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contemporánea
José Ángel Vargas Vargas
El límite temporal
La novela hispanoamericana alcanzó en el período 1960-1975 un desarrollo espectacular debido a
dos factores fundamentales: uno de orden estético y otro de carácter predominantemente extraliterario.
El primero se refiere a las diferentes innovaciones formales y temáticas incorporadas por los autores a
sus obras y el segundo, al fenómeno del boom, que promocionó las novelas de algunos autores del
periodo en diferentes ámbitos y los hizo incursionar con acierto en otros espacios culturales y literarios
como el español y europeo. Los libros publicados tienen como antecedente los aportes de Miguel Ángel
Asturias y Jorge Luis Borges, que habían creado sus obras en el marco de la vanguardia, lo cual les
asignaba de por sí un modo específico de explorar la realidad; a este antecedente se le debe agregar la
pluralidad de obras aparecidas desde 1941, de manera que junto a la narrativa regionalista, que no se
había agotado plenamente, surgieron varias tendencias1 que marcaron un cambio sustancial en el
desarrollo de la novela hispanoamericana.
Esta pluralidad representó un signo inequívoco de diversos proyectos de escritura. En ellos se
notaba la necesidad de expresión de territorios íntimos y de una realidad hispanoamericana en la que
seguían vigentes los conflictos políticos, culturales, militares, raciales y religiosos. También se
evidenciaba una gran vitalidad y fuerza creadora que encontró, más tarde, en el fenómeno del boom los
canales más ágiles para su explosión. Pero el boom también se convirtió en un mecanismo que relegó la
obra de muchos autores en beneficio de unos cuantos 2 que se arrogaron como los auténticos
representantes de la narrativa hispanoamericana producida en ese momento, como Gabriel García
Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Alejo Carpentier, con lo cual se desconoció el aporte
global de todos los autores y se ocultó la floración de un pujante proceso narrativo.
Más allá del boom y de un número reducido de autores, la nueva novela se inició en 1964 y se
extendió hasta principios de la década de los ochenta 3 con la utilización del concepto de postboom y
con la incorporación de un grupo de escritores denominados novísimos que anunciaron el carácter
epigonal de los primeros. Desde una perspectiva estética, la nueva novela se caracterizó por marcar una
ruptura significativa con la producción narrativa anterior que básicamente consistía en transgredir los
códigos realistas, incorporar una pluralidad de discursos y presentar una concepción relativa e
incoherente de la vida y de la obra narrativa.
La novela centroamericana contemporánea se enmarca en este contexto y podría afirmarse que se
inicia en la década del setenta4, cuando los escritores se propusieron dejar atrás el regionalismo y el
realismo social e incursionar en nuevos espacios de la escritura y el lenguaje. Según Ramón Luis
Acevedo, esta es la década que da origen a un cambio radical, pues la novela centroamericana
experimentó una transformación «tanto en términos ideológicos como temáticos que significó la
incorporación y refuncionalización de la narrativa del ‘Boom’5. En ese momento los escritores tomaron
conciencia de lo necesario que era abordar la realidad en sus múltiples dimensiones y de explorar
territorios íntimos y subjetivos que le dieran a las obras una mayor trascendencia dentro y fuera de la
región.
Esta fijación de límites no representa un corte drástico ni excluye aportes de otros narradores que
previamente pudieron adelantarse porque no se produce una ruptura total con la tradición narrativa
centroamericana. Hay una lista amplia de obras representativas en la que sobresalen Diario de una
multitud (1974) de Carmen Naranjo, Las puertas de la noche (1974) de Alfonso Chase, Los
compañeros (1976) de Marco Antonio Flores, Pobrecito poeta que era yo (1976) de Roque Dalton, ¿Te
dio miedo la sangre? (1977) de Sergio Ramírez, Los demonios salvajes (1978) de Mario Roberto
Morales, Una función con móbiles y tentetiesos (1980) de Marcos Carías Zapata y Días de ventisca,
noches de huracán (1980) de Julio Escoto. Estas novelas se caracterizan por trascender las formas
tradicionales en las que la voz narrativa ofrecía cierta simplicidad: narrador omnisciente, narración en
primera persona y narración dialogada. Los autores creen en la necesidad de nuevas búsquedas, sobre
todo en el plano de la enunciación, en la forma de narrar, de ahí que los elementos que nutren las
narraciones son insertados en nuevos contextos lingüísticos y refuncionalizados simbólicamente, de
manera que el destinatario los perciba con sus múltiples matices semánticos.
También, los narradores se aventuran a experimentos y juegos con el lenguaje, el espacio y el
tiempo; trabajan los contextos desde varias perspectivas y se proponen la creación en Centroamérica de
un territorio literario, en donde se manifiesten las particularidades de las naciones y su cultura, las
grandezas y las luchas cotidianas, en resumen, los signos de su identidad. Así lo expresa Ramírez:
Rescatar la literatura centroamericana de su carácter fragmentario,
provincial y entendible solo de fronteras para adentro, para hacerla el
testimonio de todas nuestras miserias, de nuestros heroísmos y de
nuestras derrotas; del asedio sufrido por nuestra nacionalidad; de
nuestra explicación como países; del juzgamiento apocalíptico de
nuestra historia; de nuestras noches medioevales; de nuestros reinos de
bayonetas; de todo lo que habita la esperanza; de lo que habrá que
destruir para volver a construir; del hervidero perpetuo de todas las
agonías, deberá ser la tarea del escritor centroamericano
contemporáneo, como gran lengua que es de su tribu6.
Los novelistas se encuentran ante una nueva realidad que les exige plantearse el texto no solo
como representación de los problemas históricos y políticos sino también como artificio que crea su
propio referente, sin eludir la realidad concreta. Pero, junto a esta renovación estética, también se da el
fenómeno de la internacionalización de Centroamérica y su literatura, la cual irrumpe en el panorama
literario hispanoamericano e internacional7. Centroamérica y su literatura son tema de interés en
diversos ámbitos del mundo; se reconoce la existencia de una literatura fuertemente vinculada a temas
locales (políticos, económicos y sociales) y también capaz de hablar de temas universales como la
angustia, el amor, la soledad, el poder y la muerte.
Los autores trataron de superar las concepciones objetivistas que habían caracterizado la novela
anterior, dejaron de ceñirse a temas específicos (geografía, sistemas políticos, configuraciones sociales)
y decidieron indagar en las estructuras profundas del lenguaje, considerando ahora una dimensión
global y totalizante: «En determinado momento, la ‘nueva escritura latinoamericana’ pone su ojo en la
superficie de su espacio y contempla no una relación que defina lo típico de Latinoamérica por los
temas de su literatura»9, de ahí que se plantearon ampliamente el concepto de realidad, los temas por
abordar, la función del lenguaje utilizado y sobre todo, la necesidad de incursionar en la subjetividad de
los personajes.
Uno de los primeros cambios experimentados por la novela centroamericana contemporánea es la
superación del regionalismo y del realismo que habían predominado desde principios del siglo veinte.
Frente a la visión del mundo proyectada por estas tendencias, surge una narrativa crítica y diversificada
en la que se incorporan múltiples puntos de vista. La realidad nacional es descrita con amplitud y se
profundiza en temas de carácter social, histórico, político y cultural, así como se tratan y ahondan
temas propios, mitos y símbolos vinculados a la identidad de los países, con códigos que responden a
una preocupación estética diferente.
Esta transformación, iniciada por el guatemalteco Rafael Arévalo Martínez (1884-1975) 10se
concreta en las obras que Miguel Ángel Asturias publica desde la década de los cuarenta 11. Asturias,
preocupado por crear una obra narrativa que trascendiera la concepción tradicional del arte, así como
las fronteras geográficas, entró en contacto con la vanguardia europea, específicamente con el
dadaísmo, el futurismo y el surrealismo francés. Producto de sus experiencias y de su relación con la
obra de autores como James Joyce, André Bretón y Paul Valery, además de su talento y formación
enciclopédica, logró crear textos, en los que explotando la riqueza verbal, se sumerge en ambientes
psicológicos, íntimos e históricos, lo que le permitió revolucionar el lenguaje y asumir una posición
epistemológica ante la realidad que superaba los criterios racionales y objetivos, sin dejar de
interrogarse por los grandes problemas sociales, políticos e históricos de su país.
