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Solo una comunidad Judía más.

Con 15 años me fui con algunos amigos del secundario a dedo y de mochilero.
Era una costumbre de la época, salir sin dinero y liviano de equipaje. Nosotros
con suerte llegaríamos a Córdoba. Era verano así que no llevaba campera. Mis
padres, como buenos padres judíos, insistieron en que lleve abrigo. Uno nunca
sabe adónde va a llegar, ni cuando hará frio dijo mi padre, a veces las cosas
afuera se ponen feas.

Abandone a mis compañeros en Córdoba y seguí hasta Mendoza, cargando


una campera en la mochila que no hacía más que molestarme. Llegamos hasta
la cordillera de los Andes subidos a un camión de Vialidad Nacional, y
terminamos al pie del límite con Chile en un refugio de andinistas, pasando la
noche con -10 grados. Mientras sacaba la campera de la mochila, me
resonaban las palabras de mis padres.-Uno nunca sabe adónde va a llegar, ni
cuando hará frio. A veces las cosas afuera, se ponen feas.

Ese año comencé a ir a Lamroth.

Mi educación judía se había terminado a los cinco años. Mis memorias judías
son recuerdos del interminable paso del tiempo en el templo, cambiando
figuritas con los chicos que veía unas pocas veces al año. Jugando a la pelota
en la terraza del templo. De rezos en hebreo. De mujeres separadas de los
hombres. De mi Babe oliendo limón en Kipur. La mesa de los varones de la
familia, discutiendo tonterías, hasta que Papa golpeaba con su anillo la mesa,
porque había decidido concentrarse para rezar. Un Bar Mitzvah, sin entender
nada de lo que decía. Las noches de Pesaj y el Ma Nishtana que sabía de
memoria, de tantas veces que me toco decirlo, hasta que tuve que pasarle a mi
hermano menor, mi única conexión con el judaísmo.

Lamroth me rescató de una época que prefiero olvidarme. Me sacó de casa y


me metió en los partidos de futbol en la quinta, en sábados a la tarde con los
grupos, y en las noches en la casa de alguien. Nunca nadie me pregunto qué
tipo de judío era. Justo a mí, que ni judío quería ser. Entre el futbol, la quinta y
los sábados, de a poco y sin quererlo, Lamroth se me fue arrimando, hasta que
sin saber cómo, y sin siquiera haberlo querido, se fue convirtiendo en parte de
mí.
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Judío es quien elige tener una familia judía, me dijo un rabino de esta casa. Allí
comenzó el camino judío de mi vida adulta, y decidí entonces ser parte formal
de esta comunidad.

Las comunidades judías no son todas iguales, y no en toda comunidad judía


uno se siente cómodo. Yo me siento bien en una comunidad que piensa que
Dios es un ser bueno y confiable, a quien uno puede pedirle cosas y a veces
quizás lo hace, y si no lo hace por algo será. Pero en principio supongo que no
querrá hacerme mal. Hay comunidades que piensan que Dios es un ser severo,
a quien hay que temerle, porque te castiga con toda su furia sino cumplis con
la ley. Otras comunidades siguen a un líder, y hacen lo que ese líder ordena. En
esas tampoco me siento cómodo.

Las distintas comunidades dejan ver no solo los diversos modos de vivir al
judaísmo, sino también de concebir al mundo, y cambian. Cambian al cambiar
al rabino, al cambiar a la comisión directiva, al cambiar el criterio de
aceptación de miembros, al cambiar el criterio de que es ser judío y de quien
tiene derecho a serlo.

Me pregunto si cuando nos referimos al “ser Judío”, hablaremos de lo mismo.


Para el mundo no-judío, la definición parece sencilla, y de hecho es más
amplia que para el mundo judío. Pero para nosotros parece ser un poco más
difícil definir al ser judío. Se dice que hay un núcleo invariante que determina
la judeidad, y que las distinciones se ven por afuera. Un centro del que emana
la esencia del ser judío y el cinturón que lo rodea es nada más que un ropaje,
que se puede cambiar sin cambiar lo central. No creo en esto. Tampoco creo
que se pueda definir al ser judío, por disección de sus actos o por los
pensamientos, ya que el judío cambió a lo largo de los miles de años de su
historia, y lo seguirá haciendo en el futuro.

