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Tartufo, un impostor

de Moliere

VERSIÓN de NATALIA MENÉNDEZ

1
PERSONAJES
DON LUÍS padre de Don Juan
DON JUAN es TARTUFO, falso devoto.
SGANARELLE, criado de Don Juan
ORGON, esposo de Elmira.
ELMIRA, mujer de Orgon.
LA SEÑORA PERNELLE, madre de Orgon.
CLEANTO, hermano de Elmira.
DORINA, sirvienta de Mariana.
DAMIS, hijo de Orgon.
MARIANA, hija de Orgon y amante de Valerio.
VALERIO, amante de Mariana.
LEAL, alguacil.
OFICIAL.
FLIPOTA, sirvienta de la señora Pernelle,

El actor que interprete a VALERIO, interpretará además a: DON LUÍS,


SGANARELLE, LEAL, OFICIAL y FLIPOTA.

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ACTO PRIMERO

ESCENA I
Recordando el acto V de DON JUAN, se ven los personajes en sombra:

DON LUÍS: ¡Cómo, Don Juan, hijo mío! ¿Es verdad lo que me decís?
DON JUAN: Sí, aquí me veis, no soy el mismo de anoche; percibo la misericordia que
el Cielo ha tenido conmigo no castigando mis crímenes, y aspiro a sacar
el debido provecho y mostrar a los ojos del mundo mi repentino cambio
de vida, reparando así el escándalo de mis pasadas acciones y
esforzándome en lograr del Cielo una plena remisión.
DON LUIS: ¡Ah, hijo mío! ¡Cuán fácil revive la ternura de un padre, y qué pronto se
disipan las ofensas de un hijo ante la menor palabra de arrepentimiento!
Voy ahora mismo a llevar la feliz nueva a vuestra madre, y a dar gracias
al Cielo por las santas determinaciones que se ha dignado inspiraos.
(Vase)
SGANARELLE: ¡Ah, señor, cuánto me alegro de ver que os habéis arrepentido!
DON JUAN: ¡Vaya! ¿Has tomado por cierto lo que acabo de decir y crees que mi boca
estaba de acuerdo con mi corazón?
SGANARELLE: ¡Cómo! ¿No es...? ¿Vos no...? ¿Vuestro...?
DON JUAN: Si he dicho que quería enmendar mi conducta y hacer una vida ejemplar,
es un propósito que he forjado por mera política, una estratagema útil, un
gesto necesario…
SGANARELLE: ¡Cómo! ¿No creéis en nada absolutamente y queréis, sin embargo,
erigiros en hombre de bien?
DON JUAN: ¿Y por qué no? ¡Hay tantos como yo que se dedican a ese oficio y que
utilizan la misma máscara para engañar al mundo!
SGANARELLE: ¡Ah, qué hombre, qué hombre!
DON JUAN: La hipocresía es un vicio de moda, y todos los vicios de moda se
consideran virtudes. El personaje "hombre de bien" es el mejor de todos
los personajes que pueden representarse. Hoy en día la profesión de
hipócrita posee ventajas maravillosas. Es un arte cuya impostura es
siempre respetada, y aunque la descubran, no se atreven a decir nada en
contra de ella. La hipocresía es un vicio privilegiado que cierra la boca de
todo el mundo y goza de una soberana impunidad. ¡Cuántos, puedes
creerme, conozco, que, por medio de esa estratagema, han enmendado
hábilmente los desórdenes de su juventud y que, utilizando como escudo
el manto de la religión, disfrutan, bajo esa vestidura respetada, la licencia
para ser los hombres más perversos del mundo! Por mucho que se
conozcan sus intrigas y lo que ellos son, no dejan por eso de tener crédito

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entre la gente, y cualquier inclinación de cabeza, un suspiro apenado y
unos ojos en blanco compensan, ante el mundo, todo cuanto puedan
hacer. Éste será el verdadero medio de hacer impunemente todo cuanto
quiera. Me erigiré en censor de las acciones ajenas, juzgaré mal a todo el
mundo y no tendré buena opinión más que de mí. Así es como hay que
aprovecharse de las flaquezas humanas y acomodar todo espíritu sabio a
los vicios de su siglo.

Canción y baile en sombras, se trata de una fiesta.


De pronto un estruendo corta en seco la fiesta. Se abre la gasa que tapaba la escena
(podrían ser Madame Pernelle con Flipota quienes realicen esta
acción).

ESCENA II
PERNELLE, su sirvienta FLIPOTA, ELMIRA, MARIANA, DORINA, DAMIS,
CLEANTO,

PERNELLE: Vamos, Flipota, vamos a ver si me libro de ellos.


ELMIRA: Marcháis a tal paso, que cuesta trabajo seguiros.
PERNELLE: Dejad, nuera, dejad: no vayáis más allá; no necesito tantos cumplidos.
ELMIRA: Pago lo que os debo. Pero ¿por qué os marcháis tan presto, madre mía?
PERNELLE: Salgo de vuestra casa muy disgustada; se hace en ella caso omiso de todas
mis lecciones; no se respeta nada; todos hablan a gritos; esto parece la
casa de Tócame Roque.
DORINA: No obstante...
PERNELLE: Sois, amiga mía, una sirvienta un tanto deslenguada y muy impertinente,
os dedicáis a dar vuestra opinión en todo.
DAMIS: Pero...
PERNELLE: Sois tonto de remate, hijo mío. Os lo digo yo que soy vuestra abuela y he
predicho cien veces a mi hijo, vuestro padre, que tomabais el aspecto de
un pícaro y que le daréis tan solo tormentos.
MARIANA: Yo creo...
PERNELLE: ¡Dios mío! Mucho os gusta haceros la discreta, nieta mía. Tan melosa
parecéis que empalagáis. Pero bien dicen que no conviene fiar del agua
mansa, y lleváis socapa, una vida que aborrezco.
ELMIRA: Pero, madre mía...
PERNELLE: Aunque os desagrade, nuera; vuestra conducta es mala en todo. Debierais
dar ejemplo a estos jóvenes, según lo hacía, y mucho mejor que vos, su
difunta madre. Sois gastadora, y me hiere veros que vayáis vestida como
una princesa. La que quiere agradar sólo a su marido no necesita de tanto
aderezo.
CLEANTO: Después de todo, señora...
PERNELLE: En cuanto a vos, su señor hermano: os estimo mucho, os quiero y os
respeto; pero si fuera esposa de mi hijo, os rogaría con ahínco que no

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vinierais a esta casa. Predicáis sin césar maneras de vivir que no deben de
seguir las personas honradas. Os hablo con excesiva franqueza, pero éste
es mi carácter, y no gusto de tragarme las palabras.
DAMIS: Vuestro señor Tartufo es muy feliz, sin duda...
PERNELLE: Es un hombre al que hay que escuchar, y no puedo tolerar, sin ponerme
furiosa, verle criticado por un bobo como vos.
DAMIS: ¡Cómo! ¿Voy a tolerar que un hipócrita redomado como ése venga a
ejercer en nuestra casa un poder tiránico? ¿Y que no podamos divertirnos
con nada si ese buen señor no se digna consentirlo?
DORINA: Si fuéramos a escuchar y creer sus máximas, no se podría hacer nada sin
cometer un crimen, pues todo lo censura ese crítico celoso.
PERNELLE: Y todo cuanto censura está muy bien censurado. Intenta conduciros por la
senda del Cielo. Mi hijo debía induciros a todos a amarle.
DAMIS: No hay, abuela, padre ni nadie que pueda obligarme a quererle. Su forma
de obrar me enoja y preveo que acabaré teniendo algo muy sonado con él.
DORINA: Como que es cosa que escandaliza ver a un desconocido hacerse dueño de
todo esto. Que un pobretón que cuando vino no tenía zapatos y cuyo traje
entero no valía seis monedas, llegue al extremo de olvidar quién es, de
trastocarlo todo y obrar como señor.
PERNELLE: ¡Que Dios me proteja! ¡Mejor iría esta casa si todo se rigiera por sus
piadosas órdenes!
DORINA: Pasa por santo en vuestra fantasía; creedme, pero sus actitudes son solo
hipocresía.
PERNELLE: ¡Ah, esa lengua! Le queréis mal y le rechazáis porque os dice las verdades
a todos. Su corazón se enfurece contra el pecado y lo único que le
impulsa es el interés del Cielo.
DORINA: Sí, mas ¿por qué, de un tiempo a esta parte, no puede soportar que nadie
frecuente la casa? ¿Qué mal causa al Cielo una visita honrada y por qué
ha de quebrarnos la cabeza el señor Tartufo con los escándalos que arma
en tales ocasiones? ¿Queréis que hable en confianza? Creo que tiene celos
de ver agasajada a la señora.
PERNELLE: Callaos y pensad en lo que decís. No solo él censura tales visitas. Toda
esa confusión que acompaña a las gentes que aquí acuden, esas carrozas
plantadas en la puerta y la ruidosa reunión de tantos lacayos, causan un
deplorable escándalo para toda la vecindad. No creo que en el fondo
suceda nada; pero, en fin, se habla de ello, y eso no está bien.
CLEANTO: ¡Eh! ¿Queréis impedir señora que conversemos? Torpe cosa sería en la
vida renunciar a los mejores amigos por miedo a los discursos necios. Y,
aun si dejáramos de hacerlo, ¿creéis que así se obligaría a la gente a
callar? No hay defensa contra la maledicencia. No tomemos en cuenta
todas las necias chácharas; procuremos vivir con entera inocencia y
dejemos plena libertad a los charlatanes.
PERNELLE: En vuestra casa está una obligada a callar, más os digo que lo más cuerdo
que ha hecho mi hijo, ha sido recoger en su casa a ese piadoso personaje;
el Cielo le ha enviado aquí para que vuelvan vuestras almas descarriadas
al camino recto. Esas visitas, esos bailes, esas conversaciones son
invenciones del espíritu maligno. Aquí no se oyen palabras piadosas, sino

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frases vanas, canciones y frivolidades; y en esta casa se murmura de toda
clase de personas. ¡Adiós nuera mía! No quiero decir más. Sabed tan sólo
que desde hoy estimo esta casa en la mitad y que ha de llover mucho
hasta que vuelva yo a poner los pies aquí. (Dirigiéndose a FLIPOTA, a
quien da un bofetón.) ¡Vamos! ¡Estáis soñando y pensáis en las
musarañas! ¡Vamos, sucia, vámonos!

Salen todos salvo:

ESCENA III
CLEANTO, DORINA Y DAMIS

DORINA: (Habla a público) ¡Admirable ejemplo! ¡Qué virtuosa dama! Ahora que
sus ojos pierden el brillo, ella quiere renunciar al mundo que la rechaza, y
con una pretendida cordura encubre la debilidad de sus marchitos
encantos. Hoy todo lo censura, sin perdonar nada. Critica en voz alta la
vida de todos, no por caridad, sino por envidia, porque no soporta que
otras tengan los placeres que a ella le han privado los años…
CLEANTO: (Sale un poco de su escondite, con un instrumento que irá tocando) No
quiero salir, no vaya a reprenderme más, porque esa buena mujer...
¡Cómo se ha enojado con nosotros por nada y que encaprichada está con
su Tartufo!
DORINA: Pues todo esto no es nada comparándolo con su hijo. Era un hombre
sensato y valiente, pero ahora, se ha vuelto como un bobo desde que se ha
encaprichado de ese Tartufo. Le llama hermano y le quiere en el fondo de
su alma cien veces más que a su madre, sus hijos y su esposa. Es el único
confidente de todos sus secretos y prudente rector de sus actos; le mima y
le besa; creo que no se podría dedicar más ternura a un amante. En la
mesa le ofrece el sitio de honor, le ve con alegría comer por seis, le cede
los mejores bocados y si le oye eructar le dice: “Buen provecho”. Le tiene
loco; es su Dios, su héroe. Le admira en todo; sus actos menores le
parecen milagros, y oráculos cuantas palabras dice. Y el sujeto, que
conoce a su víctima, se aprovecha de ella deslumbrándole con cien
apariencias engañosas. Y con su hipocresía le saca dinero a cada paso. Y
se arroga el derecho de criticarnos a todos… Veo llegar a mi señor.
CLEANTO: (Deja de tocar) Yo le aguardaré aquí para darle tan solo los buenos días.
DAMIS: (Que estaba escondido, sale) Habladle algo del casamiento de mi
hermana. Sospecho que Tartufo se opondrá y obligará a mi padre a
grandes demoras. Ya sabéis el interés que tengo en ello, pues la pasión
que consume a mi hermana con Valerio, es la misma que tengo por su
hermana, y, es menester... (Se va)
DORINA: Aquí llega...