Asturias destacó, además, por la creación de ambientes mágicos y míticos en los que logró
representar las leyendas y la tradición oral; también sobresalió por su particular modo de ficcionalizar
el contexto histórico, haciendo una denuncia aguda de la dictadura y de las diferentes formas de
represión a que son sometidos los grupos sociales marginados, todo ello con una nueva estética y con
una extraordinaria experimentación lingüística. De esta manera, reelaboró las propuestas de la
vanguardia y dio un tono particular al surrealismo en Hispanoamérica, al mismo tiempo que logró una
síntesis entre la problemática nacional y el carácter universal, pues parte de una aguda y atenta
observación de la realidad y de la cultura guatemalteca y le imprime a sus obras un tono de
contemporaneidad que sobrepasa los marcos geográficos e históricos de Centroamérica.
Sus obras superan el realismo decimonónico, pues incorporan a la estructura de la novela diversas
situaciones existenciales y los grandes problemas de la época que le correspondió vivir, sin adoptar una
perspectiva única y «haciendo de la fragmentación su punto de partida esencial», según Gerard Martín.
Este crítico, al efectuar un estudio de los contextos de El señor presidente, afirma que Asturias
...asume las contradicciones de su propia situación, admite la
inevitabilidad, y aun la necesidad, de la enajenación, y se pone a buscar
los instrumentos conceptuales que le permitirán reconocerse
simultáneamente en su pueblo y en las ideas universales, para proyectar
una imagen colectiva hacia el futuro. Se niega, en una palabra, a optar
definitivamente o por América o por Europa, e intenta estar con una
pierna a cada lado del océano histórico que las separa. Es por esto que
nos parece un coloso literario: logra la primera síntesis verdadera en la
historia de la novela latinoamericana12.
Apunta Roger Caillois que Asturias se separa de aquella literatura realista que presenta una visión
falsa, mezquina y mutilada de la naturaleza humana y crea una obra en la que expresa «el mundo
visceral y múltiple, temible y oscuro, hecho de fecundidad y podredumbre, inextricable de fuerzas
conocidas y desconocidas»13, lo cual le permite ubicar la obra de Asturias dentro de lo que él denomina
«realismo alucinado», por oposición al realismo que predominaba en las primeras décadas del siglo
veinte.
La obra de Asturias significó la superación de un lenguaje que presentaba la realidad de un modo
esquemático. Los escritores que lo empleaban dividían el mundo entre lo culto y lo bárbaro, lo tosco y
lo fino, y con ello limitaban una aproximación auténtica a la realidad, compleja de por sí. Según Sergio
Ramírez14, de ese modo se superó una imagen falsa que no respondía a la realidad, ni la reflejaba. Hoy
día Asturias sigue siendo una figura cumbre de la literatura hispanoamericana y por lo tanto, un punto
de referencia imprescindible15.
Este salto fundamental no se debe únicamente a Asturias. También la costarricense Yolanda
Oreamuno16, entre otros, ha contribuido a darle a la novela centroamericana un nuevo espacio dentro
de la novela hispanoamericana, gracias a su planteamiento de una literatura que no se limita a la
reproducción de realidades regionales. Ella representa el tránsito de la novela regionalista y tradicional
hacia la novela contemporánea, precisamente por su rebeldía y convicción de que el folclorismo y las
percepciones superficiales de la realidad anclan la literatura en un estado engañoso, porque no revelan
los complejos problemas sociales ni descubren el interior de los personajes.
En su obra La ruta de su evasión (1949), Oreamuno utilizó técnicas novedosas y trascendió la
visión local, paisajista y folklórica que se encontraba en la narrativa anterior, por lo que su novela lleva
a un cambio cualitativo en toda la novela centroamericana, precisamente por la profunda indagación
psicológica existencial y el afán de tomar el ser humano como principal núcleo generador de la
problemática planteada en la novela. En palabras de Ramón Luis Acevedo:
Yolanda Oreamuno en su novela La ruta de su evasión (1949), rompe
con el costumbrismo regionalista prevaleciente en su país para darnos
ya una novela plenamente urbana, de técnica moderna e indagación
psicológico existencial profunda, incluso desde una perspectiva
femenina que aflorará con mayor intensidad en las narradoras
posteriores al Boom17.
La influencia de los autores del boom, así como de Asturias y de Oreamuno en los novelistas
centroamericanos fue evidente en los setenta. Críticos como Ángel Rama sostienen que en
Centroamérica, al igual que en América del Sur, en esos años también se produjo una narrativa que
pareció heredar el discurso social racionalizado, manejando la literatura
como arma de combate y poniendo por lo tanto el acento en un mensaje
de amplio espectro de comunicación, aunque es en Lisandro Chávez
Alfaro (1929) donde ese proyecto se combina con una percepción más
caótica y existencial del mundo, tal como se vio en Balsa de serpientes
y Trágame tierra18.
Esta afirmación de Rama no aborda con exactitud el proceso novelístico centroamericano y hace
bien en señalar que «pareció», pues justamente en ese periodo surgió un grupo de novelistas que no
renunciaron a su compromiso ideológico, pero sí se propusieron una obra narrativa con una apertura
mayor hacia diversos problemas y situaciones, sin limitarse a las fronteras geográficas de la región.
Varios críticos coinciden en señalar a Lisandro Chávez Alfaro, después de Asturias, como el
primer novelista contemporáneo en escribir una novela de ámbito universal: Trágame tierra (1969) 19,
novela que recrea el contexto histórico desde el derrocamiento del general Zelaya hasta la década de
mil novecientos cincuenta, por lo que se refiere a temas medulares dentro de la historia nicaragüense
como la dictadura, la intervención norteamericana y la consecuente lucha de resistencia, inaugurada y
llevada a un punto culminante por Augusto César Sandino. La trama se estructura en tomo al conflicto
generacional entre Plutarco Pineda y su hijo Luciano, y también en torno a la idea de la construcción de
un canal interoceánico en Nicaragua, tema explorado en una de las novelas más recientes: Mil y una
muertes (2004) de Sergio Ramírez Mercado. El primero es partidario del gobierno entreguista del
presidente Adolfo Díaz y sueña con la construcción del canal por los norteamericanos, pues este
representará para él la prosperidad20; mientras que el segundo lo considera una maldición y se entrega
a las luchas revolucionarias a favor de la soberanía y la nacionalidad.
Esta obra ha sido considerada como una novela de calidad continental y una de las más
representativas de la época. Destaca, además, en cuanto al desarrollo de técnicas narrativas como el
monólogo interior, la pluralidad de voces, la dislocación del tiempo cronológico y la fragmentación 21.
Mediante ellas el autor da un tratamiento particular a la realidad histórica, construye un mundo
complejo y logra insertar a los personajes en una problemática humana, en la que aparecen la muerte, el
amor, la derrota y la soledad, como lo sintetiza Sergio Ramírez, al referirse al final de la novela:
El hijo rebelde se convierte en guerrillero y muere asesinado en la
cárcel; y el padre, después de hipotecar su parcela junto al río San Juan,
que se volvería oro puro al construirse el canal, sin lograr salvar al hijo,
se queda velando el cadáver en lo que es una eternidad de la derrota, la
imagen cabal de un país que ha formado su historia a base de entregas y
frustraciones interminables22.
La conciencia escritural
En la nueva novela hispanoamericana, la superación del realismo implicó un cambio radical en el
lenguaje37, el cual ocupó un primer plano y se volvió protagonista; la narración, llena de ludismo, se
convirtió en una excursión por el lenguaje, en la que según Eduardo Becerra se demolieron las formas
tradicionales del relato38y se buscó la destrucción o resignificación de las formas fijas.
El lenguaje, uno de los temas de mayor discusión y análisis durante el siglo veinte, se aprovechó
como el medio más idóneo para la expresión de realidades interiores. Los escritores partieron de un
concepto intelectual, lúdico e irónico de la escritura39y por ende, concedieron una atención especial a la
tecnificación narrativa: se cuestionó la historia, se incorporaron registros lingüísticos que abarcaban los
más variados niveles sociales y étnicos, se evidenció la imposibilidad de una novela objetivante y se
abrió paso a la manifestación de la existencia como problemática humana. Se sustituyó el principio de
causa-efecto por la narración fragmentaria y la secuencia por la simultaneidad. Ello implicó también un
multiperspectivismo y la instauración de una trama anacrológica, en la que se apreciaba una constante
ambigüedad entre el orden real, el mítico, el fantástico y el mágico, que se entrelazan y confunden en el
texto y edifican una nueva realidad textual. Para ello, los autores emplearon como recursos
fundamentales la parodia, el humor y la ironía, los cuales han sido armas de gran eficacia crítica y
conducen a la conformación de los personajes en forma amplia, compleja y contradictoria.
