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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

Hipólito Sánchez Quell


ESTRUCTURA Y FUNCION DEL PARAGUAY COLONIAL
 
HIPERVINCULOS
 
PRIMERA Y SEGUNDA PARTES (293 Kb.)
TERCERA Y CUARTA PARTES (183 Kb.)
TODO EL LIBRO (477 Kb.)
 
CONTENIDO del LIBRO
 
Un moderno Libro sobre el Paraguay Colonial
 
PRIMERA PARTE
Los litigios hispano-lusitanos
 
I. – La búsqueda de especias.
II.– Bula de Alejandro VI y tratado de Tordesillas.
III. – Carabelas en el Río de la Plata.
IV. – "Trayendo los palos a cuestas"
V. – La primera rebelión.
VI. – Ganado, trigo y vino.
VII. – Bandeirantes y diplomáticos ensanchan el mapa.
 
SEGUNDA PARTE
El Paraguay y Buenos Aires
 
I. – Segregación de Amazonas y de Cuyo.
II. – Sembrando ciudades a los cuatro vientos.
III. – La pérdida del litoral Atlántico.
IV. – Jesuitas y comuneros.
V. – La era de resurgimiento.
VI. – Transformaciones territoriales de las misiones.
VII. – Cooperación en la defensa contra los invasiones inglesas.
 
TERCERA PARTE
El Chaco en el control administrativo
 
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I. – Fundación de Santa Cruz de la Sierra.


II. – El río Parapití en los documentos oficiales.
III. – Confines de Charcas y Chiquitos.
IV. – Expediciones y fuertes.
V. – La evangelización.
VI. – El esfuerzo colonizador.
VII. – Los límites étnicos, geográficos y jurídicos.
 
CUARTA PARTE
La Revolución
 
I.– El alud napoleónico rueda a la Península.
II.– Intrigas en Río y Revolución en Buenos Aires.
III.– Una amalgama difícil.
IV.– Expedición de Belgrano.
V.– Asunción colonial.
VI.– Propagación del espíritu revolucionario.
VII.– ¡Alboroto en la plaza!
Fuentes consultadas.
Bibliografía.

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H. SÁNCHEZ QUELL

ESTRUCTURA Y FUNCIÓN
DEL
PARAGUAY COLONIAL

COLECCIÓN
CÚPULA

EDITORIAL
GUILLERMO KRAFT LIMITADA
FUNDADA EN 1864
BUENOS AIRES

3ª EDICION CORREGIDA Y AUMENTADA

IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que previene la ley Nº 11.723.
Copyright by Editorial Guillermo Kraft Ltda.,
Calle Reconquista 319 – Buenos Aires.

UN MODERNO LIBRO SOBRE


EL PARAGUAY COLONIAL
Por el Dr. J. M. Alvarez de Toledo

De las naciones que surgieron bajo el impulso del genio hispánico, en las
tierras promisorias del nuevo mundo, hay una de ellas, que nace bajo un
signo especial y que desarrolla una historia de caracteres profundamente
diferenciados: este nación es el Paraguay. Su historia tiene una unidad tal,
que para explicar el proceso contemporáneo, es preciso conocer bien su
raigambre primera: su vida colonial.
Natalicio González, el magistral autor, de "Proceso y formación de la cultura
paraguaya", analiza la forma cómo se desenvuelve el espíritu humano en
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estas tierras, modificando el medio, perfeccionando los métodos,


influenciándose a veces por lo externo, pero progresando siempre. En la
forma brillante que su talento y cultura la permiten, González estudia social y
psicológicamente el hombre colonial. Su estudio, hecho con criterio moderno
y científico, dejaba sin embargo una laguna: el estudio del desenvolvimiento
político y diplomático de los hombres de ese período que él tan
talentosamente analizara.
El profesor de Historia Diplomática del Paraguay en la Universidad de
Asunción, doctor H. Sánchez Quell, ha completado el vacío que dejara el
maestro González. En su libro recién aparecido, titulado "Estructura y función
del Paraguay Colonial", estudia con agudeza histórica, método, concisión y
erudición la realidad de entonces. Así como González hace el "proceso de la
cultura", Sánchez Quell realiza el "proceso de la política". Sin embargo, sus
páginas presentan suficientemente "lo humano", como pare que lo político y
diplomático no salga deshumanizado.
Diversos autores paraguayos, como ser, Moreno, Domínguez, Garay, Báez,
para citar sólo algunos, han estudiado eruditamente la historia de la nación.
Estos preceden e Sánchez Quell en el tiempo y lo superan muchas veces en la
minuciosidad de estudios localizados. Sánchez Quell, con un criterio de
síntesis y con el concepto moderno del ensayo histórico, realiza una labor
paralela a los autores nombrados, pero pensando y escribiendo en
"moderno".
Nuestra época, que lo puede fabricar todo menos el tiempo, necesita para
la juventud obras claras, humanes y sintéticas. No olvidemos que la síntesis
es la etapa última y más difícil, de la evolución del pensamiento. Por tanto,
creemos que este último libro sobre la historie paraguaya, es de importancia
excepcional, pues permite a paraguayos y sudamericanos, conocer con
exactitud histórica, la historia del Paraguay Colonial. A los primeros les
ayudará a explicarse y e amar la evolución de su patria y a los segundos, es
decir a los sudamericanos, les servirá para comprender y conocer un
emocionante capítulo de la historia de una nación americana, que desde el
corazón de un continente, se perfila legendaria, heroica y brumosa.
El profesor Sánchez Quell, haciendo honor a su cátedra, presenta y ubica
con claro sentido didáctico el "leít-motiv" de su obra: Paraguay. Comienza por
explicar en sus primeros capítulos, las razones que impulsaron a los
navegantes europeos a escudriñar los mares. Después de descubierto el
continente americano, nos presenta las negociaciones diplomáticas con que
Portugal y España se parten el nuevo mundo. Continúa con el estudio de los

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viajes de exploración y las delimitaciones de las gobernaciones concebidas


por los reyes españoles.
Continuando con los capítulos siguientes, nos encontramos con la fundación
de la ciudad de Asunción y las primeras rebeliones comuneras. Después se
leen las diversas segregaciones del Paraguay y la irradiación de ciudades y de
hombres, "a los cuatro vientos" como lo señala el autor, que hace esa capital
situada en el plexo cardíaco de la América del Sur. Los problemas que derivan
de las misiones jesuíticas y de las actividades económicas y políticas de "la
Compañía" y de la revolución de los comuneros, campean bien vívidos en las
páginas de estos capítulos.
Llegado a este punto de la lectura, surge la explicación espontánea de un
hecho que es esencialmente paraguayo aunque con menor escala se presente
en otros países sudamericanos: la manutención del espíritu de los comuneros
de Villalar. De los españoles que saltaron el Gran Charco, vinieron de
preferencia, en el primer período de la Colonia, hombres salidos de las
huestes de Padilla y vencidos en Villalar, por las "banderas" imperiales. En las
otras colonias americanas, la sed de oro o de gloria, es decir la miseria y las
guerras, hicieron olvidarse al conquistador del ideal comunero, olvido fácil,
puesto que la distancia de la Corona permitía mayores libertades que en la
Península. Los conquistadores avecindados en el Paraguay, habiendo
fracasado en su búsqueda del oro y no teniendo guerras continuadas,
mantuvieron vivo el recuerdo de la causa que tal vez los hiciera emigrar. El
bergantín construido en Asunción y llamado "Comuneros", comprueba este
aserto. Posteriormente la política económica de los jesuitas en combinación
con los gobernadores, reavivó fácilmente la llama de este ideal de libertad.
Así fue como lo que pudiéramos llamar el espíritu del hombre de la calle de
entonces, llega a la etapa de la independencia americana con un criterio
perfectamente definido y sentido. Este espíritu, continúa latente en la vida
paraguaya.
El "cómo" y el "por qué" de la revolución de la independencia americana,
desde las invasiones de los ingleses, pasando por los motines de la Península,
hasta el golpe contra el gobernador Velasco encabezado por el capitán Pedro
Juan Caballero, son explicados con método y técnica histórica. Las causas
inexplicables del fracaso de Belgrano, para un sudamericano, surgen
claramente en estos últimos capítulos que concluyen con la declaración de la
independencia del Paraguay.
Una parte de su obra el autor la dedica al Chaco. Esta parte la quita unidad
a la obra y no tiene relación de continuidad histórica con el Paraguay Colonial.
Pero es explicable que un paraguayo que ha vivido los problemas de la guerra

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del Chaco sienta espiritualmente ese continuidad y la necesidad de explicar


los derechos de su nación sobre esa región. [1]
Continuando con el "fondo" diremos, que en lo que tiene relación con la
técnica histórica, Sánchez Quell ha abandonado las líneas clásicas.
Explicaremos esto.
La historia como ciencia no es el simple estudio erudito y exposición fría de
los hechos. El hombre es la base del hecho histórico y los documentos y las
otras fuentes de la historia que tienen un valor integral, no son toda la
historia. Sobre este material el historiador moderno plasma con los buriles de
la psicología, de la biología, de la filosofía, de la economía, de la sociología, la
reproducción del pasado, hecha con sentido de unidad y a la que anima con el
fuego creador de su talento de artista. El historiador contemporáneo es un
zahorí que al soplo mágico de esta creación hace revivir épocas viejas;
desfilan audaces por sus páginas hombres de criterio diferente del actual, a
veces grandes, a veces pequeños. Con costumbres y sensibilidades diferentes
y con un fondo económico distinto del que nosotros podemos concebir. A
veces hechos económicos cambian trascendentalmente la faz de los
acontecimientos, otras, hombres históricamente grandes doblan los hechos e
imponen las actividades de su espíritu por encima de lo económico y lo
material. Las pasiones humanas también contribuyen con sus exageraciones e
enmarañar el pasado histórico. Todo el que quiere poner a lo humano la ley
rígida de lo documental, de lo económico o de lo espiritual, no hace la historia
del hombre, puesto que este, profundamente maleable, es movido por todas
las posibilidades que la mente contempla. El eminente filósofo Jacques
Maritain, en sus clases de la Universidad de Lovaina, planteaba en 1933 este
concepto, que es la síntesis del pensamiento actual. Sin interpretar
exactamente este criterio, el profesor Sánchez Quell lo usa como ruta y
método.
En resumen, la obra "Estructura y función del Paraguay Colonial" es un
oportuno y estudioso aporte al acervo cultural del país; que por su método,
claridad y síntesis servirá a propios y extraños, especialmente a la juventud
paraguaya y sudamericana, a tener un concepto preciso de este periodo de la
historia del Paraguay.

MAPA.
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I PARTE
LOS LITIGIOS HISPANO LUSITANOS

Capítulo I
LA BUSQUEDA DE ESPECIAS

Todo comenzó por la búsqueda de especias. Los grandes descubrimientos


marítimos de los siglos XV y XVI, reconocen en ella una de sus causas
principales. Pero no fueron solamente fruto de mera ambición materialista. Se
apoyaban, también, en el anhelo espiritual de difundir un credo religioso. Y en
el credo cívico de extender el señorío de la patria y el vasallaje de sus reyes.
Mucho hubo, también, de la instintiva tendencia del hombre a descifrar lo
incógnito y a jugar con el azar que va orillando su destino. Esos
descubrimientos, seguidos de la conquista y la colonización, originaron a su
vez los seculares litigios que España y Portugal sostuvieron por el dominio y
posesión de las nuevas tierras. El desconocimiento que los europeos tenían de
la geografía de América, fue un factor que vino a enmarañar aún más esas
discusiones. Por otra parte, no pocas fueron las innovaciones que la Corona
de España introducía frecuentemente en la división administrativa de sus
colonias. Los litigios hispano-lusitanos constituyen así los antecedentes de las
cuestiones de límites que, con el transcurso del tiempo, sostuvo el Brasil,
sucesor de Portugal, con los Estados que heredaron el patrimonio territorial
de España en América. Asimismo, las divisiones administrativas de las
colonias españolas son la causa de los innúmeros pleitos que entre sí
mantuvieron los nuevos Estados hispanoamericanos.
Sí, todo comenzó por la búsqueda de especias. "Desde los lejanos días –
dice Stefan Zweig en "Magallanes" – en que los romanos comenzaron a
gustar de los picantes condimentos del Oriente, el mundo occidental no pudo
ya prescindir de ellos. Muy atrás, por allá en la Edad Media, los manjares de
Europa eran indeciblemente insípidos. Algunas frutas hoy comunes no se
conocían entonces. No había limones, ni tomates, ni maíz; no se sabía del
azúcar, del té ni del café; aun en la mesa del rico nada había que aliviara la
monotonía de los alimentos, como no se consiguieran especias.
Estas sólo podían obtenerse de las Indias; y las rutas comerciales para ir y
volver eran tan largas y peligrosas; tan infectadas de bandas de salteadores y
caciques rapaces, que cuando lograba llegar a Europa la codiciada mercancía
su costo la hacía exageradamente cara. El jengibre y la canela, por ejemplo,
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se pesaban en balanzas de farmaceutas; la pimienta se contaba grano por


grano, y valía su peso en plata".
La audacia que inspiró los viajes de Bartolomé Dias, Cristóbal Colón, Vasco
da Gama, Pedro Alvares Cabral y demás grandes exploradores de la época
fue, ante todo, resultado del anhelo de hallar nuevas y desembarazadas rutas
para llegar hasta las Islas de la Especiería.
El Cabo Bojador, situado en la costa occidental de Africa, era el punto
neurálgico de la navegación. Los productos que se adquirían en la India,
constituían para los hombres de Occidente un codiciado artículo de comercio.
Pero "el acceso a los países de la India – dice Konrad Kretschmer – era
intervenido por las potencias musulmanas, especialmente por los sultanes de
Egipto, con objeto de aprovechar por su cuenta los beneficios mercantiles y
explotar el activo comercio de tránsito. Como el camino por Alejandría estaba
cerrado, fue necesario recurrir a otras rutas practicables. A pesar de sus
inconvenientes, era la mejor la del Tana (Tanais) y desembocadura del Don,
siguiendo hasta la pequeña Armenia y luego hacia el interior del Asia. Ya
desde muy antiguo se pensó que podía llegarse a la India navegando
alrededor del Africa, y en la Edad Media se reconocieron de nuevo las costas
occidentales del continente; pero nadie había pasado del Cabo Bojador, que
por este motivo se designaba como "Caput finis Africae". Las fuertes
tormentas que allí soplaban generalmente, habían constituido hasta entonces
obstáculo insuperable para la navegación".
La intervención del Príncipe Don Enrique el Navegante, quinto hijo del Rey
Juan I de Portugal, impulsó y aceleró enérgicamente el descubrimiento de las
costas occidentales de Africa. Don Enrique el Navegante fundó en el Cabo de
San Vicente, junto a Sagres, un observatorio y escuela náutica, realizando
ingentes gastos para su mantenimiento. Reunió allí los más renombrados
cosmógrafos de la época y dirigió hasta su muerte, ocurrida en l460, la obra
de los descubrimientos. Los más célebres navegantes de aquellos días fueron
alumnos de la Escuela de Sagres. De allí salieron los que fueron a descubrir
las islas Madeira, Azores, del Cabo Verde y las costas de Sierra Leona,
Guinea, Congo, eteétera.
El viaje de Bartolomé Dias tuvo en Europa una enorme repercusión. Iba
este navegante orillando las tierras africanas, cuando una tempestad lo arrojó
lejos de la costa, hacia el sur. Luego de poner su rumbo al este, reconoció
que debía haber doblado el extremo meridional de Africa. A la vuelta tocó por
primera vez en esta punta sur, que a causa de su carácter tempestuoso
denominó Cabo Tormentoso. Al regreso de Dias, el Rey rebautizó el lugar con
el nombre de Cabo da Boa Esperança. En efecto, este descubrimiento era una

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esperanza de que se llegaría más pronto a la India. Los antiguos mapas


representaban a Africa como extendiéndose hasta pasar el límite meridional
del Asia. Ahora quedaba demostrado que Africa tenía al sur un límite preciso.
La idea de que desde las costas occidentales de Europa se podían alcanzar
las orientales de Asia, es antiquísima.
Igualmente tenía un origen muy antiguo la sospecha de que entre el
Occidente europeo y el Oriente de Asia debía existir una parte desconocida de
la tierra. Del problema se habían ocupado ya Aristóteles, Eratóstenes,
Posidonio, Estrabón, Séneca, Crates de Mallo y otros sabios de la antigüedad.
Hasta finales de la Edad Media no se trató seriamente del problema de la
posibilidad de una ruta marítima a la India; pero, de las consideraciones
científicas se pasó, por fin, a su realización. "Al lado – dice Kretschmer – del
verdadero descubridor del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón, cuyo nombre estará
revestido en todo tiempo de una imperecedera corona de gloria, se debe
honrar también al descubridor intelectual de América, el florentino Paolo dal
Pozzo Toscanelli , (1397-1482). En una carta (25 de junio 1474), dirigida al
confesor de los reyes portugueses, Fernando Martines, exponía Toscanelli
detalladamente cómo se podía llegar con facilidad al "País de las Especias"
siguiendo la ruta occidental. Posteriormente envió a Colón una copia de esta
carta y del mapa adjunto (hacia 1479).
La epístola de Toscanelli a Fernando Martines no produjo ningún efecto. El
Rey rehusó el ofrecimiento. No fue más afortunado Colón (hacia 1483), quien,
desalentado, abandonó Portugal y se encaminó a España. Sus exageradas
pretensiones para el caso de obtener éxito en su empresa, estuvieron a punto
de hacerla fracasar. En el prior (Fray Juan Pérez) del convento de Santa María
de la Rábida, junto a Palos, encontró quien supiera comprender su plan en
todos los detalles y la indispensable protección y mediación para que sus
peticiones llegaran a la Corte. Se eligió una ocasión favorable, pues había
caído en manos de los Reyes Católicos la ciudad de Granada (1492), hasta
entonces en poder de los moros, y los ambiciosos proyectos de Colón no
fueron esta vez rechazados. El Tesorero de la Reina, Santángel, adelantó la
suma de 1.140.000 maravedises".
No vamos a extendernos en la narración de los viajes de Colón, por ser
éstos sobradamente conocidos. Sólo diremos que habiendo partido del Puerto
de Palos el 8 de agosto de 1492 tres carabelas da "Santa María", capitaneada
personalmente por Colón; la "Pinta" y la "Niña", comandadas por los
hermanos Pinzón), llegaron después de dos meses de navegación, el 12 de
octubre, a una isla que los indígenas llamaban Guanahaní y que el
descubridor bautizó con el nombre de San Salvador (muy verosímilmente la
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actual isla de Watling, en las Bahamas). Colón siguió navegando y descubrió


las islas de Cuba (que denominó Juana) y Haití (que llamó Hispaniola),
regresando después a España. Estaba firmemente convencido de que había
llegado a la costa oriental de Asia. En realidad, su hazaña había sido de
mucha mayor trascendencia; había descubierto la más codificable de las
especias: todo un nuevo mundo. Ese nuevo mundo que, por una ocurrencia
del cosmógrafo alemán Martín Waltzemüller, comenzó a ser llamado no con el
nombre de su descubridor, como hubiera sido justo, sino con el de un
navegante que llegó a estas tierras diez años más tarde: Américo Vespucci.

Capítulo II
BULA DE ALEJANDRO VI Y EL TRATADO DE TORDESILLAS

Sorpresa sumamente desagradable fue la experimentada por la Corona de


Portugal al enterarse de que Colón había llegado a tierras orientales del Asia.
Este descubrimiento – de ser exacta la noticia – venía a anular la vía de
acceso que, dando una larga curva por el litoral africano, había sido explorada
por Portugal. Además, el acervo de conocimientos atesorados y avaramente
ocultados por Portugal sobre tierras e islas del Occidente, corría ahora el
peligro de ser totalmente divulgado.
Pero algunos cautivos de aspecto extraño, unos pocos papagayos y raras
preciosidades, no eran pruebas suficientes de que las nuevas tierras fuesen
las Indias de tradicionales opulencias. Esto llamó la atención del monarca
lusitano.
"Cumplía aclarar el misterio – dice Joao Pandiá Calogeras – y verificar si no
habría errado el genovés, dando así, por su engaño, mayor brillo y mayor
precio al pensamiento lusitano: no ser la India; propiamente dicha, la costa
descubierta, sino alguna tierra interpuesta.
Y ordenó, oídos sus consultores técnicos, se aprestase la expedición de
Francisco de Almeida, enviado a reconocer y verificar las aseveraciones de
Colón.
Los Reyes Católicos, informados del desagrado lusitano, apresuráronse en
obtener la misma consagración de sus conquistas, que acostumbraban
solicitar, tanto ellos como sus vecinos, en casos tales. Redoblaron sus
esfuerzos al saber que una flota de Portugal recibiera orden de seguir para el
Occidente. Al mismo tiempo, enviaron a Don Juan II mensajes y afirmaciones
de cómo sus derechos serían respetados, y que habrían ciertamente las dos
coronas de llegar a entendimiento amistoso. Consiguieron paralizar y después

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anular la orden de salida de la escuadra de don Francisco de Almeida. Iría a


comenzar la discusión diplomática".
Entretanto, en Roma se seguía tramitando el proceso que aseguraría el
derecho castellano a la nueva conquista.
Ocupaba el papado en aquellos días Alejandro Borgia, el famoso Alejandro
VI (padre de César y Lucrecia Borgia), cuya vida privada, duplicidad y
nepotismo, hicieron de el un príncipe del Renacimiento más bien que un
verdadero papa.
El 4 de mayo de 1493 Alejandro VI dictaba su famosa bula, cuya parte
principal dice así: "Y para que tornéis mas libres y francamente una provincia
de tanta importancia, siéndoos esto concedido por gracia apostólica, nós de
motu proprio, sin ser por instancia vuestra, o de otros por vos en petición
sobre esto ofrecida...; os damos, concedemos y asignamos para siempre a
Vos, y a vuestros herederos y sucesores (Reyes de Castilla y León), con todos
los dominios, ciudades, castillos, lugares, derechos, jurisdicciones y demás
pertenencias, todas las islas y tierras firmes halladas o que se hallaren,
descubiertas o que se descubrieren para el Occidente y Mediodía, tirando y
trazando una línea del Polo Artico o Norte al Polo Antártico o Sur; sea que
estas tierras firmes e islas halladas o que se hallaren estén para el lado de la
India, sea para otra parte, la cual línea distará de cualquiera de las islas que
vulgarmente se llaman de las Azores y Cabo Verde, cien leguas para el
Occidente y Mediodía".
La bula de Alejandro VI procuraba, así, repartir el mundo para las coronas
ibéricas. Una vez conocido su contenido, se produjeron dudas entre los
glosadores sobre su alcance; si la bula daba solamente poder espiritual a los
pueblos contendores, o si la decisión pontificia tenía carácter atributivo de
dominio. El fraile dominico Francisco de Vitoria, profesor de la Universidad de
Salamanca y verdadero fundador del Derecho Internacional, que se destacaba
por su sabiduría, imparcialidad e independencia de conceptos, combatió la
segunda hipótesis, esto es, la del carácter atributivo de dominio. En su
dialéctica, Vitoria sostenía lo siguiente: 1º El Papa no es señor temporal o
civil, en el sentido justo, de todo el mundo. 2º Si el Papa tuviese el poder
temporal universal, no podría cederlo a los príncipes seculares, con perjuicio
propio y de sus sucesores. 3º El Papa goza solamente del poder temporal
necesario a la vasta administración de la orden espiritual. 4º El Papa no tiene
poder temporal de especie alguna sobre los bárbaros e infieles, porque sobre
éstos no ejerce poder espiritual.
Aparte de ser discutible en su alcance, la bula ofrecía dificultades técnicas
de aplicación, no solucionando por consiguiente el problema. En efecto, no
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fijaba el origen del contaje de las leguas para el meridiano demarcador, pues
eran diversas las longitudes del archipiélago de Cabo Verde y de las Azores.
No definía la legua, cuyo valor variaba desde 14 1/6 hasta casi 22 leguas por
cada grado geográfico. No definía el paralelo en que se contaría la medida.
Era forzoso, por tanto, que los interesados se entendiesen directamente
sobre el caso.
Convencido estaba el Rey de Portugal de que eran suyas, por anteriores
actos internacionales, las tierras que habían tocado las carabelas colombinas.
Tenía dudas, eso sí, de si se trataba de Asia, o de región próxima a ella. En
su concepto, el camino para las Indias era el que contorneaba el Cabo da Boa
Esperança. Mantendría a todo costo su posesión, rubricando en esta forma el
secular empeño lusitano. Fronteros a Africa, hacia el oeste, se encontraban
largos trechos de tierra firme, según evidenciaban viajes no divulgados y
relaciones de pilotos.
De tales elementos de convicción, surgía la necesidad de impugnar la
legitimidad del dominio castellano en las playas ahora halladas por Colón y
presentar sus propios títulos. Además, había que resguardar cautelosamente
para Portugal el itinerario para el sudoeste y el sur, hasta el cabo y el mar
oriental, ya vencidos por Bartolomé Dias.
Las cortes de Madrid y Lisboa resolvieron iniciar negociaciones, las cuales
cristalizaron finalmente en el tratado de Tordesillas, signado el 7 de junio de
1494. Dicho pacto establecía lo que sigue: "Que se haga y señale por el dicho
mar Océano una raya o línea derecha de polo a polo, a saber, del Polo Artico
al Polo Antártico, que la tal raya se haya de dar, como dicho es, a trescientas
setenta leguas de las islas del Cabo Verde, hacia la parte del Poniente, por
grados o por otra manera, como mejor y más presto se pueda dar, de manera
que no sean más y que todo lo que hasta aquí se ha hallado y descubierto, y
de aquí adelante se hallare y descubriese por el dicho señor Rey de Portugal y
por sus navíos, así islas como tierra firme, desde la dicha raya y la línea dada
en la forma susodicha, yendo por la dicha parte del Levante dentro de la
dicha raya a la parte del Levante, o del norte, o del sur de ella, tanto que no
sea atravesando la dicha raya, que esto sea, y finque y pertenezca al dicho
señor Rey de Portugal, y a sus sucesores, para siempre jamás; y que todo lo
otro, así islas como tierra firme, halladas por los dichos señores Rey y Reina
de Castilla y de Aragón, y por sus navíos, desde la dicha raya dada en la
forma susodicha, yendo por la dicha parte del Poniente, después de pasada la
dicha raya hacia el Poniente, o el norte, o el sur de ella, que todo sea, y
finque y pertenezca a los dichos señores Rey y Reina de Castilla y de Aragón,
y sus sucesores, para siempre jamás".
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Determinada la distancia del archipiélago a que pasaría la línea


demarcadora, eliminábase uno de los errores de la bula que citando Cabo
Verde y Azores, pareciera admitir que por ellas corriera el mismo meridiano,
cuando que, en realidad, casi tres grados mediaban entre los meridianos
medios de los dos sistemas de islas.
Quedaba, sin embargo, en duda de qué punto insular preciso del Cabo
Verde se iniciaría el contaje. Desde la más oriental a la más occidental de las
islas del Cabo Verde había casi tres grados de longitud.

Surgió también la cuestión de la legua. ¿Eran leguas de 14 1/6 o dé 22 por


grados? Según que se adoptase una u otra, se producía una variación de casi
nueve grados.
El tratado de Tordesillas era, pues, un nuevo germen de interminables
polémicas entre las coronas ibéricas.
A los portugueses se hacía necesario sondar nuevamente los problemas
conexos de la navegación para el este y de la navegación para el oeste. Un
doble sistema de viajes fue instituido, como veremos en seguida.
Para la India, por el Cabo da Boa Esperança siguió en 1497 Vasco da Gama.
Partiendo de Lisboa, por orden del Rey, con tres navíos, pasó el cabo citado,
continuó a lo largo de la costa africana por Mozambique y llegó a Calicut, en
el litoral occidental de la India. Siete meses después, partió de regreso con un
rico cargamento hacia su patria.
Para la tierra desconocida, pero sospechada, del sudoeste, fue enviado
Duarte Pacheco Pereira en 1498, en misión secreta. Dos años más tarde, esto
es, en 1500, partió al frente de una fuerte flota Pedro Alvares Cabral. Una
vieja leyenda, cuya falsedad ha sido ya demostrada, sostiene que Cabral se
dirigía a la India y que, al seguir la ruta de Africa, fue desviado en su camino
por la corriente ecuatorial del sur e impelido por ésta hacia el oeste,
descubriendo de este modo involuntario, el Brasil. Por el contrario, la ruta de
Cabral fue dirigida de una manera deliberada. Él se dirigía al Brasil (nombre
que viene do palo brasil, árbol tintóreo abundante, en esa región). El camino
del descubrimiento oficial ya estaba preparado.
Surge de aquí un problema histórico: ¿por qué no fue divulgada de
inmediato la nueva del descubrimiento? "Tal vez – opina Calogeras – se
encuentre la clave del enigma en el pensamiento que dictó la empresa. Por
más convencido que estuviese Don Juan de la existencia de una tierra firme al
sudoeste, y lo afirmase con insistente tenacidad en el decurso de la discusión
tordesillana, la convicción no era una certeza. La expedición de 1498 salió,
por tanto, ya por orden de Don Manuel, para averiguar si era real, y hasta
qué punto lo era, lo que el príncipe su antecesor afirmara. De ahí que fue
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clandestina y oculta al conocimiento público. Volvió, revelando la exacta


visión de los cosmógrafos y pilotos portugueses. Si divulgase el resultado y se
envaneciese por ello, equivaldría a confesar que la actitud oficial ante Castilla,
en 1493 y 1494, era gesto de jugador, y no la tranquila seguridad de quien
sabe lo que dice. Quiebra de prestigio para la autoridad moral, científica y
política de la corona de Aviz. Y, verificando la existencia del continente
occidental, después de Tordesillas, estaba garantido para Portugal el dominio
de la nueva costa, por estar aquende el meridiano lindero, y mayor gloria se
tributaría a la flota descubridora, que, en rumbo predeterminado, iría al
sudoeste a probar la verdad de cuanto Don Juan aseverara a los reyes de
España.
Ese es el origen de todas las consecuencias que, por no conocerse en forma
corriente el viaje de reconocimiento de Duarte Pacheco, asombran y tornan
perplejos a los estudiosos de la ruta de Pedro Alvares Cabral, y que son
simples y lógicas, cuando se las considera como resultado del balizamiento
previo del precursor.
Ida directa a Porto Seguro, sin escala para reabastecerse, en Madeira o en
Cabo Verde; el tono de la narrativa como si se tratase de cosa conocida y
prevista; la remisión del mapa de Bisagudo, en la misiva del Maestre João; la
alusión "así seguimos nuestro camino por este mar de largo" de la carta de
Vaz de Caminha; todo esto, mucho parece significar la ejecución de plan ya
establecido de acuerdo con un primer y verdadero descubridor, que, además,
iba en la misma flota encargada de la divulgación oficial".
El mismo Duarte Pacheco Pereira, en su libro "Esmeraldo, de situ orbis",
que dedicó a Don Manuel, expresa: "Hemos sabido y visto, cómo en el tercer
año de vuestro reinado, del año de Nuestro Señor de 1498, donde Vuestra
Alteza mandó descubrir la parte occidental, pasando allende la grandeza del
mar Océano, donde es hallada y navegada una gran tierra firme..., que tanto
se dilata su grandeza y corre con mucha extensión, que de una parte ni de la
otra no fue visto ni sabido el fin y cabo de ella..., y yendo por esta costa
sobredicha..., he hallado en ella mucho y fino brasil con otras muchas cosas
de que los navíos en estos reinos vienen grandemente cargados".
Como se ve, después de esta descripción, hecha por el descubridor, al
propio Rey que ordenara la investigación, no se puede sostener ya la
casualidad del viaje de Cabral.

Capítulo III
CARABELAS EN EL RÍO DE LA PLATA

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Hemos visto cómo Colón estaba firmemente convencido que había llegado a
la costa oriental del Asia, ignorando que las tierras por él descubiertas
constituían en realidad un nuevo continente. En esa creencia murió Colón, en
1506. Posteriores expediciones, especialmente la de Vasco Nuñez de Balboa,
que descubrió en 1613 el Mar del Sur (Océano Pacífico), demostraron ese
error geográfico.
Entretanto, los portugueses, siguiendo la ruta del sur de Africa y la India,
habían llegado a la península de Malaca, cruzado el estrecho situado entre
ésta y la isla de Borneo, y tomado posesión de las Molucas o Islas de la
Especiería. De aquí regresaban las naves cargadas de grandes riquezas.
Como el tratado de Tordesillas daba a los portugueses la exclusividad de la
navegación al Asia, por el este, a lo largo de la costa africana, los españoles,
para poder llegar a las Molucas, necesitaban hallar un estrecho que les
permitiera tomar la ruta occidental, esto es, que comunicara el Atlántico con
el Pacífico. No otra fue la causa del viaje de Juan Dias de Solís.
Este navegante firmó con el Rey un contrato, por el cual se comprometía a
emprender un viaje para el descubrimiento de "las espaldas de Castilla de
Oro", es decir, las costas de México bañadas por el Pacífico – para lo cual
debía cruzar, algún estrecho –, y "de allí adelante mil e setecientas leguas e
más", hasta llegar a las Molucas.
Tres carabelas, comandadas por Solís, llegaban en 1516, a un punto que,
situado un poco al occidente de Punta del Este, denominaron Candelaria
(actual Maldonado). Orillando la costa uruguaya, entraron después en un
agua que, por ser tan espaciosa y no salada, denominaron Mar Dulce. Es lo
que se conoció más tarde con el nombre de Río de la Plata.
Después de llegar a una isla, que llamó de Martín García, por haber
enterrado allí a un marinero de este nombre, Solís dirigióse de nuevo a la
costa uruguaya. Pero apenas tocó tierra, acompañado del contador Alarcón, el
factor Marquina y seis marineros, cayeron él y sus compañeros ante una
lluvia de flechas lanzadas por los indios charrúas que estaban agazapados en
la selva.
"Los charrúas – dice Alberto Zum Felde – andaban a pie, se guarecían en
toldos, iban desnudos, no tenían instrumentos de música, ni más armas que
la flecha y las boleadoras; se alimentaban de pescado y de caza menuda. El
caballo, la guitarra, el facón, son españoles; el rancho de terrón, el poncho, el
chiripá, el mate y otros elementos indígenas, son traídos por los españoles
del Paraguay y del Alto Perú, cuando fundan las reducciones de Soriano. Los
mismos nombres geográficos y vocablos indígenas incorporados a la lengua
común de estos países, son, en su casi totalidad, guaraníes, no charrúas; es
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sabido que éstos hablaban una lengua gutural, casi imposible de pronunciar,
y que el propio lenguaje que usaban más tarde, posteriormente a la
conquista, está lleno de influencias guaraníticas adquiridas por importación".
Solís descubrió en esa forma el Río de la Plata, pero su muerte desalentó a
la tripulación, que, en vez de proseguir la búsqueda del estrecho, emprendió
el regreso a España.
Nuevas carabelas llegaban al Río de la Plata en 1520. Iban al mando de
Hernando de Magallanes, portugués al servicio de España. Su objeto era el
mismo que había perseguido Solís; descubrir un estrecho entre los dos
océanos. "la nueva expedición – dice Stefan Zweig – constituyó la aventura
más audaz de la humanidad".
Después de cruzar el Atlántico y de llegar al Río de la Plata, donde
constataron que dicho estuario no era el estrecho que buscaban, siguieron la
costa de la Patagonia hasta alcanzar el estrecho, por donde efectuaron la
entrada. Tres semanas después llegaban a la salida occidental del estrecho, y
entre salvas de artillería se hicieron a la vela por el Mar del Sur. La travesía
de este océano duró tres meses y medio, hasta que por fin alcanzaron las
islas Filipinas, donde Magallanes fue muerto por los indios. Los buques se
dirigieron luego a las Molucas, y con un rico cargamento de especias, por lo
menos una de las cinco navas que habían comenzado la expedición, la
"Victoria", al mando de Juan Sebastián Elcano, alcanzó la costa española, a
los tres años de haber partido de ella. Este fue el primer viaje alrededor del
mundo.
La expedición de Solís, que regresaba desde el Río de la Plata rumbo a
España, fue azotada frente a Santa Catalina, en la costa del Brasil, por una
tempestad. Una de las carabelas naufragó, consiguiendo salvarse once
tripulantes. Estos llegaron a la costa habitada por los indios tupí-guaraníes, y
allí se establecieron. Los indígenas comunicaron a los recién llegados que,
muy al occidente, existía en el interior del continente la "tierra del Rey
Blanco", donde abundaban el oro y la plata. Se referían al Tahuantinsuyo o
tierra de los quéchuas, donde dominaba el Inca, es decir, el Emperador. Se
referían al Potojchi, que en lengua quéchua significa "cerro que brota plata", y
al que los españoles llamaban Potosí.
Alejo García, natural de Alentejo (Portugal), era uno de los náufragos.
Hombre de una audacia a toda prueba, se propuso llegar nada menos que a
la aurífera y argentada sierra. La acompañaron en su arriesgada empresa
Alejo de Ledesma, Francisco de Chaves y dos compañeros más, cuyos
nombres no ha podido precisarse. En Santa Catalina quedaron Enrique
Montes, Melchor Ramírez los otros cuatro. García y sus cuatro acompañantes
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partieron de Santa Catalina en 1524. Cruzaron la hoy Provincia de Santa


Catalina, luego el Paraná y entraron en el Paraguay a la altura del Monday.
"Recibidos – dice Ruy Díaz de Guzmán – y agasajados de los moradores de
aquella provincia, convocaron toda la comarca, para que fuesen juntamente
con ellos a la parte del Poniente a descubrir y reconocer aquellas tierras, de
donde traerían muchas ropas de estima y cosas de metal". Alejo García, que
había adquirido conocimiento completo del idioma y costumbres de los
guaraníes en los ocho años que residió entre ellos en la costa del Brasil, hizo
que 2.000 indios le siguieran. A la cabeza de su ejército, siguió García hasta,
un puerto del río Paraguay situado a los 19º, quizá el actual Corumbá, y de
allí se internó en la ríspida jungla chaqueña. Llegó a los dominios de los
chaneses, los ganó con dádivas y, con el auxilio de estos nuevos aliados, "al
cabo de muchas jornadas – dice el autor citado – llegó a reconocer las
cordilleras y serranías del Perú." Se internan en él y "pasan adelante más de
40 leguas hasta cerca de los pueblos de Presto y Tarabuco", próximos a
Chuquisaca. Pero los indios charcas les salen al encuentro en son de guerra.
Entonces los expedicionarios emprenden el retorno, sanos y salvos, y además
"cargados de despojos de ropa, vestidos y muchos vasos, vasijas y coronas
de plata". Una vez en el Paraguay, Alejo García despacha a Santa Catalina a
algunos indios con tres arrobas de plata y cartas para sus compañeros de
naufragio, contándoles el éxito de su viaje y llamándoles. Poco después,
García y sus compañeros son muertos por los indios payaguaes, a 50 leguas
al norte de donde más tarde se levantó Asunción, o sea a la altura
aproximada de la actual Villa de San Pedro.
"Así acabó en 1525 – dice Manuel Domínguez –, el descubridor del
Paraguay y de Charcas, el primero que se internó en la tierra de los Mbayaes,
llegó a los Andes peruanos y penetró en los dominios del Inca. Cruzó Curitiba
17 años antes que Alvar Núñez, descubrió el Paraguay 4 años antes que
Gaboto, exploró el Chaco 18 años antes que Ayolas, entró en Clarcas 18 años
antes que las huestes de Pizarro. La historia le da este lauro a aquél gentil
aventurero".
Otras carabelas arribaron al Río de la Plata, en 1526. Eran las del veneciano
Sebastián Gaboto, que estaba al servicio de España. Carlos V lo enviaba a las
Molucas. Debía seguir el derrotero de Magallanes y posesionarse de las
riquezas, cargando sus naves de oro, plata, piedras preciosas, especias,
sedas, brocados, etcétera. Pero ocurrió que al llegar a Pernambuco, el jefe de
dicha factoría, Manuel de Braga, y otros portugueses, le llenaron la cabeza
con noticias de la expedición de Alejo García, del Rey Blanco, de la Sierra y
del Río de la Plata. Y agregaban que, más al sur de Pernambuco, "había unos
cristianos de la armada de Solís, los cuales estaban muy bien informados de
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las riquezas que en el dicho río había". Prosigue Gaboto su viaje y llega a
Santa Catalina, donde Enrique Montes y Melchor Ramírez le cuentan la misma
historia, en forma más concreta y precisa. Montes, llorando, presentaba
muestras de oro y plata. Y añadía que Gaboto y compañeros eran los
hombres más venturosos del mundo, pues tanta era la plata y el oro que
había en el Río de la Plata, que todos, pajes y marineros, volverían ricos.
Gaboto no vaciló ya entonces en desistir de su viaje a las Molucas, y dirigióse
resueltamente al Río de la Plata. Una vez en el estuario, Gaboto remontó el
río Uruguay y luego el río Paraná, fundó el fuerte de Sancti Spiritus en la
confluencia con el Carcarañá, exploró este río, el Paraná y el Paraguay,
llegando, en 1528, hasta un punto que probablemente fuese Emboscada,
donde los indios mataron a varios españoles. Vuelto Gaboto a Sancti Spiritus,
emprendió una segunda expedición al norte, esta vez en compañía de Diego
García, la que obtuvo resultado igualmente negativo. Por otra parte, poco
después los indios destruyeron totalmente la fortaleza de Sancti Spiritus.
Después de tantas contrariedades, Gaboto se vio obligado a regresar a
España.
Once carabelas, que constituían la más grande y magnífica expedición
llegada hasta entonces, arribaban en 1536 al Río de la Plata bajo el mando de
Don Pedro de Mendoza. Pero, antes de ocuparnos de ella, debemos estudiar
la capitulación tomada con dicho conquistador el 21 de mayo de 1534 y los
antecedentes de la misma.
En enero de 1534 llegaba a Sevilla Hernando de Pizarro, procedente del
Perú, con el rescate de Atahualpa, inmenso cargamento de oro y plata, que
llenó de asombró a toda Europa: la fiebre del oro corrió por toda la península
ibérica. Fue entonces cuando Portugal, informada por su diplomacia fina y
vigilante, preparó en secreto una expedición que fuese al Río de la Plata para
llegar por esa vía al Perú.
Una real cédula escrita por la Reina al Embajador español en Lisboa, Lope
Hurtado, con fecha 17 de febrero de 1531, demuestra que ya entonces en
España se creía que los portugueses "desde el puerto de San Vicente, que es
en su demarcación, pensaban de entrar por tierra al Río de la Plata, e que
también se decía que dos galeones de los que llevaban habían de volver
después de ser llegados allá, al río de Morañón, porque dicen que entra en su
demarcación". La esta armada, dirigida por Alfonso de Sousa, iba también
Enrique Montes, náufrago del tiempo de Solís, antiguo compañero de Alejo
García, que había vuelto con Gaboto.
En España se temía, pues, que los portugueses pretendiesen llegar al Perú
cruzando por tierra el Brasil, o remontando el Marañón, y para impedir la

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tentativa por la primera la esas rutas se pensó en la expedición de Don Pedro


de Mendoza.
El Embajador español en Lisboa, Luis Sarmiento, hizo saber en España, a
carta fechada el 11 de julio de 1535, que pronto partiría la armada del
portugués Acuña y que éstos "llevan" gente de caballo y esta otra gente de
pie de guerra y hanme dicho algunos de los que yo mejor he podido
entender, que van con pensamiento de ir descubriendo por tierra hasta dar
por la otra parte en lo del Perú." El Embajador aconsejaba, por tanto, que
"Vuestra Majestad mandase que se partiera el armada que está en Sevilla
para el Río de la Plata lo más presto que ser pudiese", pues en Lisboa se
daban "toda la prisa que se pueden dar". Y agregaba que, como en Portugal
no se sabía por dónde pasaba en realidad la raya de Tordesillas, les parecía
que ganaría el que más pudiese descubrir y ocupar, por lo cual tornaba a
decir que "conviene al servicio de Vuestra Majestad y bien de estos reinos que
si la armada de Don Pedro ha de ir, que sea luego antes que esta otra por
allá, vaya..."
La capitulación de Mendoza decía que éste venía a descubrir, conquistar y
defender "todo lo que fuese dentro de los límites de la demarcación
correspondiente a la corona de Castilla". ¿Cuál demarcación? "Alude – dice
Manuel Domínguez – a la raya convenida en Tordesillas, que cortaba la costa
del Brasil por arriba de la Cananea. Toda la zona al oeste de esa raya era de
España, y a vigilarla y defenderla vino Mendoza. Allí está la cláusula
implacable de la capitulación. ¿Y cómo podía defender el oeste de esa línea,
en el continente, sin subir al norte? (Véase mapa al final).
Y allí está la clave de las primeras expediciones que rompieron su marcha
desde Buenos Aires y Buena Esperanza y más tarde desde Asunción. Es la
idea diplomática directriz, en ejecución inmediata, aparte de que allí arriba,
hacia el Septentrión ignoto, está el imán irresistible de la Sierra la Plata,
Potojchi. Ninguno de los capitanes se dirige al sur. Todos van al norte y al
noroeste, a cortar el paso a los portugueses, a cruzarles el trayecto que
podían correr con los "elementos de movilidad." que traería Acuña.
En cambio, los títulos de Pizarro y de Almagro no tienen ninguna alusión a
la raya de Tordesillas ni al Atlántico. No se dice en ellos que estuviesen
obligados a defender "los límites de nuestra demarcación de Castilla", ni hay
en ellos la más remota alusión al Mar del Norte o Atlántico, cosas que no se
concibe se olvidaran, de haberse pensado en ellas. ¿Quién olvidaría límite tan
característico, por único, como aquella línea matemática, o tan genuinamente
arcifinio como el inmenso Atlántico?

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Almagro y Pizarro sólo eran conquistadoras del Perú incaico


(Tahuantinsuyo). Y el Perú de los Incas era una serpiente. Su longitud era de
700 leguas y su ancho apenas de 120 a 150. El Perú de los Incas no pasó
nunca los contrafuertes andinos.
Conocido el límite oriental de la gobernación de Mendoza, veamos ahora
cuáles fueron los límites occidentales, austral y septentrional.
"Primeramente – dice la capitulación – os doy licencia y facultad para que
por Nos y en nuestro nombre y de la Corona Real de Castilla podáis entrar por
el dicho río de Solís que llaman de la Plata, hasta el Mar del Sur, donde
tengáis doscientas leguas de luengo de costa de gobernación que tenemos
encomendada al Mariscal Don Diego de Almagro hacia el estrecho de
Magallanes, y conquistar y poblar las tierras y provincias que hoviere en las
dichas tierras..." Vemos, pues, que Mendoza disponía, sobre el Mar del Sur,
de doscientas leguas, y que éstas debían comenzar a medirse desde donde
terminaba la gobernación de Almagro (paralelo 25º 31' 36") hacia el estrecho
de Magallanes, es decir, en el paralelo 36º 57' 09". (Véase mapa al final)
El límite sur era este mismo paralelo 36º 57' 09", que viene a dar en el
Atlántico algo más al sur del estuario del Plata. La gobernación de Mendoza
no llegaba, por tanto, hasta el estrecho de Magallanes, como se afirma en
cuanto libro de historia o geografía circula por allí. El error proviene de haber
reemplazado la palabra "hacia" de la capitulación por el término "hasta".
Desde luego, para que la gobernación de Mendoza pudiese llegar "hasta el
Estrecho de Magallanes", necesitaría no doscientas sino quinientas leguas de
costa sobre el Mar del Sur. (Véase mapa al final).
Por el norte, la gobernación de Mendoza subía hasta las regiones
amazónicas y cerca de las Guayanas. Carlos V, el propio monarca que creó el
Adelantazgo del Río de la Plata, da la Escribanía General de las Indias a su ex
ministro Juan Samano y con este motivo enumera ordenadamente las
gobernaciones del Mar del Sur, Carlos V menciona primero la gobernación de
Pizarro, luego la de Almagro y por último la de Mendoza.
Y al enumerar las gobernaciones del Mar del Norte, Carlos V señala la
gobernación de las Guayanas y a continuación la de Don Pedro de Mendoza.
Esto demuestra que, según Carlos V, la gobernación de Mendoza lindaba por
el norte con el límite sur de las Guayanas, y que entre una y otra gobernación
no se interponía ni la gobernación de Pizarro, ni la de Almagro, pues éstas
estaban relegadas a las costas del Pacífico, a la región de los quéchuas.
(Véase mapa al final)
Otra prueba de que la gobernación de Mendoza subía hasta las regiones
amazónicas – dice Enrique de Gandía – "son las expediciones de Juan de
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Ayolas, Juan de Salazar e Irala al norte, todos capitanes de Don Pedro de


Mendoza, que sabían perfectamente bien cuáles eran los límites de su
gobernación, que avanzaban con pilotos que les decían por qué latitudes
pasaban y que en ningún momento se habrían aventurado a penetrar nada
menos que en los límites de la jurisdicción de Almagro y hacerse pasibles de
caer dentro de las leyes severísimas que prohibían salir fuera de los límites de
la propia gobernación".
Resumiendo, tenemos que los límites de la gobernación de Mendoza –
indistintamente llamada Provincia del Paraguay o del Río de la Plata – eran los
fijados por Carlos V en la capitulación citada. La gobernación lindaba por el
norte con el límite sur de las Guayanas, que lo era la línea del Ecuador. Por el
oeste llegaba hasta los contrafuertes andinos, donde fenecían las
gobernaciones de Pizarro y Almagro, y luego, a continuación de esta última
gobernación, tenía doscientas leguas de costa sobre el océano Pacífico. Hacia
el sur fenecía en el paralelo 36º 57' 09", límite austral de las doscientas
leguas sobre el Pacífico. Y en el este limitaba con el Atlántico y la línea de
Tordesillas, que la separaba de los dominios portugueses.
Estudiados ya los antecedentes el contenido de la capitulación de Mendoza,
pasemos ahora al desarrollo de la expedición.
En las naves de Don Pedro de Mendoza venían 1.500 expedicionarios, entre
ellos algunos hijosdalgo y también varios flamencos, alemanes, etcétera.
Entre éstos se encontraba Ulrico Schmidl, que, de regreso a su lejana
Baviera, escribió una de las primeras historias de la conquista del Río de la
Plata.
Después de Mendoza, las figuras principales de la gran expedición eran
Juan de Ayolas y Juan de Osorio. El primero de éstos, alguacil mayor, era
ambicioso, lleno de celos y de audacia. El segundo, maestre de campo, era
joven, entusiasta, alegre, conversador, un poco fanfarrón, generoso con sus
amigos, protector espontáneo de todos los soldados. "En Sevilla – dice Gandía
– Osorio se había encargado, como maestre de campo de Don Pedro, de
reclutar la mayor parte de la gente de la armada. En las gradas de la
catedral, en el patio de los naranjos y frente a la Casa de la Contratación,
había convencido a los soldados sin empleo, a los marinos sin nave y a los
aventureros sin horizontes, a que lo acompañasen en aquella expedición al
Río de la Plata, de la cual, lo menos que se podía esperar, era tanto oro como
para no saber dónde cargarlo".
Después de renovar sus provisiones en las islas Canarias, la expedición
zarpó directamente hacia el Río de la Plata. El 30 de noviembre de 1535 las
naves fondearon en la bahía de Guanabara (Río de Janeiro), donde, al pie del
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Corcovado, un mísero fortín levantado en 1531 por Alfonzo de Sousa, daba


albergue a una corta guarnición portuguesa mandada por Gonzalo Monteiro.
En los alrededores, las chozas de los indios parecían ocultarse entre la
lujuriosa vegetación.
Ayolas y otros, durante la travesía, habían intrigado a Osorio ante Don
Pedro, diciéndole que el maestre de campo quería amotinarse para
reemplazarle. Mendoza, siempre doliente e irascible, no necesitó más. En el
acto mandó formar un proceso a Osorio y, sin darle traslado para su defensa,
dictó esta cruel sentencia: "Doquiera y en cualquier parte que sea tomado el
dicho Juan de Osorio, mi maestre de campo, sea muerto a puñaladas o
estocadas o en otra cualquier manera que lo puliera ser, las cuales la sean
darlas hasta que el alma la salga de las carnes".
Osorio, en la mañana del 3 de diciembre, bajó a la Playa elegantemente
vestido, con calzas y jubón de raso blanco, coleto recamado con cordones de
seda blanca, una gorra de terciopelo blanco, camisa labrada con hilo de oro y
con capa negra de paño. El día era soleado y alegre. Los conquistadores
andaban dispersos por la playa y entre ellos conversaban, también, algunas
de las pocas mujeres que venían en la armada.
Osorio dirigióse hacia el lugar de la playa donde estaba Don Pedro. Al
presentarse, se sacó la gorra e inclinándose, preguntó cómo estaba su
señoría. "¡Ser preso!", gritó Ayolas. Este y Medrano lo tomaron de los brazos,
lo arrastraron dentro de una tienda y allí consumaron el hecho. El cadáver de
Osorio fue abandonado por orden de Mendoza con un letrero que decía: "A
éste mandó matar Don Pedro de Meudoza por traidor y amotinador". Los
indios lo enterraron al pie de una palmera. La expedición prosiguió rumbo al
Río de la Plata.
Y ya tenemos a la armada entrando en el estuario. El 3 de febrero de 1536,
efectuóse la primera fundación de Buenos Aires. Ella no pudo haberse
realizado, como se creía hasta hace poco, en el bajo del Riachuelo, en el lugar
llamado Vuelta de Rocha, pues éste, siempre inundado, era insalubre e
inhabitable. La fundación debió realizarse en la parte alta de la meseta que
comenzaba por el sur en el actual Parque Lezama y se perdía, por el norte,
más allá del Retiro. Probablemente, según Gandía, en el punto más alto,
conocido en tiempos de la colonia con el nombre de Alto de San Pedro, donde
posteriormente se erigió la actual Iglesia de San Telmo, en la calle Humberto
1º .
Una leyenda cuenta que al saltar a tierra, el piloto Sancho del Campo,
exclamó: "¡Qué buenos aires son los de este suelo!", y que tal exclamación
fue la que dio origen al nombre de Buenos Aires. Pero el origen del nombre
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fue otro. "Nostra, Signora di Bonaria", imagen de un convento de Cagliari,


capital de la isla de Cerdeña, era venerada como patrona de los navegantes.
Era una virgen de pie con un niño Jesús en el brazo izquierdo y una navecilla
con tres velas en la mano derecha. Sus milagros y sus leyendas eran
populares entre los marinos del Mediterráneo, entre los cuales sobresalían los
españoles. "Estos – dice Gandía – le profesaban un gran culto, como lo
demuestran los documentos y votos que recuerdan los milagros hechos a
navíos españoles en trance de perderse. No hay que olvidar, tampoco, que en
aquel entonces Cerdeña era parte integrante de Aragón. El resultado
relativamente feliz del viaje, indujo a Don Pedro de Mendoza a dar el nombre
de "Nuestra Señora del Buen Aire" – protectora de los navegantes – a la
primera ciudad que fundó. Los documentos de los primeros años de la
fundación de Buenos Aires dicen todos "Nuestra Señora del Buen Aire": el
nombre exacto de la Virgen sarda.
"Bello nombre – dice Enrique Larreta –, nombre de carabela, de carabela
venturosa. Henchido, soleado el velamen; blanco por sotavento, rubio por
barlovento; la Virgen pintada en la lona. Bonanza.
Sin embargo, de nada la valió esta vez el agüero del nombre. No pudo ser
menos feliz el comienzo. Ninguna otra capital de América tuvo comienzo tan
desastroso, tan mísero.
Aquí la tierra defendióse con fiereza única. Los naturales no se dejaron
intimidar, como en otras partes, por la novedad del caballo (vocación
misteriosa), ni por el trueno de la pólvora. Empleaban un arma terrible. La
bola arrojadiza. Además, los tigres llegaban hasta el foso, hasta la
empalizada, todas las noches.
Esta comarca, que había de ser un día dehesa del mundo, acabó por arrojar
de sí a los primeros conquistadores con el flagelo del hambre. Fuera de
algunas perdices, que no tardarían en alejarse amedrentadas por los disparos
del escandaloso arcabuz, no había nada que llevarse a la boca, en todo el
contorno. La llanura hirsuta; pastos amarillos y duros, tierra maligna.
Quién sabe si la sensibilidad futura, más golosa de expresión que de brillo,
no acaba un día por encontrar mayor belleza en la quijotesca desgracia de
ese cuadro nuestro con su fondo de horizonte salvaje, que en las aventuras
espléndidas del Perú y de México, al empezar la conquista.
Por lo menos, un sabor más agudo; la especia del desengaño. Sabor
cervantino. Pimienta de Insula. Nunca vino de España expedición más
brillante. El jefe, un Mendoza, Don Pedro de Mendoza, gentilhombre del
Emperador, soldado de Italia, cortesano disoluto y magnífico. Muchos trajes y

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joyas. Harto dinero. Se le decía enriquecido en el saqueo de Roma con


tesoros de cardenales y de basílicas. Sus cofres sacrílegos huelen incienso.
Año de 1536. Fines de otoño. Las tres de la tarde. El pampero grita en las
rendijas y mete en el interior de la choza el frío del desierto. Hacia un rincón,
sobre el piso de tierra, un lecho suntuoso, un lecho dorado. Altas columnas.
En el sobrecielo de brocatel carmesí las armas de los Mendozas. "Ave María".
Ahí se está Don Pedro, arropado hasta las barbas, pálido como un muerto.
Tiene una mano en el cabezal, mientras agita la otra en el aire. Hace siempre
ese ademán cuando se la aparece el espectro. No es un espectro sombrío, en
pie – el mismo Don Pedro lo ha dicho – y a manera de humo, como todos los
espectros; es un espectro claro, macizo, con lujosos atavíos que relucen al
sol, y siempre extendido largo a largo sobre la arena de aquella bahía
maravillosa del Brasil. Lleva su famoso coleto recamado, jubón y calzas de
raso. Osorio adoraba la vida, el boato, la gloria, el amor. Catalina y Elvira le
lloran aún".
Al principio, los indios pampas venían hasta la empalizada para efectuar
rescates, o sea, cambios de objetos por víveres. Pero como se cansaron
pronto, y además comenzaron a maltratar a los españoles que iban en busca
de provisiones, Mendoza envió contra ellos una expedición al mando de su
hermano Diego. A raíz del combate entablado murieron varios españoles,
entre ellos Diego de Mendoza y el capitán Pedro de Luján. De ahí el nombre
del río Luján.
Poco después, los indios pusieron sitio a Buenos Aires. Entonces la situación
se volvió realmente trágica, pues los moradores sufrieron un hambre terrible.
"No nos quedaban – cuenta Ulrico Schmidl ni ratas ni ratones ni culebras ni
sabandija alguna que nos remediara en nuestra gran necesidad e inaudita
miseria. Llegamos a comernos los zapatos y cueros todos". Y agrega que
algunos comieron las piernas de unos compañeros que habían sido
ajusticiados en la horca.
Los indios remataron el sitio, que duró quince días, incendiando las casas,
que eran de madera y de paja, con flechas y boleadoras que llevaban
materias inflamables. La guarnición tuvo que refugiarse en las naves ancladas
en el Riachuelo.
Estaba prohibido que viniesen mujeres en las expediciones a América. Con
gran excepción, en la de Mendoza vinieron algunas mujeres. Una de ellas,
Isabel de Guevara, escribió una carta a la princesa doña Juana, gobernadora
de España en ausencia de su hermano Felipe II. Esa carta, que, como dice
Larreta, impresiona "por la grandeza trágica de la situación que describe y
por lo que dejan imaginar sus toques admirables", cuenta que las mujeres no
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sólo hacían la comida y lavaban la ropa, sino que – tal era la flaqueza en que
habían caído los hombres – hacían centinela, rondaban los fuegos, armaban
las ballestas y daban alarma por el campo a voces.
Ayolas, que había partido Paraná, arriba en busca de víveres, regresó a
Buenos Aires, después de haber fundado el fuerte de Corpus Christi en las
cercanías del antiguo Sancti Spiritus, en la región de los indios timbúes. Los
barcos traían provisiones, especialmente maíz y pescado.
Mendoza resuelve entonces trasladarse a Corpus Christi. "Determinaron –
dice Isabel de Guevara – subir el río arriba, así flacos como estaban, y en
entrada de invierno, en dos bergantines los pocos que quedaban vivos; las
fatigadas mujeres los cargaban y los miraban y les guisaban la comida,
trayendo la leña a cuestas de fuera del navío y animándolos con palabras
varoniles que no se dejasen morir, pues pronto darían en tierra de comida,
metiéndolos a cuesta en los bergantines con tanto amor como si fueran sus
propios hijos, y como llegamos a una generación de indios que se llamaban
timbúes, señores la mucho pescado, de nuevo la servíamos en buscarles
diversos modos de guisarlo porque no les diese en rostro.
Todos los servicios del navío los tomaban ellas tan a pecho que se tenía por
afrentada la que menos hacía que otra, sirviendo de marear la vela, y
gobernar el navío y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podía
bogar. Verdad es que, a estas cosas ellas no eran apremiadas, ni las hacían
de obligación, ni las obligaba si, solamente, la caridad".
"Van – dice Larreta – los dos bergantines navegando despacio por el
Paraná, aguas arriba. Hacia el norte. Sopla un viento desigual; pero entre
socollada y socollada algo tiran las velas. Como capas de pordiosero las velas
con tanto remiendo. Cielo azul. Ni una nube. Sol frío, plateado, de fines de
Julio. Los conquistadores semejan cadáveres, así extendidos de espaldas
sobre la cubierta, con los ojos cerrados o muy abiertos y fijos. En sus rostros
febriles la tez amarilla desaparece casi bajo la pelambrera de cabellos y
barbas. Sus piernas señálanse como cañas bajo la calza andrajosa. Ahora
hasta las mujeres descansan. Una que otra le acaricia la mano a un
moribundo o lo besa en la frente.
Pasan, a ambos lados, las costas salvajes, con sus bosques terribles.
Aquélla muy distante, ésta muy próxima. Ha crujido una rama seca. Alguna
pesada alimaña. De pronto, en el gran silencio, óyese el grito largo y como
sonriente de un pájaro que parece encantado. El viento empieza a cambiar.
Las velas dan ahora parchazos contra el mástil. Otra vez el grito del ave. ¿Se
burla o quiere decir que ya está cerca la ciudad de los templos de oro y calles
de plata?"
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El viaje duró un mes largo. A Mendoza no le agradó el sitio y dispuso que


Corpus Christi se trasladara cinco leguas más abajo, con el nombre de Buena
Esperanza. De allí mandó a Juan de Ayolas y Domingo de Irala, el 14 de
octubre de 1536, a buscar el camino del Perú. Poco después, el Adelantado,
cada vez más achacoso y enfermo, regresaba a Buenos Aires.
Deseoso de tener noticias de Ayolas, que hacía ya tres meses que había
partido, envió a Juan de Salazar de Espinosa y Gonzalo de Mendoza en su
busca. Los bergantines partieron de Buenos Aires el 15 de enero de 1537.
Y transcurrieron otros tres meses de espera infructuosa. Además, Mendoza
estaba cada día más postrado. Resuelve entonces regresar a España. Nombra
sucesor suyo a Ayolas, jefe de la plaza de Buenos Aires a Francisco Ruiz
Galán, y emprende el retorno.
La expedición de Mendoza, que fuera todo boato y poderío al salir de
España, sufrió la peste, el hambre y la muerte. Nunca siguieron mayores
fracasos a tan grandes ilusiones.
Como coronamiento de tantos reveses, Mendoza no pudo volver a su
patria. Murió en alta mar, el 28 de junio. "Aquel hombre – concluye Larreta –
fue siempre un arder continuo de pasiones desaforadas. "Arrojaron su cuerpo
a la mar", dicen las crónicas. Se cree escuchar el rumor de un ascua en el
agua. El alma debió subir como una bola de humo".

Capítulo IV
"TRAYENDO LOS PALOS A CUESTAS"

Antes de entrar a tratar del origen de la capital paraguaya, la ciudad de


Nuestra Señora de la Asunción, debemos informarnos del escenario
geográfico en que se va desarrollar la conquista y de los factores étnicos que
intervendrán en ella.
Amarillos y polvorientos infolios nos cuentan que los castellanos, los vascos
y los andaluces, subiendo por la serpiente azul del río, fueron los que vinieron
a fundarnos la patria.
"El río Paraguay – dice J. Natalicio González – cruza la tierra guaraní, de
norte a sur, dividiéndola en dos regiones casi iguales en extensión y casi
antitéticas en sus caracteres. Cualquiera de esas dos zonas, tomada
aisladamente, da la sensación de algo fragmentario, incompleto, mutilado. De
la síntesis de sus oposiciones surge una unidad compleja, peculiar, elaborada
mediante el maridaje de elementos telúricos contradictorios.

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La llamada región oriental del Paraguay, es una de las zonas mejor regadas
del planeta. Y la llamada región occidental, o Chaco, es una tierra sin agua.
Aquélla, es una sucesión de colinas y hondonadas, de cerros y llanuras, de
campos y selvas; ésta se ofrece como un llano salobre, en gran parte cubierto
de ásperos espartillares y de árboles anárquicos, de hojas ralas, que crecen
en una enconada soledad individualista, y cuyas maderas compiten en dureza
con el hierro.
La selva del Paraguay oriental es nutrida, espesa, exuberante, y se decora
como una mujer con la gracia de una orquídea o con las pomposas flores de
colores brillantes múltiples, de árboles tan altos como una catedral. La
vegetación se apiña; una planta defiende a otra de las furias de las
tormentas, y la sombra de las más antiguas ampara de la ira del sol a los
tiernos vástagos que lanzan su copa como una flecha hacia las alturas.
Acústicas aguas entonan su balada de siglos y una infinita variedad de aves
lucen sus plumas multicolores y descargan en la brisa las notas de su trino.
Todos los rumores de la selva se resuelven en una armonía y la multitud
infinita de los árboles en un organismo único. El todo inculca en el morador
de aquellos lugares el sentido gregario da la vida.
Las selvas del Chaco no resguardan del sol. El fuego solar cae a plomo y
calcina el suelo como en un campo abierto; las escasas hojas se estremecen
desesperadas en la candente atmósfera, sus menudas sombras se disuelven
en el aire antes de proyectarse en la tierra arenosa, desprovista de humus.
No hay arroyos, y la ausencia de agua implica la ausencia de aves. Los
árboles no se apiñan; se elevan separados uno de otro. Se diría que el hábito
de las palmeras se ha contagiado a toda la vegetación del Chaco. Las palmas
surgen de la tierra cono saetas; se despliegan en la llanura como un ejército;
mantienen distancias regulares una de otras; cada cual se aísla como si
temiese disolver su individualidad en la vasta multitud anónima; cada cual
tremola al viento sus penachos verdes como una bandera, símbolo de una
entidad autónoma. Los bosques del Chaco no son, por su estilo, sino una
variante de los palmares del Chaco. Cada árbol vive aislado del semejante.
Orgulloso e inhóspito, rechaza al vegetal y rechaza al hombre. No brinda
sombra; amenaza con sus espinas. Es casi una piedra con raíces y con
ramas; enciende un rosario de chispas en el filo del hacha que lo hiere; usada
su madera como cimiento, no la pudre ni el agua ni la tierra; huraño, frío,
duro, precisa el curso la los siglos para crecer y vive mil años. Da al mundo
una lección de implacable individualismo.
La región oriental es amena, mesurada, armoniosa. Es la zona del equilibrio
entre dos hiérboles [2] de la naturaleza; la tierra de las colinas suaves, de los

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ríos silenciosos y cordiales, de los cerros que decoran el paisaje sin imponer
por su grandeza. Al oriente de él impera el reino de la exuberancia, se
extiende el suelo dionisíaco del Brasil. En sus propios límites el salto del
Guairá, y las cataratas del Yguazú dan el espectáculo de una grandeza
arrebatadora. Como réplica a estos ríos inmensos que se despeñan en
abismos de rocas, produciendo el ruido de cien truenos, la región oriental
ofrece una serie de saltos de una elegancia clásica, de perfecta belleza,
medidos, alegres, que ocultan la fuerza en el seno de la gracia. Al occidente
dominan dos grandezas desoladas. Primero, allá, lejos, los Andes, con sus
cúpulas de nieve sólo holladas por los cóndores, y sus páramos inclementes.
Y luego el Chaco, que repite en estilo propio el mismo motivo de esterilidad,
grandeza y miseria de las altas cordilleras. Porque la originalidad del Chaco
reside en eso; es una llanura con alma de montaña. Es un páramo ardiente
así como las cumbres de los Andes son un páramo helado. La sal de la llanura
es la réplica de la nieve de la cumbre. Ambos conservan, momifican; los
restos humanos no se disuelven, se secan en la tierra salobre del Chaco como
en la nieve cortante de los Andes. Si el Chimborazo es una soledad lograda
mediante la emerción, el Chaco es la misma soledad alcanzada por vía de la
extensión.
La región oriental es normal, armónica; el Chaco es brusco, discontinuo;
aquélla seduce por la leve gracia irónica de su carácter, éste apasiona o aleja
por el agrio misterio de su alma. Voltaire, que es clásico, hizo viajar por el
Paraguay oriental a Cándido; Dostoiewsky, que es romántico, bien pudo elegir
el Paraguay occidental para teatro de sus dramas da torturados.
El río Paraguay, que corre entre las dos regiones que constituyen el cuerpo
físico de la nación guaraní, las concilia y contribuye a realizar la fusión de lo
contradictorio. Sus aguas mansas, frecuentadas por la fealdad agresiva de los
saurios y por la belleza esbelta de las garzas, sirven de teatro a los sucesos
más considerables de la historia paraguaya. El río paterno distiende su influjo
en la banda de oriente y en la banda de occidente, introduciendo en ambas
regiones antitéticas elementos de conciliación, factores de homogeneidad, un
solo espíritu. En su fuga hacia los mares, la gran arteria fluvial no sólo realiza
una labor de síntesis, sino que da un sentido de universalidad a lo
mediterráneo. Abre las puertas del mundo al corazón de América"
Tal el escenario en que va a efectuarse la representación. Veamos ahora los
actores.
En primer lugar, los españoles, los forasteros que llegaban de Europa. El
pueblo español es, como se sabe, un crisol étnico. Originariamente poblaban
la península los iberos y los vascos. Luego llegaron los cartagineses. Más

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tarde los romanos. Después los godos. Posteriormente los árabes. Y


finalmente se efectuó la reconquista goda. De esa amalgama de razas surgió
el español, arrogante, aventurero, aguerrido, místico y caballeresco. Ora
guiados por el afán evangelizador, ora acicateados por la codicia del oro, los
españoles se internaron resueltos en las tierras de América. Con ser actor
primordial de la conquista, no creemos necesario dar mayor información
sobre el elemento español, tan estudiado ya, en diversos tratados.
Y en segundo lugar, los indios guaraníes, los habitantes autóctonos. A este
respecto, cabe advertir que el pueblo guaraní no moraba solamente en el
Paraguay. Su área era mucho más amplia. Se extendía desde el Orinoco
hasta el Plata y desde los Andes hasta el Atlántico. Comprendía, por tanto, a
los guaraníes que habitaban el Brasil, conocidos también con el nombre de
tupíes. Además – cuenta Alejandro Subercaseaux en "Chile o una loca
geografía" –, los guaraníes, a través de la pampa, llegaron a Chile; los
nativos los llamaron "mapuches" (hombres del oriente); se establecieron en
la región hoy denominada Araucanía, entre los ríos Bío-Bío y Bueno; y
rechazaron tenazmente las constantes incursiones de los quéchuas.
Los guaraníes eran hombres y mujeres de piel cobriza, melena lacia y
negra, mirada vivaz, nariz recta y boca chica. Estaba arraigado entre ellos el
placer del baño y el aseo del cuerpo. La "tava" era la ciudad guaraní.
Alrededor de una plaza – cuentan Schmidl y Staden – se elevaban siete
grandes cabañas. Cada pueblo se hallaba rodeado de dos palizadas, hechas
con troncos de palma. El "tapii" o choza de los guaraníes tenía paredes de
estacas, cruzadas por mimbres atados con lianas y recubiertas de paja. El
techo, que también era de paja, llegaba hasta el suelo. Los guaraníes se
dedicaban a la alfarería; construían cántaros, platos, jarros, urnas funerarias.
Fabricaban un banco rústico llamado "apyka", cestos de fibra de tacuara y
hamacas de hilado de algodón. Tejían en telares elementales o grandes
bastidores. Utilizaban el "uruku" y otras frutas como colorantes para sus
tejidos. Embadurnándose con "uruku", se protegían durante la caza y la
pesca, de la acción del sol sobre la piel, de las picaduras de los insectos y de
las oscilaciones de la temperatura. Navegaban y pescaban en sus canoas
monóxilas.
En cuanto al régimen familiar, regían la vida hogareña las reglas de una
moral estricta, fundada en una concepción honesta y altruista de la vida; un
espíritu de solidaridad muy grande, el respeto a los moyores y especialmente
a los ancianos, impregnaban sus actos cotidianos. Entre los guaraníes se
practicaba la poligamia, pues con dicho régimen matrimonial buscaban la
procreación de hijos sanos y numerosos; por eso, la prédica de los primeros

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misioneros a favor de la monogamia, fue mirada como una idea homicida de


hombres que buscaban la extinción de la valerosa raza guaraní. El divorcio
era una institución conocida por los guaraníes; la extinción del mutuo afecto
bastaba como causa de disolución; cuando los cónyuges acordaban romper el
vínculo matrimonial, se separaban sin cólera. Existía un profundo amor
paternal; el hijo era un ser sagrado a cuya formación cultural y moral se
consagraba los mayores sacrificios; se le guiaba con el ejemplo y se le
corregía por medios persuasivos, pero nunca con castigos corporales que
envilecen al niño y matan su dignidad. Grande era el respeto de los hijos a
sus progenitores; en los momentos decisivos acudían al padre para recibir las
lecciones de su experiencia, y los consejos de la madre anciana merecían
siempre acatamiento.
El "mburuvichá" o jefe guerrero era elegido popularmente. Pero era el
Consejo de Ancianos el que gobernaba en tiempos normales Los guaraníes
formaban una sociedad igualitaria, una democracia pura.
En los cerros de Paraguarí y de Caacupé se han encontrado caracteres
ideográficos lapidarios, que demuestran la existencia de una escritura
guaraní. EL idioma guaraní es de carácter onomatopéyico, de precisión
matemática. Es una lengua, rica, flexible, dulce, cáustica. Antes de dormir, en
ruedo junto a la fogata, los guaraníes acostumbraban contar mitos y
leyendas. La música guaraní es rudimentaria; entre sus instrumentos
figuraban el "mbaracá," (guitarra rústica) y e1 "turú" (trompeta de tacuara).
Practicaban danzas guerreras y religiosas, con algo de ballet.
Dividían el año en dos estaciones: "kuarahy-ara" (época del sol) y "ro'y-
ara" (época del frío). Además, lo dividían en doce "jacy", esto es, en doce
lunas. Denominaban ara tiri", "ara vera" y "ara sunu" al rayo, relámpago y
trueno, respectivamente.
Sobresalieron en forma notable los guaraníes en botánica, medicina y
agricultura. La nomenclatura de las plantas se distinguía por su precisión
descriptiva. Después del griego y del latín, la lengua que ha dado palabras
científicas más numerosas es la guaraní. Ninguna otra raza entregó a la
humanidad tantas plantas útiles, por sus cualidades terapéuticas o sus
elementos nutritivos. Distinguían perfectamente los antisépticos, febrífugos,
depurativos y astringentes. Legaron más de veinte de las principales plantas
cultivadas la agricultura universal. Conocían la hibridación, el cruce de las
diferentes variedades y el medio de conservar una variedad completamente
pura. Entre sus plantas de cultivo pueden citarse las siguientes: mandioca,
zapallo, batata, maíz, maní, tabaco y algodonero.

