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Capítulo 1: El techo es demasiado alto

El brillo de la llamada hizo que abriera los ojos.

El techo siempre me ha parecido demasiado alto, como si hubiesen vivido una especie de gigantes
en estos departamentos. Gigantes, pero no inmensos, algo así como tres metros y medio de alto,
torpes por supuesto, así al menos lo denotan las paredes de mi pieza, grietas enormes y saltaduras
de pintura. Aun así, no temo que se me vengan encima, han resistido bien tres terremotos. Me
demoro un poco en contestar, pensando estúpidamente que es la típica compañía telefónica que
ofrece servicios de post-pago. «¿para qué quiero yo un plan de minutos? apenas llamo a dos
personas en todo el mes... aunque ninguna compañía llama a esta hora». Lunes, dos de la mañana
y una llamada perdida de Bastián. «Él nunca llama a esa hora, seguramente se habría equivocado».
Darle importancia sería una pérdida de tiempo.

El baño está casi al lado de la pieza y dejo el teléfono en la cama. Demoro más de lo habitual, veo
un rato las ojeras en mi cara. No hay nada nuevo en ella, solo barba más larga que ayer. Una
gotera sin arreglo suena a un perfecto cliché de película… al menos llena el espacio. El silencio
nunca me ha gustado.

El pasillo que une las habitaciones es oscuro de noche y una pequeña reverberación acompaña
mis pasos. El no poder conciliar el sueño genera un vacío en el estómago. Voy a la cocina a buscar
alguna mierda que comer o más probablemente, beber. El lavaplatos rebosa de porquería…Tuve
una discusión conmigo mismo, sobre si contarle o no… Definitivamente lo haría el miércoles…
o probablemente nunca. La botella de vino estaba casi llena... Hago el amague de servir una copa,
pero me llevo la botella entera al comedor.

El departamento es amplio y habitarlo solo hace que se me haga interminable. En la sala de estar
los ventanales tipo corredera dan en dirección a la calle, y justo enfrente, un par de focos de la
luminaria pública iluminan por completo la sala de estar. Las polillas queriendo salir forman un
teatro de sombras, dragones atacándose los unos a los otros por un pedazo de libertad que durará
hasta que entren en otro hogar que les deje cautivos. Les abro la mampara y yo también salgo al
balcón. Respirar el frío de mayo, llenar los pulmones de humo, matar las horas un rato, ver el
espectáculo de luces en los cerros de Valparaíso. Una prostituta recibe clientes en la esquina, las
sirenas de vehículos de emergencia destacan como sonidos en una selva de cemento y gente
ocultándose de cazadores y de sí mismos. Tengo suerte de haber encontrado un lugar para
esconderme en esta ciudad. Sin embargo, no me imagino fuera del puerto, viviendo lejos de sus
maldiciones, sorpresas y belleza. Podría vivir cien eternidades y no aburrirme de sus calles
laberínticas, sus indescifrables rayados en las paredes o la vista desde lo alto de un cerro.

Ha pasado casi una hora y el vino ha bajado considerablemente, no quedan más cigarrillos, la vida
a veces resulta una basura. Entro a obligarme a dormir, pero antes reviso el teléfono... más
llamadas perdidas, y no solo de Bastián, además hay mensajes de texto y de redes sociales.

Comienza a vibrar en mis manos nuevamente…

- ¿Aló, Bastián? -Pregunto extrañado al contestar.

- Daniel… es la Amanda… la encontraron muerta…


Seguramente era una broma, bastante mala por lo demás. Estuve con ella ayer en la tarde…
Conversamos…
Me contó que ella y Paulina iban a adoptar…
Me dijo que no fuera imbécil, que me olvidara de…

- Weón, ¿me llamaste a las tres de la mañana para una broma estúpida? -Intento que mi voz refleje
enojo, pero no puedo evitar pensar en que el hecho pudiera ser cierto - Mañana te voy a golpear
por…

- Se suicidó…

-…

Quedo en silencio, no sé cuánto tiempo. Siento que los segundos se convierten en décadas. Vuelvo
a escuchar la voz de Bastián.

– ¡Weón!, ¡contesta weón! Estoy en el hospital, la familia está pa’ la cagá… ¡Daniel!

¿Qué puedo responder a eso? Se me vinieron mil preguntas, todas estúpidas… elijo la que parece
más apropiada en este momento, o al menos en mi mente, la menos estúpida:

- ¿Hay algo que pueda hacer? -Apenas le digo lo sé, esa sí era la peor pregunta que se me podía
ocurrir.

- Por ahora no. Disculpa por avisar así, están los papás de la Mandy y no dejan pasar a la Pauli,
está la cagá en el hospital – Bastián es de las pocas personas que también es amigo de Amanda.
Su voz parece que está a punto de quebrarse– Yo… lo siento…

Apago la llamada, me siento en la cama y tiro el teléfono al suelo, sin rabia… al parecer la
resignación acaba de subir su nivel. Al rato otro mensaje de Bastián. Pregunta si estoy bien. «Si»
Una respuesta de mierda para una pregunta de mierda.

Salgo nuevamente a fumar al balcón. El espectáculo de luces en los cerros de Valparaíso «¿es que
la vida no puede llevarnos a nosotros los imbéciles en vez de…?» No encuentro los cigarros,
desordeno la pieza hasta que recuerdo que se han acabado. Un nudo que se está formando en mi
garganta parece que comienza a subir, trago saliva para evitarlo, salgo a la botillería para comprar
una cajetilla... la necesito. Voy a paso acelerado, parezco desesperado, no me importa, lo
necesito... saco los billetes de mi bolsillo, hago la transacción, abro la cajetilla, enciendo el
primero, una larga bocanada y me siento en el pavimento. Comienzan a caer las primeras gotas
de un temporal que se avecina hacia algunos días. La gente comienza a acelerar su ritmo, nadie
se quiere mojar. Me incorporo y compro una botella de ron. Camino al departamento, la lluvia
cada vez más fuerte. Entro al departamento. Saco las pastillas para dormir, tomo dos… «creo que
ahora hay menos razones para contratar un plan de post-pago» Miro arriba… nunca me han
gustado los techos tan altos. Lo último que recuerdo es tirarme en la cama y abrir la botella.

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Me despierta el ruido de la puerta. Veo la hora, 11:36. Un dolor invade mi cabeza al incorporarme,
tambaleo, pero no caigo. Me afirmo en las frías paredes mientras la puerta sigue sonando.

TOC

TOC

TOC

Abro de golpe. La luz que entra por el pasillo afecta por un momento mi visión. No recuerdo
haber cerrado las cortinas.

Paulina quiebra en llanto apenas me ve. Amanda es el amor de su vida. Era… Es... No sé qué
viene después de la muerte. No sé siquiera como empezar. ¿Debería consolarla? Me acerco y la
abrazo. Su ropa está completamente mojada, su cuerpo congelado tirita sin parar. Creo que sus
lágrimas me mojan aún más que la lluvia pegada a su cuerpo. La hago entrar. Recuerdo que ayer
estaba comenzando el temporal. Dejo su abrigo en el colgador mientras ella, que conoce el
departamento entero, se adelanta.

- Anda altiro a cambiarte esa ropa mojada, ya sabes dónde deja sus cosas la Amanda… - Que
imbécil soy, ¿debería seguir mencionando a Amanda como si estuviese viva? Queda solo el
silencio. Me vuelvo a ver a Paulina esperando una reacción de dolor, pero ella está fuera de mi
cuarto.

- Me hubieras dicho que estabas ocupado – dice en voz baja mientras se seca las lágrimas - ¿Dónde
está la ropa de la Mandy? – hago un gesto indicando el lugar

No a que se refiere con que estoy ocupado, quizás tengo mi pieza extremadamente desordenada.

- No, no estoy tan ocupado – Creo que ayer estuve tomando demasiado, debo haber llevado algún
trago a la cama.

Paulina saca la toalla de Amanda y un poco de ropa, por suerte son casi la misma talla. Me mira
con extrañeza. Al pasar a mi lado para entrar al baño detiene su marcha y se vuelve para
abrazarme.

- No sé qué hacer weón. La quiero demasiado. Sus cagás de viejos no me dejaron verla… ¡qué
injusto! – entra de golpe y cierra la puerta del baño. Escucho como abre la llave de la tina. Me
voy a la cocina cuando escucho los primeros sollozos. No quiero llorar yo también, me dejo caer
en el sillón, ¿qué mierda está pasando? Hace dos días Amanda estaba bien, lo estaba, la vi.

