
sobre cualquier otro tópico. ¿De qué núcleos hablo? De aque- ya, al grotesco y sangriento laberinto que se llama la política
llos que parecen ordenarse en torno de la pregunta por nues- criolla.”10
tra identidad. Hablo, en otras palabras, del ensayo de autoin- En este caso, ya no se trata de responder sólo a la pregun-
terpretación y autodefinición. Del ensayo de interpretación ta de ¿quiénes somos?, sino también por qué no somos de de-
podríamos decir que está impulsado a responder una deman- terminado modo: ¿por qué nuestras repúblicas nominales no
da de identidad: ¿quiénes somos los hispanoamericanos? son repúblicas verdaderas? ¿Por qué no logramos alcanzar a
¿Quiénes somos los argentinos? ¿Quiénes somos los mexica- Europa, ni somos como los americanos del Norte? En esta li-
nos? ¿Quiénes somos los peruanos?, etcétera. teratura de autoexamen y diagnóstico, que comienza muy
En algunos discursos de Bolívar se pueden encontrar pa- tempranamente en el discurso intelectual latinoamericano, la
sajes que anuncian esta ensayística de autoconocimiento y au- búsqueda llevará a la indagación de nuestro pasado.
tointerpretación. Leamos, por ejemplo, este pasaje clásico del Si pensamos en Alfonso Reyes, en Jorge Luis Borges, en
discurso de Bolívar ante el Congreso de Angostura: Lezama Lima o en José Bianco, podemos decir que en el siglo
XX la tradición de subordinar el arte de escribir al arte de la
… no somos europeos, no somos indios, sino una especie media política rigió ya sólo parcialmente aun en el campo del ensa-
entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimien- yo. De todos modos, la veta del ensayo social y político no se
to y europeos por derecho, nos hallamos en conflicto de dispu- ha agotado y ha logrado sobrevivir al hecho que hace cuaren-
tar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el ta años parecía condenarlo a la desaparición: la implantación
país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así
de las ciencias sociales, con su aspiración a reemplazar la doxa
nuestro caso es el más extraordinario y complejo.9
del ensayismo por el rigor de la episteme científica. Digamos
más: leídos con la perspectiva del tiempo transcurrido, mu-

9 Simón Bolívar, “Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso


de Angostura”, Discursos, proclamas y epistolario político, Madrid, Editora Na- 10Carlos Octavio Bunge, Nuestra América, Buenos Aires, Librería Jurídica,
cional, 1981, p. 219. 1905, p. 241.
24 Carlos Altamirano

chos de los textos que nacieron de ese nuevo espíritu científi-


co pueden ser colocados en el anaquel de los ensayos de in- 2
terpretación de la realidad de nuestros países que inauguró Introducción al Facundo
en gran estilo el Facundo de Sarmiento. En otras palabras, pue-
den ser leídos como sus grandes ancestros, es decir, también
como textos de la imaginación social y política de las elites in-
telectuales.

La identificación de historia y biografía fue un fecundo ha-


llazgo de Sarmiento, observó Ezequiel Martínez Estrada, quien
lamentaba que esa forma de indagación de la realidad nacio-
nal hubiera sido tan poco imitada. Sarmiento escribió nume-
rosas biografías, la del fraile Aldao, la del “Chacho” Peñaloza,
la de Franklin, la de San Martín, la de su hijo Dominguito, en-
tre otras. Uno de sus grandes libros, Recuerdos de provincia,
entreteje la evocación histórica con el relato de varias vidas, en-
tre ellas la suya propia. “Gusto, a más de esto, de la biografía”,
escribió en la introducción a sus recuerdos. Y agregaba ense-
guida: “Hay en ella algo de las bellas artes, que de un trozo de
mármol bruto puede legar a la posteridad una estatua. La his-
toria no marcharía sin tomar de ella sus personajes, y la nues-
tra hubiera de ser riquísima en caracteres, si los que pueden,
recogieran con tiempo las noticias que la tradición conserva
de los contemporáneos”.
De todas las que compuso hay una, sin embargo, que re-
sultó impar. “La vida de Quiroga”: así tituló Sarmiento el avi-
so en que anunciaba, el 1 de mayo de 1845, la aparición del
Facundo, que al día siguiente comenzó a publicarse en forma
de folletín en el diario chileno El Progreso. Tras esta aparición

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