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ESCENA IV
ORGON, CLEANTO, DORINA

ORGON: Buenos días, hermano.


CLEANTO: Me alegra veros volver...
ORGON: Dorina... Cuñado mío; esperad os lo ruego. Permitidme que, para disipar
las preocupaciones, me informe de las noticias de casa. (A Dorina) ¿Todo
ha ido bien en estos dos días? ¿Qué hacen ahí dentro? ¿Cómo andan
todos?
DORINA: La señora anteayer tuvo fiebre hasta por la noche, con un dolor de cabeza
inconcebible.
ORGON: ¿Y Tartufo?
DORINA: ¿Tartufo? Muy bien. Gordo y saludable, con el cutis lozano y los labios
bermejos.
ORGON: ¡Pobre hombre!
DORINA: Por la noche la señora tuvo náuseas, no pudo probar bocado. ¡Le dolía la
cabeza tanto!
ORGON: ¿Y Tartufo?
DORINA: Comió solo ante ella, y engulló dos perdices y media pierna de carnero en
salsa.
ORGON: ¡Pobre hombre!
DORINA: Vuestra esposa pasó toda la noche sin poder cerrar los párpados. Unas
sofocaciones le impedían dormir y tuvimos que velarla hasta el alba.
ORGON: ¿Y Tartufo?
DORINA: Acuciado de un grato sueño, al levantarse de la mesa, se metió enseguida
en su cama bien calentita y durmió de un tirón hasta la mañana.
ORGON: ¡Pobre hombre!
DORINA: Vuestra esposa, convencida al fin por nuestras razones, consintió en sufrir
una sangría y sintió un alivio inmediato.
ORGON: ¡Y Tartufo?
DORINA: Armándose de valor, para compensar la sangre perdida por la señora, se
bebió en el desayuno cuatro copas grandes de vino.
ORGON: ¡Pobre hombre!
DORINA: En fin, los dos están muy bien. Me adelanto a anunciar a la señora cuánto
celebráis su convalecencia. (Se va)

ESCENA V
ORGON, CLEANTO

CLEANTO: ¿Es posible que un hombre posea un hechizo tal que consiga que se
olvide todo por él, y que tras remediar su miseria en vuestra casa lleguéis
al extremo de...
ORGON: Alto ahí, hermano mío; no sabéis de quién habláis.
CLEANTO: Si así lo queréis, confieso que no le conozco, pero para saber qué clase de
hombre es...

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ORGON: Os encantaría conocerlo, y vuestro embeleso no acabaría nunca. Es un
hombre… que... ¡Ah! Un hombre... Un hombre. Quien sigue sus
lecciones goza de una profunda paz y mira a todos como por encima del
hombro. Me enseña a no sentir afecto por nada y aparta mi alma de toda
amistad, tanto es así, que me tendría sin el menor cuidado ver morir a mi
hermano, hijos, madre y esposa.
CLEANTO: ¡Qué sentimientos tan humanos, hermano mío!
ORGON: Si supieses cómo le conocí, le demostrarías la misma amistad que yo. A
diario iba a la iglesia, con su aire apacible, a arrodillarse junto a mí.
Atraía las miradas de todos por el fervor con que elevaba a Dios sus
plegarias; exhalaba suspiros y besaba el suelo humildemente. Cuando yo
salía, se adelantaba rápido para ofrecerme agua bendita en la puerta. Yo le
hacía obsequios; más con modestia suma quería siempre devolverme una
parte. “Es demasiado- me decía- es demasiado ya con la mitad; no
merezco vuestra compasión.” Y si yo me negaba a tomarle el dinero,
acudía ante mis propios ojos a repartirlo entre los pobres. Al fin el Cielo
me impulsó a traerle a mi casa y, desde ese día, todo prospera en ella.
Recrimínalo todo, y con respecto a mi mujer se toma un extremo interés
por mi honor, advirtiéndome de las gentes que la miran con ojos dulces y
se muestra cien veces más celoso que yo. No podéis creer adónde llega
su celo; se acusa de pecado por cualquier bagatela; hasta se reprochó el
otro día de haber aplastado una pulga estando en oración con demasiada
cólera.
CLEANTO: ¡Pardiez! ¡Creo que estáis loco, hermano! ¿Os burláis de mí con tales
discursos y pretendéis que todas esas necedades....?
ORGON: Hermano, esas palabras huelen a incredulidad. Tenéis el alma un tanto
viciada y, como ya os he advertido más de cien veces, os meteréis en un
mal paso.
CLEANTO: Así hablan los que son como vos, porque quieren que todos seamos
ciegos como ellos. Tener buena vista es ser incrédulo. Quien no aprecia
los vanos melindres carece de respeto y fe por las cosas sagradas. Vaya,
vuestros discursos no me aterrorizan pues sé lo que digo. No hay por qué
ser esclavo de esos hipócritas, que hay tantos falsos devotos como falsos
valientes. ¿Acaso no distinguís entre la devoción y la hipocresía?
¿Queréis tratarlas a ambas por igual y rendir el mismo honor a la máscara
que al rostro, igualar el artificio a la sinceridad, confundir la apariencia
con la verdad, estimar al fantasma igual que a la persona y a la moneda
falsa como a la buena? ¡La mayoría de los hombres están hechos de
extraña manera! Os digo esto sólo de pasada, cuñado.
ORGON: Sin duda sois vos un doctor venerado, a quien le ha sido otorgado todo el
saber del mundo. Sois el único sabio de nuestro siglo, y a vuestro lado los
hombres todos son necios.
CLEANTO: No soy, hermano, un doctor venerado, ni me ha sido otorgado todo el
saber del mundo; mas sé diferenciar lo falso de lo verdadero; y así como
no veo ninguna clase de héroe más admirable que un devoto sincero, ni
otra cosa en el mundo más noble y hermosa que el fervor de un verdadero
celo, tampoco veo nada más odioso que el disfraz de una falsa piedad, de

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esos charlatanes sueltos, de esos devotos de plazuela cuya farsa sacrílega
abusa y se burla de lo más sagrado y respetable que tienen los mortales.
Esas gentes hacen de la devoción oficio y mercancía, queriendo comprar
fe y dignidades al precio de guiños de ojos y afectado fervor. Esas gentes,
repito, ajustan su devoción con sus vicios; son irascibles, vengativos,
astutos, carecen de palabra; y que para perder a alguien, encubren,
insolentes, su orgulloso resentimiento con el interés celestial; su furia
desatada resulta ser muy peligrosa, pues se valen de armas que nosotros
reverenciamos. Abundan demasiado esos perversos caracteres. Más los
devotos de corazón son fáciles de reconocer. A esos nadie les discute sus
títulos; de la virtud nunca hicieron ostentación; no se ve en ellos una
vanidad insoportable, y su piedad es humana y tratable; no censuran todos
nuestros actos pues sus almas se inclinan a juzgar bien al prójimo. No hay
en ellos cábalas malignas ni intrigas. Esa es mi gente, así es como hay que
comportarse, es el ejemplo que debemos de seguir. Y vuestro hombre no
es tal modelo; alabáis su fervor con absoluta buena fe, más creo que os
deslumbra un falso brillo.
ORGON: Mi señor cuñado, ¿habéis acabado ya?
CLEANTO: Sí.
ORGON: Soy vuestro servidor. (Marchándose.)
CLEANTO: Una palabra más, hermano; os lo ruego. Dejemos esta conversación.
Valerio ha recibido vuestra palabra de que sería vuestro yerno.
ORGON: Sí.
CLEANTO: ¿Habíais señalado día para tan grato enlace?
ORGON: Es verdad.
CLEANTO: ¿Por qué entonces, retrasar la ceremonia?
ORGON: No lo sé.
CLEANTO: ¿Tenéis otra idea en la cabeza?
ORGON: Puede ser.
CLEANTO: ¿Queréis faltar a vuestra palabra?
ORGON: No he dicho eso.
CLEANTO: Creo que no hay obstáculo que impida cumplir vuestra promesa.
ORGON: Depende.
CLEANTO: ¿Son necesarios tantos subterfugios para decir una palabra? Valerio me ha
pedido que os vea para esto.
ORGON: ¡Alabado sea el Cielo!
CLEANTO: Más ¿qué debo decirle?
ORGON: Lo que os plazca.
CLEANTO: Pero es preciso saber vuestros propósitos. ¿Cuáles son?
ORGON: Lo que el Cielo disponga.
CLEANTO: Hablemos seriamente. Valerio tiene vuestra palabra. ¿La mantendréis o
no?
ORGON: ¡Adiós!
CLEANTO: (Solo.) Temo una desgracia; debo advertirle de todo lo que ocurre.

Música de misterio

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ACTO SEGUNDO
ESCENA I
ORGON, MARIANA, DORINA

ORGON: Mariana...
MARIANA: ¿Padre?
ORGON: Tengo que hablaros en secreto.
MARIANA: ¿Qué buscáis?
ORGON: (que se ha asomado a un cuartito lateral) Miro si nos oyen, porque esta
sala es propicia para espiar conversaciones. Bien, no hay nadie. Yo,
Mariana, os he reconocido siempre un carácter muy dulce y siempre me
habéis sido muy querida.
MARIANA: Os estoy agradecida por ese amor paterno.
ORGON: Bien dicho, hija mía. Y para merecerlo, vuestro único afán debe ser
complacerme.
MARIANA: En ello pongo mi mayor gloria.
ORGON: Muy bien. ¿Qué me decís de Tartufo, nuestro huésped?
MARIANA: ¿Quién? ¿Yo?
ORGON: Vos. Mirad bien cómo me respondéis.
MARIANA: ¡Ay! Diré de él lo que queráis.
ORGON: Eso es hablar con discreción. (DORINA entra en este momento sin hacer
ruido y se sitúa detrás de ORGON.): Decidme, pues, hija mía, que en toda
su persona brilla un elevado mérito y que os sería dulce verle convertido,
por elección mía, en vuestro esposo. ¿Eh?
MARIANA: ¿Eh?
ORGON: ¿Qué?
MARIANA: ¿Decíais?
ORGON: ¿Cómo?
MARIANA: ¿De quién queréis, padre, que diga que conmueve mi corazón y que me
sería grato verle convertido, por vuestra elección, en mi esposo?
ORGON: Tartufo.
MARIANA: No sucede tal con él, padre mío, os lo juro. ¿Por qué hacerme decir
semejante impostura?
ORGON: Pero si yo deseo que eso sea una verdad, y para vos es suficiente con que
lo haya yo dispuesto.
MARIANA: ¡Cómo! ¿Queréis, padre mío...?
ORGON: Sí; pretendo, casándote con Él, unir a Tartufo a mi familia. Será vuestro
esposo, lo he decidido, y como sobre tus deseos yo... (Repara en
DORINA.) ¿Qué hacéis ahí? La curiosidad que os impulsa es muy grande,
amiga, cuando escucháis así.
DORINA: En verdad no sé si ha sido un rumor pero he oído la noticia de ese
casamiento y lo he tratado como algo increíble.
ORGON: ¿Acaso es cosa increíble?
DORINA: Hasta el punto que no os creo, señor.
ORGON: Conozco un medio de hacéroslo creer.