Voy a la cocina. Es extraño, no recuerdo haber lavado las cosas, menos haber limpiado tan a fondo
toda la mierda que tenía acumulada. Seguramente no debo seguir mezclando alcohol y pastillas.
Bebo mucha agua y coloco a hervir lo necesario para dos tazas de café. Saco las naranjas que
compré el sábado para hacer un jugo. La Paulina no come pan corriente así que debo ir a comprar
alguna especie de pan sin grasa animal, por suerte hay una tienda vegana a media calle, para mi
mala suerte, está lloviendo cada vez más fuerte. Cojo un paraguas y la chaqueta… no tomará más
de 3 minutos. Le aviso a la Paulina, pero no tengo respuesta.

Salgo y cierro la puerta con delicadeza. Bajando por las escaleras una voz conocida.

- Buenos días – De las cortesías que no quería escuchar hoy, creo que buenos días es la peor.

- Buenos días – Respondo a la vecina del primer piso, siempre barriendo fuera de su puerta. La
señora Ana tiene cerca de 90 años y aún se mantiene activa.

- ¿Me puede ayudar a bajar las basuras? – Nunca tan activa…

- Si. Obvio – Respondo de inmediato, al tiempo que tomo las bolsas, que en esta oportunidad son
cuatro. La señora Ana siempre huele a vainilla, pero lo justo, un aroma suave y dulce,
definitivamente debo preguntarle si es su jabón.

- Gracias. Ánimo, se le ve decaído – escucho mientras bajo las últimas escaleras hacia la calle.
Hay algo de esa simple interacción que me hace sentir aliviado. Por un momento me encuentro
sonriendo, eso me hace sentir mal…

Abro la gran puerta de metal y veo la lluvia caer a cántaros, demasiado fuerte y con ráfagas de
viento, sin embargo, hay mucha gente en la calle… Demasiada. Dejo la basura afuera. Miro al
suelo a la vez que me escondo cada vez más en el paraguas. Podría ir con los ojos cerrados,
conozco de memoria estas calles. Cada bache, esquina, desnivel y cada unión de adoquines. Sin
embargo, la lluvia confundiría mi sentido de la orientación. Me conformo con ver mis pies, cada
vez más mojados, deslizarse en el caudal de agua y colillas de cigarro de los carretes del fin de
semana. Una que otra botella de copete barato adorna las esquinas.

«Al menos podrían tener alcohol» pienso para mí.

Encuentro la tienda abierta y pido el pan. Es caro, pero todo sea por la Pauli. A la vuelta me habla
el casero del departamento, necesita para antes de ayer el dinero de la renta. «el tiempo es relativo,
¿pero que este caballero te cobre cada 2 semanas lo de un mes…?» Las escaleras se hacen nada,
la señora Ana entró en su casa y escucha la colección de tangos de su difunto esposo. Carlos
Gardel canta al amor porteño.

Entro en la casa y escucho inmediatamente a dos personas reírse.


«Al menos está más tranquila»

«¡¿pero con quién está?!» -pienso en que puede ser alguna amiga que seguía a Pauli y llegó poco
después, pero… no me demoré casi nada en ir a comprar. Me tranquilizo y atino a anunciar mi
llegada, me responde desde la pieza Paulina y la otra voz, claramente femenina, que si bien, no la
alcanzo a distinguir completamente, si la reconozco. Entro y dejo las cosas en la cocina, me urge
saber quién es la otra voz y camino hacia el baño muy “casualmente”. Paulina me detiene en el
pasillo.

-No la conocía, me cayó súper bien, se nota que te conoce mucho –Me susurra al oído mientras
se seca las lágrimas, al parecer no ha dejado de llorar en ningún momento – Tenía razón la Mandy,
son el uno para el otro.

-Si… - Mi cara de extrañeza denota que no tengo idea de aquello que está hablando, ella se percata
y pone una cara demasiado seria, creo que no la había visto así en mi vida.

-Imbécil – Me corre a un lado y suelta una sonrisa, la veo desaparecer en la cocina.

Al menos una risa entre todo esto. Entro en mi habitación…

-Hola – Me dice Ramona, con su sonrisa de gato. No puedo responder, apenas entiendo. Ramona
trabaja en un bar haciendo tragos para ejecutivos de medio pelo que se creen dueños de algo -
Daniel, erí muy weón – Ramona siempre dice lo que piensa.

-Hola – Respondo. Su sinceridad me hace sonreír, miro al espejo que hay al lado de mi cama. La
sonrisa más estúpida de la vida. ¿por qué sonrío? No sé lo que ha pasado acá, no lo puedo recordar.

-Tranquilo tonto, no pasó nada – Ramona siempre sabe lo que pienso – Dormimos juntos, pero
no pasó nada entre nosotros, me llamaste como a las cuatro, estaba saliendo del bar. Estabas
llorando por el teléfono y no se te entendía casi nada, solo decías que murió tu amiga Amanda y
que estabas quedándote solo en el mundo. Vine para demostrarte que no es así. Así que te hice
vomitar hasta el alma y después limpiamos la cocina.

Ramona me dice también que cuando ella llegó, yo solo atinaba a balbucear y a caerme. No
alcanza a seguir cuando escuchamos la voz de Paulina desde la cocina, el desayuno está servido,
solo recuerdo el alcohol y que desde ayer en la mañana no he comido un solo bocado, sin embargo,
no tengo hambre, ni sueño, solo caña.

«¿Le habrá contado a Paulina lo mismo que me contó?... de cualquier manera, que vergüenza que
me viera en ese estado»
Nos sentamos los tres a la mesita, no tengo idea si Paulina se refiere a Ramona como quién
realmente es o como si fuera…

-Ramona, ¿me puedes pasar el azúcar?

Si, sabe quién es. Se enciende la pantalla de mi teléfono. Ha estado en modo de silencio y por eso
me sorprende un poco la cantidad de notificaciones y mensajes. Una parte de mí no quiere saber
lo que dice la gente, ¿Qué saben ellos? Igualmente abro las redes sociales. Me invade un asco que
sube por mi garganta y me entran deseos de vomitar… gente que ni siquiera conocía a la Mandy,
da sus condolencias… o quizás la conocen mejor, o simplemente saben cómo murió, cosa que yo
no sé. Mi cuerpo no puede asimilar la idea de que Amanda haya muerto, se haya suicidado. No
tiene sentido ¿Por …

- ¡Daniel! – Paulina me grita y mira con tristeza – Se levanta de la mesa, toma sus cosas y se va.

- Yo igual me tengo que ir – Ramona se ve preocupada. Pasa al baño primero y luego se va.

Creo que aún queda vino. Me sirvo un vaso y lo tomo al seco. Enciendo el equipo de música y
pongo Radiohead, álbum Kid A. Me recuesto en la fría baldosa junto a la botella de vino, escucho
un rato mientras enciendo un cigarrillo, no fumaba hace meses dentro del departamento. Disfruto
hacerlo. Al rato envío un mensaje a Ramona

«- ¿por qué se enojó la Paulina?»

«- Aparte de que eres un tonto, porque te estuvo tratando de hablar como tres minutos y estabas
pegado en el celular echando puteadas. Oye, voy a dormir, que tengas buen resto de día»

«- ya, gracias»

Acabo de lograr que Paulina no me hable durante un tiempo, quizás me lo merezco. En todo caso,
allá ella, ahora tiene doble tarea, enojarse y desenojarse. Lo que es yo, creo que debería pedir
unos días en el trabajo por duelo, Amanda era prácticamente mi hermana, en la universidad lo
saben y lo entenderán.

Paso al frente, mis lentes oscuros me hacen invisible... o al menos eso me repito hasta llegar al
estrado improvisado que han puesto al lado del ataúd. Tengo caña. He tomado hasta destruirme
durante tres días seguidos gracias a la licencia que pedí en la pega. El día nublado me alivia un
poco la tarea de mantener los ojos abiertos. No fui al velorio, no pude verla por última vez. ¿cómo
estaba vestida? ¿se fue sonriendo? ¿es por eso que Paulina no me habla? ¿Qué hubiese hecho
Amanda en mi lugar? Comienzo por abrir la boca, hago el amague de hablar, pero trago saliva.
Paulina está justo enfrente mío, se ve triste, demasiado triste.