La experimentación con el lenguaje y el uso de diversas técnicas produjo una escritura consciente
de su artificiosidad e independencia y por lo tanto, autocrítica y autoparódica 40. Además, la reflexión
metaliteraria apareció como un componente indispensable en las obras, que se presentan inacabadas,
con lo que se pasó a una concepción más dinámica de la obra, que reactualizaba la tradición cultural
con diversos matices ideológicos y establecía un diálogo muy particular con otras obras y autores,
constituyéndose así la trama en una red de citas y referencias, a las que se le imprimían nuevos
sentidos.
En Centroamérica, la situación política, caracterizada por golpes de estado, guerras y procesos
revolucionarios trajo consigo una agudización de las relaciones entre el escritor, su obra y el contexto
histórico. Al escritor se le asocia, ante todo, con el hombre comprometido con el pueblo, como el
vocero de las víctimas de la opresión, sin valorar el lenguaje que utiliza en sus creaciones. Es así como
el escritor corre el riesgo de quedar reducido a una bandera política 41, sin escudriñar la especificidad
literaria de sus obras.
Esta situación permitió que los escritores se plantearan cuál debía ser su misión como artistas
inmersos en el contexto centroamericano. Al respecto, Sergio Ramírez afirma:
Lo primero que debe hacer un escritor centroamericano como yo
-entiendo que «centroamericano» no es un término limitativo sino de
proyección- es poner los pies sobre la tierra, preguntarse qué cosa es
Centroamérica. Afortunadamente, yo creo que no existen actos
literarios gratuitos, ni existe la creación literaria como un fenómeno que
se pueda dar en el vacío42.
Según Saúl Sosnowski, la obra de Sergio Ramírez recoge ese doble compromiso del novelista: ser
vocero de su grupo social o «lengua de su tribu» para revelar los heroísmos y derrotas de los países
centroamericanos y crear un territorio literario en el que se elabore artísticamente la realidad, sin ceder
a determinados condicionamientos ideológicos. El propio Sosnowski señala que el novelista tiene una
función básica en la transformación del país, tarea que
...puede exigir que lo literario sea relegado a la urgencia de la
reconstrucción total de un país en el cual lo cultural es uno de los
componentes integrales. La secuencia es coherente. Su novela ¿Te dio
miedo la sangre? (1977) muestra una clara elaboración de la historia
nicaragüense y de las opciones que se habrían de inaugurar en lo que ya
es futuro. Para lograrlo, Ramírez apela a las modalidades narrativas que
impiden la reducción panfletaria de los «textos de protesta» que acaban
en las buenas intenciones43.
Los novelistas centroamericanos llegaron a comprender que desde el discurso literario es posible
la denuncia y el compromiso ideológico, pero para ello debían tomar conciencia sobre el hecho literario
y dejar de creer en la posibilidad única y absoluta de que sus obras fueran instrumento de formación de
conciencia de clase y de transformación social. Se proponen, así, conceder una mayor importancia al
enunciado lingüístico, y como lo señala Carlos Fuentes, al referirse a la nueva novela
hispanoamericana44, crear un lenguaje renovador y capaz de revelar la dinámica histórica y cultural de
las sociedades centroamericanas, sin que se establezcan relaciones directas y mecánicas entre la obra y
el contexto. La transmisión de determinadas ideas o mensajes de un modo directo y autoritario se
sustituye por el empleo de una palabra persuasiva, caracterizada por su intransitividad y por la
configuración de un universo abierto, sin que los autores impongan un determinado punto de vista. El
lector se enfrenta, entonces, a una escritura amplia que le expone una serie de problemas sin resolver,
para que él los valore e interprete en función de su competencia cultural y de los elementos aportados
por el contexto.
Es así como la novela centroamericana contemporánea se ubica en el plano lingüístico y por ello la
realidad es asumida de un modo diferente, mediatizada por el lenguaje mismo, quedando atrás la idea
de crear mensajes y sentidos únicos. Se exploran las múltiples significaciones que la obra puede
producir, con lo cual se supera el discurso monológico anterior y se propone la obra como un espacio
de diálogo que no se limita a la búsqueda de lecturas marcadas por la univocidad.
La gran importancia conferida anteriormente a la realidad sociopolítica es desplazada por la
escritura, lo que no ha implicado evadir el compromiso de revelar el drama histórico que prácticamente
todas las naciones han vivido. Se habla de ese drama histórico desde el lenguaje, y por eso la novela
contemporánea se ubica más en un nivel lingüístico que en la historia, la filosofía o la política y no se
reduce a los sentidos que devienen de una determinada disciplina, lo cual la hace más novedosa y
revolucionaria al mismo tiempo.
La renovación lingüística permite profundizar en diversas formas de expresión y en el habla de los
personajes, con lo que logra un mayor conocimiento de la realidad histórica y la conformación de
personajes que parecen auténticos, ya que se tiende a eliminar la distancia entre su mundo y el mundo
creado. Así, esta conciencia escritural funciona como un hilo unificador, pues no todos los novelistas
siguen un mismo camino y es el elemento común que los asocia en determinados momentos. Para Marc
Zimmerman, dichos escritores generan una multiplicidad de formas de representación del todo social, y
con un lenguaje abierto que busca más asociaciones que equivalencias 45, crean una realidad compleja
que trasciende el discurso mismo y no se limita a un simple reflejo de hechos históricos.
Los novelistas entienden la obra como un constructo artístico en el que coexisten las
contradicciones, se cuestionan los convencionalismos y la lógica tradicional, pues para ellos el discurso
literario implica y representa un trabajo muy minucioso sobre el nivel del enunciado y el de la
enunciación46. La escritura, por lo tanto, es un espacio donde el autor disemina los diversos materiales
y fuentes de que se sirve y, de acuerdo con unos determinados procedimientos de selección y
combinatoria, construye la fábula.
Esta conciencia escritural ha llevado a la experimentación en la voz narrativa, el tiempo y el
espacio, y produce también una frecuente alteración de las normas sintácticas y de la morfología.
Técnicas como el flash back, la visión onírica, el monólogo interior, la yuxtaposición, la dislocación del
tiempo, el collage, la desaparición de la voz narrativa, la fragmentación, pueden apreciarse en novelas
como Días de ventisca, noches de huracán de Julio Escoto, El asma de Leviatán de Roberto Armijo,
Un baile de máscaras de Sergio Ramírez, Los barcos de Roberto Quesada y El genio de la botella de
Rafael Ángel Herra. En ellas, las formas tradicionales son desplazadas por una escritura innovadora e
irreverente contra toda forma de poder, en la que el lector puede participar de un diálogo directo con la
realidad vivida por los personajes.
Además de la innovación formal, los escritores se han encargado de someter la escritura a una
serie de preguntas y reflexiones que conducen a la incorporación de espacios metaficcionales que se
pueden observar en Los barcos, Castigo divino, El genio de la botella, El humano y la diosa, Los
demonios salvajes, entre otras. En Los barcos, la gran ambición de Guillermo, el protagonista, es ser
escritor, pero, para obtener los recursos materiales necesarios para trasladarse a Tegucigalpa, debe
someterse a los trabajos en la piñera 47. Al mismo tiempo que su vida transcurre va creando y
analizando el lenguaje que emplea, lo cual hace que la escritura sea autorreflexiva en donde la ficción
se construye y destruye a sí misma 48. Al final, las cartas que Guillermo recibió de Chago habían sido
inventadas por él; al igual que el relato de Beti y su compañero, con lo que se borra la idea de la
existencia de otros personajes o autores. La novela gira en torno a una ambigüedad generada por el
juego entre realidad e imaginación que el autor ha escogido como eje estructural de la novela. En
Castigo divino, en las últimas páginas se descubre la figura del autor, novelista, con lo cual el lector
toma conciencia de que la obra ha sido un juego y un asedio a la misma ficción:
-Y que el periodista Rosalío Usulutlán se iba de León con destino
desconocido, huyendo también de la catástrofe-. Alí Venegas atrajo
hacia el rostro la toalla que le cubría la cabeza; y encorvándose, se
lanzó a la calle-. Que el novelista no se olvide de ponerle ese cierre al
libro. Si con Rosalío empezó, justo es que con Rosalío termine49.