El judaísmo fue obligado a cambiar. No hay una ley universal que dice que es el
“ser judío”, en todo tiempo y lugar. Hay leyes particulares, para cada tiempo y
cada lugar. El jasidismo, el misticismo, la ortodoxia, el secularismo judío, el
liberalismo, el reconstruccionismo, el reformismo, el movimiento conservador,
el judío askenazí y el judío sefaradí, todas son formas distintas de expresar

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nuestro judaísmo. Ninguna comunidad tiene en si el monopolio de la verdad.
Ninguna es mejor, ni más valida que la otra.

Somos el pueblo hijo de Abraham, de Isaac y Jacob, hijos de Sara y también de


Ruth, la extranjera que se casa con un israelita, y también somos hijos de los
otros pueblos que salieron junto al pueblo judío de Egipto. Israel era un pueblo
numeroso al salir y muchas tribus también salieron junto con el. Es entonces
que el señor le dice a Moshe que permita al extranjero habitar con el pueblo.
La circuncisión iba a ser el único requisito. Formando todos una misma nación
y bajo una misma ley, sea para el nacido en Israel como para el que nació
extranjero. El problema de quien es judío en la Torah, se transformó en social.

Compartimos con el resto de los judíos del mundo tradiciones, ceremonias y


religión, pero las historias vividas en el exilio no son las mismas. Luego de 2000
años de diáspora, de no compartir la tierra, de no tener un gobierno en común,
de no tener siquiera una lengua en común. Podemos decir que hay una
Historia judía en Común? Sin duda es más acertado hablar de varias “historias
del judaísmo”. Esta falta de comunalidad única, es lo que hace enorme a la
experiencia judía. Es la que hace que a pesar de toda nuestra diversidad, nos
consideremos a nosotros mismos, como a un solo grupo homogéneo.

Porque no es lo mismo un judío de Turquía que un uruguayo. Un judío de Irán,


no vive igual que un judío de Francia. Son diferentes modos de vivir al
judaísmo, y cada uno lo adapta a su manera. Definir al judaísmo de un solo y
único modo nos deja de lado la posibilidad de ver los matices de una amplia
paleta de colores.

Hay un cuento de Borges, en el habla de un lugar imaginario llamado Tlön. En


ese lugar, el lenguaje, el modo en que definimos a las cosas, afecta nuestro
pensamiento. En ese mundo no existen los universales. Para nosotros una silla,
es un concepto único que abarca a todas las sillas que hemos visto, pero para
los habitantes de Tlön, los objetos del mundo, las acciones que se emprenden,
cada uno está separado del otro. No existen los sustantivos en Tlön. La palabra
“silla” o la palabra “cama”, no existen. No hay una palabra que defina a lo que
llamamos “luna”. Al sustantivo, se lo reemplaza por una acumulación de
adjetivos. La “luna”, será a veces con “forma de hoz, blanca y pequeña”. Y otra

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vez será “redonda, anaranjada y hermosa”. En Tlön también se acostumbra
agregarle sensaciones a los objetos y se escriben poemas, larguísimos para
describir a una sola palabra. El universo en Tlön cambia según la persona que
lo vive, porque cada vivencia es independiente. Cada situación es única, de ese
tiempo y de ese lugar. No hay ciencia en Tlön, al menos no como la búsqueda
de una verdad única y final. Como los objetos en nuestra mente, en Tlön la
verdad cambia.

Al definir al judaísmo de un modo único, se nos pierden las millones de


variedades que adopta en cada uno de nosotros. Nuestra cultura nos dice, que
deben convivir en la misma casa pareceres opuestos. Ni uno es verdadero, ni el
otro es falso. Debemos ser tolerantes no por “aguantar” al otro que está al
lado, debemos serlo porque nadie puede estar seguro, de que su verdad sea la
única que merece ser respetada. Hay un viejo cuento que escuche a un rabino
y que se refiere a quienes y porque viene la gente al servicio religioso. Esta
Abraham que viene a rezarle a Dios decía, esta Simón que viene a hablar con
Dios, y esta David que viene a hablar con Simón y con Abraham.

No es lo mismo Lamroth, si viene solamente Abraham y sus amigos rezadores,


o si solo viene Simón y sus compañeros habladores o si viene solo David con
ganas de encontrarse a charlar con otros amigos. La tonalidad cambia.