Cuenta regresiva de tres... dos... uno...:

«- La conocí el 2014. Al principio no nos caíamos bien, para nada. Discutíamos en las asambleas
y en más de una ocasión en los pasillos. Siempre la recordaré amable y sincera. Gran amiga.
Amaba a la Paulina. Amaba a la música. No sé qué más decir. Te voy a extrañar weona, vos sabís
cuánto.»

El entierro fue especial, a la mitad comenzó a llover, pero no era una lluvia con rabia, sino una
ligera, como si las nubes también lloraran la partida del alma más pura que he conocido. Los
padres dejaron que se cumpliera aquello que había dejado escrito Amanda antes de morir: Que
tanto yo como Paulina asistiéramos al entierro. Que fuera enterrada como abono para un árbol
nativo. Que fuese en Valparaíso. Que fuese junto al mar.
Adoro llevar lentes oscuros, me siento invisible, puedo ver las caras de otras personas sin que
vean que yo les observo. Están todos llorando o tristes, los padres de Amanda parecen estar
completamente destruidos al igual que Paulina, se han reconciliado con ella, se abrazan y brindan
apoyo mutuamente.
Nuestros ex compañeros de universidad se ponen al día en sus vidas, sin embargo nadie sonríe, a
todos les ha afectado la muerte de Amanda... el suicidio de Amanda.
Nos tomó por sorpresa. Se veía feliz... ¿qué habría estado ocultando en su interior?
Dicen que irse durmiendo es una buena forma de morir.

El entierro termina, yo no quiero echar tierra, ni despedirme, ni siquiera quería estar acá. Prendo
un cigarrillo.

Me interrumpe una voz grave, marcial.


- Amanda decía que te iba a reconocer por ser el primero en prender un cigarro –El padre de
Amanda. Nunca lo conocí, hasta ahora. Viejo canoso, de semblante serio y severo. Había sido
militar en una época en la que ni él mismo se enorgullecía según lo que me contaba la Mandy.
Era extraño que se acercara. Nos estrechamos la mano y nos presentamos, su nombre es Ramiro
– Ella nos dejó una carta, bastante larga, pero ninguna explicación de por qué. Nos dijo que
confiáramos en ti, que eras uno de sus únicos amigos y quizás el más sincero con ella. Sabís que
fue a la casa hace unos días, estaba más contenta que nunca. Dijo que tenía pensado adoptar con
la Paulina. Obvio que le cagamos la onda...

Acá es cuando dejé de escucharlo, sus lágrimas brotaban de sus ojos, mientras que el humo de mi
segundo cigarrillo sumado a los lentes oscuros al menos me tapaba un poco la visual, era una
escena extraña, entendible, obvio, pero me daban aún más ganas de no estar ahí, compartiendo
con los vivos. Solo pensaba en mi departamento, me esperaba un montón de trabajo y un montón
de alcohol y un montón de soledad, la ansiaba, al menos en estos momentos...

- (...)A ti te dejó unos cds de música y unos libros que te había pedido hacía años. –Volví a
prestarle atención. ¿por qué ahora? Ni me acordaba de esa música y libros. ¿por qué devolverlos?

-Quédeselos, ni me acordaba que los tenía la Mandy.

-No, en la carta dice que te los debemos devolver. Mira, al principio no entendía nada, pensé que
era una broma, pero la carta que nos dejó... como sea... dame tu número para juntarnos y pasarte
las cosas.

Me quedo hasta el final, todes se despiden de mí. Me quedo hasta más allá del final. Me quedo
mirando el atardecer en el cementerio, enciendo un cigarrillo. Me quedo cuando se han ido todos,
cojo un poco de tierra y la coloco sobre el espacio que le corresponde. Amanda estaba enterrada
y se convertiría en un Canelo. La chica árbol seguía con sorpresas incluso estando más allá de
este mundo, ¿por qué acordarse de esos libros y discos?

Ya no recuerdo exactamente cuándo o como nos conocimos, pero creo que recordaré por siempre
el último día que la vi:

«Había salido de la pega un poco amargado, había una amenaza en la universidad de cortar
presupuestos a los laboratorios que fuesen prescindibles, el mío al parecer, estaba entre esos.
Mandy me llama, al parecer calculando mi hora de salida, me dice que me espera en mi
departamento con cositas para picar y tomar. Es bueno que tus mejores amigues tengan llaves de
tu casa si te llevan comida gratis. Me apuro a ir al paradero, la micro pasa casi de inmediato, el
tráfico está expedito, la tarde está hermosa, tengo suerte. Llego al edificio en veinte minutos. Un
intenso abrazo entre dos personas que se quieren demasiado, una amistad que estoy seguro es
irrompible entre nosotros, somos los mejores. Me siento feliz, pero ella se ve más feliz aún...

-ya cabra chica, dime la noticia, les salió el financiamiento del proyecto – El teatro y nuevos
medios siempre sacan buenos presupuestos en los fondos concursables del Estado. La pareja de
Amanda había estudiado teatro en la Universidad de Chile, y se especializó en guion, siempre
lograba sacar presupuestos para sus obras o montajes, había logrado estrenar en varias ciudades
distintas de Chile. Siempre tenía discusiones con Bastián sobre que arte era más importante, si el
cine o el teatro, los argumentos siempre eran los mismos: el teatro fue primero y el cine engloba
a más artes... Al final todes terminábamos riendo.

-No, aún no salen los resultados de eso... –No podía contener su sonrisa, parecía que se le iba a
salir de la cara. – ¡¡¡Vamos a adoptar weón!!! ¡¡¡con la Paulina vamos a adoptar!!!
Salta a mis brazos y me abraza con tanta fuerza que casi me estrangula. Creo que mi sonrisa
parece ser gigante, no puedo evitar llorar de alegría. No sabía nada de esto, no me habían contado
que tenían intenciones adoptar. De alguna manera sé que ellas serán excelentes madres. Se queda
un rato hablando de cómo lo decidieron, mientras saco de mi pequeña bodeguita un vino
espumante para celebrar. Saca su marihuana, yo saco mis cigarros, vamos al balcón y nos
sentamos en el suelo. Se ve la ciudad atardeciendo, estamos tranquilos, no hay miedo junto a una
amiga así.

-Oye Mandy –Rompo un pequeño silencio que se estaba armando –¿Creís que la Gabriela acepte
si la invito a un concierto este fin de semana?

-No sé po, tenís que invitarla primero. Pero no creo que te diga que no. Es más, deberías decirle
que te gusta –Sonríe maliciosamente, podría pensar que algo sabe, pero me hago el weón.

-Si, a lo mejor...

Comienza a oscurecer, el frío se hace cada vez más presente, por lo menos Amanda tiene ropa en
mi casa y se abriga con una chaqueta. Me pregunta la hora. Ocho y veinticinco. Va al baño, está
un rato ahí, aprovecho de calentar agua para un café. Escucho la puerta del baño, Amanda aparece
en la cocina, su mirada está perdida. Se acerca a mí. Me abraza suavemente por largo rato,
comienza a llorar, no sé si de felicidad, pero lo imagino así. Lloro con ella. Le pregunto si está
bien y asiente, se seca las lágrimas y sonríe. Un beso en la mejilla y cierra la puerta tras ella.

Entonces quedo en silencio»

La lluvia me está empapando. No me muevo, no quiero. Debí pedirle que se quedara esa noche,
solo esa noche. El cementerio comienza a cerrar, camino hasta la salida por los senderos
establecidos, todo se comienza a embarrar, el aroma suave a tierra mojada... algo me alivia.
Ningún pájaro canta. Ya no queda nadie en el cementerio viendo a sus muertos. Mis pies
embarrados se deslizan, casi caigo varias veces... llego al paradero fuera de este “camposanto”.
Saco mi cajetilla, mojada por fuera, pero alcanzo a salvar un cigarrillo, lo enciendo. Me siento y
espero que pase alguna micro que me lleve a mi amada prisión. Desearía transportarme, cerrar los
ojos y solo aparecer en mi cama. Cierro los ojos. Es lo último que recuerdo de ese día.
Viernes, 21 de marzo de 2014

La fiesta mechona fue hermosa, conocí de cerca a las personas con quienes compartiré aula
durante cuatro años (quizás más) a pesar de haber estado en su mayoría muy borrachos… pero…
dicen que los borrachos hablan con la verdad o por lo menos se muestran tal cual son, eso se
agradece mucho, al menos de cierta manera.