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DORINA: ¡Bobadas!
ORGON: Créeme, hija mía, que no bromeo.
DORINA: No creáis a vuestro padre. Se burla.
ORGON: Os digo...
DORINA: Peor para vos si alguien os cree, señor. ¿Es posible que con esa cara de
hombre discreto seáis lo bastante loco para que...?
ORGON: Oíd, amiga: os habéis tornado en esta casa ciertas libertades que no me
agradan.
DORINA: Hablemos sin enfados, señor: os lo ruego. ¿Os burláis de la gente con esa
conspiración? Vuestra hija tiene otras cosas en qué pensar. Y, además,
¿qué ganáis con ese enlace? ¿Por qué razón vais a ir con todo vuestro
caudal a escoger a un yerno indigente?
ORGON: Callaos. Su miseria es miseria honrada, que le eleva por encima de las
grandezas, ya que se ha dejado privar de sus bienes por su desapego de
las cosas materiales y su firme inclinación a las eternas. Más mi ayuda
podrá darle medios para salir de apuros y recobrar unas propiedades muy
estimadas y, tal y como se le ve es un auténtico caballero.
DORINA: Esa vanidad, señor, no se compagina con la piedad. Quien abraza la
inocencia de una vida santa no debe alabar tanto su nombre y su estirpe,
pues la humilde manera de proceder soporta con dificultad los alardes de
la ambición... Mas veo que este discurso os lastima; hablemos de su
persona y dejemos su nobleza. ¿No sentiréis reparo en entregar a una
joven como ésta a un hombre como él? Sabed que se arriesga la virtud de
una mujer cuando se contraría su gusto al casarla. Es difícil guardar
fidelidad a cierta clase de maridos, y quien da su hija a un hombre al que
ella odia, es responsable ante el Cielo de las faltas que aquélla cometa.
ORGON: ¡Nada, que esta moza quiere enseñarme a vivir!
DORINA: Mejor haríais en seguir mis lecciones.
ORGON: No perdamos tiempo, hija, con esos cuentos. Yo sé lo que os conviene y
soy vuestro padre. Os he prometido a Valerio; más aparte de que dicen
que es aficionado al juego, sospecho que también es un tanto descreído y
no veo que frecuente la iglesia.
DORINA: ¿Queréis que vaya a vuestras mismas horas, como los que sólo van para
ser vistos?
ORGON: Dejad de interrumpirme, callaos, y no metáis la nariz donde nadie os
llama.
DORINA: Sólo hablo por vuestro interés, señor. (Desde este momento le interrumpe
cada vez que Él va a hablar a su hija.)
ORGON: No os tomáis tanto cuidado y hacedme el servicio de callar.
DORINA: Si no os quisieran...
ORGON: No deseo que me quieran.
DORINA: Pues yo pienso quereros, señor, a pesar vuestro.
ORGON: ¡Ah!
DORINA: Vuestro honor me es caro y no soporto verlo expuesto a las burlas de
cualquiera.
ORGON: ¿No os callaréis?
DORINA: Es cargo de conciencia dejaros realizar tal alianza.

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ORGON: ¿Callarás, víbora; callarás, grandísima desvergonzada?
DORINA: ¿Creyente sois y os encolerizáis?
ORGON: Se me irrita la bilis con tanta tontería. Y quiero, decididamente, que
calles.
DORINA: Callaré. Pero por callar no dejaré de pensar.
ORGON: Pues piensa, mas cuídate de no hablar, o... ¡Basta! (Se vuelve a su hija.)
Como padre prudente, lo he pensado todo cuidadosamente.
DORINA: (Aparte) Me sofoca no poder hablar.
ORGON: Sin ser un lindo, Tartufo es de tal suerte...
DORINA: (Aparte) ¡Sí, tiene buena máscara!
ORGON: (Volviéndose, cruzándose de brazos y mirándola.)¿Qué? ¿No se hará caso
de lo que yo digo?
DORINA: ¿De qué os quejáis? No os hablo.
ORGON: ¿Pues qué haces?
DORINA: Hablo sola.
ORGON: Tanta insolencia requiere como castigo un buen revés de la mano. (Toma
la actitud de ir a darle una bofetada. DORINA, a cada mirada que Él le
dirige, se mantiene silenciosa. ORGON se vuelve hacia su hija.) Debes,
hija mía, aprobar mi designio y creer que el marido que te he elegido... (A
DORINA.) ¿Qué? ¿No hablas?
DORINA: No tengo nada que decirme.
ORGON: Una palabrita más.
DORINA: Pues que Él no me gusta.
ORGON: ¡Ahí te esperaba yo!... (La amenaza.)
DORINA: Con semejante marido me iba a casar yo. (ORGON le dirige una
bofetada. DORINA huye.)
ORGON: Tenéis a vuestro lado un mal bicho, hija mía, con quien no podría vivir
sin pecar. Me siento ahora incapaz de continuar, tan insolentes discursos
me han inflamado el alma, y voy a tomar el aire para calmarme un poco.
(Sale)

ESCENA II
DORINA, MARIANA

DORINA: Decidme, ¿habéis perdido el uso de la lengua y he de desempeñar yo


vuestro papel? ¿Cómo sufrís que se os proponga tan insensato proyecto
sin rechazarlo ni con la menor palabra?
MARIANA: ¿Y qué quieres que diga a un padre tirano?
DORINA: Pues que un corazón no ama por mediación ajena; que os casaréis por vos
y no por Él. Es a vos y no a Él a quien debe complacer vuestro marido; y,
en fin, que si tan encantador es para Él su Tartufo, bien puede casarse con
Él, sin el menor impedimento.
MARIANA: Confieso que un padre tiene sobre nosotros tanto imperio que no he
tenido el valor de replicarle.

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DORINA: Razonemos. Valerio ha dado pasos por vos. ¿Le amáis o no le amáis?
Decidme.
MARIANA: ¡Cuán grande es tu injusticia con mi amor! ¡Necesitas hacerme esa
pregunta, Dorina! ¿No te he abierto cien veces mi corazón y no sabes
hasta dónde llega mi pasión?
DORINA: Entonces, ¿amáis a Valerio…?
MARIANA: Sí, con pasión indecible.
DORINA: Y según las apariencias, ¿Él también os ama?
MARIANA: Así lo creo.
DORINA: ¿Y los dos ardéis en el mismo deseo de casaros?
MARIANA: Con certeza.
DORINA: ¿Y cuál es vuestro propósito sobre esta otra unión?
MARIANA: Darme la muerte si me obligan.
DORINA: ¡Gran ocurrencia! ¡Cuánto me enoja esa clase de razones! El amor exige
firmeza a los corazones.
MARIANA: ¿No he de esperar nada de la pasión de Valerio? ¿No es a Él a quien
corresponde obtenerme de mi padre?
DORINA: Pero si vuestro padre es un ogro incorregible, que por estar encaprichado
ciegamente por su Tartufo, falta a la palabra que había dado ¿debe
culparse de ello a vuestro amante? Creo que deseáis pertenecer al señor
Tartufo y pensándolo bien, creo que haría mal apartándoos de tal enlace.
¿Qué motivo tengo para combatir vuestros deseos? El partido es, por sí
mismo, ventajoso. ¡El señor Tartufo! ¡Notable marido!
MARIANA: ¡Te ruego que ceses ya semejante discurso! y préstame ayuda contra ese
casamiento.
DORINA: No; es preciso que una hija obedezca a su padre, aunque éste quiera darle
un mono por esposo. ¿De qué os quejáis? El señor Tartufo os llevará en
coche a su pueblo, que hallaréis fértil en tíos y primos, y os complacerá
mucho conversar con ellos. Y vuestro esposo...
MARIANA: ¡No me atormentes más y socórreme con tus consejos!
DORINA: Soy muy vuestra servidora, pero...
MARIANA: ¡Te lo suplico, Dorina!
DORINA: Es preciso, para vuestro castigo, que ese negocio se realice.
MARIANA: ¡Por favor!
DORINA: Nada. Tartufo es vuestro hombre y ya le cataréis.
MARIANA: Ya sabes que siempre me he confiado a ti. Hazme...
DORINA: No; seréis a fe mía tartuficada.
MARIANA: Pues mi suerte no te conmueve, me abandono a mi desesperación; y ya sé
el remedio infalible para mis males.
DORINA: (Viendo que MARIANA se aleja) ¡Eh, quieta! Cede mi enojo; pese a todo
hay que compadeceros.
MARIANA: Sabes, Dorina, que si me exponen a tan cruel martirio tendré que morir.
DORINA: No os torturéis. Con habilidad se puede impedir... Más aquí llega vuestro
amante, Valerio.

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ESCENA III
VALERIO, MARIAN, DORINA

VALERIO: Acaban de darme, señora, una noticia que ignoraba y que es, en verdad,
curiosa.
MARIANA: ¿Qué?
VALERIO: Que os casáis con Tartufo.
MARIANA: Cierto es que a mi padre se le ha metido en la cabeza semejante propósito.
VALERIO: Vuestro padre, señora...
MARIANA: Ha cambiado de opinión; acaba de proponerme eso.
VALERIO: ¿Cómo? ¿De veras?
MARIANA: Sí, de veras. Está muy inclinado a ese enlace.
VALERIO: ¿Y cuál es el deseo de vuestra alma, señora?
MARIANA: No lo sé.
VALERIO: La respuesta es sincera. ¿No lo sabéis?
MARIANA: No.
VALERIO: ¿No?
MARIANA: ¿Qué me aconsejáis?
VALERIO: Pues os aconsejo tomar ese esposo.
MARIANA: ¿Me lo aconsejáis?
VALERIO: Sí.
MARIANA: ¿De verdad?
VALERIO: Sin duda. La elección es gloriosa, y bien merece que se le escuche.
MARIANA: Pues bien, señor, atenderé vuestro consejo.
VALERIO: Creo que no os costará mucho seguirlo.
MARIANA: No más que lo que ha sufrido vuestra alma al darlo.
VALERIO: Yo os lo he dado, señora, por satisfaceros.
MARIANA: Y yo lo seguiré por contentaros.
DORINA: (Aparte) Veamos lo que sale de esto.
VALERIO: ¿Eso es amar? ¿Así que me engañabais cuando...?
MARIANA: No hablemos de eso, os ruego. Me habéis dicho que debo aceptar al que
por esposo me presentan y yo afirmo que así lo haré, puesto que vos me
dais ese sabio consejo.
VALERIO: No os disculpéis con mis intenciones. Habéis tomado ya vuestra
resolución, y os aprovecháis de un frívolo pretexto para autorizaros a
faltar a vuestra palabra.
MARIANA: Es cierto; decís bien.
VALERIO: Sin duda. Y vuestro corazón no ha sentido por mí una verdadera pasión.
MARIANA: ¡Os permitís, vos, ese pensamiento?
VALERIO: Sí, me lo permito; mas sabed que mi alma ofendida sabe dónde colocar
mis deseos y mi mano.
MARIANA: No lo dudo, pues la inclinación que despierta el mérito...
VALERIO: Dejemos, por Dios, el mérito, pues según vos tengo muy poco. Mas
confío en las bondades que otra tenga para mí.
MARIANA: Deseo que así sea, y por mí preferiría verlo hecho ya.
VALERIO: ¿Lo quisierais?