Alguien se siente con el derecho de decirle a quien está al lado, vos no podes
estar aquí hoy porque solamente venís para Kipur? O vos no, porque no te
casaste bajo la Jupa. Es acaso un judío de comportamiento ultra-ortodoxo,
mejor judío que otro? Si aceptamos a uno como el modelo verdadero, estamos
suponiendo que los otros son falsos. Aceptar a uno como único, es tener a ese
como el ideal. Queremos acaso ser todos Judíos idénticos? idénticos a quien?
No es bueno que los judíos separen a los judíos.

Si queremos dejar el mundo de Borges, y llamar a la luna, luna. Debemos


aceptar que la luna puede adoptar diversas formas y seguir llamándose luna.

Hace un par de años en el hospital de Zefat, poco después de la última guerra


con el Líbano, se expusieron en el hall de entrada, una galería de fotos sacadas
por el mismo personal del hospital durante la guerra. Eran sus propias
vivencias. Una de mis hijas me señaló una foto. La de un soldado de las fuerzas
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armadas israelíes, ayudando a entrar a otros en camilla, la sangre manchaba a
los tzitzit que se podían ver asomando debajo de su uniforme. Ese soldado y
los médicos, no preguntaban qué tipo de judío estaba entrando al hospital.

Como pueblo hemos ido cambiando. No es lo mismo las vivencias del pueblo
judío desde la existencia del Estado de Israel. Y su creación fue el producto de
discusiones entre pareceres opuestos. Personas de una comunidad
heterogénea que tuvieron que debatir sobre lo que debía hacer cada judío
para tratar de ser feliz, en un mundo que le era hostil. Judíos que pensaron que
ya era hora de tener una patria, judíos a quienes no les importo si se estaba
cumpliendo el mandato bíblico. La legitimación se fundaba en que habíamos
sido tremendamente lastimados y en un momento determinado nos cansamos
de girar por el mundo, y quisimos tener un hogar, y a eso lo llamamos Estado
de Israel.

Al unir nuestras historias, debemos de aceptar, que hay individuos judíos que
pensaban y piensan “distinto”. No hay que abandonar creencias para unir
historias, pero hay que dejar de adherir a un molde. Al molde del judío como-
se-debe-ser. Hay que dejar de aceptar a los sustantivos fijos. Hay que entender
que cada persona hace la diferencia, y que en última instancia son las personas
las que producen a las agrupaciones y a sus ideas.

Hay diferencia si en la comunidad, hay un individuo con ideas como Teodoro


Herzl. No es lo mismo que en la discusión de la existencia de Israel estuviera en
la comunidad de Palestina un individuo llamado David Ben Gurion, que si Ben
Gurion se hubiese quedado en Polonia. No es lo mismo discutir con Golda Meir
en la comunidad, sabiendo que al abrazar a la causa sionista se prometió que
ningún niño iba a vivir la experiencia vivida por ella y su padre en Rusia,
tapiando con tablas las entradas de la casa, ante la inminencia de las hordas de
los progorms.

No es lo mismo que en la comunidad judía, haya un hombre llamado Moshe


Dayan que aceptó ser tratado como delincuente siendo sargento en el ejército
británico, porque decidió ayudar a ingresar ilegalmente judíos a Palestina. Un
Moshe Dayan del que todo judío de mi época se enorgullecía, después de

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haber encerrado en una maniobra brillante de tenazas a los árabes, en la
guerra de los seis días. La guerra que Israel en teoría no podía ganar, y ganó.

Tengo una moneda que me regalaron en mi Bar, con su rostro de pirata, con el
parche en el ojo. Una imagen que representaba un judío, que para mí, en mi
adolescencia, era un judío “distinto”. Un judío que se atrevía a luchar, en el
medio de tanto recuerdo de muerte simple y pasiva de una Shoa, que me
taladraba el cerebro.

No es lo mismo el judío después de la existencia actual del Estado de Israel,


que el judío anterior a 1948. No es lo mismo ver a jóvenes judíos, portando
fusiles orgullosos de pertenecer a las fuerzas armadas de Israel a quien el
mundo hoy dirige su antisemitismo, diciendo, “yo con los judíos no tengo nada,
es contra Israel la cosa”. El mundo no-judío parece que nunca va a entender,
que somos lo mismo.