Ficcionalización de la historia
La novela centroamericana contemporánea ha servido como espacio de reflexión sobre los
procesos de identidad nacional. Muchas obras ficcionalizan la historia desde diferentes perspectivas y,
además, en épocas distintas; unas se refieren a la conquista, otras a periodos determinados como el
siglo diecinueve y a contextos más recientes. Los materiales históricos son analizados desde la óptica
de la realidad actual y sometidos a tratamientos literarios particulares, de acuerdo con los objetivos de
cada autor. Es tal la presencia y elaboración artística de los hechos históricos que puede considerarse el
discurso histórico como uno de los principales ejes estructuradores de la novela contemporánea, como
lo afirma Ligia Bolaños:
La importancia del discurso histórico como categoría estructurante
alude a la utilización de este discurso particular, histórico, como
orientador del proceso de selección que subyace en la
inclusión/exclusión de las prácticas significantes. Involucra otro
aspecto esencial cual es la lucha que existe entre la identidad(es)
nacional(es), las producciones culturales y la formación del Estado y
presupone una perspectiva teórico metodológica desde donde partir
para el análisis de las producciones culturales en América Latina52.
José Gálvez, visitador del Rey Carlos III de España, elevó la mirada a
la mesana mayor del barco San Felipe...
La otra posición la encama Fray Junípero Serra, incansable en su lucha por la paz, la libertad y la
bondad. Entrega toda su vida para hacer realidad su sueño de transmitir la fe en Dios sin la necesidad
de imponerla violentamente, pero al final de su vida sufre con amargura porque sus esfuerzos han
fracasado, ya que después de recorrer todos los lugares de Baja California, se percata de que «sembró
oraciones y cogió piedras» y que la muerte de los indígenas deja trunca su misión:
Y los indios, ¿qué les dieron a cambio de la libertad? Se murieron
todos... entonces nada les había dado. Ni siquiera pudieron ver
terminadas las iglesias donde ellos trabajaban a toque de campana
como toques de esclavitud.
Asalto al paraíso narra la reconquista de la zona de Talamanca, Costa Rica, encabezada por el
cacique Pabrú Presbere, en el periodo comprendido entre 1700 y 171057. Para Ligia Bolaños
En Asalto al paraíso se elabora, mediante un entretejido de espacios,
tiempos, personajes y códigos sociales un fragmento de la historia de
Costa Rica -aproximadamente de 1700 a 1710-; en el que se muestra
una sociedad colonial marcada por el fin de la encomienda con sobre
explotación indígena, crisis demográfica, débil proceso de mestizaje y
desestructuración cultural. El hecho histórico clave es la reconquista de
Talamanca, o visto desde otra perspectiva, la sublevación indígena de
1710, cuyo personaje central es Pabrú Presbere58.
La obra indaga en la historia costarricense, a partir de una perspectiva amplia del periodo de la
conquista en la que el antagonismo entre el orden español, representado por Pedro Albarán, y el
indígena, encamado en Pabrú Presbere, se constituye en el hilo conductor de toda la narración, con la
particularidad de que los personajes, además de ser representantes de culturas y sistemas políticos muy
diferentes, son abordados en su complejidad individual, como ocurre con Albarán que enfrenta serios
problemas a la hora de imponer su poder y orden59.
Además, hay novelas que reelaboran esta época pero insertan los episodios sobre la conquista en
una serie de temas más relacionados con la realidad actual e inmediata. Tal es el caso de Cuzcatlán,
donde bate la mar del sur (1986) de Manlio Argueta, La mujer habitada (1988) de Gioconda Belli, El
asma de Leviatán (1990) de Roberto Armijo, El general Morazán marcha a batallar desde la muerte
(1992) de Julio Escoto, La casa de los Mondragón (1998) de Gloria Elena Espinoza60y Margarita, está
linda la mar (1998) de Sergio Ramírez. En Margarita, está linda la mar Ramírez reconstruye la
historia política nicaragüense de un modo crítico, para lo cual alude a las raíces del dominio y
explotación de la sociedad, las cuales se encuentran en el primer conquistador y gran tirano
nicaragüense: Pedro Arias Dávila61. También en La mujer habitada se retoma el mundo aborigen y la
implantación de la cultura española en América, con un tono mítico, de denuncia y vinculado al tema
de la mujer, como se desprende de estas palabras que Flor le dice a Lavinia:
Hay un Yarince indígena, cacique de los Boacos y Caribes, que luchó
más de quince años contra los españoles. Es una historia hermosísima.
Casi no se conoce la resistencia que hubo aquí. Nos han hecho creer
que la colonia fue un periodo idílico, pero no hay nada más falso. Por
cierto que, aunque no se sabe si es leyenda o realidad, Yarince tuvo una
mujer que peleó con él. Fue de las que se negaron a parir para no darle
más esclavos a los españoles62.
Por su parte, Gloria Elena Espinoza en La casa de los Mondragón efectúa una revisión del pasado
colonial nicaragüense, tomando como núcleo de ficcionalización el sentido metafórico del lexema casa
(Amoretti, 1999:49), en el que se presentan, cuestionan y revaloran tópicos semánticos como el
heroísmo, la nobleza y el honor. A pesar de estas referencias a la colonia, la novela no se limita
temporalmente a ésta, sino que a través de un asedio al poder simbólico aborda los siglos XIX y XX y
proyecta una visión crítica sobre los códigos patriarcales y sobre los discursos que han articulado y
justificado, desde una perspectiva oficial la mal denominada «historia nacional».
Siguiendo una secuencia histórica, El general marcha a batallar desde la muerte propicia una
reflexión sobre el final de la Colonia en Centroamérica y para ello se ubica temporalmente en el siglo
diecinueve y determina en él las bases de la unión centroamericana. El autor toma como eje la figura de
Francisco Morazán63, a quien pretende reivindicarlo como el pacificador de la región en las dos
décadas posteriores a la independencia (de 1821 a 1842) y también aborda las luchas por el poder y los
diversos enfrentamientos que se presentaron entre los liberales y los conservadores.
La obra se inicia con las glorias obtenidas por Morazán en 1827 en Tegucigalpa, en 1828 en El
Salvador y 1829 en Guatemala hasta llegar a junio de 1830, cuando fue designado Presidente del
Gobierno de Centroamérica, por nombramiento del Congreso Federal. En 1835 fue reelecto al mismo
cargo. A medida que Morazán iba implantando su proyecto empezó a encontrarse con la oposición de
los grupos conservadores y de la Iglesia Católica, y de ese modo se convirtió en el personaje más
polémico de la época, cuyos opositores más radicales fueron el guatemalteco Rafael Carreras y el
costarricense Braulio Carrillo, quienes habían asumido formas dictatoriales para gobernar. En una
primera instancia Morazán se interpuso triunfante y llegó a tener mucho respaldo del pueblo, pero los
intereses que Carreras y Carrillo representaban finalmente triunfaron y a Morazán se le condenó a
morir fusilado el 15 de setiembre de 1842.
Desde 1824, fecha en que el Congreso de Naciones proclamó la primera Constitución, el personaje
vislumbraba los grandes problemas que en el futuro enfrentaría Centroamérica:
Allí empezamos a conocer las grandes divisiones que habrían de marcar
para siempre la vida de Centroamérica, allí vislumbramos la oscuridad
de los hondos abismos entre los criollos y mestizos, entre ciudades,
entre provincias y Guatemala, entre liberales y conservadores. Estos se
horrorizaban de la pujanza con que se procuraba impulsar el cambio.
Aquellos odiaban la lentitud de comprensión con que los conservadores
se oponían a apresurar el nacimiento ordenado del país. ¡Éramos
entonces tan pobres en riqueza material y tan ricos en pleitos y
disensiones!64
La novela narra cómo el proyecto unionista del personaje Morazán, así como su filosofía liberal,
enfrentaron la oposición de los grupos conservadores. Morazán quería renovar la educación,
diversificar los cultos religiosos, modernizar las leyes, mejorar y aumentar la producción, fomentar la
sana inmigración entre los países, fortalecer el sistema jurídico y construir el Canal de Nicaragua, el
cual se convertiría en la principal ruta de navegación para el comercio 65, pero fue acusado de traidor de
los intereses nacionales y de afectar los valores y la moral implementada por la Iglesia Católica.