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El dios de los guaraníes era "Tupã". Para ellos, el "yvaga" era algo así como
el paraíso de los cristianos. Además, creían en ciertos geniecillos y duendes
autóctonos, que poblaban ríos, selvas, campos y sierras. "Pombero", con
vellos hasta en la planta de los pies, es el genio de la noche. "Pora" es el
fantasma. "Jasy-Jatere", (e1 niño rubio que silba su nombre en la siesta
estival. Y "Kurupi", el enano bronceado y fornido que camina con el extenso
falo enroscado en la cintura. (Aún hoy, no hay niño campesino en el Paraguay
que no crea en tales supersticiones).
Y ahora, ocupémonos ya de la fundación de la ciudad de Asunción.
Habíamos dicho que Juan de Salazar partió la Buenos Aires en busca de
Ayolas el 15 de enero da 1537. Los bergantines remontaron el Paraná, y
luego el Paraguay, pasaron delante de Ita-Pyta-Punta (piedra roja erguida) y
entraron en la bahía del cacique Caracará. Allí estaba Paragua-y, tava de
indios guaraníes labradores y hospitalarios, que recibieron cordialmente a los
españoles. Entonces Salazar concibió fundar allí una ciudad a su regreso. Él
mismo nos lo cuenta: "A la subida de este río del Paraguay, llegados a este
paraje de la Frontera, y vistas las grandes necesidades pasadas, este testigo
(Salazar) tomó parecer de Hernando de Rivera, de Gonzalo de Morán, de
Gonzalo de Mendoza, de los religiosos y otras personas, si les parecía que era
bien y convenía al servicio de S. M. hacer un fuerte en este paraje y hacer
paces con esta generación de indios carios (guaraníes). Los cuales (Ribera,
Gonzalo de Mendoza, etcétera) dijeron ante Amador de Montaya, Escribano
de S. M., que les parecía bien y cosa muy útil y provechosa a esta conquista.
Y así visto lo susodicho, asentaron paz y concordia con los indios de esta
tierra y les dijeron que de vuelta se haría una casa y pueblo".
Convenida la construcción del fuerte, siguieron al norte aquellos hombres
blancos "con armaduras de fierro, tonantes como Tupã, dios del trueno";
aquellos hombres blancos que, cruzando las "aguas grandes", venían del lado
de la aurora, "de donde todas las mañanas se levanta Arasy, fuente de la luz,
el sol". Otros habían venido antes: Alejo García "hacía doce inviernos",
Gaboto hacia nueve y Ayolas "hacía cuatro lunas".
Salazar llega a Candelaria, donde se encuentra con Domingo de Irala.
Juntos buscan noticias de Ayolas, que se había internado en el Chaco rumbo a
la Sierra de la Plata. Juntos bajan luego hasta un puerto de los guaraníes –
probablemente Ita-pua o Tapuá (hoy Piquete-cué), donde aderezaron las dos
naves de Irala, "las calafatearon e les pusieron remos e jarcias". De allí Irala
retorna a Candelaria, mientras Salazar baja por el río hasta la bahía del
cacique Caracará, donde, dando cumplimiento a su promesa, funda el 15 de

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agosto de 1537, día de Nuestra Señora de la Asunción, la casa-fuerte origen


de nuestra Capital.
La selva nativa cedió su madera compacta y perfumada. Cuenta un viejo
manuscrito – firmado por Francisco de Villalta – que Salazar llegó y "anduvo
mirando a dónde se haría el fuerte". Y que una vez elegido el sitio, todos los
soldados (entre los que había tres ingleses: Limon, Rute y Corman)
levantaron "una casa-fuerte con gran trabajo e necesidad, trayendo los palos
a cuestas".
En qué lugar se efectuó la fundación! ¿Cuál fue ese sitio elegido?
"Aterrarían – dice Domínguez – frente a la actual Oficina Telegráfica, al lado
del Cabildo, donde regolfaban las aguas que tenían por cauce principal el
Caracará-í". Y agrega que, en medio de la toldería de los guaraníes, estaba
"el fuerte de la Asunción, casa cuadrada con dos torreones, en la parte más
alta del sitio". Fulgencio R. Moreno afirma, por su parte, que Salazar
estableció el fuerte "sobre la barranca del río".
En un artículo – aparecido en "La Capital" el 16 de agosto de 1937, con
motivo del 4º centenario de Asunción – decíamos: "¿Cuál fue esa "parte más
alta del sitio", "sobre la barranca del río", donde se levantó la casa-fuerte?
Cuenta la tradición que fue la Loma Cabará, situada en el perímetro 15 de
Agosto, Avenida República, Convención y Barranco del río. Desde esa
prominencia se dominarían todas las casas de los colonos, que se asomaban
tímidas a la bahía salpicando de blanco la verde y lujuriosa vegetación del
trópico. Allí estuvo después el Convento de Santo Domingo y, más tarde, la
Iglesia de la Encarnación, incendiada luego". Esa loma, en cuya cumbre debió
levantarse el monumento a Salazar, fue desmontada por orden municipal.
(Hoy está allí el Estadio Comuneros).
Juan Manuel Sosa Escalada confirmó nuestra afirmación al año siguiente,
diciendo: "¿Cuál es el sitio elegido para la construcción de la casa-fuerte?.
Una tradición señala el sitio donde estuvo después la Iglesia de la
Encarnación, en la prominencia de la costa del río. Dicha altura linda por el
norte con la orilla barrancosa que da a la bahía; por el sur la hoy llamada
Avenida República; por el este la calle Santo Domingo (hoy 15 de Agosto); y
la actual calle Convención sería su lindero oeste".
Igual que en España y otros países, también en el Paraguay el corazón de
la ciudad fue una fortaleza. Asunción resultó así una base para las
operaciones bélicas contra los indios del Chaco y contra los portugueses del
Brasil, teniendo, de esta suerte, el mismo abolengo militar que Madrid,
originada en la fortaleza-alcázar "Magerit" que los árabes levantaron sobre
una colina estratégica.
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Así como el Cuzco se formó por superposición de los edificios españoles


sobre los pétreos de los quéchuas, en Asunción se produjo una
interpenetración del caserío hispánico y los tapýi de los guaraníes, que
terminó por la absorción de estos últimos. Pese a esa absorción, hasta hoy –
persistencia curiosa – Asunción sigue siendo designada en guaraní con el
nombre de Paragua-y.
Durante mucho tiempo se sostuvo que el fundador do Asunción fue Juan de
Ayolas y que la fundación se había realizado un año antes, esto es, el 1º de
agosto de 1536. Fue Domínguez quien demostró el error de tal afirmación,
planteando la cuestión en estos términos: "¿Cómo Ayolas iba a fundar
Asunción el 1º de agosto de 1536, dos meses antes de su partida de Buena
Esperanza, de donde salió el 14 de octubre del mismo año?"
Otros sostuvieron que el verdadero fundador fue Domingo de Irala, pues
bajó con Salazar hasta el lugar de la fundación y era superior a éste en
jerarquía, ya que Ayolas le había dado en Candelaria el poder que tenía de
Don Pedro de Mendoza. Para probar que Irala no bajó hasta Asunción,
Domínguez hace desfilar nueve testigos, todos oculares, soldados de Salazar,
que trabajaron y sudaron construyendo el fuerte. Hay entre ellos cinco
españoles, un portugués y los ingleses Limon, Rute y Corman. Todos
conforman en excluir a Irala de la construcción del fuerte. Oigamos solamente
a Limon: "Don Gonzalo de Mendoza (en cuyo bergantín venía el declarante),
en un puerto de los indios carios (guaraníes) dio a Irala ciertos bastimentos...
y así dejaron en dicho puerto, donde se habían adobado dichos bergantines,
al capitán Domingo de Irala, y se bajaron (Salazar, don Gonzalo y demás) a
este puerto de la Asunción, el río abajo, hasta llegar a do, según pareció, fue
acordado entre los dichos capitanes Juan de Salazar y Gonzalo de Mendoza de
asentar puerto y pueblo.
Por lo demás, cuando, dos años más tarde, Salazar entregó a Irala la
posesión de la casa-fuerte por servir a sus majestades para la buena guarda
e conserbación desta conquista".
Y el propio Carlos V, en Real Cédula de 1547, según consta en el "Nobiliario
de Conquistadores de Indias", decía a Salazar: "Vos poblasteis la ciudad de la
Asunción". Y sabido es que "poblar" era y es "fundar un pueblo".
Más tarde, el doctor Cecilio Báez sostuvo que el fundador fue Domingo de
Irala, mas no en 1537, sino en 1541, cuando ordenó la despoblación de
Buenos Aires y trajo toda la gente a Asunción. Afirmó que en 1539 "no había
en el puerto más que la estacada o fortaleza. Fue Irala quien, en 1541, de
vuelta de Buenos Aires, fundó la primera planta de la ciudad". Para ello se
apoyó en las palabras te Ruy Díaz de Guzmán, autor de "La Argentina", quien
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dice que Irala, "fundó la primera planta de la ciudad" y, que, haciendo


derribar la palizada, trazó las calles de la población, repartió solares entre los
vecinos, destinó otros para los edificios públicos y designó los primeros
cabildantes.
De allí no puede deducirse que nuestra ciudad se fundó en 1541. "Como si
planta – dice Domínguez – no fuese "diseño, delineación de calles", en
tratándose de ciudades. A esta cuenta, el doctor Francia y Carlos Antonio
López serían a su vez fundadores de Asunción, porque también la delinearon".
Y, en sentido figurado, todo impulsor es un fundador. Así, tiene razón Paul
Morand cuando dice en "Aire Indio": "El creador de Buenos Aires no es Juan
de Garay; es Liebig. No es Don Pedro de Mendoza, cortesano enriquecido en
el saqueo de Roma; es el francés Tellier, inventor del frigorífico..."
El doctor Efraím Cardozo ha descubierto en la Biblioteca Nacional de
Buenos Aires el acta de fundación del Cabildo de Asunción, que lleva fecha 16
de setiembre de 1541. De allí deduce que Asunción fue fundada en ese día
por Domingo de Irala. En su concepto, ninguna agrupación que carezca de
Cabildo puede ser Ciudad, cualquiera sea el número de sus habitantes y el
tiempo de su permanencia en un sitio. "Automáticamente – afirma – por el
sólo hecho de la creación del Cabildo y del imperio que se le otorgaba, el
"puerto e pueblo" se convertía en ciudad". Reconoce que antes del Cabildo ya
existía un "apretujado caserío", al que el propio acta citado califica de
"pueblo", y al cual el cronista Aguirre llama "colonia". No obstante todo ello,
Cardozo considera que "la fundación del Cabildo equivale a la fundación de la
ciudad".
A nuestro juicio, Asunción tuvo categoría de ciudad o "pueblo" desde el 15
de agosto de 1537. En las "Ordenanzas de Poblaciones" de 1523 – única
legislación que resuelve el problema –, se habla de las ciudades, villas y
lugares indígenas a las cuales los descubridores debían poner un nombre;
pero al indicar la forma en que los conquistadores debían establecer las
nuevas ciudades, no se emplea la palabra "ciudad" sino "los asientos de los
lugares que allá se ovieran de hacer e asentar de nuevo". En las ordenanzas
citadas se dice que "hechas las casas en los solares, el pueblo (no la ciudad)
parezca ordenado.", "la orden que tuvieren los tales pueblos e calles
dellos...", "aveys de mandar que en cada pueblo...", etcétera. La palabra
"ciudad" no figura en las "Ordenanzas de Poblaciones", ni en los
nombramientos de los regidores designados en España para el primero,
segundo y tercer "pueblo" a fundarse en el Río de la Plata. Estos tres pueblos
fueron Buenos Aires, Buena Esperanza y Asunción. Se ve, pues, que Asunción

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fue un "puerto e pueblo", como dicen los documentos de la época, y que


"pueblo" equivalía entonces a "ciudad".
Fue así cómo, "trayendo los palos a cuestas", comenzaron a levantar, en un
apacible recodo del caudaloso río, la ciudad de Asunción, llamada a ser –
según lo dijera su ilustre fundador – "amparo y reparo de la conquista".

Capítulo V
LA PRIMERA REBELION

Alonso Cabrera, "inspector de fundiciones de oro y plata", llegaba a Buenos


Aires como portador de la Real Cédula, del 12 de septiembre de 1537. Dicho
documento disponía que, en el caso de que el extinto Gobernador Don Pedro
de Mendoza no hubiese designado lugarteniente en el Río de la Plata, se
junten todos los conquistadores y elijan como Gobernador "a persona que
según Dios y sus conciencias pareciere más suficiente para el dicho cargo". El
electo duraría en sus funciones hasta que la Corona designase titular.
Francisco Ruiz Galán y Alonso cabrera se dirigieron juntos a Asunción. Allí
encontraron a Domingo de Irala, que había bajado nuevamente de
Candelaria, pese a las instrucciones dejadas por Ayolas, que le ordenaran
"aguardarme todo el tiempo que estuviere la tierra adentro, hasta que vuelva
o veáis mi firma de lo que debéis hacer".
Irala sostuvo que no procedía una elección, pues había gobernador, y lo era
él. Hizo constar: 1º el nombramiento de Ayolas como lugarteniente del
Adelantado. En cuanto a Ruiz Galán, éste era solamente jefe de la plaza de
Buenos Aires y "hasta tanto que Ayolas venga o provea e mande otra cosa".
2º La muerte de Mendoza en alta mar. 3º El poder que Ayolas la diera en
Candelaria, que decía: "vos doy otro tal e tan cumplido y entero poder como
yo lo tengo del dicho señor Gobernador". 4º La probable muerte de Ayolas,
pues hacía más de dos años que nada se sabía de él. (Pocos meses después,
en una expedición al norte, vio confirmada su sospecha. Ayolas, después de
cruzar el Chaco y llegar a Charcas – repitiendo la hazaña de Alejo García –,
había vuelto a Candelaria. Y allí había sido muerto por los indios. Los
payaguaes vengaron a Osorio.
Alonso Cabrera, en vista de los títulos presentados por Irala, lo reconoció
como Gobernador. Esto ocurría el 23 de junio de 1539.
A fin de dar más estabilidad a la colonia, que aun se desarrollaba en forma
precaria, el Gobernador Irala pensó en concentrar en un solo lugar todos los
españoles del Río de la Plata. Corpus Christi había sido despoblada por Ruiz

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Galán hacía dos años. Irala estudió si le convendría más juntar toda la gente
en Buenos Aires o en Asunción. Esta última ofrecía más ventajas, por razones
de diversa índole. 1º) Causa geográfica: se hallaba situada mis cerca de la
Sierra de la Plata; de allí se emprendería con más probabilidades la conquista.
2º) Causa étnica: los guaraníes eran gente hospitalaria, mientras que los
pampas eran enemigos terribles, sitiadores e incendiarios. 3º) causa
económica: las tierras del Paraguay eran fértiles y los guaraníes avezados
agricultores; en cambio Buenos Aires, con su pampa desolada, no parecía
ofrecer mayor aliciente para la labranza. 4º) Causa política: era quitar la
última autoridad que correspondía a Ruiz Galán, el cual había sido dejado por
Don Pedro da Mendoza con poderes para mandar en Buenos Aires. Además,
Ruiz Galán, que se sentía candidato a sucesor de Mendoza, había dicho de
Irala en cierto, ocasión: "Mira qué hombrezillo, se quiere poner conmigo,
sabiendo cómo vino a esta tierra".
Tales fueron las causas que habrían pesado en el ánimo de Irala para
decidirse por Asunción. A principios de 1541 – a los cinco años de la
fundación de Mendoza –, Irala bajó a Buenos Aires, ordenó el incendio de los
últimos ranchos y trajo los pobladores a Asunción. Poco después, repartió
tierras e indios entre los conquistadores.
Alvar Núñez Cabeza de Vaca fue designado por el Rey de España
Adelantado del Río de la Plata. Luego de pelear en Villalar contra los
comuneros de Castilla, había marchado en una expedición a la Florida.
Después de un naufragio, cayó en cautiverio de los indios, pero supo hacerse
pasar por hechicero y llegó hasta México, de donde emprendió el regreso a
España. Dirigiéndose a su nueva Gobernación, llegó a Santa Catalina, donde
supo la despoblación de Buenos Aires. Entonces resolvió encaminarse a
Asunción por vía directa. Venciendo los obstáculos que le oponía una
naturaleza áspera y montuosa, y la hostilidad de numerosas tribus, siguió el
itinerario de Alejo García. Cruzó los ríos Uruguay, Pepirí-Guazú, Yguazú,
Paraná. y Monday. Después de un viaje de 400 leguas a través de bosques,
ríos y serranías, llegó en 1542 a Asunción, donde fue reconocido por Irala
como gobernador.
Al año siguiente, prodújose en Asunción un incendio que duró cuatro días y
que redujo cenizas las tres cuartas partes de la ciudad. El arroyo Jaén –
nombre que quizá le venga del conquistador García de Jaén – sirvió de valla a
las llamas, salvándose las casas que se hallaban al otro lado.
En ese mismo año, Alvar Núñez partía de Asunción al frente de 10
bergantines y 120 canoas, rumbo al Puerto de los Reyes, situado sobre el río
Paraguay entre los 17 y 18 grados. Allí se internaron con destino a la Sierra

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de la Plata, pero, después de largas jornadas y con las tropas diezmadas por
la fiebre de esos lugares pantanosos, Alvar Núñez tuvo que emprender el
regreso, coronándose la expedición con el más completo fracaso. El
descontento era unánime.
"Las causas del fracaso de Alvar Núñez – dice Gandía – en parte dependían
de su orgullo y del desprecio con que muchas veces había tratado a lo
conquistadores, soldados muy pagados de su dignidad y a la vez colonos que
por la vida de privaciones que sin excepción todos llevaban, se sentían iguales
ante las dificultades y esperanzas que les presentaba y ofrecía aquella
conquista. Pero si bien su impolítica conducta había contribuido grandemente
a hacerlo impopular y precipitar su caída, es innegable que su ruina, se debió
en primer lugar a la ambición y oposición de los Oficiales Reales, que querían
igualársele en el poder, y a las ansias de mando de Domingo de Irala, el cual
no se resignaba a perder el gobierno que había heredado de Juan de Ayolas".
A los siete años escasos de fundada Asunción, ya sus calles se vieron
agitadas por luchas entre sectores de opinión. La noche del viernes 25 de
abril de 1544, día de San Marcos, estalla la primera rebelión. Irala y los suyos
hicieron llamar a los principales amigos de Alvar Núñez y "mañosamente" los
encerraron en las casas de Lope Duarte y Esteban Vallejo.
Ha los mismos instantes, los Oficiales Reales Felipe de Cáceres, Pedro de
Orantes, Alonso Cabrera y Garcí Venegas, penetraron en la casa de Alvar
Núñez, "todos con las mechas encendidas y sus arcabuces cargados y con las
ballestas armadas, y otros con las espadas desnudas", gritando "¡Libertad!
¡Libertad!", y sorprendieron al Adelantado enfermo en la cama, "que no me
podía tener en pie", según sus mismas palabras. Lo sacaron por fuerza de la
cama y en camisa, sin que cesaran los gritos, lo llevaron a la casa de Garcí
Venegas, donde le pusieron unos grillos en los pies y lo encerraron en la
despensa de los criados, estrecha y sin luz, con numerosa guardia de
soldados. Después de esto los revolucionarios dieron una vuelta por la ciudad,
"alborotando y desasosegando", golpeando un tambor y gritando, todos en
coro, "Libertad! Libertad!". En seguida fueron apresados los demás partidarios
de Alvar Núñez. Los Oficiales Reales volvieron a recorrer las calles aquella
misma noche, tocando un tambor y voceando un bando que decía: "Mandan
los Señores Oficiales de Su Majestad que ninguno sea osado de salir de su
casa, so pena de la vida", y entre tanto tocaban un tambor y muchas voces
gritaban: "¡Libertad! ¡Libertad!".
El día siguiente al golpe contra Alvar Núñez, se reunieron ante la casa de
Irala los Oficiales Reales y gran número de revolucionarios, que algunos
documentos de la época llaman "comuneros". Allí el escribano leyó una serie

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de cargos contra Alvar Núñez, llamándolo tirano, traidor, etcétera. El mismo


día – pretextando el cumplimiento de la Real Cédula del 12 de septiembre de
1537 –, procedióse a la elección de gobernador. Resultó electo Domingo de
Irala.
Los partidarios de Irala – dice Juan Francisco Aguirre – "probaron que Alvar
Núñez llevaba pintadas sus armas en la vela de su bergantín, lugar en que
debían ir las de Su Majestad; y que, reconvenido sobre ello, respondió que
era él el Rey, manteniéndolas siempre que anduvo por el río" Los Oficiales
Reales le acusaban además de que "en muchas y diversas partes se llamaba e
llamó Yo soy el Rey e Príncipe e Señor desta tierra, e así lo llamaban sus
criados e oficiales", por lo cual pedían una información "ad perpetuam rei
memoria". Recordóse también que en cierta ocasión, Alvar Núñez había
manifestado a los clérigos Martín de Armenta, Luis de Miranda y otros
caballeros lo siguiente: "Los Oficiales de Su Majestad y otras personas me
han dicho que dicen y les ha parecido que hice mal en quitar la bandera que
traía el Capitán Vergara (Domingo de Irala, natural de dicho lugar) en su
navío con las armas de Su Majestad; yo no hice sino muy bien, porque no
piensen los Oficiales ni el Capitán Vergara que ahora es el tiempo de marras,
en que solían ellos hacer esas cosas, que yo soy Gobernador e Rey desta
tierra, y mis armas han de andar donde quiera que fuere navío y otras
personas".
En Asunción se formaron dos bandos: los "comuneros" o iralistas, y los
"leales" o alvaristas. Menudearon los alborotos y escándalos en las calles. Los
"leales" tramaban poner en libertad a Alvar Núñez. Los "comuneros"
multiplicaban sus precauciones para impedirlo. El estado de efervescencia era
general.
Casi un año duró la prisión de Alvar Núñez. Por fin, en Marzo de 1545, lo
sacaron en brazos y con grillos a los pies para embarcarlo. En la calle, gran
número de "comuneros" hacían guardia en las esquinas para que ninguno de
los partidarios del ex gobernador pudiese acercarse a aquel lugar. Mientras lo
llevaban hacia el bergantín, Alvar Núñez se dirigió en alta voz a todos los que
le rodeaban, diciendo: "Señores, sedme testigos cómo yo dexo por mi
Teniente de Gobernador y Capitán General desta provincia, en nombre de Su
Majestad, al Capitán Juan de Salazar". De inmediato fue embarcado a bordo
la carabela "Comuneros", construida en el astillero de Asunción. El sugestivo
nombre del navío recordaba la Revolución Comunera de Castilla y la rebelión
estallada recientemente en Asunción.
Los alvarists se dirigieron a casa de Salazar y le pidieron que acepte la
designación hecha por el Adelantado, a lo que Salazar accedió. Todos los

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presentes le juraron obediencia. Y Salazar, poniendo la mano en la insignia de


su hábito de Caballero de Santiago, juró perdonar a todos los que viniesen
debajo de su gobernación.
Salazar requirió a los iralistas su reconocimiento como Gobernador. Pero los
Oficiales Reales le respondieron que su pedido "es en sí muy impertinente y
fuera de toda razón e camino", y pidieron a Irala que ordene a Salazar "que
no se entrometa directa ni indirectamente él ni otra persona alguna a fazer ni
faga demostración de tan indebido e inusitado poder..." Salazar notificó
entonces a Irala y a los Oficiales Reales que les daba plazo "una hora e no
más" para que lo reconociesen, so pena de proceder contra ellos corno
rebeldes. Pero los que procedieron fueron los iralistas, pues prendieron a
Salazar y lo llevaron preso a casa de Irala. Poco después fue embarcado en
un bergantín, que alcanzó a la carabela "Comuneros" en la isla de San
Gabriel, en el Río de la Plata. De allí Alvar Núñez, y Salazar siguieron juntos
rumbo a España. En esta forma terminó su nueva odisea el que fuera actor de
las guerras civiles de España y, más tarde, aventurero y mago en la Florida.
La siempre acariciada esperanza de conquistar la Sierra de la Plata, se
concretó en un nuevo esfuerzo expedicionario. Alejo García y Ayolas habían
llegado, pero sin conseguir asentar su dominio. Alvar Núñez ni siquiera había
podido llegar. Ahora era Domino de Irala, quien intentaría la atrevida
empresa. Salió, en efecto de Asunción en 1547 al frente de gran número de
conquistadores. Iba entre ellos Ulrico Schmidl, el lansquenete que vino con
Mendoza, quien en su pintoresca fonética nos habla de "Thonn Pietro
Manthossa", "Hanns Ossorio", Juan Eyolas", "Hanns Salesser", "Domenigo
Eyolla" y "Albernuso Capossa de Wacha"... Irala y sus tropas remontaron el
río hasta el punto donde se encuentra actualmente Fuerte Olimpo. Cruzaron
el Chaco, atravesaron los ríos Parapití y Guapay y llegaron a las faldas de las
serranías del Perú. Fueron recibidos con regocijo por indios que les hablaban
en español. Preguntados por Irala quiénes eran, respondieron que indios de
Chuquisaca, cuyo jefe era el jefe de los españoles. Los buscadores de minas,
quedaron paralizados. "Nos quedamos fríos donde estábamos", expresa
Schmidl. En efecto, fue inmenso el desencanto; tres años de penurias de toda
laya por llegar a la Sierra de la Plata, y encontrarla ocupada ya por otros, por
los que habían llegado del lado del Pacífico. No quedándoles otro remedio,
cruzando de nuevo el Chaco retornaron a Asunción.
Irala siguió gobernando muchos años, hasta su muerte, ocurrida en 1556.
Le sucedieron en el mando Gonzalo de Mendoza, Francisco Ortiz de Vergara,
Felipe de Cáceres, Martín Suárez de Toledo, Juan Ortiz de Zárate...

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Capítulo VI
GANADO, TRIGO Y VINO

El aspecto político no es el todo en la vida de los pueblos. Debe


interesarnos también el estudio de la agricultura, la ganadería, las industrias,
las costumbres, el arte, la cultura, las aspiraciones populares, etcétera.
Alfonso Teja Zabre dice: "Al estudiar con criterio moderno la historia
mexicana, podrá encontrarse que los hechos de más trascendencia apenas
notados hasta ahora, son invenciones como el beneficio de metales por
amalgamación de mercurio, implantado en México por Bartolomé de Medina,
a mediados del siglo XVI, la máquina despepitadora de algodón, inventada en
1793 por Eli Whitney y, más tarde, el uso de maquinarias en las minas, el
sistema de beneficio de metales por cianuración y el motor Diesel de
combustión interna. Cada una de estas reformas en el régimen de producción
puede marcar una época entera, mejor que las innumerables mutaciones
dinásticas o políticas.
Y de modo semejante, se descubrirá que la influencia de los caminos, del
maíz, de la sal, de los animales domésticos, de alimentación o de transporte,
constituyen verdaderos factores históricos, y que para la existencia colectiva
o la redención nacional importan en primer término los procedimientos
industriales que faciliten el regadío, el saneamiento y la alimentación e
higiene del pueblo".
Ocupémonos, pues, del origen de la ganadería, la agricultura y las
industrias en el Paraguay colonial y veamos la influencia que esos factores
históricos ejercieron en nuestra existencia colectiva.
Schmidl cuenta que en la expedición de Don Pedro de Mendoza vinieron al
Río de la Plata 72 caballos y yeguas". Éstos se multiplicaron y esparcieron
luego por la pampa, pero ninguno de ellos llegó a Asunción. Los 25 caballos
que Alvar Núñez trajo consigo en su viaje a través del Brasil, constituyeron el
origen de la riqueza caballar del Paraguay.
En 1550, Nufrio de Chaves, que regresaba del Perú, trajo las primeras
ovejas y cabras. Tal fue el origen de la ganadería lanar y caprina.
En 1555, Juan de Salazar – añorante de la ciudad por él fundada –
regresaba a Asunción por la vía del Brasil. Entre otros hidalgos españoles y
portugueses, venían también Scipión de Goes y Vicente de Goes. Estos
últimos traían 7 vacas y 1 toro. Eso fue el origen de la ganadería vacuna.
EL minúsculo plantel ganadero se benefició poco después con un
considerable aporte. Juan Ortiz de Zárate, poderoso hacendado del Alto Perú,

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al ser nombrado Gobernador del Paraguay, se comprometió a introducir en


esta provincia gran cantidad de ganado, tanto caballar, como lanar, caprino y
vacuno. Y encargó la misión de traerlos a Felipe de Cáceres, quién así lo hizo
en 1568 por la vía de Santa Cruz y el Alto Paraguay.
La abundancia del ganado, hizo necesaria en el Paraguay la designación de
ejidos – campos de uso común – para el pastoreo de los animales. "Uno de
los campos elegidos con tal objeto – anota Moreno – estaba en las cercanías
de Tapuá, y el otro en el Chaco, frente a Asunción. Al finalizar el siglo XVI,
existían varias haciendas particulares para la cría de animales, que adoptaron
desde entonces la denominación de estancias".
La sociedad hispano-guaraní asume los caracteres propios del país
ganadero. Igual cosa ocurre en Argentina, Uruguay, Río Grande del Sur. "La
ganadería – anota Zum Felde – va a producir la estancia, el gaucho, la
montonera, el caudillo, determinando así el género de vida y las relaciones
entre los miembros del agregado. El ganado se torna una condición natural,
geográfica, de la región, inherente a ella. El hombre se hace ecuestre, recorre
fácilmente vastas extensiones, se interna en las soledades salvajes, y se
dispersa por el país. En cualquier parte a que vaya encuentra segura su
subsistencia; no tiene más que tirar el lazo o las boleadoras, voltear una res y
churrasquear. El ganado la da, asimismo, el cuero con que puede fabricar
rústicamente sus botas, su apero, su lazo, su cama, y casi todo cuanto
necesita en una existencia campera".
Los latifundios jesuíticos pusieron, más tarde, una valla a la expansión
ganadera del Paraguay. Pero con la expulsión de la poderosa Compañía, se
produjo paulatinamente la restitución a los nativos de los mejores campos de
pastoreo. "Al nacionalizarse – dice J. Natalicio González –, es decir, al pasar la
ganadería de manos de una entidad extranjera, a las de los criollos, el poder
político derivado de la posesión de tan considerable riqueza, comenzó a servir
la liberación del pueblo de todo poder extraño. Los ganaderos paraguayos se
distinguieron por su adhesión apasionada a la causa de la independencia, y
consiguientemente su fortuna gravitó en el sentido de sus ideales".
El origen de la agricultura paraguaya es guaraní. En las chácaras
predominaban las plantas incorporadas por el indio a la agricultura universal.
Los métodos de cultivo eran los rudimentarios de los guaraníes. Todo
revelaba una marcada influencia de los hábitos indígenas. Los productos
principales de las chácaras eran: el avati (maíz), el mandi'o (mandioca), el
manduvi (maní), el jety (batata), el andai (calabaza), el kumanda (poroto) y
el mandyju (algodonero).

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En 1538, es decir, al año siguiente de la fundación de Asunción, los


españoles realizaron la primera cosecha. Entre otros productos, recogieron
420 fanegas de maíz y 45 fanegas de poroto. La segunda cosecha, realizada
en 1539, produjo 160 fanegas de maíz y 218 de porotos. En el mismo año, de
la mandioca industrializada se extrajeron 400 quintales de almidón. Y tres
años después se construían dos silos para conservar los granos del diezmo
real.
Fue así cómo – dice un autor – "entre las opacidades que sus bosques
naturales producen, se hicieron las primeras roturaciones agrícolas, se
enseñaron las primeras letras, se trenzaron los primeros tientos, se cruzó el
primer telar, bulló el primer jabón, se hizo la primera mazamorra, y se oyeron
también, en el místico canto de la iglesia, las primeras melodías musicales..."
A mediados del siglo XVI, se introdujeron varios productos de procedencia
extranjera, cuyo cultivo se generalizó al poco tiempo. En los últimos años del
gobierno de Irala, se introdujo la caña de azúcar. En el mismo tiempo se
introducían también el trigo, el arroz, la cebada y la vid. En la época de
Francisco Ortiz de Vergara, abundaban ya no sólo esos productos, sino
granadas, higos, naranjas limas, sidras, etcétera. En 1573, los melones
figuraban también entre las frutas más cultivadas en Asunción. Martín de
Orué aseguraba que cerca de Asunción hay "los mejores y más hermosos
pastos y aguadas del mundo y tierras de labor". A fines del siglo XVI, según
pudo comprobar en una visita el Gobernador Hernandarias de Saavedra,
existían en los alrededores de Asunción 399 alquerías y granjas. "La
subsistencia estaba tan adelantada – dice Juan Francisco Aguirre – que ya
casi nada tenían que desear. Las expediciones al Perú les proporcionaron el
bien de algunas plantas, y aunque no se dice cuáles, es probable fuese la más
apreciable la caña dulce. El trigo, la uva, la cebada, estaban ya arraigados,
traídos desde España".
"De los frutos importados – dice Moreno – el que dio vida a la primera
industria fue la caña de azúcar, cuyo trabajo corría a cargo de las indias. La
elaboración de la miel requirió al principio los procedimientos más
rudimentarios, obteniéndose el mosto por la presión de las cañas por medio
de alzaprimas. El primer instrumento algo más eficaz para exprimir la caña
dulce, se debió, según propia referencia, a Diego Martínez, conquistador que
se hizo clérigo a mediados del siglo XVI, y que aparece asimismo como un
hábil industrial que proveyó a la colonia de los primeros anzuelos, agujas,
tijeras, cuchillos, dagas y fuentes de fabricación asuncena. En la misma época
se producía también azúcar en abundancia para el consumo interno, de la
que, en 1556, se envió una pequeña partida, como muestra, a los oficiales de

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Sevilla. "El azúcar se hace sin haber maestro, ni ingenio, ni trapiche", decía,
con tal motivo, el fundador de la Asunción, Juan de Salazar. La falta de
maquinarias y personas competentes para la industria dificultó bastante su
desarrollo hasta la llegada de Juan de Garay, quien trajo consigo del Perú "el
primer maestro de hacer azúcar", dando ocasión a un sensible progreso en la
producción de miel, azúcar y dulce, que comenzaron a ser objeto de
exportación.
La introducción de la vid, y su cultivo, que se inició con éxito, dieron
asimismo nacimiento a otra de las industrias más antiguas de la provincia. El
vino que se producía en los primeros tiempos fue, según parece, de excelente
calidad. "Dáse todo viñedo y se coje mucho y buen vino", dice López de
Velasco en su "Geografía y Descripción Universal de las Indias" de 1571. Y
Martín de Orué escribía al rey en 1573 que la cosecha alcanzaba ese año a
más de 6.000 arrobas, agregando que el "vino es bueno y cada día va en
alzamiento". En 1602 existían en el espacio de seis leguas alrededor de
Asunción, 127 viñedos con 1.778.000 cepas.
El vino procedente del Paraguay tenía en Buenos Aires, todavía en 1620, un
precio superior al que se introducía de Chile y Córdoba. Y ese mismo
producto, así como otros no menos apreciados, se exportaba a las
poblaciones del interior. Santa Fe era el punto intermedio del comercio
asunceno con las ciudades del occidente; "es puerto de muchas mercaderías,
escribía el tesorero Montalvo, que vienen de la gobernación de Tucumán para
subir de allí a la ciudad de Asunción y de allí bajan otros muchos a Santa Fe
de azúcares y confituras y diacitriones y diversidad de conservas y vinos y
otras cosas por los llevar a la gobernación de Tucumán y al Perú". A los pocos
días de fundada Buenos Aires (la segunda, la de Garay) despachábanse
también para España en una carabela una buena partida de productos
análogos, procedentes de Asunción".
Vemos, pues, cómo en el siglo XVI la producción paraguaya había llegado
ya a rebasar los límites de las necesidades locales. Tanto los frutos
vernáculos, como los de procedencia foránea, firmemente adaptados, daban
resultadas espléndidos y abundante cosecha.
De esta manera, mientras el suelo, el clima y otros factores influían
decididamente sobre los destinos materiales de la colonia, dotándola de los
elementos económicos necesarios para su desarrollo, el medio iba marcando,
en líneas psicológicas precisas, las costumbres y las peculiaridades simples
que habrían de manifestarse en el alma nacional.
EL folklore, o ciencia de las tradiciones y costumbres del pueblo, es, sin
duda, utilísimo instrumento para conocer las expresiones más auténticas del
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alma popular. Bastaría referirnos siquiera someramente al folklore paraguayo,


para tener una idea de las costumbres y tradiciones que fueron surgiendo en
el Paraguay colonial, como natural consecuencia de la aleación racial y
consubstanciación espiritual de las razas indígena e hispana. Pues el
conquistador español – al revés del inglés de Virginia, que despreciaba las
razas inferiores –, fue hacia la india. "Ocho siglos de convivencia con el árabe
– dice Ricardo Rojas – le habían familiarizado, a pesar de la intolerancia
oficial, con infieles de carne morena. Era hombre sin prejuicios de raza para el
amor; mestizo acaso él mismo, de moro, de gitano, de judío". En el Paraguay,
a la sombra amable de los arazaes (guayabos) se unieron el español y la
india, y nació el mestizo. Y de progenitores españoles residentes en estas
tierras, nació el criollo. Así se fue formando la sociedad paraguaya.
La comunicación, la imitación desenvuelta, la tolerancia y la alianza son –
nos dice Franklin E. Giddings – las actividades esenciales de la asociación.
Como también, según sus propias palabras, "el mutuo auxilio es el
fundamento de la organización económica y de la alianza política. La
asociación no es perfecta, sin embargo, sino cuando es agradable y simpática.
En los juegos de la infancia es donde la simpatía social, el sentido social y el
hábito social se desenvuelven. Más tarde, las fiestas periódicas y las
diversiones más o menos preparadas, llegan a ser importantes medios
auxiliares de la educación social. Los placeres sociales han sido un factor
capital en la evolución de las comunidades del Oeste en Estados Unidos. La
recolección del trigo, la corta de las maderas, la construcción de cabañas, la
recolección del azúcar y demás operaciones análogas, iban acompañadas de
escenas de diversión alegres y bulliciosas, a las que acudía toda la vecindad,
pues nadie podía negarse cuando se veía solicitado. Las gentes tenían que
afrontar el peligro y las fatigas sin cesar, y resultaba para todos agradable
disfrutar, por un momento, de los placeres que siempre habrán de ser caros a
toda raza fuerte, simple y primitiva".
Como si fuesen calcados sobre tales fundamentos, en el Paraguay se fueron
formando durante el tutelaje hispano, a través de los siglos, idénticos modos
de acercamiento, compenetración y cooperación. Y tan persistentes eran esas
costumbres, que aún subsisten en el campesinado paraguayo.
Así tenemos, por ejemplo, la faena conocida con el nombre de "tarea".
Según añejas usanzas, el dueño de un trapiche invita a los vecinos. Todos
concurren al llamado y prestan su concurso gratuito en las labores de la
fabricación de la miel. Pero, simultáneamente, se van realizando festejos,
consistentes en comidas, mosto, música y baile. Se establecen turnos;
mientras los unos trabajan los otros se divierten, y viceversa. La "tarea" suele

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durar una, dos o tres semanas, según sea la cantidad de caña de azúcar que
se ha cosechado. Terminada la "tarea", pasan a otro rancho donde también
haya un trapiche, y allí prosiguen la labor colectiva y el general regocijo.
Ese espíritu cooperativista se manifiesta en todos los trabajos de la tierra.
J. Rodolfo Bordón anota lo que sigue:
"Los vecinos se unen aún hoy mismo, se dan la mano en todo, empezando
desde la construcción de las viviendas en que se ayudan mutuamente. Para la
labranza de la tierra, los más pudientes prestan bueyes y arados a los más
pobres y, alternativamente, se ayudan en la carpida o en la cosecha, lo
mismo que en la molienda de mandioca para la fabricación del almidón. Lo
mismo ocurre en las "yerras" o marcaciones de animales. Las tierras de labor
de diferentes vecinos están cercadas, generalmente, en común, con un
alambrado colectivo, de cuya conservación todos cuidan. En los alrededores
de algunos pueblos existen todavía los antiguos campos comunales (ejidos).
Hasta en la construcción de las iglesias la obra es común, colectiva, en
contribuciones y trabajos. Yo recuerdo todavía, cuando niño, en mi pueblo
natal, Villa Rica, los toques de campana pidiendo agua para llenar
permanentemente el gran aljibe que servía en la construcción del templo".
Grandes fueron, sin duda, aquellos días iniciales. Millares de ganados
pastaban en los campos de uso común. El trigo, cuyo cultivo se había
generalizado, proveía a las necesidades de la población. El vino paraguayo, de
excelente calidad, se exportaba a Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán y Perú. Y
apoyada en el fuerte espíritu de cooperación que presidía todas las labores
del agro, la colonia progresaba incesantemente.

Capítulo VII
BANDEIRANTES Y DIPLOMÁTICOS ENSANCHAN EL MAPA

Los jesuitas en el Amazonas, los ganaderos en Bahía y los bandeirantes


desde San Paulo hasta Goyaz y Matto Grosso, desempeñaron un gran papel
en la formación del vasto territorio del Brasil.
Los "bandeirantes" eran exploradores y aventureros portugueses y
mestizos lusitano-tupíes que se dirigían al interior del país, primero como
cazadores de esclavos y, más tarde, como cazadores de esmeralda y oro.
Iban a través de la floresta con grandes banderas desplegadas al viento. De
ahí el nombre de bandeirantes. Vestían bombachas como los turcos o
mamelucos. Por eso los españoles los designaban despectivamente con este
último apelativo.

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Sus "bandeiras" o expediciones, a través de ríos, selvas y montañas, eran


verdaderas "razzias". Gente sin fe y sin ley, atropellaban a sangre y fuego las
aldeas, destruyendo, matando y arreando – atados en largas cadenas – a los
indios guaraníes, que eran obligados a trabajar como esclavos en las
"fazendas" (estancias) del litoral.
Los "sertoes" (desiertos de vegetación enmarañada) eran el escenario de
estos corsarios de la selva. "Malocas" eran los ranchos de los indios tupíes,
pero llamábase también "malocas" a los terribles asaltos de los bandeirantes.
San Paulo era la puerta del "hinterland". De allí partieron los
expedicionarios que destruyeron las 13 reducciones jesuíticas existentes en el
Paraguay transparanense. De allí partieron también los destructores de las
tres ciudades del Guairá: Villa Rica del Espíritu Santo, Ciudad Real y Santiago
de Xerez. De su paso, los bandeirantes no dejaron otro rastro que las ruinas,
identificadas cien años después.
El elemento de terror fue – según Calogeras – "preparativo inconsciente de
la extensión de la tierra civilizada. Fue la historia local, de que da testimonio
la "debateable land" entre Inglaterra y Escocia, en los días del reino
independiente de los Bruce y los Stuarts. Fue la historia del "far-west"
norteamericano... Es nuestra historia contemporánea, en las zonas aún
desiertas y apetecidas del país, como el Acre y el Purús".
Las expediciones de los bandeirantes generalmente eran particulares, pero
a veces estaban secretamente dirigidas por las autoridades portuguesas. Al
objetivo económico, se unía un fin político. Más tarde, como vamos a ver, la
obra anónima de los "pioneers" será consagrada por la diplomacia. Así el
Brasil llega a alcanzar sus límites actuales.
"El bandeirante – dice Pedro Calmón – dilató sus dominios, como los
pueblos europeos lo hacían en otros climas del continente. Portugal – perdida
la esperanza del Oriente y considerando al Brasil como su mejor patrimonio –
supo consolidar la expansión de los paulistas y cimentar sus
"descubrimientos", dándoles una base diplomática que construyó durante cien
años".
Los abusos de los bandeirantes paulistas llegaron a extremos increíbles,
debido a que un Gobernador del Paraguay, Luis de Céspedes Xeria, era aliado
de ellos y lucraba grandemente con sus negocios "Estaba casado – dice
Gandía – con una portuguesa, la cual tenía un ingenio en que trabajaban
miles de indios. Además había llegado a Asunción por el camino del Brasil, el
mismo que hacían los bandeirantes, y éstos habían acompañado poco
después a su mujer hasta el Guairá y la misma Asunción. Había, pues, entre
el Gobernador y los bandeirantes lazos de amistad e interés muy grandes,
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todo lo cual redundaba en perjuicio de los jesuitas y de las misiones, pues


para favorecer a los portugueses y conseguir indios para el ingenio de su
mujer, el Gobernador del Paraguay desoía las continuas reclamaciones de los
misioneros, daba amplia libertad a los bandeirantes y les permitía que
robasen y matasen todo lo que quisiesen".
En Villa Rica del Espíritu Santo se hizo levantar en 1631 una minuciosa
información, para dejar constancia de los daños causados por los
bandeirantes y de la complicidad del Gobernador Céspedes Xeria, quien
obligaba a los indios "a la saca de la yerba de Mbaracayú en que tantos
mueren".
El jesuita Padre Benavides declaró que, llegado a Villa Rica en 1629 el
Gobernador Céspedes Xeria, éste la refirió que los portugueses que andaban
por la selva eran unos ochocientos, que a él la habían acompañado por todo
el camino y que se había hecho amigo de sus capitanes. En vez de
reprenderlos por sus desmanes, los defendió en todo lo que pudo y cierta vez
le dijo al Padre Benavides, "con indecible cólera y gritería", que repitiese a los
demás jesuitas que se fuesen y "dejasen con los diablos llevar a los indios".
Otra vez le preguntó "por qué los Padres no dejaban a los pobres – es decir, a
los bandeirantes – buscar su vida". Con gran escándalo, el Padre Benavides
terminaba su declaración diciendo que el Gobernador había ordenado a su
teniente y a las justicias de Ciudad Real que diesen toda su ayuda a los
portugueses y especialmente al cabecilla Andrés Fernandes.
El Padre Maceta cuenta que el Gobernador Céspedes Xeria envió a su
ingenio de Río de Janeiro más de dos mil indios e impuso seis meses de mita
para recolectar la yerba mate, trabajo pesadísimo en el cual morían los
hombres por centenares.
Y el Padre Arnote declaró que las pocas veces que los jesuitas se atrevieron
con sus indios a combatir a los bandeirantes y ponerlos en fuga, el
gobernador se enojó sobremanera. Agregaba que la reducción de San Xavier,
en la que era vicario, fue cercada por los bandeirantes el 22 de Febrero de
1631. Los asaltantes levantaron la palizada y comenzaron a recorrer las
chácaras, arrastrando a todos los indios que encontraban. Un sábado,
"después de mediodía", los bandeirantes entraron en el pueblo con sus turbas
tupíes y empezaron a llevarse los indios reducidos. Los iban a sacar de la
iglesia, de sus casas y hasta de entre los brazos de los jesuitas, pues los
pobres se abrazaban a ellos para que no los robasen.
En pocos años, la república teocrática de los ignacianos desapareció de las
tierras desoladas por los bandeirantes, alejándose hacia el sudoeste, hacia las
tierras del Tebicuary, Paraná, Uruguay e Ybycuí.
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Uno de los más audaces bandeirantes fue Antonio Raposo Tavares. Al


frente de 900 bandeirantes y 2.200 indios, armados de escopetas, espadas,
rodelas, machetes y mucha munición de balas y pólvora, partió de San Paulo
en 1628, dejando apenas 25 hombres que pudiesen tomar armas. En otra
expedición, realizada en 1648, bajó por el Paraná hasta Ivinheima, cruzó el
norte del Paraguay y llegó hasta escalar los Andes, en el Perú. Regresó por el
Guaporé, Mamoré, Madeira y Amazonas, tan desfigurado que los propios
parientes no le reconocieron.
Otro osado bandeirante fue Francisco Pedroso Xavier. En 1676 apoderóse
de Villa Rica del Espíritu Santo, la cual, a causa de las depredaciones
paulistas, había sido trasladada del Guairá y distaba apenas 80 leguas de
Asunción. Pedroso despachó en seguida a uno de sus lugartenientes a
apoderarse de Ypané y Guarambaré, situados a 80 leguas escasas de la
capital. Los primeros fugitivos llegaron a Asunción con la noticia. El Cabildo,
reunido apresuradamente, resolvió organizar una expedición de socorro a
Villa Rica, y confió el comando al ex Gobernador Juan Diez de Andino. Éste
inició la marcha, pero como los bandeirantes habían emprendido el regreso,
los dos ejércitos se encontraron en el Amambay. Los españoles realizaron
varios asaltos sobre las posiciones portuguesas sin resultado alguno. Al día
siguiente, fueron los bandeirantes quienes atacaron, pero también
infructuosamente. Por fin, los intrusos se retiraron, sin ser perseguidos por
Diez de Andino. El Gobernador Felipe Rexe Corbalán no aprobó la falta de
energía de este último.
Portugal quedó bajo la jurisdicción de la Corona española desde 1580 hasta
1640. "En 1578 – cuenta Calmón – el Rey don Sebastián, con todo el ejército
portugués, pereció en los campos de Alcacer-Quibir, en una desastrosa
expedición contra los moros, que puede calificarse de "última cruzada". Sin
herederos directos, dejó el trono a merced del Rey de España, Felipe II, nieto,
por su madre, de don Manuel "el Venturoso". El poderoso monarca venció por
el soborno, en Tomar, y por las armas, en Alcántara, al pretendiente
portugués, don Antonio, prior del Crato, y ciñó la corona lusitana. Durante
sesenta años, Portugal y España estuvieron unidas en la persona de un
soberano común: Felipe II (1580-1598), Felipe III (1598-1618) y Pelipe IV
(1618-1640). Para el Brasil, lejos de ser funesta, fue grandemente ventajosa
la desventura de la madre patria: los españoles pasaron a ser de enemigos,
aliados, y los paulistas entraron en sus tierras, ya que las fronteras – el
meridiano de Tordesillas – habían desaparecido junto con la independencia
portuguesa". Rota la unión en 1640, arreciaron las malocas paulistas sobre
las posesiones españolas.

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El Uruguay era para Buenos Aires una gran estancia. Portugal decide
aprovechar para sí la enorme riqueza. Con ese objeto, Manuel Lobo,
cumpliendo órdenes de la Corte de Lisboa, funda en 1680 la Colonia do
Sacramento, en la costa frontera a Buenos Aires. Los portugueses burlaban
así, una vez más, el compromiso de Tordesillas. Apenas instalados,
emprenden la venta de cueros en gran escala, comerciando libremente con
ingleses y holandeses, quienes debido al monopolio español encontraban
siempre cerrados los mercados de América. Partidas de aventureros,
bandoleros e indígenas recorren toda la comarca, arreando y cuereando
ganado, que venden o contrabandean en la costa. El comercio portugués de
cueros en la Colonia do Sacramento toma tal importancia, que el gobierno
español de Buenos Aires resuelve ocupar la región y fundar poblaciones en
ella.
El Gobernador de Buenos Aires, José de Garro, cumpliendo instrucciones de
Madrid, envió al Maestre de Campo Antonio de Vera Muxica con fuerzas
suficientes para arrasar la Colonia do Sacramento. En la refriega, fue tomado
prisionero Manuel Lobo. Al saberse en Lisboa la pérdida de Colonia, ordenóse
de inmediato la concentración de tropas en la frontera con Castilla. El
gobierno español, en su eterna tragedia financiera, no estaba en condiciones
de afrontar la lucha. La tales dificultades, el único recurso que restaba era dar
satisfacciones a Portugal. El Embajador español en Lisboa diólas en forma
amplia.
Por el tratado de 1681, firmado poco después, España se comprometía a
punir al Gobernador de Buenos Aires, a restituir las armas, municiones y
pertrechos tomados en Colonia y a reinstalar a los portugueses expulsados. El
uso del territorio para cortar leña, pastar ganado, cazar, pescar, etcétera, en
vez de ser atributo de soberanía, pasaba a ser consentido por el invasor, el
cual, a su turno, se abstendría de molestar a los indios y a los vecinos de la
otra corona. Finalmente, se resolvía postergar la investigación de la línea de
Tordesillas. Nuevas comisiones de cosmógrafos se reunirían para decidir si
Colonia quedaba al occidente o al oriente del límite citado.
La obra de los bandeirantes iba dando, pues, sus primeros frutos a
Portugal.
En 1750, este último obtuvo un rotundo triunfo diplomático sobre España. Y
ese triunfo fue obra de un brasileño. Alejandro de Gusmão, nacido en Santos,
había ido a estudiar a Europa, doctorándose en leyes en la Universidad de
Coimbra. Nombrado Secretario de Juan VI, después de haber actuado en
París y en Roma, fue Gusmão quien redactó el proyecto y obtuvo que España
firmara el tratado del 13 de Enero de 1750.

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Este convenio legalizaba todas las usurpaciones paulistas, reconociendo los


terrenos ocupados por éstos como pertenecientes a Portugal.
En dicho tratado se consideró, por primera vez, la fórmula uti possidetis, ita
possideatis (como poseéis, así poseáis), como norma reguladora de las
disputas fronterizas.
El tratado de Tordesillas – que regía nominalmente desde hacía más de dos
siglos y medio – quedaba archivado. Los ocupantes no serían detenidos por
diplomas ni pergaminos quinientistas. Regiría el principio de la posesión,
basado en la capacidad para el dominio eficaz y población efectiva de las
nuevas regiones.
Los bandeirantes habían desbrozado el camino de la diplomacia. Y ésta
venía ahora a respaldar, a vigorizar, a consolidar la obra de aquéllos.
Veamos las principales estipulaciones del tratado de 1750. El Art. 4º
expresaba que "los confines del dominio de las dos monarquías principiarán
en la barra que forma en la costa del mar el arroyo que sale al pie del Monte
de los Castillos Grandes". El límite seguía luego por el río Ybycuí, afluente del
Uruguay.
El Art. 5º agregaba: "Subirá la línea divisoria desde la boca del Ybycuí por
las aguas del Uruguay hasta encontrar la del río Pepirí o Pequirí, que desagua
en el Uruguay por su ribera occidental, y continuará aguas arriba del Pepirí
hasta su origen principal, desde el cual seguirá, por lo más alto del terreno
hasta la cabecera principal del río más vecino que desemboca en el río
Grande de Curitiba, que por otro nombre llaman Yguazú. Por las aguas de
dicho río más vecino del origen del Pepirí y después por las del Yguazú o Río
Grande de Curitiba, continuará, la raya hasta donde el mismo Yguazú
desemboca en el Paraná por su ribera oriental, y desde esta boca seguirá
aguas arriba del Paraná hasta donde se la junta el río Ygurey por su margen
occidental".
El art. 6º decía: "Desde la boca del Ygurey continuará aguas arriba hasta
encontrar su origen principal, y desde él buscará en línea recta por lo más
alto del terreno la cabecera principal del río más vecino que desagüe en el
Paraguay por su ribera oriental, que tal vez será el que llaman Corrientes, y
bajará por las aguas de este río hasta su entrada en el Paraguay, desde cuya
boca subirá por el canal principal que deja el Paraguay en tiempo seco, y por
sus aguas hasta encontrar los pantanos que forma este río, llamados la
laguna de los Xarayes, y atravesando esta laguna hasta la boca del río Jaurú".
Los otros artículos se refieren a los confines del Perú, Ecuador, Nueva
Granada y Venezuela.

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Resumiendo, tenemos que el límite establecido era una línea que iba por el
arroyo que desemboca junto al Monte de los Castillos Grandes, y que seguía
por los ríos Ybycuí, Uruguay, Pepirí, San Antonio (que desemboca en el
Yguazú), Paraná, Ygurey, Corrientes y Paraguay hasta la boca del Jaurú.
(Véase Mapa al final).
Por este acuerdo, Portugal cedía a España la Colonia do Sacramento, a
cambio de las siete misiones jesuíticas situadas al norte del Ybycuí y al este
del Uruguay.
Este tratado, desastroso para España, fue objeto de unánime crítica en las
colonias españolas. Los jesuitas, por su parte, tampoco podían ver con agrado
este acuerdo, que los obligaba a abandonar sus tierras después de tantos
años de sacrificio. Y con el agravante de entregarlas a los odiados
bandeirantes. "¿Era a estos enemigos de más de tres generaciones – comenta
un autor – que ingenua o perversamente se entregaban, no la tierra y la
gente, sino la tierra sin la gente? La gente había de dejar sus iglesias que aún
hoy causan la admiración de los viajeros, sus labranzas, sus casas, sus
chácaras fertilizadas incansablemente en lucha secular, tenía que emigrar en
condiciones mucho peores que la primera vez, cuando huyeron de los
mamelucos, pues entonces al menos estaban acostumbrados a vivir del
monte y andaban ajenos a las comodidades de la cultura, y el éxodo debía
hacerse dentro de un año y sería de 30.000 almas, viejos, mujeres, criaturas,
700.000 cabezas de ganado. ¿Sabíase al menos para dónde?..."
Cuando los demarcadores hispano-lusitanos se dirigieron a Santa Tecla –
cuenta Nery da Fonseca –, se encontraron con el indio Sapé, alférez del
pueblo de San Miguel, a la cabeza de 600 indios. De la reclamación que hacía
el indio Sapé, resaltaba que "no había derecho para tirarles de aquellas
tierras que Dios y San Miguel les tenían dadas". Preguntándosele "¿por orden
de quién venían a embarazar el paso, y no daban cumplimiento a las órdenes
del rey?", respondió: "De orden del Padre Superior y de su Padre Cura".
Al estallar la sublevación de los indios misioneros, conocida con el nombre
de Guerra Guaranítica, aliáronse por un momento los dos vecinos adversarios
para combatir al enemigo común, que era el jesuita. Entre 1754 y 1756, dos
ejércitos, español y portugués, comandados por José de Andonaegui y Gomes
Freire de Andrada, destruyeron las reducciones guaraníes y ocuparon la
región. Caa-Ybaté fue el final de la contienda.
Los comisarios nombrados para la demarcación de la frontera meridional no
pudieron arribar a un acuerdo. Por otra parte, de todos lados seguían
llegando protestas contra el tratado de 1750. Finalmente, por el acuerdo de
1761, fue declarado caduco.
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La Colonia do Sacramento fue teatro durante 10 años de guerrillas,


escaramuzas y correrías. Ora tomada por Pedro de Ceballos, ora retomada
por los portugueses, o de nuevo en poder de Ceballos, la codiciada colonia fue
el punto neurálgico del choque de las dos dominaciones. El viajero que
recorre hoy las apacibles calles del barrio viejo de la ciudad uruguaya, en que
cada piedra es un recuerdo, evoca emocionado aquellos días álgidos y duros.
EL 1º de octubre de 1777, España y Portugal firmaron en San Ildefonso un
nuevo tratado por el que procuraban poner fin al litigio mantenido sobre sus
colonias de América. Por tal convenio, España recupera la Colonia do
Sacramento, sin compensación alguna para Portugal. Es decir, conserva las
siete misiones jesuíticas situadas al norte del Ybycuí y al este del Uruguay,
que cedía en el de 1750. Ahora, el límite no va por los ríos Ybycuí y Uruguay,
sino por la Cordillera de los indios Tapes. El nuevo acuerdo es, pues, muy
ventajoso comparado con el de 1750. (Véase Mapa al final).
En cuanto a los otros límites, desde el Pepirí hasta la boca del Jaurú, eran
los mismos que los establecidos en el tratado de 1750.
Refiriéndose a los ríos Ygurey y Corrientec, dice Báez: "Despréndese de
dichos artículos que la intención del Ministro de Estado español, Conde de
Floridablanca, consistía en señalar como divisoria, al norte del Paraguay dos
ríos concurrentes en sus cabecearas, de los cuales el uno vierta sus aguas en
el Alto Paraná y el otro en el Alto Paraguay".
Ahora bien, ¿cuál eran esos dos ríos, concurrentes en sus cabeceras? El
desconocimiento que se tenía de la geografía americana eran tan grande, que
todo se hacía a base de suposiciones, hasta el punto de expresarse en
solemnes tratados que cierto río "tal vez será el que llaman" de tal modo. Y
ese desconocimiento de la geografía fue la causa de las innumerables
cuestiones de límites que surgieron entre todos los Estados americanos
después de la independencia.
Las discusiones comenzaron durante el coloniaje. Así mientras los
españoles afirmaban que Ygurey era el Ivinheima, los portugueses decían que
lo era el Igatimí. Y mientras los primeros sostenían que Corrientes era el
Blanco, los segundos aseguraban que lo era el Jejuí, el Ypané o el Apa. Los
cosmógrafos y cartógrafos que enviaron España y Portugal nunca llegaron a
un acuerdo sobre los límites fijados en el tratado.
El tratado de San Ildefonso constituyó la cuarta desmembración que sufrió
el Paraguay durante el coloniaje.
Por él perdió el vasto y rico territorio de Matto Grosso. De las otras tres
desmembraciones iremos ocupándonos oportunamente.

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Al año siguiente, esto es, en 1778, firmóso entre las dos coronas el tratado
de El Pardo, de carácter preponderantemente comercial. Entre otras
cláusulas, establecía que Santa Catalina podía ser escala para
reabastecimiento de las naves españolas. La regla comercial a observar, sería
la de nación más favorecida. Desaparecía el contrato del tráfico de esclavos.
El tabaco consumido en las islas y costas africanas sería el del Brasil.
Con el transcurso del tiempo, los bandeirantes, cazadores de esclavos, se
convirtieron en cazadores de esmeralda y oro. En sus correrías llegaron hasta
Matto Grosso – que por el tratado de Tordesillas pertenecía a España – y allí
fundaron Cuyabá, San Francisco Xavier, Villa Bella, Coimbra, Albuquerque y
Corumbá. El tratado de San Ildefonso venía a legalizar parcialmente esas
usurpaciones.
Los portugueses, deseosos de adueñarse de más tierras del Paraguay,
hasta el río Ypané, fundaron en 1767, dirigidos por el Mayor Juan Martins
Ramos, el fuerte de Igatimí, a 30 leguas de Curuguaty. Esto les daba la llave
de la sierra de Mbaracayú y les abría una puerta de entrada hacia Asunción.
Pero, en 1777, el Gobernador del Paraguay, Agustín Fernando de Pinedo, los
desalojó de ese lugar. Un año antes, el mismo Gobernador había fundado
sobre el río Paraguay la Villa Real de la Concepción, a fin de contener la
invasión de los portugueses.
Con el mismo objeto, en 1792, el Gobernador Joaquín Alós encomendó al
Comandante Antonio Zabala y Delgadillo la fundación del Fuerte Borbón (hoy
Olimpo).
Y en 1801, enterado de la guerra que estalló en Europa entre España y
Portugal, el Gobernador Lázaro de Ribera dirigió personalmente una
expedición al Alto Paraguay con el propósito de desalojar a los portugueses
de Coimbra. La bien parapetada guarnición del fuerte rechazó el ataque
español.
En cuanto a las siete misiones jesuíticas a que nos hemos referido
anteriormente, al estallar el conflicto de 1801, fueron ocupadas de nuevo por
los portugueses. Un capitán de dragones, Francisco Barreto Pereira Pinto, al
frente de un grupo de jinetes gauchos, derrotó, en San Borja a las fuerzas
españolas. Desde entonces, esas tierras continuaron sin interrupción en poder
de Portugal, y luego del Brasil, su heredero.
La guerra de 1801 fue el último capítulo de la epopeya comenzada por los
bandeirantes en el siglo XVII.

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II PARTE
EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES

Capítulo I
SEGREGACION DE AMAZONAS Y DE CUYO

Hemos visto cuáles fueron los primitivos límites de la Provincia del


Paraguay o Río de la Plata, según la capitulación tomada con Don Pedro de
Mendoza el 21 de Mayo de 1534. Las capitulaciones de Alvar Núñez y de
Domingo de Irala, efectuadas posteriormente, se ajustaron a esos mismos
límites.
Averigüemos ahora si la capitulación tomada con el Adelantado Juan Ortiz
de Zárate el 10 de julio de 1569, confirma o no los límites de referencia.
"Os hacemos merced – dice el documento – de la gobernación del Río de la
Plata con el distrito y demarcación que su Majestad el Emperador la dio y
concedió al gobernador Don Pedro de Mendoza, y después de él a Alvar Núñez
Cabeza de Vaca y a Domingo de Irala..."
Esto pareciera dejar las cosas como estaban. Pero la capitulación agrega:
"...sin perjuicio de las otras gobernaciones que tenemos dadas a los capitanes
Serpa y Silva".
Hay que tener en cuenta que las fronteras de las posesiones españolas en
América eran trazarlas, muchas veces, arbitrariamente, por la voluntad de los
monarcas, en Cédulas Reales que las delimitaban con mayor o menor
perfección.
La gobernación del Capitán Diego Hernández de Serpa eran las Guayanas,
y la del Capitán Pedro Malaver de Silva era Venezuela.
Estas dos gobernaciones fueron creadas con posterioridad a la de Mendoza.
El límite meridional de ambas pasaba más al sur del Amazonas, en el paralelo
6º 20' de latitud austral. El Paraguay no se extendía ya, por tanto, hasta la
línea del Ecuador, situada al norte del Amazonas. Por eso la capitulación de
Ortiz de Zárate, respetando lo adjudicado a Serpa y Silva, segregaba del
Paraguay la cuenca del Amazonas, desde la línea del Ecuador hasta el
paralelo citado. (Véase Mapa al final).
Por otra parte, al crearse la gobernación de Chile – posterior también a la
de Mendoza – se la dio cien leguas de ancho desde la costa del océano
Pacífico hacia el este. Con esto, la región de Cuyo – actuales provincias
argentinas de San Juan, Mendoza y San Luis –, que pertenecía a la Provincia
del Paraguay, pasó a poder de Chile.
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Buenos Aires aún no existía. Pero, con el correr de los años, bajo su
jurisdicción iría a parar la región cuyana. En cuanto a la hoya amazónica,
pasaría en definitiva a manos del Brasil.
La capitulación de Ortiz de Zárate, al no incluir los territorios de Amazonas
y Cuyo, constituyó la segunda desmembración que sufrió el Paraguay durante
el coloniaje.

Capítulo II
SEMBRANDO CIUDADES A LOS CUATRO VIENTOS

En el estadio de la historia de Indias, Asunción comenzó por ser una villa


aglutinante que atrajo a sí todos los pequeños núcleos existentes en el Río la
Plata. A los colonos que con Salazar la fundaron en 1537, agregáronse en
1539 los que trajo Ruiz Galán de Corpus Christi, en 1541 los que despoblaron
Buenos Aires por orden de Irala y en 1542 los que con Alvar Núñez viajaron a
través de las tupidas selvas del Brasil.
Bien pronto, sin embargo, esa corriente centrípeta varió de dirección. Ya en
tiempos de Irala, este Gobernador envió, en 1554, al Capitán García
Rodríguez de Vergara a fundar Ontiveros, en la costa oriental del Paraná, una
legua más al norte del salto del Guairá. Poco después, en 1556, Ruy Díaz de
Melgarejo trasladaba dicha población a tres leguas más al norte,
rebautizándola con el nombre de Ciudad Real.
Durante el gobierno de Gonzalo de Mendoza, partiendo de Asunción al
frente de numeroso contingente, Nufrio de Chaves remontó el Alto Paraguay,
cruzó el Chaco y fundó Nueva Asunción en 1559 y Santa Cruz de la Sierra en
1561.
Siendo gobernador Felipe de Cáceres, se lanzó Ruy Díaz de Melgarejo, en
1570, a fundar Villa Rica del Espíritu Santo. La fundación se realizó – como
documentalmente ha demostrado Ramón I. Cardozo – a sesenta leguas más
al este del salto del Guairá, en la región de los bosques vírgenes de Cuarajhy-
verá [Kuarajy vera] (resplandor del sol), donde los indígenas aseguraban que
existían ricas minas de oro y plata. De ahí que la bautizaran con un nombre
lleno de promesas y esperanzas: Villa Rica. Desde esa altura se veía el mar
lejano, al que llamaban Mbaé-verá-guazú [Mba'e vera guasu] (cosa grande
resplandeciente). Acosada constantemente por los bandeirantes paulistas,
Villa Rica tuvo que trasladarse cinco veces para no desaparecer. Por eso es
llamada la ciudad andariega. Trasladóse a treinta leguas más al este, luego a
Curuguaty, después a Itapé, seguidamente a Espinillo y por fin al paraje de

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Ybytyrusu donde está actualmente enclavada, a treinta y cinco leguas al


sudeste de Asunción (1).
Era gobernador Martín Suárez de Toledo, cuando salieron en 1573 de
Asunción, con Juan de Garay a la cabeza, 9 españoles y 75 "mancebos de la
tierra", o sea jóvenes mestizos paraguayos, para ir a fundar Santa Fe.
El gobierno de Juan de Garay (1578-1583) caracterizóse por el fuerte
impulso expansionista que imprimió a la colonia. Después de haber
reconocido personalmente la zona oriental del Alto Paraguay, envió a Ruy
Díaz de Guzmán – primer historiador paraguayo de la conquista – a fundar
Santiago de Xerez en 1579, en la margen derecha del Mbotetey. (Aún hoy, a
tanto tiempo de la desaparición de aquella villa, se escucha decir a los
paraguayos del norte: "Aha Jere-ñúpe", o sea "Voy a los campos de Jerez").
A Juan Ortiz de Zárate se le ordenaba en la capitulación, fundar "tres
pueblos de españoles allende de los que están agora poblados, los cuales
haréis entre el distrito de la ciudad de La Plata y la ciudad de Asunción, donde
más convenga". La zona que se extiende entre las ciudades de la Plata y
Asunción es el Chaco. Garay, sucesor de Ortiz de Zárate, quiso dar
cumplimiento a esa resolución. Con tal objeto, envió en 1579 a Adame de
Olabarriaga a reconocer la costa del Pilcomayo para fundar una ciudad en el
Chaco. Debido a lo anegadizo del terreno tuvo que abandonarse el proyecto
por entonces. Seis años después se realizó el propósito, con la fundación de
Concepción del Bermejo.
Hacía casi cuarenta años que la ciudad de Buenos Aires había desaparecido.
Incendiados los últimos ranchos, avanzó el pasto y, cubriendo las cenizas, la
borró del mapa. Ante la vista sólo se extendía de nuevo la pampa infinita.
Fue de Asunción que saldrían los fundadores de la segunda Buenos Aires. El
Gobernador Juan de Garay decidió establecer en el Río de la Plata un puerto
para unir España a Asunción y al Perú. Se realizó, pues, la ceremonia de
levantar un estandarte, tocar trompeta y tambor, y con voz de pregonero
llamar a todos los habitantes de Asunción que quisiesen tomar parte en la
jornada. Se alistaron 10 españoles y 56 "nacidos en la tierra", es decir,
mestizos paraguayos. Partieron de Asunción acompañados de sus familiares,
sus ganados, sus semillas, sus instrumentos de labranza y sus esperanzas.
Garay y sus heroicos compañeros "realizaron – dice un escritor – una hazaña
que hoy se pierde en el murmullo de los autos y entre las cumbres de los
rascacielos".
Algunos de los expedicionarios salieron por tierra, arreando 500 vacas.
Años después, el Gobernador del Paraguay, Hernandarias de Saavedra,
dispone que 100 vacas sean enviadas de Buenos Aires al Uruguay. Dichos
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animales fueron desembarcados en el paraje que, desde entonces, se llama


de las Vacas. Así fue como el Paraguay introdujo en la Argentina y en el
Uruguay el primer ganado vacuno, que ahora puebla en millones las pampas
y las cuchillas.
La fundación se realizó el 11 de junio de 1580. El sitio elegido fue la actual
Plaza de Mayo. "Todo se efectúa tranquilamente – dice Larreta –. Se acabó la
epopeya. Uno es el que mata la fiera, otro el que adereza la piel y aforra el
capisayo. No hay por qué omitir la ceremonia de una nueva fundación. Garay
corta hierbas y tira cuchilladas, como lo prescribe la antigua costumbre. El
escribano ahueca la voz. El buen vizcaíno sonríe para sus adentros. Buenos
Aires quedaba fundada definitivamente. Cabildo, rollo, cruz; y su plano, en
pergamino de cuero. Como el suelo era llano, sin el menor accidente, no
había por qué meterse en gambetas. Se trazaron de norte a sur, "leste
ueste", calles perpendiculares. Damero honrado, franco". La planta urbana
comprendía 16 cuadras de frente sobre el río por 9 de fondo. Destináronse
seis manzanas al Fuerte, Plaza Mayor, tres conventos y un hospital; el resto a
las casas y chácaras de los pobladores. Más tarde, repartió otras tierras entre
los colonos, desde la ciudad hasta San Fernando, San Isidro y Tigre.
Al año siguiente, fue Juan de Garay quien, acompañado de treinta
soldados, realizó la primera incursión por tierras australes. Partiendo de
Buenos Aires, marchaba – según lo cuenta él mismo – "unas veces a la vista
de la costa, otras metiéndome cinco o seis leguas por la tierra adentro". Así
fue a dar a más de sesenta leguas de Buenos Aires, "que si hubiera de ir por
el mar entiendo que fueran noventa, porque hace una gran ensenada". Al
llegar a las playas de Mar del Plata actual, la costa atrajo su atención por su
belleza. "Es muy galana y va corriendo una loma llana de campiña sobre la
mar". El término de la excursión fue una punta, probablemente donde
levántase hoy, acariciada por los médanos, el faro de Punta Mogotes.
Los sucesores de Garay prosiguieron la obra colonizadora. Juan Torres
Navarrete envió en 1585 a Alonso de Vera y Aragón a fundar Concepción del
Bermejo, cerca de las orillas de este último. La fundación se hizo en un lugar
en que había "mucha leña e pesquería e caza e pasto". Los fundadores
llevaron de Asunción 100 bueyes y 300 vacas. Y Juan Torres de Vera y
Aragón – el último adelantado – envió en 1587 a Alonso de Vera a fundar San
Juan de Vera de las Siete Corrientes. Los pobladores llevaban consigo 1500
vacas y 1500 caballos.
De Asunción irradió – durante todo el siglo XVI – el movimiento centrífugo.
De ella partieron españoles y mestizos paraguayos a sembrar ciudades a los
cuatro vientos. Germinación de este magno esfuerzo fueron Buenos Aires,

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Santa Fe, Corrientes, Villa Rica, Santa Cruz de la Sierra y otro tantos núcleos
de civilización. Brillante fue, sin duda, el origen del Paraguay. Pero Asunción,
la ciudad madre y fundadora, que aportó los elementos y los medios
económicos para su mantenimiento, quedó anémica, desangrada. "Como el
pelícano de la fábula – dice Domínguez – se desgarró las entrañas, para
alimentar a sus hijos".