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MARIANA: Sí.
VALERIO: Basta ya de insultarme, señora, y voy a complaceros ahora mismo. (Da un
paso para irse, pero vuelve)
MARIANA: Muy bien.
VALERIO: Sabed que me voy para toda la vida.
MARIANA: Enhorabuena.
VALERIO: (Alejándose y volviendo después desde la puerta.) ¿Eh?
MARIANA: ¿Decíais?
VALERIO: ¿No me llamabais?
MARIANA: ¿Yo? Soñáis.
VALERIO: Entonces reanudo mi marcha. Adiós, señora.
MARIANA: Adiós, señor.
DORINA: (A Mariana) Creo que perdéis el seso con esa actitud ridícula, y os he
dejado reñir todo este tiempo para ver hasta dónde podía llegar esto.
¡Hola, señor Valerio! (Lo sujeta por el brazo. VALERIO finge gran
resistencia.)
VALERIO: ¡Eh! ¿Qué quieres, Dorina?
DORINA: Venid acá.
VALERIO: No, no; estoy muy enojado. No me apartes de lo que ella ha querido.
DORINA: Deteneos.
VALERIO: ¡No!; es cosa decidida.
DORINA: ¡Ah!
MARIANA: Sufre viéndome, y como mi presencia le incomoda, haré mejor en irme de
aquí. (Se dispone a salir.)
DORINA: (Abandonando a VALERIO y corriendo hacia MARIANA.) ¡Ahora la otra!
¿Adónde vais?
MARIANA: ¡Déjame!
DORINA: Volveos.
MARIANA: No, no, Dorina. En vano queréis detenerme.
VALERIO: Bien veo que mi presencia es para ella un suplicio, y es preferible que la
libre de ella.
DORINA: (Dejando a MARIANA y corriendo a VALERIO) ¿Insistís? ¡Cesad esta
comedieta y venid aquí los dos! (Los atrae el uno hacia el otro.)
VALERIO: ¿Qué te propones?
MARIANA: ¿Qué quieres hacer?
DORINA: Reconciliaros y salir de esto. (A VALERIO) ¿Estáis loco en mantener
semejante altercado?
VALERIO: ¿No has oído cómo me ha hablado?
DORINA: (A MARIANA.) ¿Estáis loca de enojaros así?
MARIANA: ¿No has visto lo que ha pasado y cómo me ha tratado?
DORINA: Necedad de ambas partes. Él sólo os ama a vos y con mi vida respondo
que sólo anhela ser vuestra esposa.
MARIANA: (A Valerio) ¿Por qué me disteis semejante consejo?
VALERIO: (A Mariana) ¿Por qué me lo preguntasteis?
DORINA: Estáis locos los dos. Bueno, dadme vuestras manos, vamos.

Suena lejana una música de amor.

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VALERIO: (Dando la mano a DORINA.) ¿Para qué quieres mi mano?
DORINA: (A MARIANA.) Venga, la vuestra.
MARIANA: (Extendiendo la mano también.)¿De qué sirve todo esto?
DORINA: ¡Por Dios, acercaos! Os amáis más de lo que creéis. (Valerio y Mariana
permanecen con las manos agarradas pero sin mirarse)
VALERIO: (Mira a Mariana) No hagáis las cosas a disgusto y miraros sin rencor.
(MARIANA mira a VALERIO y le sonríe.)
DORINA: ¡A decir verdad, los enamorados son muy locos! Pensemos en impedir ese
desastroso matrimonio.
MARIANA: Dinos qué recursos hay que emplear para ello.
DORINA: Los emplearemos de toda clase. (A Mariana) Vuestro padre se burla, (a
Valerio) son todo burlas; (a Mariana) pero es mejor que ante su
extravagancia, aparentéis un dulce consentimiento para que si fuera
preciso, os sea más fácil dilatar el enlace previsto. Ganando tiempo, se
remedia todo. Tan pronto fingiréis una terrible dolencia que aparecerá
repentinamente que exigirá aplazamientos, como unos malos augurios,
como encontrar un muerto, romper un espejo o soñar con agua hirviendo.
En fin, lo importante es que no os puedan casar con nadie más que con él.
Pero para triunfar es mejor que no os encuentren hablando juntos los dos.
Salid, señor Valerio, y usad a vuestros amigos para que se os cumpla lo
prometido. Nosotras debemos recabar los esfuerzos de tu hermano y
ganarnos a tu madrastra. Adiós.
VALERIO: (A MARIANA) Mi mayor esperanza, está en vos.
MARIANA: (A VALERIO) No puedo responderos de la voluntad de mi padre; pero yo
no seré de otro que de Valerio.
DORINA: Nunca los enamorados se cansan de hablar. Idos, os digo.
VALERIO: (Dando un paso y volviéndose.) Y si alguien osara...
DORINA: ¡Oh, cuánto hablar! Idos por este lado y vos por este (empujando a
entrambos por la espalda).

ACTO TERCERO
ESCENA I
DAMIS, DORINA

DAMIS: ¡Que un rayo acabe aquí con mi destino! ¡Que venga algo a contenerme o
hago algo sonado!
DORINA: Moderad ese arrebato, que vuestro padre no ha hecho sino hablar, y no
siempre se ejecuta lo que se piensa; que es largo el camino del dicho al
hecho.
DAMIS: Tengo que detener yo las intrigas de ese necio y decirle bien claras unas
palabras.
DORINA: Calmaos. Vale más que dejéis obrar a vuestra madrastra, que tiene algún
crédito sobre el ánimo de Tartufo. Siempre se muestra complaciente con
cuanto ella dice, y bien puede ser que tenga el corazón enternecido por la

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señora. ¡Pluguiese a Dios que fuese cierto! Vuestro interés la obliga a
mandarle venir, para que ella le sondee sobre el enlace. Su criado dice que
está rezando, mas también me ha dicho que iba va a bajar. Marchaos
pues, y dejadme esperarle.
DAMIS: Debo estar presente en esa conversación.
DORINA: De ninguna manera. Es preciso que estén solos.
DAMIS: No le diré nada.
DORINA: ¿Os burláis? Conocidos son vuestros arrebatos habituales; y sería el mejor
modo de estropear el negocio. Retiraos, que viene Tartufo.

ESCENA II
TARTUFO, LORENZO, DORINA

TARTUFO: (Hablando en voz alta a su criado, que está en la casa, en cuanto ve a


DORINA.) Guardad, Lorenzo, mi cilicio con mis disciplinas y rogad al
Cielo que os ilumine siempre. Si vinieran a verme, estoy con los presos,
repartiendo allí el dinero de las limosnas.
DORINA: ¡Cuánta afectación y cuánta fanfarronería!
TARTUFO: (A DORINA) ¿Qué queréis?
DORINA: Deciros...
TARTUFO: (Sacando un pañuelo del bolsillo) ¡Ah Dios mío! Antes de hablarme, os
ruego que toméis este pañuelo.
DORINA: ¿Cómo?
TARTUFO: Tapaos ese seno, que no debería de ver. Se ofende a las almas suscitando
culpables pensamientos.
DORINA: Sois entonces muy débil a la tentación. ¡Y la carne causa una gran
impresión sobre vuestros sentidos! Ya veo que os sube no sé qué calor a
la cara. Mas yo no soy tan pronta a los deseos y aunque yo os viera
desnudo de arriba abajo, no me tentaría vuestra piel.
TARTUFO: Hablad con un tanto más de recato o me marcho ahora mismo.
DORINA: No, no; soy yo la que va a dejaros en paz, pero tengo que deciros tan sólo
dos palabras. La señora va a bajar a esta sala a pediros la merced de un
momento de charla.
TARTUFO: ¡Ah! Con mucho gusto.
DORINA: (Aparte.) ¡Cómo se ablanda! A fe que sigo pensando lo que dije.
TARTUFO: ¿Vendrá pronto?
DORINA: Ya me parece oírla. Sí, es ella; os dejo juntos.

ESCENA III
ELMIRA, TARTUFO, DAMIS

TARTUFO: Que el Cielo os conceda, con su infinita bondad, salud del alma y del
cuerpo y bendiga vuestros días tanto como lo desea el más humilde de los
que su amor inspira.
ELMIRA: Os agradezco tan piadoso deseo. Mas tomemos asiento para estar mejor.

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TARTUFO: ¿Os sentís repuesta de vuestra dolencia?
ELMIRA: Mucho mejor; la fiebre se fue muy pronto.
TARTUFO: No tienen mis plegarias el mérito necesario para haber conseguido esa
gracia divina; mas no he hecho al Cielo ninguna súplica piadosa que no
haya tenido por objeto vuestra convalecencia.
ELMIRA: Vuestro fervor se ha interesado en exceso por mí.
TARTUFO: No hay exceso en anhelar vuestra amada salud, y por restablecerla os
hubiese dado la mía.
ELMIRA: Eso es llevar muy lejos la caridad cristiana, y os debo mucho por tanta
bondad.
TARTUFO: Hago menos por vos de lo que merecéis.
ELMIRA: He querido hablaros en secreto de un asunto y me alegra de que nadie nos
espíe.
TARTUFO: La misma cosa me alegra a mí; me es muy dulce, señora, verme a solas
con vos. Esta es una ocasión que he pedido al Cielo sin que me la haya
concedido hasta hoy.
ELMIRA: Por mi parte lo que deseo es una breve plática, en la que se abra vuestro
corazón, sin ocultarme nada. (Damis sin que le vean, entreabre la puerta
del cuartito en donde se oculta para escuchar la conversación)
TARTUFO: Y yo no quiero otra cosa, como gracia especial, que mostrar ante vuestros
ojos mi alma entera. Y os juro que los comentarios que he hecho ante las
visitas que vuestros atractivos aquí reciben, no los han motivado ningún
odio hacia vos, sino más bien el celoso arrebato que me arrastra y el puro
impulso...
ELMIRA: Así los considero yo también, y creo que mi salvación os proporciona esa
preocupación.
TARTUFO: (Le aprieta la punta de los dedos de ELMIRA): Sí; señora; sin duda; y mi
fervor es tal...
ELMIRA: ¡Ay! Me apretáis demasiado…
TARTUFO: Es por exceso de celo; nunca tuve intención de haceros el menor daño, y
antes preferiría... (Coloca su mano sobre la rodilla.)
ELMIRA: ¿Qué hace ahí vuestra mano?
TARTUFO: Palpo vuestro vestido, es tan suave la tela.
ELMIRA: ¡Ay! cesad, por favor; tengo muchas cosquillas. (Se echa hacia atrás y
Tartufo se acerca, ambos con sus sillas.)
TARTUFO: ¡Dios mío, qué labor tan maravillosa la de este punto! Nunca se ha visto
nada igual.
ELMIRA: Es cierto. Más hablemos de nuestro asunto. Se afirma que mi marido
quiere retractarse de su palabra y casar a su hija con vos. Decidme, ¿es
cierto?
TARTUFO: Algo me ha dicho, mas, en verdad, señora, no es esa la felicidad por la
que suspiro, veo en otra parte la dicha que anhelo.
ELMIRA: Claro, como no amáis las cosas terrenales.
TARTUFO: Mi pecho no encierra un corazón de piedra.
ELMIRA: Por mi parte creo que todos vuestros suspiros tienden al Cielo, y que en
este mundo no hay nada que suscite vuestros anhelos.