La música logra reunir una fauna muy diversa de personas, personalidades… personajes. Las y
los profesores están bastante locos, pero sé que me enseñarán mucho.

Me quedo sobre todo con el lugar, una casita del terror que, gracias a la gente que la circula,
parece sacada de una película de comedia. Le dicen San Piter.

A propósito de gente, mis compañeros y compañeras, tanto de mi generación como de cursos


anteriores son un amor. Todos reunidos por una causa común… o al menos parecida: La Música.
Deseo que este sueño no termine. A la Paulina le van a encantar, son en su mayoría, muy ligeros
de sangre. A excepción de unos cuantos idiotas.

Y a propósito de idiotas… en la mesa de sonido había un weón muy pasado a caca que molestaba
a los que estaban haciendo el show poniendo ruido encima o cortándoles el micrófono. ¡Qué
desagradable!

Igual era muy raro ese loco, muy callado, riéndose solo de tallas que él mismo al parecer
entendía, espero no llegar así cuando esté en cursos superiores jajaja.

Terminamos todos en la playa las Torpederas, había una linda noche cálida, nos quedamos toda
la noche echando la talla y guitarreando. Al parecer nadie va a clases de piano hoy, solo yo.
Creo que aún estoy borracha.

Creo que ni siquiera llegará el profesor.

Ahí llegó.
Capítulo 2: Las paredes que toco se derrumban

Estoy esperando... deseando que algo malo ocurra, la prisión de mi departamento se ha hecho
interminable. Ha pasado una semana y media desde que Amanda se mató y hace tres días sus
padres me entregaron una caja con libros y discos de música que le había prestado hace mucho
tiempo a la Mandy. Unos cuantos libros de poesía, piano y guitarra que nunca usé y discos de
música que nunca alcancé a escuchar.
Amanda de mierda...
Quizás le parecería chistoso, una mala broma... ¿Cómo podría ser esto un juego? Al menos eso
dice la carta escondida entre los libros.

Debería haber quemado esto... pero ¿qué espero encontrar que no haya encontrado ya en las
primeras treinta veces que las leí?

Respuestas... pero ¿a qué?

A su muerte, a dejarme en este mar de dudas nadando solo contra una corriente de mierda en la
que me estoy ahogando por...

¡¡BASTA!!

Si algo te quiere decir habrá que seguir las instrucciones.

“búscame en el puente donde miramos el atardecer más hermoso de la historia(...)”

Ese puente, donde le conté sobre... Debe ser, si no ¿para qué siquiera mencionar lo del puente, el
atardecer?

Tengo demasiada rabia. ¿Por qué se fue sin decirme?

La hubiese acompañado. Lo hubiese hecho.

Son las diez de la noche, el puente queda lejos para irse caminando, saco la bicicleta, quiero tomar
aire... enfriarme... pensar en frío podría servir. Bajo las escaleras tambaleando, tres vasos de
whisky al hilo hacen efecto más rápido de lo que desearía. Boto la planta que la señora Ana pone
en el pasillo, se desparrama la tierra y no me importa tanto. El ruido de la bicicleta contra las
paredes retumba en todo el edificio y no me importa tanto. Abro. Cierro con un portazo, ya no
importa.

Audífonos en mis oídos. Subo y pedaleo.


“Lo primero del día es drogarse, sentirse como un ser terminado...” aquella música sabe cómo me
he sentido estos días... o mejor dicho la mayor parte de mi vida. Aprender a convivir estos días
entre pastillas y vicios ha sido más reconfortante de lo que hubiese querido.

¡Quejarse! ¡Qué novedad! Sigue quejándote toda la vida, es más fácil, es más cómodo.

Tomo el paseo costero, los barcos danzan en la oscuridad, pareciera que flotaran sobre un océano
de agua. La luna llena y el oleaje tranquilo, extraña combinación. Mi pedalear se hace cada vez
más lento. La música cambia, pasajes de piano en tonalidad menor, justo lo que necesito para
sentirme peor. El cielo se ha abierto estos días, el temporal misteriosamente se ha ido y las
estrellas danzan en el cielo la eterna cumbia del infinito. Unir puntos con la mirada, una de las
idioteces que hacíamos con la Mandy, crear nuestras propias constelaciones. Me detengo a la
altura de la playa entre Barón y Portales, quiero hacerlo nuevamente, mirar las estrellas y unir
puntos. Me quito los audífonos, echo un cigarro a mi boca y lo enciendo. Adoro el aroma de la
playa, la brisa húmeda, las gaviotas jugando con las olas, la gente vacilando sus mini carretes en
la arena. Y yo quemando el tiempo, veo como los segundos se escapan en cada bocanada de
humo... ya no importa tanto, importa lo justo y suficiente.

Llevo conmigo la carta de Amanda, la leo una vez más:

“Querido y estimadísimo Daniel:

Si estás leyendo esto, es que estoy muerta. Wow!! Se lee más terrible de lo que parecía en mi
mente. Pero es cierto. Lo siento... de verdad.

Te quiero. Mucho. Eres mi mejor amigo. Pensar en ti, en la Paulina... hacen que la decisión
sea más difícil, pero es necesario. Lo comprenderás. Quizás no al principio, quizás no en el corto
plazo, quizás ni siquiera a mediano plazo. Pero lo comprenderás.

Tengo algo que decirte. Una confesión... Pero no puedo escribirla acá, por razones obvias (al
menos para mí) ... Solo puedo invitarte a “jugar” un juego llamado “sigue las pistas como
idiota”. Acá va la primera. ¿Preparado?

“Búscame en el puente donde miramos el atardecer más hermoso de la historia, donde los
colores eran tantos que no podíamos contarlos, donde las nubes formaron figuras extrañas,
animales fantásticos (¿te acuerdas del gato serpiente? ¿o del pollo cthulu?). Donde me dijiste
que habías tenido un intento de suicidio.”
Ahí encontrarás la siguiente pista.
Nada puede ser tan fácil, pero haremos trampa. Coloqué algo en un lugar del puente, con
pegamento y envuelto en plástico para que no se moje. Listo. Ninguna pista más.
Sabes que no lo haría si no fuera necesario. Debo irme... más bien despedirme.

Adiós, o hasta pronto... como dije... no sé qué hay después de muertos”

NADA. Después de muerto no hay nada. El silencio, el vacío, sin pesadillas, sin miedo. Sin tener
que respirar. Toco mi cuello, una cicatriz ya cerrada hace años. Pienso en las palabras que me dijo
esa vez Amanda: “Estamos acá, quizás cometiendo los mismos errores de nuestras vidas pasadas.
Esos errores nos llevarán al mismo lugar siempre, a menos que hagamos un cambio.
Y sin embargo esos errores, todos mis errores, tus errores, los errores de toda la gente de este
pequeño gran planeta, así como los aciertos, las cosas buenas, malas, las cosas, las estrellas...
todo nos llevó al momento de estar en este puente, mirando el atardecer más hermoso que he
visto desde que estoy en la región”

Sigo pedaleando. Ya sé dónde voy, el puente Casino en Viña del Mar.

Me tienta lanzarme a las micros que vienen en el sentido contrario. Pero tengo que saber que
mierda tiene preparado la Mandy en ese puente. ¿será otra carta? ¿será la respuesta a su muerte?
No. Con la Amanda nunca es simple. De seguro es otra carta.

La botillería está cerrando, me apresuro y compro una petaca de whisky en El Padrino. Me quedan
suficientes cigarros para aguantar lo que sea, en casa me quedan 2 cartones completos que me
trajeron de Argentina.

Enciendo uno y camino lentamente hasta el puente. Está bastante mal cuidado, al parecer no les
importa si no es temporada de turismo. ¿dónde estará? ¿será verdad que hay algo pegado? ¿me
habrá estado bacilando la Mandy?