Y somos lo mismo, porque a pesar de que no estar orgulloso de los errores del
ejército Israelí, prefiero pedir perdón por defenderme en exceso, tengo el
derecho histórico de hacerlo, que volver a llorar no solo por las muertes de mis
hermanos, sino por la cobardía de no haberme animado a defenderme. No es
lo mismo dejarse matar, que sublevarse. No es lo mismo nosotros, judíos
nacidos bajo la sombra de la Shoa, que nuestros hijos, orgullosos jóvenes
judíos, seculares o religiosos, creyentes o ateos, judíos que nacieron con un
Estado de Israel, fuertes y orgullosos de su historia. Jóvenes judíos que están
aquí, cada uno por sus propias razones. Que sienten que tienen que estar aquí
hoy, en su comunidad. Una comunidad a quien no le importa definir, sino que
le importa integrar, aceptar y comprender.

Judíos argentinos, judíos israelíes, judíos blancos, judíos negros, judíos de


cualquier lugar del mundo, judíos de orígenes diversos. Todos tenemos nuestra
propia historia que contar. Israel es el centro, nosotros en la diáspora lo
rodeamos. El centro no es mejor, lo de afuera tampoco. No podemos vivir sin
el centro, y el centro no puede vivir sin nosotros. Todos somos simplemente,
ciudadanos de una civilización llamada Israel. Esa comunidad que habita en
diversos lugares del mundo, ha tenido diversas historias que narrar.

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En mi comunidad veo a Simón, a David y a Abraham. Veo a personas que están
aquí por diversos motivos. Personas que comparten una identidad con nuestra
comunidad, pero cada una es una persona distinta. Con un sentir su judaísmo
distinto del que está al lado. No es lo mismo si el señor Abraham forma parte
del pueblo, que si Abraham se va. Si David se queda no es lo mismo que si
David se va. Nadie tiene derecho a decir que David no puede estar, porque
viene a estar con su pueblo y no viene a rezar, y solo puede estar Abraham que
viene a rezarle a Dios. Quien tienen derecho a legislar sobre la identidad judía?
Un examen genético? Aceptamos la ley Israelí, que dice que debe de tener al
menos un abuelo judío. Usamos la ley racial de los perros nazis, que habla de 4
generaciones de algún familiar Judío hacia atrás. Solo si la madre es judía? O
aceptamos que si está adentro de Lamroth es que es una persona, un alguien
que quiere vivir su judaísmo y lo hace del modo que quiere o que puede.
Alguien se siente con derecho a preguntar porque viene su vecino a decir
Kadish. No! Solamente porque está diciendo Kadish, es que siento que mi
vecino forma parte de mi mismo pueblo.

Cada uno de nosotros ha venido por sus propios motivos. No es lo mismo si


venimos o si no. Si viene Abraham hay diferencia, y si no viene David también.
Algunos vienen a rezar, otros a hablar con Dios o con sus padres, otros a hablar
con otros, y otros no saben porque, pero en algún momento del día han
sentido una necesidad urgente de venir y sienten que quieren estar aquí, antes
de que las puertas del cielo se cierren. Veo a cada uno de mis hijos cubiertos,
cumpliendo la simple ceremonia de colocarse un manto con franjas en los
bordes e hilo, como lo hemos hecho durante 3500 años y siento que están
donde tienen que estar y en la comunidad que tienen que estar.

Cuando fui de luna de miel a Israel, le compre a mi Papa un talid. Cuando volví
se lo cambie por el que él usaba. A partir de ese día use el talid de mi Papa.
Siempre sentí que Papa me abraza al colocarme el talid. Siento como me
coloca sus brazos alrededor. En la Jupa nos cubrió a Adriana y a mí. Cuando
nacieron mis hijos, me ponía la mano al hombro susurrando un Mazel-tov!. En
los Bar y Bat, nos cubrió a toda la familia mientras nos bendecían. En cada
víspera de Kipur, nos cubre al hacer kepara.

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En Kipur, yo vengo a hablar con mi Papa. Lo siento a través de mi talid. Al
desplegarlo empiezo a conversar con él, una brisa cálida me envuelve al
colocármelo. Como una voz que de nuevo se acerca y me dice. -Abrígate hijo,
Uno nunca sabe adónde va a llegar, ni cuando hará frio. A veces las cosas
afuera, se ponen feas.

Entonces ahí me pongo a rezar.

Raúl Chullmir

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