Capítulo III
LA PERDIDA DEL LITORAL ATLANTICO

Por el año 1555, llegaba a las costas cálidas y brillantes del Brasil la
expedición en que venían Juan de Salazar, los hermanos Goes y otros varios
hidalgos españoles y portugueses. Entre ellos venían también el Capitán
Hernando de Trejo y doña María de Sanabria.
Estos últimos contrajeron enlace a poco de llegar. En San Francisco,
ubicada en la costa brasileña que pertenecía a la Corona de España y formaba
parte de la Provincia del Paraguay, tuvieron un niño, el más tarde Fray doctor
Hernando de Trejo y Sanabria, que en 1613 fundara en Córdoba la primera
Universidad del Río de la Plata.
Don Hernando, militar y hombre poco hecho para la quietud, no se hallaba
a gusto en aquellas soledades. Resuelto a buscar nuevos horizontes,
emprende, acompañado de su familia, el camino de Asunción.
Aquí transcurrió la niñez de Trejo y Sanabria. Cuando cumplió 15 años, su
madre pensó que convendría hacerle ampliar sus estudios. Por entonces
llegaron hasta ella noticias del Colegio Franciscano de Lima. Allá iría, pues, a
estudiar el muchacho. El viaje se realizó en menos tiempo que el esperado.
Pasan los años, y el recuerdo del mozo se hace cada vez más difuso entre los
vecinos. Mientras tanto, el joven Hernando vela en Lima. Cumplidos los 23
años, recibía su título de Doctor en Sagrada Teología. Se le encomienda poco
después la dura misión de catequizar a los indios del Perú y de Tucumán. El
19 de junio de 1589 echan a repicar las campanas, más de seiscientos
habitantes toman el camino de Tucumbú para recibirlo y Trejo y Sanabria
entra triunfante en Asunción. En 1592, Felipe II lo nombra obispo de
Tucumán. En 1600 funda en Córdoba un seminario con el nombre de
Convictorio de San Francisco Xavier. Dicho establecimiento es declarado, diez
años más tarde, Colegio Máximo Jesuítico. Trejo y Sanabria hace un
verdadero apostolado de la enseñanza. En 1613 dona por escritura pública
todos sus bienes muebles y raíces y sus rentas al citado colegio, que más
tarde adquiere el carácter de Universidad. Así levantó un monumento al
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Derecho y a la libertad en América. Y hoy se levanta la figura del ilustre


criollo paraguayo, envuelta en su tosco sayal franciscano, fundida en bronce y
sobre base de granito, en el centro del patio de la Universidad de Córdoba.
Fallecido el capitán Hernando de Trejo, doña María de Sanabria contrajo
segundas nupcias con Martín Suárez de Toledo. Hijo de esta unión fue
Hernandarias de Saavedra, el primer criollo paraguayo que llegó a
Gobernador de la Provincia del Paraguay o Río de la Plata.
Desde que tuvo 15 años, Hernandarias de Saavedra acudió a conquistas,
correrías y poblaciones. Era uno de los mejores conocedores del país y uno de
los capitanes más experimentados. Infatigable para los viajes, era además
sumamente desinteresado. Fue un modelo de constancia y de honestidad.
Durante cuarenticinco años sirvió a Su Majestad "en esta provincia que es mi
patria". Fue cinco veces gobernador de su provincia. El Cabildo de Asunción lo
nombró Teniente de Gobernador en 1592, Juan Ramírez de Velasco lo designó
su Teniente de Gobernador en 1595, los habitantes de Asunción lo eligieron
popularmente Gobernador en 1598, el Rey lo nombró en tal carácter en 1601
y el mismo volvió a designarlo en 1614.
Hernandarias de Saavedra promulgó, en 1603, ordenanzas en defensa de
los indios, para que no sean vejados ni molestados. Entre otras disposiciones,
contenían las siguientes: "los muchachos hasta la edad de quince años y las
muchachas hasta de trece" debían ser libres de todo trabajo, lo mismo que
los viejos "que llegaran a sesenta años"; en ningún caso los indios debían
trabajar en los días de fiesta; la forma y el tiempo en que los indios debían
trabajar estaban rigurosamente establecidos; a los caciques se les debía
guardar sus preeminencias y no ocuparlos en ningún género de trabajos; los
encomenderos debían suministrar vestidos y alimentos a sus indios. Análogas
fueron las ordenanzas dictadas en 1611 por el Visitador Francisco de Alfaro. Y
para cumplirlas, designóse Protector de los Indios al propio Hernandarias de
Saavedra.
Se preocupó también grandemente de los criollos y mestizos. "Aunque los
españoles lo tachan – decía un peninsular – de que se inclina siempre a los
criollos y mestizos, es muy honrado caballero, aunque criollo". Arbitrando
medios para que los hijos de la tierra tuviesen estudio, fue el fundador en
1603 de las primeras escuelas en el Paraguay. Expresa en sus "Cartas y
Memoriales al Rey de España y al Consejo de Indias": "Di orden en la dicha
ciudad de la Asunción e hice se pusiesen a estudio en ella más de 30 hijos de
vecinos y más de otros 50 a oficios de los que andaban baldíos y perdidos e
hice se pusiesen a la escuela más cantidad de 150 muchachos". En 1604
fundó la Casa de Recogidas. "En la ciudad de la Asunción – escribe – están

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recogidas en casa de una virtuosa mujer, que se dice la Madre Francisca de


Bocanegra, más de sesenta mujeres solteras, pobres y huérfanas, hijas de
nobles padres que han servirlo mucho a Vuestra Majestad en esta provincia.
Muchas de éstas están allí por mi mandato y para el sustento dellas he
procurado favorecerles todo lo posible". En 1617, combatió la costumbre que
existía entre los mozos del campo de pasarse el día tomando "terere", pues
esto los hacía "viciosos, haraganes y abominables ".
Sugestionado con la fantástica Ciudad de los Césares, Hernandarias de
Saavedra resolvió organizar una expedición. Dicha leyenda geográfica tuvo su
origen en el viaje que el Capitán Francisco César hizo en tiempos de Gaboto
desde Sancti Spiritus hasta las pampas de San Luis, donde oyó hablar de la
ciudad del Cuzco y de las riquezas del Perú. Posteriormente la leyenda se
complicó, y supúsose que la misteriosa población quedaba al sur. El
gobernador criollo buscó hombres y elementos en Asunción, Corrientes, Santa
Fe y Buenos Aires; reunidos en ésta última, partieron en 1605, rumbo al sur,
130 españoles y criollos, 700 indios, 600 caballos, 600 bueyes y 76 carretas.
Después de internarse en la Patagonia, la expedición regresó sin haber
encontrado rastro alguno de la Ciudad de los Césares. Después, Hernandarias
de Saavedra realizó dos expediciones más; una a Entre Ríos y Uruguay en
1607 y otra a Corrientes en 1609.
Con el objeto de evangelizar a los indios, el diligente gobernador envió en
1609 misioneros jesuitas al Guairá, al Paraná, y al Uruguay.
Y – paradojas de la historia – durante la administración de este gran
gobernador, el Paraguay sufrió la más grave de sus desmembraciones.
Para comprender mejor la forma en que se produjo esa desmembración,
conviene estudiar antes cuáles eran los límites fijados entre Asunción y las
ciudades que de su seno surgieron.
A causa de la imprecisión de los términos de las respectivas ciudades, las
mismas encomiendas eran adjudicadas a dos o tres partes distintas, lo que
perjudicaba grandemente a Asunción, que hasta entonces había poseído esas
tierras. Por tal razón, en 1598 el Procurador de la ciudad, Diego de
Olabarrieta, solicitó del Gobernador Hernandarias de Saavedra la fijación
precisa de los límites de Asunción. "Esta cibdad – decía la solicitud – ha más
de sesenta años está poblada y de los cuarenta años a esta parte se han
poblado otros pueblos de españoles, emanados y procedidos de esta cibdad y
a mucha costa della, descarnándola como parece al presente pobre. E pues
como cabeza e primera e más antigua tomó por jurisdicción e distrito más de
cien leguas por todas partes... encomendando indios de repartimientos como

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aprehendiendo posesión e jurisdicción en dicho término..." Y terminaba


pidiendo se dé "a cada cibdad su término con citación de las cibdades".
El Gobernador Hernandarias de Saavedra dictó su resolución, señalando
"por término y jurisdicción de la ciudad de Vera de las Siete Corrientes a lo
tocante hacia esta ciudad... El Paraná arriba... desde aquella parte donde está
la dicha ciudad". La jurisdicción de Santiago de Xeres se fijó en la "loma de la
cordillera abajo hacia Mbaracayú, aguas vertientes hacia dicha ciudad de
Xerez, y por la parte de la cordillera arriba, tirando al norte, por la misma
orden vaya la misma lomada corriendo aguas vertientes a esta parte al río del
Paraguay". Como límite de Concepción del Bermejo señaló una línea que iba
por "el medio y la mitad de la tierra entre el río de Araguay (Pilcomayo) y el
de Bermejo" hasta "ocho leguas antes da llagar al río del Paraguay", donde
bajaba, siguiendo paralelamente al río, hasta doblar luego frente a la
confluencia con el Paraná. El acto gubernativo estableció así que los límites de
Asunción con Santiago de Xerez, Corrientes y Concepción del Bermejo eran la
cordillera de Mbaraeayú, el río Paraná y la línea que dividía en dos mitades la
mesopotamia existente entre los ríos Pilcomayo y Bermejo.
En 1607, viendo que las ciudades del Guairá – Santiago de Xerez, Villa Rica
y Ciudad Real – vivían en una incomunicación casi permanente,
completamente apartadas de las corrientes comerciales, Hernandarias de
Saavedra escribió al Rey significándole la conveniencia de segregarlas de la
provincia y formar con ellas un gobierno aparte. "Tendría por acertado – decía
– y creo irían en aumento, y los naturales serían mejor doctrinados, si
Vuestra Majestad los dividiese deste gobierno a éstos y a Xerez, a quien
tampoco van gobernador y obispo, por estar cien leguas adelante de la ciudad
de la Asunción y es pueblo que se pobló de la gente de aquella provincia del
Guairá". Habría que nombrarle gobernador, "para que teniendo dueño y quien
se duela della, sin cuidado désta, se pueda ensanchar y hacer una buena
gobernación".
Como pasaron algunos años sin que el proyecto se resolviera, en 1615 el
Procurador Manuel de Irías lo reiteró en la Corte. Los pobladores que bajaban
del Guairá a pedir justicia, decía Frías, tenían que atravesar "bosques y
montañas, cordilleras muy espesas, bañados y anegadizos", transportando
por ellos sus embarcaciones y mercaderías "a fuerza de brazos", para
continuar después por ríos de "furiosas corrientes", en que los tripulantes
debían bogar perpetuamente de pie, "al sol y al agua y de ninguna manera
sentados".
El Rey pidió informe al Virrey del Perú, Marqués de Montes Claros, quien lo
envió en éstos términos: "Juzgo muy conveniente hacer una nueva

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gobernación, pero porque si quedase con solas las tres ciudades de Guairá
(Ciudad Real), Villa Rica y Xerez, como Hernandarias escribió a Vuestra
Majestad, sería de poca consideración... es mi parecer que se la agregase la
de la Asunción... con lo que quedaría cada uno de los dos gobiernos con
cuatro ciudades".
Desgraciadamente, el informe del Virrey prevaleció sobre el pedido del
Gobernador. Y por Real Cédula del 16 de diciembre de 1617, el Rey dividió la
Provincia del Paraguay o Río de la Plata en dos: A la primera, que también se
llamó del Guairá, correspondían Asunción, Santiago de Xerez, Villa Rica y
Ciudad Real. A la segunda pertenecían Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y
Concepción del Bermejo.
La división se hizo, como dice Moreno, por agregación de ciudades. Cada
una ingresaba con su correspondiente distrito. Por tanto, la línea divisoria
entre las dos nuevas provincias quedaba establecida por la que separaba la
jurisdicción de Asunción de las de Concepción del Bermejo y Corrientes. Poco
después, con la despoblación de Concepción del Bermejo, el Paraguay recobró
sus antiguas posesiones hasta el río Bermejo. (Véase mapa al final).
La división de 1617 constituyó la tercera desmembración del Paraguay
colonial. La forma desacertada en que se efectuó no puede ser achacada a
Hernandarias de Saavedra, que sólo proponía la separación de las tres
ciudades del Guairá, sino al Marqués de Montes Claros, su verdadero
inspirador.
Esa desmembración fue de consecuencias funestas para el Paraguay. En
efecto, las ciudades del Guairá, que seguían sin fuerzas propias para
defenderse de las malocas paulistas, fueron destruidas. Perdióse el litoral
Atlántico – que pasó a depender de Buenos Aires –, el Paraguay quedó
aislado y comenzó su decadencia.

Capítulo IV
JESUITAS Y COMUNEROS

Entre las Misiones Jesuíticas del Paraguay y la Revolución Comunera que


estalló en este país, existe una relación más íntima de la que generalmente se
cree, ya que la política desarrollada por la primera constituyó en realidad una
de las causas que originaron la segunda.
A su arribo al Paraguay, los jesuitas consiguieron atraer a los indios por
medio de la mansedumbre, de abalorios y de la música. Mientras descendían
en piraguas por los ríos, o abrían picadas en la selva, los misioneros iban

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tocando instrumentos musicales y entonando cánticos. Los indios acudían


para escuchar y quedaban subyugados ante el irresistible atractivo.
Los misioneros erigieron sus reducciones en hermosas lomas, a orillas de
frescos arroyos. Los treinta pueblos ofrecían el espectáculo de una edificación
uniforme. En cada pueblo se levantaba la Iglesia. A un costado de ésta se
hallaban el Colegio y los Talleres para diversos oficios. Al otro costado de la
Iglesia estaban el Cementerio y el "Koty guasu" (habitación grande), que
venía a ser el asilo-hospital de la reducción. Las cinco reparticiones citadas
formaban uno de los cuatro lados de la plaza. Los otros tres lados estaban
ocupados por las casas de los indios, todas igualmente blancas, de tejas y
rodeadas de grandes corredores. Fuera del cacique, los jesuitas obligaban a
todos, hombres y mujeres, a ir vestidos con feos camisones de dormir, como
el de las criaturas de un orfanato o internado. Tal supresión de la
individualidad, de la autonomía personal o de familia, fue – en opinión de
Gilberto Freyre – "un régimen destructor de cuanto en los indígenas era
alegría, frescura, espontaneidad, ánimo combativo, potencial de cultura.
Dichos indígenas se artificializaron en una población aparte de la colonial,
extraña a sus necesidades, a sus intereses y aspiraciones".
Una de las fuentes principales de recursos era la agricultura. Los jesuitas
supieron dar a la labranza el carácter de una fiesta. Reunidos en la plaza, los
indios se dirigían a las sementeras precedidos de la imagen de la Virgen y al
son de violines, guzlas y tambores. Colocada la imagen bajo protectora
enramada, los indios rezaban y luego se entregaban a sus quehaceres. Entre
tanto, en los talleres del pueblo otros indios trabajaban como tejedores,
carpinteros, herreros, plateros, pintores, escultores; doradores, etcétera. Los
terrenos empleados en la agricultura estaban divididos en tres secciones:
"Tava mba'e" (cosa del pueblo, es decir, perteneciente a la comunidad); "Ava
mba'e" (cosa del indio o sea propiedad privada); y "Tupâ mba'e" (propiedad
de Dios, destinada al sustento de las viudas, huérfanos, enfermos, ancianos y
artesanos). "Esta destinación – dice el doctor Blas Garay – sólo era nominal y
dirigida a impresionar el ánimo de los indios, pues todo lo que las reducciones
producían era aportado a un fondo único, empleado en llevar adelante los
planes de la Compañía, y sólo en muy exigua parte en subvenir a las
necesidades de aquellos que los ganaban, gracias al sudor de su rostro, al
trabajo continuo a que los sujetaron los catequistas".
Se ha dicho de las Misiones Jesuíticas que constituyeron una experiencia
del régimen comunista. Esto es un error, pues – como bien lo hace notar el
doctor Alberto Rojas – ni la vida en común, bajo un régimen especial de
disciplina, ni la universalidad del trabajo, no son lo que caracteriza un

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verdadero sistema comunista. La nota saliente de esta escuela económica es


la comunidad de riqueza. "El indio – agrega dicho autor – estaba sometido a
un régimen de verdadera servidumbre. ¿Qué mucho que se la dieran tierras
para que las cultivase para sí, estando sujeto a una disciplina rígida que
señalaba de antemano el radio de su acción y el destino del fruto de su
actividad? Era, en verdad, nada más que un instrumento de producción al
servicio de la Compañía. La Orden retribuía su trabajo, es cierto, dándole
alimento, vestuario y vivienda, pero el hecho que marea el carácter específico
del sistema es que el remanente de lo que se consumía ingresaba en las
arcas de la Compañía allende el mar. No puede darse nada más contradictorio
con el comunismo".
Los jesuitas cultivaban en Europa todos los ramos del saber. Descifraban
inscripciones latinas, observaban los movimientos de los astros, publicaban
bibliotecas enteras, libros de controversia, casuística, historia, tratados de
óptica, ediciones de los Padres de la Iglesia, madrigales y sátiras. A ellos se
debió la primera imprenta que funcionó en el Río de la Plata; fue la
establecida en 1700 en Santa María la Mayor, pueblo de las Misiones del
Paraguay situado en la margen occidental del río Uruguay. Ochenta años
después se fundó en Buenos Aires la primera imprenta. De la tosca prensa
tipográfica de las Misiones, construida con maderas de sus selvas vírgenes,
salieron obras voluminosas como el Vocabulario del P. Ruiz de Montoya, el
Flos Sanctorum del P. Rivadeneira, la Diferencia entre lo temporal y lo eterno
del P. Nierenberg, etcétera. Correcta la impresión, limpias y nítidas sus
páginas, estaban ilustradas con bellas láminas, viñetas y xilografías, grabadas
por los indios Tilcará, Yaparí y otros.
Se colmó de música la vida de los catecúmenos. Los indios despertaban de
mañana cantando. Los jesuitas combinaron hábilmente el estilo religioso o
católico de letanía con las formas de canto indígenas. En la poética colonial,
los padres de la Compañía ensayaban las formas que más se asemejaban a
los cantos de los guaraníes, con estribillo y refranes, para atraer así a los
indios y convertirlos a la fe católica. De las estrofas escritas por los jesuitas
para los neófitos de las reducciones, se conoce hoy la siguiente:

¡Oh, Virgen María


Tupâsy eté,
ava pe ara porâ
oikó nendive jave!

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Que traducida, quiere decir, según Affonso de Taunay: "¡Oh, Virgen María,
– madre de Dios verdadero –, los hombres de este mundo – están bien
contigo!"
Pero que en realidad significa: ¡"Oh, Virgen María –, verdadera madre da
Dios –, para el indio es lindo el día – cuando va en tu compañía!".
Lástima fue que los misioneros descuidaran la educación espiritual de los
indígenas, enseñándoles sólo a leer y escribir en guaraní, para preocuparse
únicamente de hacerlos laboriosos agricultores o hábiles artífices en aquellas
artes de que podían obtener más pingües provechos.
Otra fuente de cuantiosas utilidades fue el laboreo de la yerba-mate. Este
negocio costaba la vida a millares de guaraníes. Nos lo cuenta un jesuita, el
P. Ruiz de Montoya: "Tiene la labor de esta yerba consumido muchos millares
de indios... Lastima la vista el verlos... Lleva a cuestas cada uno cinco a seis
arrobas, 10, 15, 20 y más leguas, pesando el indio mucho menos que su
carga (sin darle cosa alguna para su sustento)... ¡Cuántos se han quedado
muertos recostados sobre sus cargas!... ¡Cuántos se despeñaron con el peso
por horribles barrancos!"
El desinterés de los jesuitas no fue tan grande como algunos sostienen.
Afanáronse por acaparar riquezas materiales en menoscabo de su misión
cristiana y civilizadora. "Ejercieron – dice J. Natalicio González – el monopolio
de la tierra; de la yerba; de la riqueza ganadera; del comercio de importación
y de exportación". La gran masa de indios – 160.000 –, a los que no pagaban
salario, les permitían producir mucho y barato. No pagaban flete, pues
transportaban sus mercaderías en embarcaciones propias, construidas por los
indios. Jamás pagaron impuesto alguno. Aparte de eso, proyectaban su
influencia sobre Asunción sobornando a gobernadores indignos, y negaban el
derecho de visita a sus reducciones a los gobernadores y obispos que no se
les sometían. Todo ello causaba una competencia ruinosa al resto de la
provincia.
Los productores libres nada podían frente a esa poderosa empresa
organizada, que poseía ricas estancias de ganado en Yarigua'a y otros puntos
y que exportaba, sin gravamen alguno, enormes cantidades de yerba-mate,
cuero, algodón, etcétera. Por el contrario, obligados a prestar servicio militar
cada vez que los guaicurúes del Chaco asaltaban a las poblaciones del litoral o
que los bandeirantes avanzaban por el este, careciendo de tiempo para
trabajar, sufriendo gabelas y contribuciones de toda clase, los colonos
españoles, criollos y mestizos, se empobrecían más y más, sin ninguna
esperanza de mejoramiento. Tan pobres estaban, que "apenas tenían
moderada decencia los más de ellos, vestidos de pieles de animales
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silvestres, porque no alcanzaban sus fuerzas a poner a sí, a sus mujeres e


hijos, traje y vestuario competente".
Ya veremos luego cómo estos hechos económicos, acumulándose durante
largo tiempo, desembocan finalmente en la Revolución Comunera.
Y remontémonos ahora a los antecedentes políticos de dicho movimiento.
Hemos observado detenidamente la forma en que se desarrolló la
revolución que Domingo de Irala y los Oficiales Reales, con el nombre de
"comuneros", efectuaron en 1544 contra Alvar Núñez, a quien remitieron
preso a España a bordo de la carabela "Comuneros". Tal fue el primer jalón.
Entroncando ese suceso en la Revolución Comunera de Castilla, que en
1520 estalló contra Carlos V, escribe el doctor Viriato Díaz Pérez: "Muchos de
los conquistadores pertenecían a la época "comunera" española. Algunos
fueron testigos, otros actuantes, en aquella contienda. Es natural que
trajesen viva a América la tradición de la protesta candente; los recuerdos
trágicos de la lucha; el eco de los anhelos sofocados en Villalar. El grito de
"¡Libertad!" ya representa un precoz sentimiento de autoridad local, de vida
autónoma, en el núcleo originario, que ensaya oponerse al mandatario del
exterior. Podría representar el vasco Irala, en el reducidísimo escenario, un
aspecto del característico antagonismo íbero entre pequeñas entidades
autónomas del terruño, locales, y los representantes del poder absoluto
centralista, contrario a todo fuero".
El segundo jalón fue el golpe contra el Gobernador Felipe de Cáceres en
1572. Hallábase éste oyendo misa en la Catedral cuando a un grito del Obispo
Fray Pedro Fernández de Latorre, todos se precipitaron sobre él. "Fue cogido
por los cabellos – dice Juan Francisco Aguirre –, golpeado y llevado en
volandas al Convento de la Merced, donde le encerraron, engrillaron y ataron
a una cadena, que remataba en un cepo, cuya llave paraba en poder del
Obispo, quien vivía en el cuarto inmediato al de la prisión". Martín Suárez de
Toledo, gran amigo del Obispo, lanzóse a la calle con los partidarios de
Latorre al grito de "¡Libertad!" y asumió el mando de la Provincia.
Los ecos de estos gritos continuaron repitiéndose en la historia paraguaya.
Y así encontramos el tercer jalón. Fray Bernardino de Cárdenas, franciscano,
era gran amigo de los indios. Siendo Obispo del Paraguay, comenzó a visitar
los pueblos y reducciones del interior. Pero al intentar penetrar en las
Misiones Jesuíticas, halló una tenaz resistencia de parte de la Orden. Al llegar
a Yaguarón, 800 indios, incitados por los jesuitas y conducidos por el ex-
Gobernador Gregorio de Hinestrosa, invadieron el pueblo para apoderarse del
Obispo. Esto tuvo que huir a Asunción. Hasta allí le siguió con sus tropas
Hinestrosa, que durante su gobierno había sido un dócil instrumento de los
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jesuitas. Se apoderaron de Cárdenas, "vendáronle los ojos, le sacaron


arrastrado desnudo a la calle, y en una mala canoa le desterraron de la
ciudad". Después de dos años de exilio, el Obispo Cárdenas regresó a
Asunción, donde gozaba de mucho prestigio. En 1649 el pueblo de Asunción
lo aclamó como gobernador. Aplicábase así la Real Cédula del 12 de
Septiembre de 1537, que autorizaba a elegir popularmente gobernador
interino hasta tanto que la Corona designase el titular. Poco después, a
pedido del Cabildo, Cárdenas expulsó a los jesuitas, medida radican y
temeraria con que se adelantó a la ordenada por Carlos III en 1767. El hecho
constituía una verdadera revolución. El Virrey del Perú designó de inmediato
gobernador a Andrés de León y Garabito, con un mandato expreso de
someter a la rebelde provincia. Garabito, secundado por los jesuitas, armó un
ejército de 4.000 indios y se dirigió hacia la capital. Asunción se aprestó a la
defensa. Después de reñida batalla, Garabito entró en la ciudad; los indios
cometieron crímenes de toda laya. Las familias asuncenas huyeron al Chaco.
Apresado Cárdenas, fue nuevamente desterrado. Después de peregrinar
muchos años en busca de justicia, la Santa Sede examinó su causa y lo
eximió de toda culpa.
Y así llegamos a la época en que va a desarrollarse la Revolución
Comunera. He aquí un documento que ilustra con toda precisión sobre las
cansas del movimiento:
"Los religiosos de la Compañía de Jesús tienen y han tenido siempre a esta
miserable provincia sujeta, abandonada y arruinada. Acosta del sudor,
cuidado y desvelo de las armas de los vecinos, usufructúan todo lo pingüe de
sus riquezas. Avasallan al pueblo con sus amenazas; lo tienen en suma
pobreza, cogiéndose las mejores tierras de la Provincia, por ocupar las cuales
pagan arrendamiento los propios que las defienden de los salvajes con su
sangre y con su vida. Ocupan propiedades ajenas, quemando las casas de los
vecinos. De ese modo, se apropiaron de las tierras que, partiendo del río, al
sur de la ciudad, tienen de largo legua y media, y tres de ancho. A éstas
siguen las tierras de San Lorenzo el Viejo y San Lorenzo el Nuevo, hasta dar
en el Campo Grande; de modo que por ese lado cogen todo lo mejor de la
tierra inmediata a la ciudad. De allí a 4 leguas, en el paraje Guayaiví-ty
[Guajaivity], tienen otra posesión. En los campos de Pirayú [Piraju] tienen
dos posesiones unidas en una, que cada una tiene dos leguas de largo, y de
ancho en parte otras dos leguas; las sigue otra que llaman Paraguarí; otra
incorporada en la cordillera arriba, que llaman los Naranjos; otra en Yarigua-
á-guazú, en Yarigua-á-mí, en Tapytanguá, en Guazutay, hasta las cabezas del
río Caañabé [3]. Todas estas últimas, juntas e incorporadas, como lo están,
tienen de circunvalación más de 5 leguas, siendo la mejor de toda la Provincia
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en pastos, aguadas, montañas y abrevaderos, habiendo adquirido todo este


dominio por sola su autoridad. Fundando su derecho en una merced, que
dicen les hizo don Gregorio de Hinestrosa, mudan sus lindes, como hoy lo han
hecho, extendiéndose desde el arroyo Ibembí e [Ivembi'e] hasta el Pirayubí
[Pirajuvi], introduciéndose y quitando tierras de su estancia a los indios de
Yaguarón, de unas seis leguas de longitud; por otro costado, desde el dicho
Ibembiré [Ivembire] hasta Ybytimiré [Ybytumire], se han apropiado de otras
cinco leguas; además de unas 16 leguas que pretenden de otros vecinos.
Todas estas tierras son para un colegio que nunca mantiene más de 5 ó 6
sujetos, cuando bien pueden acomodarse en ella más de 200 familias que
andan vagando, sin tener un palmo de tierra en el Real Servicio, después de
haber conquistado esta tierra a costa de sus vidas. No siendo menos
perjudicial esto, por el atajo que hacen de los caminos públicos en todo lo que
dicen ser suyo, causando a los vecinos de esta Provincia innumerables
trabajos, y pérdidas de hacienda y vidas, por los rodeos que les obligan a
hacer por los caminos y arroyos crecidos. No es menos el daño que esta
Provincia experimenta de dichos religiosos por el modo con que se tienen
abarcado el comercio del río y de la tierra a título de Misiones y Bienes
Eclesiásticos, sin pagar la Real alcabala, derecho de estanco a la ciudad ni los
diezmos a la iglesia, alzándose con los yerbales de que esta ciudad es dueña,
enviando a sus indios tapes para que echasen, despojasen y matasen a los
beneficiadores españoles de dichos yerbales y a beneficiar grandísimas
cantidades cada y cuando quieren, por su propia autoridad, sin licencia ni
noticia de los señores Gobernadores, como lo hacen y ejecutan los españoles
y los demás pueblos de indios de esta Provincia". (Arch. Nac., Acta Capitular
citada por J. Natalicio González").
Por su parte, Matías Anglés y Gortari dio su informe en los siguientes
términos: "Con toda verdad se puede afirmar, que estos pocos sujetos del
Colegio tienen excesivamente más en el Terreno del Paraguay, que lo que
gozan y les resta a todos los vecinos del Paraguay, y su Provincia, que se
compondrá de diez mil españoles capaces de llevar armas, y lo menos
cincuenta mil españoles.
A los vecinos no les han quedado, ni tienen más tierras que las de las
montañas o fronteras, que están continuamente defendiendo de tanto infiel
enemigo, con riesgo de sus vidas, a su costa. Es de ponderar, que aún las
más de las tierras que estos soldados españoles ocupan, son también de los
padres de dicho Colegio, por las cuales pagan anualmente arrendamiento bien
crecido, que cobran los dichos padres con notable rigor.

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En el Colegio de la expresada ciudad de Asunción, tienen los padres dos


almacenes públicos, en los cuales se venden todos los géneros de Castilla
gastables en la ciudad y el país, y ropa de la tierra y paños de Quito. Y como
los padres conducen estas memorias de género y ropa de la tierra desde
Buenos Aires y Colonia, sin costo alguno, con sus indios y sus embarcaciones,
y no pagan fletes ni alcabalas ni otros derechos ni impuestos, aunque sean
muy precisos y obligatorios, bajan un poco del precio corriente a que los
pueden vender los comerciantes, que pagan y contribuyen con todas estas
pensiones y tienen tan crecidos gastos y costos en la conducción, y de esta
suerte venden los dichos padres memorias crecidas de géneros y ropa en
perjuicio considerable de los haberes Reales, y gran quebranto y atraso de los
comerciantes, que se eternizan en lo que llevan.
Los padres de dicho Colegio tienen abarcado todo o la mayor parte del
comercio de la Provincia, y recogen la substancia de cuanto produce. Se han
adelantado de tal suerte en el manejo de todo lo que puede producir utilidad
conveniencia, y son tantas y tan opulentas las estancias que tienen, tan
cuantiosas las ventas que hacen, que casi penden todos los vecinos del
arbitrio de sus Reverencias".
Compendiemos en lo posible el desarrollo de los acontecimientos.
En 1717 es designado Gobernador del Paraguay Diego de los Reyes
Balmaceda, muy vinculado a los jesuitas. Poco después, el vecindario formula
contra Reyes las siguientes acusaciones: 1º) Haber asumido la gobernación
sin "dispensa de naturaleza", pues estaba casado con la asuncena Francisca
Benítez, y las leyes prohibían la provisión de los cargos con vecinos de una
provincia. 2º) Haber impuesto en provecho propio el servicio personal a los
indios, contra lo dispuesto por las Ordenanzas de Alfaro. 3º) Injusta guerra a
los payaguaes. 4º) Haber establecido impuestos nuevos sin autoridad para
hacerlo. 5º) Trabas puestas al comercio. 6º) Haber interceptado los caminos
a Charcas para impedir la presentación de las denuncias formuladas en contra
de él. La Audiencia de Charcas designa entonces Juez Pesquisidor en la
Provincia del Paraguay al doctor José de Antequera y Castro, Caballero de la
Orden de Alcántara y Protector de los Indios del Perú. Este distinguido jurista
panameño comprueba la veracidad de las acusaciones contra Balmaceda. Un
pliego cerrado que traía le autorizaba a ejercer la gobernación en caso de
resultar culpable Balmaceda. Antequera asume, pues, el gobierno del
Paraguay. Balmaceda huye. Pero luego, repuesto en el cargo por el Virrey del
Perú y Arzobispo de Lima Fray Diego Morcillo, vuelve a la cabeza de 6.000
indios facilitádosle por el Superior de los Jesuitas. Se detiene, sin embargo,
en Tabapy [Tavapy], y luego se retira. El Virrey encarga entonces a Baltasar

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García Ros la reposición de Balmaceda en el gobierno. Antequera declara ante


el Cabildo: "El pueblo reservó en sí una facultad, especialmente en lo que
mira a las leyes del gobierno político, a las que tienen su fundamento en el
Derecho Natural. El pueblo puede oponerse al Príncipe que no procede "ex
acquo et bono". No todos los mandatos del Príncipe deben ejecutarse".
Estamos en 1723. Comienza la Revolución Comunera. El Cabildo asunceno
acuerda solemnemente no acatar ni a Balmaceda como gobernador, ni a
García Ros como enviado del Virrey, y ratificar en el mando a Antequera.
García Ros, auxiliado por los jesuitas, parte con 2.000 indios. El Cabildo
encarga a Antequera la, jefatura del ejército y expulsa a los jesuitas de
Asunción, dándoles el plazo perentorio de 3 horas. (Es la segunda expulsión,
pues la primera fue realizada por el Obispo Cárdenas). Antequera marcha al
encuentro del ejército invasor y lo derrota a orillas del Tebicuary. A su
regreso es recibido triunfalmente por la ciudad. Todos los pueblos envían
emisarios y mensajes que demuestran la popularidad de la caunsa por él
defendida. Además del apoyo del Cabildo, Antequera cuenta con el de los
franciscanos, cuyo espíritu liberal estuvo siempre en oposición al absorbente
y dominador de los jesuitas. Pero el Virrey ordena terminantemente a Bruno
Mauricio de Zabala, Gobernador de Buenos Aires y fundador de Montevideo,
que se dirija al Paraguay contra Antequera. Zabala, al frente de un ejército de
6.000 guaraníes de las Misiones, se dirige a Asunción. En la imposibilidad de
resistir, Antequera se ve obligado a dirigirse a Córdoba, donde se refugia en
el Convento de los Franciscanos. Ramón de las Llanas, jefe interino, no
puede, dada la escasez de armas, organizar la defensa en forma eficaz.
Zabala entra en Asunción, repone a los jesuitas en su Colegio y nombra
gobernador a Martín de Barúa. Así termina la primera etapa de la Revolución
Comunera.
Estando en el Convento de San Francisco, en Córdoba, Antequera oye
pregonar un bando del Virrey por el que se ofrece cuatro mil pesos de premio
a quien lo entregue vivo o muerto y dos mil al que denuncie su paradero.
Esperanzado en la Audiencia de Charcas, que lo había enviado al Paraguay,
Antequera intenta presentarse ante ella a rendir cuenta de sus gestiones.
Pero la Audiencia le hace apresar y lo envía a Lima ante el Virrey. Lo
acompaña Juan de Mena, su fiel compañero de causa. En la cárcel de Lima,
Antequera traba amistad con otro panameño: Fernando de Mompós, a quien
entusiasma con la causa popular de los asuncenos. Mompós consigue huir de
la prisión y se dirige al Paraguay. Elocuente orador, se pone a predicar
públicamente en las calles de Asunción. Sostiene que "el poder del Común de
cualquier República, ciudad, villa o aldea es más poderoso que el mismo Rey.
En manos del Común está admitir la ley o el gobernador que gustase, porque
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aunque se los diese el Príncipe, si el Común no quiere, puede justamente


resistir y dejar de obedecer". Son los mismos conceptos de Antequera,
expuestos en diferentes términos. Se produce una honda conmoción política.
Alrededor de Mompós se forma el partido "comunero". Allí están el Cabildo,
los franciscanos y la inmensa mayoría del pueblo. En el partido "virreynalista"
se nuclean los jesuitas y sus escasos partidarios. Los bandos representan dos
fuerzas: la impulsora y la retentora. "Ambas fuerzas son – como observa Zum
Felde – inherentes a la economía biológica del agregado; todo organismo
social necesita de la lucha de elementos dentro de sí para conservarse y
evolucionar. Un país sin partidos políticos, sin lucha de tendencias, es un país
estancado, esterilizado, inánime. El sueño de la paz perfecta, del perfecto
acuerdo, es contrario a la evolución orgánica, que requiere movimiento y
lucha. Cuanto más turbulento y apasionado sea un pueblo joven, tanto más
vigorosa y fecunda será su madurez". El gobernador Barúa se hace grato al
pueblo asunceno. Pero he aquí que el nuevo Virrey, Marqués de Castelfuerte,
designa Gobernador del Paraguay a un pariente suyo, Ignacio Soroeta. Los
comuneros declaran que no aceptan otra autoridad que la de Barúa y el
Cabildo intima a Soroeta a salir inmediatamente de la Provincia. Como Barúa
se niega a continuar en el mando, los comuneros eligen una Junta
Gubernativa y a José Luis Barreiro como Presidente de la misma. Por
desgracia, el tal Barreiro resulta un traidor; tiende una celada a Mompós, lo
apresa y lo entrega a las autoridades de Buenos Aires. Por vía Colonia do
Sacramento, Mompós huye al Brasil. Estalla una revolución contra el traidor
Barreiro; los jefes de los pueblos de la Cordillera marchan con gente armada
sobre la capital; se apoderan de ella y eligen Presidente de la Junta
Gubernativa a Antonio Ruiz de Arellano.
Después de estar en la cárcel durante cinco años, Antequera es condenado
a decapitación en el cadalso. El pueblo limeño implora el perdón de la víctima.
Esta es muerta camino del suplicio. Poco después es ejecutado Juan de Mena.
La llegada de estas noticias causa inmensa indignación en los comuneros
asuncenos; el Colegio Jesuítico es asaltado y los miembros dé la Orden
expulsados por tercera vez. La hija de Juan de Mena, que llevaba luto por su
esposo Ramón de las Llanas, al enterarse del suplicio de su padre, arroja las
negras vestiduras y se presenta al pueblo vestida de blanco, "porque no era
bien llorar vida con tanta gloria tributada a la patria".
El Virrey no cede en su pretensión de imponer gobernadores al Paraguay.
Es enviado en tal carácter Manuel Agustín de Ruiloba. Éste, apenas llegado,
comienza a despotricar contra los comuneros. Estalla contra él una
insurrección; la gente cordillerana se concentra en Guayaibity [Guajaivity],
cerca de Itá; Ruiloba sale para combatirlos y es muerto en la lucha. Los
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comuneros proclaman Gobernador al Obispo franciscano Fray Juan de


Arregui. Éste deja poco después el gobierno.
El virrey ordena nuevamente a Bruno Mauricio de Zabala apagar la rebelión
ejecutando medidas represivas. Al frente de 6.000 indios de las reducciones
jesuíticas, Zabala avanza contra los comuneros, venciéndolos en Tabapy
[Tavapy]. Es el año 1735. Entra en Asunción, repone a los jesuitas en su
colegio, designa Gobernador a Martín José de Echauri, declara abolido el
derecho de elegir gobernadores en casos de vacante – privilegio que Asunción
tenía desde 1537 –, condena a muerte a los principales jefes comuneros y
hace perseguir cruelmente a otros que se habían refugiado en los montes
después de Tabapy. Quedaba terminada la última etapa de la Revolución
Comunera.
¿En qué consistió, pues, la ideología comunera? Su contenido económico
fue éste: extinción del monopolio ejercido por los jesuitas en las riquezas
básicas del Paraguay. Y éste su contenido político: defensa de la autonomía
regional y de las libertades públicas contra el absolutismo centralista del
Virrey.
El pueblo mantuvo – dice Díaz Pérez – "vinculación inmediata, tradicional y
natural con la entidad popular democrática y netamente hispana del Cabildo,
en oposición a la arbitraria de las jurisdicciones políticas absolutistas
representadas en cierto modo por la Audiencia y el Virreynato. Durante este
período, hubo batallas en las calles y en los campos, entre comuneros y
virreynalistas; vienen de luengas tierras héroes y tribunos populares que
levantan en masa el país; se predica ruidosamente en las calles asuncenas la
doctrina de la prioridad del Común sobre toda otra autoridad; el pueblo y el
Cabildo gobernarán autónomamente; se creará con asombro de los tiempos
nada menos que una Junta Gubernativa, en pleno siglo XVIII, cuando aún no
se había producido la Revolución Francesa (ni la Estadounidense). Los
jesuitas tocarán todos los resortes para imponerse. El Papa, el Rey, el Virrey,
la Audiencia de Charcas, todas las potestades soberanas entrarán en juego,
hasta que la causa de la comunidad, desmayada y agotada, en lucha contra
innúmeras adversidades, venga a ser ahogada en sangre, permitiendo el
triunfo del absolutismo centralista". Por eso, Díaz Pérez afirma que la causa
capitular era la local y había de ser más tarde la nacional, y que los
elementos populares que la secundaban anticipáronse a la actitud que,
andando el tiempo, habían de asumir los revolucionarios de la Independencia.
"Los jesuitas y los comuneros – dice el doctor Justo Pastor Benítez –,
fueron dos sociedades en lucha, dos organizaciones que chocaron. El Cabildo
encarnó los intereses de la provincia contra los gobernadores que secundaban

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el predominio jesuítico y el absolutismo. Hay en el fondo de esa resistencia un


fuerte apego a los fueros municipales, una tendencia a conseguir el
predominio civil del Cabildo en la naciente sociedad colonial, como expresión
de autonomía, de gobierno propio. La revolución compendiaba las quejas y
aspiraciones de la provincia contra el absolutismo, el desamparo, los
excesivos gravámenes económicos y la desigualdad de situación frente a las
opulentas Misiones; la reivindicación de su tradición jurídica y de la primacía
de la voluntad del Común".
Antequera fue, sin duda, la figura de mayor relieve de aquel memorable
movimiento. "No rompió – dice Benítez – la imparcialidad del juez, sino que
puso su autoridad al servicio de la justicia verificada. Entrevió en aquella
confusa rebelión un fondo de aspiraciones legítimas; vio la preterición en que
vivían los paraguayos y se puso a acaudillarlos para defenderlos. Era
elocuente, ejecutivo y contagioso. Llegado del otro extremo del continente, se
hizo el vocero del Cabildo, amparo jurídico éste de la sociedad civil del
coloniaje. Nunca fue un demagogo. Caudillo sí y vocero eminente de la causa
popular. Luchó y sufrió. Sus ideas, sus luchas, su altivez, su martirologio,
hacen del doctor José de Antequera y Castro un precursor de la
independencia americana".
Los paraguayos celebraban su recuerdo en coplas que cantaban al son del
arpa y la guitarra:

A la puerta de mi casa
tengo una losa frontera
con un letrero que dice:
¡Viva José de Antequera!

Para que sirviese de escarmiento a la rebelde provincia, la Audiencia de


Charcas expidió arbitrariamente un auto, en 1739, por el cual constituía a
Santa Fe en "Puerto Preciso" para todas las embarcaciones del Paraguay,
prohibiendo que éstas siguieran directamente a Buenos Aires. Los barcos,
después de hacer su descarga en Santa Fe y de abonar los ruinosos
impuestos de arbitrio, sisa y alcabala, no podían seguir por el río hasta
Buenos Aires. El impuesto de arbitrio estaba destinado a costear 200 soldados
para la defensa de Santa Fe. El de sisa, a las obras de fortificaciones de
Buenos Aires y Montevideo. Y el de alcabala era el impuesto sobre las rentas
y transacciones en general. Los comerciantes estaban obligados a seguir el
viaje por tierra, conduciendo en carretas los frutos del Paraguay. Además, la

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conducción no podía ser efectuada por los forasteros, pues los santafecinos
tenían por una ley el monopolio del transporte terrestre. Todo ello causaba un
perjuicio terrible a la Provincia del Paraguay.
Buenos Aires, abogando "pro domo sua", pidió la revocación de aquella
medida inconsulta que la perjudicaba. Alegaba "los perjuicios que de ella se le
seguían y aún su total ruina y exterminio, que es forzoso se siga con el
abandono de su único comercio, que es la yerba y los efectos del Paraguay".
De nada sirvió esta representación, como tampoco la que a su vez hizo el
Paraguay en el mismo sentido.
Sofocada la Revolución Comunera, los jesuitas continuaron en el Paraguay
treintidós años más. En Europa, la Orden era muy combatida por sus
maquinaciones políticas. Especialmente en Francia, Portugal, España, Holanda
y Flandes. Se los fue expulsando de todos esos países. En 1767, aconsejado
por su Ministro el Conde de Aranda, Carlos III los expulsó de la Península y de
sus posesiones ultramarinas. Tuvieron que abandonar, pues, las Misiones del
Paraguay. Los indios se dispersaron. La selva tentacular inició su avance. Y de
las reducciones se adueñó el silencio. Convertidas en taparas, de ellas sólo
quedaron las ruinas de sus iglesias de piedra tallada, sus retablos
churriguerismos y sus frescos primorosos.
Diez años más tarde, esto es, en 1776, una Real Cédula creaba el
Virreinato del Río de la Plata, con territorios que hasta entonces habían
pertenecido al Virreinato del Perú. La nueva jurisdicción abarcaba Argentina,
Uruguay, Paraguay y Bolivia actuales, además de Río Grande del Sur (hoy
brasileña). Los motivos determinantes de la creación del nuevo virreinato
fueron dos: la dificultad de administrar desde Lima tan vasto territorio, y la
necesidad. de establecer a orillas del Atlántico un poder capaz de oponerse a
las continuas usurpaciones portuguesas. Buenos Aires fue designada capital
de la nueva entidad.
El Virreinato del Río de la Plata tuvo su andamiaje político en la Real
Ordenanza de Intendentes, promulgada en 1782. Ella dividía el virreinato en
8 Intendencias y 4 Gobernaciones Militares. Así surgieron las Intendencias de
Buenos Aires, Córdoba, Salta, Paraguay, La Paz, Potosí, Chuquisaca, y
Cochabamba. Y las Gobernaciones Militares de Montevideo, Misiones, Mojos y
Chiquitos.
De la larga y enconada lucha entre comuneros y jesuitas, sólo quedaba el
recuerdo. Ya no turbaban los primeros las apacibles calles asuncenas con el
rumor de sus tumultuosas asambleas. Ya no tocaban a somatén los segundos
para lanzar sus indígenas milicias sobre Asunción, la díscola.

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Capítulo V
LA ERA DE RESURGIMIENTO

El destino de los pueblos tiene sus altibajos. Los pueblos El gozan de días
venturosos, sufren luego crisis espirituales y materiales, y después se
reponen nuevamente. Si trazásemos un diagrama de la historia paraguaya,
desde los días iniciales de la conquista hasta hoy, encontraríamos que ella
registra muchos ascensos y descensos sucesivos. Nuestro país ha padecido
varios retrocesos y ha disfrutado de otras tantas eras de resurgimiento.
Ahora tócanos ocuparnos sólo del primer renacimiento operado en el
transcurso del acaecer nacional.
Al vigoroso período que abarca, el siglo XVI, siguió la decadencia. La
división de la provincia al comenzar el siglo XVI, con la consiguiente pérdida
del litoral Atlántico; las incesantes luchas contra los terribles guaicurúes al
oeste y la arteros bandeirantes al este; el apoderamiento de las riquezas
básicas del Paraguay realizado por los jesuitas; los gobernadorcillos
mediocres, venales o indolentes que sufrió la Provincia con desgraciada
frecuencia; la época gloriosa pero anárquica de la Revolución Comunera; todo
eso contribuyó a que el Paraguay, que surgiera tan promisoriamente a la vida
civilizada, se abatiera en la más lamentable decadencia durante todo el siglo
XVII y casi todo el XVIII.
¿A qué denominamos, pues, Era de Resurgimiento? Al último cuarto del
siglo XVIII, esto es, los años que precedieron al advenimiento de la
Revolución de la Independencia. Ese cuarto de siglo se caracteriza porque los
destinos del Paraguay estuvieron en manos de gobernantes que tuvieron
visión de estadistas de verdad, y muchas de cuyas gestiones constituyen aún
hoy ejemplificadoras lecciones de gobierno. Nos referimos a los nombres
ilustres y olvidados de Agustín Fernando de Pinedo, Pedro Melo de Portugal,
Joaquín Alós y Lázaro de Ribera.
Internémonos con paciente cariño en el Archivo Nacional. Buceando en la
penumbra de los viejos anaqueles, hemos de hallar el inexplorado filón que
arroje luz sobre esa etapa hasta hoy baldía de la historia paraguaya.
Empecemos con Agustín Fernando de Pinedo. En un informe enviado al Rey
el 29 de Enero de 1777, el clarividente gobernador señala las causas del
atraso y miseria en que se debate la Provincia y propone las soluciones para
remediarlas. Explica que al principio los encomenderos se condujeron bien,
tratando humanamente a los indios, pero que sus sucesores, movidos por la
codicia y ambición, se mostraron tiranos y crueles. No obedecían las órdenes
reales que les desagradaban, ni a los gobernadores que no hacían causa
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común con ellos. A cambio del derecho de someter a los indios a su servicio,
los encomenderos estaban obligados al servicio militar para la defensa de la
provincia. Lejos de cumplirlo, eran los agricultores quienes, abandonando su
capueras, partían a lejanos fortines – algunos de éstos situados a 20 leguas –
debiendo costear de su peculio armas, pólvora, caballos y manutención. Por
causa de estos gastos y el servicio militar continuo, se originaba la pobreza
del país. En razón de esas calamidades, los paraguayos preferían dedicarse a
la navegación, que les prometía ventajas positivas. Por eso muchos
emigraban a las provincias vecinas. Y esta emigración era continua, porque
cuanto menor era el número de los que quedaban, más apretado y oneroso
era el servicio militar.
"Antes – agregaba Pinedo – el Paraguay producía abundancia de vino y
trigo, y abastecía de ellos a Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires; ahora hay
que comprar una y otra cosa de Buenos Aires. Le causan mucho daño las
naciones bárbaras que le roban sus ganados y la ponen en inquietud
constante, siempre alerta y a la defensiva.
¡Señor, el Paraguay necesita una redención!
Para evitar su pérdida total, propongo a Vuestra Majestad las medidas
siguientes:
1º Importa extinguir las encomiendas e incorporarlas todas a vuestra Real
Corona.
2º Que para hacer la defensa de la Provincia se organice una milicia de 600
hombres, costeada por la Real Hacienda con los impuestos de capitación.
3º Que se formen poblaciones entre esta Provincia y Santa Cruz de la
Sierra, para establecer una comunicación con el Perú. Al presente no se me
figura muy ardua ni de exorbitante gasto esta empresa, respecto de las
utilidades que concibo en su práctica, mediante a que de la Villa Real de la
Concepción, fundada por mí dentro de las tierras que habitan los indios
mbayaes, sólo dista el pueblo de indios chiquitos denominado Corazón de
Jesús, de la gobernación de Santa Cruz de la Sierra, 80 leguas por el camino
que acostumbran dichos indios según sus relaciones, y la del viaje que hizo
por los mismos parajes el año l767 el jesuita P. José Sánchez Labrador,
siendo cura del pueblo de Belén, de la jurisdicción de este Gobierno, cuyo
diario tengo presente. Las conveniencias que resultarán del enlace, unión y
comunicación de esta provincia con las del Perú considero utilísimas y
ventajosísimas, así a la Real Corona de V. M. como a los habitantes de una y
otras provincias" (Arch. Nac., Vol. 1, Nº 15-21).
El interesante documento cayó en el vacío. El Rey de España, rodeado de
príncipes preocupados más por las cuestiones peninsulares que por las de las
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lejanas colonias, se desentendió del asunto. Ni fueron suprimidas las


encomiendas que aún restaban, ni se organizó una milicia solventada por el
fisco, ni se establecieron poblaciones en el Chaco. Quizá, ese camino de
Concepción a Santo Corazón, con que soñaba el Gobernador Pinedo, al
abrirnos por Santa Cruz los puertas de lo que constituye la actual Bolivia,
habría establecido entre los dos pueblos una intensa corriente espiritual y
material y habría evitado la guerra que estalló a causa del recíproco
desconocimiento en que ambos vivieron durante tan largo tiempo.
Agustín Fernando de Pinedo fundó varias ciudades y pueblos del Paraguay,
entre ellos Concepción y Pilar. Y, enterado de que los portugueses se habían
establecido a orillas del Igatimí, cerca de la villa de Curuguaty, los desalojó
de inmediato empujándolos hasta la, frontera.
Sigamos ahora con Pedro Melo de Portugal. Después de gobernar seis años,
Pinedo la entregó el mando. Melo de Portugal se aplicó de lleno a aumentar la
prosperidad del país, manteniendo el orden, asegurando la paz, resistiendo a
todas las invasiones que sufría la Provincia y dando gran impulso a la
agricultura y al comercio. Aparte de eso, fundó más de una decena de
pueblos en la Región Oriental, y en el Chaco las reducciones de Melodía,
Tobas y San Francisco Solano de Remolinos.
Pero el acto más trascendental del gobierno de Pedro Melo de Portugal, fue
la fundación del Real Colegio Seminario de San Carlos, el primer instituto de
enseñanza secundaria con que contó el país, el precursor – podría decirse –
de nuestro Colegio Nacional de Bachillerato. En dicho establecimiento se
enseñaba Latín, Retórica, Filosofía, Teología dogmático-moral, Matemáticas y
Ciencias Naturales.
Accidentada fue la historia del Colegio de San Carlos. Fundado en 1783 por
Pedro Melo de Portugal, fue clausurado en 1810 por orden de Velasco, quien
lo convirtió en cuartel ante la inminente llegada de la expedición de Belgrano.
Reabierto en 1812 por la Junta Superior Gubernativa compuesta de Yegros,
Caballero y De la Mora, el Dictador Francia lo hizo desaparecer y dispuso de
sus rentas. En 1841 los Cónsules López y Alonso lo restablecieron
nuevamente, y desde entonces llevó una vida ininterrumpida y normal, hasta
que la Guerra de la Triple Alianza lo cerró para siempre.
Ocho años duró el progresista gobierno de Pedro Melo de Portugal, quien
más tarde llegó a ser Virrey del Río de la Plata.
Sucedióle en el mando el Gobernador Joaquín Alós. Durante el gobierno de
éste, se realizó la fundación del fuerte Borbón para contener la invasión
portuguesa en el norte, y también la expedición dirigida por el coronel José de

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Espínola que, partiendo de Ñeembucú, se internó en el Chaco, cruzó el


Bermejo y llegó hasta Salta.
Que el Gobernador Alós también participaba de las inquietudes de Pinedo,
en el sentido de la necesidad de abrir caminos y establecer poblaciones a
través del Chaco, lo prueba el siguiente informe al Virrey: "Tengo por
asentado y ventajoso a la Provincia – decía Alós – que se pueblen cuando
más antes en la extensión posible los terrenos de este continente (el Chaco),
se fomente el comercio y se facilite el tránsito a las provincias internas del
Perú. Informaba a continuación que, a efecto de reconocer prolijamente los
campos del Chaco, dispuso una operación dirigida por los Comandantes José
Antonio Yegros y José de Espínola, asistidos del Ing. Geógrafo de la Tercera
Partida de Demarcación de Límites Pedro Antonio Cerviño y del Piloto de la
Cuarta Partida Pablo Lima. Los expedicionarios se internaron a larga
distancia, "siendo de uniforme sentir que realmente son bellas las cualidades
y proporciones del Gran Chaco para fundamentar en él diferentes colonias". Y
agregaba que "adelantándose otras poblaciones, con el tiempo se abrirá y
hallará el tránsito directo al Perú, cuya comunicación es sumamente
interesante a la Provincia en la mutua correspondencia de sus frutos y otras
ventajas, que aunque por ahora no sean tan ciertas, serán aún más de lo que
me imagino con el trato sucesivo". (Bibl. Nac. de Río de Janeiro, documento
citado por el doctor Efraím Cardozo).
La plausible gestión del Gobernador Alós tampoco halló la repercusión que
merecía.
A su gobierno, cuya duración fue de 10 años, sucedió el de Lázaro de
Ribera.
Para fomentar la enseñanza, Ribera propone el 22 de Diciembre de 1797 el
establecimiento en Asunción de un seminario o escuela de primeras letras. "El
amor vivo e inalterable – dice – de que estoy poseído hacia esta Provincia que
la piedad del Rey me ha confiado, no me permite ver con indiferencia el
abandono en que están las escuelas de primeras letras de estos pueblos,
entregadas por lo general a maestros destituidos de aquellos conocimientos y
buenas costumbres que deben ser la herencia de sus alumnos. La enseñanza
de la juventud ha debido siempre una distinguida protección a los gobiernos
ilustrados". Y a fin de que la instrucción pública se difunda por toda la
provincia, "se traerán de cada pueblo seis muchachos, los cuales se volverán
después que estén bien instruidos y vengan otros a reemplazarlos. En la
escuela serán admitidos, sin estipendio alguno, los hijos de los españoles,
para que estos vecinos tengan el consuelo de asegurar la crianza de sus hijos,
los cuales contribuirán mucho, con su trato, a que se propague, más breve y

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con más facilidad, la lengua castellana entre los indios" (Arch. Nac., Vol. 3383
N. E.).
Velando por las buenas costumbres, el 23 de Diciembre de 1796, Ribera
lanza un decreto que es publicado en la Plaza y calles de Asunción por voz del
pregonero Montiel. Dice, entre otras cosas, el bando de referencia: "Que
ninguno juegue truco, barra, volar ni otros juegos antes de misa mayor en día
de trabajo ni de fiesta. Que ninguna persona de cualquier estado, calidad y
condición que sea, cargue pistolas, trabucos, carabinas, puñales, navaja de
muelle con golpe o virola, daga sola, cuchillo de punta chica o grande, aunque
sea de cocina o de moda de faltriquera. Que ninguna publique pasquines, ni
esparza libelos infamatorios en verso o prosa, de palabra ni por escrito,
convirtiéndose así en declamadores y perturbadores del sosiego público. Que
ninguna persona de cualquier estado, calidad o condición que sea, ande por
las calles después que se toque la queda, y si lo ejecutare, si siendo conocida
sea hasta las once, con farol en noches obscuras. Que ningún pulpero tenga
la puerta abierta de las diez de la noche en adelante, y que tocadas las Ave-
Marías ponga farol. Que todos los dueños de solares los edifiquen dentro de
ocho meses contados desde el día de la publicación de este auto, bajo
apercibimiento de que no cumpliéndolo, se mandará justipreciar y vender al
primero que se obligue a edificarlos, a fin de que se mejore el aspecto de esta
ciudad. Que el Alcalde Provincial, sus Tenientes, Alcaldes de la Hermandad y
Jueces Comisionados de Campaña, salgan personalmente cada tres meses a
visitar y recorrer las sementeras, y [verificar el] estado en que los moradores
y habitantes de los partidos tienen las labranzas, examinando prolijamente si
trabajan o no, si los sembrados que cultivan son correspondientes al número
de personas de que compónese en la familia, si son capaces de suplir sus
alimentos y si los cercados de las chácaras son proporcionados a sus
resguardos. Que todas las carretas que entren en esta ciudad traigan el eje
retobado de cuero y bien encebado, para evitar el incómodo y molesto ruido
que con sus chillidos ocasionan por la omisión de esta fácil diligencia,
inquietando a todas horas al vecindario". (Arch. Nac., Vol. 37, Nº 54).
En 1800 ya tuvimos teatro en Asunción. Fue en la Plaza de Armas. A un
costado estaba el Cabildo. Al otro la Real Factoría de Tabacos. Al frente, la
Casa del Gobernador. Y hacia la barranca, el improvisado escenario, donde se
representaría esa noche "ha vida es sueño" de Calderón de la Barca. A todo lo
largo de la Plaza esperaba una multitud impaciente y bullanguera. Precedido
de un negrito esclavo que portaba un farol, llegó un caballero de tricornio y
chorreras de encaje, jubón de raso, calzas cortas y hebillas de plata. Era don
Lázaro. Nueve campanadas daba la Catedral cuando comenzó la función. Días
después, Ribera narraba en esta forma el jubiloso suceso:
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"En obsequio del cumpleaños de nuestro benigno soberano – dice su oficio


del 19 de Diciembre de 1800 –, los individuos del comercio de esta ciudad
representaron en la noche del 9 del corriente la comedia de Calderón que
tiene por título "La vida es sueño", disponiendo y costeando un lucido teatro
en 1a Plaza, a donde concurrió todo el pueblo, dando principio por una loa
que tuvo por objeto recitar las grandes virtudes de un Rey y de una reina,
padres de sus pueblos. El mismo comercio dio de comer aquel día a los
pobres de la cárcel, manifestando todos su amor y fidelidad, y yo los deseos
que siempre me han acompañado de promover y propagar, a tres mil leguas
del trono, unos pensamientos que los considero muy apreciables y dignos de
que lleguen a noticia de V. E., cuya vida ruego a Dios guarde muchos y felices
años". (Arch. Nac., Vol. 40, Nº 4).
A propósito de arte y letras, conviene recordar que Ruy Díaz de Guzmán –
soldado y escritor – publicó la crónica histórica titulada "La Argentina", que él
consideraba "primera fruta de tierra tan inculta y nueva". Y que durante el
coloniaje destacáronse como poetas Juan de Salazar, Luis de Miranda de
Villafaña, Gonzalo de Acosta, Martín del Barco Centenera y José de
Antequera. Pero la poética colonial no está en esos versos solamente. Está
también en las ingeniosas poesías populares ("compuestos", "maravillas,
relación, etc.), en las sátiras políticas y sociales, en los panfletos y en los
escritos de las paredes callejeras.
Ribera interesóse por la salud del pueblo. En Real Orden de 20 de Mayo
último – expresa una nota del 25 de Febrero de 1805 – V. E. se sirvió
comunicarme la agradable noticia de haber arribado con felicidad a este
continente la expedición marítima destinada a propagar entre estos vasallos
el admirable descubrimiento de la vacuna, después de haberlo introducido en
las islas Canarias y de Puerto Rico". Y más adelante agrega que "en el caso
de que por la distancia no pueda venir ningún individuo de los que
acompañan al Director don Francisco Xavier de Balnis, se mande de aquí un
cirujano a fin de que, recibiendo del mismo director o de algún comisionado la
instrucción y necesarios conocimientos, pueda operar con el acierto que se
desea en beneficio de estos remotos vasallos". (Archivo Nacional, Vol. 34).
Pero el activo gobernador no se contentaba con que fuesen vacunados los
asuncenos solamente. Quería que los beneficios de la salud pública lleguen
también a los pueblos del interior, aún a los más lejanos, como lo prueba este
oficio del 30 de Diciembre de 1805: "La inoculación de la vacuna es un
maravilloso preservativo de la viruela natural, ya conocida en toda Europa y
en América, y para introducirla en esa población, el pueblo de Belén e
Ycuamandiyú [Ykuamandyju], me remitirá V. prontamente 6 u 8 muchachos

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que no hayan tenido viruela, con algún hombre que sepa sangrar aunque sea
imperfectamente, pues basta que maneje un poco la lanceta, para que en su
presencia se vacunen aquí los dichos muchachos y regresen en estado de que
el referido hombre puede vacunar sin dificultad comunicando de brazo en
brazo este admirable remedio, que ha salvado la vida a millones de almas".
(Arch. Nac., Vol. 127, Nº 12-22).
Con el objeto de desalojar a los portugueses de Coimbra, fortaleza fundada
en territorio perteneciente a la Provincia del Paraguay, Ribera organizó y
dirigió personalmente una expedición. Escuchemos su narración, escrita a
bordo de la sumaca "Nuestra Señora del Carmen" el 17 de Octubre de 1801:
"No cansaré a V. E. con la relación de un viaje que lo hizo penoso la
extraordinaria permanencia de los vientos contrarios y tempestuosos, y me
ceñiré a decir que a los 42 días de navegación logré ponerme delante del
fuerte Coimbra a las 4 de la tarde". Comenzó en seguida un fuerte cañoneo
de ambos bandos, hasta que a las 5.45 "empezó a soplar con fuerza el
suroeste, obligándome a dar la orden para que todas las embarcaciones se
amarrasen a barlovento de Coimbra, con el objeto de cortarle toda
comunicación con los establecimientos del norte. La mañana del 17 amainó
un poco el viento y requerí al comandante, que es un Teniente Coronel de
Ingenieros, para que se rindiese; me contestó con honor, diciendo que él y
todos los defensores del fuerte se sepultarían primero debajo de sus ruinas.
El 18, 19 y 20 se realizaron varias tentativas de acercamiento, con nutrido
fuego de ambos bandos. Pero los portugueses se encontraban bien
parapetados. Coimbra ya no es la estacada formada en un comienzo. Es un
fuerte de cal y piedra, en cuya construcción trabajaron cuatro años. Está
situado en la falda de un cerro elevado, cubierto de árboles y matorrales que
forman un impenetrable bosque. En los días 21, 22 y 28 sopló el viento
furiosamente. La noche del 22 fue el extremo riguroso de viento, agua y
truenos, con unos torbellinos del norte y noreste tan impetuosos que nos
ponían a pique de zozobrar. El 24 los capitanes y prácticos de los buques
dieron su dictamen, manifestando que no podían detenerse más tiempo en la
altura de Coimbra sin correr el riesgo de quedar sin agua para regresar, por
ser mucha la rapidez con que bajaba el río. La Junta de oficiales votó por
unanimidad la pronta retirada.
En los nueve días que sitié a Coimbra, no tuve ni una hora de tiempo
favorable, y puede decirse que más fui a luchar con los elementos que con los
enemigos del Rey. A pesar de tanto contratiempo y desgraciadas
circunstancias, las armas de S. M. se hicieron respetar constantemente
sosteniendo una superioridad decidida. Los portugueses fueron testigos de

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nuestra dominación, manteniéndose encerrados en los bosques más espesos


y detrás de las murallas del fuerte. (Arch. Nac., Vol. 35, Nº 9).
La expedición tuvo, pues, que emprender el regreso. Si ella resultó
infructuosa, la culpa no fue por cierto del Gobernador Ribera.
En 1797, el progresista gobernante estableció una fábrica de cables de
güembé [guembe] y caraguatá [karaguata]. Estaba convencido de que por
"los grandes recursos que tiene esta Provincia para ser rica y feliz, sus
muchas y excelentes producciones", había que tomar medidas de esa
naturaleza para hacerla prosperar. "Es un establecimiento – decía – que he
fomentado venciendo todas las dificultades; él puede ser muy útil a V. M. y a
estos vasallos, con no poco perjuicio de las potencias del norte de Europa,
cuyo tráfico del cáñamo padecerá un decrecimiento proporcionado a la
protección que se dispense a estas provincias". (Arch. Nac., Vol. 40, Nº 4).
La industrialización de esta producción nativa resultó un éxito. La nueva
manufactura paraguaya encontró gran aceptación en la armada española, que
la utilizó con eficacia durante las guerras napoleónicas. En un oficio del 19 de
Diciembre de 1798, Ribera afirma que "habiendo remitido 6 cables y 12
calabrotes para la Marina Real surta en el apostadero de Montevideo, me pide
el Virrey otros que ya se están trabajando, manifestando en dicha carta que
la experiencia ha enseñado la excelente calidad de aquellas amarras y que
pueden preferirse a las de cáñamo por esta razón, y por la economía que
resulta en los precios. La otra planta, llamada caraguatá [karaguata], es en
mi concepto de más resistencia que el cáñamo, y la más a propósito para
jarcias, por cuyo motivo voy a mandar hacer 1 cabo de labor de 3 pulgadas y
60 brazadas, para que el Virrey mande examinarlo en Montevideo, cuya
tentativa me prometo podrá producir ventajas a esta Provincia y ahorros a la
Real Hacienda". (id)
Ribera hacía que el Estado comprase la materia prima directamente a los
productores. En efecto, una circular suya del 30 de Octubre de 1800 dice:
"Puede V. S. publicar inmediatamente en esa Villa que el que quiera traer o
remitir a esta Capital 5 ó 6.000 arrobas de güembé [guembe], se la comprará
por cuenta de S. M. al precio corriente, pagando el importe sin dilación en sus
Reales Cajas". (id.).
Constantemente llegaban urgentes pedidos de nuevas remesas. En nota del
18 de Enero de 1801, informa el Gobernador que el Virrey le ha ordenado
hacer 2 cables, l calabrote y 1 guindalera. (id.). Y en otra, del 19 de Octubre
de 1802, haber remitido a Montevideo 9 cabos de caraguatá, y estar
terminados ya 2 calabrotes. En total, "se han trabajado, tanto de güembé
como de caraguatá, 84 piezas, entre cables, calabrotes y guindaleras, desde
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3 a 24 pulgadas de grueso y 120 a 134 brazas de largo". (Arch. Nac., Vol.


928). Un documento, del 19 de Octubre la 1804, expresa que se han
embarcado 2 calabrotes de güembé para la Marina Real y 1 cajón de
caraguatá para el Gobernador de Montevideo. (id.). Y otro, del 17 de
Noviembre del mismo año, informa que se remitieron 8 cables de güembé al
Puerto de las Conchas. (id.).
Los cables de güembé y caraguatá, constituían, pues, un apreciable renglón
de la exportación paraguaya.
El gobernador Ribera se propuso colonizar el Chaco. Poniéndose en
contacto con los indios de Melodía, los payaguaes y otras diversas
parcialidades del Chaco, y con sus catequistas, esbozó planes de gran aliento
para realizar tal propósito. En un informe del 18 de Julio de 1796, Ribera
expresaba que quería "dar a estos establecimientos un impulso cuyo
movimiento se comunicase hasta las extremidades del Chaco. Las cosas se
han proporcionado de modo que con 4 o 6 poblaciones bien situadas en el
Chaco y 3 o 4 fuertecillos, lograríamos fijar para siempre el carácter
inconstante de los indios". En su opinión, la conquista del Chaco sólo era
factible poblando dicho territorio, y ese objetivo, siempre tan ansiado por la
Provincia, no se lograría jamás con expediciones militares. En otra nota
proponía los recursos que consideraba necesarios para llevar adelante
empresa tan útil. "Con estos apoyos – agregaba – podrá un gobernador
inteligente y celoso perpetuar la felicidad de la Provincia en diez o doce años.
Estas poblaciones (se refería a las que proponía se fundasen en el Chaco)
quedarán enlazadas con las de Tucumán y Perú". (Arch. Gral. de la Nación
Argentina, documento citado por el doctor Efraím Cardozo).
Pero estaba escrito que ese grande anhelo no se realizaría. Y el bello
proyecto quedó olvidado en las carpetas virreinales.
La benéfica labor desarrollada por Pinedo, Melo de Portugal y Alós, fue
superada, si cabe, por Lázaro de Ribera. Su gobierno, que fue de diez años,
se caracterizó por la propulsión que dio a la cultura, al arte, a la salud pública
y a las industrias nacionales, como también por sus esfuerzos en defender las
fronteras y en colonizar el Chaco. Con él termina la era del Resurgimiento.
La "Historia de una pasión argentina", Eduardo Mallea realiza una
indagación enderezada a un saber de la realidad argentina. Los conceptos que
emite se adecuan perfectamente a nuestros problemas. Por eso conviene
meditar sus palabras: "Mientras vivamos durmiendo en ciertos vagos
bienestares estaremos olvidando un destino. Algo más: la responsabilidad de
un destino. Insertemos esta comprensión viva en el caminar de nuestra
nación. Si ciencia es reminiscencia, lo que necesitamos en todo momento es
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reminiscencia, o sea conocimiento anterior, del origen de nuestro destino. Allí


está potencialmente contenido nuestro devenir; si perdemos el recuerdo, o
sea la ciencia de nuestro origen anterior, ¿qué podremos ser, más que un
optimismo errabundo? Como los hombres, los pueblos que no han sufrido sólo
conocen una grandeza pequeña. Y es este dolor lo que confiere a los pueblos
y a los hombros un sentimiento heroico de su destino y un estado de
grandeza potencial".
La visión de la patria adquiere corporeidad cuando Mallea dice: "Uno de
esos amaneceres, al concluir el trabajo, excedido de insomnio, salí a la calle y
eché a caminar por el largo paseo que hace un codo en el Retiro y sube hacia
el bello golfo vegetal de la plaza San Martín. Me sentía absolutamente a solas
con mi tierra caminando en el amanecer de la calle desierta. La hora del alba
y la atmósfera me invadían. Al llegar a la plaza vi llegar por una de las calles
laterales a una mujer vestida de negro. Su rostro era muy blanco y su cuerpo
fino. Instintivamente, caminé unos pasos tras ella. Tal vez estaría
materializado el vasto sueño argentino en esos ojos grandes y sufrientes, en
ese paso rítmico, rápido, que denotaba un apuro por llegar; lo cierto es que la
vi pasar, desaparecer, perderse por la calle Charcas detrás del Plaza. De ese
mismo modo a la vez corpóreo y fugaz pasaba ignorando el país nuestro ante
los ojos habituales. Esa mujer era tal vez una mujer perdida a fuerza de no
haber hallado su destino; o tal vez había encontrado su destino, una vez,
viviendo algún minuto con intensidad".
El Paraguay, ha encontrado en ocasiones la ruta de su destino. Pero la
perdió de nuevo, ya en el pantano de las dictaduras, ya en las encrucijadas
de la anarquía. Nuestros problemas, sin embargo, son simples. Son
problemas viejos con modalidades nuevas. Los mismos que planteaban y
resolvían los gobernadores Pinedo, Melo de Portugal, Alós y Ribera. Y que
pueden resumirse así: Caminos, Higiene, Escuelas, Tierras. Ese plan –
ejecutado bajo la égida de la libertad –, será la brújula que señale el
derrotero de nuestro destino. Aunando esfuerzos, realicémoslo cuanto antes,
que desde los lejanos confines de nuestra historia sigue resonando todavía
aquel grito angustiado del Gobernador Pinedo: "¡Señor, el Paraguay necesita
una redención!".

Capítulo VI
TRANSFORMACIONES TERRITORIALES DE LAS MISIONES

Dice un escritor que si dispusiésemos de una serie do mapas políticos


antiguos, hallaríamos a Egipto dilatándose y contrayéndose como un zoófito
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bajo el microscopio.
Algo semejante nos ocurriría con las Misiones, cuyo territorio, encogiéndose
y ensanchándose en diversas oportunidades, constituye un logogrifo
geográfico difícil de desentrañar. Sabemos que los jesuitas, al llegar en 1609,
se establecieron en el Guairá, Paraná y Uruguay. Y que los del primer grupo,
al ser más tarde atacados por los bandeirantes, se vieron obligados a
trasladarse al sudoeste. Vinieron a engrosar, pues, las reducciones erigidas
en la región que, cruzada por el Paraná y el Uruguay, se extendía desde el
Tebicuary hasta el Ybycuí.
Los límites de las Misiones Jesuíticas eran los siguientes: río Tebicuary,
Estero Neembucú, río Parané, laguna Yberá, ríos Miriñai, Uruguay e Ibycuí,
cordillera de los indios Tapes y río Yguazú. En esa superficie estaban
comprendidas las 30 reducciones. Todas ellas se hallaban enclavadas en
territorio de la Provincia del Paraguay.
Recordemos que en 1617 la Provincia fue dividida en dos. A fin de deslindar
jurisdicciones, una Real Cédula del 10 de Noviembre de 1659 declaró que, de
los 30, "son 13 señaladamente los pueblos que siempre fueron de la
jurisdicción del Paraguay". Es decir que los 17 restantes habían pasado a
pertenecer a Buenos Aires.
Como también existía confusión de jurisdicciones eclesiásticas entre los dos
Obispados, la Real Cédula del 11 de Febrero de 1724 ordenaba aclararla. Los
jueces compromisarios dictaron su fallo expresando que "los términos del
Obispado del Paraguay son e incluyen las vertientes todas del río Paraná, y
los del Obispado de Buenos Aires las del río Uruguay, que son las divisiones
de ambos Obispados".
Las vertientes del río Paraná y las del río Uruguay están divididas por la
Sierra Grande de las Misiones, que viene a ser el límite natural, el divortium
aquarum entre los dos obispados. (Véase mapa al final). Al norte de dicha
sierra estaban situadas las 18 misiones paraguayas y al sur las 17
correspondientes a Buenos Aires. El fallo venía a confirmar, pues, el sentido
de la Real Cédula de 1659. De donde se ve, que la jurisdicción política y la
jurisdicción eclesiástica coincidían exactamente.
A esta segregación – ya que las 30 reducciones pertenecían
originariamente al Paraguay – siguió otra. A causa de los disturbios
relacionados con la Revolución Comunera iniciada en Asunción por el doctor
José de Antequera, una Real Cédula de 1726 separó los 13 pueblos de las
misiones paraguayas incorporándolos a la jurisdicción de Buenos Aires. La
frontera paraguaya se replegaba, pues, hasta el Tebicuary.