Miro la baranda, por el lado exterior no se ve nada. Cruzo la calle y veo en la otra baranda. Nada.
Supongo que debe estar bajo el pasamanos, o definitivamente la Mandy me estaba webeando.
Hay más de cien posibilidades para revisar. Comienzo. No sé si se verá sospechoso, si fuera un
paco demás me detengo a mí mismo. Lo que, si se ve, es ridículo. Amanda me bacila aún después
de muerta. Diez minutos buscando en un lado y nada. Voy al exacto lugar en donde miramos ese
día, lo veo, ese momento... lo veo, nítido, estoy presente ahí. El cielo se enciende, los colores si
eran incontables, las nubes si formaban gatos-serpiente, el atardecer si era hermoso. Pero Amanda
no está a mi lado.
Toco bajo la baranda.
Un paquete plástico. Lo tiro. Se desata el nudo en mi garganta, rompo en llanto. Me siento en el
pavimento húmedo, el tiempo se paraliza, por unos segundos siento todo el peso de los días.
¿Cómo describirlo? Se me derrumba, el puente, la ciudad completa, el universo... todo lo que toco
se derrumba, se ha derrumbado.

Tomo la pequeña hoja entre mis dos manos, quiero romperla, lo quiero, pero no puedo, Amanda
no querría. Sé sin leerla que acá no estará la respuesta a su muerte. La guardo.

Espero a tranquilizarme. Mañana debo trabajar, se me agotan los días de licencia. Al menos el
departamento de la Ramona queda cerca, le dejo un mensaje de que le voy a pechar sillón. Menos
mal tengo una copia de su llave.

Mensajes de Bastián. Insiste en que tiene un guion muy bueno que quiere trabajar junto a mí. Creo
que le he hecho el quite a su propuesta. Le escribo, mañana nos juntaremos después del laburo.
El café de siempre.

Subo a la bicicleta y pedaleo hacia la casa de la Ramona, cuatro cuadras, pero ya comienzo a
sentir el cansancio. Llego al departamento que arrienda, pequeño pero eficiente, dejo la bicicleta
donde siempre y me estiro en el único y suave sillón de su sala de estar. Se me revuelve el
estómago, respiro, me intento tranquilizar, pero sé que terminará en mí corriendo al baño a
vomitar. Cierro los ojos y comienzo a contar hasta un millón...

Me despierta la alarma y solo puedo pensar en el sobre. Veo mi bolsillo y ahí está, aún cerrado.
No quiero abrirlo, no puedo, al menos no acá y no quiero hacerlo sobrio.

Me levanto, ordeno de inmediato el sillón, si Ramona llegó en algún momento ni lo noté. Bueno
que tengo ropa acá, no muy formal, pero no importa. Intento hacer la menor cantidad de ruido
posible ya que el departamento que arrienda la Ramona es pequeño, su pieza permanece cerrada.
Entro a su pequeño baño, acogedor y siempre huele bien, no hay goteras. No puedo evitar volver
al sobre que me dejó la Mandy...

Veo la hora, tengo poco tiempo. Vuelta a la pega después de estos días de licencia que me di.
Tengo ansias de enseñar a esas mentes todo lo que pueda sobre síntesis y diseño sonoro. A la
Universidad llegaron hace poco un pack de módulos de sintetizadores, con lo que se abrió una
nueva rama en el laboratorio sonoro. Todos quieren ir a “jugar” con los sintetizadores, me parece
gracioso a veces las filas de mechones que se forman solo para escuchar el sonido. Hace unos
años, en la carrera, poca gente prestaba atención a las posibilidades sonoras de la música
experimental, electroacústica. Fue un proceso largo, pero hemos logrado repuntar. “mariconcito
electroacústico” nos decían. La alianza con la carrera de Cine fue esencial, el cine abre
posibilidades infinitas en cuanto a lo sonoro, Bastián lo sabe... hoy su propuesta parece
interesarme más.
Ramona duerme, me dejó una notita en la mesa:

“Hola idiota , espero que hayas descansado, hay cositas para comer en la mesa, y café rico tu
sabes dónde, no me despiertes por favor. Te quiero loquillo, que tengas un lindo día”

De alguna manera, la Ramona siempre sabe lo que necesito.

Tomo desayuno, un mensaje de Bastián “No el lugar de siempre, vamos a ir a la casa de mi abuela,
la que está abandonada”

La recuerdo, en el cerro Alegre, dejada a la suerte en una quebrada, ni los okupas la quieren usar
al parecer, fui cuando aún estaba viva la señora, parecía mirar cosas que nosotros no podíamos,
Bastián decía que tenía esquizofrenia. He pasado luego de la muerte de la abuela dos veces por
ahí, el pasto crece salvaje, los cuatro pisos de madera están siendo rodeados por enredaderas
enormes, parece el sistema circulatorio de la casa, los vidrios quebrados con madera tapando los
agujeros. Puede parecerle atractiva a las arañas. Recuerdo el viejo piano de cola en el segundo
piso, desafinado totalmente, tenía un sonido tan dulce que no importaba. El abuelo de Bastián era
pianista concertista en una orquesta de Santiago en sus años mozos, pero no le gustaba vivir en la
capital, decía que era enfermiza, decía que el aire porteño le hacía bien, lo inspiraba... sin embargo
eso le jugó en contra, un accidente en la carretera le fracturó ambos brazos, fue el final de una
carrera brillante. Se conformó con pasar el resto de sus días enseñando composición, armonía y
teoría en un conservatorio local, nunca volvió a tocar piano.

Sin embargo, siempre nos mostraba fotos de cuando tocaba, sus ojos parecían brillar más que el
mismísimo sol. Yo lo entendía más de lo que Bastián podría nunca, la música pasando a través
de tu cuerpo, las frecuencias sonoras, el sonido, la vibración, todo. El miedo antes de subir al
escenario, el miedo antes de tocar la primera nota, la sincronía entre les integrantes de una
agrupación, da lo mismo el género musical, da lo mismo el instrumento que se toque, la música
está por sobre todo eso. La electricidad, los pelos se erizan al terminar, el éxtasis que se siente,
no se puede contener la felicidad. Si, lo comprendía más que Bastián. Es por eso que me gustaba
esa casa, la energía que tenían, tanto la abuela como el abuelo. La abuela de Bastián había sido
cantante, muchas veces se acompañaron pianista y voz en otra época, decían ellos mismos que la
voz de la abuela era tan dulce que hacía llorar hasta a las piedras. Su enfermedad mental la volvió
dependiente del abuelo, nunca la quisieron internar y nunca le dieron medicamentos, el amor
incondicional, el respeto, la tranquilidad de la casa eran sus medicinas. Tenía días malos... tenía
días muy malos... y tenía días muy buenos... Nos preparaba su famoso, según ella misma, guiso
don Fausto...

Me acabo de pasar un paradero en la micro, pareciera que me hubiese transportado desde Viña a
Playa Ancha. Es temprano aún, solo están los auxiliares, saludo a todes, la tía Juana, don Alberto,
don René. Me abren el estudio, pero antes de entrar me fumo un cigarro. “Eso te va a matar”, la
tía Juana lleva diciéndomelo desde que era un mechón. Recuerdo mi primer día de “clases”,
fuimos en manada a un bar en el plan, compramos demasiada cerveza, fue lindo. Fue.

A medida que vas creciendo, te vas dando cuenta que no hay tiempo para regalarle a todas las
personas que quieres, o que por lo menos respetas y te hacen bien. También que no todas las
personas te hacen bien, por mucho que te gusten. Eso lo aprendí a la mala, rompiéndome el
corazón... ¡Ya! Qué llorón. Apago el pucho y entro. Mi otra prisión y a la vez el lugar donde más
me gusta estar aparte de mi habitación. Enciendo los equipos, mientras todo se carga voy a buscar
un café, entro en la sede principal... Fotos de la Amanda... flores, pájaros de papel... dedicatorias
en el diario mural. Algunos ni la conocían. Alumna estrella de la carrera de música, corista,
pianista, compositora, graduada con honores y distinción máxima. Su recuerdo está presente acá,
en el pasillo, en el patio, en las salas, en el baño, en la cocina... donde sea que miro, la veo... está
allí, conversando con otros compañeres, con audífonos repasando líneas vocales, tocando en el
piano de la sala Lefever. Tirando la talla en la cocina. Saco mi taza y vierto café. Echo otro
cigarrillo en mi boca, pero esta vez voy al balcón del piso superior. Recuerdo un par de tomas y
paros en este lugar, mi sentido de guardián me impedía dormir en las noches, me iba a ese balcón
a fumar y mirar la inmensidad. Escribía más en ese tiempo. Componía más en ese tiempo...

- ¿cómo estás?

Esa voz.

- Nos habían dicho que te tomaste unos días por la muerte de la Amanda.

No puedo responder, mi corazón se paraliza.

