Proceso administrativo y contencioso administrativo
Importancia del procedimiento
La tramitación del procedimiento deriva de una imposición constitucional. En concreto, el artículo 105.c de la Constitución española (CE) exige la sujeción de la actuación administrativa a un procedimiento determinado, con garantía, cuando sea procedente, de la audiencia al interesado. Esta exigencia constitucional está recogida también en el artículo 53.1 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común (en adelante, LRJPA), en el que se preceptúa que los actos administrativos se deben ajustar al procedimiento establecido. Resulta necesario recordar también las dos finalidades principales del procedimiento administrativo: a) Por un lado, constituye una garantía para los derechos de los ciudadanos interesados ante la actuación de las administraciones, puesto que el procedimiento les permite intervenir en la toma de decisiones administrativas mediante la formulación de alegaciones, proposición de pruebas, petición de vista del expediente, etc. Así pues, el procedimiento administrativo es un medio de participación y defensa de los ciudadanos. b) Por otro lado, el procedimiento administrativo es una garantía de eficacia y acierto de la decisión administrativa, lo que a la vez asegura la satisfacción del interés público, tal como proclama el artículo 103 de la CE. De la importancia del procedimiento administrativo, teniendo en cuenta estas dos finalidades esenciales que hemos recordado, se derivan algunas consecuencias, entre las que podemos destacar las siguientes: a) Tanto las administraciones como los juzgados y tribunales deben declarar de oficio los vicios invalidantes de los actos administrativos, cuando se ha infringido el procedimiento en los trámites esenciales o cuando se ha dado lugar a indefensión de los interesados. b) Ante un eventual recurso contra la decisión administrativa, el examen de las normas de procedimiento, por la condición que tienen de elemento formal del acto administrativo, precede al examen de las cuestiones de fondo, puesto que para el caso en el que haya un defecto formal causante de invalidez es procedente por sí mismo la anulación del acto, con independencia de los aspectos de fondo. Cambio de paradigma: la simplificación administrativa Como se ha dicho, el objetivo principal del procedimiento administrativo, desde la perspectiva de la Administración, es el de garantizar que la decisión final que se adopta en el punto final de la tramitación del procedimiento, normalmente bajo la forma de “resolución”, sea acertada y ajustada a derecho, y que con ella se asegure la protección del interés público y del resto de los derechos e intereses en juego. A modo de ejemplo, un procedimiento clásico habitual es el de las autorizaciones administrativas, iniciado a instancia de la persona interesada que pretende llevar a cabo algún tipo de actividad, para la cual requiere el permiso de la Administración competente. En la instrucción de este tipo de procedimientos, los trámites efectuados por la Administración tenían por finalidad la verificación y confirmación de que la persona solicitante cumplía los requisitos exigidos por el ordenamiento. Esto suponía un volumen de cargas administrativas, y a su vez una inversión en tiempo y esfuerzo, que provocaba una demora en el inicio de la actividad. Incluso en algún caso estas exigencias formales podían significar que la persona interesada en iniciar la actividad o servicio, ante esta complejidad derivada de la acumulación de trámites que se habían de formalizar, desistía de su pretensión. En definitiva, esta situación de comprobaciones administrativas con carácter previo al inicio de la prestación del servicio o actividad tenía un efecto disuasorio. En este contexto surge la denominada Directiva de servicios. que imponía a los Estados miembros el deber de simplificar los procedimientos y trámites aplicables al acceso a una actividad de servicios y al ejercicio de esta actividad. Esta directiva se ha traspuesto al Estado español mediante dos leyes: a) Ley 17/2009, de 23 de noviembre, sobre el Libre Acceso a las Actividades de Servicios y su Ejercicio; y b) Ley 25/2009, de 22 de diciembre, de Modificación de Varias Leyes para su Adaptación a la Ley sobre el Libre Acceso a las Actividades de Servicios y su Ejercicio.