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Esta medida fue anulada en 1784 a pedido del Gobernador Melo de


Portugal, reintegrándose por tanto los 18 pueblos al Paraguay. Ahora, el
límite era otra vez la Sierra Grande.
Pero un nuevo cambio se produjo en las Misiones en 1803. En efecto, por
una Real Cédula del 17 de Mayo de ese año, los 80 pueblos entraron a formar
un gobierno "con total independencia de los Gobiernos del Paraguay y Buenos
Aires". Es decir que la nueva gobernación fue creada a costa de las 18
misiones paraguayas y de las 17 pertenecientes a Buenos Aires. Su
jurisdicción se extendía a todo lo largo de la región jesuítica, esto es, desde el
Tebicuary en el noroeste hasta Ybycuí en el sudeste. Gobernador de las
Misiones fue nombrado Bernardo de Velasco.
Tres años más tarde, Velasco fue nombrado Gobernador del Paraguay, sin
abandono de su otro cargo. Al venir a quedar ambos gobiernos en manos de
una misma persona, el título de Velasco fue éste: "Gobernador militar y
político e Intendente de la Provincia del Paraguay y de los treinta pueblos de
las Misiones de los indios Guaraníes y Tapes del Paraná y Uruguay". Así, en
forma de unión personal, se encontraban ligados el Paraguay y las Misiones
cuando sonó la hora de la emancipación hispanoamericana. La cuestión de
Misiones no constituyó propiamente una desmembración, pues en el ajuste de
límites realizado en 1811 por los nuevos Estados, el Paraguay se reservó la
parte que había sido suya hasta 1803.

Capítulo VII
COOPERACION EN LA DEFENSA CONTRA LAS INVASIONES
INGLESAS

Un año hacía de Trafalgar. En ese combate naval, al vencer a las escuadras


coligadas de España y Francia, Gran Bretaña había quedado dueña de los
mares. Unos marineros ingleses, cumpliendo instrucciones del Gabinete de su
país, ultimaban detalles en la ciudad del Cabo de Buena Esperanza, para caer
sobre Buenos Aires o Montevideo y adueñarse del Plata agregándolo a la
corona del Rey de Inglaterra.
Y poniendo manos a la obra, poco después partían del Cabo, rumbo al Río
de la Plata, las fragatas "Diadem", "Raisonable" y "Diomede", las corbetas
"Leda", "Narcisus y "Encounter" y cinco transportes más. Venía al mando de
la escuadra el Comodoro Sir Home Popham, y como jefe de las tropas el
Mayor General William Carr Beresford. Venían también 1200 hombres y 6
piezas de artillería de campaña.

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El 25 de junio de 1806 los invasores desembarcaban en Quilmes, al sur de


Buenos Aires. Las fuerzas españolas son dispersadas por los ingleses,
mientras el Virrey, Marqués de Sobremonte, huye a Córdoba. El enemigo
hace alto en Barracas. Un parlamentario llega al galope y se apea en el
Fuerte. Trae la intimación de rendirse. La respuesta es afirmativa. Algunas
horas después, los regimientos ingleses, a tambor batiente, son de clarines y
banderas desplegadas, entran por las calles del sur.
El invasor reunió alrededor de un millón trescientos mil pesos en oro y
plata, suma que fue enviada de inmediato a Inglaterra. El vencedor otorgó las
condiciones siguientes, expresadas en hojas sueltas repartidas por la ciudad:
Entregadas que fuesen las armas, las tropas vencidas se retirarían con todos
los honores de la guerra. Toda propiedad sería respetada. Y todo derecho
individual, protegido. El cabildo continuará en pleno ejercicio de sus
funciones. Nadie será forzado a tomar las armas contra el Rey de España. Se
protegerá el libre ejercicio de la religión católica.
Algunos comienzan a resignarse. Existe en el alma de esa gente una
especie de conformidad maquinal. Hasta creen que resultará benéfico el
nuevo gobierno y que, a la vuelta de pocos años, Buenos Aires podrá llegar a
ser un importante emporio.
Arturo Capdevila nos cuenta que por aquellos días se realizaban "saraos de
familia, en que los ingleses, verdaderos espejos de urbanidad, ora trataban
de enseñar sus danzas a las porteñas, ora de aprender de ellas las suyas. Son
los días en que salen de paseo por la Alameda las más distinguidas
"señoritas", con los Pack, con los Patrick, con los más gallardos oficiales, y en
que las madres se complacen en caminar cerrando la marcha, no sin
considerar la idea del posible casamiento de las hijas con los herejes. Y allá
van del brazo con los rubios mozos, las Sarratea, las Marcó del Pont, las
Escalada...
Súbitamente habían dejado de ser tenidos en cuenta de piratas los
ingleses, y eran mirados ahora – por ciertas promesas de independencia que
andaban haciendo – como buenos amigos del país. El juicio público, en suma,
cabía en esta expresión que todos hacían propia: – Están en guerra con el
Rey, pero en paz con la tierra.
Al abrigo de este apotegma hay muchos que pactan; muchos que de algún
modo ponen en paz sus escrúpulos y siguen camino adelante. Pero el pueblo,
no. El pueblo es el coro insobornable de las tragedias antiguas. Sólo sabe lo
que sabe. Hasta su ignorancia es defensa y antemural para él. Mira y
comprende. Se explica perfectamente que el señorío ande haciendo buenas
migas con los colorados. La cortesía manda así sea. Mas, para no contagiarse
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también, se vuelve sardónico, suelta cada día su pulla y está con el oído
aguzado, atento a las voces de la tierra".
El vecindario tiene esperanza de que el invasor sea expulsado.
Cautelosamente se hace correr la voz de la resistencia. En la trastienda del
librero Valencia se forma una logia y de allí salen diariamente disposiciones.
Existe una organización perfecta para echarse a la calle apenas batan marcha
los tambores. Santiago Liniers, francés al servicio de España, y por aquel
entonces Capitán del Puerto de la Ensenada, se ha dirigido a Montevideo a
solicitar algunos refuerzos para retomar Buenos Aires.
Nativos y peninsulares estaban unidos ante la desgracia común. Lo que se
tramaba era una guerra de conquista, pero también era una guerra de
religión. Los británicos, que paseaban por las calles con sus vistosos
uniformes colorados, eran anglicanos. Pero, para el pueblo, al no ser
católicos, eran "herejes".
"Entonces – agrega Capdevila – la grey católica, que es toda Buenos Aires,
se refugia en al rosario. El prior de los dominicos, Fray Gregorio Torres, que
sabe ya de la encendida promesa de Liniers a la Virgen, insta de seguro a los
cofrades a secundada con la devoción que les es más grata. Y ella se cumple
en cada casa. Y tarde a tarde, a la hora de la salutación angélica, mientras
repican las campanas, empieza en todas las casas el "Dios te salve, María".
Los oficiales ingleses ya lo saben. Hay una hora en que toda la familia, bajo
cuyo techo habitan, se reúne en algún grande aposento a corear una plegaria.
Oyen el vocerío de aquel rezo y prefieren salir. Comprenden que están de
más. Comprenden que esa plegaria es algo que los separa, y acaso coligen
también que se está rezando contra ellos. Lo colijan o no, les parece muy
curioso el suceso. La familia entera está reunida. Todos. Los padres, los hijos,
los abuelos. Todos. Varones y mujeres, viejos y niños: enteramente todos. Si
acaso llega una visita, no se anuncia; entra, se arrodilla el que fuere, y
participa de la oración y de aquella devoción impresionante.
Interróganse los ingleses con interés, acaso con íntimo desasosiego:
– Do you know what the rosario is?
– Oh, yes! It is a very curious devotion!
– One of the most curious devotions of the Roman Catholic Church.
Sí. Ya saben algo los ingleses. Van por las calles a la hora del Angelus los
señores oficiales británicos y ¿cómo será que no se enteren, si el coro de la
unánime plegaria trasciende de las cerradas ventanas de cada casa y derrama
por el aire frío su compungido rezongo?"

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Cruzando por Colonia, Liniers desembarca el 4 de Agosto, bajo una lluvia


torrencial, en la margen opuesta, un poco al norte de Buenos Aires. La lluvia
enloda y borra los caminos, lo que impide a Carr Beresford salir a campo
abierto, como estaba planeado... Llueve cinco días seguidos. Liniers y sus
tropas se ponen en marcha. Llegan hasta el Retiro. La columna inglesa se
repliega sobre la Plaza. Y se encierra en el Fuerte. Gran número de
ciudadanos se incorpora a las fuerzas de Liniers. La artillería inglesa está
barriendo las calles. Los libertadores avanzan corriendo por las aceras. Se
repliegan las chaquetillas rojas. Y ya se está peleando en la Plaza Mayor. El
Cabildo, la Catedral y la Recova caen en poder de los atacantes. Ya están
rodeados los ingleses. Sobre el Fuerte flamea la bandera de parlamento. Y
Carr Beresford, al frente de sus diezmadas tropas, se dirige desde el Fuerte
hasta el Cabildo a deponer las armas ante Liniers. La Reconquista estaba
realizada.
A los pocos días, el Cabildo convoca a Congreso General. El pueblo en
muchedumbre reclama el mando militar para el único jefe de verdad,
Santiago Liniers. Sobremonte había perdido autoridad moral con su huida a
Córdoba. Pero el peligro no había pasado. Era seguro que los británicos
traerían una segunda invasión, mucho más poderosa que la anterior. El Virrey
Sobremonte solicita, pues, con la mayor urgencia, auxilios al Paraguay y a las
otras provincias del Virreinato.
El Paraguay, que siempre había prodigado su ayuda al Río de la Plata, ya
en forma de poblaciones, de reducciones, de fuertes, de recursos efectivos, o
repeliendo ataques de los indígenas, no podía dejar de prestar su concurso en
esta grave emergencia.
"Un primer cuerpo del Regimiento de Voluntarios de Caballería – dice Juan
F. Pérez –, distribuido en siete compañías y constante de 534 plazas, al
mando del Coronel José de Espínola, teniendo como segundo al Mayor
Fulgencio Pereyra y como ayudante de campo al Mayor veterano Juan de la
Cuesta, se alistó en Asunción y parte en Pilar. En la oficialidad figuraban el
Teniente Fulgencio Yegros como jefe de la segunda compañía; los Capitanes
José Fernández Montiel, Cristóbal Insaurralde y Juan Manuel Gamarra,
comandantes de la quinta, sexta y novena compañías; el Subteniente Benito
Villanueva; los Alféreces Fernando de la Mora y Gervasio Acosta, el entonces
cadete Antonio Tomás Yegros y varios más que muy pronto habían de tener
importante participación en las acciones militares del año 1811, que a su vez
determinaron la independencia del Paraguay.
El contingente paraguayo fue incorporado inmediatamente a las tropas
regulares de Buenos Aires, aunque con su mando y oficialidad propios, y

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debidamente uniformado con la vistosa indumentaria de la época, pasó al


poco tiempo como tropa de refresco a la Banda Oriental, donde actuó en la
reñida defensa de Montevideo cuando la segunda invasión de 1807. Para
reforzar este contingente, vinieron otros dos regimientos de la misma
procedencia, con un total de 314 plazas, al mando del teniente Pedro Antonio
de Herrera y el Capitán Manuel Antonio Coene".
En total, 850 paraguayos partieron al Uruguay para esperar la segunda
invasión británica. También se encaminaron hacia allí las milicias de Córdoba
y de Santa Fe.
Por su parte, el Cabildo de Asunción envió al de Buenos Aires dos remesas
de fondos para cooperar en los gastos de la defensa. La primera remesa,
según Pérez, fue de 5.189 pesos de "donativo colectado en aquel vecindario
para ayuda de los gastos de este ilustre Cabildo en sus preparativos de
defensa", y la segunda fue de 1.550 pesos más. También el Obispo del
Paraguay, don Nicolás Videla, envió 500 pesos en una libranza a cargo de
Juan Bautista de Otamendi. Estas cantidades hacían un total de 7.239 pesos.
A comienzos del año siguiente, los ingleses aparecieron de nuevo. El
ejército y la escuadra de Sir Samuel Auchmutty atacan simultáneamente. Los
ingleses desembarcan en la playa del Buceo, contigua al actual Pocitos.
Sobremonte huye por segunda vez. Montevideo se defiende tenazmente
durante varios días. Allí mueren centenares de paraguayos. Los atacantes
consiguen, finalmente, abrir una brecha en el muro del sur y Montevideo es
tomada el 3 de febrero de 1807.
"No pensé saldría con vida de tanta multitud de balas inglesas que llovía
sobre nosotros – dice Antonio Tomás Yegros a su pariente don Juan Tomás en
carta fechada en Capilla de Piedras el 22 de Enero de 1807 –. El 16 del
corriente se desembarcaron a dos leguas de la ciudad, en el paraje o puerto
que llaman de Buceo, más de 6.000 ingleses, donde ocurrimos prontamente
los de caballería, que alcanzamos a 2.000, con el tren volante cañones de 8,
donde todo el día nos estuvimos batiendo nosotros por tierra, y ellos del mar
con las cañoneras pero nunca pudimos impedirles; y la misma tarde mandó el
señor Gobernador al Virrey, que estaba acampado con nosotros, casi todos
los Regimientos de Infantería, que componen 4.000 hombres, todos con
grande valor y ánimo, dando voces y gritería; pero de noche toditos los volvió
Su Excelencia al pueblo, y a los tres días, al rayar el día nos avanzó a
nosotros los de caballería, sin poderlos rechazar, y vinimos a parar a una
legua de la ciudad, en los Migueletes, donde al día siguiente, por instancias
del Cabildo, pidió el señor Gobernador a su Excelencia que nos viniéramos
todos por la mañana a abatirlos, que se verificó con quinientos, y tanto por

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haber los de caballería muerto en el primer combate, donde murieron muchos


de una y otra parte, los paraguayos murieron ciento y tantos, entre ellos un
Alférez don Romualdo Agüero y el hijo mayor de don Agustín Recalde, que
sacaron la cuenta de muertos y heridos 55 de los nuestros. Fulgencio está con
una herida de muerte, muy enfermo en el pueblo, de un tiro que le asestó
bajo la espalda y casi le vandeó, y para sacar la bala fue preciso abrirle bajo
la tetilla por un cirujano para sacarle con tijeras. Ha habido mucho destrozo
por una y otra parte, y muchísimas traiciones que para contarlas todas falta
tiempo". (Documento publicado por José A. Moreno González).
Los ingleses comenzaron a publicar poco después un periódico bilingüe:
The Southern Star. (La Estrella del Sur). Editábase en la imprenta de la calle
San Diego Nº 4. El primer número apareció el 23 de Mayo de 1807. The
Southern Star abogaba por la libertad de comercio, además de tratar de
asuntos políticos y religiosos. Se repartía profusamente en Montevideo y
circulaba también, aunque bajo capa, en Buenos Aires. "En cuanto a vosotros,
amigos españoles – incitaba un artículo –, el gobierno inglés desea vuestra
felicidad de todo corazón. Vienen los ingleses no como conquistadores sino
como defensores. Quieren emanciparos de la servidumbre. Volved los ojos a
España. Ofrece una pintura de deshonra, infelicidad y humillación. ¡No hay
otro refugio que Inglaterra! La libertad es el fundamento de la Constitución
inglesa. Acogidos a Inglaterra, tendréis comercio libre de exacciones injustas
y de monopolios onerosos. Inglaterra viene como el ángel de la paz seguido
de su séquito natural: la libertad, la tolerancia y la justicia".
La caída de Montevideo produjo un revuelo en Buenos Aires. El pueblo se
agolpó frente al Cabildo y pidió a gritos que cese el Virrey Sobremonte. El
Cabildo, que estaba presidido por don Martín de Alzaga, era de la misma
opinión. Suspendió, pues, a Sobremonte y separóle de todo cargo, aparte de
ordenar su arresto y la incautación de sus papeles.
Liniers hace un llamado patriótico para la defensa de Buenos Aires, pues
ésta no tardaría en ser atacada. Todos concurren. El interior también
responde. Llegan milicias de Catamarca, Tucumán, Córdoba, San Luis y
Corrientes. Llega también un nuevo y fuerte contingente paraguayo, con el
Gobernador Bernardo de Velasco al frente.
En esa oportunidad surgieron, según parece, los colores de la bandera
paraguaya. Mientras se organizaba la defensa, hubo que distinguir a las
tropas paraguayas que venían a sumarse al ejército. Juan Manuel Sosa
Escalada ha encontrado en el Archivo de Buenos Aires un acta del 20 de Julio
de 1807, en la que se manda pagar a Ramón Manuel de Pazos el importe de
cuatro banderas; una encarnada, que se usó en la defensa para distinguir del

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ala derecha; una azul turquí para el ala izquierda; una blanca para el centro;
y una tricolor (de los tres colores anteriores) para el cuerpo auxiliar. Este
documento viene a confirmar una tradición oral. En efecto, a Sosa Escalada
aseguraba su abuelo, el venerable maestro Juan Pedro Escalada, que tal fue
el origen de los colores de nuestra bandera. Y lo mismo afirmaba Bonifacio
Iglesias, vecino de San Pedro, cuyo hijo Pedro Iglesias actuó en el
contingente paraguayo que estuvo en el Plata durante las invasiones
británicas.
Casi cinco meses transcurrieron entre la toma de Montevideo y el ataque a
Buenos Aires. Los ingleses desembarcaron el 30 de Junio en la Ensenada.
Llegada la noticia a Buenos Aires, salen los defensores por las calles del sur
rumbo a los campos de Barracas. El alcalde, don Martín de Alzaga, constata
en aquellos momentos la indefensión casi absoluta en que se halla la ciudad,
pues es irrisorio el número de tropas con que cuenta para defenderse en caso
de ser invadida. Alzaga protesta y consigue que regrese a Buenos Aires un
batallón siquiera para su custodia. Dispone que desde esa noche salgan los
cabildantes de dos en dos y cada dos horas hasta el amanecer, a rondar las
calles, y ordena la iluminación de éstas por si el ejército se ve obligado a una
retirada a la plaza. Llega la noticia de que el ejército inglés – compuesto de
12.000 hombres y comandado por el Teniente General John Whitelocke – ha
conseguido, mediante una afortunada estratagema, cruzar el Riachuelo de
Barracas. Luego llega otra noticia peor: Liniers ha sido derrotado en los
Corrales de Miserere (actual Plaza Once). Alzaga, enérgico y sereno, ordena
traer la artillería del Retiro para abocarla a las calles de entrada. Dispone que
se instalen parapetos con bolsas de yerba y lana. Y hace conducir desde los
almacenes de suburbio víveres para la guarnición. Liniers y su segundo
Bernardo de Velasco llegan ilesos a la ciudad. El jefe es aclamado por la
multitud. Llegan gentes dispersas de los cuerpos voluntarios.
La Defensa comenzó el 5 de Julio. El enemigo ataca al amanecer. Se
apodera del Convento de Santo Domingo, situado a tres cuadras escasas de
la Plaza Mayor. Hacia el otro rumbo, se apodera también del Monasterio de
Santa Catalina. El pueblo se defiende tenazmente; desde los balcones y
azoteas cae sobre los ingleses un diluvio de hierro. Ahora comienza, la
segunda fase del combate: la de atacar al inglés en sus reductos. Rueda hacia
allí la artillería. Whitelocke y los suyos, al caer la tarde del 7, terminan por
rendirse. Se ajustan los términos de la capitulación. Los británicos se
comprometen a evacuar no sólo Buenos Aires, sino también Montevideo.
Amanece el 8 entre un repique general de campanas y el delirio del júbilo
ciudadano.

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Poco después, la corte de Madrid nombra Virrey a Liniers y la otorga el


título de Conde de Buenos Aires. El audaz intento de los ingleses cohesionó a
los criollos americanos. Argentinos, paraguayos y uruguayos, formando un
sólido haz, defendieron con fiereza y eficacia el suelo del Virreinato.
Además, la fallida conquista sirvió también para dar a los criollos la
conciencia de su propio valer, la medida de su capacidad. Fue, de esa
manera, uno de los cimientos de su autonomía, la que estalló vigorosa y
pujante al correr de pocos años.
Tal fue la colaboración paraguaya a la defensa del Virreinato durante las
invasiones inglesas. Como en todo el decorrer del coloniaje, la Provincia tenía
que estar presente, y lo estuvo, cuando un peligro común amenazaba. Leal y
solidaria, olvidando agravios e injusticias, no escatimaba sacrificios ni eludía
deberes, que sacrificios y deberes informaron su historia plena de grandeza.

III PARTE
EL CHACO EN EL CONTROL ADMINISTRATIVO

Capítulo I
FUNDACIÓN DF SANTA CRUZ DE LA SIERRA

La "Tierra del Rey Blanco" fue el punto de mira perseguido por Alejo García,
Sebastián Gaboto, Don Pedro de Mendoza y su lugarteniente Juan de Ayolas,
Alvar Núñez y Domingo de Irala. Todos ellos pretendían llegar a la Sierra de
la Plata, cuya fama irradiaba por todo el continente. Algunos de éstos,
cruzando el territorio del Chaco, alcanzaron la ansiada meta, pero pronto
regresaron, a veces por ser insuficientes sus elementos para consolidar la
conquista, otras por encontrarse ocupada la codiciada tierra por españoles
llegados del lado del Poniente.
Pero la fecundidad imaginativa de los conquistadores era inagotable, como
grande era su constancia ante los más duros fracasos y los más ingratos
contrastes. Ahora se hablaba con entusiasmo de la "tierra rica", la que se
suponía hallarse situada en las inmediaciones de la cordillera de los
Chiriguanos.
No había transcurrido mucho tiempo del fallecimiento de Irala, cuando
resolvióse en Asunción fundar un puerto en los Xarayes. Nufrio de Chávez,
designado jefe de la expedición, salió en 1558 con veintitrés navíos. Navegó
por el río Paraguay hasta llegar a la laguna de los Xarayes. El lagar era pobre
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y malsano Los indios comarcanos le explicaron que, hacia el oeste, existía


una región donde "el metal amarillo lo sacaban de los arroyos de las sierras".
El oro existía, pues. Dónde se hallaba, no lo sabían. Pero lo encontrarían.
Al ansia del oro iba parejo el espíritu creador y constructivo. Además de la
esperanza de la "tierra rica", a Nufrio de Chávez le impulsaba el proyecto de
crear en los confines del Chaco, entre las provincias del Paraguay y Perú, una
gobernación independiente, de la que fuese él gobernador. Resolvió, por
tanto, abandonar el proyecto de levantar una población en los Xarayes y
lanzarse a través del Chaco, hacia aquella tierra que lo atraía con la
incoercibilidad de un poderoso imán.
Largo y peligroso era el camino. Los españoles tuvieron que entablar
violenta lucha con los indios que les hostilizaban en su recorrido.
Amotináronse las tropas y requirieron a Chávez el retorno a Asunción. No
queriendo éste abandonar su proyecto de seguir adelante, fue abandonado
por un centenar de hombres, que emprendieron el regreso a la capital.
Chávez quedó en aquellas regiones sólo con 45 compañeros. Sin
desalentarse, cruzó el río Parapití y fundó, en 1559, a orillas del Guapay, un
pueblo al que denominó Nueva Asunción, en recuerdo de la lejana metrópoli.
A siete leguas de Nueva Asunción, la gente de Chávez encontróse con la
que comandaba Andrés Manso, capitán español que había salido del Perú para
poblar los llanos próximos a la cordillera de los Chiriguanos. El encuentro
trajo serias complicaciones. Tanto Chávez como Manso pretendían tener
mejores derechos a la conquista de aquella tierra. Para evitar el choque, que
estaba a punto de estallar, resolvieron ambos capitanes someter el litigio al
Virrey del Perú, don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete. Este se
dejó convencer por Chávez y, erigiendo el terreno litigioso en nueva
provincia, nombró Gobernador a su hijo don García Hurtado de Mendoza y
Teniente de Gobernador a Nufrio de Chávez. Esto ocurrió en 1560. Al ario
siguiente, esto es, en 1561, Chávez fundaba, al noroeste de la anterior y
cerca del Piray, la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.
Dicha ciudad – cuya fundación fue obra exclusiva del esfuerzo del Paraguay
– vino a ser la capital de la provincia creada el año anterior, la que desde
entonces conocióse con el nombre de Provincia de Santa Cruz.
La creación de la Provincia de Santa Cruz constituye, así, la primera
desmembración sufrida por el Paraguay durante el coloniaje.

Capítulo II
EL RIO PARAPITÍ EN LOS DOCUMENTOS OFICIALES

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Corresponde ahora averiguar cuál fue el límite establecido entre la recién


creada provincia – Santa Cruz de la Sierra y la Provincia del Paraguay, de la
que aquélla fue un desprendimiento.
Nadie más llamado a ilustrarnos sobre el punto que los propios gobernantes
de las provincias, ya que ellos debían conocer el alcance de sus distritos
territoriales.
Don García Hurtado de Mendoza, segundo Marqués de Cañete, que había
llegado como su padre al alto cargo de Virrey del Perú, señaló en Lima, en
1592, los términos de Santa Cruz, expresando que el río Parapití "es de San
Miguel de los Chiquitos y antiguamente se denominaba de Condorillo y es
hasta donde llega el distrito de Santa Cruz de la Sierra". En tiempos de Nufrio
de Chávez y Andrés Manso, Santa Cruz de la Sierra no pasaba, pues, por el
este más allá del río Parapití. (Véase Mapa al final).
Dos siglos después, el límite continuaba siendo invariablemente el mismo.
Es el propio Gobernador Intendente de Santa Cruz, Francisco de Viedma,
quien se encarga de indicárnoslo. En efecto, en un informe presentado por
dicho funcionario al Virrey Arredondo – informe que fue aprobado por éste y
por el Rey – afirma que la Provincia de Santa Cruz "confina por el Norte con
terrenos incógnitos; por el sur con el Gobierno e Intendencia de La Plata
(Charcas). Por el oeste con el Gobierno e Intendencia de La Paz y por el este
con el río Parapití o de San Miguel de los Chiquitos, que la divide de la
provincia de este nombre y aparta de los terrenos que llaman del Gran
Chaco".
Y más adelante, a escasa distancia ya de la emancipación de las colonias
hispanoamericanas, surge otro documento oficial que refuerza lo que venimos
comprobando. El Visitador General del Virreinato del Río de la Plata, Diego de
la Vega, recibió el encargo de preparar la edición de 1803 de la "Guía de
Forasteros del Virreinato de Buenos Aires", donde se comprenderían todos los
datos referentes a las diversas entidades provinciales que integraban aquella
jurisdicción. La obra tenía carácter oficial y contaba con el auspicio del Virrey.
Allí se especificaban las fronteras de los diferentes distritos, Respecto a la
Intendencia de Cochabamba – que así denominábase por aquel entonces la
Intendencia de Santa Cruz –, estampaba que "confina todo el distrito de ella,
por el norte con los terrenos incógnitos entre esta provincia y las Misiones de
Mojos, habitadas en parte de indios bárbaros de nación raches, sirionos y
yuracarees; por el sur con el Gobierno o Intendencia de La Plata; por el este
con el río Parapití o de San Miguel de los Chiquitos; y por el oeste con el
Gobierno o Intendencia de La Paz".
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Todo esto nos prueba que el territorio desmembrado por Nufrio de Chávez
llegaba hasta Parapití: que este río siguió constituyendo siempre – a través
del largo período colonial – el límite oriental de Santa Cruz; y que hasta allí
llegaba, por tanto, al oeste, la Provincia del Paraguay.

III
CONFINES DE CHARCAS Y DE CHIQUITOS

La Provincia del Paraguay confinaba en el lado del Chaco no sólo con Santa
Cruz de la Sierra, sino también con Charcas y Chiquitos.
Debemos, pues, determinar con precisión los límites que separaban la
frontera del Chaco de las de estas últimas provincias altoperuanas.
Abundante es la documentación que prueba que el límite este de Charcas
era la Cordillera de los Chiriguanos. Domínguez ha recopilado en un artículo –
"Límite Este del Perú en los contrafuertes andinos" – testimonios de gran
valor documental. Transcribamos algunos de los más claros.
Jaime Rasquín, que estuvo en el Río de la Plata, hacía constar que los
indios chiriguanos "son tan vecinos de la Provincia del Perú". Es decir que,
aunque están cerca, no están en el Perú.
Toledo, Virrey del Perú, afirmaba que "en los términos de la Ciudad de La
Plata (Charcas) están fronteros los chiriguanos".
Juan López de Velasco, que revisó los copiosos documentos obrantes en el
Archivo la Indias, escribió que "los chiriguanos están en la frontera de los
Charcas".
Francisco de Mendoza, en una información oficial decía en Madrid que hizo
guerra "en la frontera de las Provincias de los Charcas, a los chiriguanos
fronteros".
Diego de Pantoja, vecino de la Plata, en carta dirigida al Rey le dice: "El
dicho reino (del Perú) tiene a las espaldas las Provincias del Río de la Plata
(Paraguay), en las cuales hay mucha tierra abundosa y sana, aunque muy
falta de naturales, y los que hay son chiriguanos, gente indómita y guerrera".
Si las Provincias del Río de la Plata estaban a espaldas del Perú, era porque
entre ambas nada se interponía.
Juan Pérez de Zúrita, Gobernador de Santa Cruz, escribió: "Ha sido esta
gente (los chiquitos) que están al noreste, muy perseguida de los indios
chiriguanos, que confinan con estos charcas".
Fernando de Zárate, Gobernador del Paraguay, envía desde Asunción en
1595 al Capitán Bartolomé de Sandoval, al frente de una expedición, mientras
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dice a la Audiencia de Charcas: "Vuestro gobernador de la Provincia de


Tucumán, Paraguay y Río de la Plata, digo que en las fronteras de dichas
gobernaciones confinan indios chiriguanos alzados".
El jesuita Alonso de Bárcena, desde Asunción instruía a su provincial en
esta forma: "la mayor suma de gente (indígena) es la nación que en las
fronteras del Perú llaman chiriguanos y acá llaman guaraníes".
La Audiencia de Charcas escribe al rey en 1606, expresándole que desean
ser doctrinados "los chiriguanos, que están fronteros de esta Provincia de
Charcas".
Y el Rey, acordando con la Audiencia de Charcas, le dice que recibió su
carta donde le comunicaba haber ordenado entrada "por la cordillera que
divide los indios chiriguanos de esa Provincia (de los Charcas)".
Los chiriguanos habitaban los contrafuertes andinos contiguos a la llanura
chaqueña, que recibieron por eso el nombre de Cordillera de los Chiriguanos.
Allí terminaba, pues, la jurisdicción de Charcas. Y allí comenzaba la del
Paraguay. (Véase Mapa al final).
Tócanos ahora dilucidar el límite que dividía al Paraguay de la Gobernación
de Chiquitos.
Un mapa, confeccionado por Tadeo Haenke en 1799, por encargo del
Gobernador de Santa Cruz, Francisco de Viedma, va a señalárnoslo. En 1788,
Carlos IV de España había resuelto enviar a sus tierras de América una
expedición científica. Con este motivo solicitó de la Universidad de Viena el
envío de un buen naturalista. La elección recayó en Tadeo Haenke. Éste
residió, después, veinte años en el Alto Perú, recorriéndolo hasta sus más
apartados confines. En el mapa encargándole por el Gobernador Viedma –
cuyo original se encuentra hoy en el British Museum – el límite sur de
Chiquitos está indicado por una línea que, partiendo del Parapití, baja en
dirección sudeste hasta los 18º 30', sin alcanzar el río Paraguay. El límite este
de Chiquitos está indicado por esa misma línea, que desvía hacia el norte. La
primera coincide con la Sierra de Santigo (impropiamente llamada de
Chochis, el cual no es sino uno de los cerros que forman la cadena). Y la
segunda línea coincide con la Sierra de San Fernando. (Véase Mapa al final).
Quedan, de esta manera, claramente precisados los límites que en los
confines del Chaco separaban las entidades coloniales que luego
constituyeron las Repúblicas del Paraguay y de Bolivia.

IV
EXPEDICIONES Y FUERTES

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Legibles garabatos del siglo XVI y manuscritos de los dos siglos siguientes,
que guardan en sus evocativas páginas la narración de expediciones partidas
desde Asunción hacia el Chaco atrayente y enigmático, nos hablan de la gesta
ruda de aquellos días de leyenda.
Una de esas expediciones, e indudablemente la más importante, fue la
realizada en 1662 por el Maestre de Campo Lázaro de Ortega Vallejo. (Arch.
Nac., Vol. 196 Nueva Encuad., documento exhumado por el paleógrafo don
José Doroteo Bareiro).
Partiendo de Asunción, Ortega Vallejo subió por el río Paraguay hasta un
punto del litoral chaqueño en que fundó el fuerte de Angeles Custodios (no
lejos del actual Puerto Casado). Por allí penetró en la selva virgen. A su paso
fue encontrando enhiestos quebrachos y palosantos, samuhúes ventrudos y
bonachones, rientes cañadones, cactus florecidos, esteros, aromitales y
palmares. En dicha expedición fundó los fuertes Confuso, Finados, Espartillar,
Presentación y San Andrés, cuya ubicación cartográfica coincide casi con los
actuales villorrios de Casanillo, Isla Poí, Boquerón, Nauawa y Orihuela.
"En la otra banda del río Paraguay, en el fuerte de los Angeles Custodios,
en quince días del mes de octubre de mil y seiscientos y sesenta y dos años –
dice el informe por él presentado –, luego que pasé a ella con todo el resto de
los soldados españoles e indios amigos, yo el Maestre de Campo General
Lázaro de Ortega Vallejo..." mandé iniciar la marcha. Cinco días después, "por
la fragosidad de dichas tierras y no haber persona que nos dé alguna noticia
ni rumbo que tomar, obligado de la necesidad mandé al Sargento Mayor
Francisco de Cáceres y al Capitán Matías Sánchez con un trozo de soldados a
recorrer la tierra de una parte y de otra, y no hallar en toda ella alojamiento
suficiente por ser tanta y grandes llanadas, y no haber donde entrar mi real ni
agua permanente para las cabalgaduras, por ser dichas tierras grandes
secadales..." Luego de fundado el fuerte de Confuso, "mandé al capitán
Matías Sánchez saliese con un trozo de soldados a buscar algún rastro que
fuese fresco, y alojamiento para el subsecuente día, pasto y agua que fuese
suficiente, que todo es menester para estas tierras, a donde se pudiese
sentar dicho real, el cual corrió primeramente al sur y otro día al norte, y no
se halló cosa más que tan solamente a la parte del sur muchos esteros,
palmares y montes muy espesos e increíbles pantanos, y al norte espaciosos
palmares, y pantanos muy largos... Para cumplir con efecto con la instrucción
que traigo, salí yo personalmente con todos los reformados al poniente... y
visto que me cogía la noche traté de alcanzar mi fuerte." Después de fundar
el fuerte de Finados, "mandé a una compañía de indios amigos fuesen por

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delante atalayando, mirando y explorando la tierra, porque los indios de a pie


se encubren mejor que la caballería..." Erigido ya el fuerte de Espartillar
Redondo, y después de caminar varias leguas, los indios amigos "toparon con
el río que llaman Turbio y divisaron unas rancherías muy fundadas, con lo que
se volvieron a darme cuenta". Los expedicionarios siguieron adelante. "Me fue
forzoso sentar mi real, aunque anegada la tierra, usando de astucia y maña,
sobre zarzos de palma. El subsecuente día envié cinco o seis indios pomberos
(esto es, espías) que fuesen por delante..." Una vez construido el fuerte de
Presentación y proseguida la marcha, "oyeron un tamboril de dichos indios
que estaban en sus festejos, oído que oyeron dicho tamboril, el Capitán
Matías Sánchez con cuatro o seis amigos se fueron emboscados por palmares
anegados y luego de topar un largo bañado, que habiendo entrado por él más
de media legua a las cinchas, toparon un estero a volapié". Envióse entonces
a dos indios, quienes regresaron informando que el estero tendría más de dos
leguas y que de allí "se divisaban unas islas, y que el rumor y tamboril les
parecía estaban en aquellas islas. Se estudió entonces el sitio donde estaban
y qué cerco se les podía poner. Visto ser ya tiempo, mandé marchar con
mucha rectitud, dándoles la orden que se había de guardar, y con esto se
empezó a poner el cerco, y antes de acabarlo de poner, un soldado llamado
Diego Portillo, sin atención de la orden por mí dada, tiró un tiro sin tiempo,
causa que aceleró la contienda mandando embestir sin tiempo... "Terminada
la lucha con la victoria de los españoles, emprendieron éstos el regreso,
fundando de paso el fuerte de San Andrés. Ese fue el itinerario de la
expedición dirigida por Ortega Vallejo, la que llegó hasta el corazón del Chaco
y dejó fundados seis fuertes en esa zona de la Provincia del Paraguay.
Pasemos revista ahora a algunas fichas en que extractamos documentos
que hemos hallado en el Archivo Nacional.
En 1655 el Cabildo de Asunción hacía los aprestos para una jornada que
debía llevarse a cabo contra los indómitos guaicurúes, quienes con sus
continuas correrías en tierras de cristianos tenían en constante intranquilidad
a las poblaciones de la ribera. Poco después partía la expedición al mando del
Capitán García de Paredes. (Archivo Nacional, Vol. 44, Nº 4-5).
Durante el gobierno de Felipe Rexe Corbalán se realizaron tres entradas al
Chaco (1672, 1674 v 1675). Martín de Chavarrí era nombrado Maestre de
Campo en 1678, como premio a su particular valor demostrado en ocasión de
pasar juntos a la otra banda del río a perseguir a los infieles. (Arch. Nac., Vol.
38, Nº 45-56).
El gobernador José Martínez Fontes comunicaba al Cabildo de Asunción, en
1762, haber llevado a cabo una empresa consistente en castigar las tolderías

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de las naciones del Chaco. (Arch. Nac., Vol. 1, Nº 15-21).


Las frecuentes irrupciones de diferentes naciones bárbaras, de indios
infieles habitantes del Gran Chaco, eran contenidas siempre con los fondos de
la provincia. Así lo expresaba el Cabildo de Asunción al Gobernador interino
en 1787 (id., id.)
El Gobernador Francisco de Monforte publicó en 1788 una encuesta sobre la
necesidad de llevar una expedición contra los mbayaes y otros indios
confederados, que cometían muertes, robos e incendios en las granjas y
ejidos de la comarca asuncena. El Maestre de Campo Lázaro Vallejo Villasanti
contestó aconsejando que la entrada se hiciera por donde la había realizado
su abuelo Ortega Vallejo y agregando que debían salir 400 soldados
españoles y 600 indios auxiliares, con 2.000 cabezas de ganado vacuno y
1.000 caballos. Al poco tiempo publicábase el bando en que el Gobernador
ordenaba la partida de la expedición. (Arch. Nac., Vol. 1, Nº 12).
En 1794, el Gobernador de Corrientes Manuel de Besabé felicitaba a
Joaquín Alós, Gobernador del Paraguay, por el feliz resultado de una
expedición efectuada al Chaco por el Comandante José de Espínola. (Arch.
Nac., Vol. 5, Nº 1-7).
En la correspondencia mantenida en 1794 entre el Virrey Arredondo y el
Gobernador del Paraguay sobre la apertura de un camino que atravesando el
Chaco llegara hasta Salta, al referirse a los preparativos del segundo, aquél le
dice: "Todo me parece bien". La expedición encargada de abrir ese camino
partió en el mismo año, pasando por el río Bermejo y, por Monte Grande,
paraje cercano al fuerte del Río del Valle. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 2).
En un acuerdo del Cabildo, decía en 1797 el Alférez Bernardo de Argaña:
"Hay que hacer presente al Virrey el grande mérito que tiene esta Provincia
para ser atendida en medio de las incesantes tribulaciones que le ocasiona la
guerra viva que a su costa y mención mantiene contra las innumerables
naciones del Gran Chaco". (Arch. Nac. Vol. 93, Nº 2).
En 1799 expresaba al Cabildo de Ñeembucú el doctor Miguel Gregorio de
Zamalloa: "Para contener las hostilidades a los indios bárbaros, y que no se
repitan sus insultos contra las haciendas y vecinos, he dispuesto que el
Coronel José de Espínola pase al Chaco con gente necesaria". (Arch. Nac.,
Vol. 45, Nº 8).
En cuanto al fuerte Borbón – hoy Olimpo – fundado, según hemos visto, en
tiempos del Gobernador Alós, es enorme la cantidad de documentos donde
consta que el Paraguay siempre ejerció allí jurisdicción, ya renovando la
guarnición, ya enviando víveres, ya trasladando hacienda o concediendo y
negando permiso a los que deseaban seguir viajando más abajo por el río.
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Capítulo V
LA EVANGELIZACIÓN

Además de las expediciones que se enviaban al Chaco, también las


reducciones eran costeadas por el Paraguay. Para percibir el sacrificio
realizado por la Provincia en su afán de civilizar a los nativos con la prédica de
los Evangelios, internémonos de nuevo en esa inagotable fuente que es
nuestro Archivo Nacional.
En 1664 [4], el General Antonio de Vera Muxica era designado en Lima
Gobernador interino del Paraguay, con el encargo expreso de efectuar una
entrada por la Provincia de Tucumán para fundar reducciones entre los indios
tobas y mbocobíes del Gran Chaco. (Arch. Nac., Vol. 45, Nº 1).
En 1721, el P. Diego de Hase, religioso de la Compañía de Jesús, escribía al
ex Gobernador Bazán de Pedraza sobre sus esfuerzos desplegados entre los
irreductibles indios payaguaes. (Arch. Nac., Vol. 5, Nº 5).
Más tarde, mediante los propósitos civilizadores demostrados por el
Paraguay, los indígenas fueron aceptando poco a poco el trato con los
españoles. Así en 1753 los payaguaes celebraban capitulaciones en que se les
admitía la paz que solicitaban. (Arch. Nac., Vol. 37, Nº 49).
En l762, el Gobernador del Paraguay José Martínez Fontes comunicaba al P.
Nicolás Contucci, de la Compañía de Jesús, haber hecho las paces con los
indios abipones y prometídoles que muy pronto bajaría por el río con gente,
ganado, herramientas y víveres a formarles su población. Y, en cumplimiento
de esto, establecióse poco después con donativos y esfuerzos exclusivos de
los paraguayos, las reducciones de San Carlos del Timbó y Nuestra Señora del
Bermejo. Primer catequista de estas reducciones fue el jesuita Martín
Dobrizhoffer, autor de una célebre historia de los abipones. (Arch. Nac., Vol.
2, Nº 8-17).
La Real Orden del 28 de enero de 1765 encargaba al Gobernador del
Paraguay "la subsistencia de las reducciones de los indios mbayaes y
abipones y otras que se hagan de los indios que habitan el Chaco". (Arch.
Nac., Vol. 59, Nº 18).
El Cabildo de Asunción expresaba al Virrey Amat, en 1768, que la provincia
del Paraguay ha contribuido abastecidamente con todo lo necesario a las
reducciones de indios abipones llamadas Nuestra Señora del Rosario y San
Carlos del Timbó. (Arch. Nac., Vol 1, Nº 15-21).

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La Real Cédula del 29 de mayo de 1769 ordenaba al Obispo del Paraguay


que cuanto antes evacue el informe sobre la situación en que deben hacerse
las nuevas reducción de indios tobas a la otra banda del Chaco, frente al
arroyo Naranjay. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 3).
El Maestre de Campo Fulgencio Yegros, Justicia Mayor de la Provincia del
Paraguay, envía en 1775 un exhorto al Rector del Sagrado Colegio de la
Compañía de Jesús, para que provea de sacerdote a la reducción de Rosario
de los Abipones. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 8-17).
En un acuerdo del Cabildo de Asunción, en 1778, consta que algunos
caciques do indios mbocovíes solicitaron se les pusiese un pueblo en la otra
banda del río, frente a Remolinos. (Arch. Nac., Vol. 63, Nº 2).
Respondiendo a esta solicitud, el Gobernador convocó a varios vecinos a
objeto de establecer una reducción de indios mbocovíes en el lugar frontero a
Remolinos, para lo cual los vecinos hacendados harían préstamos de ganado.
Así consta en un Acuerdo tomado por el Cabildo en el mismo año. (Arch.
Nac., Vol. 63, Nº 2).
Poco después – según otro Acuerdo Capitular del mismo año –, el
Gobernador del Paraguay don Pedro Melo de Portugal se disponía a partir al
día siguiente al lugar de los Remolinos para señalar a los indios el lugar en
que se les daba reducción. Ésta recibió el nombre de San Fernando Solano de
Remolino. (Arch. Nac., Vol. 68, Nº 2).
Fray Pedro de Bartolomé, religioso de San Francisco, solicitó 1.000 cabezas
de ganado desde la Reducción de Laguna Blanca, situada en los lagares que
llaman de Aguaray (Pilcomayo). Así consta en un acuerdo Capitular de 1799.
(Arch. Nac., Vol. 46, Nº 15).
En 1782, el Gobernador del Paraguay don Pedro Melo de Portugal llevaba a
cabo la fundación de la nueva reducción de indios tobas a la otra banda del
Chaco, frente al arroyo Naranjay. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 3).
Ya al año siguiente, el Cabildo de Asunción proponía al gobernador que,
para socorrer a los indios tobas de la reducción de San Antonio, establecida a
la banda del Chaco, distante de Asunción como siete leguas, con el ganado
preciso para su manutención, se supla por vía de préstamo con 300 toros del
pueblo de Caazapá, que tiene cerca de 50.000 cabezas de ganado vacuno.
(Arch. Nac., Vol. 44, Nº 1).
En 1807, Antonio Cabrera enviaba un extenso informe sobre el estado en
que se encontraba la reducción de San Francisco Solano situada en el Chaco,
frente a Remolinos. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 8).

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Tales reducciones – Laguna Blanca, San Antonio de Tobas, San Francisco


Solano de Remolinos, Nuestra Señora del Rosario, San Carlos del Timbó y
Nuestra Señora del Bermejo – se hallaban situadas en el Chaco Central,
comprendido entre el Pilcomayo y el Bermejo.
En el Chaco Boreal, es decir, el comprendido entre los ríos Negro y
Pilcomayo, se encontraban las reducciones de Santa Bárbara (cerca de la
Bahía Negra), Guazutinguá (contigua al Estero Patiño), Melodía (actual Villa
Hayes) y Yasocá, (frente a Asunción).
Respecto a Melodía, existe un interesante documento del Virrey del Río de
la Plata, Marqués de Loreto, fechado el 13 de julio de 1788. Este alto
funcionario se dirige al Gobernador del Paraguay diciéndole que el P.
Francisco Amancio González y Escobar "se hallaba poblando el Chaco hacía
dos años, seis leguas río arriba de Asunción, con el designio de conseguir la
paz y reducción de las naciones de indios vagantes entre el río Pilcomayo, el
territorio de la nombrada Guaná e inmediaciones de los chiriguanos". (Arch.
Nac., Vol. 2, Nº 8-17).
Si el sacerdote paraguayo Francisco Amancio González y Escobar se
proponía reducir a los indios del Chaco hasta las inmediaciones de los
chiriguanos, era porque hasta allí alcanzaba el Obispado del Paraguay. Por
otra parte, la Real Ordenanza de Intendentes de 1782 decía que la
Intendencia a establecerse en Asunción "comprenderá todo el territorio de
aquel Obispado". Luego, si el territorio del Obispado del Paraguay llegaba
hasta los chiriguanos, hasta allí llegaba también el territorio de la Intendencia
del Paraguay. De ahí que los Virreyes del Río de la Plata, para asuntos
relativos al Chaco, se dirigiesen siempre a los gobernadores del Paraguay.

Capítulo VI
EL ESFUERZO COLONIZADOR

Múltiples fueron los esfuerzos realizados por el Paraguay para llevar al


territorio del Chaco los beneficios del progreso, estableciendo colonias
agropecuarias y fuertes que las resguardasen. La conservación de esas
colonias y fuertes, que eran frecuentemente acosados por el fiero aborigen,
requería ingentes gastos, que eran solventados siempre por la Provincia.
Para probarlo, hemos de recurrir nuevamente a nuestras fichas. Pero antes
de hacerlo, recordemos que en la capitulación del Gobernador del Paraguay
Juan Ortiz de Zárate (1569), el Rey le ordenaba fundar tres pueblos entre La
Plata y Asunción. Sabemos que el territorio que se extiende entre dichas

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ciudades es el Chaco. Y como una Ley de Indias ordenaba a los gobernadores


"guardar y observar los límites de su jurisdicción", y otra prohibía, con pena
de muerte, entrar y poblar "en términos que a otros estuviesen encargados o
hubieren descubierto", tenemos que ya desde entonces el Chaco pertenecía al
distrito del Paraguay.
El Obispo Latorre – el del golpe contra Felipe de Cáceres – tenía gran
cantidad de ganado vacuno en el Chaco. Así se deduce de un auto de 1591,
en que el Capitán Juan de Cumarraga, Juez de Comisión por S. M., decía que
"en la otra banda del río de esta ciudad hay y anda gran suma y cantidad de
ganado vacuno perteneciente a S. M., que fue del obispo de esta Provincia
Fray don Pedro Fernández de Latorre", y ordena el secuestro de dicho ganado
por haberlo detentado varios particulares. (Arch. Nac., Vol. 305 Nueva
Encuad.).
Los hacendados paraguayos poseían en el Chaco considerable cantidad de
ganado, como lo demuestra el siguiente documento. El Gobernador del
Paraguay Hernandarias de Saavedra decía que, según "los memoriales de
señores de ganado que están a la otra banda, como consta, parece haber
grandísima cantidad y estar todas alzadas, y conviene se recoja con la mayor
brevedad que se pueda, atento a que están en la parte de los indios
guaicurúes que a esta ciudad hacen guerra, y que de ordinario las matan y se
sustentan con ellas". Y termina ordenando que "a los ocho días pasen los
dichos ganaderos a hacer sus corrales por convenir así a los derechos de S.
M.". (Arch. Nac., Vol. 550 Nueva Encuad.).
El Cabildo de Asunción ponía en pública subasta el ganado mostrenco
existente en el Chaco. En un auto de 1640 dicha entidad acordaba que los
ganados que están a la otra banda se rematen al día siguiente en $ 370.–
(Arch. Nac., Vol. 63, Nº 5).
Constante era la ayuda que los gobiernos de la Provincia prestaban a los
indios del Chaco. La 1769 el Teniente Ramón Palacios comunicaba haber
llevado, en esa fecha, a la reducción de los abipones lo siguiente: botijuelas,
talegos, sacos de porotos, tercios de tabaco y tercios de yerba. (Arch. Nac.,
Vol. 546 Nueva, Encuad.).
No sólo ganado vacuno se enviaba para las colonias y reducciones del
Chaco, sino también ganado caballar. Fray Francisco Pereyra, Capellán de
Caazapá, comunicaba en 1787 al Gobernador Melo de Portugal que, de
acuerdo con lo ordenado por éste, remitió al P. Francisco Amancio González y
Escobar 25 caballos "para la reducción de indios que nuevamente se ha
establecido del otro lado del río". (Arch. Nac., Vol. 457 Nueva Encuad.).

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En cumplimiento de una orden del Rey, el Gobernador Alós se dirigió en


1792 a la parte norte del Chaco, para establecer nuevas poblaciones que
contuviesen la usurpación portuguesa en esa región. En un Acuerdo del
Cabildo de Asunción del citado año consta que "en este acto se recibió un
oficio del señor Gobernador Intendente, su fecha del día, en que comunica a
esta ciudad los medios que ha tomado para que se verifiquen las poblaciones
que se han de establecer". (Arch. Nac., Vol. 95, Nº 7).
El fuerte Borbón recibía constantemente víveres enviados de Asunción. Uno
de los tantos documentos que lo atestiguan es éste: el baqueano del Ramo de
Guerra, Silvestre Bogarín, decía en una nota de 1795 que condujo sal, poroto,
tabaco y yerba a Villa Real de la Concepción para su remisión al fuerte Borbón
y al nuevo establecimiento del río Corrientes. (Arch. Nac., Vol. 3380 Nueva
Encuad.)
Y en el mismo año, el Gobernador Alós ordenaba al Administrador del Ramo
de Guerra que entregue a los indios mbocovíes venidos del Gran Chaco
algunas arrobas de yerba y tabaco. (Arch. Nac., Vol. 594 Nueva Encuad.)
Hasta la ganancia de la yerba-mate vendida en Buenos Aires era destinada
para cubrir los gastos que la Real Hacienda de la Provincia desembolsaba en
la manutención de los fuertes de Borbón y San Carlos, como consta en un
manuscrito de 1798. (Arch. Nac., Vol. 33, Nº 1-8).
La estancia de Villa Real de la Concepción fue trasladada al fuerte Borbón,
como lo prueba un expediente de 1802. (Arch. Nac., Vol. 12, Nº 18).
Anteriormente nos hemos ocupado ya de los afanes de los gobernadores
Pinedo, Alós y Ribera para poblar más intensivamente el Chaco. No hay,
pues, por qué insistir sobre ello.
Resumiendo, podemos decir que el ganada vacuno y caballar, las partidas
de yerba, tabaco, sal y demás víveres y todo lo necesario para la colonización
del Chaco, eran proveídos constantemente con los ímprobos esfuerzos del
Paraguay.

Capítulo VII
LOS LÍMITES ÉTNICOS, GEOGRÁFICOS Y JURÍDICOS

Existe una gran similitud entre el litigio de fronteras de Guatemala y


Honduras y el surgido entre el Paraguay y Bolivia.
"Es indudable – expresa la Memoria de la Secretaría de Relaciones
Exteriores de Guatemala (1938) – que ni la una ni la otra de las naciones
contendientes podría aspirar a otra frontera que la existente entre las
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provincias de Guatemala y Honduras al tiempo de la Independencia: el uti


possidetis de aquel año se imponía como medio de llegar a un procedimiento
racional en el juicio arbitral que se proyectaba". Pero una dificultad surgió:
"Se pretendía por Honduras – dice el informe de la Delegación guatemalteca
– convertir la cuestión de límites en una cuestión territorial y, aunque siempre
mantuvo ese equivocado criterio, el laudo del Tribunal Especial de Límites fue
terminante, dejando sentada la doctrina de una justa y prudente
interpretación del principio del uti possidetis, tal como lo había sostenido
Guatemala en el curso de los debates".
El Tribunal Especial de Límites entre Guatemala y Honduras fue presidido
por el Presidente de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos de
América, Honorable Charles Evans Hughes, e integrado por el doctor Emilio
Bello Codesido (chileno) y el Licenciado Luis Castro Ureña (costarricense). El
citado tribunal dictó su Fallo Arbitral el 8 de enero de 1933, siendo su
resultado favorable a Guatemala.
La argumentación de dicho documento es sólida y contundente. Uno de los
pasajes más medulares, y que revela, al propio tiempo cuán lógica y justa es
la tesis sostenida por el Paraguay, es el siguiente:
"La expresión "uti possidetis" se refiere, indudablemente, a posesión. Hace
de la posesión la norma. Al determinar en qué sentido las Partes se refirieron
a la posesión, debemos considerar su situación al fenecer el régimen colonial.
No era su condición la de Estados en guerra que aceptaban un status
territorial, nacido de la conquista, para terminar las hostilidades. Ni derivaba
tampoco sus derechos de diferentes soberanos. E1 territorio de cada una de
las Partes había pertenecido a la Corona de España. El dominio del Monarca
español había sido absoluto. De hecho y de derecho, la Corona había estado
en posesión de todo el territorio de cada una de ellas. Como antes de la
Independencia cada entidad colonial era simplemente una unidad
administrativa sujeta, en todo respecto, al Rey de España, no había posesión
de hecho ni de derecho, en el sentido político, independiente de la posesión
del Monarca. La única posesión de una y otra entidades coloniales antes de su
independencia, era la que se la pudiese atribuir en virtud de la autoridad
administrativa de que disfrutaba. Por tanto, el concepto del "uti possidetis de
1821" (de 1811, en el caso del Paraguay) necesariamente se refiere a un
control administrativo fundado en la voluntad de la Corona española. Con el
objeto de trazar la línea del "uti possidetis de 1821" debemos establecer la
existencia de tal control administrativo. Cuando la entidad colonial ejercía
control administrativo con anuencia del Monarca español, no cabe duda de
que se trataba de un control jurídico y la línea trazada de acuerdo con tal

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control sería una línea jurídica. Si, por otra parte, antes de la Independencia,
cualquiera de las dos entidades coloniales hubiera hecho valer un control
administrativo contrario a la voluntad de la Corona española, ello habría
constituido una mera usurpación, y puesto que, ex hipothese, el régimen
colonial aún estaba en existencia y la única fuente de autoridad era la Corona
(excepto en el transcurso del breve período de la vigencia de la Constitución
de Cádiz), tal usurpación no podía revestir ningún carácter de "posesión"
opuesto a la posesión de hecho y de derecho de la Corona".
Pasemos ahora al litigio de fronteras entre el Paraguay y Bolivia. Y veamos
cuáles fueron durante el coloniaje sus límites étnicos, geográficos y jurídicos.
Las migraciones de los guaraníes a los contrafuertes andinos comenzaron
ya en la época precolombina. Una vez allí establecidos, fueron denominados
chiriguanos. El Tahuantisuyo o tierra de los quéchuas – donde dominaba el
Inca, es decir, el Emperador – lindaba con los chiriguanos. Otros guaraníes
cruzaron también el Chaco y fueron a establecerse en la región del Parapití;
éstos recibieron el nombre de guarayos. Varios miles de guaraníes,
acompañando a Alejo García, Juan de Ayolas, Alvar Núñez y Domingo de
Irala, se dirigieron también a esas regiones, donde quedaron en definitiva. Y
aún hoy, son chiriguanos y guarayos, es decir, guaraníes, los habitantes de
esa fértil zona, donde tienen establecidos los villorios de Camatindy, Tigüipa,
Machareti y Ñancorainza. La Cordillera de los Chiriguanos, el río Parapití y la
Sierra de Santiago constituyen, pues, los límites étnicos del Chaco.
La vasta planicie del Chaco se extiende en el oeste hasta la Cordillera de los
Chiriguanos, en el noroeste hasta el río Parapití y en el norte hasta la Sierra
de Santiago. En toda la inmensa llanura no existe ningún accidente geográfico
prominente que pudiera servir de límite arcifinio con el Alto Perú. Sólo se
encuentra, de tanto en tanto, alguna cañada o cauce seco, es decir, ríos que
son tales únicamente cuando llueve. En cuanto a la serranía que en dirección
norte-sur pasa por Carandayty, Capiirendá e Ybybobó (toponimia guaraní que
significa Palmar, Pajonal y Tierra Agrietada), es apenas una cadena de escasa
altura. Más al oriente de ésta ya no hay ninguna otra. Y trazar una línea de
puntos imaginarios es procedimiento poco aconsejable por los conflictos
fronterizos que suele traer aparejados. La Cordillera de los Chiriguanos, el río
Parapití y la Sierra de Santiago son, por tanto, los límites geográficos del
Chaco.
La entidad colonial Provincia del Paraguay era una unidad administrativa.
Ella se extendía, según lo hemos visto ya, hasta los confines de Santa Cruz,
Charcas y Chiquitos. Centenares de cartas geográficas obrantes en la
Mapoteca de la Sección Límites (Ministerio de Relaciones Exteriores), indican

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también que el territorio del Chaco – el Pays Marecageaux, como


gráficamente lo llamaban algunos cartógrafos del coloniaje –, estuvo siempre
comprendido en la jurisdicción de esa unidad administrativa.
Y que el Paraguay ejercía control administrativo en el Chaco, por medio de
sus autoridades civiles, eclesiásticas y militares, lo hemos demostrado con
documentos relativos a colonias, reducciones, fuertes y expediciones, hechos
ostensibles y evidentes de que la jurisdicción paraguaya era reconocida,
permitida o tolerada por el Monarca español en el decurso de los años. Y
como la Provincia ejercía el control administrativo, o sea el control jurídico,
hasta los confines de su jurisdicción, tenemos que la Cordillera de los
Chiriguanos, el río Parapití y la Sierra de Santiago constituyen los límites
jurídicos del Chaco. De donde se deduce, dada la absoluta identidad existente
entre los límites étnicos, geográficos y jurídicos de los confines chaqueños,
que tal es la única delimitación procedente y justa.

IV PARTE
LA REVOLUCIÓN

Capítulo I
EL ALUD NAPOLEONICO RUEDA A LA PENÍNSULA

De nada servían todas las coaliciones que se formaron en Europa para


resistir a sus planes. El poder del temido corso era irresistible. Y la suerte le
sonreía siempre. Cuando sólo era el General Bonaparte – al servicio de los
principios de la Revolución Francesa –, anduvo ya de victoria en victoria. Su
actuación como Cónsul de la República había sido eficaz y progresista. Pero,
su ambición – tan grande como su talento –, la convirtió en el Emperador
Napoleón. Haciendo tabla rasa de los ideales de la Revolución – libertad,
igualdad, fraternidad –, implantó la dictadura, creó una nueva nobleza y llevó
la guerra a toda Europa, cubriéndose de gloria mientras los hombres morían
por millares. Sin embargo, allí cerca, al otro lado del canal, se erguía
orgulloso un acantilado inhóspito y abrupto que desafiaba su inmenso poder.
Única nación que le hacía sombra, era necesario abatirla. Pero, para preparar
la invasión, debía obtener antes el apoyo de Portugal. Esta nación se negó a
complacerle. Resolvió entonces atacarla. Para esto era necesario atravesar
por España. Por un tratado – el de 1807 –, ésta se obligaba a permitirlo. Y
poco después se producía, en Bayona, la tragicomedia por la cual los
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monarcas españoles entregaban su patria al invasor y, en Portugal, la huida


del Príncipe Regente Don Juan (el futuro Juan VI) a su colonia del Brasil.
El Rey de España, Carlos IV, era hombre sin carácter que se limitaba a
sancionar lo que su mujer, María Luisa, decidía. Ésta, a su vez, no era sino un
elemento de su favorito, el joven, ambicioso e infatuado primer ministro,
Godoy. Amante dominador de la reina madurona, Godoy era un jefe
desproporcionado a la magnitud de los problemas que se imponían a España
en aquel período histórico. El príncipe heredero, Fernando, humillado y
cubierto de apodos y de afrentas, rumiaba en secreto sus odios y su
venganza. Falso y miedoso, desleal y embustero, su gobierno fue uno de los
peores que sufrió España.
Con el pretexto de reconciliar a Carlos IV con su hijo Fernando VII – quien
le había obligado a abdicar a raíz del motín de Aranjuez –, Napoleón los citó
en 1808 a una conferencia en Bayona. Allí consiguió que Fernando abdicara
en favor de su padre y éste en favor de Napoleón. Retuvo prisioneros a
ambos, e hizo proclamar a su propio hermano José Bonaparte, quien fue
apodado bien pronto con el mote de "Pepe Botellas", El pueblo español,
indignado, se levantó en armas en defensa de su libertad. Napoleón, ante esa
resistencia, se vio obligado a invadir España con 200.000 hombres.
Esta masa considerable rodó de los montes Pirineos a los valles ibéricos con
violencia y estrépito. La Junta de Sevilla, constituida en representación del
monarca depuesto y como protesta contra el rey intruso, tendrá que huir a
Cádiz y, más tarde, a la isla de León. La avalancha tropezará, sin embargo,
con obstáculos; el pueblo español la hostilizará en una terrible guerra de
guerrillas que durará seis años y que no dará cuartel a las tropas francesas.
Esa guerra será el comienzo del fin de la dominación bonapartista. En España
empezará a eclipsarse la estrella de Napoleón.
El alud amenazaba cubrir toda la Península. Ante la negativa lusitana, el
ejército francés invadió Portugal por la frontera del este. "Hábil a pesar de su
timidez, entre inerme y malicioso – anota Calmón –, el Príncipe Regente Don
Juan no quería en ningún caso la guerra, que por un lado amenazaba al trono
– a punto de zozobrar en la vorágine de la invasión, como el de España – y,
por otro, amenazaba a los dominios, que representaban la riqueza de
Portugal. Inglaterra confiaba en la antigua e invariable lealtad portuguesa,
pero no por eso alejaba del Tajo a una de sus escuadras que, en cualquier
momento, podía bombardear Lisboa, si el gobierno del país asumiera una
actitud antibritánica". Lord Strangford, ministro de Inglaterra, se refugió en
una nave. "De noche, secretamente, iba el Príncipe Regente a confiarle los
secretos políticos. Fue Strangford quien le mostró el ejemplar del "Monitor" de

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París con el decreto de Napoleón que abolía la monarquía portuguesa y dividía


el reino en tres provincias. Esto ocurrió el 11 de noviembre de 1807. No se le
ocurrió otra cosa a la Corte, instigada por los ingleses, que la fuga al Brasil,
aconsejada por Inglaterra. América se dibujaba como refugio de la vieja
Europa. Pero esta vez no se justificaba ya demora alguna. Se señaló la
partida de la familia real para el 27 de noviembre, y ya el 25 el general Junot,
al frente de un ejército que avanzaba velozmente, entraba en Abrantes, a 22
leguas de Lisboa. Tenía orden de apoderarse de la casa reinante. Debía
prender en su palacio a los Braganza. El reino no se defendía. La vacilación
del gobierno lo había entregado, desarmado, a la invasión. Junot podía
recorrer sin peligro, a pesar del lodo de los caminos y la inundación de los
ríos, aquella tierra tan enemiga hasta entonces de los soldados extranjeros. El
porvenir no tenía esperanzas para Don Juan. Como la escuadra se ofreció
para custodiarle, dio orden a todos los nobles, a los altos funcionarios, a los
generales, a las personas principales de la Corte, de acompañar a la dinastía
al Brasil. Se embarcaron 15.000 personas, entre dignatarios, eclesiásticos,
magistrados, criados y tropas, llevando cada cual lo que pudo transportar. El
30 de noviembre, Junot entró en Lisboa; ese día, la flota luso-inglesa
desaparecía en el horizonte".

Capítulo II
INTRIGAS EN RÍO Y REVOLUCION EN BUENOS AIRES

La escuadra ancló en Bahía el 28 de enero la 1808. Y la Corte portuguesa


quedó establecida en el Brasil por largos años.
Miedoso y tímido, disimulado y contemporizador, tales eran las
características principales de la fisonomía moral del futuro Juan VI de
Portugal.
Su esposa, la Princesa Carlota Joaquina de Borbón, era hija de Carlos IV y
de María Luisa. Hermana, por tanto, de Fernando VII. "Fea, despótica,
escandalosa, libidinosa, grosera, inteligente y entusiasta – dice Calogeras –,
figura popular para dirigir las pasiones de la multitud, capaz de inspirar
sacrificios, como bandera que se tornó de una causa con innúmeros adeptos,
el absolutismo intransigente, fue la gran víctima del hecho, de que no tenía
culpa, de encerrar una fuerte alma masculina en un cuerpo, poco favorecido
sin embargo, de mujer. Hija primogénita del casal reinante en España, y
casada por conveniencia política con el Príncipe del Brasil, érale superior bajo
muchos aspectos. Tenía voluntad, y tenacidad de propósito. Era capaz de
dedicarse. Tenía un ideal, por el cual sabría sufrir. No transigiría con sus
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principios, cuando de un acto de aparente sumisión proviniesen notorias


ventajas personales. Era ella verdaderamente un cabo, un conductor de
hombres".
La Corte de Río de Janeiro movíase en medio de una extraña sociedad de
aventureros y exploradores, inteligentes, audaces y sin escrúpulos. El primer
ministro, Rodrigo de Sousa Continho, Conde de Linhares, era el vínculo de
unión entre agentes ostensivos y agentes confidenciales, no siempre
confesables. Carlota Joaquina, que odiaba a su marido, siempre tomaba
posición adversa a la de éste. Por lo demás, el Príncipe Regente se había
lanzado en manos de los liberales. Ella, en cambio, era absolutista por
temperamento. Cada tendencia tenía, pues, como jefe a uno de los cónyuges.
Carlota Joaquina se sentía heredera de los derechos de su cautivo hermano
Fernando VII a las posesiones españolas de América. Y su sueño era hacerse
coronar Emperatriz del Río de la Plata. Don Juan, cauteloso, auxiliaría desde
lejos esa pretensión, en cuanto su apoyo no perjudicase los intereses de la
monarquía bragantina. Surgiendo un conflicto, prevalecería el punto de vista
de Portugal. El plan secreto de Sousa Coutinho era apoderarse del Uruguay
(antigua esperanza de la Corte de Lisboa) y, además, del Paraguay.
Inglaterra también desarrollaba su política, representada por su ministro Lord
Strangford. Política de equilibrio y de matices. Inglaterra necesitaba de
mercados para vivir. No la convenía que se extendiese demasiado el poder
lusitano. Tampoco podía perjudicar a España continental, con la que había
ajustado un pacto de alianza contra Napoleón. De ahí que no podía favorecer
ninguno de los puntos de vista extremados. Los factores conjugábanse, pues,
para producir resultados contradictorios. Y en medio de tanto embrollo, tejía
su urdimbre la intriga.
Desde los primeros días de la llegada de la Corte a Río, alimentaba el
gobierno una legión de agentes confidenciales en Buenos Aires, cuya
instrucción era de trabajar con prudencia y tenacidad por la pretensión de la
Princesa Carlota Joaquina. Así, lentamente, iba ésta granjeando prosélitos,
prometiendo beneficios, exponiendo programas.
Los prohombres de Buenos Aires no pensaban en una solución republicana,
excepto Moreno, Castelli y Rivadavia. Eran sinceramente monarquistas
Belgrano, Saavedra, Paso, Alberti, Vieytes, Rodríguez Peña y Pueyrredón.
Monárquico se manifestó también más tarde San Martín, que por entonces se
encontraba en Europa. Ellos consideraban que la Junta de Sevilla era una
agremiación que no representaba al rey encarcelado, sino sólo a una
determinada provincia del reino. Y que, por tanto, igual derecho les asistía

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para crear ellos mismos una junta local. De ahí que no reconocían autoridad
al Virrey Cisneros, nombrado por la Junta de Sevilla.
Sería mejor aún, decían, si al nuevo gobierno constituido presidiese una
persona cuya autoridad se legitimase por sus derechos dinásticos, en tal
forma que pueda legalmente asumir la regencia. Podría formar así una
monarquía constitucional. Tal solución era posible. Próxima a Buenos Aires,
reinando sobre un vasto imperio que podía proteger al naciente Estado, se
hallaba una infanta, hermana de Fernando VII. No había razón para no
confiar en el patriotismo español de Carlota Joaquina.
Saturnino Rodríguez Peña, residente en Río, era el principal elemento de
enlace entre la princesa y los conspiradores porteños. Belgrano y Pueyrredón
fueron enviados más tarde como emisarios. Los prohombres locales y los
agentes confidenciales hacían propaganda en Buenos Aires a favor de tal
candidatura. Preparaban un recibimiento clamoroso a su llegada. Pero Don
Juan, después de haber consentido en el viaje, retiró el permiso. Debióse ello
quizás al miedo de ser derrocado de su propio trono, por el odio conyugal de
la mujer, poderosa al final. O quizá por creer que podía surgir un obstáculo
perjudicial a la política tradicional de Portugal. Puede también que tal actitud
se haya debido a la oposición inglesa, representada por Lord Strangford. Sea
cual fuere la causa, lo cierto es que – como dice Calogeras –, el acuerdo entre
los liberales porteños y la intransigente Princesa no habría durado mucho
tiempo, "por el anacronismo que la solución representaba: una mentalidad
absolutista, a la moda del siglo XVIII en sus comienzos presidiendo los
destinos de un país con tendencia y aspiraciones francamente modernas, e
inspiradas por las luces y necesidades de organismos a evolucionar
ascensionalmente. Entre ambos grupos mediaba un siglo todo: el siglo del
Enciclopedismo".
Los elementos porteños favorables a la regencia quedaban entregados a
sus propias fuerzas e inspiraciones. Y así pasaron los años de 1808 y 1809.
El 13 de Mayo de 1810 llegó de Gibraltar el bergantín "Filipino", con la
noticia de la derrota de los españoles. Las tropas francesas estaban en
Andalucía y la Junta Gubernativa había huido a la isla de León. Sólo el 18, el
virrey Cisneros se resolvió a publicar la noticia en un manifiesto en que
aconsejaba calma a la población. La nueva produjo un gran revuelo. Los
hombres que preparaban la revolución para derrocar al Virrey, empezaron a
trabajar activamente, celebrando reuniones en la quinta de Rodríguez Peña,
en la jabonaría de Vieytes y en partidas de caza organizadas para disimular el
propósito de la reunión. El Virrey se vio obligado, ante la agitación popular, a

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convocar un Cabildo abierto o Asamblea general, al que concurriría "la parte


principal y más sana del vecindario".
Reunida la Asamblea el 22, el Obispo Lué afirmó que aunque sucumbiera
España en poder de los franceses, nada pasaba en América mientras existiera
en ella un español, a quien correspondería su gobierno. Castelli rebatió esto
con la teoría de la igualdad de España e Indias. EI debate prosiguió
tumultuoso. Finalmente procedióse a votar, siendo éste el resultado: declarar
caduca la autoridad del Virrey y facultar al Cabildo a constituir una Junta
Gubernativa. El 23 transcurrió sin novedades. El Cabildo, partidario del Virrey,
divergía de la resolución tomada. Pretendiendo burlar la voluntad de la
Asamblea general, resuelve el 24 investir a Cisneros de la presidencia de la
Junta que se creaba. En esta forma, aunque bajo diferente rótulo, el poder
continuaba en la misma persona. Gran descontento produjo en el pueblo el
bando en que se hacía conocer la composición de la Junta. A tal punto que
ésta tuvo que devolver el poder al Cabildo. El núcleo dirigente de jóvenes
revolucionarios redactó una representación escrita para elevarla al Cabildo al
día siguiente. En dicho documento se consignaba los nombres de las personas
que debían constituir la nueva Junta. Se la hizo circular por la ciudad durante
toda la noche, habiéndose obtenido 409 firmas. Esa misma noche los jóvenes
oficiales French y Berutti se ocuparon de reclutar gente de los suburbios para
apoyar el movimiento.
El 25, a pesar de la incesante llovizna, enorme gentío se iba aglomerando
en la Plaza Mayor, frente al Cabildo. En una mercería de la Recova, French y
Berutti compraron cintas de color blanco y celeste y las distribuyeron como
distintivos entre los partidarios de la causa. Como la sesión del Cabildo se
prolongaba mucho, la gente invadió los corredores, y mientras daban fuertes
golpes en la puerta de la sala, se oyó una voz que decía: "El pueblo quiere
saber de qué se trata". Martín Rodríguez tuvo que salir a serenar los ánimos.
Presentado el escrito, los regidores exigieron que se congregase el pueblo en
la Plaza para ratificar su contenido. Transcurrido un largo rato, salieron al
balcón, y viendo en la Plaza poca gente, el síndico Leiva preguntó: "¿Dónde
está el pueblo?" Los de abajo contestaron que la gente se había retirado por
ser hora inoportuna, pero si quería ver al pueblo, se agitase la campana del
Cabildo, o ellos tocarían generala. El Cabildo, ante esta amenaza, hizo leer el
pedimento y la Plaza lo ratificó. La junta Gubernativa fue designada, pues, en
la forma que exigía el escrito del 24. Es decir, presidida por el coronel
Saavedra e integrada con los abogados Moreno, Belgrano, Castelli y Paso, el
comandante Azcuénaga, el presbítero Alberti y los comerciantes – españoles,
pero revolucionarios – Matheu y Larrea.

