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Este poema de Luciano Folgore celebra la fuerza y el espíritu rebelde del hombre representado por las máquinas y la aviación. Describe cómo los hombres han extendido sus nervios de hierro al sol y han abierto sus bocas para aspirar grandes sorbos de vida. También habla de cómo han lanzado máquinas hechas de voluntad y valentía infinita más allá de las nubes, y de cómo sus hijos juegan con metales fulgientes y madera tallada, evocando las maravillas de un reino encantado.
Este poema de Luciano Folgore celebra la fuerza y el espíritu rebelde del hombre representado por las máquinas y la aviación. Describe cómo los hombres han extendido sus nervios de hierro al sol y han abierto sus bocas para aspirar grandes sorbos de vida. También habla de cómo han lanzado máquinas hechas de voluntad y valentía infinita más allá de las nubes, y de cómo sus hijos juegan con metales fulgientes y madera tallada, evocando las maravillas de un reino encantado.
Este poema de Luciano Folgore celebra la fuerza y el espíritu rebelde del hombre representado por las máquinas y la aviación. Describe cómo los hombres han extendido sus nervios de hierro al sol y han abierto sus bocas para aspirar grandes sorbos de vida. También habla de cómo han lanzado máquinas hechas de voluntad y valentía infinita más allá de las nubes, y de cómo sus hijos juegan con metales fulgientes y madera tallada, evocando las maravillas de un reino encantado.
“La corbata y el reloj” de Apollinaire, Guillaume (caligrama)
CANTO DE LOS HANGARES por Luciano Folgore
Hemos estirado nuestros nervios de hierro al sol,
hemos arqueado nuestros espinazos metálicos, y abierto a una ráfaga de alegría la boca, que aspira a grandes sorbos la vida. La noche no se reclina en nuestras espaldas a la que al cielo empujamos el silencio no erosiona nuestros sólidos armazones; pero un soplo de energía late allí, una cálida promesa de fuerza que crece maravillosa. Hemos lanzado sobre las mareas del cielo más allá de los escollos de nubes máquinas hechas con láminas de fuerza de voluntad, motores de valentía infinita que destruyen los vientos y palancas que elevan el perfil del hombre muy por encima del destino humano. Hemos besado en los atardeceres bermellones a nuestros hijos que retornaban y les hemos oído jugar con metal fulgente y ástiles de madera, una gran fábula dorada, las maravillas de un reino que hace sus palacios encantados de bloques tallados en azul oscuro. Nos hemos entretenido en los bordes de la infinitud Hemos lanzado al pueblo de las estrellas, el ritmo del hombre rebelde que marcha hacia un destino sublime y, con grandes zancadas, se esfuerza por plantar con firmes raíces nuestra armadura en el sol.
(De El Canto de los motores)
Del Primer manifiesto del Surrealismo, André Bretón (1924)