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TARTUFO: El amor que nos inclina a las bellezas eternas no sofoca el amor de las
temporales. Nuestros sentidos pueden ser fácilmente hechizados por las
obras perfectas que ha forjado el Cielo. El reflejo de sus gracias brilla en
todas las de vuestra especie. Más en vos ha puesto sus más raras
maravillas, ha esparcido sobre vuestro rostro bellezas que pasman a los
ojos y conmueven los corazones; y no he podido veros, criatura perfecta,
sin admirar en vos el Creador de la Naturaleza, y sentir mi corazón herido
por un ardiente amor, hacia el más hermoso de los retratos en que Él se
pintó.
Temí al principio que este fuego secreto fuera una hábil sorpresa del
espíritu maligno, e incluso mi corazón decidió huir de vuestros ojos,
creyéndoos un obstáculo para mi salvación. Mas supe, al fin, ¡oh beldad
adorable!, que esta pasión puede no ser culpable, y compaginarse con el
pudor; y ello me permite entregar mi corazón. En vos tengo mi esperanza
o mi beatitud, y voy a ser, en fin, por vuestra sola sentencia, feliz, si lo
queréis; desdichado, si os place.
ELMIRA: ¡Galante declaración, y un tanto sorprendente, en verdad! Creo que
deberías fortalecer vuestro pecho y razonar un poco sobre tal deseo. Un
devoto como vos, afamado en todas partes...
TARTUFO: ¡Ah! No porque sea devoto dejo de ser hombre; y cuando llega uno a
contemplar vuestros celestiales hechizos, el corazón se prenda en ellos y
no razona. Bien sé que tal discurso parece extraño en mí; mas, señora,
después de todo, no soy un ángel; y si condenáis la confesión que os
hago, culpad de ello a vuestras encantadoras prendas. La inefable dulzura
de vuestras miradas divinas forzó la resistencia en que mi corazón se
obstinaba, venciendo ayunos, rezos y lágrimas; e hizo que mis anhelos se
volvieran a vuestros encantos. Mis ojos y mis suspiros os lo han dicho mil
veces, y para mejor explicarme, empleo ahora la voz. Si queréis con
vuestras bondades consolarme y rebajarse hasta mí, yo tendré por vos, ¡oh
suave maravilla!, un fervor con ninguno comparable. Ningún riesgo corre
vuestro honor conmigo ni desgracia alguna debéis temer de mi parte.
Porque todos esos galanes cortesanos que enloquecen a las mujeres son
ruidosos en sus hechos y no reciben favores que no divulguen. Más los
hombres como yo ardemos con fuego prudente; y así se está siempre
seguro del secreto. El cuidado que ponemos en nuestro renombre
responde de todo ante el ser amado, y en nosotros se halla, el aceptar
nuestro corazón, amor sin escándalo y placer sin temores.
ELMIRA: Os oigo hablar, y vuestra retórica se expone a mi ánimo en términos harto
vigorosos. ¿No teméis que sienta yo el capricho de contar a mi esposo ese
fuego galante y que la pronta noticia de un amor de ese género pueda
alterar la amistad que os tiene?
TARTUFO: Sé que sois demasiado piadosa y que perdonaréis mi atrevimiento; que
disculparéis la humana flaqueza de los violentos arrebatos de un amor que
os ofende. Considerad, viendo vuestro talante, que no estoy ciego y que el
hombre es de carne.
ELMIRA: Quizás otras tomasen esto de modo muy distinto; pero quiero ser discreta
y no contaré el asunto a mi marido; mas deseo en cambio, una cosa de

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vos, y es que aconsejéis con franqueza y sin enredo la unión de Valerio
con Mariana; que renunciéis vos mismo a la injusta influencia que quiere
enriquecer vuestra esperanza con el bien ajeno; y que...

ESCENA IV
DAMIS, ELMIRA, TARTUFO

DAMIS: (Saliendo del cuartito, donde se ocultaba.): No, señora, no; esto debe
divulgarse. Lo he oído todo. Y la bondad del Cielo parece haberme
conducido al traidor que me ofende, para abrir un camino que me lleve a
la venganza de su hipocresía y de su insolencia, y que desengañe a mi
padre, mostrándole a plena luz del día, el alma de un bandido que os ha
hablado de amor.
ELMIRA: No, Damis; basta con que él llegue a enmendarse y procure merecer el
perdón a que me comprometo. Ya que lo he prometido, no me desmintáis.
No está en mi carácter provocar escándalos; una esposa se ríe de tales
necedades y no perturba con ellas los oídos de su marido.
DAMIS: Tenéis vuestras razones para hablar así, y yo tengo las mías para hacer lo
contrario. Querer perdonarle es una burla, ha promovido demasiados
trastornos en nuestra casa. Ha manejado a mi padre demasiado tiempo,
perjudicando mi amor y el de Valerio. Es preciso que mi padre se
desengañe del pérfido y ¿el Cielo me ofrece esta ocasión favorable para
desaprovecharla?
ELMIRA: Damis...
DAMIS: Dispensad, mas debo hacer lo que os digo; en vano vuestros discursos
pretenderán privarme del placer de poder al fin hallar venganza. Y he aquí
que se me presenta el momento.

ESCENA V
ORGON, DAMIS, TARTUFO, ELMIRA

DAMIS: Festejemos, padre, vuestra llegada con un suceso muy reciente que os
sorprenderá mucho. Bien pagado estáis de todos vuestros halagos y el
señor estima vuestras ternuras a un soberbio precio; su gran celo por vos
acaba de revelarse; llega, nada menos, que a deshonrarnos. Le he
sorprendido cuando hacía a vuestra esposa la injuriosa confesión de una
pasión culpable. Ella tiene carácter dulce, y su corazón discreto, quería
guardar secreto a toda costa; mas yo entiendo que sería favorecer tanto
descaro y que callarlo sería causaros una ofensa.
ELMIRA: Sí, sostengo que no se debe de turbar el reposo de un marido con estas
vanas razones, que no puede depender de eso el honor y que nos basta
con saber defendernos de ellas. Esto es lo que yo pienso y no hubierais
dicho nada, Damis, si yo tuviese sobre vos un poco de influencia. (Sale.)

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ESCENA VI
ORGON, DAMIS, TARTUFO

ORGON: ¿Puedo creer, ¡oh, Cielo!, lo que acabo de oír?


TARTUFO: Si, hermano mío: soy malo y culpable; soy un desdichado pecador
cargado de iniquidad, el mayor desalmado que haya existido. Cada
instante de mi vida está lleno de crímenes e inmundicias; de cualquier que
pueda reprochárseme, no pienso tener el orgullo de defenderme. Creed lo
que se os dice, prevenid vuestro enojo y, como a un criminal, arrojadme
de aquí; no podrá corresponderme en patrimonio la vergüenza suficiente
que no haya merecido con creces.
ORGON: (A su hijo.) ¡Ah traidor! ¿Y te atreves con esta falsedad a querer empañar
la pureza su virtud?
DAMIS: ¿Eh? ¿La fingida dulzura de esta alma hipócrita, osará negar...?
ORGON: ¡Calla, maldita peste!
TARTUFO: ¡Ah! Dejadle hablar, le acusáis injustamente. Y haréis mejor en creer su
relato. ¿Por qué os mostráis tan favorable ante un hecho tal? ¿Sabéis de
qué soy capaz? ¿Os fiáis, hermano, de mi aspecto? No, no: os dejáis
engañar por la apariencia. Soy todo menos, ¡ay!, lo que se piensa. Todo el
mundo me toma por un hombre de bien, más la pura verdad es que no
valgo nada. (Se dirige a DAMIS.) Sí, mi querido hijo: hablad, llamadme
pérfido, infame, perdido, ladrón, homicida. Abrumadme con nombres
más odiosos aún, no he de contradeciros, lo merezco; y quiero de rodillas
recibir su descrédito como una afrenta que merecen los crímenes de mi
vida.
ORGON: (A TARTUFO) Basta, hermano; es demasiado. (A DAMIS) ¿Y tu corazón
no se convence, traidor?
DAMIS: ¡Cómo! ¿Os seducirán sus discursos hasta el punto...?
ORGON: Calla, truhán. Levantaos por favor, hermano. (A su hijo.) ¡Infame!
DAMIS: ¿Es posible...?
ORGON: Si dices una sola palabra te romperé los brazos.
TARTUFO: No os enfurezcáis, hermano, por Dios. Preferiría yo sufrir la pena más
dura antes que recibiera él, por mi culpa, el menor arañazo.
ORGON: (A DAMIS.) ¡Ingrato!
TARTUFO: Dejadle en paz. Si es preciso, de rodillas, pediros su perdón...
ORGON: (Cayendo también de rodillas y abrazando a Tartufo) ¿Os burláis? (A su
hijo.) ¡Contemplad su bondad! ¡Bribón!
DAMIS: Pero...
ORGON: ¡Silencio!
DAMIS: Yo...
ORGON: ¡Silencio, digo! Sé muy bien el motivo que te obliga a atacarle. Le odiáis
todos y hoy veo esposa, hijos y criados, desatados contra él. Pero cuantos
más esfuerzos hacen por expulsarle de aquí, más quiero retenerlo. Voy a
apresurarme a entregarle mi hija, para confundir el orgullo de toda mi
familia.
DAMIS: ¿Piensa obligarla a aceptar su mano?

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ORGON: Sí, traidor; y desde hoy os desafío a todos, y os haré ver que es preciso
obedecerme y que aquí soy yo el amo. Vamos, pícaro: échate a sus pies y
pídele perdón.
DAMIS: ¿Perdón yo a este bribón, que con sus imposturas...?
ORGON: ¡Ah, te resistes, miserable! ¿Y todavía le insultas? (A TARTUFO.) Un
bastón, un bastón y no intentéis sujetarme. (A DAMIS.) ¡Pronto, fuera de
casa y no volváis a ella!
DAMIS: Me voy, pero sabed...
ORGON: ¡Sal en seguida! Te desheredo, malvado, y te lanzo además mi maldición.

ESCENA VII
ORGON, TARTUFO

ORGON: ¡Ofender así a un hombre tan santo!


TARTUFO: ¡Perdónale, oh Cielo, el dolor que me causa! (A ORGON.) Si supierais
con qué disgusto veo que intentan denigrarme ante mi hermano...
ORGON: ¡Ay!
TARTUFO: Tan sólo pensar en esa ingratitud... El horror me causa… Tengo tan
oprimido el corazón que ni hablar puedo y temo estar a punto de morir.
ORGON: (Rompiendo en lágrimas y precipitándose hacia la puerta por donde ha
hecho salir a su hijo.) ¡Bribón! Me arrepiento de haber contenido mi
mano y de no haberte acogotado aquí mismo. (A TARTUFO.)
Tranquilizaos, hermano, y no os enojéis.
TARTUFO: Cesemos, cesemos estos penosos debates. Veo los grandes trastornos que
ocasiono en esta casa, y creo que es preciso, hermano mío, que salga de
ella.
ORGON: ¡Cómo! ¿Os burláis?
TARTUFO: Aquí me odian y veo que intentan suscitar vuestras sospechas sobre mi fe.
ORGON: ¿Qué importa? ¿Acaso veis que mi corazón los escuche?
TARTUFO: ¡Ah hermano! Una esposa puede sorprender fácilmente el alma de su
marido.
ORGON: No, no.
TARTUFO: Dejad que, alejándome de aquí, les quite todo motivo para atacarme así.
ORGON: No; seguiréis aquí; va en ello mi vida.
TARTUFO: Pues bien, tendré que sacrificarme. Pero, si vos lo queréis...
ORGON: ¡Ah!
TARTUFO: Sea; no se hable más. Pero sé cómo hay que proceder. El honor es cosa
delicada, y la amistad me obliga a prevenir los rumores y motivos de
sospechas; huiré de vuestra esposa y no me veréis…
ORGON: No, la veréis a menudo, pese a todos. Hacer rabiar al mundo es mi mayor
placer, y quiero que os vean a todas horas con ella. Y si esto no es todo,
para irritarlos más, no quiero tener más heredero que vos; voy a haceros,
ahora mismo, la donación entera de mis bienes. Un noble y franco amigo
que tomo por yerno, es para mí más querido que un hijo, una esposa y
unos parientes. ¿No aceptaréis lo que os propongo?

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TARTUFO: ¡Hágase la voluntad del Cielo en todo!
ORGON: ¡Pobre hombre! Vayamos pronto a redactar la escritura; ¡para que de
despecho mueran los envidiosos!