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Capítulo III
UNA AMALGAMA DIFÍCIL

A Junta Gubernativa de Buenos Aires dirigió una circular a las provincias


integrantes del Virreinato del Río de la Plata, exhortándolas a reconocer su
autoridad. El Cabildo de Buenos Aires, por su parte, envió otra circular en el
mismo sentido. "El pueblo de Buenos Aires – decía –, no pretende usurpar los
derechos de los demás del Virreinato pretende, sí, sostenerles contra los
usurpadores". En realidad, el programa de la revolución, al crear el nuevo
gobierno, había decretado el sometimiento violento de todo el Virreinato a la
autoridad municipal de Buenos Aires. Claro que todo se hacía en nombre de la
libertad. "El pueblo pedía – dice el doctor Ricardo Levene –, que fuese una
expedición militar, la expedición libertadora o de la libertad, a extender en las
provincias la Revolución de Mayo". La llamarada de entusiasmo pretendía
reeditar las hazañas de los ejércitos republicanos de Francia: convertirse en
auxiliar y protectora de todos los revolucionarios. Sólo que aquí faltaba la
"Marsellesa", ese canto que – como dice un escritor – "aun hoy enciende la
sangre como el buen vino".
"Aquella Junta – comenta Mariano A. Molas – que con calidad de
provisional, era creatura de sólo el pueblo de Buenos Aires, que bien conocía
que como capital o residencia de los Virreyes y demás tribunales superiores
del Virreinato, no tenía el derecho exclusivo, preeminente o privilegiado de
arrogarse y resumir a sí sola el mando superior, sobre las demás provincias y
pueblos que no la habían transmitido sus originales derechos... sin aguardar
que las demás provincias la reconociesen y se sometiesen a su superioridad,
de que la revestía el Ayuntamiento de Buenos Aires, empezó a ejercerla y a
extenderla sobre las demás provincias como derivada de la libre voluntad de
ellas; y pretendía que también el Paraguay la reconociese".
El comandante José de Espínola, recientemente separado por el Gobernador
del Paraguay – Bernardo de Velasco – de la jefatura de Villa Real de la
Concepción, se encontraba en Buenos Aires, gestionando ante el Virrey
Cisneros su reposición en el cargo, cuando se produjo el movimiento del 25
de mayo. Tratando de sacar el mejor partido a favor de sus particulares
intereses, se plegó de inmediato a la revolución triunfante, juró obediencia a
la nueva autoridad y se ofreció a atraer a la Provincia del Paraguay, allanando
personalmente con su influencia cualquier dificultad. La Junta, creyendo que
se trataba de un valioso apoyo, le entregó unos pliegos para el gobierno del

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Paraguay, en que se pedía el reconocimiento de la misma y la cooperación de


la Provincia.
El Paraguay se resistió espontánea y vigorosamente, como veremos luego.
Las causas que inspiraron esa reacción no puede limitarse a la escasa
simpatía con que contaba Espínola en el seno de sus coterráneos, ni a un
espíritu de localismo. Las causas eran mucho más profundas. "Existía –
señala Moreno – un fuerte sentimiento de solidaridad: solidaridad en el
sufrimiento, solidaridad en las protestas, solidaridad en la indignación sorda
que produce el esplendor ajeno considerado como causa de la miseria propia.
Resentimiento que se extiende, además, a cuanto afecta al esfuerzo o al
orgullo colectivo bajo la calificación de "paraguayos". Es frecuente asimismo
escuchar la palabra "patria" expresada en un sentido marcadamente regional
y propio. Todo ello venía elaborando, en el transcurso del tiempo, el fuerte
vínculo nacional. La raíz de este vínculo la encontramos desde el principio
cimentado en el orden económico. Y así, cuando vemos al pueblo levantarse
airado contra un obispo, contra los jesuitas o contra cualquier autoridad, bajo
banderas que proclamaban, a veces, avanzados principios, no nos engañemos
creyendo encontrar en esos hechos móviles puramente políticos. El pueblo
paraguayo tardó sin duda mucho tiempo en darse mediana cuenta de sus
derechos; pero tuvo siempre una visión bastante clara de sus intereses.
Imaginémonos esta provincia tal como era entonces, abandonada en el
corazón del continente, dentro de su circunscripción, con su pueblo
homogéneo, su educación severa, su lengua expresiva y enérgica, sus
intereses de un mismo orden, su vigorosa y persistente aspiración económica.
Imaginémonosla, recordando los factores que presidieron su
desenvolvimiento; y habremos por fuerza de reconocer que esta provincia
constituía una sociedad con carácter propio – sin semejanza con provincia
alguna –, dentro de la vasta extensión del Virreinato. Y reconoceremos
asimismo, en la uniformidad, en la cohesión de sus elementos constitutivos,
de sus caracteres psicológicos, en el especial proceso histórico de su propia
vida, los, sólidos fundamentos de la nacionalidad".
Tales condiciones sociales y tales sentimientos, elaborados en siglos de
aislamiento, desamparo y opresión, no eran sospechados siquiera por los
ardorosos paladines de la revolución porteña. De ahí que no percibiesen lo
difícil que les resultaría realizar la amalgama que se proponían. Buenos Aires,
fundada por Asunción en 1580 y dependiente de ésta hasta 1617, había sido
convertida en 1776 en capital del nuevo virreinato. Asunción quedó, pues,
desde entonces bajo la jurisdicción de aquélla. Pero, a poco de producirse la
división de 1617, ya comenzó a delinearse el predominio económico de la

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futura capital del Virreinato, que lo ejerció desde un comienzo con carácter
absorbente y opresivo. Santa Fe – hija también de Asunción – inició, a su vez,
una política egoísta, según hemos visto ya al ocuparnos del Puerto Preciso y
los impuestos de sisa, arbitrio, alcabala, etc. Esas tendencias, que ahogaban
al comercio paraguayo, llegaron a adquirir con el tiempo carácter sistemático.
Llegado a Asunción, el comandante José de Espínola entregó al Gobernador
Velasco los oficios en que la Junta de Buenos Aires solicitaba reconocimiento
y cooperación. Pero enterado Velasco de que Espínola traía además una
credencial secreta, en que se le autorizaba a removerle del mando y
suplantarle, intimó al emisario que se retirase a Villa Real de la Concepción,
en donde se proponía tenerle recluido. Entonces Espínola, fingiendo acatar la
orden, tomó aguas abajo y escapó a Buenos Aires. A raíz de la circular de la
Junta, Velasco había reunido el Cabildo de Asunción para escuchar su
parecer. Dicha corporación informó "que tratándose de un asunto
extraordinario de la mayor gravedad, y en cuya resolución se interesaba toda
la Provincia, convenía proceder con toda madurez y circunspección,
conociendo fielmente su voluntad, y que para ello se convocase una Asamblea
general del clero, oficiales militares, magistrados, corporaciones, hombres
literatos y vecinos propietarios de toda la jurisdicción, para que decidiesen lo
que fuese justo y conveniente". El Gobernador convocó, pues, a Cabildo
abierto o Asamblea general, fijando su reunión para el 24 de julio.
En la fecha indicada, llevóse a cabo la Asamblea en el local del Real Colegio
Seminario de San Carlos. Asistieron a ella el Gobernador, los regidores del
Cabildo y los invitados. Refiriéndose al doctor José Gaspar de Francia, dice
Somellera en sus "Notas" a Rengger: "Pero yo, que en una reunión provocada
por Velasco el año anterior, creo que fue el 24 de julio, le había oído opinar y
sostener que había caducado el gobierno español..." Molas, sin embargo,
asegura que la resolución de la Asamblea fue adoptada con gran
precipitación, "sin dar lugar a que nadie diese su voto libremente". Y Benítez,
por su parte, agrega, al ocuparse del doctor Francia, que "su firma no
aparece en el Acta del Congreso del 24 de julio de 1810".
El hecho a que se refiere J. P. Robertson es posterior. "Con ocasión – dice –
de la instalación de la Junta que suplantó en el Paraguay a la autoridad de
España (es decir, en 1811)... Francia... dirigiéndose a la mesa y tomando
colocación ante varios funcionarios oficiales, colocó ante él un par de pistolas
cargadas y dijo: «Estos son los argumentos que traigo contra la supremacía
de Fernando VII».
La Asamblea resolvió: 1º "Proceder al reconocimiento y solemne jura del
Supremo Consejo de Regencia, legítimo representante de Nuestro Soberano

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el Sr. Don Fernando VII". 2º "Que se guarde armoniosa correspondencia y


fraternal amistad con la Junta Provisional la Buenos Aires, suspendiendo todo
reconocimiento de superioridad en ella hasta tanto que S. M. resuelva lo que
sea de su soberano agrado". 3º "Que en atención a estarnos acechando la
potencia vecina (Portugal), se forme a la mayor brevedad una Junta de
Guerra para tratar y poner inmediatamente en ejecución los medios que se
adopten para la defensa de esta provincia". 4º "Que se dé cuenta al Supremo
Consejo de Regencia y se conteste a la Junta Provisional de Buenos Aires con
arreglo a lo resuelto y acordado en esta nota".
El Congreso del 24 de julio de 1810 interpretaba, así, fielmente el
sentimiento público. Su aparente españolismo no era en el fondo otra cosa
que una defensa contra la pretensión porteña. Y ello tiene su explicación en el
hecho siguiente: de la doble cadena que sufría el Paraguay – España y el
Virreinato – "la de la madre patria resultaba – como dice Moreno –,
muchísimo más lejana, más floja y llevadera". Y ya llegaría también – como,
en efecto, pronto llegó la oportunidad de sacudir esa influencia.
El principio de la libre determinación comenzaba a regir los destinos de
América. Por eso, es desconocer la génesis de nuestras nacionalidades
pretender radicada sólo en las grandes organizaciones – Virreinatos,
Audiencias, Capitanías Generales – y negarle ese derecho soberano a los
pueblos. La acción emancipadora de las colonias españolas fue esencialmente
un movimiento de provincias que, al romper el nexo que las ligaba a la
metrópoli, asumieron directamente la plenitud de la soberanía para crear
nuevas entidades nacionales. Fueron los pueblos de las provincias, en
realidad, los que estructuraron las nacionalidades americanas.

Capítulo IV
EXPEDICION DE BELGRANO

Bien se veía – teniendo en cuenta las amenazas proferidas por Espínola en


su huida – que la Junta de Guerra para la defensa de la Provincia, creada por
la Asamblea del 24 de julio, no iba enderezada contra Portugal – a pesar de
que ésta en realidad acechaba –, sino contra Buenos Aires, que constituía por
entonces un peligro mayor por la inminencia de una invasión.
Velasco – en vísperas de su partida a las Misiones transparanenses, donde
pensaba apoderarse de las armas que hubiese disponibles –, mandó
desocupar el Colegio de San Carlos convirtiéndolo en cuartel general, cerró el
puerto e hizo parar el tráfico comercial, pertrechó algunos buques y los envió
a guardar la boca del río Paraguay, y cubrió todos los pasos del Paraná con
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milicianos. Y, por último, dejó provisoriamente el Gobierno en manos de un


triunvirato de cabildantes: Haedo, Recalde y Carísimo.
No eran vanas las precauciones tomadas por el gobierno del Paraguay. En
efecto, poco después, la Junta porteña enviaba una expedición con el objeto
de apoderarse de la Provincia y anexarla a Buenos Aires. Y encargaba la
jefatura de la misma a uno de sus miembros más prominentes: Manuel
Belgrano, abogado que, por patriotismo, acató su designación como general
improvisado. A las fuerzas de su mando se plegaron unos pocos paraguayos
"porteñistas", es decir, partidarios de la anexión: José Ildefonso Machaín,
José Alberto Cálcena y Echeverría, y dos hijos del comandante Espínola: José
y Ramón.
Llegado que hubo al Paraná, Belgrano lo cruzó sin inconvenientes, pues las
patrullas paraguayas tenían orden de replegarse, a fin de atraerlo hacia el
grueso de las fuerzas milicianas. Según los falsos informes que diera Espínola
a la Junta, numerosos paraguayos se irían agregando a la expedición.
Convencido Belgrano del error, escribió a la Junta: "Desde que atravesé el
Tebicuary no se me ha presentado ni un paraguayo, ni menos los he hallado
en sus casas; esto, unido al ningún movimiento hecho hasta ahora a nuestro
favor, y antes por el contrario, presentarse en tanto número para
oponérsenos, le obliga al ejército de mi mando a decir que su título no debe
ser de auxiliador, sino de conquistador del Paraguay". En todas sus
comunicaciones a la Junta hablaba de la conquista a realizar, y en una de
ellas decía: "Quiera Dios que sea feliz, para que pueda venir con todos y
entrar a la conquista de los salvajes paraguayos, que sólo se pueden
convencer a fuerzas de balas". Confiaba plenamente en la victoria; de los
paraguayos decía que "no son en su mayor parte sino bultos: los más no han
oído aún el silbido de una bala". Sin embargo, más tarde – después de las
dos derrotas sufridas –, termina declarando haberse encontrado con un
pueblo. "V. E. no puede formar una idea bastante. – llegará a decir –, a qué
grado de entusiasmo han llegado, bajo el concepto que oponiéndose a las
miras de V. E., defienden la patria, la religión y lo que hay de más sagrado.
Así es que han trabajado para venir a atacarme de un modo increíble,
venciendo imposibles que sólo viéndolos pueden creerse; pantanos
formidables, el arroyo a nado, bosques inmensos e impenetrables, todo ha
sido nada para ellos, pues su entusiasmo todo lo ha allanado. ¡Qué mucho! Si
las mujeres, niños, viejos y clérigos y cuantos se dicen hijos del Paraguay,
están entusiasmados por su patria".
Velasco se puso al frente de las tropas paraguayas, las que esperaban al
invasor en el lugar denominado Paraguarí, antiguo colegio de los jesuitas,

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situado a 18 leguas de Asunción. Las tres divisiones estaban a cargo del


Coronel Pedro Gracia, Teniente Coronel Manuel Atanasio Cabañas y Teniente
Coronel Juan Manuel Gamarra. El ejército invasor acampó cerca de allí, en las
faldas del Mbaey (desde entonces llamado Cerro Porteño). Entre ambos
ejércitos corría el arroyo Yuquerí. El 19 de enero de 1811, a las tres y media
de la madrugada, se produjo el choque. La infantería española se desbandó a
poco de empezada la lucha. También se puso en fuga Velasco, quien, para no
ser reconocido, arrojó al suelo su uniforme de Brigadier, con su lente y
boquilla de oro, y fue a ocultarse en la Cordillera de los Naranjos. Los
porteños avanzaron hasta Paraguarí, donde se apoderaron de las provisiones
del cuartel. Los paraguayos quedaron librados a sí mismos. Fue entonces
cuando Cabañas y Gamarra, al frente de sus divisiones, cayeron
impetuosamente sobre los flancos del enemigo. Este, con Belgrano a la
cabeza, tuvo que retirarse precipitadamente en dirección al sur, terminando
así la batalla de Paraguarí.
Las fuerzas porteñas cruzaron el río Tacuarí, "profundo, rápido, montuoso y
sin vados", y se colocaron en su margen izquierda. Apoyaban su derecha en
un bosque impenetrable y extenso. Al frente, sobre el paso, colocaron
cañones, los que barrerían la picada de la margen opuesta que conducía al
paso. A la izquierda, para hacer frente a la escuadrilla paraguaya que podría
llegar por ese lado, emboscaron cañones tras un bosquecillo. Cerca del paso
se hallaba un montículo, desde entonces llamado "Cerrito de los porteños";
allí se situó Belgrano. A la espalda se extendían otras tantas defensas.
Excelente era el punto en que se habían fortificado; inexpugnable por el
frente y con barreras enormes por los flancos. El jefe paraguayo, Cabañas,
considerando inútil emprender el ataque por el paso, planeó un movimiento
envolvente. Había que trazar un puente en la margen superior del Tacuarí, a
una legua aproximadamente del punto que ocupaban. El éxito estribaba en la
celeridad y en que no sospechase el enemigo. Para realizarlo, había que
atravesar pantanos y bosques vírgenes. Se encomendó la difícil misión al
Comandante Luis Caballero, padre del futuro prócer de la independencia
nacional. "Y el anciano jefe paraguayo – dice Moreno – respondió a esta
elección con tan abnegado esfuerzo, que murió poco después de terminar el
puente, a consecuencia de las fatigas sufridas, bajo un sol ardiente, en la
fragosa margen del Tacuarí". Por esa ruta emprendió su marcha el grueso de
las fuerzas, dejando unos pocos hombres en el paso para entretener al
enemigo. Cruzando pantanos y malezales, llegaron al puente. Ya en la orilla
opuesta, tuvieron que abrir un sendero a machete y sable, entre la
enmarañada espesura del bosque. Luego de cruzar un inmenso pajonal, en la
mañana del 9 de marzo los paraguayos se presentaron ante las tropas
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porteñas. Cabañas distribuyó las fuerzas de acuerdo con los Tenientes


Coroneles Gamarra, Pascual Urdapilleta y Fulgencio Yegros (futuro prócer,
este último, de la emancipación paraguaya). En la oficialidad figuraban
también otros futuros próceres de Mayo: Capitanes Pedro Juan Caballero,
Antonio Tomás Yegros y Juan Bautista Rivarola, Alférez Vicente Ignacio
Iturbe, capellán José Agustín Molas y otros. El plan había sido ejecutado con
precisión admirable; al llegar dichas fuerzas, iniciaba el tiroteo la guarnición
del paso y subía por el Tacuarí la escuadrilla al mando del Comandante
Ignacio Aguirre. El combate fue intenso y prolongado. La escuadrilla
paraguaya, desplegada en los flancos, se lanzó a toda carrera sobre las islas.
Un jinete enlazó un cañón y lo presentó a Gamarra. Los porteños no pudieron
resistir el furioso empuje. Y Belgrano levantó bandera de parlamento sobre el
montículo cercano al paso del Tacuarí. Entrevistado con Cabañas, solicitó una
capitulación, bajo la promesa de desocupar en seguida el territorio de la
Provincia y no volver a hacer armas contra ella. Generosamente, el jefe
paraguayo accedió a lo solicitado, sin exigirle ninguna reparación por los
inmensos daños que había causado al Paraguay con su pretendida expedición
libertadora. Lo que no había conseguido Espínola, tampoco lo pudo realizar
Belgrano. Decididamente, tal amalgama era imposible. Aunque no existía aún
el Estado paraguayo, la nación paraguaya era desde tiempo atrás una
realidad viva y palpitante.

Capítulo V
ASUNCIÓN COLONIAL

Es difícil dar con una ciudad tan típicamente americana como Asunción. Un
estudio sobre su ubicación, características urbanas y vida social durante el
coloniaje, nos dará, la medida de ello. Basta internarnos en sus callejas
tortuosas y pintorescas, escudriñando sus paisajes, sus edificios y sus
costumbres, para captar la esencia misma de su alma multiforme y única, y
obtener así una exacta visión de la Asunción colonial, donde pronto estallaría
la Revolución de la Independencia.
En los planos que, en las postrimerías del coloniaje, confeccionaran don
Félix de Azara y don Julio Ramón de César, ingenieros miembros de las
partidas de demarcadores españoles, se observa cómo Asunción fue
extendiéndose a lo largo de la bahía en forma de anfiteatro. Y vése también
allí cuán curioso era su aspecto, con sus arboledas y chácaras diseminadas
por los amenos valles de los alrededores. La ciudad de entonces no alanzaba

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más allá de las actuales calles Colón, Coronel Martínez y México. Lo demás
era suburbio.
En realidad, no había sino dos calles, ambas sin pavimento: las hoy
denominadas Palma y Buenos Aires. Las demás aparecen como callejones
cortos y esfumados entre el desperdigado caserío. Donde hoy está Benjamín
Constant, existía una ancha laguna cuyas aguas, formando un riachuelo por
la calle 15 de Agosto, pasaban bajo el puente de Santo Domingo y
desembocaban en la bahía.
En la obra "El Supremo", de Edward Lucas White, aparece un plano de
Asunción en 1809, basado en el de Azara. Allí figuraban los nombres de
algunas calles:
Calle Comercio (hoy Buenos Aires)
Calle Espinosa (hoy Presidente Franco)
Calle Pombal (hoy Palma)
Calle Encarnación (hoy Oliva)
Calle Santo Domingo (hoy Juan E. O'Leary)
Calle de la Merced (hoy N. S. de la Asunción)
Calle Concepción (hoy Independencia)
Destacábase, en primer término, el campanario del Convento de Santo
Domingo, erigido sobre la colina conocida por Loma Cabará [Kavara], – sitio
donde estuvo la casa fuerte de Salazar –, que se extendía desde 15 de Agosto
hasta Juan E. OLeary, entre Avenida República y el barranco del río. Cruzando
el puente – que figura en el plano de Azara y en una ilustración de Demersay
– y siguiendo por la ribera, llegábase al Real Colegio Seminario de San Carlos,
que desembocaba poco después en la Plaza Mayor. Allí surgía, hacia el norte,
el Cabildo, con su torre-reloj de piedra y ladrillo construida por el ingeniero
César. Y junto al Cabildo, el Cuartel de Infantería. Al oeste de la plaza estaba
la Real Factoría de Tabacos (en el sitio ocupado hoy por la Escuela Militar). Al
este de la plaza, levantábase la Catedral, que había sufrido varias traslaciones
a causa de la erosión de la barranca. Más al oriente, a lo lejos, encaramado al
rojo barranco, se divisaba el rancherío de naturales denominado Parroquia de
San Blas (Chacarita actual). Al sur de la plaza hallábase la Casa del
Gobernador, en la actual esquina Alberdi y Buenos Aires que forma cruz con
los fondos del Teatro Municipal. Ejemplar típico de la arquitectura colonial,
constaba de un solo piso, con pilares y espacioso corredor, que rodeaba el
edificio por tres costados. Sobre su interior se abrían el despacho
gubernativo, las habitaciones del Gobernador y las oficinas de las Cajas
Reales. El zaguán principal daba a la fachada frontera a la bahía. La noble

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casona sirvió de residencia a los gobernadores Alós, Ribera y Velasco, a la


Junta de 1811 y al Dictador Francia, siendo conocida después por Correo-cué.
Un día – absurdo prurito edilicio – fue alevosamente demolida por la piqueta
municipal.
Siguiendo nuestro deambular, llegamos al Convento de San Francisco.
Frente a él se formó más tarde la Plaza de San Francisco, hoy Plaza
Uruguaya. Y no lejos de él se encontraba la Parroquia de San Roque. Más allá,
las dos calles largas se juntaban y formaban el camino real. Allí estaba
Samuhú-peré [Samu'u pere]. "Lo que buenamente pude llamarse ciudad –
dice Aguirre – tiene su mayor distancia, desde las Barcas hasta las
inmediaciones del árbol Samuhú-peré, árbol célebre que ha dado nombre al
barrio y cuya existencia se pierde en la remota antigüedad".
El camino real se alejaba hacia las campiñas, donde abundaban las
viviendas mestizas, la "culata yobai" [culata jovái], mezcla del "tapîi" [tapýi]
autóctono y de la "casa" peninsular.
El Cabildo había acordado – el 12 de marzo de 1792 – dividir la ciudad en
barrios. A causa de la accidentada configuración del terreno, cada uno había
tomado el sitio que mejor la parecía. Como consecuencia de ello, la
delineación de las calles era caprichosa e irregular. Así se explica que el barrio
de Samuhú-peré "será – según el citado acuerdo – tomando la calle que viene
de la chácara del señor Arzediano Zamudio, pasando por un lado de las casas
del señor Coene, torcerá al norte a espaldas de San Francisco y, pasando por
la casa de Santiago Pérez, bajará calle abajo por las casas de don Francisco
Duarte y seguirá hasta el río, en cuya división estarán comprendidas todas las
casas hasta salir de la ciudad". (Arch. Nac., Vol. 256 Nueva Encuad.).
Regresando hacia el oeste, encontramos el Convento de la Merced. Si
superponemos los planos de Azara y César con uno moderno, encontramos
que dicho edificio estaba situado en el perímetro Estrella-Independencia-
Oliva-N. S. de la Asunción (actual plaza frontera al Banco del Paraguay). Más
tarde, desaparecido el convento, se siguió denominando "La Mercé Valle" –
barrio de la Merced – a la zona que se extendía hacia el sur hasta la Loma
Tarumá. Esta – limitada por las calles Caballero, Río Blanco, Iturbe y
Amambay – debía su nombre a los frondosos árboles que se levantaban en su
cumbre. Era de verse el general regocijo con que, el 24 de Septiembre, se
celebraba en dicha loma el "Tupasi la Mercé ara" [Tupasy la Mercé ara], esto
es, el día de Nuestra Señora de la Merced. Allí bailaban, bajo la sombra de los
tarumaes, las "cambá la Mercé" [kamba la Mercé]. Adornadas con peinetones
de oro y grandes ramos de claveles en la cabeza, con rosarios de coral en el
cuello y aros de crisólitos de tres pendientes, luciendo las níveas camisas

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"typoi" y arremangadas en los costados las faldas de percales con volados


fruncidos, danzaban descalzas las garridas mozas, poniendo, con su destreza
y su donaire, una nota de color y de alegría en el ambiente de la época. En
realidad, las fiestas comenzaban en la víspera y, a veces duraban sin
interrupción hasta la octava. Allí, en aquellos contornos, el "ybyrasîi"
[yvyrasŷi] o palo enjabonado, la sortija, el toro-candil y la "galopa-pú [galopa
pu]" proseguían incansables día y noche. Y, en medio de la profana algazara,
no faltaba el matiz cristiano de humildad y misericordia: las "cambá la Mercé"
llevaban, el día de la Virgen, comida y aloja a los presos de la cárcel. Esta
costumbre popular, que constituye parte integrante del folklore paraguayo,
subsistía todavía hace unos treinta y cinco años.
Otras costumbres populares vienen también del coloniaje, tales como los
"camba-raangá" [kamba ra'anga], pesebres de Navidad, "cheolos" de
carnaval, velorios con música y baile, etc. Y tradiciones populares como el
"Caá" [ka'a], "Mburucuyá" [Mburucuja], "Sarakí", "Acá-Pyta" [Akâ pytâ],
"Guabirá" [Guavira], "Pirí" [Piri], "Ysypó" [Ysypo], "Payé" [Paje], "Yrupé"
[Yrupe], etc.
Más al oeste del Convento de la Merced, se hallaba la Parroquia de la
Encarnación, Por Estrella y Ayolas, según se deduce de los planos citados.
Años después, durante la dictadura del doctor Francia, el Convento de Santo
Domingo, cercano a la barranca, pasó a ser Iglesia de la Encarnación. Dicho
edificio fue destruido por un incendio en 1889.
Cerca del puerto (en la esquina de las actuales calles Buenos Aires y
Montevideo), se encontraba Machaín-cué [Machaín-kue], que fuera
anteriormente residencia de los gobernadores. Y más allá, ya en las afueras,
estaban la casa de la pólvora, el horno de ladrillos, las piedras de Santa
Catalina, el observatorio y las tolderías de indios payaguaes.
Interesante era el aspecto que ofrecía Palma durante el coloniaje.
Bobertson, que llegó poco después de la Revolución, dice que estaban
"resguardadas las casas y tiendas de una de sus veredas del sol y de la lluvia,
por un prolongado corredor techado parecido a los portales de Chester". Un
trecho de esa recova subsistía aun hace pocos años; era el comprendido
entre Nª Sª de la Asunción e Independencia. Por donde ahora corren sobre el
asfalto los aerodinámicos y hacen sus guiñadas nocturnas los letreros
luminosos, existía un caliente arenal, bordeado de naranjos de sombra útil y
permanente verdor. Por allí transitaban los funcionarios públicos, frailes y
militares, los abogados y tinterillos, los hacendados y chacareros de los
aledaños, los embarcadizos, aguadores e indios domésticos. Allí, al sonar la
hora de la queda, apagaban sus faroles y cerraban sus negocios los pulperos,

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horteras y barberos. Por ahí estaría también, o muy cerca de esa arteria, la
farmacia de don Juan Gelly, antiguo corregidor de Oruro, que constituía un
centro de reunión en que participaban los vecinos de mayor cultura.
Del estilo árabe o morisco había surgido, como se sabe, el andaluz, y de
éste a su vez el colonial. De ahí las características de las casas de Asunción.
Estas se componían generalmente de una amplia techumbre "de dos aguas" y
macizos muros de adobe. Las puertas tenían tableros primorosamente
labrados y el pesado aldabón. Las rejas de las ventanas eran unas de hierro
forjado y otras de madera torneada. A través de los zaguanes se percibía el
patio. Junto al aljibe – a veces decorado con azulejos andaluces –, lucían
parrales, jazmineros y madreselvas. Y, como un telón de fondo, destacaba un
tayí [tajy] su yelmo de oro. Aunque no se veía desde la calle, donde las
persianas ponían su discreto enclaustramiento, era seguro que en los
aposentos no faltaba algún bargueño de jacarandá, un nicho con su imagen
religiosa o una alacena donde guardar la yerba, el "cayguá chapeado"
[kaygua chapeado] y el sabroso dulce de arazá [arasa].
"Los criollos burgueses de la ciudad, como los españoles mismos, son gente
de costumbres sencillas, trato llano y cultura intelectual muy limitada. La
sociabilidad es patriarcal y aldeana. La gente se acuesta habitualmente al
toque de ánimas. No se conocen los suntuosas puertas blasonadas de Lima,
ni el estilo plateresco de las fachadas de Bogotá, la docta. No hay marqueses
ni hidalgos peninsulares; no se ven en sus calles doradas carrozas. Su
aristocracia es sólo una pequeña burguesía de hacendados y negociantes, sin
lujo y sin elegancia. La llaneza de costumbres mezcla en el trato social
cotidiano la clase rica con los pobres. Es una ciudad católica, pero sin
misticismo; se ignora la Teología; las llamaradas férvidas de la Inquisición no
han llegado hasta ella; el clero mismo, escaso y modesto, es de carácter
liberal, dentro de sus funciones. No existe Universidad ni institutos. La
enseñanza primaria y secundaria la ejercen los franciscanos en el histórico
convento y colegio de donde salen luego tantos frailes patriotas. Algunos
hijodalgo nativos van a estudiar a Córdoba o a Chuquisaca". Palabras que
parecen escritas sobre Asunción colonial, por la acertada descripción que
hacen del ambiente, son de Zum Felde y refiérense al Montevideo de aquella
misma época.
"La falta de alumbrado público – dice Moreno – dejaba la suerte del
transeúnte librada a las mortecinas luces de su farol, menos apropiadas para
guiar sus pasos que para dirigir la acción de algún desvalijador nocturno. La
vida de la ciudad, por la influencia de estas causas más que por la práctica
constante de un forzado retraimiento, cesaba por lo general con las últimas

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claridades del día, exceptuados naturalmente los ocasionales paseos,


reuniones y serenatas a la luz de la luna. Desde la hora de la retreta, que
indicaba con sonoras campanadas el reloj del Cabildo, el profundo silencio de
la noche sólo era interrumpido por el paso de las rondas, que tenía a su cargo
la guarnición de la plaza, situada frente a la Casa del Gobernador.
La vida social, falta de sus naturales incentivos, tenía que ser
extremadamente débil. Y seguramente la ocasión y el motivo de su mayor
actividad eran las misas de los domingos, acontecimiento periódico que
esperaba siempre con profanas ansias la católica juventud de la capital,
porque después del santo sacrificio, precedido y seguido del desfile mujeril y
las discretas cortesías de los varones, venían los "pagos de las visitas", que
las amistades de confianza realizaban en el corredor o a la sombra de los
rosales, donde en medio de la franca expansión de las almas juveniles,
menudeaba el tradicional mate de leche con azúcar quemada y naranja roquy
[rokúi]".
Asunción contaba entonces con 10.000 habitantes.
"La gran masa de la población – comentaba Robertson – era una casta
formada del elemento español y del indígena, pero predominaba tanto el
primero que los naturales o mestizos parecían descendientes de europeos.
Los hombres eran generalmente bien formados y atléticos, y las mujeres casi
todas bonitas. La sencillez y vaporosidad de sus trajes, así como sus
atractivos personales, muy superiores a los de las correntinas, junto con un
cuidado escrupuloso de su aseo personal, dábanle un aspecto interesante y
seductor. Cuando solía verlas de regreso de los pozos o de los chorros con
sus cántaros en la cabeza, me hacían recordar otras tantas Rebecas".
Subiendo ahora por las empinadas cuestas, dirijamos nuestros pasos hacia
las quintas frondosas y aromáticas de los suburbios. El rojo de los tejados va
cediendo ya el lugar al amarillo grisáceo de los techos de paja; y en vez de
pilares de ladrillos se ven horcones de urundey.
Por allí "bajaban diariamente – dice Moreno –, en largas hileras, con su alba
túnica flotante, tras de sus mansos pollinos, las alegres proveedoras del
mercado de Asunción; y las ligeras carretillas repletas de frutas, conducidas
por mozos imberbes, enamorados y bullangueros; y los macizos carretones
de tabaco o miel, que rechinaban perpetuamente bajo el peso de su carga,
con la calma imperturbable de sus viejos "picadores". Y por el mismo camino,
que ondulaba entre las lomas y hondonadas, entre el verde esmeralda de los
sembrados y los tonos oscuros de los bosques, bajo la sombra de una
perenne vegetación, pasaban así mismo en alegres cabalgatas los caballeros

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y las damas de la ciudad, que acudían a una fiesta o tornaban a sus chácaras,
lugares predilectos de su actividad y de sus goces".
Esa región intermedia entre el campo y la ciudad – afirma el citado autor –,
fue siempre para el paraguayo colonial el lugar predilecto de su solaz y sus
placeres. "Fue allí – agrega – donde los jesuitas localizaron el campo de
esparcimiento de Antequera, a quien la atribuían tanta pasión en contra de
ellos como a favor del bello sexo de la Asunción. Y fue allí seguramente, en
esa zona intermedia, en que la linajuda juventud se dio la mano con las
criollas del arrabal, donde nacieron las picantes coplas hispano-guaraníes, y
donde la guitarra preludió los primeros aires nacionales, cuyos acordes
penetran tan hondo en el sentir del paraguayo y animan su soledad y sus
nostalgias, vibrando perpetuamente dentro de su corazón como el eco lejano
del terruño".
En esa región intermedia estaba también la aldea de negros denominada
Laurelty. La introducción de la masa africana en el Paraguay fue muy escasa.
Por eso los negros carecieron casi de influjo en la constitución étnica del
pueblo. Laurelty era uno de los escasos sitios donde se habían establecido.
Allí celebraban anualmente la tradicional fiesta de San Baltasar, el Rey Mago
negro. El día de San Baltasar es una fiesta de la forma, del sonido y del color.
Sus ritos son resultado de un sincretismo o mezcla de creencias africanas,
indias y españolas. La noche de la víspera, acicaladas con vestidos de vivos
colores, las mozas de ébano danzaban con sus galanes bajo la típica
enramada, mientras giraba la calesita y corrían el mosto y la caña. Cuando
llegaba el gran día, desde muy temprano comenzaba a oírse el tam-tam del
tamboril, alegre y triste a la vez, como el alma de los negros. El cura de la
capilla preparaba su atril y abría su misal. Una muchacha que portaba una
bandera roja, seguida de tres negros con sus tamboriles, salía a recibir a los
sucesivos grupos de peregrinantes que venían bajando por la loma cercana.
Al frente de éstos marchaba otro abanderado, seguido de un mozo promesero
vestido de capa colorada con ribete dorado y corona de refulgente cartón,
también roja y dorada. Al encontrarse los dos abanderados, se arrodillaban
tres veces y otras tantas se saludaban con inclinaciones de cabeza. Hecho
esto, comenzaban ambos a danzar toreando, mientras una docena de
disfrazados se contorsionaban y efectuaban piruetas de toda laya al compás
del tam-tam, que subrayaba la nota de color exótico. (Pareciera que se
estuviese mirando una tela de Figari o leyendo versos de Pereda Valdés).
Otro promesero, a unos treinta metros de la capilla, se ponía de rodillas, y
así, avanzando en esa forma, llegaba hasta el santo, en medio del religioso
silencio de los circundantes. Reanudaban luego los tamboriles su sugestivo
tam-tam y los disfrazados sus contorsiones y piruetas, mientras con pasmosa
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agilidad una anciana danzaba con un cántaro lleno de agua sobre la cabeza.
Una ingenua y fresca alegría, impregnada de cierto misticismo, flotaba en el
ambiente. Esta original nota de nuestro folklore puede observarse aún hoy,
tomando el día de Reyes el ómnibus de San Lorenzo.
Así transcurría, sencilla y apacible, la vida de Asunción, la ciudad que tan
abnegada y nobilísima función civilizadora desempeñara en una vasta
extensión del continente (2).

Capítulo VI
PROPAGACIÓN DEL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO

Múltiples fueron las causas que contribuyeron a la formación del espíritu


revolucionario en las colonias españolas de América.
"No estoy de acuerdo – dice Levene – con la imagen de la colonia que
duerme una larga siesta de tres siglos".
Y esa disconformidad es razonable. En lo que respecta al Paraguay Colonial,
la vida se deslizaba, es cierto, apacible y tranquila; pero eso no constituía en
modo alguno una modorra, un sueño pesado. Prueba de ello está en que,
cuantas veces pretendióse torcer el curso de su destino, o simplemente
herirla en sus sentimientos, la Provincia revelóse díscola, indócil.
Coincidiendo con esa observación, Luis Alberto Sánchez dice de la "modorra
colonial" que ésta "existió hasta cierto punto, porque no observarla equivalía
a incurrir en delito de rebelión. Pero, cada año, de los trescientos que duró el
régimen español en América, está señalado, en cada uno de nuestros países,
por un motín, un alboroto, un "ruido" o una franca sublevación. Los
funcionarios lo acallaban, entre algodones de temor y complacencia. No había
periódicos. Ni libertad para editar libros o folletos".
La inmensidad del imperio colonial español, su alejamiento de la metrópoli,
el grado de prosperidad económica relativa de esas colonias, los efectos del
sistema económico y político de la metrópoli con las colonias, la intervención
de Napoleón en España, los principios proclamados por la Revolución
Francesa, el ejemplo de la emancipación de las colonias inglesas de América y
el sentimiento de amor por el suelo natal, fueron factores que, como señalan
numerosos autores, influyeron decididamente en la emancipación de las
colonias hispanoamericanas.
La revolución, para Levene, "está enraizada en su propio pasado y se nutre
en fuentes ideológicas hispánicas e indianas. Se ha formado durante la
dominación española y bajo su influencia, aunque va contra ella, y sólo
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periféricamente tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a
España e Hispano-América, que constituía un orbe propio. Sería absurdo,
filosóficamente, además de serlo históricamente, concebir la revolución
hispanoamericana con exterioridad simiesca, como un epifenómeno de la
Revolución Francesa o de la norteamericana". Y agrega: "En ninguna parte de
Europa como en España proliferó una literatura política, de marcada
tendencia liberal y antimonárquica, contraria a la monarquía absoluta, como
las obras del Padre Rivadeneira o la de Saavedra Fajardo, escritas para
criticar el maquiavelismo que era la política de la astucia, la mentira y el
interés. La idea igualitaria impera en esta literatura española. La idea
igualitaria de los Estados entre sí, que es la tesis de Fray Francisco de Vitoria,
el creador del Derecho Internacional; la idea igualitaria de los miembros que
integran la sociedad política, que es la tesis del Padre Mariana, y la de
Suárez, que funda la existencia del Estado en el consentimiento de los
hombres, adelantándose a la teoría del "Contrato Social", do Rousseau, y
ambos y otros más, que explican el derecho de resistencia o de revolución
contra la tiranía; la idea igualitaria de los hombres entre sí, cualesquiera sea
la raza, que fue el pensamiento de la Reina Isabel y escribieron o lucharon
por su realización aquel apóstol combativo de la libertad de los indios y aún
de los negros que fue Bartolomé de las Casas, y el defensor de los criollos de
América, que fue Juan de Solórzano Pereyra".
El sistema colonial restrictivo ideado por la Corte de Madrid puede
sintetizarse en esta trilogía: monopolio económico, monopolio religioso y
monopolio político. El primero consistía en la prohibición a las colonias
hispanoamericanas de comerciar con otra nación que no fuese la metrópoli y
esto sólo por ciertos y determinados puertos de España y América. El
segundo, en perseguir como "herejes" a todos los no católicos, lo que era un
resabio del fanatismo medioeval. El tercero, en excluir sistemáticamente a los
nativos de los cargos públicos.
He aquí, por otra parte, cómo analiza Ricardo Rojas el cuadro de aquella
época: "La impolítica legislación española, ciega desde la distancia donde se
promulgaba, nada hizo por mitigar la crisis que minaba el sentimiento español
en América. Agravada, por el contrario, con su sistema de privilegios en favor
de los peninsulares, el criollo vio ahondarse las diferencias que le separaban
del español; así fuera en ocasiones su padre. Influencias en la Corte, pitanzas
clandestinas, venta de magistraturas y blasones o concesiones para
responder a los apuros del fisco en plena bancarrota, prácticas aún más
viciosas que el precepto, precipitaron sobre América, principalmente en el
siglo XVIII, una cáfila de burócratas altaneros, o segundones en desgracia,
que sólo traían su desdén para el nativo y su ilícita avidez de fortuna, a la
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sombra de la dignidad eclesiástica o civil que se les confería. Con ellos venían
sus pequeños paniaguados, casi todos de la clase media o plebeya, a
completar el cuadro de la exótica oligarquía. Excluidos los americanos de las
funciones públicas – salvo las municipales del Cabildo –, dedicábanse
exclusivamente a la vida del hogar y los negocios, por donde ellos vinieron a
constituir la burguesía, en sociedades donde la oligarquía formaba como una
aristocracia accidental. Incapacitados a servir a su país desde el gobierno,
soportaban la afectada altanería del peninsular, pagando en silencio, para los
tragones del monopolio, alcabalas y almojarifazgos".
Veamos ahora la forma en que se llevó a cabo en el Paraguay la
propagación de esas ideas.
Existe, sin duda, una trabazón íntima entre los acontecimientos humanos.
De ahí que no puede desconocerse la influencia que la invasión napoleónica
ejerció en Portugal y en España, ni la que ejercieron los acontecimientos
políticos de estos dos Estados en sus respectivas colonias ultramarinas, como
tampoco la ejercida por la Corte de Río sobre los sucesos del Río de la Plata.
De igual modo, no puede negarse que la revolución porteña y la guerra con
Buenos Aires ejercieran influencia en los destinos del Paraguay. Pero tal
constatación no significa, de manera alguna, que fuese Belgrano el sembrador
de las primeras ideas de independencia. El pueblo paraguayo no necesitaba
que nadie le inculcase esos sentimientos, que estaban profundamente
enraizados en su espíritu desde tiempo atrás. Criollos y mestizos
comprendían que el injusto régimen vigente no podía ni debía durar. Por eso,
como dice Sánchez, "la dinámica insurrecta se vio nutrida con zumos
mestizos". Y el pueblo apoyó ardorosamente el movimiento que estalló en
mayo de 1811. Cuando se hallaba empeñado en la defensa de la Provincia, el
Gobernador Velasco descubrió un plan subversivo. Resultó que el fraile
franciscano Vaca, porteño, se había declarado adicto a la revolución de
Buenos Aires. Velasco lo confinó entonces al fuerte Borbón. Días antes de la
batalla de Paraguarí, descubrióse en Yaguarón otro complot dirigido contra el
gobernador. El autor, Juan Manuel Grance, suegro del porteño Somellera,
había predicado la necesidad de rendirse sin resistencia a Belgrano, quien
venía "a sacarnos del cautiverio y opresión en que nos tienen los europeos".
En el mes de abril, descubrióse otra conspiración, la de los oficiales porteños
Manuel Pedro Domecq, Manuel Hidalgo y Marcelino Rodríguez, cuyo objeto
era tomar posesión del cuartel y "apoderarse a viva fuerza del barco en que
se hallaban los prisioneros" (porteños) En esos mismos momentos, en Villa
Real de la Concepción conspiraban también José de María, el cura José Fermín
Sarmiento y el doctor José Mariano Báez, quienes sostenían que el fin de la
Junta de Buenos Aires "era libertar de la esclavitud a los americanos". Es
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probable que estas cuatro intentonas de tendencia porteñista hayan estado


relacionadas entre sí. Pero ellas nada tienen que ver con la gran conspiración
de los patriotas, de que nos ocuparemos en seguida. Mariano A. Molas refiere
que, después de Tacuarí, el capellán José Agustín Molas y el Capitán Antonio
Tomás Yegros mantuvieron en Candelaria una comunicación personal con
Belgrano. "La propaganda de las ideas – dice Moreno – sucedía así a la
imposición violenta, tan inútil como estéril. Debemos reconocer la inteligencia
y el tino con que la orientó el jefe de las fuerzas invasoras". Procuro, en
resumen, "que su retirada apareciese, no como la de un enemigo expulsado,
sino la de un auxiliar no comprendido". En efecto, trató de demostrar las
nuevas tendencias liberales del gobierno de Buenos Aires y el interés
puramente americano de la expedición, reconociendo al Paraguay el derecho
a cobrar la dirección de sus propios destinos y la necesidad de extinguir las
trabas comerciales que embarazaban su desenvolvimiento. Tales ideas
encontraron, claro está, grata resonancia. El ambiente estaba preparado. Aquí
se podría afirmar con Sánchez: Contagio no hubo; coincidencia sí. Sincronía
de anhelos, de insatisfacción, de apetitos".
La cobarde actitud de Velasco en Paraguarí, había minado profundamente
su prestigio. En cambio, la oficialidad paraguaya, "improvisada en su gran
mayoría, bajo la dirección de jefes inexpertos, y al frente de soldados
bisoños", se había colocado a la cabeza de las milicias, conduciéndolas por
dos veces al triunfo. "Es natural – como anota Moreno – que al apagarse tan
infelizmente el prestigioso renombre del veterano del Rosellón, habríase
despertado en aquella juventud ardorosa la conciencia de su propio valer. Ella
se atribuía con justicia exclusivamente la victoria. En medio del desordenado
paisanaje, improvisado en fuerza militar, pululaba una multitud de energías
nuevas, envanecidas por el triunfo. De allí que los oficiales vencedores de
Tacuarí, conscientes de su poder, y en contacto directo con el pueblo,
empezaron a mirar con creciente disgusto el despreciable núcleo burocrático
del gobierno".
Con el objeto de derrocar al Gobernador Velasco y establecer un gobierno
nacional, comenzó a conspirar un grupo de patriotas. Los futuros próceres de
Mayo realizaban secretamente sus reuniones en la casa de don Juan Francisco
Recalde, sita en la esquina de las calles hoy denominadas 14 de Mayo y
Presidente Franco. (La Casa de la Independencia constituye la única reliquia
arquitectónica de valor histórico que aún existe en Asunción). De la lectura de
los títulos de propiedad del edificio citado, se desprende que éste no
pertenecía en 1811 a don Juan Francisco Recalde, sino a don Antonio
Martínez Sáenz, quien lo poseía en tal carácter desde 1768. No obstante, bien
pudiera ser que el señor Recalde lo ocupara como arrendatario. Es imposible
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establecer con precisión en qué dependencia de la casa tuvieron lugar


aquellas juntas. Empero, como la tradición refiere que los conjurados
salieron, para tomar el cuartel, por el callejón contiguo a dicha casa, es
presumible que las reuniones se efectuaran en la sala que da sobre el callejón
citado. El Capitán Pedro Juan Caballero "dirigía los preparativos de la
Revolución", afirma Moreno. Después de su brillante actuación en Paraguarí y
Tacuarí, había regresado – cuenta Marcelino Rodríguez – entusiasta y
animoso, "con la idea firme de cambiar la situación". Y agrega que Iturbe,
"que era amigo mío, me fue a ver una mañana y a nombre de él (de
Caballero) me habló de la revolución que tramaban". Somellera, por su parte,
expresa que, regresado el ejército de su campaña, "don Pedro Juan Caballero
es el que me habló con más franqueza". Apenas contaba con 25 años y ya era
el jefe de los patriotas".
Además del Capitán Caballero, asistían a las juntas – incluido, desde luego,
don Juan Francisco Recalde –, los Capitanes Mauricio José de Troche, Antonio
Tomás Yegros y Juan Bautista Rivarola, fray Fernando Caballero, presbítero
José Agustín Molas, los Tenientes Montiel y Zarco y los Alféreces Vicente
Ignacio Iturbe y Juan Manuel Iturbe.
Dos frailes patriotas tomaban parte, pues, en la conspiración. El primero de
ellos, franciscano, era un anciano respetado por su saber y rectitud.
Espectador de la revolución del 25 de Mayo en Buenos Aires, habíase
convertido a su regreso en uno de los más ardorosos propagandistas de la
independencia patria. El segundo, capellán del ejército, había acudido en
Tacuarí, en lo más recio de la pelea, a ejercer su ministerio y a socorrer a los
heridos, hasta llegar a auxiliar a los mismos enemigos. Ambos, con Recalde,
eran los hombres civiles de la Revolución.
El Teniente Coronel Fulgencio Yegros, que se destacara también en
Paraguarí y Tacuarí, había abrazado con entusiasmo las ideas expuestas por
su hermano Antonio Tomás. Formaba parte, pues, del grupo de los
conspiradores patriotas. Dada su graduación superior, "era – como dice
Moreno – el caudillo llamado a levantar la bandera de las nuevas ideas" y, por
tanto, quien "debía ser el nervio de la revolución". Pero – como el mismo
autor reconoce –, cuando se produjo la Revolución "hallábase ausente, a 70
leguas de la capital". En efecto, se encontraba en Itapúa, a 350 kilómetros de
Asunción, adonde había sido enviado por Velasco como Teniente de
Gobernador de Misiones.
Los viejos jefes de Paraguarí y Tacuarí asumieron actitudes diversas. El
Teniente Coronel Cabañas, según algunos, se negó a prestar su ayuda al
movimiento, contestando que sólo iría cuando le llamase el gobernador.

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Otros, en cambio, lo presentan como partidario de la revolución y reuniendo


fuerzas en la Cordillera para traerlas en su apoyo. Hasta hoy es un enigma su
actitud. En cuanto al Teniente Coronel Gamarra, realista acérrimo, ofreceráse
al gobernador para retomar el cuartel. Y el Coronel Gracia, producido el
golpe, huirá hacia el Brasil.
No consta que a las reuniones en casa de Recalde hayan asistido más
conspiradores que los citados. Suponer que, no obstante eso, otros hubo que
también estaban mezclados en el complot, es hacer una interpretación
conjetural o arbitraria de los acontecimientos, lo que conviene evitar en lo
posible en el terreno de la investigación histórica.
Producida la Revolución, eso sí, muchos prestáronle decididos su adhesión
y contribuyeron a encauzarla y sostenerla. Debemos citar entre ellos al doctor
José Gaspar de Francia, presbítero doctor Francisco Xavier Bogarín, don
Fernando de la Mora, el capitán Juan Valeriano de Zeballos y los oficiales
Carlos Argüello, Juan Bautista Acosta, Francisco Antonio González, José
Joaquín León, Mariano del Pilar Mallada, Blas Domingo Franco, Agustín Yegros
y Pedro Alcántara Estigarribia.
Las discrepancias latentes contra el régimen español se precipitaron. Había,
pues, que canalizarlas en un solo anhelo, en una única aspiración. A eso
tendían las juntas en casa de Recalde. Y la desembocadura de la situación no
podía ser otra que ésta: formar un Estado autónomo. Era necesario
administrarse libremente; participar directamente en el gobierno; no pagar
impuestos onerosos; anular los monopolios; hacer que los gravámenes y
rentas recaudados por España pasen a poder de la nación. Para ello, el pueblo
debía rebelarse. Tenía el derecho de insurrección, enarbolado por Rousseau
en su "Contrato Social". Así estaba incubándose el estallido final. Un sordo
oleaje popular se percibía en el ambiente. Y aquella levadura no tardaría ya
en fermentar.

Capítulo VII
"¡ALBOROTO EN LA PLAZA!"

Nunca ofrecióse a Portugal mejor ocasión de intervenir. El Paraguay era


parte del dominio hispánico a conservar para la Corona de Borbón. Dicha
provincia se negaba a someterse a Buenos Aires. Y la princesa Carlota
Joaquina, pretendiente a la regencia, reinvindicaba el gobierno de ese
territorio. El interés del reino bragantino nada sufriría con realizarse tal
propósito; al contrario, le convenía. Fue entonces cuando Sousa Coutinho,
Conde de Linhares, empezó a mover sus resortes. A Diego de Sousa, Capitán
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General de Río Grande del Sur, le fue encomendado el encargo de iniciar


negociaciones. Y éste, después de hacerlo, envió como emisario al Paraguay
al Teniente de Dragones José de Abreu.
Antes de Tacuarí, Velasco había empezado ya a ponerse en comunicación
epistolar con Diego de Sousa. Y esa comunicación prosiguió después de
aquella jornada. Velasco aceptó el apoyo de las fuerzas que espontáneamente
le ofrecían los portugueses. Resolvió, pues, solicitar un contingente de 200
hombres. Diego de Sousa respondió a este pedido haciendo marchar a San
Borja (situado a orillas del río Uruguay) 1.500 hombres y un poderoso tren de
artillería. Además de estas fuerzas que se concentraban en las fronteras de
Misiones, comenzaron a moverse más tarde hacia el Paraguay las fuerzas
portuguesas de Coimbra y otros puntos la Matto Grosso.
Pese a la discreción observada, esa correspondencia no podía pasar
completamente inadvertida. Ella trascendió al público. Y con esto Velasco se
atrajo la desconfianza y antipatía general, desapareciendo así su ya
menguado prestigio.
Con el objeto de acordar un plan definitivo, el 9 de Mayo llegaba a Asunción
el emisario José de Abreu. La presencia de éste avivó las versiones corrientes
sobre la sospechosa conducta del gobernador. Vióse poco después cuán
justificados eran esos recelos. En. efecto, Velasco aseguró al teniente Abreu
"que todo su empeño era ponerse a los pies de la Serenísima Señora doña
Carlota, pues no reconocía otro sucesor a la Corona y dominio de España". Lo
alojó en su misma residencia. Y ofreció un gran baile en su honor, "en señal
de alianza de los portugueses con los paraguayos". Concluidas las
conferencias y próximo a regresar Abreu, aseguróse que el gobierno había
aceptado su ofrecimiento, admitiendo el concurso da 500 soldados
portugueses en Asunción en calidad de auxiliares. Fue este uno de los
motivos que aceleraron la consumación del golpe tramado por los próceres de
Mayo. No era posible admitir que los bandeirantes – seculares enemigos de la
Provincia – se ufanasen paseando como dueños y señores por las calles de
Asunción. La revolución imponíase, por tanto, no sólo como insurgencia
contra España, sino también como un golpe preventivo contra Portugal.
Triunfante ella, quedaría fracasada la tentativa de Sousa Coutinho, como
antes había fracasado la tentativa porteña. A raíz de la última campaña, casi
todas las fuerzas y material de guerra de la Provincia estaban concentrados
en el Cuartel de Infantería. Cualquiera fuese el plan de la revolución, su base
principal debía ser la toma de ese cuartel. El Capitán Mauricio José de Troche
– asiduo concurrente a las reuniones de Recalde y oficial perteneciente a las
milicias de Curuguaty –, hallábase entonces a frente del destacamento de

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guardia, compuesto de 34 hombres, todos compueblanos suyos. Era


conveniente, pues, prolongar todo lo posible el servicio de ese pequeño
cuerpo de guardia, que respondía por completo al capitán Troche. Pero hacía
ya más de 15 días que debía ser relevado. Este fue otro motivo por el cual
decidióse precipitar los acontecimientos. Troche se comprometió a neutralizar
con sus escasas fuerzas las que pudiera oponer el gobierno y entregar el
parque al jefe de la conspiración. En la mañana del domingo 14 de Mayo, el
Síndico Procurador de la Ciudad, don Juan Antonio Fernández, advirtió al
alférez Vicente Ignacio Iturbe, su pariente y amigo, que el gobernador estaba
ya enterado de cuál era el objeto de las frecuentes reuniones en casa de
Recalde. Iturbe dio de inmediato aviso a Caballero de que la conspiración
estaba descubierta. Y éste resolvió, sin pérdida de tiempo, dar esa misma
noche el golpe. Pero ¿cómo avisar a los demás patriotas la hora y el santo y
seña? Una mujer se prestó admirablemente a cumplir la misión. Doña Juana
de Lara fue a la Catedral y arrodillada junto a la pila del agua bendita, iba
transmitiendo a los conjurados la hora y el santo y seña, que era:
"Independencia o muerte".
Después del toque de queda, que sonaba a las 9 de la noche, el Capitán
Caballero, secundado por los demás conjurados, dirigióse hacia el cuartel. La
ciudad dormía. Saliendo del callejón contiguo a la casa de Recalde, pasaron
sigilosamente entre la Real Factoría de Tabacos y la Casa del Gobernador, y
luego, cruzando la Plaza Mayor frente al Cabildo, siguieron ya resueltamente
hacia el Cuartel de Infantería. Allí los esperaba Troche, fiel a su palabra. El
cuartel fue tomado sin resistencia por los patriotas. Caballero fue proclamado
jefe de la revolución. "Una ola de entusiasmo – dice Moreno – rompió
inesperadamente, en ese momento, la rigidez de la disciplina, en medio del
solemne silencio de aquella noche memorable: fue la aclamación general de
los soldados, espontánea explosión del alma nacional, que saludaban el
advenimiento de la independencia con frenéticos mueras al viejo régimen
moribundo. Pero los gritos cesaron en seguida por orden expresa de
Caballero". Aquel grito – "¡Mueran los pytaguás!" – era la voz de la tierra, el
grito telúrico que, con ligeras variantes – "¡Mueran los gachupines!", "¡Abajo
los godos!", etc., resonaba sincrónicamente en toda América, desde México
hasta la Argentina.
Esa noche, al salir a la calle, Abreu "encontró a1 Teniente Coronel Gamarra
carabina en mano y con dos pistolas al cinto, acompañado por un soldado
armado en la misma forma y un sirviente con un farol; preguntó al mismo
qué novedades había, y le respondió Gamarra que iba a ver al Gobernador,
pues gritaban por las calles: "Alboroto en la Plaza!". Volvió el teniente Abreu
con el mismo Gamarra a la residencia del Gobernador, quien interrogado por
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Gamarra qué novedad había, contestó: que había oído decir "alboroto", pero
no sabía en que consistiera. Poco después entró uno de los cabildantes
diciendo que las tropas (no excedían de cien hombres entre granaderos y
artilleros que formaban la guardia del Gobernador) se habían parapetado en
el cuartel, no abrían la puerta a nadie y trabajaban adentro en montar piezas
de artillería y cargar fusiles. Ordenó entonces el Gobernador a Gamarra que
fuera a ver lo que había en el cuartel, a cuya puerta, golpeando Gamarra,
preguntáronle quién era, y respondió que era Gamarra, contestándosele
entonces desde adentro: "Disculpe, mi General, pero no se abre ahora la
puerta"; replicó Gamarra diciendo que si no lo conocían, y contestaron que sí,
y si él era también de los que pretendían desarmar a los paraguayos; dice
Gamarra que bien lo conocían y que él también era paraguayo; y no
consiguiendo que se le abriera la puerta, volvió a dar su parte al
Gobernador". (Informe que, por encargo de José de Abreu, envía Francisco
das Chagas Santos desde San Borja a Diego de Sousa. Bibl. Nac. de Río de
Janeiro. Copia de la "Revista do Archivo Público de Río Grande do Sul").
El mayor de plaza Cabrera, acompañado de ocho soldados con que andaba
de ronda, se ofreció para ir al cuartel. Al abrirse la puerta de éste, los mismos
soldados que lo acompañaban le empujaron hacia adentro y, pegándole
planazos, le ataron y así lo tuvieron toda la noche.
El fraile español Inocencio Cañete se dirigió al cuartel, por encargo del
Gobernador, a fin de apaciguar a los insurgentes. La contestaron "que se
retirara a su convento, pues no necesitaban de más plática".
Igual suerte corrió el obispo García de Panés, quien más tarde llegó
también hasta el cuartel por encargo de Velasco.
El Capitán Caballero, jefe de la Revolución, envió al Alférez Iturbe como
portador de una nota suya al Gobernador Velasco. La nota decía así: "En
atención a que la Provincia está cierta de que habiéndola defendido a costa de
su sangre, de sus vidas y de sus haberes del enemigo que la atacó, ahora se
va a entregar a una potencia extranjera, que no la defendió con el más
pequeño auxilio, que es la potencia portuguesa; este Cuartel, de acuerdo con
los Oficiales Patricios y demás soldados, no puede menos que defenderla con
los mayores esfuerzos, y para el efecto, pide lo siguiente: Que se entregue
llanamente a este Cuartel la Plaza y todo el armamento, así de dentro como
de fuera de la ciudad, en cualesquiera manos que se hallen, y que para el
efecto lo pida el Sr. Gobernador y lo congregue en su casa, para con su aviso
mandar por ello este Cuartel el Diputado que corresponda. Que el Sr.
Gobernador siga con su gobierno pero asociado con dos diputados de este
Cuartel, que serán nombrados por dicho cuartel a su satisfacción, mientras

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lleguen los demás Oficiales de Plana Mayor de esta Provincia (cuya vez hace
por ahora este Cuartel), que entonces se tratará la forma y modo de gobierno
que convenga a la seguridad de esta Provincia. Que igualmente, mientras
tanto, se cierre la Gasa de Gobierno y se entregue la llave a los dos Diputados
socios del Sr. Gobernador; y que igualmente, entre tanto, se retiren del lado
de él Don Benito Velasco y don José Elizalde, entregando el primero la llave
de la Secretaría, y el segundo la de la Tesorería, a los dos mismos socios del
Sr. Gobernador. Que ningún barco se nueva de ninguno de los puertos de
esta Provincia mientras no lleguen a ésta los Oficiales de la Provincia y se
establezca lo conveniente. Que igualmente se retire del Sr. Gobernador don
José Teodoro Cruz Fernández y todos los del Cabildo Secular, con prevención
a todos aquellos, y a los demás que se han de separar de Su Señoría, que no
salgan de esta ciudad antes de dicho establecimiento. Que asimismo no
salgan de la ciudad los portugueses que ahora poco han entrado en ésta con
diputación clandestina. Y que, mientras tanto, siga la ciudad sin embargo sus
oficios, comercio y agricultura sin estrépito ni alborotos; y que tampoco se
embarace al Cuartel la comunicación libre con la ciudad y con la Provincia ni
se intercepten sus chasques". (bibl. Nac. de Río de Janeiro. Copia de Walter
A. de Azevedo.)
Mientras el gobernador escribía su respuesta, quedó esperando el alférez
Iturbe en la guardia de la entrada, donde dijo asaz enfadado: "No se necesita
incomodar a Portugal, pues no carecemos de socorros; los europeos han
quedado en la ciudad, sin ayudar con su dinero al pago de las tropas
milicianas ocupadas en la defensa de las fronteras, diciendo que no tenían
dinero, siendo la verdad que el día del ataque a Paraguarí, como un traidor
hiciera correr la noticia de que habían triunfado los de Buenos Aires, muy
luego embarcaron los mismos europeos 35.000 pesos fuertes, a fin de
ponerlos a salvo en Montevideo; después de haber los paraguayos repelido y
ahuyentado de su frontera a los de Buenos Aires, los puestos públicos fueron
otorgados solamente a los europeos, y aun a los que quedaron en la ciudad,
no siendo contemplados para nada los paraguayos, tratándolos con desprecio,
y peor que antes; y por último, tratan de desarmarnos, a fin de quedar sólo
armados los europeos".
La respuesta de Velasco fue negativa. Por indicación de éste, Abreu quemó
todas sus notas y las contestaciones del Gobernador, del Obispo y del
Cabildo. Y por consejo de Abreu, Velasco mandó cercar el cuartel con
europeos armados, con instrucciones de abrir el fuego contra el mismo si no
se entregaban al amanecer.

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Así fue transcurriendo aquella noche, en medio de zozobras y esperanzas.


"Noche del 14 de Mayo – dice un escritor – constelada de estrellas; fecha de
luz, Navidad de un pueblo fuerte".
Los europeos cercaron el cuartel, pero huyeron a los primeros tiros de fusil
que desde el mismo lanzaron sobre ellos.
Al romper el alba del 15, salieron 80 paraguayos arrastrando hasta la Plaza
seis cañones. Cuatro fueron abocados a la Casa del Gobernador y otros dos
en la bocacalle que mira a Santo Domingo, pues en dicho convento estaban
apostadas fuerzas adictas a Velasco.
Iturbe, enviado por Caballero con una segunda nota para el Gobernador,
amenazóle con arrasar su residencia si no cumpliese las condiciones que se le
habían impuesto la noche anterior. Este es el momento perpetuado en el
conocido (Óleo de Da Ré, existente en el Salón Independencia del Palacio de
Gobierno.
Doña Juana de Lara, de tan eficaz actuación en los preparativos del
movimiento, se presentó bien temprano al cuartel, llevando una corona de
flores que obsequió al capitán Caballero.
Una gran parte del pueblo, apercibida del movimiento, acudió presurosa al
cuartel a pedir armas y ofrecer sus servicios. La ola revolucionaria, pequeña
al principio, crecía rápidamente. La revolución paraguaya tuvo – lo hemos
visto ya – raíz popular. Vemos ahora cómo la acción de la masa fue definitiva
en el estallido libertador. Ese pueblo, que había rechazado antes la expedición
porteña, imponía ahora la revolución. Allí, en la Plaza Mayor, dispuestos a
sacrificarse heroicamente por la santa causa que defendían, estaban
militares, intelectuales y pueblo. La revolución fue obra de los tres.
Como Velasco retardaba su respuesta, a las 8 de la mañana los oficiales
instaron desde el cuartel diciendo que romperían el fuego de artillería. El
Gobernador ordenó entonces que de inmediato se les entregara todo cuanto
habían exigido. Los revolucionarios celebraron el triunfo con izamiento de
banderas, enérgicos vivas y salvas de 21 cañonazos. "Revolución cristiana por
excelencia – podría repetirse aquí –; no hubo que incendiar templos ni
realizar matanzas. La Revolución no venía de la Enciclopedia. La libertad, que
era el motivo de la revolución, había sido consagrada 18 siglos antes".
Triunfante el movimiento, surgió esta cuestión: ¿quiénes serían los dos
Diputados que, asociados a Velasco, iban a, gobernar provisoriamente hasta
que se tratara la forma y modo de gobiernos definitivos? Caballero prefería
continuar en la jefatura del cuartel, para defender a la Revolución contra una
posible reacción de los elementos realistas. Fray Fernando Caballero se sentía
ya viejo para las agobiadoras tareas gubernativas. Yegros estaba ausente, si
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bien en seguida se le pasaría aviso del suceso. Recalde y el Padre Molas, por
causas no aclaradas, no entraron a formar parte del triunvirato. Aceptó
integrarlo el Capitán Juan Valeriano de Zeballos, español, pero conocido por
sus ideas revolucionarias. Francisco Wisner de Morgenstern cuenta que se
barajaron también los nombres de don Fernando de la Mora y don Ventura
Díaz de Bedoya. Entonces alguien propuso al doctor José Gaspar de Francia,
ex-sacerdote [5] graduado en Córdoba, como miembro del gobierno
provisorio. Este – según Demersay – "retirado hacía un año en su casa de
campo en los alrededores de la ciudad, allí vivía en la más completa
ignorancia de los sucesos que se preparaban". "La moción – agrega Wisner –
fue extensamente rebatida y muy especialmente por el elemento militar,
argumentando que la persona propuesta no había tomado parte en la
revolución libertadora y que debía agregarse que no era partidaria de ella;
pero Fray Fernando Caballero defendió al doctor Francia, manifestando que
existía un gran error en suponer que Francia era contrario a la revolución
efectuada, pues a él le constaba que éste anhelaba vivamente la desaparición
del poder español". Y Somellera cuenta que Fray Fernando Caballero agregó:
"Yo respondo con mi sangre del modo de pensar de mi sobrino Gaspar". Esto
tranquilizó a los oficiales y convinieron en que se diese a Francia el lugar
propuesto. Mucho habrá contribuido también en la adopción de tal
temperamento el hecho de que – como anota Moreno – "la dirección de los
negocios públicos requería la intervención de un hombro civil, de capacidad
notoria y alto prestigio moral". Envióse, pues, con urgencia, a José Tomás
Isasi, hijo de un vizcaíno de la ribera, con una carta al doctor Francia – que
residía en su quinta de Ybyray (Trinidad) –, participándole el hecho e
invitándole a que se incorporara al triunvirato.
He aquí el Acta de Constitución del Gobierno Provisorio, redactado el 16 y
encabezado con la firma de Caballero: "En la ciudad de la Asunción del
Paraguay, Mayo diez y seis de mil ochocientos once años, habiendo nombrado
este Cuartel por Diputados adjuntos de Gobierno al Dr. don José Gaspar de
Francia y al Capitán don Juan de Zeballos, para providenciar interinamente
hasta tanto se arregle la forma de gobierno que sea más conveniente, en
virtud de lo convenido con el Sr. Gobernador Intendente: comparecieron los
sobredichos adjuntos y enterados del nombramiento hecho verbalmente en
sus personas, dijeron que lo aceptaban y juraron por Dios y una Cruz,
obligándose a usar este oficio fiel y legalmente, atendiendo a la tranquilidad y
felicidad de la Provincia, en fe de lo cual firmaron conmigo y los Oficiales
principales de este Cuartel, de que certificamos.

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Pedro Juan Caballero


Dr. José Gaspar de Francia,
Juan Valeriano de Zeballos,
Juan Bautista Rivarola,
Carlos Argüello,
Vicente Ignacio Iturbe,
Juan Bautista Acosta,
Juan Manuel Iturbe".

En la magnífica generación que, con clarividencia y esfuerzo, realizó la


gesta emancipadora, ninguno superó en energía y decisión a Caballero.
Pedro Juan Caballero descendía de una antigua y acaudalada familia, los
Caballero de Añasco, que había dado a la Provincia hombres de primera fila.
Nacido en Aparypy (Tobati) sus padres fueron el Comandante Luis Caballero –
el que preparó la victoria da Tacuarí – y doña Lucía García de Caballero. Fue
educado en Asunción, probablemente en el Colegio de San Carlos, como
todos los jóvenes pudientes de la época. Habiendo abrazado luego la carrera
militar, destacóse con relieves propios en la defensa del terruño durante la
expedición de Belgrano. Su dinamismo incansable, su temple de conductor,
hicieron de él el caudillo que, dirigiendo los preparativos y encabezando el
pronunciamiento de Mayo, efectivizó el anhelo de la masa popular. El 14 de
Mayo – dice Benítez –, fue "el primer impulso genial y patriótico del Capitán
Caballero". "Éste – afirma Báez – fue el jefe del pronunciamiento de Mayo". Y
un testigo presencial, Abreu, lo llama "autor de esta revolución"
Cuando el Congreso del 17 de Junio de 1811 lo eligió miembro del primer
Gobierno Nacional, acató la voluntad colectiva. Junto con Yegros y de la Mora
– Bogarín y Francia se habían retirado –, trabajó allí intensa y eficazmente,
propiciando o apoyando gestiones tendientes al progreso cultural, a la
defensa de las fronteras, a la libre navegación, al fomento de empresas
navieras, a la independencia judicial, etc. Fue Presidente del Congreso que el
12 de Octubre de 1813 proclamó la Independencia Nacional. Más tarde, en
1814, a causa de su disidencia con el Dr. Francia, que preparaba la dictadura,
fue confinado a su establecimiento ganadero de Aparypy.
Caballero nunca desmintió su fe primera en la revolución de Mayo. Y nunca
transigió con la tiranía. Vuelto a Asunción, conspiró contra ella, porque era un
demócrata. "Le arrestaron – dice Benítez –, y lo tuvieron entro cuatro
paredes, sin pensar que esa alma comprimida, estallaría como la pólvora" El
mboreví de los guaicurúes iba a hollar también su carne, como la de otros
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tantos próceres, en el lóbrego subterráneo denominado "Cámara de la


Verdad". Condenado a muerte, y ante la inminencia de la ejecución, en un
rojo atardecer de Julio de 182l escribió con carbón en la pared de su
calabozo: "Yo sé bien que el suicidio es contrario a las leyes de Dios y de los
hombres, pero la sed de sangre del tirano de mi patria no se ha de aplacar
con la mía". Y arrojó su vida a la cara del tirano. Ya su obra estaba cumplida.
Constructor de cosas eternas, había dado vida a una patria.
La iconografía del Prócer se reduce a dos retratos, uno realizado por
Alborno y otro por Fortuny. La casa de Aparypy, convertida en tapera, hoy ya
no existe. Se la llevó la saña del tiempo y la apatía de los hombres. Una tosca
cruz señala el sitio. Sólo su mesa escritorio, austera y sobria, se conserva en
el Museo Arzobispal. Es la única reliquia que queda del Libertador.
Volviendo al motivo central, cabe ahora preguntar: ¿Qué se proponía la
Revolución de Mayo? La independencia y la democracia. Esto es, la autonomía
en lo internacional y la soberanía del pueblo en lo interno. Lo primero se vio
bien claro en el bando publicado el 17 de Mayo: la revolución no tenía el
propósito de "entregar o dejar esta Provincia al mando, autoridad o
disposición de la de Buenos Aires ni a la de otra alguna y mucho menos el
sujetarla a ninguna potencia extraña". Y lo segundo se llevó a cabo
justamente un mes después: el pueblo – representado en el Congreso
General por vecinos de Asunción y de las villas y poblaciones del interior –,
expresó su voluntad eligiendo a la Junta Superior Gubernativa que dirigiría el
itinerario de la patria.
Asunción. – progenitora de ciudades, fundadora de imprentas y
universidades, precursora de la emancipación americana, evangelizadora del
nativo indómito y cooperadora en la defensa del Río de la Plata –, convirtióse
así en la capital del nuevo Estado, que ingresaba decidido en el concierto de
los pueblos de América para bregar por su común destino de grandezas.

FUENTES CONSULTADAS

Manuscritos del Archivo Nacional


Vol. 1, Nº 15-21.
Vol. 3383, Nueva Encuad.
Vol. 37, Nº 54.
Vol. 40, Nº 4.
Vol. 34
Vol. 127, Nº 12-22.
Vol. 35, Nº 9.
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Vol. 928
Vol. 196 Nueva Encuad.
Vol. 44, Nº 4-5.
Vol. 38, Nº 45-46.
Vol. 1, Nº 12.
Vol. 5, Nº 1-7.
Vol. 2, Nº 20.
Vol. 93, Nº 2.
Vol. 45, Nº 8.
Vol. 45, Nº 1.
Vol. 5, Nº 5.
Vol. 37, Nº 49.
Vol. 2, Nº 8-17.
Vol. 59, Nº 18.
Vol. 63, Nº 2.
Vol. 46, Nº 15.
Vol. 2, Nº 3.
Vol. 44, Nº 1.
Vol. 305 Nueva Encuad.
Vol. 63, Nº 5.
Vol. 546 Nueva Encuad.
Vol. 457 Nueva Encuad.
Vol. 95, Nº 7.
Vol. 3380 Nueva Encuad.
Vol. 594 Nueva Encuad.
Vol. 22, Nº 1-8.
Vol. 12, Nº 18.
Vol. 256 Nueva Encuad.

BIBLIOGRAFIA

ACCIOLY, Hildebrando: Límites do Brasil. A fronteira com o Paraguay.


AGUIRRE, Juan Francisco: Discurso histórico sobre el descubrimiento,
conquista y establecimiento de los españoles en las provincias del Río de
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AUDIBERT, Alejandro: Los límites de la antigua Provincia del Paraguay.
BÁEZ, Cecilio: Historia colonial del Paraguay y Río de la Plata.
BÁEZ, Cecilio: Historia diplomática del Paraguay.
BENÍTEZ, Gregorio: La Revolución de Mayo.
BENÍTEZ, Justo Pastor: La Revolución de Mayo.
BENÍTEZ, Justo Pastor: Los comuneros del Paraguay.
BORDÓN, J. Rodolfo: La penetración imperialista y la cuestión social en el
Paraguay.
CALMÓN, Pedro: Historia de la civilización brasileña.
CALOGERAS, Joao Pandiá: A política exterior do Imperio (As origens).
CAPDEVILA, Arturo: Las invasiones inglesas.
CARDOZO, Efraím: Aspectos de la cuestión del Chaco.
CARDOZO, Efraím: El Chaco en el régimen de las Intendencias.
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CARDOZO, Efraím: El Chaco y los Virreyes.


