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Nicolás Jouve, catdrático de Genética

Dr. Bernard Nathanson (1926-2011), reconocido médico abortista americano


responsable de más de 75.000 abortos, y que tras muchos años de esta práctica
cambió radicalmente y se convirtió en el más ferviente defensor de la vida. El
factor determinante, fue la observación del latido del corazón de un feto en las
entrañas de su madre gracias a las imágenes de ecografías y monitores
electrónicos, tras la incorporación de las tecnologías del ultrasonido.
El cigoto es la primera realidad corporal de un nuevo ser humano, porque ya
posee la información genética propia y distinta a la de cada parental que además
le acompañará de por vida. En lo biológico, cada individuo, cada uno de nosotros,
somos el producto de lo que codifican nuestros genes al combinarse la
información genética, los 21.000 genes que aporta cada gameto, paterno y
materno en la concepción. En esa célula inicial queda determinado el sexo, los
rasgos físicos, las enfermedades hereditarias, etc., todo lo que contribuye a
nuestra tipología biológica y que constituye la identidad genética de cada ser
humano y que no variará a lo largo de la vida.

La fecundación supone el “big-bang” de la vida. Ningún otro dato biológico de lo


que va a suceder a partir de la fecundación tiene el significado y la trascendencia
de la fecundación en lo que a un antes y un después de la propia vida se refiere.
Todos los pasos de su desarrollo son los de una vida que ya existía.
El transcurso de las primeras etapas del desarrollo de la vida humana se conoce
con toda precisión, sobre todo quince años después de la culminación del
Proyecto Genoma Humano y tras las aportaciones de la Genética del Desarrollo,
la Biología Celular y la Embriología. Desde la fecundación, todo el proceso de
desarrollo embrionario obedece al despliegue de un programa de actividades
genéticas de forma gradual y continua. Nada se crea de golpe, salvo aquella
célula inicial y única procedente de la fusión de los gametos, con capacidad
autónoma de desarrollo.

Dicho todo lo anterior y con pleno rigor se puede afirmar que cada vida humana
es una vida única, que transcurre sin saltos cualitativos desde la fecundación
hasta la muerte, por lo que el embrión y el feto, las primeras etapas de la vida,
son biológicamente equiparables al recién nacido y al adulto. Se trata del mismo
ser, la misma persona, de la que lo único que los diferencia es un factor temporal,
que no debe convertirse en determinante para establecer diferentes categorías
en un mismo individuo

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