- Sabes que te vamos a apoyar en todo lo que necesites. Yo te apoyaré.

Su sonrisa tranquila, sus ojos son comprensivos. Me abraza y solo queda el silencio. Pero no es
ese silencio incómodo, ni el silencio tenso. Estamos suspendidos en el aire, al menos lo siento así.
Me sonríe por última vez, se despide de mí y va a su oficina. Gabriela, la profesora de percusión
latina. La persona en la cual no pensé tanto estos días de mierda. Se va y al fin vuelvo a sentir mi
latido.

La conocí en la bienvenida de los mechones de este año, el antiguo profesor de percusión tuvo
una mejor oferta laboral y partió de inmediato. Estaba con Bastián, que como siempre, se colaba
en nuestras bienvenidas mechonas desde que era estudiante como yo, todes le querían, era como
el primo de la carrera. Y allí estaba ella, observando desde la lejanía, conversando con la directora
de la Carrera. Las bienvenidas eran un espacio cosmopolita, se unían todas las corrientes de
pensamiento, aunque sea por unos minutos para disfrutar de un asado mixto, carnívoro y
vegetariano. Sacábamos al patio de la sede de San Pedro la batería, amplificadores, parlantes,
micrófonos... se armaba la fiesta y cualquiera podía tocar lo que quisiera. Este tipo de fiestas se
venía realizando desde el 2012 cuando entré a la carrera. En ese tiempo, la carrera era pequeña,
éramos una especie de familia... ¡qué hippie! Me río un rato.

Voy al estudio, están llegando les estudiantes para la clase. Toco la pared de la casita del terror,
apenas mis manos hacen contacto siento caer un pedazo de concreto... me vuelvo a ver... y nada...
debe ser la falta de sueño... no le presto más atención.

Es bueno tener estudiantes con la suficiente motivación como para no quedarse dormidos. La
mayoría no tiene intención alguna de seguir el camino del audio, menos el audio experimental, de
todas formas, entraron con la intención de ser profesores de música. Sin embargo, hay ciertas
mentes que ven en el audio profesional una oportunidad laboral o una oportunidad para mejorar
su percepción del sonido. Es increíble ver jóvenes que entran sin intención de desarrollar técnicas
de síntesis, de programación de audio, sin saber cómo usar micrófonos y terminan amando el
trabajo en estudio. Estamos estrenando unos módulos de sintetizador nuevos. Guardo en mi
bolsillo el encendedor y toco la carta, la había olvidado por un momento.

Puede esperar.

Las clases pasan rápido, en la mañana solo están les jóvenes que no les interesa demasiado el
audio.

Hora de almuerzo.

Cierran la puerta y me quedo en el silencio del estudio. Solo el ruido del ventilador de la
computadora, suficientemente despacio como para pasar desapercibido. Dos clases más y a casa.
Al menos vienen los grupos de estudiantes más motivados. Apago las máquinas y salgo a buscar
una empanada a la plaza Waddington. Me encuentro con unos colegas, maestro Lara y el profesor
Peter, amigos de hace años. Mis maestros en los tiempos en que yo era estudiante, mis maestros
aún hoy. Me entregan sus condolencias, a ellos también les ha afectado la muerte de Amanda.
Vienen de los “almuerzos regalones de la tía”, ahí en la calle Lynch camino a la “Waddi”. Pienso
en ir, pero me decanto finalmente por el plan original, una empanada de queso champiñón y un
juguito Jumex... hay cosas que no cambian con el pasar del tiempo.

Me siento solo en la plaza, corre viento y los loros se ríen en la copa de los árboles, gente, niñes
transitando las veredas luego de la jornada escolar. Pelotas, risas, también llanto, la vida parece
ser todo a la vez, en todas partes a la vez.

- ¿me puedo sentar profe? -me interrumpe una voz familiar.


Rubén es uno de los más brillantes estudiantes, sus ganas de aprender no tienen límite, y su techo
está aún muy alto, es nuestra misión como profesores motivarlo a alcanzar ese techo.

-Sí claro, siéntate – Le hago un espacio en la banca.

- ¿Tiene fuego? – Saco mi encendedor y enciende un tabaco con un rico aroma, parece ser
chocolate.

- ¿Almorzaste algo Rubén? – Le pregunto como si fuera un acto de rutina.

-No, pero más rato me compro algo. Profe, tengo una duda ¿qué tan efectivo para el diseño
creativo el uso de reverberación antes del delay?

-Depende la circunstancia...

Nos quedamos charlando un buen rato, estas conversaciones me sirven para distraer la mente.
Fumamos unos cigarros y le doy consejos de cómo usar efectos de la mejor manera, sacarles el
mayor provecho posible. Se me pasa volando el tiempo, nos despedimos.

Llego nuevamente al estudio y enciendo todo. Nadie llega a la primera hora de la tarde. Pregunto
en secretaría si habían visto a les estudiantes. Están en una actividad obligatoria de un ramo al
parecer más importante que aquel que imparto. Está bien, puedo adelantar trabajo mientras hago
la hora para la reunión con Bastián. No le he visto desde el funeral.

Todo parece ir bien... demasiado bien.

La tarde se me pasa rápido y me despido de todes quienes van quedando a esa hora. Tomo la
micro que me dejará cerca de la casa de los abuelos de Bastián. ¿qué me tendrá preparado Bastián
con su reunión? Hasta ahora no me había preguntado por qué acá en la antigua casa abandonada
de su familia.

Siempre las reuniones solían ser en un café del centro. La rutina consistía en fumar y ponernos al
día mientras nos servían. Fumar y beber el primer café mientras “pelábamos” a les ex compañeres
de universidad. Fumar de nuevo y pedir el segundo café. Fumar y cuando servían el segundo café
comenzar a hablar de la propuesta. Somos unos dispersos, pero disfrutamos bastante nuestras
colaboraciones. Bastián comenzó a trabajar en la universidad un año antes que yo, en un programa
de Magister en el que dictaba una cátedra de técnicas de procesamiento de video analógico. Había
cursado estudios en el extranjero y venía con ideas renovadas sobre lo que se estaba haciendo en
otros lados, la vanguardia del cine-video o qué sé yo... a mí solo me importaba la parte sonoro-
musical. Igualmente me atraía lo que hacía con las cintas de video, era un experto en la
modificación de estas. Solía recorrer las ferias libres buscando cintas de 16mm, películas caseras,
videos y reproductores de estos... cada vez que viajaba, llegaba con una maleta llena de artefactos
que usaba en algún proyecto, taller o en la misma universidad. Es un dedicado y realmente se nota
que ama lo que hace... lo que me hace pensar ¿Qué será este proyecto? ¿Será otra de sus bromas?

El cerro Alegre es bastante lindo, demasiado. Cafés boutique, boutiques, hoteles boutique,
hoteles-galería, plazas limpias, poca basura... parece un oasis en medio del caótico Valparaíso.
Nunca sé exactamente dónde bajarme para llegar más rápido a la casa, obviamente me paso un
par de cuadras viendo los paisajes, los murales que hablan en las paredes. Me bajo de la micro y
llamo a Bastián para que me explique el camino desde donde estoy.

El sol pega fuerte, el tiempo está cambiante y estoy demasiado abrigado para el calor que hace.
Llego a la casa y afuera está Bastián en la silla mecedora de su abuela. Lentes oscuros y una
cerveza en una mano y un cigarrillo en el otro. Podría pensar que calculó el tiempo exacto para
verse en esa postal, al menos quiere decir que es una propuesta seria. La reja está abierta, paso y
llego a su lado luego de esquivar una serie de arbustos, ante mí está la famosa casa. Está más en
ruinas que la última vez que la vi, casi todas las ventanas están rotas y tapadas con tablas, Bastián
no se ha preocupado absolutamente nada por restaurarla o mantenerla, lo que le ha permitido
conservar su esencia tenebrosa.

El saludo es caluroso, saca una cerveza de un balde con hielo y me ofrece uno de sus cigarrillos.
Acepto la cerveza, pero fumo mis propios cigarros.

-Tengo que fumigar, hay demasiadas termitas haciendo cagar todo.

Creo que está evitando el tema de la Amanda. Pero yo no lo hago:

-Disculpa por lo de ese día... el que murió... me tomó por sorpresa la noticia, como que aún no lo
asimilo, me dolió caleta.

-Sí, lo entiendo. A mí también me tomó de la nada. Pero te veo más tranquilo, o al menos eso
demuestras. –Responde sin dejar de sonreír.