El personaje no logra la unidad centroamericana y, por el contrario, los países se van separando de
su proyecto, lo cual da cabida al surgimiento de caudillos que representan los intereses de pequeños
grupos, con lo que aparece la fragmentación como un obstáculo central de su proyecto, y ya en 1839
Morazán sentía que la Federación había muerto en sus manos, no por su responsabilidad sino porque
cada nación quería hacer lo suyo:
Creo que el pacto de las naciones hubiera podido sobrevivir con un
poco de decisión y las necesarias correcciones, pero cada pequeño
pueblo, cada aldea, cada villorrio querían repartirse sus extenuados
recursos y hacer su propia voluntad66.
Julio Escoto en El general Morazán marcha a batallar desde la muerte resucita el proyecto
político de Morazán, un icono del pasado, y lo trae al presente para que sea valorado a la luz de la
nueva realidad, en la que se han intensificado las acciones por recuperar la unión y la solidaridad entre
las naciones centroamericanas y se busca simultáneamente eliminar aquellas formas localistas que
redundan en una vulnerabilidad de los países.
Con esta novela Julio Escoto reflexiona sobre la realidad histórica y política centroamericana, y su
obra se convierte así en una rica metáfora de una sociedad conflictiva que no ha cesado de buscar su
identidad y su estabilidad política67, a lo que se le agrega la perspectiva pacificadora y progresista del
autor, la cual ha sido característica de toda su obra y uno de los principales rasgos de la realidad
centroamericana de los últimos años.
Cabe señalar que otro hondureño, Roberto Quesada, en su novela Big banana (2000), y aunque no
es tema central de la obra, hace frecuentes alusiones a la figura de Francisco Morazán en el contexto
centroamericano. Los personajes, desde la perspectiva de la época actual, miran con melancolía el
sueño de este líder de convertir a Centroamérica en una sola nación, y el personaje Miriam indica que
podría incluir incluso a Panamá y Belice 68. Así como Miriam reconoce la grandeza de Morazán, Leo,
con vehemencia, resalta su extraordinario aporte, según lo describe el narrador:
Leo disertó su gran pasión: ni el marxismo ni ninguna otra doctrina
política podrían, para él, compararse con el ideal de su compatriota más
importante: Francisco Morazán. Morazán fue un revolucionario de la
primera mitad del siglo XIX, que intentó unir Centroamérica en una
sola nación, para hacerla grande y poderosa. Combatió contra las
dictaduras, peleó con honor en varios países de Centroamérica. Se
adelantó al marxismo socializando la medicina en tiempos de guerra:
vencidos y vencedores eran atendidos por igual. Tal como Leo lo decía,
no había duda de transportarse inmediatamente desde Aqueduc Avenue
del Bronx hasta alguna zona montañosa de Centroamérica para hacerle
eco a Francisco Morazán y combatir junto con él, ganar batallas a
caballo y espada69.
Pero la situación histórica del siglo diecinueve no solo es tratada por Julio Escoto. También Sergio
Ramírez en Tiempo de fulgor (1970) y Alfonso Chase en El Pavo Real y la Mariposa (1996)70exploran
este periodo. Son novelas prolíficas en referencias a diversos aspectos de la realidad y muy
representativas de la polémica entre liberales y conservadores que se dio a lo largo de todo el siglo. Al
igual que El general Morazán marcha a batallar desde la muerte, Tiempo de fulgor reconstruye los
inicios de ese enfrentamiento pues alude a la lucha entre los liberales de la ciudad de León y los
conservadores de Granada, además se refiere concretamente a la guerra de 1824 en Nicaragua 71. La
novela trata este tema entrelazado con una serie de historias de amor, superstición y realismo mágico72.
El Pavo Real y la Mariposa se circunscribe a la década que va de 1880 a 1890 y enfatiza los años
1885-1888, en los cuales Bernardo Soto fue presidente de Costa Rica. Presenta, con ironía, el escenario
político costarricense dominado por una lucha artificiosa entre los liberales y los conservadores, ya que
en el fondo, según el narrador, tienen los mismos intereses por el poder político y económico. Por un
lado, aparecen los conservadores, sin perspectivas de futuro y por otro, los liberales que se autodefinen
como revolucionarios, pero el narrador desentraña su comportamiento superficial y falso, como se lo
explica el personaje Gerardo Matamoros a Félix Arcadio Montero al explicarle que los «liberales» de
liberales solo tienen el nombre y que son los mismos jóvenes que frecuentan las prostitutas por las
madrugadas73. Pero, en términos más amplios, la polémica se produce en relación con la defensa de los
lemas constitución/democracia, hecha por los conservadores y orden/progreso, representado por los
liberales74. Además de abordar las luchas políticas, la obra examina también las consecuencias políticas
y culturales derivadas de la exportación de café, principalmente la creación de un gusto por lo europeo
frente a lo nacional, anticipa los problemas que aparecerán con la construcción del ferrocarril a cargo
de Minor Keith y teje una atmósfera sarcástica sobre la rapacidad y la corrupción que desde esa época
se hacía evidente en los políticos, que solo pretendían sobresalir y aprovecharse de los recursos del
estado75.
La ficcionalización de la historia en la novela contemporánea centroamericana no se limita a
épocas alejadas del presente, pues la historia del siglo veinte, incluyendo la de los años inmediatos,
atraviesa muchas de las producciones novelísticas 76. Así, la revuelta campesina de 1932 en El Salvador
está novelada de un modo muy particular en El asma de Leviatán de Roberto Armijo y Cuzcatlán,
donde bate la mar del sur, de Manlio Argueta y Pobrecito poeta que era yo de Roque Dalton; el golpe
militar de 1954 en Guatemala en Los demonios salvajes, de Mario Roberto Morales y Después de las
bombas de Arturo Arias; la Revolución Sandinista en La mujer habitada, para citar hechos decisivos.
Estos autores efectúan un enfoque amplio y recrean los enfrentamientos políticos e ideológicos, la
guerra, la violencia y las formas del imperialismo, los cuales revelan las situaciones dramáticas que
Centroamérica ha vivido a lo largo del siglo XX, principalmente a través de la revaloración de la voz de
aquellos grupos o sectores que han sido víctimas de las imposiciones del poder, como los campesinos,
los obreros y los indígenas77.
Al igual que en otros países hispanoamericanos donde autores como Carpentier, Roa Bastos y
García Márquez, construyen sus obras en torno a temas de naturaleza política y desinstitucionalizan la
visión oficial de la historia, pues no dudan en rechazar «los enunciados institucionalizados desde el
Estado, la historia y la alta cultura, tres escenarios que la época consideró invariablemente teatros
propios de la ideología de la dominación» 78, en Centroamérica el tratamiento de lo político ha dado
paso a novelas sobre el poder, la dictadura, la violencia, la guerra y la denuncia antiimperialista. El
último juego (1976) de Gloria Guardia (Panamá, 1940) es una de las obras que mejor reelaboran el
discurso del poder ficcionalizando el proceso político panameño de la década de los setenta. Las
novelas Bajo el almendro y Días de ventisca, noches de huracán de Julio Escoto, ficcionalizan el tema
de la guerra; ¿Te dio miedo la sangre? de Sergio Ramírez y La mujer habitada de Gioconda Belli, son
una de las mejores muestras de la novela de dictadura, a las que se le adiciona una perspectiva
latinoamericana con El corazón del silencio (2004) de Tatiana Lobo; Cuzcatlán donde bate la mar del
sur de Manlio Argueta y El esplendor de la pirámide de Mario Roberto Morales tratan principalmente
los temas de la violencia y la guerra; Los barcos de Roberto Quesada, Después de las bombas de Arturo
Arias79 y Cenizas en la memoria (1994) de Jorge Medina (1948) profundizan en el antiimperialismo y
reconstruyen diversas facetas de la historia centroamericana.
El último juego explora, desde una perspectiva dialógica, la forma como se ha construido el poder
en la sociedad panameña, para lo cual se recupera el sentido identitario generado por el Comando
Urracá (símbolo de la resistencia de los indígenas ante los españoles) contraponiéndolo con el orden
caduco impuesto por la burguesía tradicional (representada por Garrido), la cual históricamente ha
aparecido asociada a la dominación norteamericana surgida a partir del contexto del Canal de Panamá.