Canción y baile sobre LA HIPOCRESÍA

ACTO CUARTO
ESCENA I
CLEANTO, TARTUFO

CLEANTO: Sí; todo el mundo habla de ello y el escándalo de este rumor no os


beneficia en nada. Supongamos que Damis, no haya procedido bien y que
os haya acusado injustamente. Pero ¿no es de cristianos perdonar la
ofensa y apagar en el corazón todo deseo de venganza? ¿Vais a tolerar
que por vuestro altercado sea un hijo expulsado de casa de su padre?
Creedme; sacrificad a Dios vuestra cólera y devolved al hijo la
benevolencia del padre.
TARTUFO: ¡Ay! Eso quisiera yo con todo mi corazón; no le guardo, señor, ningún
rencor; se lo perdono todo y quisiera servirle con mi alma entera; pero el
interés del Cielo no puede consentirlo; y si Él vuelve a entrar aquí, seré
yo quien se vaya. ¡Dios sabe lo que pensaría el mundo! Se diría que,
sintiéndome culpable, finjo caritativo celo por quien me acusa, que tengo
miedo de él y que quiero perdonarle para poder, bajo cuerda, reducirle al
silencio.
CLEANTO: ¿Por qué os encargáis vos de los intereses del Cielo? ¿Acaso nos necesita
para castigar al culpable? ¿La ínfima preocupación del qué dirán ha de
impedir la grandeza de una buena acción? ¿Y os ordena, señor, prestar
oídos a lo que un mero capricho aconseja a su padre, y a aceptar el don
que os hace de unos bienes a los que el derecho os obliga a no aspirar?
TARTUFO: No pensarán los que me conocen que soy un alma interesada. Todos los
bienes de este mundo tienen para mí poco atractivo; no me deslumbra su
engañoso brillo; y si me decido a aceptar del padre esa donación que ha
querido hacerme solo es, en verdad, por temor a que todo ese caudal vaya
a caer en malas manos, y hagan de él un uso criminal y no lo empleen,
como me propongo, a mayor gloria del Cielo y en provecho del prójimo.
CLEANTO: ¡Vamos señor! no tengáis tan delicados temores, que pueden provocar las
quejas de un legítimo heredero. Me asombra incluso que hayáis tolerado
que os lo propusieran, sin avergonzaros...
TARTUFO: Son las tres y media, señor, y cierto deber piadoso me requiere arriba.
Excusad que os deje tan pronto.
CLEANTO: (Solo) ¡Ah!

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ESCENA II
ELMIRA, MARIANA, DORINA, CLEANTO

DORINA: (A Cleanto) Por Dios, señor, auxiliad a vuestra sobrina, que siente en el
alma un mortal dolor. El trato que su padre fijó para esta noche, le ha
hecho entrar en una desesperación continua. Él viene ya. Unamos
nuestras voluntades, os lo ruego. E intentemos desbaratar a la fuerza o
con maña, ese desdichado propósito que a todos nos trastorna.

ESCENA III
ORGON, ELMIRA, MARIANA, CLEANTO, DORINA

ORGON: ¡Ah! Cuanto me alegra veros juntos. (A MARIANA.) Traigo en este


contrato algo que os hará reír. Ya sabéis.
MARIANA (Arrodillándose.) Padre mío: en nombre del Cielo, que sabe mi dolor, y
por todo cuanto pueda conmover vuestro corazón, dispensad a mi amor de
esta obediencia. Si me prohibís ser de quien me atrevo a amar, salvadme
con vuestras bondades, que imploro de rodillas, del tormento de ser de un
hombre al que aborrezco, y no me impulséis a cualquier acto desesperado
disponiendo de mí con todo vuestro poder.
ORGON: (Aparte, sintiéndose enternecido.) ¡Firmeza, corazón, vence la debilidad
humana!
MARIANA: Vuestro afecto por él no me apena, dadle vuestro caudal y, si eso no fuera
bastante, añadidle el mío entero; accedo a ello gustosa y, permitid que la
austeridad de un convento consuma los tristes días que el Cielo me
conceda.
ORGON: ¡En pie! Cuanta más repugnancia sienta vuestro corazón en aceptarle, más
méritos alcanzaréis al hacerlo. Mortificad vuestros sentidos con ese
matrimonio, y no me deis más quebraderos de cabeza.
DORINA: Pero ¡cómo...!
ORGON: Vos, callad. Nadie os pide vuestra opinión.
CLEANTO: Si permitís que os dé un consejo...
ORGON: Hermano, son los vuestros los mejores del mundo; pero dispensad hoy
que no los escuche.
ELMIRA: (A su marido.) No puedo creer lo que veo y me asombra vuestra ceguera.
Es estar muy encaprichado y muy predispuesto a su favor, para
desmentirnos sobre lo que hoy ha sucedido.
ORGON: (Irónico.) Soy vuestro servidor y creo en las apariencias. Sé de vuestras
complacencias con el bergante de mi hijo. Y temisteis desaprobar la
jugarreta que intentó hacer a este pobre hombre. Estabais demasiado
tranquila, en fin, para que os creyera; de ser cierto, hubierais parecido
emocionada de muy distinto modo.
ELMIRA: ¿Es que ante la simple confesión de un arrebato amoroso debe enojarse
tan vivamente vuestro honor? Por mi parte, me río, sencillamente de tales
palabras, pues no me complace el escándalo. Prefiero que nos mostremos
cuerdos con dulzura; no soy partidaria de gazmoñas salvajes. Elijo ser

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virtuosa sin necesidad de ser arpía. Y creo que negarnos con discreta
frialdad desanima lo mismo a cualquier pretendiente.
ORGON: En fin, ya conozco el asunto y no me engaño.
ELMIRA: Me asombra, una vez más, esa extraña flaqueza. ¿Qué me respondería
vuestra incredulidad si os hiciera yo ver que es verdad lo que os dicen?
ORGON: ¿Ver?
ELMIRA: Sí.
ORGON: ¡Bobadas!
ELMIRA: ¿Y si encontrase la manera de hacéroslo con vuestros propios ojos?
ORGON: ¡Cuentos!
ELMIRA: ¡Qué hombre! Contestadme, al menos. Supongamos que desde un lugar
oculto pudierais ver y oír claramente todo; ¿qué diríais entonces de
vuestro hombre de bien?
ORGON: En tal caso diría que... No; no diría nada, porque es imposible.
ELMIRA: El error dura ya demasiado. Basta de acusarme de impostora. Es preciso
que, sin más demora, seáis testigo de cuanto os han dicho.
ORGON: Acepto. Quiero ver vuestra maña y cómo cumpliréis lo que decís.
ELMIRA: (A Dorina) Hacedle venir aquí.
DORINA: (A Elmira) ¡Cuidado! Es astuto y quizá resulte difícil sorprenderlo.
ELMIRA: (A Dorina) No; a un pretendiente se le engaña fácilmente, y se deja
engañar hasta por el amor propio. Ordenadle bajar. (A CLEANTO y
MARIANA.) Y vos salid.

Música suspense

ESCENA IV
ELMIRA, ORGON

ELMIRA: Meteos debajo de la mesa.


ORGON: ¡Cómo!
ELMIRA: Bien escondido. Es fundamental.
ORGON: ¿Por qué debajo de la mesa?
ELMIRA: ¡Ah, Dios mío! Dejadme hacer; tengo una idea, y ya la juzgaréis. Meteos
ahí, y cuando estéis debajo, cuidad de que no os vean ni oigan.
ORGON: Lo hago solo porque quiero ver cómo salís de vuestra empresa.
ELMIRA: No tendréis, creo yo, nada que reprocharme. (A ORGON, que está debajo
de la mesa.) Ahora escucharéis decir cosas extrañas, así que no os
escandalicéis en modo alguno y mantened la calma. Diga yo lo que sea,
me lo permitiréis, hasta convenceros, como os prometí. Tengo que
desenmascarar a ese hipócrita. Y, para eso, voy, por medio de mimos y
puesto que a ello se me obliga, a halagar los deseos impúdicos de su amor
y a dar campo libre a sus atrevimientos. Finjo aceptar esta intriga por
amor a vos y para confundirle. Y cesaré esta farsa en cuanto os deis por
convencido, entonces, mandadme callar, y las cosas no llegaran más que
hasta donde queráis. Os corresponde a vos detener su insensata pasión,
cuando creáis que el asunto haya alcanzado su justo límite. A vos cabe

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medir el tiempo, no me expongáis más de lo preciso para desengañaros.
Son vuestros intereses; cuidadlos como dueño suyo, y... Aquí llega.
Cuidado. Esconderos. Silencio.

ESCENA V
TARTUFO, ELMIRA, ORGON

TARTUFO: Me han dicho que queríais hablarme.


ELMIRA: Sí. Tengo secretos íntimos que revelaros. Pero abrid esa puerta y mirad
bien, por evitar sospechas. No nos conviene que suceda lo que hace un
rato. Jamás nadie sintió aflicción parecida. ¡Damis me causó un gran
espanto! Ya visteis que hice todos los esfuerzos posibles para desbaratar
su propósito y calmar su arrebato. Pero sentí tal turbación que no se me
ocurrió desmentirle; mas, gracias al Cielo, todo ha resultado mejor y las
cosas quedan más seguras. La estima que se os tiene ha disipado la
tormenta y mi marido no puede sospechar de vos. Y para que nadie haga
un juicio errado, quiere él que estemos juntos públicamente y a todas
horas. Por eso vine, sin miedo a censuras, a encontrarme aquí sola,
encerrada con vos. Para abriros mi corazón, dispuesta a recibir vuestra
pasión ardiente.
TARTUFO: Ese lenguaje es difícil de comprender, señora, hace poco hablabais de otra
manera.
ELMIRA: ¡Qué mal conocéis entonces el corazón de una mujer, y qué poco sabéis lo
que quiere dar a entender cuando de manera tan débil se la ve defenderse!
Por firme que sea la razón en que fundemos el amor que nos domina,
siempre sentimos una cierta vergüenza. Se defiende una de él al principio;
pero esa actitud nos revela que nuestro corazón se rinde, y tales negativas
lo prometen todo. De no ser así, ¿hubiese yo procurado contener a Damis,
habría escuchado con tanta dulzura el ofrecimiento de vuestro corazón, si
no me complaciera? Y cuando he querido yo misma forzaros a rechazar el
casamiento que acababan de anunciar ¿qué os ha dado a entender esa
solicitud sino el interés que por vos existe y el pesar que habría de causar
el que ese enlace viniera a repartir un corazón que alguien quiere entero
para sí?
TARTUFO: ¡Cuán dulce es escuchar esas palabras en los labios que uno ama! La
dicha de agradaros es mi supremo anhelo. Pero mi corazón os pide en este
instante que le concedáis la libertad de atreverse a dudar un tanto de su
felicidad y creer que vuestras palabras son un honrado artificio para
obligarme a romper un enlace concertado; y si he de hablaros con
franqueza, no me fiaré de tan dulces frases hasta que no me otorguéis
ciertos favores por los que tanto suspiro.
ELMIRA: (Tosiendo para advertir a su marido.). ¡Cómo! ¿Queréis ir tan deprisa y
agotar desde el primer instante la ternura de un corazón? Me decido a
hacer una confesión de las más dulces ¿no es eso bastante para vos? ¿Y
no podéis sentiros satisfecho sin llegar a los últimos favores?