-Si... Supongo – Abro la cerveza y tomo un trago, está bastante helada, refrescante. – disculpa
igual por no hablarte estos días, no tenía razones para no hacerlo...

-Da lo mismo weón. Yo tampoco estaba muy ni ahí con hablar con nadie, de hecho, estuve todos
estos días escondiéndome acá...

Ahora entiendo todo... no, no todo, pero algo. Se nota en Bastián un aspecto cansado, ha dejado
de lado su higiene, su barba crecida y rostro caído. Aun así, sonríe. Pocas veces lo había visto de
esa manera, pero aquellas veces eran cuando mejor le estaba yendo en sus proyectos o cuando
mejores propuestas me había dado a conocer. Gracias a este ajetreado Bastián es que entré en la
universidad, un proyecto interno de cine experimental, que logró estrenarse en seis países
distintos.

-Suelta la pepa, ¿cuál es la propuesta? – Le pregunto en tono de broma

Sonríe aún más.

-Ya vamos a llegar a eso, pero ahora observa el jardín – Veo que está en mal estado, los pequeños
senderos que había han sido tapados con arbustos y telas de araña tan densas que podría quedar
atrapado inclusive un ser humano. Los árboles están pudriéndose o secándose, y una mora
silvestre se pasea sin ley por las paredes exteriores. Un par de pequeñas estatuas rotas y unos
cuantos duendes – Cuando era chico, este era el jardín más hermoso que he visto hasta ahora, mi
abuela lo cuidaba todos los días, creo que le servía para calmar sus ataques. El abuelo le compraba
todas las flores que quisiera. Se querían caleta, eran el tremendo equipo. – Hay un silencio, no es
incómodo, creo que ambos nos imaginamos la escena entre ambos abuelos caminando por el
jardín observando su creación.

- ¿y la propuesta? –Creo que soy un poco ansioso. Pero realmente me interesa saber de qué va
todo esto.

- Ok, ¿recuerdas todas las habitaciones que tiene la casa? – Su rostro cambia, ahora está serio. Su
sonrisa se ha desvanecido por completo - ¿en cuántas te acuerdas de haber estado? Porque, a pesar
de haber pasado mucho tiempo acá cuando niño y adolescente, yo no recordaba la mayoría de las
habitaciones y estaba bastante seguro de que no las conocí todas. La primera noche que me quedé,
de todas estas, fue la noche en que murió Amanda, yo solo me dejé caer en el suelo de la sala de
estar. Estaba tan cansado que me dormí casi inmediatamente. Desperté tarde y solo podía pensar
en la antigua sala de juegos, en el piso de arriba, no había ido desde pequeño y subí esperando
encontrar los viejos cachureos que coleccionaba el abuelo para divertirnos...

Un silencio incómodo, creo que estaba esperando a que preguntara, así que lo hice:

- ¿y...

-Nunca encontré los juegos, pero encontré una habitación que no había entrado nunca. Estaba
llena de cuadernos, cuadernos de composición lírica. Con fecha y organizados por año y mes.
Había algunos que correspondían solo a un día. Al principio no le presté atención, creo que pensé
en que me había equivocado de habitación. Seguí buscando los juguetes y no los encontré, ni
siquiera en las otras habitaciones en las que no recordaba haber entrado. Supuse que los había
botado hacía mucho tiempo, así que me di por vencido. Igual quería quedarme unos días, siempre
le vi a esta casa cierto potencial para grabar algo, algunas tomas, incluso pensar en hacer algo tipo
Hitchcock. Así que me devolví a casa y fui a buscar algunas mierdas para hacer tomas. En el
camino de vuelta solo visualizaba la habitación con los cuadernos, no sabía bien por qué.

Su rostro ahora parece más sombrío, se nota concentrado, entramos a la casa. La puerta emite un
chirrido tan agudo que salen volando las aves del techo. Se nota el cambio de aire, demasiado
denso dentro de la casa, está oscura, las cortinas cerradas le dan un aspecto tenebroso como de
película de terror... espero que Bastián no se haya vuelto loco o un asesino serial. Vamos a la sala
de estar, allí Bastián abre las cortinas, las ventanas estratégicamente ubicadas dejan pasar tanta
luz que pareciese que seguimos fuera, en el jardín. Se deja caer en el sillón más cómodo de la
sala, parece que lo ha ocupado todos estos días, junto con una cantidad importante de insecticida
y alcohol, o al menos así lo delatan las latas en el suelo y una bolsa transparente repleta de tarros
vacíos de veneno para insectos y arácnidos. Estoy a punto de hablar cuando comienza
nuevamente.

-Hasta que leí uno de los cuadernos...

Silencio tenso. Oigo las termitas atacar la vieja madera del suelo. Las ramas de los árboles
golpeando las pocas ventanas que quedan vivas. Una gotera lejana que parece venir de la cocina.
También siento lo que parece ser un nido de aves en algún lugar del techo. Me concentro en la
gotera y pienso en qué podría ser tan terrible o misterioso como para quedarnos así, pensativos,
con miedo a romper la calma del aire. Me siento en el otro sillón, abro otra cerveza, miro a Bastián
para pedirle permiso para encender un cigarrillo dentro y asiente con la cabeza mientras me pasa
un gran cenicero atestado de ceniza y colillas de cigarro. Me doy cuenta que ha estado en la mierda
todos estos días, quizás necesitó más apoyo antes y yo no estuve allí... Sigues fallando como
amigo Daniel.

El sol comienza a bajar, el frío nos comienza a recordar que es invierno, Bastián se levanta, va a
una especie de armario que yo recordaba de una visita anterior, donde guardaban víveres y el
papel higiénico. Adentro parece haber solo unas cuantas frazadas y dos almohadas.

-Nos vamos a quedar hoy - Dice Bastián rompiendo el silencio al fin – Sé que la casa se ve en
mal estado, pero las piezas están prácticamente intactas. Ahí escoge más rato donde duermes,
pero te digo que tengo pedida la pieza principal, esa cama es divina – Y así como así, Bastián
vuelve a su buen humor. Nuevamente dibuja una sonrisa en su cara, se saca los lentes oscuros,
sus ojos denotan cansancio, ojeras interminables. Me lanza una almohada.

-Oye, ¿y el piano? – pregunto mientras me levanto del cómodo sillón donde perfectamente podría
dormir por siempre. El viejo piano del abuelo de Bastián... siempre lo recuerdo desafinado. Como
si la pena del abuelo se hubiera traspasado al instrumento que nunca más pudo tocar.
-El piano está donde mismo. Voy a cocinar algo, me dio hambre... –detiene su marcha y me avisa
–oye, mañana vienen a fumigar dentro de la casa, así que hay que levantarse temprano.

No sé por qué asume que me quiero quedar acá. Aunque es tentador, nunca me quedé en la noche.
No es que me dieran miedo las casas antiguas, pero nunca se dio la oportunidad de hacerlo, hasta
ahora, creo que tengo que aprovechar.

-Ya, voy a tocar el pianito – Me dirijo a donde estaba el instrumento centenario. Si me pusieran
un vendaje en los ojos, igual llegaría. Es el mejor recuerdo que tengo de este lugar, el abuelo de
Bastián corrigiendo mi postura, corrigiendo mi dedaje, corrigiendo mis dinámicas... Nunca me
sonrió cuando toqué piano. No le importaba la desafinación del piano y podía aprender y corregir
cualquier partitura con solo leerla una sola vez. Era un gran maestro caído en desgracia.

Llego al cuarto, es el único cuya ventana está en perfectas condiciones y a la vez no tiene ramas
de árbol golpeando en todo momento, un rosal salvaje acaricia el vidrio con la brisa, pareciera
que quisiera entrar a abrigarse. Queda poca luz natural, destapo el piano, una sábana de seda lo
cubre, se levanta tanto polvo que debo salir un momento del cuarto. Ahí está, lo admiro desde
unos cuantos metros de distancia, imponente. Un piano de cola majestuoso, negro completo, con
teclas de marfil, el abuelo de Bastián decía que nunca le gustó la idea de que mataran animales
para hacer un instrumento, sobre todo los elefantes. Que la mejor manera de rendirle tributo a su
sacrificio era tocar siempre consciente de que un animal tuvo que morir para que sonara ese piano,
que se debía tocar con el alma y entregando un poco de esta en cada nota.