CARDOZO, Efraím: La Audiencia do Charcas y la facultad de gobierno. GREZ
PÉREZ, Carlos E.: La prueba de los mapas en el conflicto del Chaco.
CARDOZO, Ramón I.: Historia del Guairá.
COLÓN, Cristóbal: Relación del primer viaje.
DECOUD, José Segundo: Recuerdos históricos.
DÍAZ DE GUZMÁN, Ruy: La Argentina [Anales del Descubrimiento, Población y
Conquista del Río de la Plata].
DÍAZ PÉREZ, Viriato: Las comunidades peninsulares y la Revolución
Comunera del Paraguay.
DOMINGUEZ, Manuel: 9 folletos (Contrafuertes andinos, Statu-quo,
Mistificacionos, 7 Reyes y 10 Virreyes, Obispado, Expediciones, Lindolfo
Collar, Daniel Antokoletz, José Nicolás Matienzo).
DOMÍNGUEZ, Manuel: El alma de la raza.
DOMINGUEZ, Manuel: El Chaco Boreal.
FONSECA, Nery da: Fronteiras do Sector Sul.
FREYRE, Gilberto: Casa – Grande y Senzala.
GANDÍA, Enrique de: Buenos Aires desde sus orígenes hasta Hernandarias.
GANDÍA, Enrique de: Crónica del magnífico Adelantado don Pedro de
Mendoza.
GANDÍA, Enrique de: Historia de la conquista del Río de la Plata y del
Paraguay.
GANDIA, Enrique de: Historia de Santa Cruz de la Sierra.
GANDIA, Enrique de: Historia del Gran Chaco.
GANDÍA, Enrique de: Las misiones jesuíticas y los bandeirantes paulistas.
GANDIA, Enrique de: Límites de las gobernaciones sudamericanas en el siglo
XVI.
GARAY, Blas: El comunismo de las Misiones jesuíticas.
GARAY, Blas: La Revolución de la Independencia del Paraguay.
GIDDINGS, Franklin E.: Principios de Sociología.
GONDRA, Manuel: Consideraciones históricas sobre la Revolución de la la
Independencia.
GONZÁLEZ, J. Natalicio: De los comuneros a los López.
GONZÁLEZ, J. Natalicio: Proceso y formación de la cultura paraguaya.
KRETSCHMER, Konrad: Historia de la Geografía.
LARRETA, Enrique: Las dos fundaciones de Buenos Aires.
LEVENE, Ricardo: Síntesis de la Revolución de Mayo.
M. DE RELACIONES EXTERIORES: Exposición de la causa del Paraguay en su
conflicto con Bolivia.
MEMORIA de la Secretaria de Relaciones Exteriores de Guatemala (1933).
MOLAS, Mariano: Descripción histórica de la antigua Provincia del Paraguay.
MORENO, Fulgencio R.: El problema de las fronteras.
MORENO, Fulgencio R.: La ciudad de la Asunción.
MORENO, Fulgencio R.: La extensión territorial del Paraguay al occidente de
su río.
MORENO, Fulgencio: Estudio sobre la Independencia del Paraguay.
NÚÑEZ, Alvar: Naufragios y Comentarios.
PÉREZ, Juan F: Fechas y emblemas patrios del Paraguay.
É
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23/2/2020 H

PÉREZ, Juan F: Las invasiones inglesas.


ROJAS, Alberto: Los jesuitas en el Paraguay.
ROJAS, Ricardo: Blasón de plata.
SAAVEDRA, Hernandarias de: Cartas y memoriales al Rey de España y al
Consejo de Indias.
SALINAS BALDIVIESO, Carlos Alberto: Historia diplomática de Bolivia.
SÁNCHEZ, Luis Alberto: El pueblo en la revolución americana.
SCHMIDL, Ulrico: Viaje al Río de la Plata.
SOSA ESCALADA, J. M.: Caballero.
SOSA ESCALADA, J. M.: Las fundaciones de las ciudades de la Asunción y
Buenos Aires.
SOSA ESCALADA, J.M. : Conferencia sobre límites paraguayos.
TEJA ZABRE, Alfonzo: Historia de México. Una moderna interpretación.
VARZEA, Affonso: Límites meridionaes.
ZUM FELDE, Alberto: Evolución histórica del Uruguay y esquema de su
sociología.

INDICE

Un moderno Libro sobre el Paraguay Colonial

PRIMERA PARTE
Los litigios hispano-lusitanos

I. – La búsqueda de especias.
II.– Bula de Alejandro VI y tratado de Tordesillas.
III. – Carabelas en el Río de la Plata.
IV. – "Trayendo los palos a cuestas"
V. – La primera rebelión.
VI. – Ganado, trigo y vino.
VII. – Bandeirantes y diplomáticos ensanchan el mapa.

SEGUNDA PARTE
El Paraguay y Buenos Aires

I. – Segregación de Amazonas y de Cuyo.


II. – Sembrando ciudades a los cuatro vientos.
III. – La pérdida del litoral Atlántico.
IV. – Jesuitas y comuneros.
V. – La era de resurgimiento.
VI. – Transformaciones territoriales de las misiones.
VII. – Cooperación en la defensa contra los invasiones inglesas.

TERCERA PARTE
El Chaco en el control administrativo
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I. – Fundación de Santa Cruz de la Sierra.


II. – El río Parapití en los documentos oficiales.
III. – Confines de Charcas y Chiquitos.
IV. – Expediciones y fuertes.
V. – La evangelización.
VI. – El esfuerzo colonizador.
VII. – Los límites étnicos, geográficos y jurídicos.

CUARTA PARTE
La Revolución

I.– El alud napoleónico rueda a la Península.


II.– Intrigas en Río y Revolución en Buenos Aires.
III.– Una amalgama difícil.
IV.– Expedición de Belgrano.
V.– Asunción colonial.
VI.– Propagación del espíritu revolucionario.
VII.– ¡Alboroto en la plaza!
Fuentes consultadas.
Bibliografía.

OBRAS DE SÁNCHEZ QUELL

ESTRUCTURA Y FUNCIÓN DEL PARAGUAY COLONIAL


LA DIPLOMACIA PARAGUAYA DE MAYO A CERRO-CORÁ.
(Ateriormente titulada "Política Internacional del Paraguay (1811-1870)
PROYECCIÓN DEL GENERAL CABALLERO EN LA RUTA DE LA PATRIA
PANORAMA DE LA SOCIOLOGÍA AMERICANA (Compilación).
TRIÁNGULO DE LA POESÍA RIOPLATENSE.
COMENTARIOS

SOLAPA

Este libro cocara el proceso político de la República del Paraguay, desde los
tiempos de la colonización hasta nuestros días. Estudio histórico de
imponderable valor, que aclara y explica muchos acontecimientos que han
quedado en la penumbra, a través de la historia general de América.
Es cierto que fue el Paraguay, digamos más exactamente, Asunción, el
centro de donde irradiaron las corrientes colonizadoras hacia el sur, desde la

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época de Ayolas e Irala, Santa Fe en 1573 y Buenos Aires en 1580, fueron


fundadas por ca....

NOTAS

1- A su leyendoso origen y a su azaroso historial, Villa Rica agrega los


nombres de los notables escritores que de su seno surgieron y la fama de
gracia do sus mujeres, sus paisajes y sus costumbres.
Hoy, por la ruta recientemente construida, Villa Rica está a cuatro horas
escasas de la capital. Al llegar al río Tebicuary, un abra hermoso se
extiende ante la vista, mientras en el horizonte luce la sierra Ybytyrusu
su cinta morada. Mbocayaty [Mbocajaty] y su blanco campanario pronto
van quedando atrás en el fugaz viaje. Granjas, granjas y granjas. Y en un
rápido recodo del camino, protegido de blancas barreras laterales, ya se
comienza a andar entre las umbrosas quintas suburbanas. Un lugar de
encantamiento. Le llaman Ybaroty. Traducido, significa "lugar de frutas
amargas". Quizá abunden allí frutas de esa especie. Pero Ybaroty es
recreo de los ojos, goce del espíritu...
Lo que llama la atención de inmediato es el aspecto colonial que en forma
casi intacta conserva Villa Rica. Añosas y venerables casonas, con sus
plácidos aleros, sus rejas de madera torneada y sus puertas bilaterales
formando esquina, aparecen a cada instante. Villa Rica es sumamente
evocativa. Y los guaireños tienen gran cariño a la tradición. Mientras nos
largamos calle adelante, unos amables amigos nos van informando. "Aquí
nació Natalicio Talavera... No lejos de Villa Rica, en Pisadera, vio la luz
Delfín Chamorro... Aquí vivió Ramón I. Cadozo... ¿Ven aquella casa?
Perteneció al médico Estigarribia... Allí empezó a escribir Natalicio
González... Aquella era la casa de Ramos Giménez... Y ahora vamos
hacia Ybaroty, el barrio de Ortiz Guerrero... En estos contornos
transcurrieron las horas felices de su niñez... En esta casa vivía cuando
comenzó a publicar sus poemas en "El Surco"... Este es el Ycuá-Pytá
[Ykua Pyta], por cuyas glaucas lomas iba con sus amigos, en las horas
vespertinas, a repuntar rebaños de versos... Y aquí, en este humilde
rancho lo paja y barro, se encerró después"... Una tácita orden de
silencio es acatada por todos. Y quedamos algunos minutos, en
respetuoso recogimiento, ante la ermita de aquel santo laico, de aquel
maestro de la dignidad y del carácter, de aquel que, atacado por un
terrible mal, supo seguir hasta el fin sembrando belleza.
"Este es el Boulevard Interior. Más allá está el Boulevard Exterior", nos
informa ufano uno de los cicerones. Esto suena a parisiense, a Boulevard
des Italiens, a Boulevard des Capuchines... Pero no hay que extrañarse.
Villa Rica sigue siendo andariega. No ya en el sentido físico de traslación,
sino en sentido espiritual. Es una ciudad llena de inquietudes, de anhelos,
de aspiraciones. Y aspirar es ya andar. Feliz ciudad, que sabe armonizar
la tradición y el cambio, la conservación y la transformación.
Estamos regresando ya al centro urbano. Llega hasta nosotros un sonido
de arpas. Inquirimos la causa. Una señora, comerciante, ha traído a tres
muchachas, empleadas suyas, a vivir consigo, y para que se distraigan
les ha comprarlo tres arpas. En las horas libres ellas pasan tañendo el
dulce instrumento. El consejo do Fariña Núñez no ha caído, pues, en
olvido:
"Resuenen siempre las nativas arpas,
cuyas cuerdas heridas por hermosos
dedos cuajados de oro y pedrería
vibran con honda y sugestiva música".
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Cruzamos la Plaza Libertad, a la que rodean la Iglesia, el Banco Agrícola,


la Delegación Civil y la antigua casa del Dr. Bottrell, confortable
"bungalow" de dos pisos en que pone su gracia decorativa la santarrita. A
cien metros de la Plaza están la Municipalidad – con un amplio salón de
actos y excelente escenario que con justicia podría llamarse Teatro
Municipal –, el "Centro Español" y el "Club Porvenir Guaireño". En los
bailes de dichas entidades se observa el innegable cachet y la justificada
fama de sociabilidad que tiene Villa Rica. La distinción de las damas y la
sobriedad de los caballeros ponen una nota especial en el ambiente.
Rumbo a la estación del ferrocarril, vamos observando un desfilar de
molinos, ingenios, usinas, fábricas, desmotadoras y aserraderos que
elevan su humeante tirabuzón azul...
Resultaría interesante y útil realizar un trabajo de seminario que, bajo el
título de "Ficha sociológica de Villa Rica", consistiese en una averiguación
sobre escuelas públicas, instituciones do beneficencia, instituciones de
recreación, iglesias, cooperativas, vida industrial, higiene, arte rural,
problemas de la habitación y la administración de la ciudad y de la
región, vida y trabajo en la granja guaireña, etc.
Bien se merece ese homenaje la segunda ciudad de la República: Villa
Rica la andariega, acogedora y romántica.
2- Asunción¡ pequeña durante el coloniaje, continuó igual en la época de la
Junta de 1811, de Francia y de los López, y así prosiguió después de la
guerra del 64. Un plano confeccionado en 1870 por Roberto Chodasiewi y
Enrique Mangels nos la muestra alcanzando todavía sólo hasta la Calle de
la Aduana, la Calle Pilcomayo y la Calle de Loreto que así se
denominaban por aquel tiempo las actuales Colón, Coronel Martínez y
México. Fue allá por 1890 cuando Asunción inició su progreso urbano,
progreso que día a día se hace más visible, tanto en la expansión edilicia,
cuanto en la pavimentación asfáltica y el tránsito de vehículos y
peatones.
Partiendo del viejo núcleo colonial – hoy centro comercial y burocrático –
la ciudad se ha ido extendiendo hacia el este. Así surgió la Chacarita,
donde al desnudo barranco se encaraman, en un alarde de equilibrio
inverosímil, apiñados ranchos a los que se llega por un laberíntico
sistema de vericuetos abiertos entre espesos matorrales. No lejos de ahí
surge el Parque Caballero, que en las siestas de domingo se puebla de
flores, de pájaros y de bicicletas infantiles. La Avenida España – la de los
minúsculos y plácidos jardines – parte hacia el oriente, y a su vera van
surgiendo las progresistas barriadas de Samuhú Peré, Saccarello, Jara.
La Avenida Mariscal López, otra arteria que enfila hacia el este, hace
brotar a su paso el barrio residencial de los chalets suntuosos, y luego
Ciudad Nueva, Recoleta, Villa Morra, Villa Aurelia. La Avenida Pettirossi,
ascendiendo afanosa la cuesta de Vista Alegre, llega a las Dos Bocas y,
transformada en Ruta, se lanza campo afuera mientras va salpicando
Pinozá de pequeños negocios, clubs de deportes y dancings populares.
También hacia el sur la ciudad se ha ido extendiendo notablemente.
Teniente Fariña – no ha mucho picada abierta en el monte – es hoy calle
de intenso tránsito que, conservando su alma propia, compite con las
más importantes del Centro. Tacumbú – adonde antes se llegaba en el
pintoresco tranvía a mulitas – y Salamanca – sitio predilecto otrora de los
pic-nics familiares –, son hoy populosos barrios, en que más de una
docena de las anacrónicamente denominadas "proyectadas" son ya
auténticas "realizadas".
Al norte Asunción limita, con la bahía. Su hermosa y olvidada bahía. Esa
bahía en cuyas orillas la Avenida Costanera, después de los 400 metros
inicialmente construidos, ha quedado trunca hace 20 años. Esa bahía
donde fácilmente podría construirse cómodos balnearios y realizarse
lucidas regatas y verbenas náuticas. Esa bahía que, de no canalizarse
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pronto el riacho Caracará, terminará, un día por secarse del todo y


figurar sólo en el mapa como un recuerdo lejano.
Un fenómeno urbanístico curioso es el que ofrece Asunción. Al revés de lo
que acontece lógica y generalmente con las urbes, ella ha ido alejándose
cada vez más del río. Y en esa forma ha ido dejando al oeste en un olvido
casi absoluto. Allí están Loma San Jerónimo y Loma Clavel, reediciones
de la Chacarita, entre los que pone su alegre nota verde la Plaza Francia.
Luego el Varadero, con su típica edificación de zinc y madera. A escasa
distancia de allí, la mole doliente del Hospital. Más allá, tanques
petrolíferos. Y después, sólo el yuyal... Andando Colón arriba, el Parque
Carlos Antonio López – nido de enamorados en los atardeceres bermejos
– se yergue como un atalaya sobre la ciudad. Pero la avenida de su
nombre, que allí nace, largos años hace que se extiende hacia el oeste en
una infructuosa tentativa de atraer a la ciudad. Barrios casi sin vida,
todos los del oeste. Habría que inyectarles, sin tardanza, vitamina
urbana.
La solución estaría en poblar Itapytapumta (el antiguo Itá Pytá Puâ [Ita
pyta pu'â] de los guaraníes). Desde el punto más elevado del paraje,
situado a unos 200 metros de la barranca, se contempla un extenso y
maravilloso panorama: el cerro Lambaré, el río Pilcomayo, cierto villorrio
argentino que simboliza una modalidad común en nuestra historia
política, la armoniosa curva que hace el río Paraguay, el infinito
hinterland óptico del Chaco, la bahía y la ciudad esfumada a la distancia,
mostrando apenas la Aduana y alguna que otra humeante chimenea. Una
fresca brisa sopla permanentemente en aquella altura. El sitio es ideal
para residencias familiares. Itapytapunta es, sin duda, el barrio del
porvenir.
Existe el propósito de construir allí la Ciudad Universitaria. No hay sitio
que resulte más apropiarlo para ello. En esa vasta zona hay lugar
suficiente para levantar los edificios de las diversas Facultades de la
Universidad, como también bibliotecas, laboratorios, institutos de
investigación, campos de deportes, etc., rodeado cada uno de frondosos
parques, y hasta para edificar en las adyacencias pequeñas casas de
estudiantes. Para los ensayos y pruebas náuticas está allí cercano el río.
Prolongando el asfalto de la Avenida Hospital y estableciendo un buen
servicio de ómnibus, los profesores y alumnos podrían trasladarse a la
Universidad en pocos minutos.
Ya existe el decreto de adquisición del inmueble para la Ciudad
Universitaria. Falta ahora llevar adelante la idea. "Superemos – como
aconseja un maestro – las vallas que separan la Universidad del pueblo,
no descendiendo nosotros sino elevándolo a él por el arte y la cultura.
Hagamos sentir a todos que perseguimos el bien común y no un finalidad
de egoísmo y privilegio incompatible con el poder creador que entraña el
conocimiento. Debemos transformar y enaltecer a la vida con el estudio
perseverante. Elevémonos elevando a los demás, pues en la altura hay
siempre más sitio para todos".
La Ciudad Universitaria vendría a constituir así la solución de dos
problemas: uno urbanístico y otro cultural.
Asunción, ciudad dotada de tantos encantos por la naturaleza, espera de
sus hombres que la doten también de servicios sanitarios, mercados,
viviendas baratas, edificios públicos, plazas y jardines, bibliotecas
municipales, teatro popular al aire libre. Y además, que la extiendan
hacia el oeste. Entonces dejará de ser lo que es hoy: Asunción, la ciudad
que se aleja de su río.

NOTAS DE LA EDICIÓN DIGITAL

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1] Preferimos omitir el párrafo siguiente, pues presumimos que hubo una


omisión en la impresión:
Sin serlo de profesión, Sánchez Quell tiene un notable sent-
te material el historiador moderno plasma con los buriles de
los capítulos y en lo que se refiere a la "forma" de este obra.
2] hiérboles: sic
3] Yarigua-á-guazú, Yarigua-á-mí, Tapytanguá, Guazutay, Caañabé. Hoy se
escribirían: Jarigua'a guasu, Jarigua'a mi, Tapytangua, Guasutay,
Ka'añave.
4] En el original: 1864. Evidente error de transcripción. Suponemos correcto
el año 1664.
5] José Rodríguez Francia se graduó en el Colegio de Monserrat (Universidad
Real de Córdoba del Tucumán) como Doctor en Sagrada Teología. Nunca
ofició de Sacerdote. "Aunque usa trajes talares, pues ha recibido órdenes
menores – sólo le falta la tonsura para decir misa –, y en los escritos
agrega a su nombre: Clérigo de Menores Ordenes" (CHAVEZ, Julio Cesar.
El Supremo Dictador. Madrid: Atlas, 1964. p. 53)

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Hipólito Sánchez Quell


 
ESTRUCTURA Y FUNCION
DEL
PARAGUAY COLONIAL
 
 
UN MODERNO LIBRO SOBRE
EL PARAGUAY COLONIAL
Por el Dr. J. M. Alvarez de Toledo

De las naciones que surgieron bajo el impulso del genio hispánico, en las
tierras promisorias del nuevo mundo, hay una de ellas, que nace bajo un
signo especial y que desarrolla una historia de caracteres profundamente
diferenciados: este nación es el Paraguay. Su historia tiene una unidad tal,
que para explicar el proceso contemporáneo, es preciso conocer bien su
raigambre primera: su vida colonial.
Natalicio González, el magistral autor, de "Proceso y formación de la cultura
paraguaya", analiza la forma cómo se desenvuelve el espíritu humano en
estas tierras, modificando el medio, perfeccionando los métodos,
influenciándose a veces por lo externo, pero progresando siempre. En la
forma brillante que su talento y cultura la permiten, González estudia social y
psicológicamente el hombre colonial. Su estudio, hecho con criterio moderno
y científico, dejaba sin embargo una laguna: el estudio del desenvolvimiento
político y diplomático de los hombres de ese período que él tan
talentosamente analizara.
El profesor de Historia Diplomática del Paraguay en la Universidad de
Asunción, doctor H. Sánchez Quell, ha completado el vacío que dejara el
maestro González. En su libro recién aparecido, titulado "Estructura y función
del Paraguay Colonial", estudia con agudeza histórica, método, concisión y
erudición la realidad de entonces. Así como González hace el "proceso de la
cultura", Sánchez Quell realiza el "proceso de la política". Sin embargo, sus
páginas presentan suficientemente "lo humano", como pare que lo político y
diplomático no salga deshumanizado.
Diversos autores paraguayos, como ser, Moreno, Domínguez, Garay, Báez,
para citar sólo algunos, han estudiado eruditamente la historia de la nación.
Estos preceden e Sánchez Quell en el tiempo y lo superan muchas veces en la
minuciosidad de estudios localizados. Sánchez Quell, con un criterio de
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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

síntesis y con el concepto moderno del ensayo histórico, realiza una labor
paralela a los autores nombrados, pero pensando y escribiendo en
"moderno".
Nuestra época, que lo puede fabricar todo menos el tiempo, necesita para
la juventud obras claras, humanes y sintéticas. No olvidemos que la síntesis
es la etapa última y más difícil, de la evolución del pensamiento. Por tanto,
creemos que este último libro sobre la historie paraguaya, es de importancia
excepcional, pues permite a paraguayos y sudamericanos, conocer con
exactitud histórica, la historia del Paraguay Colonial. A los primeros les
ayudará a explicarse y e amar la evolución de su patria y a los segundos, es
decir a los sudamericanos, les servirá para comprender y conocer un
emocionante capítulo de la historia de una nación americana, que desde el
corazón de un continente, se perfila legendaria, heroica y brumosa.
El profesor Sánchez Quell, haciendo honor a su cátedra, presenta y ubica
con claro sentido didáctico el "leít-motiv" de su obra: Paraguay. Comienza por
explicar en sus primeros capítulos, las razones que impulsaron a los
navegantes europeos a escudriñar los mares. Después de descubierto el
continente americano, nos presenta las negociaciones diplomáticas con que
Portugal y España se parten el nuevo mundo. Continúa con el estudio de los
viajes de exploración y las delimitaciones de las gobernaciones concebidas
por los reyes españoles.
Continuando con los capítulos siguientes, nos encontramos con la fundación
de la ciudad de Asunción y las primeras rebeliones comuneras. Después se
leen las diversas segregaciones del Paraguay y la irradiación de ciudades y de
hombres, "a los cuatro vientos" como lo señala el autor, que hace esa capital
situada en el plexo cardíaco de la América del Sur. Los problemas que derivan
de las misiones jesuíticas y de las actividades económicas y políticas de "la
Compañía" y de la revolución de los comuneros, campean bien vívidos en las
páginas de estos capítulos.
Llegado a este punto de la lectura, surge la explicación espontánea de un
hecho que es esencialmente paraguayo aunque con menor escala se presente
en otros países sudamericanos: la manutención del espíritu de los comuneros
de Villalar. De los españoles que saltaron el Gran Charco, vinieron de
preferencia, en el primer período de la Colonia, hombres salidos de las
huestes de Padilla y vencidos en Villalar, por las "banderas" imperiales. En las
otras colonias americanas, la sed de oro o de gloria, es decir la miseria y las
guerras, hicieron olvidarse al conquistador del ideal comunero, olvido fácil,
puesto que la distancia de la Corona permitía mayores libertades que en la
Península. Los conquistadores avecindados en el Paraguay, habiendo

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

fracasado en su búsqueda del oro y no teniendo guerras continuadas,


mantuvieron vivo el recuerdo de la causa que tal vez los hiciera emigrar. El
bergantín construido en Asunción y llamado "Comuneros", comprueba este
aserto. Posteriormente la política económica de los jesuitas en combinación
con los gobernadores, reavivó fácilmente la llama de este ideal de libertad.
Así fue como lo que pudiéramos llamar el espíritu del hombre de la calle de
entonces, llega a la etapa de la independencia americana con un criterio
perfectamente definido y sentido. Este espíritu, continúa latente en la vida
paraguaya.
El "cómo" y el "por qué" de la revolución de la independencia americana,
desde las invasiones de los ingleses, pasando por los motines de la Península,
hasta el golpe contra el gobernador Velasco encabezado por el capitán Pedro
Juan Caballero, son explicados con método y técnica histórica. Las causas
inexplicables del fracaso de Belgrano, para un sudamericano, surgen
claramente en estos últimos capítulos que concluyen con la declaración de la
independencia del Paraguay.
Una parte de su obra el autor la dedica al Chaco. Esta parte la quita unidad
a la obra y no tiene relación de continuidad histórica con el Paraguay Colonial.
Pero es explicable que un paraguayo que ha vivido los problemas de la guerra
del Chaco sienta espiritualmente ese continuidad y la necesidad de explicar
los derechos de su nación sobre esa región. [1]
Continuando con el "fondo" diremos, que en lo que tiene relación con la
técnica histórica, Sánchez Quell ha abandonado las líneas clásicas.
Explicaremos esto.
La historia como ciencia no es el simple estudio erudito y exposición fría de
los hechos. El hombre es la base del hecho histórico y los documentos y las
otras fuentes de la historia que tienen un valor integral, no son toda la
historia. Sobre este material el historiador moderno plasma con los buriles de
la psicología, de la biología, de la filosofía, de la economía, de la sociología, la
reproducción del pasado, hecha con sentido de unidad y a la que anima con el
fuego creador de su talento de artista. El historiador contemporáneo es un
zahorí que al soplo mágico de esta creación hace revivir épocas viejas;
desfilan audaces por sus páginas hombres de criterio diferente del actual, a
veces grandes, a veces pequeños. Con costumbres y sensibilidades diferentes
y con un fondo económico distinto del que nosotros podemos concebir. A
veces hechos económicos cambian trascendentalmente la faz de los
acontecimientos, otras, hombres históricamente grandes doblan los hechos e
imponen las actividades de su espíritu por encima de lo económico y lo
material. Las pasiones humanas también contribuyen con sus exageraciones e

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

enmarañar el pasado histórico. Todo el que quiere poner a lo humano la ley


rígida de lo documental, de lo económico o de lo espiritual, no hace la historia
del hombre, puesto que este, profundamente maleable, es movido por todas
las posibilidades que la mente contempla. El eminente filósofo Jacques
Maritain, en sus clases de la Universidad de Lovaina, planteaba en 1933 este
concepto, que es la síntesis del pensamiento actual. Sin interpretar
exactamente este criterio, el profesor Sánchez Quell lo usa como ruta y
método.
En resumen, la obra "Estructura y función del Paraguay Colonial" es un
oportuno y estudioso aporte al acervo cultural del país; que por su método,
claridad y síntesis servirá a propios y extraños, especialmente a la juventud
paraguaya y sudamericana, a tener un concepto preciso de este periodo de la
historia del Paraguay.

MAPA.
(Pulse sobre el ícono para obtener la
imagen asgrandada).

 
I PARTE
LOS LITIGIOS HISPANO LUSITANOS

Capítulo I
LA BUSQUEDA DE ESPECIAS

Todo comenzó por la búsqueda de especias. Los grandes descubrimientos


marítimos de los siglos XV y XVI, reconocen en ella una de sus causas
principales. Pero no fueron solamente fruto de mera ambición materialista. Se
apoyaban, también, en el anhelo espiritual de difundir un credo religioso. Y en
el credo cívico de extender el señorío de la patria y el vasallaje de sus reyes.
Mucho hubo, también, de la instintiva tendencia del hombre a descifrar lo
incógnito y a jugar con el azar que va orillando su destino. Esos
descubrimientos, seguidos de la conquista y la colonización, originaron a su
vez los seculares litigios que España y Portugal sostuvieron por el dominio y
posesión de las nuevas tierras. El desconocimiento que los europeos tenían de
la geografía de América, fue un factor que vino a enmarañar aún más esas
discusiones. Por otra parte, no pocas fueron las innovaciones que la Corona

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de España introducía frecuentemente en la división administrativa de sus


colonias. Los litigios hispano-lusitanos constituyen así los antecedentes de las
cuestiones de límites que, con el transcurso del tiempo, sostuvo el Brasil,
sucesor de Portugal, con los Estados que heredaron el patrimonio territorial
de España en América. Asimismo, las divisiones administrativas de las
colonias españolas son la causa de los innúmeros pleitos que entre sí
mantuvieron los nuevos Estados hispanoamericanos.
Sí, todo comenzó por la búsqueda de especias. "Desde los lejanos días –
dice Stefan Zweig en "Magallanes" – en que los romanos comenzaron a
gustar de los picantes condimentos del Oriente, el mundo occidental no pudo
ya prescindir de ellos. Muy atrás, por allá en la Edad Media, los manjares de
Europa eran indeciblemente insípidos. Algunas frutas hoy comunes no se
conocían entonces. No había limones, ni tomates, ni maíz; no se sabía del
azúcar, del té ni del café; aun en la mesa del rico nada había que aliviara la
monotonía de los alimentos, como no se consiguieran especias.
Estas sólo podían obtenerse de las Indias; y las rutas comerciales para ir y
volver eran tan largas y peligrosas; tan infectadas de bandas de salteadores y
caciques rapaces, que cuando lograba llegar a Europa la codiciada mercancía
su costo la hacía exageradamente cara. El jengibre y la canela, por ejemplo,
se pesaban en balanzas de farmaceutas; la pimienta se contaba grano por
grano, y valía su peso en plata".
La audacia que inspiró los viajes de Bartolomé Dias, Cristóbal Colón, Vasco
da Gama, Pedro Alvares Cabral y demás grandes exploradores de la época
fue, ante todo, resultado del anhelo de hallar nuevas y desembarazadas rutas
para llegar hasta las Islas de la Especiería.
El Cabo Bojador, situado en la costa occidental de Africa, era el punto
neurálgico de la navegación. Los productos que se adquirían en la India,
constituían para los hombres de Occidente un codiciado artículo de comercio.
Pero "el acceso a los países de la India – dice Konrad Kretschmer – era
intervenido por las potencias musulmanas, especialmente por los sultanes de
Egipto, con objeto de aprovechar por su cuenta los beneficios mercantiles y
explotar el activo comercio de tránsito. Como el camino por Alejandría estaba
cerrado, fue necesario recurrir a otras rutas practicables. A pesar de sus
inconvenientes, era la mejor la del Tana (Tanais) y desembocadura del Don,
siguiendo hasta la pequeña Armenia y luego hacia el interior del Asia. Ya
desde muy antiguo se pensó que podía llegarse a la India navegando
alrededor del Africa, y en la Edad Media se reconocieron de nuevo las costas
occidentales del continente; pero nadie había pasado del Cabo Bojador, que
por este motivo se designaba como "Caput finis Africae". Las fuertes

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tormentas que allí soplaban generalmente, habían constituido hasta entonces


obstáculo insuperable para la navegación".
La intervención del Príncipe Don Enrique el Navegante, quinto hijo del Rey
Juan I de Portugal, impulsó y aceleró enérgicamente el descubrimiento de las
costas occidentales de Africa. Don Enrique el Navegante fundó en el Cabo de
San Vicente, junto a Sagres, un observatorio y escuela náutica, realizando
ingentes gastos para su mantenimiento. Reunió allí los más renombrados
cosmógrafos de la época y dirigió hasta su muerte, ocurrida en l460, la obra
de los descubrimientos. Los más célebres navegantes de aquellos días fueron
alumnos de la Escuela de Sagres. De allí salieron los que fueron a descubrir
las islas Madeira, Azores, del Cabo Verde y las costas de Sierra Leona,
Guinea, Congo, eteétera.
El viaje de Bartolomé Dias tuvo en Europa una enorme repercusión. Iba
este navegante orillando las tierras africanas, cuando una tempestad lo arrojó
lejos de la costa, hacia el sur. Luego de poner su rumbo al este, reconoció
que debía haber doblado el extremo meridional de Africa. A la vuelta tocó por
primera vez en esta punta sur, que a causa de su carácter tempestuoso
denominó Cabo Tormentoso. Al regreso de Dias, el Rey rebautizó el lugar con
el nombre de Cabo da Boa Esperança. En efecto, este descubrimiento era una
esperanza de que se llegaría más pronto a la India. Los antiguos mapas
representaban a Africa como extendiéndose hasta pasar el límite meridional
del Asia. Ahora quedaba demostrado que Africa tenía al sur un límite preciso.
La idea de que desde las costas occidentales de Europa se podían alcanzar
las orientales de Asia, es antiquísima.
Igualmente tenía un origen muy antiguo la sospecha de que entre el
Occidente europeo y el Oriente de Asia debía existir una parte desconocida de
la tierra. Del problema se habían ocupado ya Aristóteles, Eratóstenes,
Posidonio, Estrabón, Séneca, Crates de Mallo y otros sabios de la antigüedad.
Hasta finales de la Edad Media no se trató seriamente del problema de la
posibilidad de una ruta marítima a la India; pero, de las consideraciones
científicas se pasó, por fin, a su realización. "Al lado – dice Kretschmer – del
verdadero descubridor del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón, cuyo nombre estará
revestido en todo tiempo de una imperecedera corona de gloria, se debe
honrar también al descubridor intelectual de América, el florentino Paolo dal
Pozzo Toscanelli , (1397-1482). En una carta (25 de junio 1474), dirigida al
confesor de los reyes portugueses, Fernando Martines, exponía Toscanelli
detalladamente cómo se podía llegar con facilidad al "País de las Especias"
siguiendo la ruta occidental. Posteriormente envió a Colón una copia de esta
carta y del mapa adjunto (hacia 1479).
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La epístola de Toscanelli a Fernando Martines no produjo ningún efecto. El


Rey rehusó el ofrecimiento. No fue más afortunado Colón (hacia 1483), quien,
desalentado, abandonó Portugal y se encaminó a España. Sus exageradas
pretensiones para el caso de obtener éxito en su empresa, estuvieron a punto
de hacerla fracasar. En el prior (Fray Juan Pérez) del convento de Santa María
de la Rábida, junto a Palos, encontró quien supiera comprender su plan en
todos los detalles y la indispensable protección y mediación para que sus
peticiones llegaran a la Corte. Se eligió una ocasión favorable, pues había
caído en manos de los Reyes Católicos la ciudad de Granada (1492), hasta
entonces en poder de los moros, y los ambiciosos proyectos de Colón no
fueron esta vez rechazados. El Tesorero de la Reina, Santángel, adelantó la
suma de 1.140.000 maravedises".
No vamos a extendernos en la narración de los viajes de Colón, por ser
éstos sobradamente conocidos. Sólo diremos que habiendo partido del Puerto
de Palos el 8 de agosto de 1492 tres carabelas da "Santa María", capitaneada
personalmente por Colón; la "Pinta" y la "Niña", comandadas por los
hermanos Pinzón), llegaron después de dos meses de navegación, el 12 de
octubre, a una isla que los indígenas llamaban Guanahaní y que el
descubridor bautizó con el nombre de San Salvador (muy verosímilmente la
actual isla de Watling, en las Bahamas). Colón siguió navegando y descubrió
las islas de Cuba (que denominó Juana) y Haití (que llamó Hispaniola),
regresando después a España. Estaba firmemente convencido de que había
llegado a la costa oriental de Asia. En realidad, su hazaña había sido de
mucha mayor trascendencia; había descubierto la más codificable de las
especias: todo un nuevo mundo. Ese nuevo mundo que, por una ocurrencia
del cosmógrafo alemán Martín Waltzemüller, comenzó a ser llamado no con el
nombre de su descubridor, como hubiera sido justo, sino con el de un
navegante que llegó a estas tierras diez años más tarde: Américo Vespucci.

Capítulo II
BULA DE ALEJANDRO VI Y EL TRATADO DE TORDESILLAS

Sorpresa sumamente desagradable fue la experimentada por la Corona de


Portugal al enterarse de que Colón había llegado a tierras orientales del Asia.
Este descubrimiento – de ser exacta la noticia – venía a anular la vía de
acceso que, dando una larga curva por el litoral africano, había sido explorada
por Portugal. Además, el acervo de conocimientos atesorados y avaramente
ocultados por Portugal sobre tierras e islas del Occidente, corría ahora el
peligro de ser totalmente divulgado.
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Pero algunos cautivos de aspecto extraño, unos pocos papagayos y raras


preciosidades, no eran pruebas suficientes de que las nuevas tierras fuesen
las Indias de tradicionales opulencias. Esto llamó la atención del monarca
lusitano.
"Cumplía aclarar el misterio – dice Joao Pandiá Calogeras – y verificar si no
habría errado el genovés, dando así, por su engaño, mayor brillo y mayor
precio al pensamiento lusitano: no ser la India; propiamente dicha, la costa
descubierta, sino alguna tierra interpuesta.
Y ordenó, oídos sus consultores técnicos, se aprestase la expedición de
Francisco de Almeida, enviado a reconocer y verificar las aseveraciones de
Colón.
Los Reyes Católicos, informados del desagrado lusitano, apresuráronse en
obtener la misma consagración de sus conquistas, que acostumbraban
solicitar, tanto ellos como sus vecinos, en casos tales. Redoblaron sus
esfuerzos al saber que una flota de Portugal recibiera orden de seguir para el
Occidente. Al mismo tiempo, enviaron a Don Juan II mensajes y afirmaciones
de cómo sus derechos serían respetados, y que habrían ciertamente las dos
coronas de llegar a entendimiento amistoso. Consiguieron paralizar y después
anular la orden de salida de la escuadra de don Francisco de Almeida. Iría a
comenzar la discusión diplomática".
Entretanto, en Roma se seguía tramitando el proceso que aseguraría el
derecho castellano a la nueva conquista.
Ocupaba el papado en aquellos días Alejandro Borgia, el famoso Alejandro
VI (padre de César y Lucrecia Borgia), cuya vida privada, duplicidad y
nepotismo, hicieron de el un príncipe del Renacimiento más bien que un
verdadero papa.
El 4 de mayo de 1493 Alejandro VI dictaba su famosa bula, cuya parte
principal dice así: "Y para que tornéis mas libres y francamente una provincia
de tanta importancia, siéndoos esto concedido por gracia apostólica, nós de
motu proprio, sin ser por instancia vuestra, o de otros por vos en petición
sobre esto ofrecida...; os damos, concedemos y asignamos para siempre a
Vos, y a vuestros herederos y sucesores (Reyes de Castilla y León), con todos
los dominios, ciudades, castillos, lugares, derechos, jurisdicciones y demás
pertenencias, todas las islas y tierras firmes halladas o que se hallaren,
descubiertas o que se descubrieren para el Occidente y Mediodía, tirando y
trazando una línea del Polo Artico o Norte al Polo Antártico o Sur; sea que
estas tierras firmes e islas halladas o que se hallaren estén para el lado de la
India, sea para otra parte, la cual línea distará de cualquiera de las islas que

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vulgarmente se llaman de las Azores y Cabo Verde, cien leguas para el


Occidente y Mediodía".
La bula de Alejandro VI procuraba, así, repartir el mundo para las coronas
ibéricas. Una vez conocido su contenido, se produjeron dudas entre los
glosadores sobre su alcance; si la bula daba solamente poder espiritual a los
pueblos contendores, o si la decisión pontificia tenía carácter atributivo de
dominio. El fraile dominico Francisco de Vitoria, profesor de la Universidad de
Salamanca y verdadero fundador del Derecho Internacional, que se destacaba
por su sabiduría, imparcialidad e independencia de conceptos, combatió la
segunda hipótesis, esto es, la del carácter atributivo de dominio. En su
dialéctica, Vitoria sostenía lo siguiente: 1º El Papa no es señor temporal o
civil, en el sentido justo, de todo el mundo. 2º Si el Papa tuviese el poder
temporal universal, no podría cederlo a los príncipes seculares, con perjuicio
propio y de sus sucesores. 3º El Papa goza solamente del poder temporal
necesario a la vasta administración de la orden espiritual. 4º El Papa no tiene
poder temporal de especie alguna sobre los bárbaros e infieles, porque sobre
éstos no ejerce poder espiritual.
Aparte de ser discutible en su alcance, la bula ofrecía dificultades técnicas
de aplicación, no solucionando por consiguiente el problema. En efecto, no
fijaba el origen del contaje de las leguas para el meridiano demarcador, pues
eran diversas las longitudes del archipiélago de Cabo Verde y de las Azores.
No definía la legua, cuyo valor variaba desde 14 1/6 hasta casi 22 leguas por
cada grado geográfico. No definía el paralelo en que se contaría la medida.
Era forzoso, por tanto, que los interesados se entendiesen directamente
sobre el caso.
Convencido estaba el Rey de Portugal de que eran suyas, por anteriores
actos internacionales, las tierras que habían tocado las carabelas colombinas.
Tenía dudas, eso sí, de si se trataba de Asia, o de región próxima a ella. En
su concepto, el camino para las Indias era el que contorneaba el Cabo da Boa
Esperança. Mantendría a todo costo su posesión, rubricando en esta forma el
secular empeño lusitano. Fronteros a Africa, hacia el oeste, se encontraban
largos trechos de tierra firme, según evidenciaban viajes no divulgados y
relaciones de pilotos.
De tales elementos de convicción, surgía la necesidad de impugnar la
legitimidad del dominio castellano en las playas ahora halladas por Colón y
presentar sus propios títulos. Además, había que resguardar cautelosamente
para Portugal el itinerario para el sudoeste y el sur, hasta el cabo y el mar
oriental, ya vencidos por Bartolomé Dias.

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Las cortes de Madrid y Lisboa resolvieron iniciar negociaciones, las cuales


cristalizaron finalmente en el tratado de Tordesillas, signado el 7 de junio de
1494. Dicho pacto establecía lo que sigue: "Que se haga y señale por el dicho
mar Océano una raya o línea derecha de polo a polo, a saber, del Polo Artico
al Polo Antártico, que la tal raya se haya de dar, como dicho es, a trescientas
setenta leguas de las islas del Cabo Verde, hacia la parte del Poniente, por
grados o por otra manera, como mejor y más presto se pueda dar, de manera
que no sean más y que todo lo que hasta aquí se ha hallado y descubierto, y
de aquí adelante se hallare y descubriese por el dicho señor Rey de Portugal y
por sus navíos, así islas como tierra firme, desde la dicha raya y la línea dada
en la forma susodicha, yendo por la dicha parte del Levante dentro de la
dicha raya a la parte del Levante, o del norte, o del sur de ella, tanto que no
sea atravesando la dicha raya, que esto sea, y finque y pertenezca al dicho
señor Rey de Portugal, y a sus sucesores, para siempre jamás; y que todo lo
otro, así islas como tierra firme, halladas por los dichos señores Rey y Reina
de Castilla y de Aragón, y por sus navíos, desde la dicha raya dada en la
forma susodicha, yendo por la dicha parte del Poniente, después de pasada la
dicha raya hacia el Poniente, o el norte, o el sur de ella, que todo sea, y
finque y pertenezca a los dichos señores Rey y Reina de Castilla y de Aragón,
y sus sucesores, para siempre jamás".
Determinada la distancia del archipiélago a que pasaría la línea
demarcadora, eliminábase uno de los errores de la bula que citando Cabo
Verde y Azores, pareciera admitir que por ellas corriera el mismo meridiano,
cuando que, en realidad, casi tres grados mediaban entre los meridianos
medios de los dos sistemas de islas.
Quedaba, sin embargo, en duda de qué punto insular preciso del Cabo
Verde se iniciaría el contaje. Desde la más oriental a la más occidental de las
islas del Cabo Verde había casi tres grados de longitud.

Surgió también la cuestión de la legua. ¿Eran leguas de 14 1/6 o dé 22 por


grados? Según que se adoptase una u otra, se producía una variación de casi
nueve grados.
El tratado de Tordesillas era, pues, un nuevo germen de interminables
polémicas entre las coronas ibéricas.
A los portugueses se hacía necesario sondar nuevamente los problemas
conexos de la navegación para el este y de la navegación para el oeste. Un
doble sistema de viajes fue instituido, como veremos en seguida.
Para la India, por el Cabo da Boa Esperança siguió en 1497 Vasco da Gama.
Partiendo de Lisboa, por orden del Rey, con tres navíos, pasó el cabo citado,
continuó a lo largo de la costa africana por Mozambique y llegó a Calicut, en
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el litoral occidental de la India. Siete meses después, partió de regreso con un


rico cargamento hacia su patria.
Para la tierra desconocida, pero sospechada, del sudoeste, fue enviado
Duarte Pacheco Pereira en 1498, en misión secreta. Dos años más tarde, esto
es, en 1500, partió al frente de una fuerte flota Pedro Alvares Cabral. Una
vieja leyenda, cuya falsedad ha sido ya demostrada, sostiene que Cabral se
dirigía a la India y que, al seguir la ruta de Africa, fue desviado en su camino
por la corriente ecuatorial del sur e impelido por ésta hacia el oeste,
descubriendo de este modo involuntario, el Brasil. Por el contrario, la ruta de
Cabral fue dirigida de una manera deliberada. Él se dirigía al Brasil (nombre
que viene do palo brasil, árbol tintóreo abundante, en esa región). El camino
del descubrimiento oficial ya estaba preparado.
Surge de aquí un problema histórico: ¿por qué no fue divulgada de
inmediato la nueva del descubrimiento? "Tal vez – opina Calogeras – se
encuentre la clave del enigma en el pensamiento que dictó la empresa. Por
más convencido que estuviese Don Juan de la existencia de una tierra firme al
sudoeste, y lo afirmase con insistente tenacidad en el decurso de la discusión
tordesillana, la convicción no era una certeza. La expedición de 1498 salió,
por tanto, ya por orden de Don Manuel, para averiguar si era real, y hasta
qué punto lo era, lo que el príncipe su antecesor afirmara. De ahí que fue
clandestina y oculta al conocimiento público. Volvió, revelando la exacta
visión de los cosmógrafos y pilotos portugueses. Si divulgase el resultado y se
envaneciese por ello, equivaldría a confesar que la actitud oficial ante Castilla,
en 1493 y 1494, era gesto de jugador, y no la tranquila seguridad de quien
sabe lo que dice. Quiebra de prestigio para la autoridad moral, científica y
política de la corona de Aviz. Y, verificando la existencia del continente
occidental, después de Tordesillas, estaba garantido para Portugal el dominio
de la nueva costa, por estar aquende el meridiano lindero, y mayor gloria se
tributaría a la flota descubridora, que, en rumbo predeterminado, iría al
sudoeste a probar la verdad de cuanto Don Juan aseverara a los reyes de
España.
Ese es el origen de todas las consecuencias que, por no conocerse en forma
corriente el viaje de reconocimiento de Duarte Pacheco, asombran y tornan
perplejos a los estudiosos de la ruta de Pedro Alvares Cabral, y que son
simples y lógicas, cuando se las considera como resultado del balizamiento
previo del precursor.
Ida directa a Porto Seguro, sin escala para reabastecerse, en Madeira o en
Cabo Verde; el tono de la narrativa como si se tratase de cosa conocida y
prevista; la remisión del mapa de Bisagudo, en la misiva del Maestre João; la

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alusión "así seguimos nuestro camino por este mar de largo" de la carta de
Vaz de Caminha; todo esto, mucho parece significar la ejecución de plan ya
establecido de acuerdo con un primer y verdadero descubridor, que, además,
iba en la misma flota encargada de la divulgación oficial".
El mismo Duarte Pacheco Pereira, en su libro "Esmeraldo, de situ orbis",
que dedicó a Don Manuel, expresa: "Hemos sabido y visto, cómo en el tercer
año de vuestro reinado, del año de Nuestro Señor de 1498, donde Vuestra
Alteza mandó descubrir la parte occidental, pasando allende la grandeza del
mar Océano, donde es hallada y navegada una gran tierra firme..., que tanto
se dilata su grandeza y corre con mucha extensión, que de una parte ni de la
otra no fue visto ni sabido el fin y cabo de ella..., y yendo por esta costa
sobredicha..., he hallado en ella mucho y fino brasil con otras muchas cosas
de que los navíos en estos reinos vienen grandemente cargados".
Como se ve, después de esta descripción, hecha por el descubridor, al
propio Rey que ordenara la investigación, no se puede sostener ya la
casualidad del viaje de Cabral.

Capítulo III
CARABELAS EN EL RÍO DE LA PLATA

Hemos visto cómo Colón estaba firmemente convencido que había llegado a
la costa oriental del Asia, ignorando que las tierras por él descubiertas
constituían en realidad un nuevo continente. En esa creencia murió Colón, en
1506. Posteriores expediciones, especialmente la de Vasco Nuñez de Balboa,
que descubrió en 1613 el Mar del Sur (Océano Pacífico), demostraron ese
error geográfico.
Entretanto, los portugueses, siguiendo la ruta del sur de Africa y la India,
habían llegado a la península de Malaca, cruzado el estrecho situado entre
ésta y la isla de Borneo, y tomado posesión de las Molucas o Islas de la
Especiería. De aquí regresaban las naves cargadas de grandes riquezas.
Como el tratado de Tordesillas daba a los portugueses la exclusividad de la
navegación al Asia, por el este, a lo largo de la costa africana, los españoles,
para poder llegar a las Molucas, necesitaban hallar un estrecho que les
permitiera tomar la ruta occidental, esto es, que comunicara el Atlántico con
el Pacífico. No otra fue la causa del viaje de Juan Dias de Solís.
Este navegante firmó con el Rey un contrato, por el cual se comprometía a
emprender un viaje para el descubrimiento de "las espaldas de Castilla de
Oro", es decir, las costas de México bañadas por el Pacífico – para lo cual

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debía cruzar, algún estrecho –, y "de allí adelante mil e setecientas leguas e
más", hasta llegar a las Molucas.
Tres carabelas, comandadas por Solís, llegaban en 1516, a un punto que,
situado un poco al occidente de Punta del Este, denominaron Candelaria
(actual Maldonado). Orillando la costa uruguaya, entraron después en un
agua que, por ser tan espaciosa y no salada, denominaron Mar Dulce. Es lo
que se conoció más tarde con el nombre de Río de la Plata.
Después de llegar a una isla, que llamó de Martín García, por haber
enterrado allí a un marinero de este nombre, Solís dirigióse de nuevo a la
costa uruguaya. Pero apenas tocó tierra, acompañado del contador Alarcón, el
factor Marquina y seis marineros, cayeron él y sus compañeros ante una
lluvia de flechas lanzadas por los indios charrúas que estaban agazapados en
la selva.
"Los charrúas – dice Alberto Zum Felde – andaban a pie, se guarecían en
toldos, iban desnudos, no tenían instrumentos de música, ni más armas que
la flecha y las boleadoras; se alimentaban de pescado y de caza menuda. El
caballo, la guitarra, el facón, son españoles; el rancho de terrón, el poncho, el
chiripá, el mate y otros elementos indígenas, son traídos por los españoles
del Paraguay y del Alto Perú, cuando fundan las reducciones de Soriano. Los
mismos nombres geográficos y vocablos indígenas incorporados a la lengua
común de estos países, son, en su casi totalidad, guaraníes, no charrúas; es
sabido que éstos hablaban una lengua gutural, casi imposible de pronunciar,
y que el propio lenguaje que usaban más tarde, posteriormente a la
conquista, está lleno de influencias guaraníticas adquiridas por importación".
Solís descubrió en esa forma el Río de la Plata, pero su muerte desalentó a
la tripulación, que, en vez de proseguir la búsqueda del estrecho, emprendió
el regreso a España.
Nuevas carabelas llegaban al Río de la Plata en 1520. Iban al mando de
Hernando de Magallanes, portugués al servicio de España. Su objeto era el
mismo que había perseguido Solís; descubrir un estrecho entre los dos
océanos. "la nueva expedición – dice Stefan Zweig – constituyó la aventura
más audaz de la humanidad".
Después de cruzar el Atlántico y de llegar al Río de la Plata, donde
constataron que dicho estuario no era el estrecho que buscaban, siguieron la
costa de la Patagonia hasta alcanzar el estrecho, por donde efectuaron la
entrada. Tres semanas después llegaban a la salida occidental del estrecho, y
entre salvas de artillería se hicieron a la vela por el Mar del Sur. La travesía
de este océano duró tres meses y medio, hasta que por fin alcanzaron las
islas Filipinas, donde Magallanes fue muerto por los indios. Los buques se
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dirigieron luego a las Molucas, y con un rico cargamento de especias, por lo


menos una de las cinco navas que habían comenzado la expedición, la
"Victoria", al mando de Juan Sebastián Elcano, alcanzó la costa española, a
los tres años de haber partido de ella. Este fue el primer viaje alrededor del
mundo.
La expedición de Solís, que regresaba desde el Río de la Plata rumbo a
España, fue azotada frente a Santa Catalina, en la costa del Brasil, por una
tempestad. Una de las carabelas naufragó, consiguiendo salvarse once
tripulantes. Estos llegaron a la costa habitada por los indios tupí-guaraníes, y
allí se establecieron. Los indígenas comunicaron a los recién llegados que,
muy al occidente, existía en el interior del continente la "tierra del Rey
Blanco", donde abundaban el oro y la plata. Se referían al Tahuantinsuyo o
tierra de los quéchuas, donde dominaba el Inca, es decir, el Emperador. Se
referían al Potojchi, que en lengua quéchua significa "cerro que brota plata", y
al que los españoles llamaban Potosí.
Alejo García, natural de Alentejo (Portugal), era uno de los náufragos.
Hombre de una audacia a toda prueba, se propuso llegar nada menos que a
la aurífera y argentada sierra. La acompañaron en su arriesgada empresa
Alejo de Ledesma, Francisco de Chaves y dos compañeros más, cuyos
nombres no ha podido precisarse. En Santa Catalina quedaron Enrique
Montes, Melchor Ramírez los otros cuatro. García y sus cuatro acompañantes
partieron de Santa Catalina en 1524. Cruzaron la hoy Provincia de Santa
Catalina, luego el Paraná y entraron en el Paraguay a la altura del Monday.
"Recibidos – dice Ruy Díaz de Guzmán – y agasajados de los moradores de
aquella provincia, convocaron toda la comarca, para que fuesen juntamente
con ellos a la parte del Poniente a descubrir y reconocer aquellas tierras, de
donde traerían muchas ropas de estima y cosas de metal". Alejo García, que
había adquirido conocimiento completo del idioma y costumbres de los
guaraníes en los ocho años que residió entre ellos en la costa del Brasil, hizo
que 2.000 indios le siguieran. A la cabeza de su ejército, siguió García hasta,
un puerto del río Paraguay situado a los 19º, quizá el actual Corumbá, y de
allí se internó en la ríspida jungla chaqueña. Llegó a los dominios de los
chaneses, los ganó con dádivas y, con el auxilio de estos nuevos aliados, "al
cabo de muchas jornadas – dice el autor citado – llegó a reconocer las
cordilleras y serranías del Perú." Se internan en él y "pasan adelante más de
40 leguas hasta cerca de los pueblos de Presto y Tarabuco", próximos a
Chuquisaca. Pero los indios charcas les salen al encuentro en son de guerra.
Entonces los expedicionarios emprenden el retorno, sanos y salvos, y además
"cargados de despojos de ropa, vestidos y muchos vasos, vasijas y coronas
de plata". Una vez en el Paraguay, Alejo García despacha a Santa Catalina a
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algunos indios con tres arrobas de plata y cartas para sus compañeros de
naufragio, contándoles el éxito de su viaje y llamándoles. Poco después,
García y sus compañeros son muertos por los indios payaguaes, a 50 leguas
al norte de donde más tarde se levantó Asunción, o sea a la altura
aproximada de la actual Villa de San Pedro.
"Así acabó en 1525 – dice Manuel Domínguez –, el descubridor del
Paraguay y de Charcas, el primero que se internó en la tierra de los Mbayaes,
llegó a los Andes peruanos y penetró en los dominios del Inca. Cruzó Curitiba
17 años antes que Alvar Núñez, descubrió el Paraguay 4 años antes que
Gaboto, exploró el Chaco 18 años antes que Ayolas, entró en Clarcas 18 años
antes que las huestes de Pizarro. La historia le da este lauro a aquél gentil
aventurero".
Otras carabelas arribaron al Río de la Plata, en 1526. Eran las del veneciano
Sebastián Gaboto, que estaba al servicio de España. Carlos V lo enviaba a las
Molucas. Debía seguir el derrotero de Magallanes y posesionarse de las
riquezas, cargando sus naves de oro, plata, piedras preciosas, especias,
sedas, brocados, etcétera. Pero ocurrió que al llegar a Pernambuco, el jefe de
dicha factoría, Manuel de Braga, y otros portugueses, le llenaron la cabeza
con noticias de la expedición de Alejo García, del Rey Blanco, de la Sierra y
del Río de la Plata. Y agregaban que, más al sur de Pernambuco, "había unos
cristianos de la armada de Solís, los cuales estaban muy bien informados de
las riquezas que en el dicho río había". Prosigue Gaboto su viaje y llega a
Santa Catalina, donde Enrique Montes y Melchor Ramírez le cuentan la misma
historia, en forma más concreta y precisa. Montes, llorando, presentaba
muestras de oro y plata. Y añadía que Gaboto y compañeros eran los
hombres más venturosos del mundo, pues tanta era la plata y el oro que
había en el Río de la Plata, que todos, pajes y marineros, volverían ricos.
Gaboto no vaciló ya entonces en desistir de su viaje a las Molucas, y dirigióse
resueltamente al Río de la Plata. Una vez en el estuario, Gaboto remontó el
río Uruguay y luego el río Paraná, fundó el fuerte de Sancti Spiritus en la
confluencia con el Carcarañá, exploró este río, el Paraná y el Paraguay,
llegando, en 1528, hasta un punto que probablemente fuese Emboscada,
donde los indios mataron a varios españoles. Vuelto Gaboto a Sancti Spiritus,
emprendió una segunda expedición al norte, esta vez en compañía de Diego
García, la que obtuvo resultado igualmente negativo. Por otra parte, poco
después los indios destruyeron totalmente la fortaleza de Sancti Spiritus.
Después de tantas contrariedades, Gaboto se vio obligado a regresar a
España.

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

Once carabelas, que constituían la más grande y magnífica expedición


llegada hasta entonces, arribaban en 1536 al Río de la Plata bajo el mando de
Don Pedro de Mendoza. Pero, antes de ocuparnos de ella, debemos estudiar
la capitulación tomada con dicho conquistador el 21 de mayo de 1534 y los
antecedentes de la misma.
En enero de 1534 llegaba a Sevilla Hernando de Pizarro, procedente del
Perú, con el rescate de Atahualpa, inmenso cargamento de oro y plata, que
llenó de asombró a toda Europa: la fiebre del oro corrió por toda la península
ibérica. Fue entonces cuando Portugal, informada por su diplomacia fina y
vigilante, preparó en secreto una expedición que fuese al Río de la Plata para
llegar por esa vía al Perú.
Una real cédula escrita por la Reina al Embajador español en Lisboa, Lope
Hurtado, con fecha 17 de febrero de 1531, demuestra que ya entonces en
España se creía que los portugueses "desde el puerto de San Vicente, que es
en su demarcación, pensaban de entrar por tierra al Río de la Plata, e que
también se decía que dos galeones de los que llevaban habían de volver
después de ser llegados allá, al río de Morañón, porque dicen que entra en su
demarcación". La esta armada, dirigida por Alfonso de Sousa, iba también
Enrique Montes, náufrago del tiempo de Solís, antiguo compañero de Alejo
García, que había vuelto con Gaboto.
En España se temía, pues, que los portugueses pretendiesen llegar al Perú
cruzando por tierra el Brasil, o remontando el Marañón, y para impedir la
tentativa por la primera la esas rutas se pensó en la expedición de Don Pedro
de Mendoza.
El Embajador español en Lisboa, Luis Sarmiento, hizo saber en España, a
carta fechada el 11 de julio de 1535, que pronto partiría la armada del
portugués Acuña y que éstos "llevan" gente de caballo y esta otra gente de
pie de guerra y hanme dicho algunos de los que yo mejor he podido
entender, que van con pensamiento de ir descubriendo por tierra hasta dar
por la otra parte en lo del Perú." El Embajador aconsejaba, por tanto, que
"Vuestra Majestad mandase que se partiera el armada que está en Sevilla
para el Río de la Plata lo más presto que ser pudiese", pues en Lisboa se
daban "toda la prisa que se pueden dar". Y agregaba que, como en Portugal
no se sabía por dónde pasaba en realidad la raya de Tordesillas, les parecía
que ganaría el que más pudiese descubrir y ocupar, por lo cual tornaba a
decir que "conviene al servicio de Vuestra Majestad y bien de estos reinos que
si la armada de Don Pedro ha de ir, que sea luego antes que esta otra por
allá, vaya..."

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

La capitulación de Mendoza decía que éste venía a descubrir, conquistar y


defender "todo lo que fuese dentro de los límites de la demarcación
correspondiente a la corona de Castilla". ¿Cuál demarcación? "Alude – dice
Manuel Domínguez – a la raya convenida en Tordesillas, que cortaba la costa
del Brasil por arriba de la Cananea. Toda la zona al oeste de esa raya era de
España, y a vigilarla y defenderla vino Mendoza. Allí está la cláusula
implacable de la capitulación. ¿Y cómo podía defender el oeste de esa línea,
en el continente, sin subir al norte? (Véase mapa al final).
Y allí está la clave de las primeras expediciones que rompieron su marcha
desde Buenos Aires y Buena Esperanza y más tarde desde Asunción. Es la
idea diplomática directriz, en ejecución inmediata, aparte de que allí arriba,
hacia el Septentrión ignoto, está el imán irresistible de la Sierra la Plata,
Potojchi. Ninguno de los capitanes se dirige al sur. Todos van al norte y al
noroeste, a cortar el paso a los portugueses, a cruzarles el trayecto que
podían correr con los "elementos de movilidad." que traería Acuña.
En cambio, los títulos de Pizarro y de Almagro no tienen ninguna alusión a
la raya de Tordesillas ni al Atlántico. No se dice en ellos que estuviesen
obligados a defender "los límites de nuestra demarcación de Castilla", ni hay
en ellos la más remota alusión al Mar del Norte o Atlántico, cosas que no se
concibe se olvidaran, de haberse pensado en ellas. ¿Quién olvidaría límite tan
característico, por único, como aquella línea matemática, o tan genuinamente
arcifinio como el inmenso Atlántico?
Almagro y Pizarro sólo eran conquistadoras del Perú incaico
(Tahuantinsuyo). Y el Perú de los Incas era una serpiente. Su longitud era de
700 leguas y su ancho apenas de 120 a 150. El Perú de los Incas no pasó
nunca los contrafuertes andinos.
Conocido el límite oriental de la gobernación de Mendoza, veamos ahora
cuáles fueron los límites occidentales, austral y septentrional.
"Primeramente – dice la capitulación – os doy licencia y facultad para que
por Nos y en nuestro nombre y de la Corona Real de Castilla podáis entrar por
el dicho río de Solís que llaman de la Plata, hasta el Mar del Sur, donde
tengáis doscientas leguas de luengo de costa de gobernación que tenemos
encomendada al Mariscal Don Diego de Almagro hacia el estrecho de
Magallanes, y conquistar y poblar las tierras y provincias que hoviere en las
dichas tierras..." Vemos, pues, que Mendoza disponía, sobre el Mar del Sur,
de doscientas leguas, y que éstas debían comenzar a medirse desde donde
terminaba la gobernación de Almagro (paralelo 25º 31' 36") hacia el estrecho
de Magallanes, es decir, en el paralelo 36º 57' 09". (Véase mapa al final)

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

El límite sur era este mismo paralelo 36º 57' 09", que viene a dar en el
Atlántico algo más al sur del estuario del Plata. La gobernación de Mendoza
no llegaba, por tanto, hasta el estrecho de Magallanes, como se afirma en
cuanto libro de historia o geografía circula por allí. El error proviene de haber
reemplazado la palabra "hacia" de la capitulación por el término "hasta".
Desde luego, para que la gobernación de Mendoza pudiese llegar "hasta el
Estrecho de Magallanes", necesitaría no doscientas sino quinientas leguas de
costa sobre el Mar del Sur. (Véase mapa al final).
Por el norte, la gobernación de Mendoza subía hasta las regiones
amazónicas y cerca de las Guayanas. Carlos V, el propio monarca que creó el
Adelantazgo del Río de la Plata, da la Escribanía General de las Indias a su ex
ministro Juan Samano y con este motivo enumera ordenadamente las
gobernaciones del Mar del Sur, Carlos V menciona primero la gobernación de
Pizarro, luego la de Almagro y por último la de Mendoza.
Y al enumerar las gobernaciones del Mar del Norte, Carlos V señala la
gobernación de las Guayanas y a continuación la de Don Pedro de Mendoza.
Esto demuestra que, según Carlos V, la gobernación de Mendoza lindaba por
el norte con el límite sur de las Guayanas, y que entre una y otra gobernación
no se interponía ni la gobernación de Pizarro, ni la de Almagro, pues éstas
estaban relegadas a las costas del Pacífico, a la región de los quéchuas.
(Véase mapa al final)
Otra prueba de que la gobernación de Mendoza subía hasta las regiones
amazónicas – dice Enrique de Gandía – "son las expediciones de Juan de
Ayolas, Juan de Salazar e Irala al norte, todos capitanes de Don Pedro de
Mendoza, que sabían perfectamente bien cuáles eran los límites de su
gobernación, que avanzaban con pilotos que les decían por qué latitudes
pasaban y que en ningún momento se habrían aventurado a penetrar nada
menos que en los límites de la jurisdicción de Almagro y hacerse pasibles de
caer dentro de las leyes severísimas que prohibían salir fuera de los límites de
la propia gobernación".
Resumiendo, tenemos que los límites de la gobernación de Mendoza –
indistintamente llamada Provincia del Paraguay o del Río de la Plata – eran los
fijados por Carlos V en la capitulación citada. La gobernación lindaba por el
norte con el límite sur de las Guayanas, que lo era la línea del Ecuador. Por el
oeste llegaba hasta los contrafuertes andinos, donde fenecían las
gobernaciones de Pizarro y Almagro, y luego, a continuación de esta última
gobernación, tenía doscientas leguas de costa sobre el océano Pacífico. Hacia
el sur fenecía en el paralelo 36º 57' 09", límite austral de las doscientas

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leguas sobre el Pacífico. Y en el este limitaba con el Atlántico y la línea de


Tordesillas, que la separaba de los dominios portugueses.
Estudiados ya los antecedentes el contenido de la capitulación de Mendoza,
pasemos ahora al desarrollo de la expedición.
En las naves de Don Pedro de Mendoza venían 1.500 expedicionarios, entre
ellos algunos hijosdalgo y también varios flamencos, alemanes, etcétera.
Entre éstos se encontraba Ulrico Schmidl, que, de regreso a su lejana
Baviera, escribió una de las primeras historias de la conquista del Río de la
Plata.
Después de Mendoza, las figuras principales de la gran expedición eran
Juan de Ayolas y Juan de Osorio. El primero de éstos, alguacil mayor, era
ambicioso, lleno de celos y de audacia. El segundo, maestre de campo, era
joven, entusiasta, alegre, conversador, un poco fanfarrón, generoso con sus
amigos, protector espontáneo de todos los soldados. "En Sevilla – dice Gandía
– Osorio se había encargado, como maestre de campo de Don Pedro, de
reclutar la mayor parte de la gente de la armada. En las gradas de la
catedral, en el patio de los naranjos y frente a la Casa de la Contratación,
había convencido a los soldados sin empleo, a los marinos sin nave y a los
aventureros sin horizontes, a que lo acompañasen en aquella expedición al
Río de la Plata, de la cual, lo menos que se podía esperar, era tanto oro como
para no saber dónde cargarlo".
Después de renovar sus provisiones en las islas Canarias, la expedición
zarpó directamente hacia el Río de la Plata. El 30 de noviembre de 1535 las
naves fondearon en la bahía de Guanabara (Río de Janeiro), donde, al pie del
Corcovado, un mísero fortín levantado en 1531 por Alfonzo de Sousa, daba
albergue a una corta guarnición portuguesa mandada por Gonzalo Monteiro.
En los alrededores, las chozas de los indios parecían ocultarse entre la
lujuriosa vegetación.
Ayolas y otros, durante la travesía, habían intrigado a Osorio ante Don
Pedro, diciéndole que el maestre de campo quería amotinarse para
reemplazarle. Mendoza, siempre doliente e irascible, no necesitó más. En el
acto mandó formar un proceso a Osorio y, sin darle traslado para su defensa,
dictó esta cruel sentencia: "Doquiera y en cualquier parte que sea tomado el
dicho Juan de Osorio, mi maestre de campo, sea muerto a puñaladas o
estocadas o en otra cualquier manera que lo puliera ser, las cuales la sean
darlas hasta que el alma la salga de las carnes".
Osorio, en la mañana del 3 de diciembre, bajó a la Playa elegantemente
vestido, con calzas y jubón de raso blanco, coleto recamado con cordones de
seda blanca, una gorra de terciopelo blanco, camisa labrada con hilo de oro y
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con capa negra de paño. El día era soleado y alegre. Los conquistadores
andaban dispersos por la playa y entre ellos conversaban, también, algunas
de las pocas mujeres que venían en la armada.
Osorio dirigióse hacia el lugar de la playa donde estaba Don Pedro. Al
presentarse, se sacó la gorra e inclinándose, preguntó cómo estaba su
señoría. "¡Ser preso!", gritó Ayolas. Este y Medrano lo tomaron de los brazos,
lo arrastraron dentro de una tienda y allí consumaron el hecho. El cadáver de
Osorio fue abandonado por orden de Mendoza con un letrero que decía: "A
éste mandó matar Don Pedro de Meudoza por traidor y amotinador". Los
indios lo enterraron al pie de una palmera. La expedición prosiguió rumbo al
Río de la Plata.
Y ya tenemos a la armada entrando en el estuario. El 3 de febrero de 1536,
efectuóse la primera fundación de Buenos Aires. Ella no pudo haberse
realizado, como se creía hasta hace poco, en el bajo del Riachuelo, en el lugar
llamado Vuelta de Rocha, pues éste, siempre inundado, era insalubre e
inhabitable. La fundación debió realizarse en la parte alta de la meseta que
comenzaba por el sur en el actual Parque Lezama y se perdía, por el norte,
más allá del Retiro. Probablemente, según Gandía, en el punto más alto,
conocido en tiempos de la colonia con el nombre de Alto de San Pedro, donde
posteriormente se erigió la actual Iglesia de San Telmo, en la calle Humberto
1º .
Una leyenda cuenta que al saltar a tierra, el piloto Sancho del Campo,
exclamó: "¡Qué buenos aires son los de este suelo!", y que tal exclamación
fue la que dio origen al nombre de Buenos Aires. Pero el origen del nombre
fue otro. "Nostra, Signora di Bonaria", imagen de un convento de Cagliari,
capital de la isla de Cerdeña, era venerada como patrona de los navegantes.
Era una virgen de pie con un niño Jesús en el brazo izquierdo y una navecilla
con tres velas en la mano derecha. Sus milagros y sus leyendas eran
populares entre los marinos del Mediterráneo, entre los cuales sobresalían los
españoles. "Estos – dice Gandía – le profesaban un gran culto, como lo
demuestran los documentos y votos que recuerdan los milagros hechos a
navíos españoles en trance de perderse. No hay que olvidar, tampoco, que en
aquel entonces Cerdeña era parte integrante de Aragón. El resultado
relativamente feliz del viaje, indujo a Don Pedro de Mendoza a dar el nombre
de "Nuestra Señora del Buen Aire" – protectora de los navegantes – a la
primera ciudad que fundó. Los documentos de los primeros años de la
fundación de Buenos Aires dicen todos "Nuestra Señora del Buen Aire": el
nombre exacto de la Virgen sarda.

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

"Bello nombre – dice Enrique Larreta –, nombre de carabela, de carabela


venturosa. Henchido, soleado el velamen; blanco por sotavento, rubio por
barlovento; la Virgen pintada en la lona. Bonanza.
Sin embargo, de nada la valió esta vez el agüero del nombre. No pudo ser
menos feliz el comienzo. Ninguna otra capital de América tuvo comienzo tan
desastroso, tan mísero.
Aquí la tierra defendióse con fiereza única. Los naturales no se dejaron
intimidar, como en otras partes, por la novedad del caballo (vocación
misteriosa), ni por el trueno de la pólvora. Empleaban un arma terrible. La
bola arrojadiza. Además, los tigres llegaban hasta el foso, hasta la
empalizada, todas las noches.
Esta comarca, que había de ser un día dehesa del mundo, acabó por arrojar
de sí a los primeros conquistadores con el flagelo del hambre. Fuera de
algunas perdices, que no tardarían en alejarse amedrentadas por los disparos
del escandaloso arcabuz, no había nada que llevarse a la boca, en todo el
contorno. La llanura hirsuta; pastos amarillos y duros, tierra maligna.
Quién sabe si la sensibilidad futura, más golosa de expresión que de brillo,
no acaba un día por encontrar mayor belleza en la quijotesca desgracia de
ese cuadro nuestro con su fondo de horizonte salvaje, que en las aventuras
espléndidas del Perú y de México, al empezar la conquista.
Por lo menos, un sabor más agudo; la especia del desengaño. Sabor
cervantino. Pimienta de Insula. Nunca vino de España expedición más
brillante. El jefe, un Mendoza, Don Pedro de Mendoza, gentilhombre del
Emperador, soldado de Italia, cortesano disoluto y magnífico. Muchos trajes y
joyas. Harto dinero. Se le decía enriquecido en el saqueo de Roma con
tesoros de cardenales y de basílicas. Sus cofres sacrílegos huelen incienso.
Año de 1536. Fines de otoño. Las tres de la tarde. El pampero grita en las
rendijas y mete en el interior de la choza el frío del desierto. Hacia un rincón,
sobre el piso de tierra, un lecho suntuoso, un lecho dorado. Altas columnas.
En el sobrecielo de brocatel carmesí las armas de los Mendozas. "Ave María".
Ahí se está Don Pedro, arropado hasta las barbas, pálido como un muerto.
Tiene una mano en el cabezal, mientras agita la otra en el aire. Hace siempre
ese ademán cuando se la aparece el espectro. No es un espectro sombrío, en
pie – el mismo Don Pedro lo ha dicho – y a manera de humo, como todos los
espectros; es un espectro claro, macizo, con lujosos atavíos que relucen al
sol, y siempre extendido largo a largo sobre la arena de aquella bahía
maravillosa del Brasil. Lleva su famoso coleto recamado, jubón y calzas de
raso. Osorio adoraba la vida, el boato, la gloria, el amor. Catalina y Elvira le
lloran aún".
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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

Al principio, los indios pampas venían hasta la empalizada para efectuar


rescates, o sea, cambios de objetos por víveres. Pero como se cansaron
pronto, y además comenzaron a maltratar a los españoles que iban en busca
de provisiones, Mendoza envió contra ellos una expedición al mando de su
hermano Diego. A raíz del combate entablado murieron varios españoles,
entre ellos Diego de Mendoza y el capitán Pedro de Luján. De ahí el nombre
del río Luján.
Poco después, los indios pusieron sitio a Buenos Aires. Entonces la situación
se volvió realmente trágica, pues los moradores sufrieron un hambre terrible.
"No nos quedaban – cuenta Ulrico Schmidl ni ratas ni ratones ni culebras ni
sabandija alguna que nos remediara en nuestra gran necesidad e inaudita
miseria. Llegamos a comernos los zapatos y cueros todos". Y agrega que
algunos comieron las piernas de unos compañeros que habían sido
ajusticiados en la horca.
Los indios remataron el sitio, que duró quince días, incendiando las casas,
que eran de madera y de paja, con flechas y boleadoras que llevaban
materias inflamables. La guarnición tuvo que refugiarse en las naves ancladas
en el Riachuelo.
Estaba prohibido que viniesen mujeres en las expediciones a América. Con
gran excepción, en la de Mendoza vinieron algunas mujeres. Una de ellas,
Isabel de Guevara, escribió una carta a la princesa doña Juana, gobernadora
de España en ausencia de su hermano Felipe II. Esa carta, que, como dice
Larreta, impresiona "por la grandeza trágica de la situación que describe y
por lo que dejan imaginar sus toques admirables", cuenta que las mujeres no
sólo hacían la comida y lavaban la ropa, sino que – tal era la flaqueza en que
habían caído los hombres – hacían centinela, rondaban los fuegos, armaban
las ballestas y daban alarma por el campo a voces.
Ayolas, que había partido Paraná, arriba en busca de víveres, regresó a
Buenos Aires, después de haber fundado el fuerte de Corpus Christi en las
cercanías del antiguo Sancti Spiritus, en la región de los indios timbúes. Los
barcos traían provisiones, especialmente maíz y pescado.
Mendoza resuelve entonces trasladarse a Corpus Christi. "Determinaron –
dice Isabel de Guevara – subir el río arriba, así flacos como estaban, y en
entrada de invierno, en dos bergantines los pocos que quedaban vivos; las
fatigadas mujeres los cargaban y los miraban y les guisaban la comida,
trayendo la leña a cuestas de fuera del navío y animándolos con palabras
varoniles que no se dejasen morir, pues pronto darían en tierra de comida,
metiéndolos a cuesta en los bergantines con tanto amor como si fueran sus
propios hijos, y como llegamos a una generación de indios que se llamaban
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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

timbúes, señores la mucho pescado, de nuevo la servíamos en buscarles


diversos modos de guisarlo porque no les diese en rostro.
Todos los servicios del navío los tomaban ellas tan a pecho que se tenía por
afrentada la que menos hacía que otra, sirviendo de marear la vela, y
gobernar el navío y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podía
bogar. Verdad es que, a estas cosas ellas no eran apremiadas, ni las hacían
de obligación, ni las obligaba si, solamente, la caridad".
"Van – dice Larreta – los dos bergantines navegando despacio por el
Paraná, aguas arriba. Hacia el norte. Sopla un viento desigual; pero entre
socollada y socollada algo tiran las velas. Como capas de pordiosero las velas
con tanto remiendo. Cielo azul. Ni una nube. Sol frío, plateado, de fines de
Julio. Los conquistadores semejan cadáveres, así extendidos de espaldas
sobre la cubierta, con los ojos cerrados o muy abiertos y fijos. En sus rostros
febriles la tez amarilla desaparece casi bajo la pelambrera de cabellos y
barbas. Sus piernas señálanse como cañas bajo la calza andrajosa. Ahora
hasta las mujeres descansan. Una que otra le acaricia la mano a un
moribundo o lo besa en la frente.
Pasan, a ambos lados, las costas salvajes, con sus bosques terribles.
Aquélla muy distante, ésta muy próxima. Ha crujido una rama seca. Alguna
pesada alimaña. De pronto, en el gran silencio, óyese el grito largo y como
sonriente de un pájaro que parece encantado. El viento empieza a cambiar.
Las velas dan ahora parchazos contra el mástil. Otra vez el grito del ave. ¿Se
burla o quiere decir que ya está cerca la ciudad de los templos de oro y calles
de plata?"
El viaje duró un mes largo. A Mendoza no le agradó el sitio y dispuso que
Corpus Christi se trasladara cinco leguas más abajo, con el nombre de Buena
Esperanza. De allí mandó a Juan de Ayolas y Domingo de Irala, el 14 de
octubre de 1536, a buscar el camino del Perú. Poco después, el Adelantado,
cada vez más achacoso y enfermo, regresaba a Buenos Aires.
Deseoso de tener noticias de Ayolas, que hacía ya tres meses que había
partido, envió a Juan de Salazar de Espinosa y Gonzalo de Mendoza en su
busca. Los bergantines partieron de Buenos Aires el 15 de enero de 1537.
Y transcurrieron otros tres meses de espera infructuosa. Además, Mendoza
estaba cada día más postrado. Resuelve entonces regresar a España. Nombra
sucesor suyo a Ayolas, jefe de la plaza de Buenos Aires a Francisco Ruiz
Galán, y emprende el retorno.
La expedición de Mendoza, que fuera todo boato y poderío al salir de
España, sufrió la peste, el hambre y la muerte. Nunca siguieron mayores
fracasos a tan grandes ilusiones.
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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

Como coronamiento de tantos reveses, Mendoza no pudo volver a su


patria. Murió en alta mar, el 28 de junio. "Aquel hombre – concluye Larreta –
fue siempre un arder continuo de pasiones desaforadas. "Arrojaron su cuerpo
a la mar", dicen las crónicas. Se cree escuchar el rumor de un ascua en el
agua. El alma debió subir como una bola de humo".