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TARTUFO: Cuanto menos se merece un bien, menos se atreve a esperarlo. Por mi
parte, me creo tan poco merecedor de vuestras bondades, que dudo de la
dicha de mis osadías, y no creeré nada, señora, mientras no hayáis
convencido con realidades mi llama.
ELMIRA: ¡Dios mío! ¡Vuestro amor procede como un verdadero tirano! ¡Y en qué
extraño desorden deja mi espíritu! ¡Con qué violencia exige lo que desea!
¿No es posible defenderse de vuestra persecución y ni siquiera dais el
tiempo de respirar? ¿Es justo exigir las cosas que se piden y abusar con
vuestros apremiantes esfuerzos de la debilidad que por vos se tiene?
TARTUFO: Más si veis con mirada benévola mis homenajes, ¿por qué habréis de
negarme unas pruebas reales?
ELMIRA: Pero ¿cómo acceder a lo que deseáis sin ofender al Cielo, del que tanto
habláis?
TARTUFO: Si es tan sólo el Cielo lo que se opone a mis deseos, apartar tal obstáculo
es fácil para mí, y esto no debe retener vuestro corazón.
ELMIRA: ¡Nos atemorizan tanto con los secretos del Cielo!
TARTUFO: Puedo desvanecer esos temores ridículos, señora; conozco el arte de
acallar los escrúpulos. Verdad es que el Cielo prohíbe ciertos goces, pero
cabe hallar acuerdos con Él. Basta rectificar el mal que hay en la acción,
poniendo en la intención rectitud y pureza. Yo sabré instruiros en estos
secretos, señora. Dejaros guiar. Satisfaced mi deseo y no temáis;
respondo de todo y asumo todo el mal. ¡Mucho toséis, señora!
ELMIRA: ¡Sí, qué suplicio!
TARTUFO: ¿Queréis un trozo de regaliz?
ELMIRA: Es una tos obstinada y no creo que sirvan de nada todos los regalices del
mundo.
TARTUFO: Es realmente molesta.
ELMIRA: Sí, más de lo que se pueda imaginar.
TARTUFO: En fin, he de disipar vuestros escrúpulos. Podéis contar con mi secreto.
¿Dónde reside el mal? En el escándalo que se hace; el escándalo del
mundo es lo que produce la ofensa, y pecar en silencio no es pecar.
ELMIRA: (Después de toser una vez más y de golpear sobre la mesa.) Ya veo,
señor, que tengo que ceder. Tengo que consentir lo que se me exige. Me
temo que no puedo persuadiros de otra cosa, pues no hay nada que os
satisfaga. No os rendís. Lamentable es, sin duda, llegar a esto, y muy a
pesar mío lo hago; pero, puesto que se obstina en someterme a ello,
puesto que no se cree nada de lo que digo, y se quieren testimonios más
convincentes, es menester resolverse y contentar. Si mi consentimiento
entraña alguna ofensa, recaiga sobre quien me fuerza a tal violencia.
Puedo estar sosegada, la culpa no es mía.
TARTUFO: Sí, señora, sobre mí recae, y la cosa en sí…
ELMIRA: Os ruego que abráis la puerta y miréis si no estará mi esposo en esa
galería.
TARTUFO: ¿Qué necesidad hay de que os toméis por él ese cuidado? Con ese, podéis
creerlo, yo hago lo que quiero. Estará encantado de vernos juntos. Tengo
todas las artes para hacer que lo vea todo y no crea en nada.

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ELMIRA: No importa. Os ruego que salgáis un momento y miréis en detalle, toda la
galería. (TARTUFO sale)

ESCENA VI
ORGON, ELMIRA

ORGON: (Saliendo de debajo de la mesa.) Estoy abrumado ¡Qué hombre tan


abominable! No salgo de mi pasmo…
ELMIRA: ¡Cómo! ¿Tan pronto salís? ¿Os burláis de mí? Volved a vuestro
escondite. ¡Esperad hasta el final hasta ver cosas ciertas, y no os fieis de
simples conjeturas!
ORGON: ¡No ha salido del infierno un ser más malvado!
ELMIRA: ¡Dios mío!, no se debe de creer tan a la ligera. ¡Debéis convenceros bien
antes de rendiros: no os apresuréis, es fácil engañarnos! (Elmira hace que
Orgón se coloque detrás de ella.)

ESCENA VII
TARTUFO, ELMIRA, ORGON

TARTUFO: Todo conspira, señora, en favor de mi dicha. He examinado la casa entera


y no hay nadie. Mi alma, en éxtasis... (Al avanzar Tartufo con los brazos
abiertos para abrazar a Elmira, ésta se retira y Tartufo ve a Orgón.)
ORGON: ¡Alto! Os dejáis arrastrar demasiado por vuestra ansia amorosa y no
debéis apasionaros tanto. ¡Ah, Ah! ¡El hombre de bien… quiere
engañarme! ¡Ah, cómo entregáis vuestra alma a las tentaciones! Os casáis
con mi hija y codiciáis a mi esposa. He dudado mucho de que fuera
cierto, esperaba que fuera engaño y no escuché a nadie. ¡Pero ahora que
todo lo vi, no necesito más pruebas!
ELMIRA: (A TARTUFO) He hecho todo esto contra mi voluntad, señor, me
obligaron a ello, podéis creerlo.
TARTUFO: (A Orgón) ¿Cómo? ¿Vos creéis...?
ORGON: Callad, os lo ruego… ¡levantar el campo sin más ceremonias!
TARTUFO: Mi intención...
ORGON: Esos discursos ya no son oportunos. ¡Tenéis que salir ahora mismo de
esta casa!
TARTUFO: (Saliendo) Sois vos quien habréis de salir. Vos que habláis como dueño,
ya no lo sois; la casa me pertenece. No conseguiréis nada injuriándome;
tengo medios de confundir y de castigar la impostura, de vengar al Cielo a
quien le ofende. Y de hacer que se arrepientan a los que quieren ahora
hacerme salir de aquí.

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ESCENA VIII
ELMIRA, ORGON

ELMIRA: ¿Qué significa esto? ¿Adónde quiere llegar?


ORGON: Estoy confuso, es algo muy serio.
ELMIRA: ¿Cómo?
ORGON: Yo tengo la culpa, no sé qué decir. ¡La donación turba mí espíritu!
ELMIRA: ¿La donación?
ORGON: Sí. Está hecha. Y hay otra cosa que me inquieta.
ELMIRA: ¿Qué más?
ORGON: Lo sabréis todo. Permitid que lo verifique. Veamos cuanto antes si sigue
el cofre que...

Música de suspense y posible baile de búsqueda del cofre.

ACTO QUINTO
ESCENA I
ORGON, CLEANTO

CLEANTO: ¿Adónde queréis ir?


ORGON: ¡Ay! ¡Qué sé yo! Estoy preocupado, estoy desesperado. El cofre me
trastorna por completo.
CLEANTO: ¿Qué misterio encierra ese cofre?
ORGON: Es un depósito que mi desgraciado amigo, Argas, me entregó con gran
secreto cuando huyó de la Justicia. Me eligió para guardarlo porque,
según me dijo, contiene papeles muy importantes que afectan a su fortuna
y a su vida.
CLEANTO: ¿Y por qué las confiasteis a otras manos?
ORGON: Le confié el asunto al traidor, y con sus razonamientos me persuadió a
que le diese el cofre para guardarlo. Para, en caso de investigación, poder
negar la ayuda a un fugitivo, y tener yo un subterfugio, merced al cual mi
conciencia pudiese formular juramentos contra la verdad.
CLEANTO: A juzgar por las apariencias, vuestra situación es grave. La donación y el
asunto de ese cofre son obras hechas con gran ligereza. ¡Buen precio vais
a pagar por tantas imprudencias! Con tales prendas en su poder, debisteis
buscar algún arreglo amistoso.
ORGON: ¡Ocultar bajo la hermosa apariencia de un fervor tan impresionante, un
corazón tan falso y un alma tan pérfida! Y yo que le acogí harapiento y
sin nada… ¡Se acabó; renuncio a todos los hombres de bien, hacia los
cuales sentiré desde ahora un horror espantoso; voy a ser para ellos peor
que un demonio!
CLEANTO: ¡Vaya, qué arrebatos tenéis! Os lanzáis siempre de un exceso a otro.
Porque un bribón os engaña bajo el lustre de una faz austera, ¿queréis que
todos sean como Él y que no se halle hoy ningún hombre de bien, ningún

29
verdadero devoto? Dejad a los incrédulos tan necias deducciones, separad
la verdad de sus apariencias, sed más reflexivo al escoger amigos, y
manteneos para eso en el justo medio. Guardaos, si podéis, de honrar a la
impostura; mas no ofendáis al verdadero fervor; y si tenéis que caer en
algún extremo, inclinaos más bien a ese otro lado.

ESCENA II
DAMIS, ORGON, CLEANTO

DAMIS: ¿Es cierto, padre mío, que ese bribón os amenaza, que no hay piedad en
su alma, y que su cobarde orgullo, hace de vuestra bondad un arma contra
vos?
ORGON: Sí, hijo; y siento un dolor sin igual.
DAMIS: ¡Dejadme, voy a cortarle las orejas! ¡No hay que titubear ante tanta
insolencia! ¡Me corresponde a mí zanjar este asunto, tengo que molerle a
palos!
CLEANTO: Así hablan los jóvenes sin juicio. Moderad esos repentinos impulsos. La
violencia no arregla los asuntos.

ESCENA III
SEÑORA PERNELLE, MARIANA, ELMIRA, DORINA, DAMIS, ORGON, CLEANTO

PERNELLE: ¿Qué es eso? ¡Acabo de enterarme de un terrible misterio!


ORGON: Ya veis el precio con que se pagan mis cuidados. Recojo a un hombre en
la miseria, le trato como a mi propio hermano, le colmo a diario de
beneficios, le doy mi hija y mi fortuna; y el pérfido e infame intenta
seducir a mi mujer. Y, no contento aún con esa vileza, se atreve a
amenazarme con mis propios beneficios. Quiere privarme de los bienes
que le he dado y ¡reducirme a la nada de la que yo le retiré!
DORINA: ¡Pobre hombre!
PERNELLE: ¡No puedo creer, hijo mío, que haya querido cometer tan negra acción!
ORGON: ¿Cómo?
PERNELLE: ¡A los hombres honrados siempre se les envidia!
ORGON: ¿Qué queréis decir, madre?
PERNELLE: La perfidia de los espíritus maledicentes es extrema. Han forjado mil
enredos contra Él.
ORGON: Haréis que se agote mi paciencia, madre mía. Os digo que he visto con
mis propios ojos tan insolente crimen.
PERNELLE: Las malas lenguas tienen veneno y nadie se puede defender de eso.
ORGON: ¡Vuestras razones carecen de sentido! Yo he visto, ¿estáis oyendo? lo he
visto; os digo que lo he visto con mis propios ojos, lo que se llama visto.
¿Tendré que repetíroslo cien veces al oído y gritar como cuatro?
PERNELLE: A menudo las apariencias engañan y no siempre se puede juzgar por lo
que se ve.
ORGON: ¡Qué rabia me da! ¿Debo considerar una solicitud caritativa el deseo de
abrazar a mi mujer?

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PERNELLE: Es preciso tener justos motivos para acusar y deberíais esperar a tener
seguridad en las cosas.
ORGON: ¿Esperar, madre? ¡Oh, diantre! ¿Qué medio tengo para asegurarme
mejor? ¡Haréis que diga algún disparate!
PERNELLE: En fin: se ve su alma abrasada por un fervor demasiado puro. ¡No puedo
concebir que haya querido intentar las cosas que decís!
ORGON: ¡Vamos; no sé lo que os diría si no fuerais mi madre!
DORINA: Justo pago, señor, no queríais creer y no se os cree.
CLEANTO: No hay que perder el tiempo ante las amenazas de ese bribón, debemos
tomar medidas. Quisiera que se estableciese entre los dos alguna forma
pacífica de reanudar vuestros tratos.
ELMIRA: De haber sabido que Él poseía tales armas, no hubiese yo dado lugar a
tantas alarmas, y mis...
ORGON: (Viendo entrar a LEAL, y dirigiéndose a DORINA.) ¿Qué quiere ese
hombre? Ir a verlo. ¡Solo me falta recibir visitas!

