Sie sind auf Seite 1von 2

“Los llamó para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13).

Hermanos seminaristas que han recibido este gran regalo del Señor: nunca olviden
que la vocación no es un fruto de un proyecto nuestro o de nuestras aptitudes o
capacidades. No importa si somos gordos o flacos, güeros o morenos, feos o
guapos, más inteligentes o menos inteligentes; para el Señor no importa eso,
porque Él nos elige tal como somos, incluso con nuestras fragilidades y defectos.
Todos tenemos una vocación y nadie puede sentirse excluido del llamado que el
Señor le ha hecho, porque Él nos conoce desde antes de nacer y nos ha elegido en
Cristo con una mirada de ternura y de amor. Nosotros no podemos controlar el
proyecto de Dios, porque Él siempre viene a despertarnos, a liberarnos de nuestra
modorra, a liberarnos de la inercia. El Señor es el Dios de las sorpresas. Nosotros
miramos las apariencias pero Él siempre se fija en el corazón.
Ustedes han dado este paso en su proceso vocacional, pero se conformen con esto,
hay que avanzar más. Les propongo dos elementos que no podemos dejar de lado
si queremos seguir por este camino.
El primero de ellos: nunca olviden el encuentro con Dios. No se puede ser
candidato a las órdenes sagradas o lector o acólito si no conocemos a Dios cara a
cara ni reflejamos sus pensamientos ni actitudes a los demás. Los demás tienen
que ver a Dios en la vida de ustedes. En todo momento y lugar debe reinar Cristo,
porque es el único que transforma nuestra vida y le da una orientación decisiva
(cfr. Deus caritas est, 1). ¡Qué triste sería que en el Seminario se hable tanto de
Dios pero sea el primer lugar donde se eche fuera! Parecerá como ese Belén que
no le dio abrigo ni posada a Jesús. Los habitantes de allí según eso esperaban con
ansias al Mesías, pero vivían tan absortos en sus aparentes seguridades que no se
dieron cuenta cuándo llegó. Los formadores podrán hablar mucho de itinerarios
formativos, los seminaristas podrán acostumbrarse a su vida de fe, pero si no reina
Cristo en nuestros pensamientos, palabras y acciones, no servirá de nada. El
mundo tiene necesidad de Dios, y por eso siempre tendrá necesidad de personas
que vivan para él y que lo anuncien a los demás (cfr. Benedicto XVI, Carta a los
seminaristas, 18 octubre 2010).
Segundo elemento: nunca pierdan la alegría. “Con Jesucristo siempre nace y
renace la alegría” (Evangelii gaudium, 1). No se entiende un seminarista
quejumbroso, malhumorado, amargado. Pero también alegre no es aquel que
siempre se ríe a carcajadas o anda de payaso, porque la alegría viene del sentirse
amados por Dios. La vocación no es rigidez acartonada, sino alegría, paz y gozo.
¡Ay de esa gente que se cree tan importante pero se ha olvidado de sonreír! Por
favor, nunca perdamos el sentido del humor, porque la alegría que es contagiosa
es verdadera.
Elevamos, pues, al Dios de la misericordia, nuestra alabanza, por las maravillas
que siempre hace entre nosotros. Ustedes hoy son portadores de este gran don del
Señor. No lo desperdicien. No vean en él un motivo para subir de estatus, sino más
bien véanlo como una oportunidad que el Señor les da para que sirvan a sus
hermanos y vean ellos la imagen de Dios que siempre nos pide que lo amemos en
los demás. Ministerio significa servicio, y si no llevamos a cabo lo que esto
significa, podremos ser licenciados o doctores, señores curas u obispos pero no nos
servirá de nada. Los títulos por sí solos caen. El Señor es el único que permanece.
Que Santa María de Guadalupe, Patrona del Seminario, los acoja bajo su manto en
su proceso vocacional. Nunca se alejen de ella, porque es nuestra Madre.
Hermanos seminaristas que han recibido este gran regalo del Señor: ¡muchas
felicidades!

Domingo 1 de diciembre de 2019

Das könnte Ihnen auch gefallen