La obra se constituye, así, en un llamado a la responsabilidad y al compromiso del escritor con su
entorno inmediato y cuestiona el icono de una sociedad próspera y progresista, forjado por el poder
dominante. En una dimensión crítica, la obra adquiere un tono subversivo frente al oficialismo,
rechazando el sentido hagiográfico de la historia tradicional. Para María Roof (2003):
Mediante la expresa intercalación de recuerdos personales del
protagonista y de documentos históricos, El último juego presenta un
nuevo historicismo que rechaza la premisa de las grandes narrativas
nacionales, de héroes patrios que con sus visiones claras guiaran a la
nueva nación defendiendo sus mejores intereses. Gloria Guardia admite
errores, examina extravíos, expone los intereses venales de la clase
rectora incapaz de seguir los grandes pasos de los próceres y propone
correcciones a la mistificación histórica.
Estas novelas llevan al plano ficticio las consecuencias del proceso de urbanización, no solo en
Centroamérica sino también en Hispanoamérica, como lo ha afirmado Luz Ivette Martínez al estudiar
la obra narrativa de Carmen Naranjo93. Merece la pena destacar también la novela Después del tango
vienen los moros de Luis Alfredo Arango, ya que el autor logra relacionar las transformaciones sociales
y urbanas experimentadas en Guatemala, con la barbarie y el crimen. La obra presenta la ciudad como
el núcleo de la opresión social, política y económica, pues en ella conviven las mujeres trabajadoras,
niños que habitan en los cajones, borrachos y prostitutas; todos ellos arropados por la suciedad, el
hedor y el desamparo. En palabras de Ramón Luis Acevedo, en esta novela:
La ciudad es un mundo de pobreza triste, de casas de cartón e
indigencia sucia; una ciudad de cantinas pobres donde los desheredados
se emborrachan porque el guaro es un anestésico para el dolor; una
ciudad donde se intenta sustituir el amor por el burdel de las prostitutas
en decadencia; una ciudad recorrida por desamparados que procuran
sobrevivir, como los pájaros; donde dominan los medios masivos de
comunicación que con su propaganda comercial hacen más ostentoso el
abismo que separa a los ricos de los pobres. La capital es también, para
los sectores medios, la deshumanización del trabajo monótono y
burocrático; en contraste con la libertad de los pájaros que pertenecen a
la provincia94.
Así como esta novela ahonda en el ambiente urbano de la ciudad de Guatemala, Una función con
móbiles y tentetiesos de Marcos Carías edifica una imagen plural de la ciudad de Tegucigalpa,
dominada por la presencia de múltiples voces y espacios que aparecen yuxtapuestos, conformando un
mosaico social y cultural, caracterizado por el tratamiento de temas tan variados como la muerte, el
fútbol, la belleza, la vida política, el sexo, las huelgas, el trabajo, la religión, la niñez y la represión, y
por la consecuente aparición de personajes muy complejos y de distintas facetas95.
El dinamismo que Eugenia le imprime a su trabajo y los resultados que va obteniendo al ver que
cada día más personas se suman a su lucha son testimonio de que el cambio social debe llevarse a cabo
con la participación de todos los sectores. Desde la perspectiva de la mujer, ella constituye un ejemplo
para toda la sociedad y una prueba de su valioso aporte a la construcción de estructuras sociales justas y
democráticas, a la vez que encarna los ideales y las utopías de una sociedad nueva en la que el ser
humano alcance su felicidad sintiéndose libre y disfrutando de sus derechos.
Las obras de Alegría recogen los hechos políticos ocurridos en El Salvador desde mediados del
siglo veinte y enfatizan los últimos años de la década de los setenta y principios de los ochenta,
presentando además, una serie de referencias históricas correspondientes a la realidad
centroamericana105, lo cual da una mayor trascendencia a los hechos narrados. Así mismo, se plantean
como objetivo liberar a la mujer de las estructuras patriarcales que la limitan y también al ser humano
de las condiciones políticas, económicas e ideológicas que van contra su dignidad.
Otras novelas que han permitido una importante incorporación y revaloración de voz de la mujer
en el contexto histórico y político centroamericano son: Las sombras que perseguimos (1983) y
Mundo, demonio y mujer (1991) de Rima de Vallbona (Costa Rica, 1931) 106; La mujer habitada y
Sofía de los presagios, ambas de Gioconda Belli, María la noche (1985) de Anacristina Rossi (1952);
Sobrepunto (1985) de Carmen Naranjo, Desconciertos en un jardín tropical (1999) de Magda Zavala y
El año del laberinto (2000) de Tatiana Lobo, entre otras 107. Estas obras plantean revisar la situación de
la mujer desde una perspectiva histórica, sin abandonar la situación actual. El propósito es mostrar que
en diferentes tiempos y espacios la mujer ha ocupado una posición marginal y, a pesar de ello, ha
realizado cambios muy importantes para la sociedad y hoy, más que antes, está en condiciones de
emprender nuevos proyectos para construir una sociedad más progresista, de ahí que planteen la
búsqueda de identidad de la mujer y la toma de conciencia para superar las imposiciones sociales,
culturales, económicas, religiosas e ideológicas que han experimentado en el transcurso de la historia.
En estas novelas los personajes femeninos rechazan las divisiones exclusivistas del trabajo y
participan en decisiones de carácter político, social, laboral, económico, familiar y bélico. No aceptan
que determinadas profesiones u oficios estén reservados para un sexo específico y pretenden
transformar el mundo, según su ideología. También se proponen la abolición de todas aquellas
dicotomías que han sustentado y justificado diferencias artificiales entre el hombre y la mujer, tales
como espíritu/materia, orden/desorden y actividad/pasividad, como puede deducirse en las palabras de
María, personaje de la novela Desconciertos en un jardín tropical de Magda Zavala, cuando afirma que
ella duda de tanto «asesinato de la razón por la razón misma y tanta ignorancia bajo formas de religión
y otras ideologías que justifican otras divisiones, clasificaciones y absurdos»108.
En las novelas citadas la mujer alcanza importantes niveles de representación, especialmente en
La mujer habitada y en Sofía de los presagios, obras que construyen una visión crítica y mágica del
entorno centroamericano, elaborada con una aguda percepción de la realidad e incorporando, además,
voces de distintos sectores y grupos sociales 109. La mujer habitada rompe los paradigmas patriarcales
que han asignado a la mujer ciertas tareas, pues irrumpe en campos que le estaban vedados a la mujer.
Lavinia, la protagonista se impone como arquitecta, profesión que tradicionalmente corresponde al
mundo masculino, ingresa y participa en el movimiento revolucionario ejerciendo funciones decisivas,
es una de las dirigentes más destacadas en la toma de la casa del General Vela, grita consignas como
‘Patria libre o morir’, se rebela contra los mitos que han servido para someter a la mujer al dominio del
hombre: la maternidad, el mito de Penélope, el de Nora y la virginidad110.
En Sofía de los presagios, Sofía, personaje protagonista, reafirma su papel en la sociedad por su
carácter emprendedor, su decisión y capacidad de organizar el mundo. Ella pone a prueba y
desestabiliza el discurso patriarcal que ha regido la sociedad y somete al hombre al ridículo, al ser
desplazado de los comportamientos masculinos que se le han atribuido. René, con quien se casa y luego
se divorcia, sufre la vergüenza y la burla social porque no logra dejarla embarazada y además, esta le
plantea unilateralmente el divorcio, lo cual lo sorprende y lo convierte en un ser que ha perdido su
honor y poder dentro de la sociedad machista en la que se desenvuelve.