ESCENA IV
LEAL, PERNELLE, ORGON, DAMIS, MARIANA,
DORINA, ELMIRA, CLEANTO

LEAL: Buenos días, hermana mía ¿está en casa el patrón? Quiero hablar con él.
DORINA: Ahora tiene visitas y dudo que pueda recibirle.
LEAL: No vengo a importunar. Es una visita breve, vengo para darle una buena
noticia.
DORINA: ¿Su nombre?
LEAL: Decidle solamente que vengo de parte del señor Tartufo, en relación a
sus bienes.
DORINA: (A ORGON.) Es un hombre que viene de parte del señor Tartufo, para un
asunto que dice que os complacerá.
CLEANTO: Id a ver quién es y qué puede querer.
ORGON: Quizás trate de reconciliarnos. ¿Qué actitud he de mostrar con Él?
CLEANTO: No mostréis vuestro resentimiento. Y si habla de un acuerdo, hay que
escucharle.
LEAL: Salud, señor. El Cielo condene a quien quiera ofenderos, señor, y Dios os
sea tan propicio como lo deseo.
ORGON: (A CLEANTO, aparte.) Este amable principio presagia un posible arreglo.
LEAL: Vuestra casa me ha sido siempre muy querida, y era yo servidor de
vuestro señor padre.
ORGON: Señor, me avergüenza no conoceros ni saber vuestro nombre, os pido
perdón por ello.
LEAL: Me llamo Leal y soy alguacil de justicia desde hace cuarenta años. Tengo
la dicha, gracias al Cielo, de ejercer mi cargo con mucha honra. Vengo a
comunicaros la ejecución del juez…
ORGON: ¿Cómo? ¿Venís aquí...?
LEAL: Tranquilizaos, señor. Sólo se trata de un requerimiento para que vos y los
vuestros desalojéis la casa, sin demora ni remisión, tal y como se notifica.

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ORGON: ¿Salir yo de mi casa?
LEAL: Sí, señor, si ello os place. La casa ahora, como bien sabéis, pertenece
indiscutiblemente al señor Tartufo. Es desde ahora dueño y señor de
vuestros bienes, en virtud del contrato que traigo conmigo, sin que nada
quepa alegar.
DAMIS: (Al señor LEAL) ¡Qué gran descaro! ¡Me asombra!
LEAL: (A DAMIS) Señor, no tengo nada que ver con vos. (Señalando a ORGON)
Solo hablo con el patrón, que es sensato, afable y conoce perfectamente
su deber como hombre de bien para no oponerse a la Justicia.
ORGON: Pero...
LEAL: Sí, señor; ya sé que ni por un millón querríais rebelaros, y que permitiréis,
como persona honrada, que yo ejecute aquí las órdenes que me dan.
DAMIS: ¡Señor alguacil de justicia, podríais ganaros una mano de bastonazos
sobre vuestro negro jubón!
LEAL: Haced que vuestro hijo se calle o se retire, señor. Sentiría tener que
redactar un acta en que constase lo que ha osado decir.
DORINA: (Aparte) Este señor Leal, muy desleal parece.
LEAL: Yo trato con cariño a todas las personas de bien. He querido hacerme
cargo de los autos, por haceros un favor y evitar que eligiesen a otro que
hubiese podido actuar de un modo menos suave.
ORGON: ¿Hay algo peor que expulsar a la gente de su casa?
LEAL: Suspenderé la ejecución del mandato hasta mañana. Vendré tan solo a
pernoctar aquí con diez de mis hombres, sin escándalo ni ruido. Por mero
formulismo, si os place, me entregaréis ahora las llaves de su puerta.
Descansen tranquilos, yo estaré alerta. Y mañana, en cuanto apunte el día,
habréis de sacar de aquí hasta el menor utensilio. Mis hombres os
ayudarán a trasladarlo todo fuera. No se puede obrar mejor de lo que yo
hago, a fe mía, de la misma forma os ruego que obréis bien y no me
estorbéis en las funciones que ocupo.
ORGON: (Aparte a CLEANTE) Con grandísimo agrado daría dinero para poderte
atizar a placer...
CLEANTO: (Aparte a ORGON) Dejad, no lo echemos a perder. (A LEAL)
Concluyamos, Señor; es suficiente. Dadme pronto ese papel e idos en paz.
LEAL: Hasta la vista. ¡Que el Cielo os colme de venturas!
ORGON: ¡Que Él os confunda, a ti y al que te envía!

ESCENA V
ORGON, CLEANTO, MARIANA, ELMIRA, PERNELLE,
DAMIS, DORINA

ORGON: ¿Qué? Ya veis, madre, si tengo razón para quejarme, y por esta hazaña,
juzgad el resto. ¿Os convencéis ahora de sus traiciones?
PERNELLE: ¡Estoy como caída del cielo, pasmada!
DORINA: Todo esto confirma sus piadosos designios, Tartufo sabe bien que las
riquezas corrompen al hombre, y solo por pura caridad quiere quitaros
todo lo que puede estorbar vuestra salvación.

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ORGON: ¡Callaos, siempre se os tiene que decir lo mismo!
CLEANTO: Veamos qué consejo se puede elegir.
ELMIRA: Id a pregonar la insolencia del ingrato. Su conducta anula la virtud de ese
contrato, y su deslealtad va a mostrarse tan negra que no pueda lograr el
éxito esperado.

ESCENA VI
VALERIO, ORGON, PERNELLE, ELMIRA, CLEANTO,
DAMIS, MARIANA, DORINA

VALERIO: Lamento, señor, venir a alarmaros, más me veo obligado por un peligro
inminente. Un gran amigo que sabe el interés que me merecéis, ha
violado por mí el secreto debido a un asunto de Estado, y acaba de
enviarme un aviso que os obliga a huir sin demora. El bribón os ha
delatado entregando a la Justicia el importante cofre de un reo del Estado,
cuyo secreto culpable habéis guardado. Ignoro los detalles del delito que
os atribuyen, pero se ha dado orden de prisión contra vos, y, para
ejecutarla mejor, se ha ordenado que Tartufo acompañe al encargado de
deteneros.
ORGON: ¡El hombre, os lo confieso, es un animal perverso!
VALERIO: La menor dilación puede seros fatal. Tengo mi coche en la puerta, para
llevaros, y aquí os traigo mil monedas. No perdamos tiempo; hay que
huir. Me brindo a conduciros a un lugar seguro y quiero acompañaros
hasta el final en vuestra fuga. ¡Os espero fuera, daos prisa! (Sale)

Música de intriga y movimiento de viaje

ORGON: ¡Oh, y qué no deberé a vuestros bondadosos cuidados! Para agradecéroslo


habrá que esperar otro momento; y pido al Cielo que me sea lo bastante
propicio para pagar algún día este generoso servicio. Adiós a todos, y
cuidad que...
CLEANTO: ¡Marchad pronto! Procuraremos, hermano mío, hacer todo lo necesario.
¡Huid!

La música y el movimiento se cortan con la entrada de TARTUFO

ESCENA VII
OFICIAL, TARTUFO, VALERIO, ORGON, ELMIRA, CLEANTO, PERNELLE,
MARIANA, DAMIS, DORINA

TARTUFO: (Deteniendo a ORGON) Despacio, señor, despacio; no corráis tanto. Sois


preso en nombre de la Justicia.
ORGON: ¡Traidor! Me reservabas este último dardo. Es el golpe con que acabas de
perderme; así rematas tus perfidias.
TARTUFO: Vuestras injurias no me irritarán; he aprendido a sufrir todo por el Cielo.

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CLEANTO: Confieso que es grande vuestra moderación.
DAMIS: ¡Cómo se burla, imprudente, este infame, del Cielo!
TARTUFO: Todos vuestros arrebatos no lograrán conmoverme. Pienso únicamente en
cumplir mi deber.
MARIANA: Gran gloria obtendréis con ello, y es un cargo muy honroso para vos.
TARTUFO: Un cargo tiene forzosamente que ser honroso viniendo del poder que me
envía.
ORGON: ¿Y no has recordado, ingrato, que mi mano caritativa te sacó de la más
negra miseria?
TARTUFO: Sí; no he olvidado que me habéis socorrido; pero la Justicia es el primero
de mis deberes. Este deber sagrado ahoga en mi corazón todo
reconocimiento, y yo sacrificaría a tan potentes lazos: amigos, esposa,
padres y a mí mismo con ellos.
ELMIRA: ¡Impostor!
DORINA: ¡Cómo sabe utilizar todo cuanto se venera!
CLEANTO: Si ese celo del que alardeáis y que os impulsa es tan perfecto como decís,
¿cómo se explica que os sorprendiera persiguiendo a su mujer y se viera
obligado, en defensa de su propio honor, a expulsaros de su casa? No me
refiero a la donación de toda su fortuna que acababa de haceros; más si le
queréis tachar hoy de culpable, ¿por qué consentíais ayer en aceptar nada
de él?
TARTUFO: (Al OFICIAL.) Libradme, señor, de esta algarabía; y dignaos a cumplir
vuestra orden.
OFICIAL: ¡Sí; no hay tiempo que perder, vamos a ejecutarla! Y vuestra boca me
invita oportunamente. Seguidme ahora mismo hasta el calabozo adonde
iréis a vivir.
TARTUFO: ¿A quién? ¿A mí, señor?
OFICIAL: Sí, a vos.
TARTUFO: ¿Por qué al calabozo?
OFICIAL: No es a vos a quien quiero explicarlo. (A ORGON) Tranquilizaos, señor,
y recobrad el ánimo. Vivimos bajo una Justicia enemiga del fraude y a
quien no engaña el arte de los impostores. Posee de un fino
discernimiento, observa las cosas con una recta mirada; y el amor por los
verdaderos no cierra su corazón al horror que deben inspirar todos los
falsos. No era este lance cosa que pudiera sorprender a la Justicia. Desde
el comienzo ha visto con claridad todas las vilezas que este hombre oculta
en los repliegues de su corazón. Al venir a acusaros, él mismo se ha
traicionado y se ha revelado como un bellaco famoso, que conocíamos
bajo otro nombre; tiene una larga lista de negras acciones, que podrían
formar varios volúmenes de fechorías. Si me han enviado aquí, ha sido
sólo para ver cómo llegaba hasta el final en su desfachatez y para
compensaros de todo por él mismo. Así que se os devuelve todos vuestros
bienes, destruyendo cualquier obligación contraída con él. Y como
premio por atestiguar antaño en defensa de los regios derechos, se os
perdona, en fin, la ofensa secreta en que os hizo incurrir la huida de un
amigo; mostrando así que la Justicia, cuando menos se la espera,
recompensa las buenas acciones.

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DORINA: ¡Loado sea el Cielo!
PERNELLE: ¡Ahora respiro!
ELMIRA: ¡Final feliz!
MARIANA: ¿Quién lo hubiera imaginado?
ORGON: (A TARTUFO que es llevado por el OFICIAL.) ¿Ves, traidor, como...?
CLEANTO: ¡Callad, hermano! No os rebajéis a una indignidad. Desead más bien que
su corazón vaya felizmente al seno de la virtud; que corrija su vida
aborreciendo su vicio y que así pueda mitigar la severidad de la Justicia;
mientras vos iréis a agradecer tan afectuoso trato.
ORGON: Sí, decís bien; corramos con alegría y felicitémonos de su trato. Y, luego,
libres ya de ese deber primordial, cumpliremos otro, premiando en
Valerio con un dulce enlace la pasión de un amante generoso y sincero.

Música y baile de fiesta

OSCURO

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