Capítulo IV
"TRAYENDO LOS PALOS A CUESTAS"

Antes de entrar a tratar del origen de la capital paraguaya, la ciudad de


Nuestra Señora de la Asunción, debemos informarnos del escenario
geográfico en que se va desarrollar la conquista y de los factores étnicos que
intervendrán en ella.
Amarillos y polvorientos infolios nos cuentan que los castellanos, los vascos
y los andaluces, subiendo por la serpiente azul del río, fueron los que vinieron
a fundarnos la patria.
"El río Paraguay – dice J. Natalicio González – cruza la tierra guaraní, de
norte a sur, dividiéndola en dos regiones casi iguales en extensión y casi
antitéticas en sus caracteres. Cualquiera de esas dos zonas, tomada
aisladamente, da la sensación de algo fragmentario, incompleto, mutilado. De
la síntesis de sus oposiciones surge una unidad compleja, peculiar, elaborada
mediante el maridaje de elementos telúricos contradictorios.
La llamada región oriental del Paraguay, es una de las zonas mejor regadas
del planeta. Y la llamada región occidental, o Chaco, es una tierra sin agua.
Aquélla, es una sucesión de colinas y hondonadas, de cerros y llanuras, de
campos y selvas; ésta se ofrece como un llano salobre, en gran parte cubierto
de ásperos espartillares y de árboles anárquicos, de hojas ralas, que crecen
en una enconada soledad individualista, y cuyas maderas compiten en dureza
con el hierro.
La selva del Paraguay oriental es nutrida, espesa, exuberante, y se decora
como una mujer con la gracia de una orquídea o con las pomposas flores de
colores brillantes múltiples, de árboles tan altos como una catedral. La
vegetación se apiña; una planta defiende a otra de las furias de las
tormentas, y la sombra de las más antiguas ampara de la ira del sol a los
tiernos vástagos que lanzan su copa como una flecha hacia las alturas.
Acústicas aguas entonan su balada de siglos y una infinita variedad de aves
lucen sus plumas multicolores y descargan en la brisa las notas de su trino.
Todos los rumores de la selva se resuelven en una armonía y la multitud

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

infinita de los árboles en un organismo único. El todo inculca en el morador


de aquellos lugares el sentido gregario da la vida.
Las selvas del Chaco no resguardan del sol. El fuego solar cae a plomo y
calcina el suelo como en un campo abierto; las escasas hojas se estremecen
desesperadas en la candente atmósfera, sus menudas sombras se disuelven
en el aire antes de proyectarse en la tierra arenosa, desprovista de humus.
No hay arroyos, y la ausencia de agua implica la ausencia de aves. Los
árboles no se apiñan; se elevan separados uno de otro. Se diría que el hábito
de las palmeras se ha contagiado a toda la vegetación del Chaco. Las palmas
surgen de la tierra cono saetas; se despliegan en la llanura como un ejército;
mantienen distancias regulares una de otras; cada cual se aísla como si
temiese disolver su individualidad en la vasta multitud anónima; cada cual
tremola al viento sus penachos verdes como una bandera, símbolo de una
entidad autónoma. Los bosques del Chaco no son, por su estilo, sino una
variante de los palmares del Chaco. Cada árbol vive aislado del semejante.
Orgulloso e inhóspito, rechaza al vegetal y rechaza al hombre. No brinda
sombra; amenaza con sus espinas. Es casi una piedra con raíces y con
ramas; enciende un rosario de chispas en el filo del hacha que lo hiere; usada
su madera como cimiento, no la pudre ni el agua ni la tierra; huraño, frío,
duro, precisa el curso la los siglos para crecer y vive mil años. Da al mundo
una lección de implacable individualismo.
La región oriental es amena, mesurada, armoniosa. Es la zona del equilibrio
entre dos hiérboles [2] de la naturaleza; la tierra de las colinas suaves, de los
ríos silenciosos y cordiales, de los cerros que decoran el paisaje sin imponer
por su grandeza. Al oriente de él impera el reino de la exuberancia, se
extiende el suelo dionisíaco del Brasil. En sus propios límites el salto del
Guairá, y las cataratas del Yguazú dan el espectáculo de una grandeza
arrebatadora. Como réplica a estos ríos inmensos que se despeñan en
abismos de rocas, produciendo el ruido de cien truenos, la región oriental
ofrece una serie de saltos de una elegancia clásica, de perfecta belleza,
medidos, alegres, que ocultan la fuerza en el seno de la gracia. Al occidente
dominan dos grandezas desoladas. Primero, allá, lejos, los Andes, con sus
cúpulas de nieve sólo holladas por los cóndores, y sus páramos inclementes.
Y luego el Chaco, que repite en estilo propio el mismo motivo de esterilidad,
grandeza y miseria de las altas cordilleras. Porque la originalidad del Chaco
reside en eso; es una llanura con alma de montaña. Es un páramo ardiente
así como las cumbres de los Andes son un páramo helado. La sal de la llanura
es la réplica de la nieve de la cumbre. Ambos conservan, momifican; los
restos humanos no se disuelven, se secan en la tierra salobre del Chaco como
en la nieve cortante de los Andes. Si el Chimborazo es una soledad lograda
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mediante la emerción, el Chaco es la misma soledad alcanzada por vía de la


extensión.
La región oriental es normal, armónica; el Chaco es brusco, discontinuo;
aquélla seduce por la leve gracia irónica de su carácter, éste apasiona o aleja
por el agrio misterio de su alma. Voltaire, que es clásico, hizo viajar por el
Paraguay oriental a Cándido; Dostoiewsky, que es romántico, bien pudo elegir
el Paraguay occidental para teatro de sus dramas da torturados.
El río Paraguay, que corre entre las dos regiones que constituyen el cuerpo
físico de la nación guaraní, las concilia y contribuye a realizar la fusión de lo
contradictorio. Sus aguas mansas, frecuentadas por la fealdad agresiva de los
saurios y por la belleza esbelta de las garzas, sirven de teatro a los sucesos
más considerables de la historia paraguaya. El río paterno distiende su influjo
en la banda de oriente y en la banda de occidente, introduciendo en ambas
regiones antitéticas elementos de conciliación, factores de homogeneidad, un
solo espíritu. En su fuga hacia los mares, la gran arteria fluvial no sólo realiza
una labor de síntesis, sino que da un sentido de universalidad a lo
mediterráneo. Abre las puertas del mundo al corazón de América"
Tal el escenario en que va a efectuarse la representación. Veamos ahora los
actores.
En primer lugar, los españoles, los forasteros que llegaban de Europa. El
pueblo español es, como se sabe, un crisol étnico. Originariamente poblaban
la península los iberos y los vascos. Luego llegaron los cartagineses. Más
tarde los romanos. Después los godos. Posteriormente los árabes. Y
finalmente se efectuó la reconquista goda. De esa amalgama de razas surgió
el español, arrogante, aventurero, aguerrido, místico y caballeresco. Ora
guiados por el afán evangelizador, ora acicateados por la codicia del oro, los
españoles se internaron resueltos en las tierras de América. Con ser actor
primordial de la conquista, no creemos necesario dar mayor información
sobre el elemento español, tan estudiado ya, en diversos tratados.
Y en segundo lugar, los indios guaraníes, los habitantes autóctonos. A este
respecto, cabe advertir que el pueblo guaraní no moraba solamente en el
Paraguay. Su área era mucho más amplia. Se extendía desde el Orinoco
hasta el Plata y desde los Andes hasta el Atlántico. Comprendía, por tanto, a
los guaraníes que habitaban el Brasil, conocidos también con el nombre de
tupíes. Además – cuenta Alejandro Subercaseaux en "Chile o una loca
geografía" –, los guaraníes, a través de la pampa, llegaron a Chile; los
nativos los llamaron "mapuches" (hombres del oriente); se establecieron en
la región hoy denominada Araucanía, entre los ríos Bío-Bío y Bueno; y
rechazaron tenazmente las constantes incursiones de los quéchuas.
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Los guaraníes eran hombres y mujeres de piel cobriza, melena lacia y


negra, mirada vivaz, nariz recta y boca chica. Estaba arraigado entre ellos el
placer del baño y el aseo del cuerpo. La "tava" era la ciudad guaraní.
Alrededor de una plaza – cuentan Schmidl y Staden – se elevaban siete
grandes cabañas. Cada pueblo se hallaba rodeado de dos palizadas, hechas
con troncos de palma. El "tapii" o choza de los guaraníes tenía paredes de
estacas, cruzadas por mimbres atados con lianas y recubiertas de paja. El
techo, que también era de paja, llegaba hasta el suelo. Los guaraníes se
dedicaban a la alfarería; construían cántaros, platos, jarros, urnas funerarias.
Fabricaban un banco rústico llamado "apyka", cestos de fibra de tacuara y
hamacas de hilado de algodón. Tejían en telares elementales o grandes
bastidores. Utilizaban el "uruku" y otras frutas como colorantes para sus
tejidos. Embadurnándose con "uruku", se protegían durante la caza y la
pesca, de la acción del sol sobre la piel, de las picaduras de los insectos y de
las oscilaciones de la temperatura. Navegaban y pescaban en sus canoas
monóxilas.
En cuanto al régimen familiar, regían la vida hogareña las reglas de una
moral estricta, fundada en una concepción honesta y altruista de la vida; un
espíritu de solidaridad muy grande, el respeto a los moyores y especialmente
a los ancianos, impregnaban sus actos cotidianos. Entre los guaraníes se
practicaba la poligamia, pues con dicho régimen matrimonial buscaban la
procreación de hijos sanos y numerosos; por eso, la prédica de los primeros
misioneros a favor de la monogamia, fue mirada como una idea homicida de
hombres que buscaban la extinción de la valerosa raza guaraní. El divorcio
era una institución conocida por los guaraníes; la extinción del mutuo afecto
bastaba como causa de disolución; cuando los cónyuges acordaban romper el
vínculo matrimonial, se separaban sin cólera. Existía un profundo amor
paternal; el hijo era un ser sagrado a cuya formación cultural y moral se
consagraba los mayores sacrificios; se le guiaba con el ejemplo y se le
corregía por medios persuasivos, pero nunca con castigos corporales que
envilecen al niño y matan su dignidad. Grande era el respeto de los hijos a
sus progenitores; en los momentos decisivos acudían al padre para recibir las
lecciones de su experiencia, y los consejos de la madre anciana merecían
siempre acatamiento.
El "mburuvichá" o jefe guerrero era elegido popularmente. Pero era el
Consejo de Ancianos el que gobernaba en tiempos normales Los guaraníes
formaban una sociedad igualitaria, una democracia pura.
En los cerros de Paraguarí y de Caacupé se han encontrado caracteres
ideográficos lapidarios, que demuestran la existencia de una escritura

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guaraní. EL idioma guaraní es de carácter onomatopéyico, de precisión


matemática. Es una lengua, rica, flexible, dulce, cáustica. Antes de dormir, en
ruedo junto a la fogata, los guaraníes acostumbraban contar mitos y
leyendas. La música guaraní es rudimentaria; entre sus instrumentos
figuraban el "mbaracá," (guitarra rústica) y e1 "turú" (trompeta de tacuara).
Practicaban danzas guerreras y religiosas, con algo de ballet.
Dividían el año en dos estaciones: "kuarahy-ara" (época del sol) y "ro'y-
ara" (época del frío). Además, lo dividían en doce "jacy", esto es, en doce
lunas. Denominaban ara tiri", "ara vera" y "ara sunu" al rayo, relámpago y
trueno, respectivamente.
Sobresalieron en forma notable los guaraníes en botánica, medicina y
agricultura. La nomenclatura de las plantas se distinguía por su precisión
descriptiva. Después del griego y del latín, la lengua que ha dado palabras
científicas más numerosas es la guaraní. Ninguna otra raza entregó a la
humanidad tantas plantas útiles, por sus cualidades terapéuticas o sus
elementos nutritivos. Distinguían perfectamente los antisépticos, febrífugos,
depurativos y astringentes. Legaron más de veinte de las principales plantas
cultivadas la agricultura universal. Conocían la hibridación, el cruce de las
diferentes variedades y el medio de conservar una variedad completamente
pura. Entre sus plantas de cultivo pueden citarse las siguientes: mandioca,
zapallo, batata, maíz, maní, tabaco y algodonero.
El dios de los guaraníes era "Tupã". Para ellos, el "yvaga" era algo así como
el paraíso de los cristianos. Además, creían en ciertos geniecillos y duendes
autóctonos, que poblaban ríos, selvas, campos y sierras. "Pombero", con
vellos hasta en la planta de los pies, es el genio de la noche. "Pora" es el
fantasma. "Jasy-Jatere", (e1 niño rubio que silba su nombre en la siesta
estival. Y "Kurupi", el enano bronceado y fornido que camina con el extenso
falo enroscado en la cintura. (Aún hoy, no hay niño campesino en el Paraguay
que no crea en tales supersticiones).
Y ahora, ocupémonos ya de la fundación de la ciudad de Asunción.
Habíamos dicho que Juan de Salazar partió la Buenos Aires en busca de
Ayolas el 15 de enero da 1537. Los bergantines remontaron el Paraná, y
luego el Paraguay, pasaron delante de Ita-Pyta-Punta (piedra roja erguida) y
entraron en la bahía del cacique Caracará. Allí estaba Paragua-y, tava de
indios guaraníes labradores y hospitalarios, que recibieron cordialmente a los
españoles. Entonces Salazar concibió fundar allí una ciudad a su regreso. Él
mismo nos lo cuenta: "A la subida de este río del Paraguay, llegados a este
paraje de la Frontera, y vistas las grandes necesidades pasadas, este testigo
(Salazar) tomó parecer de Hernando de Rivera, de Gonzalo de Morán, de
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Gonzalo de Mendoza, de los religiosos y otras personas, si les parecía que era
bien y convenía al servicio de S. M. hacer un fuerte en este paraje y hacer
paces con esta generación de indios carios (guaraníes). Los cuales (Ribera,
Gonzalo de Mendoza, etcétera) dijeron ante Amador de Montaya, Escribano
de S. M., que les parecía bien y cosa muy útil y provechosa a esta conquista.
Y así visto lo susodicho, asentaron paz y concordia con los indios de esta
tierra y les dijeron que de vuelta se haría una casa y pueblo".
Convenida la construcción del fuerte, siguieron al norte aquellos hombres
blancos "con armaduras de fierro, tonantes como Tupã, dios del trueno";
aquellos hombres blancos que, cruzando las "aguas grandes", venían del lado
de la aurora, "de donde todas las mañanas se levanta Arasy, fuente de la luz,
el sol". Otros habían venido antes: Alejo García "hacía doce inviernos",
Gaboto hacia nueve y Ayolas "hacía cuatro lunas".
Salazar llega a Candelaria, donde se encuentra con Domingo de Irala.
Juntos buscan noticias de Ayolas, que se había internado en el Chaco rumbo a
la Sierra de la Plata. Juntos bajan luego hasta un puerto de los guaraníes –
probablemente Ita-pua o Tapuá (hoy Piquete-cué), donde aderezaron las dos
naves de Irala, "las calafatearon e les pusieron remos e jarcias". De allí Irala
retorna a Candelaria, mientras Salazar baja por el río hasta la bahía del
cacique Caracará, donde, dando cumplimiento a su promesa, funda el 15 de
agosto de 1537, día de Nuestra Señora de la Asunción, la casa-fuerte origen
de nuestra Capital.
La selva nativa cedió su madera compacta y perfumada. Cuenta un viejo
manuscrito – firmado por Francisco de Villalta – que Salazar llegó y "anduvo
mirando a dónde se haría el fuerte". Y que una vez elegido el sitio, todos los
soldados (entre los que había tres ingleses: Limon, Rute y Corman)
levantaron "una casa-fuerte con gran trabajo e necesidad, trayendo los palos
a cuestas".
En qué lugar se efectuó la fundación! ¿Cuál fue ese sitio elegido?
"Aterrarían – dice Domínguez – frente a la actual Oficina Telegráfica, al lado
del Cabildo, donde regolfaban las aguas que tenían por cauce principal el
Caracará-í". Y agrega que, en medio de la toldería de los guaraníes, estaba
"el fuerte de la Asunción, casa cuadrada con dos torreones, en la parte más
alta del sitio". Fulgencio R. Moreno afirma, por su parte, que Salazar
estableció el fuerte "sobre la barranca del río".
En un artículo – aparecido en "La Capital" el 16 de agosto de 1937, con
motivo del 4º centenario de Asunción – decíamos: "¿Cuál fue esa "parte más
alta del sitio", "sobre la barranca del río", donde se levantó la casa-fuerte?
Cuenta la tradición que fue la Loma Cabará, situada en el perímetro 15 de
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Agosto, Avenida República, Convención y Barranco del río. Desde esa


prominencia se dominarían todas las casas de los colonos, que se asomaban
tímidas a la bahía salpicando de blanco la verde y lujuriosa vegetación del
trópico. Allí estuvo después el Convento de Santo Domingo y, más tarde, la
Iglesia de la Encarnación, incendiada luego". Esa loma, en cuya cumbre debió
levantarse el monumento a Salazar, fue desmontada por orden municipal.
(Hoy está allí el Estadio Comuneros).
Juan Manuel Sosa Escalada confirmó nuestra afirmación al año siguiente,
diciendo: "¿Cuál es el sitio elegido para la construcción de la casa-fuerte?.
Una tradición señala el sitio donde estuvo después la Iglesia de la
Encarnación, en la prominencia de la costa del río. Dicha altura linda por el
norte con la orilla barrancosa que da a la bahía; por el sur la hoy llamada
Avenida República; por el este la calle Santo Domingo (hoy 15 de Agosto); y
la actual calle Convención sería su lindero oeste".
Igual que en España y otros países, también en el Paraguay el corazón de
la ciudad fue una fortaleza. Asunción resultó así una base para las
operaciones bélicas contra los indios del Chaco y contra los portugueses del
Brasil, teniendo, de esta suerte, el mismo abolengo militar que Madrid,
originada en la fortaleza-alcázar "Magerit" que los árabes levantaron sobre
una colina estratégica.
Así como el Cuzco se formó por superposición de los edificios españoles
sobre los pétreos de los quéchuas, en Asunción se produjo una
interpenetración del caserío hispánico y los tapýi de los guaraníes, que
terminó por la absorción de estos últimos. Pese a esa absorción, hasta hoy –
persistencia curiosa – Asunción sigue siendo designada en guaraní con el
nombre de Paragua-y.
Durante mucho tiempo se sostuvo que el fundador do Asunción fue Juan de
Ayolas y que la fundación se había realizado un año antes, esto es, el 1º de
agosto de 1536. Fue Domínguez quien demostró el error de tal afirmación,
planteando la cuestión en estos términos: "¿Cómo Ayolas iba a fundar
Asunción el 1º de agosto de 1536, dos meses antes de su partida de Buena
Esperanza, de donde salió el 14 de octubre del mismo año?"
Otros sostuvieron que el verdadero fundador fue Domingo de Irala, pues
bajó con Salazar hasta el lugar de la fundación y era superior a éste en
jerarquía, ya que Ayolas le había dado en Candelaria el poder que tenía de
Don Pedro de Mendoza. Para probar que Irala no bajó hasta Asunción,
Domínguez hace desfilar nueve testigos, todos oculares, soldados de Salazar,
que trabajaron y sudaron construyendo el fuerte. Hay entre ellos cinco
españoles, un portugués y los ingleses Limon, Rute y Corman. Todos
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conforman en excluir a Irala de la construcción del fuerte. Oigamos solamente


a Limon: "Don Gonzalo de Mendoza (en cuyo bergantín venía el declarante),
en un puerto de los indios carios (guaraníes) dio a Irala ciertos bastimentos...
y así dejaron en dicho puerto, donde se habían adobado dichos bergantines,
al capitán Domingo de Irala, y se bajaron (Salazar, don Gonzalo y demás) a
este puerto de la Asunción, el río abajo, hasta llegar a do, según pareció, fue
acordado entre los dichos capitanes Juan de Salazar y Gonzalo de Mendoza de
asentar puerto y pueblo.
Por lo demás, cuando, dos años más tarde, Salazar entregó a Irala la
posesión de la casa-fuerte por servir a sus majestades para la buena guarda
e conserbación desta conquista".
Y el propio Carlos V, en Real Cédula de 1547, según consta en el "Nobiliario
de Conquistadores de Indias", decía a Salazar: "Vos poblasteis la ciudad de la
Asunción". Y sabido es que "poblar" era y es "fundar un pueblo".
Más tarde, el doctor Cecilio Báez sostuvo que el fundador fue Domingo de
Irala, mas no en 1537, sino en 1541, cuando ordenó la despoblación de
Buenos Aires y trajo toda la gente a Asunción. Afirmó que en 1539 "no había
en el puerto más que la estacada o fortaleza. Fue Irala quien, en 1541, de
vuelta de Buenos Aires, fundó la primera planta de la ciudad". Para ello se
apoyó en las palabras te Ruy Díaz de Guzmán, autor de "La Argentina", quien
dice que Irala, "fundó la primera planta de la ciudad" y, que, haciendo
derribar la palizada, trazó las calles de la población, repartió solares entre los
vecinos, destinó otros para los edificios públicos y designó los primeros
cabildantes.
De allí no puede deducirse que nuestra ciudad se fundó en 1541. "Como si
planta – dice Domínguez – no fuese "diseño, delineación de calles", en
tratándose de ciudades. A esta cuenta, el doctor Francia y Carlos Antonio
López serían a su vez fundadores de Asunción, porque también la delinearon".
Y, en sentido figurado, todo impulsor es un fundador. Así, tiene razón Paul
Morand cuando dice en "Aire Indio": "El creador de Buenos Aires no es Juan
de Garay; es Liebig. No es Don Pedro de Mendoza, cortesano enriquecido en
el saqueo de Roma; es el francés Tellier, inventor del frigorífico..."
El doctor Efraím Cardozo ha descubierto en la Biblioteca Nacional de
Buenos Aires el acta de fundación del Cabildo de Asunción, que lleva fecha 16
de setiembre de 1541. De allí deduce que Asunción fue fundada en ese día
por Domingo de Irala. En su concepto, ninguna agrupación que carezca de
Cabildo puede ser Ciudad, cualquiera sea el número de sus habitantes y el
tiempo de su permanencia en un sitio. "Automáticamente – afirma – por el
sólo hecho de la creación del Cabildo y del imperio que se le otorgaba, el
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"puerto e pueblo" se convertía en ciudad". Reconoce que antes del Cabildo ya


existía un "apretujado caserío", al que el propio acta citado califica de
"pueblo", y al cual el cronista Aguirre llama "colonia". No obstante todo ello,
Cardozo considera que "la fundación del Cabildo equivale a la fundación de la
ciudad".
A nuestro juicio, Asunción tuvo categoría de ciudad o "pueblo" desde el 15
de agosto de 1537. En las "Ordenanzas de Poblaciones" de 1523 – única
legislación que resuelve el problema –, se habla de las ciudades, villas y
lugares indígenas a las cuales los descubridores debían poner un nombre;
pero al indicar la forma en que los conquistadores debían establecer las
nuevas ciudades, no se emplea la palabra "ciudad" sino "los asientos de los
lugares que allá se ovieran de hacer e asentar de nuevo". En las ordenanzas
citadas se dice que "hechas las casas en los solares, el pueblo (no la ciudad)
parezca ordenado.", "la orden que tuvieren los tales pueblos e calles
dellos...", "aveys de mandar que en cada pueblo...", etcétera. La palabra
"ciudad" no figura en las "Ordenanzas de Poblaciones", ni en los
nombramientos de los regidores designados en España para el primero,
segundo y tercer "pueblo" a fundarse en el Río de la Plata. Estos tres pueblos
fueron Buenos Aires, Buena Esperanza y Asunción. Se ve, pues, que Asunción
fue un "puerto e pueblo", como dicen los documentos de la época, y que
"pueblo" equivalía entonces a "ciudad".
Fue así cómo, "trayendo los palos a cuestas", comenzaron a levantar, en un
apacible recodo del caudaloso río, la ciudad de Asunción, llamada a ser –
según lo dijera su ilustre fundador – "amparo y reparo de la conquista".

Capítulo V
LA PRIMERA REBELION

Alonso Cabrera, "inspector de fundiciones de oro y plata", llegaba a Buenos


Aires como portador de la Real Cédula, del 12 de septiembre de 1537. Dicho
documento disponía que, en el caso de que el extinto Gobernador Don Pedro
de Mendoza no hubiese designado lugarteniente en el Río de la Plata, se
junten todos los conquistadores y elijan como Gobernador "a persona que
según Dios y sus conciencias pareciere más suficiente para el dicho cargo". El
electo duraría en sus funciones hasta que la Corona designase titular.
Francisco Ruiz Galán y Alonso cabrera se dirigieron juntos a Asunción. Allí
encontraron a Domingo de Irala, que había bajado nuevamente de
Candelaria, pese a las instrucciones dejadas por Ayolas, que le ordenaran

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"aguardarme todo el tiempo que estuviere la tierra adentro, hasta que vuelva
o veáis mi firma de lo que debéis hacer".
Irala sostuvo que no procedía una elección, pues había gobernador, y lo era
él. Hizo constar: 1º el nombramiento de Ayolas como lugarteniente del
Adelantado. En cuanto a Ruiz Galán, éste era solamente jefe de la plaza de
Buenos Aires y "hasta tanto que Ayolas venga o provea e mande otra cosa".
2º La muerte de Mendoza en alta mar. 3º El poder que Ayolas la diera en
Candelaria, que decía: "vos doy otro tal e tan cumplido y entero poder como
yo lo tengo del dicho señor Gobernador". 4º La probable muerte de Ayolas,
pues hacía más de dos años que nada se sabía de él. (Pocos meses después,
en una expedición al norte, vio confirmada su sospecha. Ayolas, después de
cruzar el Chaco y llegar a Charcas – repitiendo la hazaña de Alejo García –,
había vuelto a Candelaria. Y allí había sido muerto por los indios. Los
payaguaes vengaron a Osorio.
Alonso Cabrera, en vista de los títulos presentados por Irala, lo reconoció
como Gobernador. Esto ocurría el 23 de junio de 1539.
A fin de dar más estabilidad a la colonia, que aun se desarrollaba en forma
precaria, el Gobernador Irala pensó en concentrar en un solo lugar todos los
españoles del Río de la Plata. Corpus Christi había sido despoblada por Ruiz
Galán hacía dos años. Irala estudió si le convendría más juntar toda la gente
en Buenos Aires o en Asunción. Esta última ofrecía más ventajas, por razones
de diversa índole. 1º) Causa geográfica: se hallaba situada mis cerca de la
Sierra de la Plata; de allí se emprendería con más probabilidades la conquista.
2º) Causa étnica: los guaraníes eran gente hospitalaria, mientras que los
pampas eran enemigos terribles, sitiadores e incendiarios. 3º) causa
económica: las tierras del Paraguay eran fértiles y los guaraníes avezados
agricultores; en cambio Buenos Aires, con su pampa desolada, no parecía
ofrecer mayor aliciente para la labranza. 4º) Causa política: era quitar la
última autoridad que correspondía a Ruiz Galán, el cual había sido dejado por
Don Pedro da Mendoza con poderes para mandar en Buenos Aires. Además,
Ruiz Galán, que se sentía candidato a sucesor de Mendoza, había dicho de
Irala en cierto, ocasión: "Mira qué hombrezillo, se quiere poner conmigo,
sabiendo cómo vino a esta tierra".
Tales fueron las causas que habrían pesado en el ánimo de Irala para
decidirse por Asunción. A principios de 1541 – a los cinco años de la
fundación de Mendoza –, Irala bajó a Buenos Aires, ordenó el incendio de los
últimos ranchos y trajo los pobladores a Asunción. Poco después, repartió
tierras e indios entre los conquistadores.

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

Alvar Núñez Cabeza de Vaca fue designado por el Rey de España


Adelantado del Río de la Plata. Luego de pelear en Villalar contra los
comuneros de Castilla, había marchado en una expedición a la Florida.
Después de un naufragio, cayó en cautiverio de los indios, pero supo hacerse
pasar por hechicero y llegó hasta México, de donde emprendió el regreso a
España. Dirigiéndose a su nueva Gobernación, llegó a Santa Catalina, donde
supo la despoblación de Buenos Aires. Entonces resolvió encaminarse a
Asunción por vía directa. Venciendo los obstáculos que le oponía una
naturaleza áspera y montuosa, y la hostilidad de numerosas tribus, siguió el
itinerario de Alejo García. Cruzó los ríos Uruguay, Pepirí-Guazú, Yguazú,
Paraná. y Monday. Después de un viaje de 400 leguas a través de bosques,
ríos y serranías, llegó en 1542 a Asunción, donde fue reconocido por Irala
como gobernador.
Al año siguiente, prodújose en Asunción un incendio que duró cuatro días y
que redujo cenizas las tres cuartas partes de la ciudad. El arroyo Jaén –
nombre que quizá le venga del conquistador García de Jaén – sirvió de valla a
las llamas, salvándose las casas que se hallaban al otro lado.
En ese mismo año, Alvar Núñez partía de Asunción al frente de 10
bergantines y 120 canoas, rumbo al Puerto de los Reyes, situado sobre el río
Paraguay entre los 17 y 18 grados. Allí se internaron con destino a la Sierra
de la Plata, pero, después de largas jornadas y con las tropas diezmadas por
la fiebre de esos lugares pantanosos, Alvar Núñez tuvo que emprender el
regreso, coronándose la expedición con el más completo fracaso. El
descontento era unánime.
"Las causas del fracaso de Alvar Núñez – dice Gandía – en parte dependían
de su orgullo y del desprecio con que muchas veces había tratado a lo
conquistadores, soldados muy pagados de su dignidad y a la vez colonos que
por la vida de privaciones que sin excepción todos llevaban, se sentían iguales
ante las dificultades y esperanzas que les presentaba y ofrecía aquella
conquista. Pero si bien su impolítica conducta había contribuido grandemente
a hacerlo impopular y precipitar su caída, es innegable que su ruina, se debió
en primer lugar a la ambición y oposición de los Oficiales Reales, que querían
igualársele en el poder, y a las ansias de mando de Domingo de Irala, el cual
no se resignaba a perder el gobierno que había heredado de Juan de Ayolas".
A los siete años escasos de fundada Asunción, ya sus calles se vieron
agitadas por luchas entre sectores de opinión. La noche del viernes 25 de
abril de 1544, día de San Marcos, estalla la primera rebelión. Irala y los suyos
hicieron llamar a los principales amigos de Alvar Núñez y "mañosamente" los
encerraron en las casas de Lope Duarte y Esteban Vallejo.

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

Ha los mismos instantes, los Oficiales Reales Felipe de Cáceres, Pedro de


Orantes, Alonso Cabrera y Garcí Venegas, penetraron en la casa de Alvar
Núñez, "todos con las mechas encendidas y sus arcabuces cargados y con las
ballestas armadas, y otros con las espadas desnudas", gritando "¡Libertad!
¡Libertad!", y sorprendieron al Adelantado enfermo en la cama, "que no me
podía tener en pie", según sus mismas palabras. Lo sacaron por fuerza de la
cama y en camisa, sin que cesaran los gritos, lo llevaron a la casa de Garcí
Venegas, donde le pusieron unos grillos en los pies y lo encerraron en la
despensa de los criados, estrecha y sin luz, con numerosa guardia de
soldados. Después de esto los revolucionarios dieron una vuelta por la ciudad,
"alborotando y desasosegando", golpeando un tambor y gritando, todos en
coro, "Libertad! Libertad!". En seguida fueron apresados los demás partidarios
de Alvar Núñez. Los Oficiales Reales volvieron a recorrer las calles aquella
misma noche, tocando un tambor y voceando un bando que decía: "Mandan
los Señores Oficiales de Su Majestad que ninguno sea osado de salir de su
casa, so pena de la vida", y entre tanto tocaban un tambor y muchas voces
gritaban: "¡Libertad! ¡Libertad!".
El día siguiente al golpe contra Alvar Núñez, se reunieron ante la casa de
Irala los Oficiales Reales y gran número de revolucionarios, que algunos
documentos de la época llaman "comuneros". Allí el escribano leyó una serie
de cargos contra Alvar Núñez, llamándolo tirano, traidor, etcétera. El mismo
día – pretextando el cumplimiento de la Real Cédula del 12 de septiembre de
1537 –, procedióse a la elección de gobernador. Resultó electo Domingo de
Irala.
Los partidarios de Irala – dice Juan Francisco Aguirre – "probaron que Alvar
Núñez llevaba pintadas sus armas en la vela de su bergantín, lugar en que
debían ir las de Su Majestad; y que, reconvenido sobre ello, respondió que
era él el Rey, manteniéndolas siempre que anduvo por el río" Los Oficiales
Reales le acusaban además de que "en muchas y diversas partes se llamaba e
llamó Yo soy el Rey e Príncipe e Señor desta tierra, e así lo llamaban sus
criados e oficiales", por lo cual pedían una información "ad perpetuam rei
memoria". Recordóse también que en cierta ocasión, Alvar Núñez había
manifestado a los clérigos Martín de Armenta, Luis de Miranda y otros
caballeros lo siguiente: "Los Oficiales de Su Majestad y otras personas me
han dicho que dicen y les ha parecido que hice mal en quitar la bandera que
traía el Capitán Vergara (Domingo de Irala, natural de dicho lugar) en su
navío con las armas de Su Majestad; yo no hice sino muy bien, porque no
piensen los Oficiales ni el Capitán Vergara que ahora es el tiempo de marras,
en que solían ellos hacer esas cosas, que yo soy Gobernador e Rey desta

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tierra, y mis armas han de andar donde quiera que fuere navío y otras
personas".
En Asunción se formaron dos bandos: los "comuneros" o iralistas, y los
"leales" o alvaristas. Menudearon los alborotos y escándalos en las calles. Los
"leales" tramaban poner en libertad a Alvar Núñez. Los "comuneros"
multiplicaban sus precauciones para impedirlo. El estado de efervescencia era
general.
Casi un año duró la prisión de Alvar Núñez. Por fin, en Marzo de 1545, lo
sacaron en brazos y con grillos a los pies para embarcarlo. En la calle, gran
número de "comuneros" hacían guardia en las esquinas para que ninguno de
los partidarios del ex gobernador pudiese acercarse a aquel lugar. Mientras lo
llevaban hacia el bergantín, Alvar Núñez se dirigió en alta voz a todos los que
le rodeaban, diciendo: "Señores, sedme testigos cómo yo dexo por mi
Teniente de Gobernador y Capitán General desta provincia, en nombre de Su
Majestad, al Capitán Juan de Salazar". De inmediato fue embarcado a bordo
la carabela "Comuneros", construida en el astillero de Asunción. El sugestivo
nombre del navío recordaba la Revolución Comunera de Castilla y la rebelión
estallada recientemente en Asunción.
Los alvarists se dirigieron a casa de Salazar y le pidieron que acepte la
designación hecha por el Adelantado, a lo que Salazar accedió. Todos los
presentes le juraron obediencia. Y Salazar, poniendo la mano en la insignia de
su hábito de Caballero de Santiago, juró perdonar a todos los que viniesen
debajo de su gobernación.
Salazar requirió a los iralistas su reconocimiento como Gobernador. Pero los
Oficiales Reales le respondieron que su pedido "es en sí muy impertinente y
fuera de toda razón e camino", y pidieron a Irala que ordene a Salazar "que
no se entrometa directa ni indirectamente él ni otra persona alguna a fazer ni
faga demostración de tan indebido e inusitado poder..." Salazar notificó
entonces a Irala y a los Oficiales Reales que les daba plazo "una hora e no
más" para que lo reconociesen, so pena de proceder contra ellos corno
rebeldes. Pero los que procedieron fueron los iralistas, pues prendieron a
Salazar y lo llevaron preso a casa de Irala. Poco después fue embarcado en
un bergantín, que alcanzó a la carabela "Comuneros" en la isla de San
Gabriel, en el Río de la Plata. De allí Alvar Núñez, y Salazar siguieron juntos
rumbo a España. En esta forma terminó su nueva odisea el que fuera actor de
las guerras civiles de España y, más tarde, aventurero y mago en la Florida.
La siempre acariciada esperanza de conquistar la Sierra de la Plata, se
concretó en un nuevo esfuerzo expedicionario. Alejo García y Ayolas habían
llegado, pero sin conseguir asentar su dominio. Alvar Núñez ni siquiera había
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podido llegar. Ahora era Domino de Irala, quien intentaría la atrevida


empresa. Salió, en efecto de Asunción en 1547 al frente de gran número de
conquistadores. Iba entre ellos Ulrico Schmidl, el lansquenete que vino con
Mendoza, quien en su pintoresca fonética nos habla de "Thonn Pietro
Manthossa", "Hanns Ossorio", Juan Eyolas", "Hanns Salesser", "Domenigo
Eyolla" y "Albernuso Capossa de Wacha"... Irala y sus tropas remontaron el
río hasta el punto donde se encuentra actualmente Fuerte Olimpo. Cruzaron
el Chaco, atravesaron los ríos Parapití y Guapay y llegaron a las faldas de las
serranías del Perú. Fueron recibidos con regocijo por indios que les hablaban
en español. Preguntados por Irala quiénes eran, respondieron que indios de
Chuquisaca, cuyo jefe era el jefe de los españoles. Los buscadores de minas,
quedaron paralizados. "Nos quedamos fríos donde estábamos", expresa
Schmidl. En efecto, fue inmenso el desencanto; tres años de penurias de toda
laya por llegar a la Sierra de la Plata, y encontrarla ocupada ya por otros, por
los que habían llegado del lado del Pacífico. No quedándoles otro remedio,
cruzando de nuevo el Chaco retornaron a Asunción.
Irala siguió gobernando muchos años, hasta su muerte, ocurrida en 1556.
Le sucedieron en el mando Gonzalo de Mendoza, Francisco Ortiz de Vergara,
Felipe de Cáceres, Martín Suárez de Toledo, Juan Ortiz de Zárate...

Capítulo VI
GANADO, TRIGO Y VINO

El aspecto político no es el todo en la vida de los pueblos. Debe


interesarnos también el estudio de la agricultura, la ganadería, las industrias,
las costumbres, el arte, la cultura, las aspiraciones populares, etcétera.
Alfonso Teja Zabre dice: "Al estudiar con criterio moderno la historia
mexicana, podrá encontrarse que los hechos de más trascendencia apenas
notados hasta ahora, son invenciones como el beneficio de metales por
amalgamación de mercurio, implantado en México por Bartolomé de Medina,
a mediados del siglo XVI, la máquina despepitadora de algodón, inventada en
1793 por Eli Whitney y, más tarde, el uso de maquinarias en las minas, el
sistema de beneficio de metales por cianuración y el motor Diesel de
combustión interna. Cada una de estas reformas en el régimen de producción
puede marcar una época entera, mejor que las innumerables mutaciones
dinásticas o políticas.
Y de modo semejante, se descubrirá que la influencia de los caminos, del
maíz, de la sal, de los animales domésticos, de alimentación o de transporte,
constituyen verdaderos factores históricos, y que para la existencia colectiva
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o la redención nacional importan en primer término los procedimientos


industriales que faciliten el regadío, el saneamiento y la alimentación e
higiene del pueblo".
Ocupémonos, pues, del origen de la ganadería, la agricultura y las
industrias en el Paraguay colonial y veamos la influencia que esos factores
históricos ejercieron en nuestra existencia colectiva.
Schmidl cuenta que en la expedición de Don Pedro de Mendoza vinieron al
Río de la Plata 72 caballos y yeguas". Éstos se multiplicaron y esparcieron
luego por la pampa, pero ninguno de ellos llegó a Asunción. Los 25 caballos
que Alvar Núñez trajo consigo en su viaje a través del Brasil, constituyeron el
origen de la riqueza caballar del Paraguay.
En 1550, Nufrio de Chaves, que regresaba del Perú, trajo las primeras
ovejas y cabras. Tal fue el origen de la ganadería lanar y caprina.
En 1555, Juan de Salazar – añorante de la ciudad por él fundada –
regresaba a Asunción por la vía del Brasil. Entre otros hidalgos españoles y
portugueses, venían también Scipión de Goes y Vicente de Goes. Estos
últimos traían 7 vacas y 1 toro. Eso fue el origen de la ganadería vacuna.
EL minúsculo plantel ganadero se benefició poco después con un
considerable aporte. Juan Ortiz de Zárate, poderoso hacendado del Alto Perú,
al ser nombrado Gobernador del Paraguay, se comprometió a introducir en
esta provincia gran cantidad de ganado, tanto caballar, como lanar, caprino y
vacuno. Y encargó la misión de traerlos a Felipe de Cáceres, quién así lo hizo
en 1568 por la vía de Santa Cruz y el Alto Paraguay.
La abundancia del ganado, hizo necesaria en el Paraguay la designación de
ejidos – campos de uso común – para el pastoreo de los animales. "Uno de
los campos elegidos con tal objeto – anota Moreno – estaba en las cercanías
de Tapuá, y el otro en el Chaco, frente a Asunción. Al finalizar el siglo XVI,
existían varias haciendas particulares para la cría de animales, que adoptaron
desde entonces la denominación de estancias".
La sociedad hispano-guaraní asume los caracteres propios del país
ganadero. Igual cosa ocurre en Argentina, Uruguay, Río Grande del Sur. "La
ganadería – anota Zum Felde – va a producir la estancia, el gaucho, la
montonera, el caudillo, determinando así el género de vida y las relaciones
entre los miembros del agregado. El ganado se torna una condición natural,
geográfica, de la región, inherente a ella. El hombre se hace ecuestre, recorre
fácilmente vastas extensiones, se interna en las soledades salvajes, y se
dispersa por el país. En cualquier parte a que vaya encuentra segura su
subsistencia; no tiene más que tirar el lazo o las boleadoras, voltear una res y
churrasquear. El ganado la da, asimismo, el cuero con que puede fabricar
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rústicamente sus botas, su apero, su lazo, su cama, y casi todo cuanto


necesita en una existencia campera".
Los latifundios jesuíticos pusieron, más tarde, una valla a la expansión
ganadera del Paraguay. Pero con la expulsión de la poderosa Compañía, se
produjo paulatinamente la restitución a los nativos de los mejores campos de
pastoreo. "Al nacionalizarse – dice J. Natalicio González –, es decir, al pasar la
ganadería de manos de una entidad extranjera, a las de los criollos, el poder
político derivado de la posesión de tan considerable riqueza, comenzó a servir
la liberación del pueblo de todo poder extraño. Los ganaderos paraguayos se
distinguieron por su adhesión apasionada a la causa de la independencia, y
consiguientemente su fortuna gravitó en el sentido de sus ideales".
El origen de la agricultura paraguaya es guaraní. En las chácaras
predominaban las plantas incorporadas por el indio a la agricultura universal.
Los métodos de cultivo eran los rudimentarios de los guaraníes. Todo
revelaba una marcada influencia de los hábitos indígenas. Los productos
principales de las chácaras eran: el avati (maíz), el mandi'o (mandioca), el
manduvi (maní), el jety (batata), el andai (calabaza), el kumanda (poroto) y
el mandyju (algodonero).
En 1538, es decir, al año siguiente de la fundación de Asunción, los
españoles realizaron la primera cosecha. Entre otros productos, recogieron
420 fanegas de maíz y 45 fanegas de poroto. La segunda cosecha, realizada
en 1539, produjo 160 fanegas de maíz y 218 de porotos. En el mismo año, de
la mandioca industrializada se extrajeron 400 quintales de almidón. Y tres
años después se construían dos silos para conservar los granos del diezmo
real.
Fue así cómo – dice un autor – "entre las opacidades que sus bosques
naturales producen, se hicieron las primeras roturaciones agrícolas, se
enseñaron las primeras letras, se trenzaron los primeros tientos, se cruzó el
primer telar, bulló el primer jabón, se hizo la primera mazamorra, y se oyeron
también, en el místico canto de la iglesia, las primeras melodías musicales..."
A mediados del siglo XVI, se introdujeron varios productos de procedencia
extranjera, cuyo cultivo se generalizó al poco tiempo. En los últimos años del
gobierno de Irala, se introdujo la caña de azúcar. En el mismo tiempo se
introducían también el trigo, el arroz, la cebada y la vid. En la época de
Francisco Ortiz de Vergara, abundaban ya no sólo esos productos, sino
granadas, higos, naranjas limas, sidras, etcétera. En 1573, los melones
figuraban también entre las frutas más cultivadas en Asunción. Martín de
Orué aseguraba que cerca de Asunción hay "los mejores y más hermosos
pastos y aguadas del mundo y tierras de labor". A fines del siglo XVI, según
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pudo comprobar en una visita el Gobernador Hernandarias de Saavedra,


existían en los alrededores de Asunción 399 alquerías y granjas. "La
subsistencia estaba tan adelantada – dice Juan Francisco Aguirre – que ya
casi nada tenían que desear. Las expediciones al Perú les proporcionaron el
bien de algunas plantas, y aunque no se dice cuáles, es probable fuese la más
apreciable la caña dulce. El trigo, la uva, la cebada, estaban ya arraigados,
traídos desde España".
"De los frutos importados – dice Moreno – el que dio vida a la primera
industria fue la caña de azúcar, cuyo trabajo corría a cargo de las indias. La
elaboración de la miel requirió al principio los procedimientos más
rudimentarios, obteniéndose el mosto por la presión de las cañas por medio
de alzaprimas. El primer instrumento algo más eficaz para exprimir la caña
dulce, se debió, según propia referencia, a Diego Martínez, conquistador que
se hizo clérigo a mediados del siglo XVI, y que aparece asimismo como un
hábil industrial que proveyó a la colonia de los primeros anzuelos, agujas,
tijeras, cuchillos, dagas y fuentes de fabricación asuncena. En la misma época
se producía también azúcar en abundancia para el consumo interno, de la
que, en 1556, se envió una pequeña partida, como muestra, a los oficiales de
Sevilla. "El azúcar se hace sin haber maestro, ni ingenio, ni trapiche", decía,
con tal motivo, el fundador de la Asunción, Juan de Salazar. La falta de
maquinarias y personas competentes para la industria dificultó bastante su
desarrollo hasta la llegada de Juan de Garay, quien trajo consigo del Perú "el
primer maestro de hacer azúcar", dando ocasión a un sensible progreso en la
producción de miel, azúcar y dulce, que comenzaron a ser objeto de
exportación.
La introducción de la vid, y su cultivo, que se inició con éxito, dieron
asimismo nacimiento a otra de las industrias más antiguas de la provincia. El
vino que se producía en los primeros tiempos fue, según parece, de excelente
calidad. "Dáse todo viñedo y se coje mucho y buen vino", dice López de
Velasco en su "Geografía y Descripción Universal de las Indias" de 1571. Y
Martín de Orué escribía al rey en 1573 que la cosecha alcanzaba ese año a
más de 6.000 arrobas, agregando que el "vino es bueno y cada día va en
alzamiento". En 1602 existían en el espacio de seis leguas alrededor de
Asunción, 127 viñedos con 1.778.000 cepas.
El vino procedente del Paraguay tenía en Buenos Aires, todavía en 1620, un
precio superior al que se introducía de Chile y Córdoba. Y ese mismo
producto, así como otros no menos apreciados, se exportaba a las
poblaciones del interior. Santa Fe era el punto intermedio del comercio
asunceno con las ciudades del occidente; "es puerto de muchas mercaderías,

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escribía el tesorero Montalvo, que vienen de la gobernación de Tucumán para


subir de allí a la ciudad de Asunción y de allí bajan otros muchos a Santa Fe
de azúcares y confituras y diacitriones y diversidad de conservas y vinos y
otras cosas por los llevar a la gobernación de Tucumán y al Perú". A los pocos
días de fundada Buenos Aires (la segunda, la de Garay) despachábanse
también para España en una carabela una buena partida de productos
análogos, procedentes de Asunción".
Vemos, pues, cómo en el siglo XVI la producción paraguaya había llegado
ya a rebasar los límites de las necesidades locales. Tanto los frutos
vernáculos, como los de procedencia foránea, firmemente adaptados, daban
resultadas espléndidos y abundante cosecha.
De esta manera, mientras el suelo, el clima y otros factores influían
decididamente sobre los destinos materiales de la colonia, dotándola de los
elementos económicos necesarios para su desarrollo, el medio iba marcando,
en líneas psicológicas precisas, las costumbres y las peculiaridades simples
que habrían de manifestarse en el alma nacional.
EL folklore, o ciencia de las tradiciones y costumbres del pueblo, es, sin
duda, utilísimo instrumento para conocer las expresiones más auténticas del
alma popular. Bastaría referirnos siquiera someramente al folklore paraguayo,
para tener una idea de las costumbres y tradiciones que fueron surgiendo en
el Paraguay colonial, como natural consecuencia de la aleación racial y
consubstanciación espiritual de las razas indígena e hispana. Pues el
conquistador español – al revés del inglés de Virginia, que despreciaba las
razas inferiores –, fue hacia la india. "Ocho siglos de convivencia con el árabe
– dice Ricardo Rojas – le habían familiarizado, a pesar de la intolerancia
oficial, con infieles de carne morena. Era hombre sin prejuicios de raza para el
amor; mestizo acaso él mismo, de moro, de gitano, de judío". En el Paraguay,
a la sombra amable de los arazaes (guayabos) se unieron el español y la
india, y nació el mestizo. Y de progenitores españoles residentes en estas
tierras, nació el criollo. Así se fue formando la sociedad paraguaya.
La comunicación, la imitación desenvuelta, la tolerancia y la alianza son –
nos dice Franklin E. Giddings – las actividades esenciales de la asociación.
Como también, según sus propias palabras, "el mutuo auxilio es el
fundamento de la organización económica y de la alianza política. La
asociación no es perfecta, sin embargo, sino cuando es agradable y simpática.
En los juegos de la infancia es donde la simpatía social, el sentido social y el
hábito social se desenvuelven. Más tarde, las fiestas periódicas y las
diversiones más o menos preparadas, llegan a ser importantes medios
auxiliares de la educación social. Los placeres sociales han sido un factor

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capital en la evolución de las comunidades del Oeste en Estados Unidos. La


recolección del trigo, la corta de las maderas, la construcción de cabañas, la
recolección del azúcar y demás operaciones análogas, iban acompañadas de
escenas de diversión alegres y bulliciosas, a las que acudía toda la vecindad,
pues nadie podía negarse cuando se veía solicitado. Las gentes tenían que
afrontar el peligro y las fatigas sin cesar, y resultaba para todos agradable
disfrutar, por un momento, de los placeres que siempre habrán de ser caros a
toda raza fuerte, simple y primitiva".
Como si fuesen calcados sobre tales fundamentos, en el Paraguay se fueron
formando durante el tutelaje hispano, a través de los siglos, idénticos modos
de acercamiento, compenetración y cooperación. Y tan persistentes eran esas
costumbres, que aún subsisten en el campesinado paraguayo.
Así tenemos, por ejemplo, la faena conocida con el nombre de "tarea".
Según añejas usanzas, el dueño de un trapiche invita a los vecinos. Todos
concurren al llamado y prestan su concurso gratuito en las labores de la
fabricación de la miel. Pero, simultáneamente, se van realizando festejos,
consistentes en comidas, mosto, música y baile. Se establecen turnos;
mientras los unos trabajan los otros se divierten, y viceversa. La "tarea" suele
durar una, dos o tres semanas, según sea la cantidad de caña de azúcar que
se ha cosechado. Terminada la "tarea", pasan a otro rancho donde también
haya un trapiche, y allí prosiguen la labor colectiva y el general regocijo.
Ese espíritu cooperativista se manifiesta en todos los trabajos de la tierra.
J. Rodolfo Bordón anota lo que sigue:
"Los vecinos se unen aún hoy mismo, se dan la mano en todo, empezando
desde la construcción de las viviendas en que se ayudan mutuamente. Para la
labranza de la tierra, los más pudientes prestan bueyes y arados a los más
pobres y, alternativamente, se ayudan en la carpida o en la cosecha, lo
mismo que en la molienda de mandioca para la fabricación del almidón. Lo
mismo ocurre en las "yerras" o marcaciones de animales. Las tierras de labor
de diferentes vecinos están cercadas, generalmente, en común, con un
alambrado colectivo, de cuya conservación todos cuidan. En los alrededores
de algunos pueblos existen todavía los antiguos campos comunales (ejidos).
Hasta en la construcción de las iglesias la obra es común, colectiva, en
contribuciones y trabajos. Yo recuerdo todavía, cuando niño, en mi pueblo
natal, Villa Rica, los toques de campana pidiendo agua para llenar
permanentemente el gran aljibe que servía en la construcción del templo".
Grandes fueron, sin duda, aquellos días iniciales. Millares de ganados
pastaban en los campos de uso común. El trigo, cuyo cultivo se había
generalizado, proveía a las necesidades de la población. El vino paraguayo, de
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excelente calidad, se exportaba a Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán y Perú. Y


apoyada en el fuerte espíritu de cooperación que presidía todas las labores
del agro, la colonia progresaba incesantemente.

Capítulo VII
BANDEIRANTES Y DIPLOMÁTICOS ENSANCHAN EL MAPA

Los jesuitas en el Amazonas, los ganaderos en Bahía y los bandeirantes


desde San Paulo hasta Goyaz y Matto Grosso, desempeñaron un gran papel
en la formación del vasto territorio del Brasil.
Los "bandeirantes" eran exploradores y aventureros portugueses y
mestizos lusitano-tupíes que se dirigían al interior del país, primero como
cazadores de esclavos y, más tarde, como cazadores de esmeralda y oro.
Iban a través de la floresta con grandes banderas desplegadas al viento. De
ahí el nombre de bandeirantes. Vestían bombachas como los turcos o
mamelucos. Por eso los españoles los designaban despectivamente con este
último apelativo.
Sus "bandeiras" o expediciones, a través de ríos, selvas y montañas, eran
verdaderas "razzias". Gente sin fe y sin ley, atropellaban a sangre y fuego las
aldeas, destruyendo, matando y arreando – atados en largas cadenas – a los
indios guaraníes, que eran obligados a trabajar como esclavos en las
"fazendas" (estancias) del litoral.
Los "sertoes" (desiertos de vegetación enmarañada) eran el escenario de
estos corsarios de la selva. "Malocas" eran los ranchos de los indios tupíes,
pero llamábase también "malocas" a los terribles asaltos de los bandeirantes.
San Paulo era la puerta del "hinterland". De allí partieron los
expedicionarios que destruyeron las 13 reducciones jesuíticas existentes en el
Paraguay transparanense. De allí partieron también los destructores de las
tres ciudades del Guairá: Villa Rica del Espíritu Santo, Ciudad Real y Santiago
de Xerez. De su paso, los bandeirantes no dejaron otro rastro que las ruinas,
identificadas cien años después.
El elemento de terror fue – según Calogeras – "preparativo inconsciente de
la extensión de la tierra civilizada. Fue la historia local, de que da testimonio
la "debateable land" entre Inglaterra y Escocia, en los días del reino
independiente de los Bruce y los Stuarts. Fue la historia del "far-west"
norteamericano... Es nuestra historia contemporánea, en las zonas aún
desiertas y apetecidas del país, como el Acre y el Purús".

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Las expediciones de los bandeirantes generalmente eran particulares, pero


a veces estaban secretamente dirigidas por las autoridades portuguesas. Al
objetivo económico, se unía un fin político. Más tarde, como vamos a ver, la
obra anónima de los "pioneers" será consagrada por la diplomacia. Así el
Brasil llega a alcanzar sus límites actuales.
"El bandeirante – dice Pedro Calmón – dilató sus dominios, como los
pueblos europeos lo hacían en otros climas del continente. Portugal – perdida
la esperanza del Oriente y considerando al Brasil como su mejor patrimonio –
supo consolidar la expansión de los paulistas y cimentar sus
"descubrimientos", dándoles una base diplomática que construyó durante cien
años".
Los abusos de los bandeirantes paulistas llegaron a extremos increíbles,
debido a que un Gobernador del Paraguay, Luis de Céspedes Xeria, era aliado
de ellos y lucraba grandemente con sus negocios "Estaba casado – dice
Gandía – con una portuguesa, la cual tenía un ingenio en que trabajaban
miles de indios. Además había llegado a Asunción por el camino del Brasil, el
mismo que hacían los bandeirantes, y éstos habían acompañado poco
después a su mujer hasta el Guairá y la misma Asunción. Había, pues, entre
el Gobernador y los bandeirantes lazos de amistad e interés muy grandes,
todo lo cual redundaba en perjuicio de los jesuitas y de las misiones, pues
para favorecer a los portugueses y conseguir indios para el ingenio de su
mujer, el Gobernador del Paraguay desoía las continuas reclamaciones de los
misioneros, daba amplia libertad a los bandeirantes y les permitía que
robasen y matasen todo lo que quisiesen".
En Villa Rica del Espíritu Santo se hizo levantar en 1631 una minuciosa
información, para dejar constancia de los daños causados por los
bandeirantes y de la complicidad del Gobernador Céspedes Xeria, quien
obligaba a los indios "a la saca de la yerba de Mbaracayú en que tantos
mueren".
El jesuita Padre Benavides declaró que, llegado a Villa Rica en 1629 el
Gobernador Céspedes Xeria, éste la refirió que los portugueses que andaban
por la selva eran unos ochocientos, que a él la habían acompañado por todo
el camino y que se había hecho amigo de sus capitanes. En vez de
reprenderlos por sus desmanes, los defendió en todo lo que pudo y cierta vez
le dijo al Padre Benavides, "con indecible cólera y gritería", que repitiese a los
demás jesuitas que se fuesen y "dejasen con los diablos llevar a los indios".
Otra vez le preguntó "por qué los Padres no dejaban a los pobres – es decir, a
los bandeirantes – buscar su vida". Con gran escándalo, el Padre Benavides
terminaba su declaración diciendo que el Gobernador había ordenado a su

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teniente y a las justicias de Ciudad Real que diesen toda su ayuda a los
portugueses y especialmente al cabecilla Andrés Fernandes.
El Padre Maceta cuenta que el Gobernador Céspedes Xeria envió a su
ingenio de Río de Janeiro más de dos mil indios e impuso seis meses de mita
para recolectar la yerba mate, trabajo pesadísimo en el cual morían los
hombres por centenares.
Y el Padre Arnote declaró que las pocas veces que los jesuitas se atrevieron
con sus indios a combatir a los bandeirantes y ponerlos en fuga, el
gobernador se enojó sobremanera. Agregaba que la reducción de San Xavier,
en la que era vicario, fue cercada por los bandeirantes el 22 de Febrero de
1631. Los asaltantes levantaron la palizada y comenzaron a recorrer las
chácaras, arrastrando a todos los indios que encontraban. Un sábado,
"después de mediodía", los bandeirantes entraron en el pueblo con sus turbas
tupíes y empezaron a llevarse los indios reducidos. Los iban a sacar de la
iglesia, de sus casas y hasta de entre los brazos de los jesuitas, pues los
pobres se abrazaban a ellos para que no los robasen.
En pocos años, la república teocrática de los ignacianos desapareció de las
tierras desoladas por los bandeirantes, alejándose hacia el sudoeste, hacia las
tierras del Tebicuary, Paraná, Uruguay e Ybycuí.
Uno de los más audaces bandeirantes fue Antonio Raposo Tavares. Al
frente de 900 bandeirantes y 2.200 indios, armados de escopetas, espadas,
rodelas, machetes y mucha munición de balas y pólvora, partió de San Paulo
en 1628, dejando apenas 25 hombres que pudiesen tomar armas. En otra
expedición, realizada en 1648, bajó por el Paraná hasta Ivinheima, cruzó el
norte del Paraguay y llegó hasta escalar los Andes, en el Perú. Regresó por el
Guaporé, Mamoré, Madeira y Amazonas, tan desfigurado que los propios
parientes no le reconocieron.
Otro osado bandeirante fue Francisco Pedroso Xavier. En 1676 apoderóse
de Villa Rica del Espíritu Santo, la cual, a causa de las depredaciones
paulistas, había sido trasladada del Guairá y distaba apenas 80 leguas de
Asunción. Pedroso despachó en seguida a uno de sus lugartenientes a
apoderarse de Ypané y Guarambaré, situados a 80 leguas escasas de la
capital. Los primeros fugitivos llegaron a Asunción con la noticia. El Cabildo,
reunido apresuradamente, resolvió organizar una expedición de socorro a
Villa Rica, y confió el comando al ex Gobernador Juan Diez de Andino. Éste
inició la marcha, pero como los bandeirantes habían emprendido el regreso,
los dos ejércitos se encontraron en el Amambay. Los españoles realizaron
varios asaltos sobre las posiciones portuguesas sin resultado alguno. Al día
siguiente, fueron los bandeirantes quienes atacaron, pero también
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infructuosamente. Por fin, los intrusos se retiraron, sin ser perseguidos por
Diez de Andino. El Gobernador Felipe Rexe Corbalán no aprobó la falta de
energía de este último.
Portugal quedó bajo la jurisdicción de la Corona española desde 1580 hasta
1640. "En 1578 – cuenta Calmón – el Rey don Sebastián, con todo el ejército
portugués, pereció en los campos de Alcacer-Quibir, en una desastrosa
expedición contra los moros, que puede calificarse de "última cruzada". Sin
herederos directos, dejó el trono a merced del Rey de España, Felipe II, nieto,
por su madre, de don Manuel "el Venturoso". El poderoso monarca venció por
el soborno, en Tomar, y por las armas, en Alcántara, al pretendiente
portugués, don Antonio, prior del Crato, y ciñó la corona lusitana. Durante
sesenta años, Portugal y España estuvieron unidas en la persona de un
soberano común: Felipe II (1580-1598), Felipe III (1598-1618) y Pelipe IV
(1618-1640). Para el Brasil, lejos de ser funesta, fue grandemente ventajosa
la desventura de la madre patria: los españoles pasaron a ser de enemigos,
aliados, y los paulistas entraron en sus tierras, ya que las fronteras – el
meridiano de Tordesillas – habían desaparecido junto con la independencia
portuguesa". Rota la unión en 1640, arreciaron las malocas paulistas sobre
las posesiones españolas.
El Uruguay era para Buenos Aires una gran estancia. Portugal decide
aprovechar para sí la enorme riqueza. Con ese objeto, Manuel Lobo,
cumpliendo órdenes de la Corte de Lisboa, funda en 1680 la Colonia do
Sacramento, en la costa frontera a Buenos Aires. Los portugueses burlaban
así, una vez más, el compromiso de Tordesillas. Apenas instalados,
emprenden la venta de cueros en gran escala, comerciando libremente con
ingleses y holandeses, quienes debido al monopolio español encontraban
siempre cerrados los mercados de América. Partidas de aventureros,
bandoleros e indígenas recorren toda la comarca, arreando y cuereando
ganado, que venden o contrabandean en la costa. El comercio portugués de
cueros en la Colonia do Sacramento toma tal importancia, que el gobierno
español de Buenos Aires resuelve ocupar la región y fundar poblaciones en
ella.
El Gobernador de Buenos Aires, José de Garro, cumpliendo instrucciones de
Madrid, envió al Maestre de Campo Antonio de Vera Muxica con fuerzas
suficientes para arrasar la Colonia do Sacramento. En la refriega, fue tomado
prisionero Manuel Lobo. Al saberse en Lisboa la pérdida de Colonia, ordenóse
de inmediato la concentración de tropas en la frontera con Castilla. El
gobierno español, en su eterna tragedia financiera, no estaba en condiciones
de afrontar la lucha. La tales dificultades, el único recurso que restaba era dar

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satisfacciones a Portugal. El Embajador español en Lisboa diólas en forma


amplia.
Por el tratado de 1681, firmado poco después, España se comprometía a
punir al Gobernador de Buenos Aires, a restituir las armas, municiones y
pertrechos tomados en Colonia y a reinstalar a los portugueses expulsados. El
uso del territorio para cortar leña, pastar ganado, cazar, pescar, etcétera, en
vez de ser atributo de soberanía, pasaba a ser consentido por el invasor, el
cual, a su turno, se abstendría de molestar a los indios y a los vecinos de la
otra corona. Finalmente, se resolvía postergar la investigación de la línea de
Tordesillas. Nuevas comisiones de cosmógrafos se reunirían para decidir si
Colonia quedaba al occidente o al oriente del límite citado.
La obra de los bandeirantes iba dando, pues, sus primeros frutos a
Portugal.
En 1750, este último obtuvo un rotundo triunfo diplomático sobre España. Y
ese triunfo fue obra de un brasileño. Alejandro de Gusmão, nacido en Santos,
había ido a estudiar a Europa, doctorándose en leyes en la Universidad de
Coimbra. Nombrado Secretario de Juan VI, después de haber actuado en
París y en Roma, fue Gusmão quien redactó el proyecto y obtuvo que España
firmara el tratado del 13 de Enero de 1750.
Este convenio legalizaba todas las usurpaciones paulistas, reconociendo los
terrenos ocupados por éstos como pertenecientes a Portugal.
En dicho tratado se consideró, por primera vez, la fórmula uti possidetis, ita
possideatis (como poseéis, así poseáis), como norma reguladora de las
disputas fronterizas.
El tratado de Tordesillas – que regía nominalmente desde hacía más de dos
siglos y medio – quedaba archivado. Los ocupantes no serían detenidos por
diplomas ni pergaminos quinientistas. Regiría el principio de la posesión,
basado en la capacidad para el dominio eficaz y población efectiva de las
nuevas regiones.
Los bandeirantes habían desbrozado el camino de la diplomacia. Y ésta
venía ahora a respaldar, a vigorizar, a consolidar la obra de aquéllos.
Veamos las principales estipulaciones del tratado de 1750. El Art. 4º
expresaba que "los confines del dominio de las dos monarquías principiarán
en la barra que forma en la costa del mar el arroyo que sale al pie del Monte
de los Castillos Grandes". El límite seguía luego por el río Ybycuí, afluente del
Uruguay.
El Art. 5º agregaba: "Subirá la línea divisoria desde la boca del Ybycuí por
las aguas del Uruguay hasta encontrar la del río Pepirí o Pequirí, que desagua

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en el Uruguay por su ribera occidental, y continuará aguas arriba del Pepirí


hasta su origen principal, desde el cual seguirá, por lo más alto del terreno
hasta la cabecera principal del río más vecino que desemboca en el río
Grande de Curitiba, que por otro nombre llaman Yguazú. Por las aguas de
dicho río más vecino del origen del Pepirí y después por las del Yguazú o Río
Grande de Curitiba, continuará, la raya hasta donde el mismo Yguazú
desemboca en el Paraná por su ribera oriental, y desde esta boca seguirá
aguas arriba del Paraná hasta donde se la junta el río Ygurey por su margen
occidental".
El art. 6º decía: "Desde la boca del Ygurey continuará aguas arriba hasta
encontrar su origen principal, y desde él buscará en línea recta por lo más
alto del terreno la cabecera principal del río más vecino que desagüe en el
Paraguay por su ribera oriental, que tal vez será el que llaman Corrientes, y
bajará por las aguas de este río hasta su entrada en el Paraguay, desde cuya
boca subirá por el canal principal que deja el Paraguay en tiempo seco, y por
sus aguas hasta encontrar los pantanos que forma este río, llamados la
laguna de los Xarayes, y atravesando esta laguna hasta la boca del río Jaurú".
Los otros artículos se refieren a los confines del Perú, Ecuador, Nueva
Granada y Venezuela.
Resumiendo, tenemos que el límite establecido era una línea que iba por el
arroyo que desemboca junto al Monte de los Castillos Grandes, y que seguía
por los ríos Ybycuí, Uruguay, Pepirí, San Antonio (que desemboca en el
Yguazú), Paraná, Ygurey, Corrientes y Paraguay hasta la boca del Jaurú.
(Véase Mapa al final).
Por este acuerdo, Portugal cedía a España la Colonia do Sacramento, a
cambio de las siete misiones jesuíticas situadas al norte del Ybycuí y al este
del Uruguay.
Este tratado, desastroso para España, fue objeto de unánime crítica en las
colonias españolas. Los jesuitas, por su parte, tampoco podían ver con agrado
este acuerdo, que los obligaba a abandonar sus tierras después de tantos
años de sacrificio. Y con el agravante de entregarlas a los odiados
bandeirantes. "¿Era a estos enemigos de más de tres generaciones – comenta
un autor – que ingenua o perversamente se entregaban, no la tierra y la
gente, sino la tierra sin la gente? La gente había de dejar sus iglesias que aún
hoy causan la admiración de los viajeros, sus labranzas, sus casas, sus
chácaras fertilizadas incansablemente en lucha secular, tenía que emigrar en
condiciones mucho peores que la primera vez, cuando huyeron de los
mamelucos, pues entonces al menos estaban acostumbrados a vivir del
monte y andaban ajenos a las comodidades de la cultura, y el éxodo debía
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hacerse dentro de un año y sería de 30.000 almas, viejos, mujeres, criaturas,


700.000 cabezas de ganado. ¿Sabíase al menos para dónde?..."
Cuando los demarcadores hispano-lusitanos se dirigieron a Santa Tecla –
cuenta Nery da Fonseca –, se encontraron con el indio Sapé, alférez del
pueblo de San Miguel, a la cabeza de 600 indios. De la reclamación que hacía
el indio Sapé, resaltaba que "no había derecho para tirarles de aquellas
tierras que Dios y San Miguel les tenían dadas". Preguntándosele "¿por orden
de quién venían a embarazar el paso, y no daban cumplimiento a las órdenes
del rey?", respondió: "De orden del Padre Superior y de su Padre Cura".
Al estallar la sublevación de los indios misioneros, conocida con el nombre
de Guerra Guaranítica, aliáronse por un momento los dos vecinos adversarios
para combatir al enemigo común, que era el jesuita. Entre 1754 y 1756, dos
ejércitos, español y portugués, comandados por José de Andonaegui y Gomes
Freire de Andrada, destruyeron las reducciones guaraníes y ocuparon la
región. Caa-Ybaté fue el final de la contienda.
Los comisarios nombrados para la demarcación de la frontera meridional no
pudieron arribar a un acuerdo. Por otra parte, de todos lados seguían
llegando protestas contra el tratado de 1750. Finalmente, por el acuerdo de
1761, fue declarado caduco.
La Colonia do Sacramento fue teatro durante 10 años de guerrillas,
escaramuzas y correrías. Ora tomada por Pedro de Ceballos, ora retomada
por los portugueses, o de nuevo en poder de Ceballos, la codiciada colonia fue
el punto neurálgico del choque de las dos dominaciones. El viajero que
recorre hoy las apacibles calles del barrio viejo de la ciudad uruguaya, en que
cada piedra es un recuerdo, evoca emocionado aquellos días álgidos y duros.
EL 1º de octubre de 1777, España y Portugal firmaron en San Ildefonso un
nuevo tratado por el que procuraban poner fin al litigio mantenido sobre sus
colonias de América. Por tal convenio, España recupera la Colonia do
Sacramento, sin compensación alguna para Portugal. Es decir, conserva las
siete misiones jesuíticas situadas al norte del Ybycuí y al este del Uruguay,
que cedía en el de 1750. Ahora, el límite no va por los ríos Ybycuí y Uruguay,
sino por la Cordillera de los indios Tapes. El nuevo acuerdo es, pues, muy
ventajoso comparado con el de 1750. (Véase Mapa al final).
En cuanto a los otros límites, desde el Pepirí hasta la boca del Jaurú, eran
los mismos que los establecidos en el tratado de 1750.
Refiriéndose a los ríos Ygurey y Corrientec, dice Báez: "Despréndese de
dichos artículos que la intención del Ministro de Estado español, Conde de
Floridablanca, consistía en señalar como divisoria, al norte del Paraguay dos

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ríos concurrentes en sus cabecearas, de los cuales el uno vierta sus aguas en
el Alto Paraná y el otro en el Alto Paraguay".
Ahora bien, ¿cuál eran esos dos ríos, concurrentes en sus cabeceras? El
desconocimiento que se tenía de la geografía americana eran tan grande, que
todo se hacía a base de suposiciones, hasta el punto de expresarse en
solemnes tratados que cierto río "tal vez será el que llaman" de tal modo. Y
ese desconocimiento de la geografía fue la causa de las innumerables
cuestiones de límites que surgieron entre todos los Estados americanos
después de la independencia.
Las discusiones comenzaron durante el coloniaje. Así mientras los
españoles afirmaban que Ygurey era el Ivinheima, los portugueses decían que
lo era el Igatimí. Y mientras los primeros sostenían que Corrientes era el
Blanco, los segundos aseguraban que lo era el Jejuí, el Ypané o el Apa. Los
cosmógrafos y cartógrafos que enviaron España y Portugal nunca llegaron a
un acuerdo sobre los límites fijados en el tratado.
El tratado de San Ildefonso constituyó la cuarta desmembración que sufrió
el Paraguay durante el coloniaje.
Por él perdió el vasto y rico territorio de Matto Grosso. De las otras tres
desmembraciones iremos ocupándonos oportunamente.
Al año siguiente, esto es, en 1778, firmóso entre las dos coronas el tratado
de El Pardo, de carácter preponderantemente comercial. Entre otras
cláusulas, establecía que Santa Catalina podía ser escala para
reabastecimiento de las naves españolas. La regla comercial a observar, sería
la de nación más favorecida. Desaparecía el contrato del tráfico de esclavos.
El tabaco consumido en las islas y costas africanas sería el del Brasil.
Con el transcurso del tiempo, los bandeirantes, cazadores de esclavos, se
convirtieron en cazadores de esmeralda y oro. En sus correrías llegaron hasta
Matto Grosso – que por el tratado de Tordesillas pertenecía a España – y allí
fundaron Cuyabá, San Francisco Xavier, Villa Bella, Coimbra, Albuquerque y
Corumbá. El tratado de San Ildefonso venía a legalizar parcialmente esas
usurpaciones.
Los portugueses, deseosos de adueñarse de más tierras del Paraguay,
hasta el río Ypané, fundaron en 1767, dirigidos por el Mayor Juan Martins
Ramos, el fuerte de Igatimí, a 30 leguas de Curuguaty. Esto les daba la llave
de la sierra de Mbaracayú y les abría una puerta de entrada hacia Asunción.
Pero, en 1777, el Gobernador del Paraguay, Agustín Fernando de Pinedo, los
desalojó de ese lugar. Un año antes, el mismo Gobernador había fundado
sobre el río Paraguay la Villa Real de la Concepción, a fin de contener la
invasión de los portugueses.
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Con el mismo objeto, en 1792, el Gobernador Joaquín Alós encomendó al


Comandante Antonio Zabala y Delgadillo la fundación del Fuerte Borbón (hoy
Olimpo).
Y en 1801, enterado de la guerra que estalló en Europa entre España y
Portugal, el Gobernador Lázaro de Ribera dirigió personalmente una
expedición al Alto Paraguay con el propósito de desalojar a los portugueses
de Coimbra. La bien parapetada guarnición del fuerte rechazó el ataque
español.
En cuanto a las siete misiones jesuíticas a que nos hemos referido
anteriormente, al estallar el conflicto de 1801, fueron ocupadas de nuevo por
los portugueses. Un capitán de dragones, Francisco Barreto Pereira Pinto, al
frente de un grupo de jinetes gauchos, derrotó, en San Borja a las fuerzas
españolas. Desde entonces, esas tierras continuaron sin interrupción en poder
de Portugal, y luego del Brasil, su heredero.
La guerra de 1801 fue el último capítulo de la epopeya comenzada por los
bandeirantes en el siglo XVII.