Sofía también decide por sí misma sobre el sexo, la maternidad 111 y la familia; planifica por sí
misma tener un hijo, en el momento que consideró adecuado y con la persona que ella quería. Después
de atravesar una serie de crisis y un proceso de purificación para autoafirmarse y reconocerse como
mujer y como ser humano, se niega a aceptar el absurdo de un mundo regido por los hombres: «Solo la
oscuridad de las almas extrañadas de la naturaleza, ha podido inventar un dios macho con una madre
virgen, para quien el placer que produce la vida es pecado» 112. Es así como la mujer está en plena
capacidad de regir los destinos de su vida, con un espíritu emprendedor y con la sabiduría que le otorga
su sensibilidad como persona. La novela somete a revisión todos los cánones machistas, es hiriente,
irónica y sarcástica para atacar las aberraciones machistas. Pero la propuesta estética de Belli en esta
novela tiene un matiz humano muy interesante en la medida que también busca la reconciliación y la
felicidad de las personas, siempre que se respete su dignidad y su modo de ser, como se aprecia cuando
Sofía invita a una fiesta a personas de diferente condición social y económica, y hasta al propio René;
también Fausto, el homosexual que le ayuda en todas sus actividades finalmente logra unirse a otro
hombre y alcanzar una vida feliz113. Por ello, la novela apunta hacia una revaloración del amor
propio114, el único que hace a las personas capaces de superar sus problemas.
El año del laberinto (2000) de Tattiana Lobo representa una impugnación de las normas de la
sociedad machista costarricense de finales del siglo diecinueve, ya que Sofía, ante los ultrajes e
infidelidades de que es objeto, le pone una demanda de divorcio a Armando, y este para suspenderla se
ve obligado a firmarle una hipoteca de los bienes adquiridos durante el matrimonio 115, y en vista de
que constituía un obstáculo, fue asesinada con toda frialdad. La voz de Sofía delata la forma cómo
debió someterse a su esposo:
Mi marido dejaba su huella en mi cuerpo, año tras año. Y mi cuerpo,
enajenado, regresaba a mí como una ola en los sufrimientos de cada
parto. Cuando ya no fue necesaria mi presencia en la panadería y ya no
tuve otra tarea que la crianza, y Armando dejó de ser un hombre joven
para entrar en el camino de la madurez, mi encierro se hizo más
riguroso. Sin la presencia de mi padre, su poder sobre mí fue absoluto
[...].
La novela muestra la imagen firme de una mujer que no se doblega ante los abusos y que vive
convencida de la necesidad de alcanzar la libertad, para lo cual no debe silenciarse, sino expresar sus
propias ideas y sentimientos, en un acto de «libertad soberana» que no la hace depender de voluntades
ajenas117.
De acuerdo con las obras mencionadas, podría afirmarse que la novela centroamericana
contemporánea recupera la voz femenina y se postula como una voz liberadora que trasciende cualquier
limitación cultural118, pues en ella la mujer se convierte en copartícipe del desarrollo social e histórico,
y ante todo, en un sujeto capaz de alcanzar su propia identidad, libre de los condicionamientos y
prejuicios impuestos desde el orden patriarcal119. Esto incide también en que las relaciones entre el
personaje protagonista y la realidad sean hacia adentro 120porque más que abordar el mundo de los
otros, interesa el propio, para, como afirma Susana Reisz, «aprender a hablar con una voz única y
auténtica, libre de temores y ambivalencias»121.
En un espacio político y cultural claramente dominado por la ideología patriarcal, las novelistas
han contribuido a ampliar el panorama literario de la región, creando una escritura que muestra la
realidad desde nuevos ángulos. La mujer en su dimensión humana y como sujeto histórico se incorpora
al discurso literario, con lo cual se agrega una nueva sensibilidad y mayores elementos para interpretar
la cultura y la historia centroamericana, con unos códigos tendientes a crear un marco de referencia
más específico en el que la mujer transmite su visión del mundo y se integra a la dinámica social desde
su propia experiencia. Este hecho produce, a nivel textual, un notable cambio expresivo y una tensión
semántica derivada de la presentación de la realidad desde una óptica diferente122.
Estas palabras del personaje delatan su falsa actitud revolucionaria y de apoyo a su país, ya que
después de observar a distancia la difícil realidad que ha dejado, y de valorar las contradicciones y
problemas de la revolución, prefiere mantenerse al margen de ella, y en realidad, nunca tuvo un
comportamiento solidario con quienes la hacían.
Ideológicamente la obra es atrevida, pues el autor en un momento de auge de los movimientos
revolucionarios en Centroamérica, los denuncia de manera radical; empieza con un repudio a los rusos
que buscaban el dominio político de la región, continúa atacando a los dirigentes que solo pretendían
beneficios personales y no duda tampoco en acusar a las multitudes que actúan, pero no piensan. La
decepción y el desencanto son totales, pues no se ha efectuado una revolución inteligente y los
principales actores de la lucha política han salido hacia el exilio o se han adecuado a los intereses de los
grupos de poder. Por las anteriores razones, Los compañeros es una de las primeras obras en anunciar el
desencanto que más tarde va a irradiar la novela centroamericana.
En las décadas de los ochenta y noventa, el pesimismo que se aprecia en las novelas citadas
anteriormente, aflora con mayor fuerza. Los hechos revolucionarios se miran con cierta distancia, lo
cual se confirma además con el empleo de técnicas narrativas que pretenden mostrar la realidad de un
modo objetivo. La revolución ha dejado determinadas huellas y han repercutido en el presente, pero no
han satisfecho las utopías que pretendían en su momento 126. Las novelas Castigo divino y Margarita,
está linda la mar de Sergio Ramírez, Sofía de los presagios de Gioconda Belli, El esplendor de la
pirámide de Mario Roberto Morales, Cenizas en la memoria de Jorge Medina, El humano y la diosa de
Roberto Quesada, Bajo el almendro de Julio Escoto y Siglo de o(g)ro de Manilo Argueta, entre otras,
son muy representativas de esta nueva actitud de unos autores que han querido liberarse del peso que
implica una obra estrechamente vinculada y comprometida con la historia reciente de Centroamérica y
han escrito obras sobre épocas anteriores.
Julio Escoto, Jorge Medina, Roberto Quesada y Gioconda Belli son explícitos al destacar la
negación rotunda de la guerra, y tal como se planteara en el contexto centroamericano de las últimas
décadas, se aboga por avanzar hacia la paz. Sofía de los presagios presenta el saldo negativo que ha
dejado la guerra, de evidente desastre para el país. A pesar de ello, no oculta cierta melancolía por un
pasado glorioso y espléndido, donde todos comulgaban con la misma causa. Pero esto solo se queda en
un recuerdo, ya que es mirada desde un después, con una distancia bien marcada y concebida como un
proceso acabado y fatal, pues ha generado pobreza, pérdida de muchas vidas, destrucción de carreteras
y diversos problemas de infraestructura127. No hay en la obra un afán por replantearse la guerra como
un problema actual ni la proyección de nuevas situaciones bélicas. Belli se despoja de la marca
ideológica que sí tenía su obra La mujer habitada, en donde se observa un antagonismo muy serio entre
el dictador y el Frente Sandinista de Liberación Nacional.
En las novelas de Julio Escoto la voz narrativa toma una posición muy clara ante la guerra, la cual
constituye una aberración128, sobre todo entre los países pobres, que deberían abocarse a planificar su
desarrollo y a planear distintas acciones que favorezcan a sus habitantes. La guerra produce grandes
daños materiales y humanos, y sume a quienes participan en ella en un estado de confusión y violencia,
como lo describe el narrador en Días de ventisca, noches de huracán:
Lo que hice fue taparme los oídos, abrir la boca, pero oía el golpe
tosijoso cuando salía el mortero al aire y después, más allá, la explosión
y el saltar de la gente a las cunetas cuando ya era inútil, todo hecho un
amasijo de hierros retorcidos e incendiados donde volaban pedazos de
pierna, explotaba doblemente un tanque móvil de gasolina y los
transportes se ladeaban enmarañándose dando vuelta, y los vidrios se
cubrieron primero de puntitos blancos, como salpicadura del mar, y
después quedaron esparcidos sobre la tapa del motor.
