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ENSAYO DE IMPARCIALIDAD Es de fiicil comprobacién que un efecto inmediato (y ain instan- tineo) de esta anhelada guerra, ha sido la extincién o la abolicién de todos los procesos intelectuales. No hablo de Europa, donde venturo- samente perdura George Bernard Shaw; pienso en los estrategas y apo- logistas que el infatigable azar me depara, por calles y por casas de Buenos Aires. Las interjecciones han usurpado la funci6n de los razo- namientos; es verdad que los atolondrados que las emiten, distraida- mente les dan un aire discursive y que ese tenue simulacro sintictico satisface y persuade a quienes los oyen. El que ha jurado que la guerra es una especie de yijad liberal contra las dictaduras, acto continuo an- hela que Mussolini milite contra Hitler: operacién que aniquilaria su tesis. El que juraba hace cuarenta dias que Varsovia era inexpugnable, ahora se admira (con sinceridad) de que haya resistido algiin tiempo. El que denuncia las piraterias inglesas es el que aprueba con fervor que Adolf Hitler obre a lo Zarathustra, mas all del bien y del mal. El que proclama que el nazismo es un régimen que nos libra de charla- tanes parlamentarios y que entrega el gobierno de las naciones a un grupo de strong silent men, escucha embelesado las efusiones del ince sante Hitler o —placer aun mas secreto —de Goering. El que pondera Ia presente inaccién de las armas francesas aplaudiré esta noche los sin- tomas iniciales de una ofensiva. El que reprueba la codicia de Hitler 28 — saluda con veneracién la de Stalin. El rencoroso augur de Ja desinte- gracién inmediata del injusto Imperio Briténico, demuestra que Alema- nia tiene derecho a la posesién de colonias. (Anotemos, de paso, que esa yuxtaposicion de las voces colonias y derecho es lo que alguna ciencia muerta —Ia Iégica— denominaba una contradictio in adjecto). El que rechaza con supersticioso pavor la mera insinuacién de que el Reich puede ser derrotado, finge que el menor éxito de sus armas es un incom- prensible milagro. No prosigo; no quiero que esta pdgina sea infinita. Debo cuidarme, pues, de no agregar una interjeccién a las ya innu- merables que nos abruman. (No acabo de entender, por ejemplo, que alguien prefiera la victoria de Alemania a la de Inglaterra y me seria muy facil imponer figura de silogismo a esa conviecién, pero me consta que no debo alegar una raison de coeur). Quienes abominan de Hitler, suelen abominar también de Alemania. Yo he admirado siempre a Alemania, Mi sangre y el amor de las letras me acercan indisolublemente a Inglaterra; los afios y los libros a Francia; a Alemania, una pura inclinacién. (Esa inclinacién me movi6, hacia 1917, a emprender el estudio del alemén, sin otros instruments que el Lyrisches Intermezzo de Heine y un lacénico glosario alemin- inglés, a veces fidedigno). No soy, por cierto, de esos germanistas fala- ces que recomiendan a Alemania lo eterno para negarle toda partic pacién en lo temporal. No estoy seguro de que el hecho de haber pro- ducido a Leibniz y a Schopenhauer la incapacite para todo ejercicio politico. Nadie pretende que Inglaterra debe elegir entre su Imperio y Shakespeare; nadie que Descartes y Condé son incompatibles en Fra cia; yo ingenuamente creo que una Alemania poderosa no hubiera entris- tecido a Novalis ni hubiera sido repudiada por Hoelderlin, Yo abomino, precisamente, de Hitler porque no comparte mi fe en el pueblo alemén; porque juzga que para desquitarse de 1918, no hay otra pedagogia que la barbarie, ni mejor estimulo que los campos de concentracién, Bernard Shaw, en ese punto, coincide con el melancélico Fuehrer y piensa que sélo un incesante régimen de marchas, contramarehas y saludos a 29 Ja bandera puede convertir a los plicidos alemanes en guerreros pasables. .. Si yo tuviera el trigico honor de ser alemsn, no me resignaria a sacrificar a la mera eficacia militar la inteligencia y la probidad de mi patria; si el de ser inglés o francés, agradeceria la coincidencia per- fecta de la causa particular de mi patria con la causa total de la humanidad. Es posible que una derrota alemana sea la ruina de Alemania; es indiscutible que su victoria seria la ruina y el envilecimiento del orbe. No me refiero al imaginario peligro de una aventura colonial sudamericana; pienso en los imitadores autéctonos, en los Uebermenschen caseros, que el inexorable azar nos depararia, Espero que los afios nos traerdn Ja venturosa aniquilacién de Adolf Hitler, hijo atroz de Versalles. JORGE LUIS BORGES

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