Nunca fui un buen pianista, pero me gusta tocar. Quería rendirle tributo al o los elefantes que
asesinaron para lograr esta maquinaria de sonidos. Abro la tapa del piano. Una serie de hojas al
parecer escondidas. Las recojo y pongo a la luz. Una serie de partituras, piano y melodía. Firmada
por Soledad de las Nieves, la abuela de Bastián.

Esto es nuevo.

No sabía que la señora Soledad escribía canciones, osea... lo podía imaginar o intuir, pero a ciencia
cierta no podía saberlo con certeza.

No parece ser compleja, al menos armónicamente. Saco una libreta de mi mochila y hago el
cifrado de acordes que, en efecto, no son complejos. La melodía también parece ser simple, creo
que puedo tararearla mientras toco. Me cuesta leer la letra de las indicaciones de interpretación,
pero al fin la entiendo:

“Tóquese como si la persona que más odias en el mundo te hubiese hecho daño”

¡Uf! No creo odiar a nadie, pero me quedo pensando en esas palabras. ¿A quién podría odiar la
abuela de Bastián? Por un momento siento el aire aún más denso. Opto por no tocar la partitura,
pero la escondo nuevamente en el piano, hay cosas que es mejor no contar de inmediato, Bastián
parecía raro hace algunos minutos, tenso, con miedo... no creo que saber que su abuela escribía
indicaciones de interpretación tan extrañas le ayude en estos momentos.

Cierro el piano y toco algo de Satié, la gimnopedia de siempre. Y la única canción que el abuelo
no me dijo nada, solo se fue de la pieza esa vez. La desafinación es inconsistente, suena mal,
totalmente, pero la toco con todo lo que tengo, la interpreto. Pienso en esos elefantes, los acaricio,
les pido perdón en cada nota tocada. Pienso en Amanda, tengo la carta en mi bolsillo aún. La saco,
mientras mi pie se mantiene en el pedal para suspender los martillos y dejar resonando las notas...
los armónicos susurran entre sí, de seguro saben que tengo miedo, mis manos tiemblan y de seguro
los armónicos se están riendo de aquello.

-oye weón, ¿quieres comer algo? – Me interrumpe Bastián en buen momento, creo que no debía
leer ahora.

-La verdad... si weón.

Vamos a la cocina. Es amplia, tan amplia que me imagino a Ramona viviendo solo en el lugar
que ocupa la cocina y aun sobrándole espacio. Está totalmente limpia, creo que se ha convertido
en la base de operaciones de la casa. Muebles antiguos de madera, una isla al medio en la que al
parecer Bastián está dejando para trabajar, su laptop está procesando videos, una montaña de
lentes, atriles y otros bolsos al lado, creo que va demasiado en serio con esto. Me pasa una taza
con café de grano... creo que es hora de conversar seriamente acerca del proyecto.

-Los cuadernos eran diarios de vida, de mi abuelo –dice al prender un nuevo cigarrillo, me alcanza
otro cenicero, este está vacío. También enciendo uno –El viejo escribió acerca de la enfermedad
de mi abuela, al parecer en todos los cuadernos que hay en la habitación. Lo cual me llevó a hacer
la pregunta: ¿para qué?

- ¿y la pudiste responder?

- No, por eso te llamé y por eso te tengo esta propuesta. Quiero que hagamos un documental.

Es interesante, le vi de inmediato el potencial, incluso antes de que Bastián dijera la palabra, pero
no puedo evitar pensar en cuestiones de ética. Le pregunto mis dudas ¿será ético? ¿es lo que habría
querido su abuelo? ¿Qué dirán sus padres? Me responde todas las preguntas como si estuviese
leyendo las respuestas de un papel. Ha estudiado las mismas posibilidades que me pregunto a mí
mismo, quizás más.

- ¿Cuántos diarios has leído? ¿cuántos hay?


-Leí partes de casi treinta cuadernos, es como si sagradamente hubiese anotado todo lo que hizo
la abuela, como si fuera una especie de estudio sobre el caso. He pensado en mostrárselo a la
Claudia, la conoces, mi amiga psicóloga hippie. Pero creo que será mejor que nosotros nos
hagamos cargo de todo, necesito tu ayuda, eres mi amigo y alcanzaste a conocer algo a mis
abuelos, me serviría de mucho si me ayudas a ordenar ideas de estos diarios y de pasada hacer
música para este documental.

-Déjame pensarlo y te digo por la mañana. Sí, me voy a quedar por esta noche. Quizás lea algunos
cuadernos, pero creo que lo voy a pensar en la habitación que elija para dormir. –Me interesa ser
parte de esto, algo me pone ansioso respecto a este proyecto, pero le oculto a Bastián mis
intenciones, o al menos creo que hago lo mejor que puedo.

-Ok, allá tú. Toma, come. –Me extiende un plato con puré de garbanzos y unos champiñones
salteados con cebolla. Comemos y vemos las tomas que ha hecho Bastián de la casa, son planos
secuencia del jardín, nada muy profesional aún, podría servir como una maqueta de lo que
podemos hacer. Imagino inmediatamente la música, un piano tocando notas al azar, con su pedal
presionado para dejar las frecuencias resonar en el tiempo.

¿Qué sería de mi vida sin la música? Quizás estaría aún más vacía.

Nos dan las once de la noche y hemos tomado unas cuantas cervezas más, le digo cuál habitación
he escogido, aquella que queda al lado de la pieza donde se encuentra el piano. Bastián va al baño
y cuando vuelve menciona un pequeño regalo que dejó en la habitación, le veo con sueño, se retira
y me dice que cualquier cosa estará en la habitación principal.

Silencio. La gotera en la cocina se hace aún más presente que antes. Empieza a soplar un viento
tan fuerte que las ramas de los árboles azotan con furia las ventanas, la madera en ellas pareciera
que va a ceder en cualquier momento, pero resiste, el sonido de la gotera se funde junto a los
golpes y se crean poliritmias imposibles.

Me incorporo y siento el peso de la cerveza en mi cabeza. Tomo mi mochila y me dirijo a la


habitación que he escogido para pasar la noche. La oscuridad comienza a caer sobre la casa y los
lúgubres pasillos empiezan a confundir mis sentidos. Escucho el rumor de estas paredes, las
termitas deben estar haciendo su trabajo en la madera, el crujido al pasar mis pies me interrumpe
de pensar. Creo que tomé demasiado, llego a la habitación y me dejo caer en la cama. Al fin solo
en la quietud de esta casa.

El sueño me pone en modo automático, saco mis pantalones y se cae la carta...

El sueño se ha ido.
Ya no escucho las termitas, solo un sonido en mi cabeza que me dice que no la abra y otro que
me incita a proceder. Aunque igualmente sé cuál será el desenlace de esta dicotomía.

Me doy cuenta que en el pequeño velador al lado de la cama hay una botella de whisky. Pienso
que puede ser el “regalo” de Bastián. Cuarenta grados de felicidad. Abro la botella y bebo un
primer sorbo que me hace pedazos la garganta mientras sostengo la carta en mi mano, la veo a
contraluz por quizás décima vez, obvio que no se ve nada. Bebo un segundo sorbo y esta vez
enciendo un cigarrillo, lo fumo. Por suerte hay ceniceros en todas las piezas. Bebo otro sorbo y
enciendo otro cigarrillo. Sostengo ahora la carta en mis dos manos, me siento borrachísimo, pero
completamente consciente.

La abro y saco el contenido.

Un dibujo.
Una pequeña llave.
Una carta.

Me invaden unas ganas terribles de vomitar, voy al baño más cercano y guardo todo bajo las
sábanas, mi andar es tambaleante, me afirmo en las paredes e intento no hacer tanto ruido. El baño
es espacioso, un gran espejo trizado multiplica mi imagen. “¿Para qué quiero más cómo yo?”
sería una pérdida aún mayor de oxígeno. Por un momento me concentro en mis copias, pareciese
que estuviesen burlándose de mí, ya no veo la diferencia entre el espejo y quien lo está
observando, estoy inmerso no sé cuánto tiempo y recuerdo que vine a vomitar. Levanto la tapa
del inodoro. Un sonido profundo, grave emerge desde el agua. El miedo se apodera de mi cuerpo,
me paralizo. De repente un golpe en la ventana, una rama de árbol azota el vidrio y lo rompe en
mil partes.

A la mierda con vomitar.

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