La guerra ha arruinado materialmente a las naciones, pero lo más grave son sus consecuencias a
nivel psicológico: miedo, temor, traumas mentales, escisión y soledad. Se produce así un ambiente
desgarrador del que no se escapa ninguna persona ni grupo. Hasta los niños ven caer su infancia de un
solo golpe130 y se sienten condenados al mundo inhóspito y desestabilizador de la guerra. En Siglo de
o(g)ro131Manlio Argueta hace una interesante revisión de este tema, como parte de la historia
centroamericana y salvadoreña del siglo veinte, sin desvincularla del contexto mundial. En ella, el
narrador rememora la alegría y el candor del pasado, considerándolo como una edad maravillosa;
recuerda a su familia, su pueblo natal (San Miguel), los parques, sus juegos y aventuras amorosas, pero
no deja de referirse a la Segunda Guerra Mundial, que trajo carencias y todo tipo de problemas. No se
narra la guerra directamente, pero sí se expone cómo ha repercutido, sobre todo en las familias, las
cuales se desintegraron y se vieron muy afectadas, al punto de que muchos de sus miembros debieron
exiliarse: «Me he encontrado con Herminia al regresar a mi país después de veintiún años de
ausencia»132. Ante la muerte evidente que significaba la guerra, era preferible salir del país, con lo cual
se producía una ruptura desgarradora, con la patria y con el núcleo familiar. Argueta retrata el modo
cómo los ciudadanos interiorizaron la guerra y también manifiesta su desacuerdo con ella. Pero a pesar
del protagonismo que le confiere, el modo de enfocarla es diferente a sus primeras obras; ahora emplea
un distanciamiento narrativo que conduce a la reflexión y representa un grado de madurez en su
proceso creativo, al mismo tiempo que reconstruye la historia salvadoreña y centroamericana más
recientes.
La guerra no resolvió las abismales diferencias que existían en la sociedad, ya que como estrategia
de los grupos insurgentes no rindió los frutos esperados, ni tampoco los procesos revolucionarios
culminaron con éxito. Desde la perspectiva de la novela centroamericana, han desembocado en el
fracaso y la incertidumbre. En Sofía de los presagios hay nostalgia por la Revolución, como se aprecia
cuando Sofía se encuentra con su hija en el Parque de Diversiones y ve una gran cantidad de gente: «La
gente se apretuja por todos lados y Sofía piensa que sólo en las concentraciones políticas, en los
mejores tiempos de la Revolución ha visto antes tanta gente reunida» 133. Pero también hay una
acusación directa a los gobiernos que no han sabido concretar las aspiraciones revolucionarias y han
sumido de nuevo a los países en la crisis. En general, la novela representa el tránsito simbólico del
fervor y la euforia político-ideológica al desencanto134.
Jorge Medina en Cenizas en la memoria crea una conciencia desencantada de los movimientos
revolucionarios, a partir de la voz de los guerrilleros que revisan sus vidas y se dan cuenta que no había
razones bien definidas para luchar, pues actúan respondiendo al principio general de cambiar el orden
social y político establecido, pero no muestran una vehemencia y convicción ideológica, como aparece
en otras novelas de la década de los ochenta. Las palabras del personaje Carlos revelan esta duda en
relación con las acciones revolucionarias: «Protestamos, denunciamos, organizamos y de repente
tenemos algo bueno, pero si te agarran te joden». El proceso revolucionario aparece desdibujado y casi
sin eco en el presente, ya que los personajes se sienten navegando en el fracaso. Incluso, piensan que la
educación y la vida religiosa han sido una farsa, como ocurre con el pastor Fico Amaya y con el propio
Fausto que se avergüenza de su trabajo porque «no había enseñado a nadie nada que lo dignificara
como hombre» y nunca fue capaz de cuestionar los llamados «héroes nacionales» ni de decir los
verdaderos nombres de los dueños de la nación» 135, como le corresponde a un educador comprometido
con la realidad de su país.
Además del naufragio de los procesos revolucionarios, el desencanto se advierte ante los sistemas
políticos que siguen actuando a favor de las elites económicas, ya que no hacen nada por ayudar a los
marginados136 y se caracterizan por su voracidad económica y su corrupción, siendo consecuentes con
las demandas de los grupos de poder. En Días de ventisca, noches de huracán, Martín Ilí y Nova
luchan por exoneraciones de impuestos para que sus negocios marchen muy bien a raíz de concesiones
especiales. Se sienten muy seguros porque cuentan con el aval del gobierno:
No -dijo después -no creo que perdamos el negocio-.
Esta corrupción trasciende el hecho de que las personas pertenezcan a determinados partidos
políticos, como se desprende de la experiencia de El Pelón, quien trabajó con gobiernos diferentes y
siempre se le había encargado lo mismo: garrotear maestros en las huelgas, vigilar la oposición y robar
urnas138. Además, cuando Pelón, personaje de esta misma novela, estuvo en la guardia personal de don
Martín conoció los fraudes fiscales, los contrabandos, los problemas morales, las estrategias para
desaparecer a quienes representan un obstáculo político. En fin, el autor, en la voz de los personajes,
descubre los mecanismos empleados por los sistemas políticos para mantenerse en el poder, lo cual les
resta la credibilidad y la confianza que, se supone, el pueblo debe tener hacia ellos.
Otra perspectiva de este tema se desprende de la novela Cárcel de árboles (1991), que constituye
una sátira de la corrupción en Centroamérica, aunque la obra no posee una referencialidad geográfica
muy directa. La sociedad que establecen la Doctora Pelcari y un funcionario de gobierno para convertir
en esclavos, sin capacidad de entendimiento, a aquellos individuos condenados a desaparecer o a morir
por los regímenes representa los extremos a los que llega el poder y la ambición 139, pues se transgreden
todos los valores con el objetivo de obtener exorbitantes sumas de dinero. De ese modo, el ser humano
es desplazado a la categoría de objeto y se le reduce a un medio de producción.
Una novela como Cruz de olvido (1999) del costarricense Carlos Cortés (1962)140podría sintetizar
bastante bien ese sentimiento de frustración y desencanto que vive la sociedad centroamericana.
Efectúa una revisión minuciosa de lo que fue el proceso revolucionario en Nicaragua y por medio de
Martín, el protagonista, crea una atmósfera espectral y desagradable de la ciudad de Managua, donde
después del júbilo revolucionario solo queda el hastío. El cambio político que se dio con la pérdida de
las elecciones por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional representa la caída de los ideales
forjados durante varias décadas. Pero el regreso del personaje de Nicaragua a Costa Rica es un viaje a
la farsa, al olvido y a la nada, pues ha dejado un país trágico para volver a un país de mierda 141en
donde los políticos son oportunistas y solo se interesan por satisfacer sus aspiraciones personales. La
corrupción, el narcotráfico, la prostitución, el alcoholismo, el robo y un sinnúmero de problemas
sociales llenan el escenario costarricense (o costarrisible, como irónicamente lo denomina el narrador)
y el lector se queda con la amarga sensación de ver a una sociedad carente de nortes para orientar su
desarrollo y asfixiada porque ha perdido las utopías que le dieron sentido a su pasado.
Una posición más radical que la observada en Cruz de olvido de Carlos Cortés se encuentra en la
novela corta El asco (1997) de Horacio Castellanos Moya142, obra en la que se realiza una aguda
revisión de la historia de El Salvador y centroamericana abordando aquellos elementos que han
conformado el sentido de patria y nacionalidad, desentrañando los grandes problemas políticos que han
llevado el país a la decadencia y lanzando una crítica mordaz sobre las costumbres y formas de vida de
los habitantes. Eduardo Vega, el protagonista, viaja de Canadá a El Salvador, con el solo motivo de
realizar las gestiones pertinentes para recibir una herencia que le corresponde y durante su periodo de
estadía se siente defraudado y califica a la población como imbécil, inculta e incapaz de realizar
cualquier proyecto progresista. Más bien, enfatiza que es un pueblo con vocación por el militarismo y
el asesinato, azotado por el robo y la violencia, embrutecido, con serios problemas en las familias,
sumido en el terror y acosado por políticos apestosos que propiciaron la muerte de multitudes y siguen
actuando movidos por intereses muy personales. De esta manera, El asco despliega una visión paródica
y desencantada de la realidad, en la que se cuestionan y niegan los valores nacionales, los proyectos
políticos, el militarismo y la educación, para descubrir un país fragmentado 143que se encamina hacia el
fracaso absoluto.
Obras más recientes como Sombras, nada más (2002) de Sergio Ramírez, Piedras encantadas
(2001) de Rodrigo Rey Rosa, Managua, salsa city (2001) de Franz Galich y El desencanto (2001) de
Jacinta Escudos continúan explorando literariamente los diferentes espacios centroamericanos, y con
ello aportan perspectivas relativistas y complejas, donde la frustración ante los proyectos
transformadores aparece como el tópico más reiterado y representativo, junto a la denuncia de todo tipo
de imposición cultural.