II PARTE
EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES

Capítulo I
SEGREGACION DE AMAZONAS Y DE CUYO

Hemos visto cuáles fueron los primitivos límites de la Provincia del


Paraguay o Río de la Plata, según la capitulación tomada con Don Pedro de
Mendoza el 21 de Mayo de 1534. Las capitulaciones de Alvar Núñez y de
Domingo de Irala, efectuadas posteriormente, se ajustaron a esos mismos
límites.
Averigüemos ahora si la capitulación tomada con el Adelantado Juan Ortiz
de Zárate el 10 de julio de 1569, confirma o no los límites de referencia.
"Os hacemos merced – dice el documento – de la gobernación del Río de la
Plata con el distrito y demarcación que su Majestad el Emperador la dio y
concedió al gobernador Don Pedro de Mendoza, y después de él a Alvar Núñez
Cabeza de Vaca y a Domingo de Irala..."
Esto pareciera dejar las cosas como estaban. Pero la capitulación agrega:
"...sin perjuicio de las otras gobernaciones que tenemos dadas a los capitanes

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Serpa y Silva".
Hay que tener en cuenta que las fronteras de las posesiones españolas en
América eran trazarlas, muchas veces, arbitrariamente, por la voluntad de los
monarcas, en Cédulas Reales que las delimitaban con mayor o menor
perfección.
La gobernación del Capitán Diego Hernández de Serpa eran las Guayanas,
y la del Capitán Pedro Malaver de Silva era Venezuela.
Estas dos gobernaciones fueron creadas con posterioridad a la de Mendoza.
El límite meridional de ambas pasaba más al sur del Amazonas, en el paralelo
6º 20' de latitud austral. El Paraguay no se extendía ya, por tanto, hasta la
línea del Ecuador, situada al norte del Amazonas. Por eso la capitulación de
Ortiz de Zárate, respetando lo adjudicado a Serpa y Silva, segregaba del
Paraguay la cuenca del Amazonas, desde la línea del Ecuador hasta el
paralelo citado. (Véase Mapa al final).
Por otra parte, al crearse la gobernación de Chile – posterior también a la
de Mendoza – se la dio cien leguas de ancho desde la costa del océano
Pacífico hacia el este. Con esto, la región de Cuyo – actuales provincias
argentinas de San Juan, Mendoza y San Luis –, que pertenecía a la Provincia
del Paraguay, pasó a poder de Chile.
Buenos Aires aún no existía. Pero, con el correr de los años, bajo su
jurisdicción iría a parar la región cuyana. En cuanto a la hoya amazónica,
pasaría en definitiva a manos del Brasil.
La capitulación de Ortiz de Zárate, al no incluir los territorios de Amazonas
y Cuyo, constituyó la segunda desmembración que sufrió el Paraguay durante
el coloniaje.

Capítulo II
SEMBRANDO CIUDADES A LOS CUATRO VIENTOS

En el estadio de la historia de Indias, Asunción comenzó por ser una villa


aglutinante que atrajo a sí todos los pequeños núcleos existentes en el Río la
Plata. A los colonos que con Salazar la fundaron en 1537, agregáronse en
1539 los que trajo Ruiz Galán de Corpus Christi, en 1541 los que despoblaron
Buenos Aires por orden de Irala y en 1542 los que con Alvar Núñez viajaron a
través de las tupidas selvas del Brasil.
Bien pronto, sin embargo, esa corriente centrípeta varió de dirección. Ya en
tiempos de Irala, este Gobernador envió, en 1554, al Capitán García
Rodríguez de Vergara a fundar Ontiveros, en la costa oriental del Paraná, una
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legua más al norte del salto del Guairá. Poco después, en 1556, Ruy Díaz de
Melgarejo trasladaba dicha población a tres leguas más al norte,
rebautizándola con el nombre de Ciudad Real.
Durante el gobierno de Gonzalo de Mendoza, partiendo de Asunción al
frente de numeroso contingente, Nufrio de Chaves remontó el Alto Paraguay,
cruzó el Chaco y fundó Nueva Asunción en 1559 y Santa Cruz de la Sierra en
1561.
Siendo gobernador Felipe de Cáceres, se lanzó Ruy Díaz de Melgarejo, en
1570, a fundar Villa Rica del Espíritu Santo. La fundación se realizó – como
documentalmente ha demostrado Ramón I. Cardozo – a sesenta leguas más
al este del salto del Guairá, en la región de los bosques vírgenes de Cuarajhy-
verá [Kuarajy vera] (resplandor del sol), donde los indígenas aseguraban que
existían ricas minas de oro y plata. De ahí que la bautizaran con un nombre
lleno de promesas y esperanzas: Villa Rica. Desde esa altura se veía el mar
lejano, al que llamaban Mbaé-verá-guazú [Mba'e vera guasu] (cosa grande
resplandeciente). Acosada constantemente por los bandeirantes paulistas,
Villa Rica tuvo que trasladarse cinco veces para no desaparecer. Por eso es
llamada la ciudad andariega. Trasladóse a treinta leguas más al este, luego a
Curuguaty, después a Itapé, seguidamente a Espinillo y por fin al paraje de
Ybytyrusu donde está actualmente enclavada, a treinta y cinco leguas al
sudeste de Asunción (1).
Era gobernador Martín Suárez de Toledo, cuando salieron en 1573 de
Asunción, con Juan de Garay a la cabeza, 9 españoles y 75 "mancebos de la
tierra", o sea jóvenes mestizos paraguayos, para ir a fundar Santa Fe.
El gobierno de Juan de Garay (1578-1583) caracterizóse por el fuerte
impulso expansionista que imprimió a la colonia. Después de haber
reconocido personalmente la zona oriental del Alto Paraguay, envió a Ruy
Díaz de Guzmán – primer historiador paraguayo de la conquista – a fundar
Santiago de Xerez en 1579, en la margen derecha del Mbotetey. (Aún hoy, a
tanto tiempo de la desaparición de aquella villa, se escucha decir a los
paraguayos del norte: "Aha Jere-ñúpe", o sea "Voy a los campos de Jerez").
A Juan Ortiz de Zárate se le ordenaba en la capitulación, fundar "tres
pueblos de españoles allende de los que están agora poblados, los cuales
haréis entre el distrito de la ciudad de La Plata y la ciudad de Asunción, donde
más convenga". La zona que se extiende entre las ciudades de la Plata y
Asunción es el Chaco. Garay, sucesor de Ortiz de Zárate, quiso dar
cumplimiento a esa resolución. Con tal objeto, envió en 1579 a Adame de
Olabarriaga a reconocer la costa del Pilcomayo para fundar una ciudad en el
Chaco. Debido a lo anegadizo del terreno tuvo que abandonarse el proyecto
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por entonces. Seis años después se realizó el propósito, con la fundación de


Concepción del Bermejo.
Hacía casi cuarenta años que la ciudad de Buenos Aires había desaparecido.
Incendiados los últimos ranchos, avanzó el pasto y, cubriendo las cenizas, la
borró del mapa. Ante la vista sólo se extendía de nuevo la pampa infinita.
Fue de Asunción que saldrían los fundadores de la segunda Buenos Aires. El
Gobernador Juan de Garay decidió establecer en el Río de la Plata un puerto
para unir España a Asunción y al Perú. Se realizó, pues, la ceremonia de
levantar un estandarte, tocar trompeta y tambor, y con voz de pregonero
llamar a todos los habitantes de Asunción que quisiesen tomar parte en la
jornada. Se alistaron 10 españoles y 56 "nacidos en la tierra", es decir,
mestizos paraguayos. Partieron de Asunción acompañados de sus familiares,
sus ganados, sus semillas, sus instrumentos de labranza y sus esperanzas.
Garay y sus heroicos compañeros "realizaron – dice un escritor – una hazaña
que hoy se pierde en el murmullo de los autos y entre las cumbres de los
rascacielos".
Algunos de los expedicionarios salieron por tierra, arreando 500 vacas.
Años después, el Gobernador del Paraguay, Hernandarias de Saavedra,
dispone que 100 vacas sean enviadas de Buenos Aires al Uruguay. Dichos
animales fueron desembarcados en el paraje que, desde entonces, se llama
de las Vacas. Así fue como el Paraguay introdujo en la Argentina y en el
Uruguay el primer ganado vacuno, que ahora puebla en millones las pampas
y las cuchillas.
La fundación se realizó el 11 de junio de 1580. El sitio elegido fue la actual
Plaza de Mayo. "Todo se efectúa tranquilamente – dice Larreta –. Se acabó la
epopeya. Uno es el que mata la fiera, otro el que adereza la piel y aforra el
capisayo. No hay por qué omitir la ceremonia de una nueva fundación. Garay
corta hierbas y tira cuchilladas, como lo prescribe la antigua costumbre. El
escribano ahueca la voz. El buen vizcaíno sonríe para sus adentros. Buenos
Aires quedaba fundada definitivamente. Cabildo, rollo, cruz; y su plano, en
pergamino de cuero. Como el suelo era llano, sin el menor accidente, no
había por qué meterse en gambetas. Se trazaron de norte a sur, "leste
ueste", calles perpendiculares. Damero honrado, franco". La planta urbana
comprendía 16 cuadras de frente sobre el río por 9 de fondo. Destináronse
seis manzanas al Fuerte, Plaza Mayor, tres conventos y un hospital; el resto a
las casas y chácaras de los pobladores. Más tarde, repartió otras tierras entre
los colonos, desde la ciudad hasta San Fernando, San Isidro y Tigre.
Al año siguiente, fue Juan de Garay quien, acompañado de treinta
soldados, realizó la primera incursión por tierras australes. Partiendo de
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Buenos Aires, marchaba – según lo cuenta él mismo – "unas veces a la vista


de la costa, otras metiéndome cinco o seis leguas por la tierra adentro". Así
fue a dar a más de sesenta leguas de Buenos Aires, "que si hubiera de ir por
el mar entiendo que fueran noventa, porque hace una gran ensenada". Al
llegar a las playas de Mar del Plata actual, la costa atrajo su atención por su
belleza. "Es muy galana y va corriendo una loma llana de campiña sobre la
mar". El término de la excursión fue una punta, probablemente donde
levántase hoy, acariciada por los médanos, el faro de Punta Mogotes.
Los sucesores de Garay prosiguieron la obra colonizadora. Juan Torres
Navarrete envió en 1585 a Alonso de Vera y Aragón a fundar Concepción del
Bermejo, cerca de las orillas de este último. La fundación se hizo en un lugar
en que había "mucha leña e pesquería e caza e pasto". Los fundadores
llevaron de Asunción 100 bueyes y 300 vacas. Y Juan Torres de Vera y
Aragón – el último adelantado – envió en 1587 a Alonso de Vera a fundar San
Juan de Vera de las Siete Corrientes. Los pobladores llevaban consigo 1500
vacas y 1500 caballos.
De Asunción irradió – durante todo el siglo XVI – el movimiento centrífugo.
De ella partieron españoles y mestizos paraguayos a sembrar ciudades a los
cuatro vientos. Germinación de este magno esfuerzo fueron Buenos Aires,
Santa Fe, Corrientes, Villa Rica, Santa Cruz de la Sierra y otro tantos núcleos
de civilización. Brillante fue, sin duda, el origen del Paraguay. Pero Asunción,
la ciudad madre y fundadora, que aportó los elementos y los medios
económicos para su mantenimiento, quedó anémica, desangrada. "Como el
pelícano de la fábula – dice Domínguez – se desgarró las entrañas, para
alimentar a sus hijos".

Capítulo III
LA PERDIDA DEL LITORAL ATLANTICO

Por el año 1555, llegaba a las costas cálidas y brillantes del Brasil la
expedición en que venían Juan de Salazar, los hermanos Goes y otros varios
hidalgos españoles y portugueses. Entre ellos venían también el Capitán
Hernando de Trejo y doña María de Sanabria.
Estos últimos contrajeron enlace a poco de llegar. En San Francisco,
ubicada en la costa brasileña que pertenecía a la Corona de España y formaba
parte de la Provincia del Paraguay, tuvieron un niño, el más tarde Fray doctor
Hernando de Trejo y Sanabria, que en 1613 fundara en Córdoba la primera
Universidad del Río de la Plata.

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Don Hernando, militar y hombre poco hecho para la quietud, no se hallaba


a gusto en aquellas soledades. Resuelto a buscar nuevos horizontes,
emprende, acompañado de su familia, el camino de Asunción.
Aquí transcurrió la niñez de Trejo y Sanabria. Cuando cumplió 15 años, su
madre pensó que convendría hacerle ampliar sus estudios. Por entonces
llegaron hasta ella noticias del Colegio Franciscano de Lima. Allá iría, pues, a
estudiar el muchacho. El viaje se realizó en menos tiempo que el esperado.
Pasan los años, y el recuerdo del mozo se hace cada vez más difuso entre los
vecinos. Mientras tanto, el joven Hernando vela en Lima. Cumplidos los 23
años, recibía su título de Doctor en Sagrada Teología. Se le encomienda poco
después la dura misión de catequizar a los indios del Perú y de Tucumán. El
19 de junio de 1589 echan a repicar las campanas, más de seiscientos
habitantes toman el camino de Tucumbú para recibirlo y Trejo y Sanabria
entra triunfante en Asunción. En 1592, Felipe II lo nombra obispo de
Tucumán. En 1600 funda en Córdoba un seminario con el nombre de
Convictorio de San Francisco Xavier. Dicho establecimiento es declarado, diez
años más tarde, Colegio Máximo Jesuítico. Trejo y Sanabria hace un
verdadero apostolado de la enseñanza. En 1613 dona por escritura pública
todos sus bienes muebles y raíces y sus rentas al citado colegio, que más
tarde adquiere el carácter de Universidad. Así levantó un monumento al
Derecho y a la libertad en América. Y hoy se levanta la figura del ilustre
criollo paraguayo, envuelta en su tosco sayal franciscano, fundida en bronce y
sobre base de granito, en el centro del patio de la Universidad de Córdoba.
Fallecido el capitán Hernando de Trejo, doña María de Sanabria contrajo
segundas nupcias con Martín Suárez de Toledo. Hijo de esta unión fue
Hernandarias de Saavedra, el primer criollo paraguayo que llegó a
Gobernador de la Provincia del Paraguay o Río de la Plata.
Desde que tuvo 15 años, Hernandarias de Saavedra acudió a conquistas,
correrías y poblaciones. Era uno de los mejores conocedores del país y uno de
los capitanes más experimentados. Infatigable para los viajes, era además
sumamente desinteresado. Fue un modelo de constancia y de honestidad.
Durante cuarenticinco años sirvió a Su Majestad "en esta provincia que es mi
patria". Fue cinco veces gobernador de su provincia. El Cabildo de Asunción lo
nombró Teniente de Gobernador en 1592, Juan Ramírez de Velasco lo designó
su Teniente de Gobernador en 1595, los habitantes de Asunción lo eligieron
popularmente Gobernador en 1598, el Rey lo nombró en tal carácter en 1601
y el mismo volvió a designarlo en 1614.
Hernandarias de Saavedra promulgó, en 1603, ordenanzas en defensa de
los indios, para que no sean vejados ni molestados. Entre otras disposiciones,

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contenían las siguientes: "los muchachos hasta la edad de quince años y las
muchachas hasta de trece" debían ser libres de todo trabajo, lo mismo que
los viejos "que llegaran a sesenta años"; en ningún caso los indios debían
trabajar en los días de fiesta; la forma y el tiempo en que los indios debían
trabajar estaban rigurosamente establecidos; a los caciques se les debía
guardar sus preeminencias y no ocuparlos en ningún género de trabajos; los
encomenderos debían suministrar vestidos y alimentos a sus indios. Análogas
fueron las ordenanzas dictadas en 1611 por el Visitador Francisco de Alfaro. Y
para cumplirlas, designóse Protector de los Indios al propio Hernandarias de
Saavedra.
Se preocupó también grandemente de los criollos y mestizos. "Aunque los
españoles lo tachan – decía un peninsular – de que se inclina siempre a los
criollos y mestizos, es muy honrado caballero, aunque criollo". Arbitrando
medios para que los hijos de la tierra tuviesen estudio, fue el fundador en
1603 de las primeras escuelas en el Paraguay. Expresa en sus "Cartas y
Memoriales al Rey de España y al Consejo de Indias": "Di orden en la dicha
ciudad de la Asunción e hice se pusiesen a estudio en ella más de 30 hijos de
vecinos y más de otros 50 a oficios de los que andaban baldíos y perdidos e
hice se pusiesen a la escuela más cantidad de 150 muchachos". En 1604
fundó la Casa de Recogidas. "En la ciudad de la Asunción – escribe – están
recogidas en casa de una virtuosa mujer, que se dice la Madre Francisca de
Bocanegra, más de sesenta mujeres solteras, pobres y huérfanas, hijas de
nobles padres que han servirlo mucho a Vuestra Majestad en esta provincia.
Muchas de éstas están allí por mi mandato y para el sustento dellas he
procurado favorecerles todo lo posible". En 1617, combatió la costumbre que
existía entre los mozos del campo de pasarse el día tomando "terere", pues
esto los hacía "viciosos, haraganes y abominables ".
Sugestionado con la fantástica Ciudad de los Césares, Hernandarias de
Saavedra resolvió organizar una expedición. Dicha leyenda geográfica tuvo su
origen en el viaje que el Capitán Francisco César hizo en tiempos de Gaboto
desde Sancti Spiritus hasta las pampas de San Luis, donde oyó hablar de la
ciudad del Cuzco y de las riquezas del Perú. Posteriormente la leyenda se
complicó, y supúsose que la misteriosa población quedaba al sur. El
gobernador criollo buscó hombres y elementos en Asunción, Corrientes, Santa
Fe y Buenos Aires; reunidos en ésta última, partieron en 1605, rumbo al sur,
130 españoles y criollos, 700 indios, 600 caballos, 600 bueyes y 76 carretas.
Después de internarse en la Patagonia, la expedición regresó sin haber
encontrado rastro alguno de la Ciudad de los Césares. Después, Hernandarias
de Saavedra realizó dos expediciones más; una a Entre Ríos y Uruguay en
1607 y otra a Corrientes en 1609.
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Con el objeto de evangelizar a los indios, el diligente gobernador envió en


1609 misioneros jesuitas al Guairá, al Paraná, y al Uruguay.
Y – paradojas de la historia – durante la administración de este gran
gobernador, el Paraguay sufrió la más grave de sus desmembraciones.
Para comprender mejor la forma en que se produjo esa desmembración,
conviene estudiar antes cuáles eran los límites fijados entre Asunción y las
ciudades que de su seno surgieron.
A causa de la imprecisión de los términos de las respectivas ciudades, las
mismas encomiendas eran adjudicadas a dos o tres partes distintas, lo que
perjudicaba grandemente a Asunción, que hasta entonces había poseído esas
tierras. Por tal razón, en 1598 el Procurador de la ciudad, Diego de
Olabarrieta, solicitó del Gobernador Hernandarias de Saavedra la fijación
precisa de los límites de Asunción. "Esta cibdad – decía la solicitud – ha más
de sesenta años está poblada y de los cuarenta años a esta parte se han
poblado otros pueblos de españoles, emanados y procedidos de esta cibdad y
a mucha costa della, descarnándola como parece al presente pobre. E pues
como cabeza e primera e más antigua tomó por jurisdicción e distrito más de
cien leguas por todas partes... encomendando indios de repartimientos como
aprehendiendo posesión e jurisdicción en dicho término..." Y terminaba
pidiendo se dé "a cada cibdad su término con citación de las cibdades".
El Gobernador Hernandarias de Saavedra dictó su resolución, señalando
"por término y jurisdicción de la ciudad de Vera de las Siete Corrientes a lo
tocante hacia esta ciudad... El Paraná arriba... desde aquella parte donde está
la dicha ciudad". La jurisdicción de Santiago de Xeres se fijó en la "loma de la
cordillera abajo hacia Mbaracayú, aguas vertientes hacia dicha ciudad de
Xerez, y por la parte de la cordillera arriba, tirando al norte, por la misma
orden vaya la misma lomada corriendo aguas vertientes a esta parte al río del
Paraguay". Como límite de Concepción del Bermejo señaló una línea que iba
por "el medio y la mitad de la tierra entre el río de Araguay (Pilcomayo) y el
de Bermejo" hasta "ocho leguas antes da llagar al río del Paraguay", donde
bajaba, siguiendo paralelamente al río, hasta doblar luego frente a la
confluencia con el Paraná. El acto gubernativo estableció así que los límites de
Asunción con Santiago de Xerez, Corrientes y Concepción del Bermejo eran la
cordillera de Mbaraeayú, el río Paraná y la línea que dividía en dos mitades la
mesopotamia existente entre los ríos Pilcomayo y Bermejo.
En 1607, viendo que las ciudades del Guairá – Santiago de Xerez, Villa Rica
y Ciudad Real – vivían en una incomunicación casi permanente,
completamente apartadas de las corrientes comerciales, Hernandarias de
Saavedra escribió al Rey significándole la conveniencia de segregarlas de la
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provincia y formar con ellas un gobierno aparte. "Tendría por acertado – decía
– y creo irían en aumento, y los naturales serían mejor doctrinados, si
Vuestra Majestad los dividiese deste gobierno a éstos y a Xerez, a quien
tampoco van gobernador y obispo, por estar cien leguas adelante de la ciudad
de la Asunción y es pueblo que se pobló de la gente de aquella provincia del
Guairá". Habría que nombrarle gobernador, "para que teniendo dueño y quien
se duela della, sin cuidado désta, se pueda ensanchar y hacer una buena
gobernación".
Como pasaron algunos años sin que el proyecto se resolviera, en 1615 el
Procurador Manuel de Irías lo reiteró en la Corte. Los pobladores que bajaban
del Guairá a pedir justicia, decía Frías, tenían que atravesar "bosques y
montañas, cordilleras muy espesas, bañados y anegadizos", transportando
por ellos sus embarcaciones y mercaderías "a fuerza de brazos", para
continuar después por ríos de "furiosas corrientes", en que los tripulantes
debían bogar perpetuamente de pie, "al sol y al agua y de ninguna manera
sentados".
El Rey pidió informe al Virrey del Perú, Marqués de Montes Claros, quien lo
envió en éstos términos: "Juzgo muy conveniente hacer una nueva
gobernación, pero porque si quedase con solas las tres ciudades de Guairá
(Ciudad Real), Villa Rica y Xerez, como Hernandarias escribió a Vuestra
Majestad, sería de poca consideración... es mi parecer que se la agregase la
de la Asunción... con lo que quedaría cada uno de los dos gobiernos con
cuatro ciudades".
Desgraciadamente, el informe del Virrey prevaleció sobre el pedido del
Gobernador. Y por Real Cédula del 16 de diciembre de 1617, el Rey dividió la
Provincia del Paraguay o Río de la Plata en dos: A la primera, que también se
llamó del Guairá, correspondían Asunción, Santiago de Xerez, Villa Rica y
Ciudad Real. A la segunda pertenecían Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y
Concepción del Bermejo.
La división se hizo, como dice Moreno, por agregación de ciudades. Cada
una ingresaba con su correspondiente distrito. Por tanto, la línea divisoria
entre las dos nuevas provincias quedaba establecida por la que separaba la
jurisdicción de Asunción de las de Concepción del Bermejo y Corrientes. Poco
después, con la despoblación de Concepción del Bermejo, el Paraguay recobró
sus antiguas posesiones hasta el río Bermejo. (Véase mapa al final).
La división de 1617 constituyó la tercera desmembración del Paraguay
colonial. La forma desacertada en que se efectuó no puede ser achacada a
Hernandarias de Saavedra, que sólo proponía la separación de las tres

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ciudades del Guairá, sino al Marqués de Montes Claros, su verdadero


inspirador.
Esa desmembración fue de consecuencias funestas para el Paraguay. En
efecto, las ciudades del Guairá, que seguían sin fuerzas propias para
defenderse de las malocas paulistas, fueron destruidas. Perdióse el litoral
Atlántico – que pasó a depender de Buenos Aires –, el Paraguay quedó
aislado y comenzó su decadencia.

Capítulo IV
JESUITAS Y COMUNEROS

Entre las Misiones Jesuíticas del Paraguay y la Revolución Comunera que


estalló en este país, existe una relación más íntima de la que generalmente se
cree, ya que la política desarrollada por la primera constituyó en realidad una
de las causas que originaron la segunda.
A su arribo al Paraguay, los jesuitas consiguieron atraer a los indios por
medio de la mansedumbre, de abalorios y de la música. Mientras descendían
en piraguas por los ríos, o abrían picadas en la selva, los misioneros iban
tocando instrumentos musicales y entonando cánticos. Los indios acudían
para escuchar y quedaban subyugados ante el irresistible atractivo.
Los misioneros erigieron sus reducciones en hermosas lomas, a orillas de
frescos arroyos. Los treinta pueblos ofrecían el espectáculo de una edificación
uniforme. En cada pueblo se levantaba la Iglesia. A un costado de ésta se
hallaban el Colegio y los Talleres para diversos oficios. Al otro costado de la
Iglesia estaban el Cementerio y el "Koty guasu" (habitación grande), que
venía a ser el asilo-hospital de la reducción. Las cinco reparticiones citadas
formaban uno de los cuatro lados de la plaza. Los otros tres lados estaban
ocupados por las casas de los indios, todas igualmente blancas, de tejas y
rodeadas de grandes corredores. Fuera del cacique, los jesuitas obligaban a
todos, hombres y mujeres, a ir vestidos con feos camisones de dormir, como
el de las criaturas de un orfanato o internado. Tal supresión de la
individualidad, de la autonomía personal o de familia, fue – en opinión de
Gilberto Freyre – "un régimen destructor de cuanto en los indígenas era
alegría, frescura, espontaneidad, ánimo combativo, potencial de cultura.
Dichos indígenas se artificializaron en una población aparte de la colonial,
extraña a sus necesidades, a sus intereses y aspiraciones".
Una de las fuentes principales de recursos era la agricultura. Los jesuitas
supieron dar a la labranza el carácter de una fiesta. Reunidos en la plaza, los

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indios se dirigían a las sementeras precedidos de la imagen de la Virgen y al


son de violines, guzlas y tambores. Colocada la imagen bajo protectora
enramada, los indios rezaban y luego se entregaban a sus quehaceres. Entre
tanto, en los talleres del pueblo otros indios trabajaban como tejedores,
carpinteros, herreros, plateros, pintores, escultores; doradores, etcétera. Los
terrenos empleados en la agricultura estaban divididos en tres secciones:
"Tava mba'e" (cosa del pueblo, es decir, perteneciente a la comunidad); "Ava
mba'e" (cosa del indio o sea propiedad privada); y "Tupâ mba'e" (propiedad
de Dios, destinada al sustento de las viudas, huérfanos, enfermos, ancianos y
artesanos). "Esta destinación – dice el doctor Blas Garay – sólo era nominal y
dirigida a impresionar el ánimo de los indios, pues todo lo que las reducciones
producían era aportado a un fondo único, empleado en llevar adelante los
planes de la Compañía, y sólo en muy exigua parte en subvenir a las
necesidades de aquellos que los ganaban, gracias al sudor de su rostro, al
trabajo continuo a que los sujetaron los catequistas".
Se ha dicho de las Misiones Jesuíticas que constituyeron una experiencia
del régimen comunista. Esto es un error, pues – como bien lo hace notar el
doctor Alberto Rojas – ni la vida en común, bajo un régimen especial de
disciplina, ni la universalidad del trabajo, no son lo que caracteriza un
verdadero sistema comunista. La nota saliente de esta escuela económica es
la comunidad de riqueza. "El indio – agrega dicho autor – estaba sometido a
un régimen de verdadera servidumbre. ¿Qué mucho que se la dieran tierras
para que las cultivase para sí, estando sujeto a una disciplina rígida que
señalaba de antemano el radio de su acción y el destino del fruto de su
actividad? Era, en verdad, nada más que un instrumento de producción al
servicio de la Compañía. La Orden retribuía su trabajo, es cierto, dándole
alimento, vestuario y vivienda, pero el hecho que marea el carácter específico
del sistema es que el remanente de lo que se consumía ingresaba en las
arcas de la Compañía allende el mar. No puede darse nada más contradictorio
con el comunismo".
Los jesuitas cultivaban en Europa todos los ramos del saber. Descifraban
inscripciones latinas, observaban los movimientos de los astros, publicaban
bibliotecas enteras, libros de controversia, casuística, historia, tratados de
óptica, ediciones de los Padres de la Iglesia, madrigales y sátiras. A ellos se
debió la primera imprenta que funcionó en el Río de la Plata; fue la
establecida en 1700 en Santa María la Mayor, pueblo de las Misiones del
Paraguay situado en la margen occidental del río Uruguay. Ochenta años
después se fundó en Buenos Aires la primera imprenta. De la tosca prensa
tipográfica de las Misiones, construida con maderas de sus selvas vírgenes,
salieron obras voluminosas como el Vocabulario del P. Ruiz de Montoya, el
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Flos Sanctorum del P. Rivadeneira, la Diferencia entre lo temporal y lo eterno


del P. Nierenberg, etcétera. Correcta la impresión, limpias y nítidas sus
páginas, estaban ilustradas con bellas láminas, viñetas y xilografías, grabadas
por los indios Tilcará, Yaparí y otros.
Se colmó de música la vida de los catecúmenos. Los indios despertaban de
mañana cantando. Los jesuitas combinaron hábilmente el estilo religioso o
católico de letanía con las formas de canto indígenas. En la poética colonial,
los padres de la Compañía ensayaban las formas que más se asemejaban a
los cantos de los guaraníes, con estribillo y refranes, para atraer así a los
indios y convertirlos a la fe católica. De las estrofas escritas por los jesuitas
para los neófitos de las reducciones, se conoce hoy la siguiente:

¡Oh, Virgen María


Tupâsy eté,
ava pe ara porâ
oikó nendive jave!

Que traducida, quiere decir, según Affonso de Taunay: "¡Oh, Virgen María,
– madre de Dios verdadero –, los hombres de este mundo – están bien
contigo!"
Pero que en realidad significa: ¡"Oh, Virgen María –, verdadera madre da
Dios –, para el indio es lindo el día – cuando va en tu compañía!".
Lástima fue que los misioneros descuidaran la educación espiritual de los
indígenas, enseñándoles sólo a leer y escribir en guaraní, para preocuparse
únicamente de hacerlos laboriosos agricultores o hábiles artífices en aquellas
artes de que podían obtener más pingües provechos.
Otra fuente de cuantiosas utilidades fue el laboreo de la yerba-mate. Este
negocio costaba la vida a millares de guaraníes. Nos lo cuenta un jesuita, el
P. Ruiz de Montoya: "Tiene la labor de esta yerba consumido muchos millares
de indios... Lastima la vista el verlos... Lleva a cuestas cada uno cinco a seis
arrobas, 10, 15, 20 y más leguas, pesando el indio mucho menos que su
carga (sin darle cosa alguna para su sustento)... ¡Cuántos se han quedado
muertos recostados sobre sus cargas!... ¡Cuántos se despeñaron con el peso
por horribles barrancos!"
El desinterés de los jesuitas no fue tan grande como algunos sostienen.
Afanáronse por acaparar riquezas materiales en menoscabo de su misión
cristiana y civilizadora. "Ejercieron – dice J. Natalicio González – el monopolio
de la tierra; de la yerba; de la riqueza ganadera; del comercio de importación
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y de exportación". La gran masa de indios – 160.000 –, a los que no pagaban


salario, les permitían producir mucho y barato. No pagaban flete, pues
transportaban sus mercaderías en embarcaciones propias, construidas por los
indios. Jamás pagaron impuesto alguno. Aparte de eso, proyectaban su
influencia sobre Asunción sobornando a gobernadores indignos, y negaban el
derecho de visita a sus reducciones a los gobernadores y obispos que no se
les sometían. Todo ello causaba una competencia ruinosa al resto de la
provincia.
Los productores libres nada podían frente a esa poderosa empresa
organizada, que poseía ricas estancias de ganado en Yarigua'a y otros puntos
y que exportaba, sin gravamen alguno, enormes cantidades de yerba-mate,
cuero, algodón, etcétera. Por el contrario, obligados a prestar servicio militar
cada vez que los guaicurúes del Chaco asaltaban a las poblaciones del litoral o
que los bandeirantes avanzaban por el este, careciendo de tiempo para
trabajar, sufriendo gabelas y contribuciones de toda clase, los colonos
españoles, criollos y mestizos, se empobrecían más y más, sin ninguna
esperanza de mejoramiento. Tan pobres estaban, que "apenas tenían
moderada decencia los más de ellos, vestidos de pieles de animales
silvestres, porque no alcanzaban sus fuerzas a poner a sí, a sus mujeres e
hijos, traje y vestuario competente".
Ya veremos luego cómo estos hechos económicos, acumulándose durante
largo tiempo, desembocan finalmente en la Revolución Comunera.
Y remontémonos ahora a los antecedentes políticos de dicho movimiento.
Hemos observado detenidamente la forma en que se desarrolló la
revolución que Domingo de Irala y los Oficiales Reales, con el nombre de
"comuneros", efectuaron en 1544 contra Alvar Núñez, a quien remitieron
preso a España a bordo de la carabela "Comuneros". Tal fue el primer jalón.
Entroncando ese suceso en la Revolución Comunera de Castilla, que en
1520 estalló contra Carlos V, escribe el doctor Viriato Díaz Pérez: "Muchos de
los conquistadores pertenecían a la época "comunera" española. Algunos
fueron testigos, otros actuantes, en aquella contienda. Es natural que
trajesen viva a América la tradición de la protesta candente; los recuerdos
trágicos de la lucha; el eco de los anhelos sofocados en Villalar. El grito de
"¡Libertad!" ya representa un precoz sentimiento de autoridad local, de vida
autónoma, en el núcleo originario, que ensaya oponerse al mandatario del
exterior. Podría representar el vasco Irala, en el reducidísimo escenario, un
aspecto del característico antagonismo íbero entre pequeñas entidades
autónomas del terruño, locales, y los representantes del poder absoluto
centralista, contrario a todo fuero".
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El segundo jalón fue el golpe contra el Gobernador Felipe de Cáceres en


1572. Hallábase éste oyendo misa en la Catedral cuando a un grito del Obispo
Fray Pedro Fernández de Latorre, todos se precipitaron sobre él. "Fue cogido
por los cabellos – dice Juan Francisco Aguirre –, golpeado y llevado en
volandas al Convento de la Merced, donde le encerraron, engrillaron y ataron
a una cadena, que remataba en un cepo, cuya llave paraba en poder del
Obispo, quien vivía en el cuarto inmediato al de la prisión". Martín Suárez de
Toledo, gran amigo del Obispo, lanzóse a la calle con los partidarios de
Latorre al grito de "¡Libertad!" y asumió el mando de la Provincia.
Los ecos de estos gritos continuaron repitiéndose en la historia paraguaya.
Y así encontramos el tercer jalón. Fray Bernardino de Cárdenas, franciscano,
era gran amigo de los indios. Siendo Obispo del Paraguay, comenzó a visitar
los pueblos y reducciones del interior. Pero al intentar penetrar en las
Misiones Jesuíticas, halló una tenaz resistencia de parte de la Orden. Al llegar
a Yaguarón, 800 indios, incitados por los jesuitas y conducidos por el ex-
Gobernador Gregorio de Hinestrosa, invadieron el pueblo para apoderarse del
Obispo. Esto tuvo que huir a Asunción. Hasta allí le siguió con sus tropas
Hinestrosa, que durante su gobierno había sido un dócil instrumento de los
jesuitas. Se apoderaron de Cárdenas, "vendáronle los ojos, le sacaron
arrastrado desnudo a la calle, y en una mala canoa le desterraron de la
ciudad". Después de dos años de exilio, el Obispo Cárdenas regresó a
Asunción, donde gozaba de mucho prestigio. En 1649 el pueblo de Asunción
lo aclamó como gobernador. Aplicábase así la Real Cédula del 12 de
Septiembre de 1537, que autorizaba a elegir popularmente gobernador
interino hasta tanto que la Corona designase el titular. Poco después, a
pedido del Cabildo, Cárdenas expulsó a los jesuitas, medida radican y
temeraria con que se adelantó a la ordenada por Carlos III en 1767. El hecho
constituía una verdadera revolución. El Virrey del Perú designó de inmediato
gobernador a Andrés de León y Garabito, con un mandato expreso de
someter a la rebelde provincia. Garabito, secundado por los jesuitas, armó un
ejército de 4.000 indios y se dirigió hacia la capital. Asunción se aprestó a la
defensa. Después de reñida batalla, Garabito entró en la ciudad; los indios
cometieron crímenes de toda laya. Las familias asuncenas huyeron al Chaco.
Apresado Cárdenas, fue nuevamente desterrado. Después de peregrinar
muchos años en busca de justicia, la Santa Sede examinó su causa y lo
eximió de toda culpa.
Y así llegamos a la época en que va a desarrollarse la Revolución
Comunera. He aquí un documento que ilustra con toda precisión sobre las
cansas del movimiento:

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

"Los religiosos de la Compañía de Jesús tienen y han tenido siempre a esta


miserable provincia sujeta, abandonada y arruinada. Acosta del sudor,
cuidado y desvelo de las armas de los vecinos, usufructúan todo lo pingüe de
sus riquezas. Avasallan al pueblo con sus amenazas; lo tienen en suma
pobreza, cogiéndose las mejores tierras de la Provincia, por ocupar las cuales
pagan arrendamiento los propios que las defienden de los salvajes con su
sangre y con su vida. Ocupan propiedades ajenas, quemando las casas de los
vecinos. De ese modo, se apropiaron de las tierras que, partiendo del río, al
sur de la ciudad, tienen de largo legua y media, y tres de ancho. A éstas
siguen las tierras de San Lorenzo el Viejo y San Lorenzo el Nuevo, hasta dar
en el Campo Grande; de modo que por ese lado cogen todo lo mejor de la
tierra inmediata a la ciudad. De allí a 4 leguas, en el paraje Guayaiví-ty
[Guajaivity], tienen otra posesión. En los campos de Pirayú [Piraju] tienen
dos posesiones unidas en una, que cada una tiene dos leguas de largo, y de
ancho en parte otras dos leguas; las sigue otra que llaman Paraguarí; otra
incorporada en la cordillera arriba, que llaman los Naranjos; otra en Yarigua-
á-guazú, en Yarigua-á-mí, en Tapytanguá, en Guazutay, hasta las cabezas del
río Caañabé [3]. Todas estas últimas, juntas e incorporadas, como lo están,
tienen de circunvalación más de 5 leguas, siendo la mejor de toda la Provincia
en pastos, aguadas, montañas y abrevaderos, habiendo adquirido todo este
dominio por sola su autoridad. Fundando su derecho en una merced, que
dicen les hizo don Gregorio de Hinestrosa, mudan sus lindes, como hoy lo han
hecho, extendiéndose desde el arroyo Ibembí e [Ivembi'e] hasta el Pirayubí
[Pirajuvi], introduciéndose y quitando tierras de su estancia a los indios de
Yaguarón, de unas seis leguas de longitud; por otro costado, desde el dicho
Ibembiré [Ivembire] hasta Ybytimiré [Ybytumire], se han apropiado de otras
cinco leguas; además de unas 16 leguas que pretenden de otros vecinos.
Todas estas tierras son para un colegio que nunca mantiene más de 5 ó 6
sujetos, cuando bien pueden acomodarse en ella más de 200 familias que
andan vagando, sin tener un palmo de tierra en el Real Servicio, después de
haber conquistado esta tierra a costa de sus vidas. No siendo menos
perjudicial esto, por el atajo que hacen de los caminos públicos en todo lo que
dicen ser suyo, causando a los vecinos de esta Provincia innumerables
trabajos, y pérdidas de hacienda y vidas, por los rodeos que les obligan a
hacer por los caminos y arroyos crecidos. No es menos el daño que esta
Provincia experimenta de dichos religiosos por el modo con que se tienen
abarcado el comercio del río y de la tierra a título de Misiones y Bienes
Eclesiásticos, sin pagar la Real alcabala, derecho de estanco a la ciudad ni los
diezmos a la iglesia, alzándose con los yerbales de que esta ciudad es dueña,
enviando a sus indios tapes para que echasen, despojasen y matasen a los
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beneficiadores españoles de dichos yerbales y a beneficiar grandísimas


cantidades cada y cuando quieren, por su propia autoridad, sin licencia ni
noticia de los señores Gobernadores, como lo hacen y ejecutan los españoles
y los demás pueblos de indios de esta Provincia". (Arch. Nac., Acta Capitular
citada por J. Natalicio González").
Por su parte, Matías Anglés y Gortari dio su informe en los siguientes
términos: "Con toda verdad se puede afirmar, que estos pocos sujetos del
Colegio tienen excesivamente más en el Terreno del Paraguay, que lo que
gozan y les resta a todos los vecinos del Paraguay, y su Provincia, que se
compondrá de diez mil españoles capaces de llevar armas, y lo menos
cincuenta mil españoles.
A los vecinos no les han quedado, ni tienen más tierras que las de las
montañas o fronteras, que están continuamente defendiendo de tanto infiel
enemigo, con riesgo de sus vidas, a su costa. Es de ponderar, que aún las
más de las tierras que estos soldados españoles ocupan, son también de los
padres de dicho Colegio, por las cuales pagan anualmente arrendamiento bien
crecido, que cobran los dichos padres con notable rigor.
En el Colegio de la expresada ciudad de Asunción, tienen los padres dos
almacenes públicos, en los cuales se venden todos los géneros de Castilla
gastables en la ciudad y el país, y ropa de la tierra y paños de Quito. Y como
los padres conducen estas memorias de género y ropa de la tierra desde
Buenos Aires y Colonia, sin costo alguno, con sus indios y sus embarcaciones,
y no pagan fletes ni alcabalas ni otros derechos ni impuestos, aunque sean
muy precisos y obligatorios, bajan un poco del precio corriente a que los
pueden vender los comerciantes, que pagan y contribuyen con todas estas
pensiones y tienen tan crecidos gastos y costos en la conducción, y de esta
suerte venden los dichos padres memorias crecidas de géneros y ropa en
perjuicio considerable de los haberes Reales, y gran quebranto y atraso de los
comerciantes, que se eternizan en lo que llevan.
Los padres de dicho Colegio tienen abarcado todo o la mayor parte del
comercio de la Provincia, y recogen la substancia de cuanto produce. Se han
adelantado de tal suerte en el manejo de todo lo que puede producir utilidad
conveniencia, y son tantas y tan opulentas las estancias que tienen, tan
cuantiosas las ventas que hacen, que casi penden todos los vecinos del
arbitrio de sus Reverencias".
Compendiemos en lo posible el desarrollo de los acontecimientos.
En 1717 es designado Gobernador del Paraguay Diego de los Reyes
Balmaceda, muy vinculado a los jesuitas. Poco después, el vecindario formula
contra Reyes las siguientes acusaciones: 1º) Haber asumido la gobernación
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sin "dispensa de naturaleza", pues estaba casado con la asuncena Francisca


Benítez, y las leyes prohibían la provisión de los cargos con vecinos de una
provincia. 2º) Haber impuesto en provecho propio el servicio personal a los
indios, contra lo dispuesto por las Ordenanzas de Alfaro. 3º) Injusta guerra a
los payaguaes. 4º) Haber establecido impuestos nuevos sin autoridad para
hacerlo. 5º) Trabas puestas al comercio. 6º) Haber interceptado los caminos
a Charcas para impedir la presentación de las denuncias formuladas en contra
de él. La Audiencia de Charcas designa entonces Juez Pesquisidor en la
Provincia del Paraguay al doctor José de Antequera y Castro, Caballero de la
Orden de Alcántara y Protector de los Indios del Perú. Este distinguido jurista
panameño comprueba la veracidad de las acusaciones contra Balmaceda. Un
pliego cerrado que traía le autorizaba a ejercer la gobernación en caso de
resultar culpable Balmaceda. Antequera asume, pues, el gobierno del
Paraguay. Balmaceda huye. Pero luego, repuesto en el cargo por el Virrey del
Perú y Arzobispo de Lima Fray Diego Morcillo, vuelve a la cabeza de 6.000
indios facilitádosle por el Superior de los Jesuitas. Se detiene, sin embargo,
en Tabapy [Tavapy], y luego se retira. El Virrey encarga entonces a Baltasar
García Ros la reposición de Balmaceda en el gobierno. Antequera declara ante
el Cabildo: "El pueblo reservó en sí una facultad, especialmente en lo que
mira a las leyes del gobierno político, a las que tienen su fundamento en el
Derecho Natural. El pueblo puede oponerse al Príncipe que no procede "ex
acquo et bono". No todos los mandatos del Príncipe deben ejecutarse".
Estamos en 1723. Comienza la Revolución Comunera. El Cabildo asunceno
acuerda solemnemente no acatar ni a Balmaceda como gobernador, ni a
García Ros como enviado del Virrey, y ratificar en el mando a Antequera.
García Ros, auxiliado por los jesuitas, parte con 2.000 indios. El Cabildo
encarga a Antequera la, jefatura del ejército y expulsa a los jesuitas de
Asunción, dándoles el plazo perentorio de 3 horas. (Es la segunda expulsión,
pues la primera fue realizada por el Obispo Cárdenas). Antequera marcha al
encuentro del ejército invasor y lo derrota a orillas del Tebicuary. A su
regreso es recibido triunfalmente por la ciudad. Todos los pueblos envían
emisarios y mensajes que demuestran la popularidad de la caunsa por él
defendida. Además del apoyo del Cabildo, Antequera cuenta con el de los
franciscanos, cuyo espíritu liberal estuvo siempre en oposición al absorbente
y dominador de los jesuitas. Pero el Virrey ordena terminantemente a Bruno
Mauricio de Zabala, Gobernador de Buenos Aires y fundador de Montevideo,
que se dirija al Paraguay contra Antequera. Zabala, al frente de un ejército de
6.000 guaraníes de las Misiones, se dirige a Asunción. En la imposibilidad de
resistir, Antequera se ve obligado a dirigirse a Córdoba, donde se refugia en
el Convento de los Franciscanos. Ramón de las Llanas, jefe interino, no
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puede, dada la escasez de armas, organizar la defensa en forma eficaz.


Zabala entra en Asunción, repone a los jesuitas en su Colegio y nombra
gobernador a Martín de Barúa. Así termina la primera etapa de la Revolución
Comunera.
Estando en el Convento de San Francisco, en Córdoba, Antequera oye
pregonar un bando del Virrey por el que se ofrece cuatro mil pesos de premio
a quien lo entregue vivo o muerto y dos mil al que denuncie su paradero.
Esperanzado en la Audiencia de Charcas, que lo había enviado al Paraguay,
Antequera intenta presentarse ante ella a rendir cuenta de sus gestiones.
Pero la Audiencia le hace apresar y lo envía a Lima ante el Virrey. Lo
acompaña Juan de Mena, su fiel compañero de causa. En la cárcel de Lima,
Antequera traba amistad con otro panameño: Fernando de Mompós, a quien
entusiasma con la causa popular de los asuncenos. Mompós consigue huir de
la prisión y se dirige al Paraguay. Elocuente orador, se pone a predicar
públicamente en las calles de Asunción. Sostiene que "el poder del Común de
cualquier República, ciudad, villa o aldea es más poderoso que el mismo Rey.
En manos del Común está admitir la ley o el gobernador que gustase, porque
aunque se los diese el Príncipe, si el Común no quiere, puede justamente
resistir y dejar de obedecer". Son los mismos conceptos de Antequera,
expuestos en diferentes términos. Se produce una honda conmoción política.
Alrededor de Mompós se forma el partido "comunero". Allí están el Cabildo,
los franciscanos y la inmensa mayoría del pueblo. En el partido "virreynalista"
se nuclean los jesuitas y sus escasos partidarios. Los bandos representan dos
fuerzas: la impulsora y la retentora. "Ambas fuerzas son – como observa Zum
Felde – inherentes a la economía biológica del agregado; todo organismo
social necesita de la lucha de elementos dentro de sí para conservarse y
evolucionar. Un país sin partidos políticos, sin lucha de tendencias, es un país
estancado, esterilizado, inánime. El sueño de la paz perfecta, del perfecto
acuerdo, es contrario a la evolución orgánica, que requiere movimiento y
lucha. Cuanto más turbulento y apasionado sea un pueblo joven, tanto más
vigorosa y fecunda será su madurez". El gobernador Barúa se hace grato al
pueblo asunceno. Pero he aquí que el nuevo Virrey, Marqués de Castelfuerte,
designa Gobernador del Paraguay a un pariente suyo, Ignacio Soroeta. Los
comuneros declaran que no aceptan otra autoridad que la de Barúa y el
Cabildo intima a Soroeta a salir inmediatamente de la Provincia. Como Barúa
se niega a continuar en el mando, los comuneros eligen una Junta
Gubernativa y a José Luis Barreiro como Presidente de la misma. Por
desgracia, el tal Barreiro resulta un traidor; tiende una celada a Mompós, lo
apresa y lo entrega a las autoridades de Buenos Aires. Por vía Colonia do
Sacramento, Mompós huye al Brasil. Estalla una revolución contra el traidor
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Barreiro; los jefes de los pueblos de la Cordillera marchan con gente armada
sobre la capital; se apoderan de ella y eligen Presidente de la Junta
Gubernativa a Antonio Ruiz de Arellano.
Después de estar en la cárcel durante cinco años, Antequera es condenado
a decapitación en el cadalso. El pueblo limeño implora el perdón de la víctima.
Esta es muerta camino del suplicio. Poco después es ejecutado Juan de Mena.
La llegada de estas noticias causa inmensa indignación en los comuneros
asuncenos; el Colegio Jesuítico es asaltado y los miembros dé la Orden
expulsados por tercera vez. La hija de Juan de Mena, que llevaba luto por su
esposo Ramón de las Llanas, al enterarse del suplicio de su padre, arroja las
negras vestiduras y se presenta al pueblo vestida de blanco, "porque no era
bien llorar vida con tanta gloria tributada a la patria".
El Virrey no cede en su pretensión de imponer gobernadores al Paraguay.
Es enviado en tal carácter Manuel Agustín de Ruiloba. Éste, apenas llegado,
comienza a despotricar contra los comuneros. Estalla contra él una
insurrección; la gente cordillerana se concentra en Guayaibity [Guajaivity],
cerca de Itá; Ruiloba sale para combatirlos y es muerto en la lucha. Los
comuneros proclaman Gobernador al Obispo franciscano Fray Juan de
Arregui. Éste deja poco después el gobierno.
El virrey ordena nuevamente a Bruno Mauricio de Zabala apagar la rebelión
ejecutando medidas represivas. Al frente de 6.000 indios de las reducciones
jesuíticas, Zabala avanza contra los comuneros, venciéndolos en Tabapy
[Tavapy]. Es el año 1735. Entra en Asunción, repone a los jesuitas en su
colegio, designa Gobernador a Martín José de Echauri, declara abolido el
derecho de elegir gobernadores en casos de vacante – privilegio que Asunción
tenía desde 1537 –, condena a muerte a los principales jefes comuneros y
hace perseguir cruelmente a otros que se habían refugiado en los montes
después de Tabapy. Quedaba terminada la última etapa de la Revolución
Comunera.
¿En qué consistió, pues, la ideología comunera? Su contenido económico
fue éste: extinción del monopolio ejercido por los jesuitas en las riquezas
básicas del Paraguay. Y éste su contenido político: defensa de la autonomía
regional y de las libertades públicas contra el absolutismo centralista del
Virrey.
El pueblo mantuvo – dice Díaz Pérez – "vinculación inmediata, tradicional y
natural con la entidad popular democrática y netamente hispana del Cabildo,
en oposición a la arbitraria de las jurisdicciones políticas absolutistas
representadas en cierto modo por la Audiencia y el Virreynato. Durante este
período, hubo batallas en las calles y en los campos, entre comuneros y
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virreynalistas; vienen de luengas tierras héroes y tribunos populares que


levantan en masa el país; se predica ruidosamente en las calles asuncenas la
doctrina de la prioridad del Común sobre toda otra autoridad; el pueblo y el
Cabildo gobernarán autónomamente; se creará con asombro de los tiempos
nada menos que una Junta Gubernativa, en pleno siglo XVIII, cuando aún no
se había producido la Revolución Francesa (ni la Estadounidense). Los
jesuitas tocarán todos los resortes para imponerse. El Papa, el Rey, el Virrey,
la Audiencia de Charcas, todas las potestades soberanas entrarán en juego,
hasta que la causa de la comunidad, desmayada y agotada, en lucha contra
innúmeras adversidades, venga a ser ahogada en sangre, permitiendo el
triunfo del absolutismo centralista". Por eso, Díaz Pérez afirma que la causa
capitular era la local y había de ser más tarde la nacional, y que los
elementos populares que la secundaban anticipáronse a la actitud que,
andando el tiempo, habían de asumir los revolucionarios de la Independencia.
"Los jesuitas y los comuneros – dice el doctor Justo Pastor Benítez –,
fueron dos sociedades en lucha, dos organizaciones que chocaron. El Cabildo
encarnó los intereses de la provincia contra los gobernadores que secundaban
el predominio jesuítico y el absolutismo. Hay en el fondo de esa resistencia un
fuerte apego a los fueros municipales, una tendencia a conseguir el
predominio civil del Cabildo en la naciente sociedad colonial, como expresión
de autonomía, de gobierno propio. La revolución compendiaba las quejas y
aspiraciones de la provincia contra el absolutismo, el desamparo, los
excesivos gravámenes económicos y la desigualdad de situación frente a las
opulentas Misiones; la reivindicación de su tradición jurídica y de la primacía
de la voluntad del Común".
Antequera fue, sin duda, la figura de mayor relieve de aquel memorable
movimiento. "No rompió – dice Benítez – la imparcialidad del juez, sino que
puso su autoridad al servicio de la justicia verificada. Entrevió en aquella
confusa rebelión un fondo de aspiraciones legítimas; vio la preterición en que
vivían los paraguayos y se puso a acaudillarlos para defenderlos. Era
elocuente, ejecutivo y contagioso. Llegado del otro extremo del continente, se
hizo el vocero del Cabildo, amparo jurídico éste de la sociedad civil del
coloniaje. Nunca fue un demagogo. Caudillo sí y vocero eminente de la causa
popular. Luchó y sufrió. Sus ideas, sus luchas, su altivez, su martirologio,
hacen del doctor José de Antequera y Castro un precursor de la
independencia americana".
Los paraguayos celebraban su recuerdo en coplas que cantaban al son del
arpa y la guitarra:

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A la puerta de mi casa
tengo una losa frontera
con un letrero que dice:
¡Viva José de Antequera!

Para que sirviese de escarmiento a la rebelde provincia, la Audiencia de


Charcas expidió arbitrariamente un auto, en 1739, por el cual constituía a
Santa Fe en "Puerto Preciso" para todas las embarcaciones del Paraguay,
prohibiendo que éstas siguieran directamente a Buenos Aires. Los barcos,
después de hacer su descarga en Santa Fe y de abonar los ruinosos
impuestos de arbitrio, sisa y alcabala, no podían seguir por el río hasta
Buenos Aires. El impuesto de arbitrio estaba destinado a costear 200 soldados
para la defensa de Santa Fe. El de sisa, a las obras de fortificaciones de
Buenos Aires y Montevideo. Y el de alcabala era el impuesto sobre las rentas
y transacciones en general. Los comerciantes estaban obligados a seguir el
viaje por tierra, conduciendo en carretas los frutos del Paraguay. Además, la
conducción no podía ser efectuada por los forasteros, pues los santafecinos
tenían por una ley el monopolio del transporte terrestre. Todo ello causaba un
perjuicio terrible a la Provincia del Paraguay.
Buenos Aires, abogando "pro domo sua", pidió la revocación de aquella
medida inconsulta que la perjudicaba. Alegaba "los perjuicios que de ella se le
seguían y aún su total ruina y exterminio, que es forzoso se siga con el
abandono de su único comercio, que es la yerba y los efectos del Paraguay".
De nada sirvió esta representación, como tampoco la que a su vez hizo el
Paraguay en el mismo sentido.
Sofocada la Revolución Comunera, los jesuitas continuaron en el Paraguay
treintidós años más. En Europa, la Orden era muy combatida por sus
maquinaciones políticas. Especialmente en Francia, Portugal, España, Holanda
y Flandes. Se los fue expulsando de todos esos países. En 1767, aconsejado
por su Ministro el Conde de Aranda, Carlos III los expulsó de la Península y de
sus posesiones ultramarinas. Tuvieron que abandonar, pues, las Misiones del
Paraguay. Los indios se dispersaron. La selva tentacular inició su avance. Y de
las reducciones se adueñó el silencio. Convertidas en taparas, de ellas sólo
quedaron las ruinas de sus iglesias de piedra tallada, sus retablos
churriguerismos y sus frescos primorosos.
Diez años más tarde, esto es, en 1776, una Real Cédula creaba el
Virreinato del Río de la Plata, con territorios que hasta entonces habían
pertenecido al Virreinato del Perú. La nueva jurisdicción abarcaba Argentina,
Uruguay, Paraguay y Bolivia actuales, además de Río Grande del Sur (hoy
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brasileña). Los motivos determinantes de la creación del nuevo virreinato


fueron dos: la dificultad de administrar desde Lima tan vasto territorio, y la
necesidad. de establecer a orillas del Atlántico un poder capaz de oponerse a
las continuas usurpaciones portuguesas. Buenos Aires fue designada capital
de la nueva entidad.
El Virreinato del Río de la Plata tuvo su andamiaje político en la Real
Ordenanza de Intendentes, promulgada en 1782. Ella dividía el virreinato en
8 Intendencias y 4 Gobernaciones Militares. Así surgieron las Intendencias de
Buenos Aires, Córdoba, Salta, Paraguay, La Paz, Potosí, Chuquisaca, y
Cochabamba. Y las Gobernaciones Militares de Montevideo, Misiones, Mojos y
Chiquitos.
De la larga y enconada lucha entre comuneros y jesuitas, sólo quedaba el
recuerdo. Ya no turbaban los primeros las apacibles calles asuncenas con el
rumor de sus tumultuosas asambleas. Ya no tocaban a somatén los segundos
para lanzar sus indígenas milicias sobre Asunción, la díscola.

Capítulo V
LA ERA DE RESURGIMIENTO

El destino de los pueblos tiene sus altibajos. Los pueblos El gozan de días
venturosos, sufren luego crisis espirituales y materiales, y después se
reponen nuevamente. Si trazásemos un diagrama de la historia paraguaya,
desde los días iniciales de la conquista hasta hoy, encontraríamos que ella
registra muchos ascensos y descensos sucesivos. Nuestro país ha padecido
varios retrocesos y ha disfrutado de otras tantas eras de resurgimiento.
Ahora tócanos ocuparnos sólo del primer renacimiento operado en el
transcurso del acaecer nacional.
Al vigoroso período que abarca, el siglo XVI, siguió la decadencia. La
división de la provincia al comenzar el siglo XVI, con la consiguiente pérdida
del litoral Atlántico; las incesantes luchas contra los terribles guaicurúes al
oeste y la arteros bandeirantes al este; el apoderamiento de las riquezas
básicas del Paraguay realizado por los jesuitas; los gobernadorcillos
mediocres, venales o indolentes que sufrió la Provincia con desgraciada
frecuencia; la época gloriosa pero anárquica de la Revolución Comunera; todo
eso contribuyó a que el Paraguay, que surgiera tan promisoriamente a la vida
civilizada, se abatiera en la más lamentable decadencia durante todo el siglo
XVII y casi todo el XVIII.

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¿A qué denominamos, pues, Era de Resurgimiento? Al último cuarto del


siglo XVIII, esto es, los años que precedieron al advenimiento de la
Revolución de la Independencia. Ese cuarto de siglo se caracteriza porque los
destinos del Paraguay estuvieron en manos de gobernantes que tuvieron
visión de estadistas de verdad, y muchas de cuyas gestiones constituyen aún
hoy ejemplificadoras lecciones de gobierno. Nos referimos a los nombres
ilustres y olvidados de Agustín Fernando de Pinedo, Pedro Melo de Portugal,
Joaquín Alós y Lázaro de Ribera.
Internémonos con paciente cariño en el Archivo Nacional. Buceando en la
penumbra de los viejos anaqueles, hemos de hallar el inexplorado filón que
arroje luz sobre esa etapa hasta hoy baldía de la historia paraguaya.
Empecemos con Agustín Fernando de Pinedo. En un informe enviado al Rey
el 29 de Enero de 1777, el clarividente gobernador señala las causas del
atraso y miseria en que se debate la Provincia y propone las soluciones para
remediarlas. Explica que al principio los encomenderos se condujeron bien,
tratando humanamente a los indios, pero que sus sucesores, movidos por la
codicia y ambición, se mostraron tiranos y crueles. No obedecían las órdenes
reales que les desagradaban, ni a los gobernadores que no hacían causa
común con ellos. A cambio del derecho de someter a los indios a su servicio,
los encomenderos estaban obligados al servicio militar para la defensa de la
provincia. Lejos de cumplirlo, eran los agricultores quienes, abandonando su
capueras, partían a lejanos fortines – algunos de éstos situados a 20 leguas –
debiendo costear de su peculio armas, pólvora, caballos y manutención. Por
causa de estos gastos y el servicio militar continuo, se originaba la pobreza
del país. En razón de esas calamidades, los paraguayos preferían dedicarse a
la navegación, que les prometía ventajas positivas. Por eso muchos
emigraban a las provincias vecinas. Y esta emigración era continua, porque
cuanto menor era el número de los que quedaban, más apretado y oneroso
era el servicio militar.
"Antes – agregaba Pinedo – el Paraguay producía abundancia de vino y
trigo, y abastecía de ellos a Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires; ahora hay
que comprar una y otra cosa de Buenos Aires. Le causan mucho daño las
naciones bárbaras que le roban sus ganados y la ponen en inquietud
constante, siempre alerta y a la defensiva.
¡Señor, el Paraguay necesita una redención!
Para evitar su pérdida total, propongo a Vuestra Majestad las medidas
siguientes:
1º Importa extinguir las encomiendas e incorporarlas todas a vuestra Real
Corona.
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2º Que para hacer la defensa de la Provincia se organice una milicia de 600


hombres, costeada por la Real Hacienda con los impuestos de capitación.
3º Que se formen poblaciones entre esta Provincia y Santa Cruz de la
Sierra, para establecer una comunicación con el Perú. Al presente no se me
figura muy ardua ni de exorbitante gasto esta empresa, respecto de las
utilidades que concibo en su práctica, mediante a que de la Villa Real de la
Concepción, fundada por mí dentro de las tierras que habitan los indios
mbayaes, sólo dista el pueblo de indios chiquitos denominado Corazón de
Jesús, de la gobernación de Santa Cruz de la Sierra, 80 leguas por el camino
que acostumbran dichos indios según sus relaciones, y la del viaje que hizo
por los mismos parajes el año l767 el jesuita P. José Sánchez Labrador,
siendo cura del pueblo de Belén, de la jurisdicción de este Gobierno, cuyo
diario tengo presente. Las conveniencias que resultarán del enlace, unión y
comunicación de esta provincia con las del Perú considero utilísimas y
ventajosísimas, así a la Real Corona de V. M. como a los habitantes de una y
otras provincias" (Arch. Nac., Vol. 1, Nº 15-21).
El interesante documento cayó en el vacío. El Rey de España, rodeado de
príncipes preocupados más por las cuestiones peninsulares que por las de las
lejanas colonias, se desentendió del asunto. Ni fueron suprimidas las
encomiendas que aún restaban, ni se organizó una milicia solventada por el
fisco, ni se establecieron poblaciones en el Chaco. Quizá, ese camino de
Concepción a Santo Corazón, con que soñaba el Gobernador Pinedo, al
abrirnos por Santa Cruz los puertas de lo que constituye la actual Bolivia,
habría establecido entre los dos pueblos una intensa corriente espiritual y
material y habría evitado la guerra que estalló a causa del recíproco
desconocimiento en que ambos vivieron durante tan largo tiempo.
Agustín Fernando de Pinedo fundó varias ciudades y pueblos del Paraguay,
entre ellos Concepción y Pilar. Y, enterado de que los portugueses se habían
establecido a orillas del Igatimí, cerca de la villa de Curuguaty, los desalojó
de inmediato empujándolos hasta la, frontera.
Sigamos ahora con Pedro Melo de Portugal. Después de gobernar seis años,
Pinedo la entregó el mando. Melo de Portugal se aplicó de lleno a aumentar la
prosperidad del país, manteniendo el orden, asegurando la paz, resistiendo a
todas las invasiones que sufría la Provincia y dando gran impulso a la
agricultura y al comercio. Aparte de eso, fundó más de una decena de
pueblos en la Región Oriental, y en el Chaco las reducciones de Melodía,
Tobas y San Francisco Solano de Remolinos.
Pero el acto más trascendental del gobierno de Pedro Melo de Portugal, fue
la fundación del Real Colegio Seminario de San Carlos, el primer instituto de
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enseñanza secundaria con que contó el país, el precursor – podría decirse –


de nuestro Colegio Nacional de Bachillerato. En dicho establecimiento se
enseñaba Latín, Retórica, Filosofía, Teología dogmático-moral, Matemáticas y
Ciencias Naturales.
Accidentada fue la historia del Colegio de San Carlos. Fundado en 1783 por
Pedro Melo de Portugal, fue clausurado en 1810 por orden de Velasco, quien
lo convirtió en cuartel ante la inminente llegada de la expedición de Belgrano.
Reabierto en 1812 por la Junta Superior Gubernativa compuesta de Yegros,
Caballero y De la Mora, el Dictador Francia lo hizo desaparecer y dispuso de
sus rentas. En 1841 los Cónsules López y Alonso lo restablecieron
nuevamente, y desde entonces llevó una vida ininterrumpida y normal, hasta
que la Guerra de la Triple Alianza lo cerró para siempre.
Ocho años duró el progresista gobierno de Pedro Melo de Portugal, quien
más tarde llegó a ser Virrey del Río de la Plata.
Sucedióle en el mando el Gobernador Joaquín Alós. Durante el gobierno de
éste, se realizó la fundación del fuerte Borbón para contener la invasión
portuguesa en el norte, y también la expedición dirigida por el coronel José de
Espínola que, partiendo de Ñeembucú, se internó en el Chaco, cruzó el
Bermejo y llegó hasta Salta.
Que el Gobernador Alós también participaba de las inquietudes de Pinedo,
en el sentido de la necesidad de abrir caminos y establecer poblaciones a
través del Chaco, lo prueba el siguiente informe al Virrey: "Tengo por
asentado y ventajoso a la Provincia – decía Alós – que se pueblen cuando
más antes en la extensión posible los terrenos de este continente (el Chaco),
se fomente el comercio y se facilite el tránsito a las provincias internas del
Perú. Informaba a continuación que, a efecto de reconocer prolijamente los
campos del Chaco, dispuso una operación dirigida por los Comandantes José
Antonio Yegros y José de Espínola, asistidos del Ing. Geógrafo de la Tercera
Partida de Demarcación de Límites Pedro Antonio Cerviño y del Piloto de la
Cuarta Partida Pablo Lima. Los expedicionarios se internaron a larga
distancia, "siendo de uniforme sentir que realmente son bellas las cualidades
y proporciones del Gran Chaco para fundamentar en él diferentes colonias". Y
agregaba que "adelantándose otras poblaciones, con el tiempo se abrirá y
hallará el tránsito directo al Perú, cuya comunicación es sumamente
interesante a la Provincia en la mutua correspondencia de sus frutos y otras
ventajas, que aunque por ahora no sean tan ciertas, serán aún más de lo que
me imagino con el trato sucesivo". (Bibl. Nac. de Río de Janeiro, documento
citado por el doctor Efraím Cardozo).

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La plausible gestión del Gobernador Alós tampoco halló la repercusión que


merecía.
A su gobierno, cuya duración fue de 10 años, sucedió el de Lázaro de
Ribera.
Para fomentar la enseñanza, Ribera propone el 22 de Diciembre de 1797 el
establecimiento en Asunción de un seminario o escuela de primeras letras. "El
amor vivo e inalterable – dice – de que estoy poseído hacia esta Provincia que
la piedad del Rey me ha confiado, no me permite ver con indiferencia el
abandono en que están las escuelas de primeras letras de estos pueblos,
entregadas por lo general a maestros destituidos de aquellos conocimientos y
buenas costumbres que deben ser la herencia de sus alumnos. La enseñanza
de la juventud ha debido siempre una distinguida protección a los gobiernos
ilustrados". Y a fin de que la instrucción pública se difunda por toda la
provincia, "se traerán de cada pueblo seis muchachos, los cuales se volverán
después que estén bien instruidos y vengan otros a reemplazarlos. En la
escuela serán admitidos, sin estipendio alguno, los hijos de los españoles,
para que estos vecinos tengan el consuelo de asegurar la crianza de sus hijos,
los cuales contribuirán mucho, con su trato, a que se propague, más breve y
con más facilidad, la lengua castellana entre los indios" (Arch. Nac., Vol. 3383
N. E.).
Velando por las buenas costumbres, el 23 de Diciembre de 1796, Ribera
lanza un decreto que es publicado en la Plaza y calles de Asunción por voz del
pregonero Montiel. Dice, entre otras cosas, el bando de referencia: "Que
ninguno juegue truco, barra, volar ni otros juegos antes de misa mayor en día
de trabajo ni de fiesta. Que ninguna persona de cualquier estado, calidad y
condición que sea, cargue pistolas, trabucos, carabinas, puñales, navaja de
muelle con golpe o virola, daga sola, cuchillo de punta chica o grande, aunque
sea de cocina o de moda de faltriquera. Que ninguna publique pasquines, ni
esparza libelos infamatorios en verso o prosa, de palabra ni por escrito,
convirtiéndose así en declamadores y perturbadores del sosiego público. Que
ninguna persona de cualquier estado, calidad o condición que sea, ande por
las calles después que se toque la queda, y si lo ejecutare, si siendo conocida
sea hasta las once, con farol en noches obscuras. Que ningún pulpero tenga
la puerta abierta de las diez de la noche en adelante, y que tocadas las Ave-
Marías ponga farol. Que todos los dueños de solares los edifiquen dentro de
ocho meses contados desde el día de la publicación de este auto, bajo
apercibimiento de que no cumpliéndolo, se mandará justipreciar y vender al
primero que se obligue a edificarlos, a fin de que se mejore el aspecto de esta
ciudad. Que el Alcalde Provincial, sus Tenientes, Alcaldes de la Hermandad y

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Jueces Comisionados de Campaña, salgan personalmente cada tres meses a


visitar y recorrer las sementeras, y [verificar el] estado en que los moradores
y habitantes de los partidos tienen las labranzas, examinando prolijamente si
trabajan o no, si los sembrados que cultivan son correspondientes al número
de personas de que compónese en la familia, si son capaces de suplir sus
alimentos y si los cercados de las chácaras son proporcionados a sus
resguardos. Que todas las carretas que entren en esta ciudad traigan el eje
retobado de cuero y bien encebado, para evitar el incómodo y molesto ruido
que con sus chillidos ocasionan por la omisión de esta fácil diligencia,
inquietando a todas horas al vecindario". (Arch. Nac., Vol. 37, Nº 54).
En 1800 ya tuvimos teatro en Asunción. Fue en la Plaza de Armas. A un
costado estaba el Cabildo. Al otro la Real Factoría de Tabacos. Al frente, la
Casa del Gobernador. Y hacia la barranca, el improvisado escenario, donde se
representaría esa noche "ha vida es sueño" de Calderón de la Barca. A todo lo
largo de la Plaza esperaba una multitud impaciente y bullanguera. Precedido
de un negrito esclavo que portaba un farol, llegó un caballero de tricornio y
chorreras de encaje, jubón de raso, calzas cortas y hebillas de plata. Era don
Lázaro. Nueve campanadas daba la Catedral cuando comenzó la función. Días
después, Ribera narraba en esta forma el jubiloso suceso:
"En obsequio del cumpleaños de nuestro benigno soberano – dice su oficio
del 19 de Diciembre de 1800 –, los individuos del comercio de esta ciudad
representaron en la noche del 9 del corriente la comedia de Calderón que
tiene por título "La vida es sueño", disponiendo y costeando un lucido teatro
en 1a Plaza, a donde concurrió todo el pueblo, dando principio por una loa
que tuvo por objeto recitar las grandes virtudes de un Rey y de una reina,
padres de sus pueblos. El mismo comercio dio de comer aquel día a los
pobres de la cárcel, manifestando todos su amor y fidelidad, y yo los deseos
que siempre me han acompañado de promover y propagar, a tres mil leguas
del trono, unos pensamientos que los considero muy apreciables y dignos de
que lleguen a noticia de V. E., cuya vida ruego a Dios guarde muchos y felices
años". (Arch. Nac., Vol. 40, Nº 4).
A propósito de arte y letras, conviene recordar que Ruy Díaz de Guzmán –
soldado y escritor – publicó la crónica histórica titulada "La Argentina", que él
consideraba "primera fruta de tierra tan inculta y nueva". Y que durante el
coloniaje destacáronse como poetas Juan de Salazar, Luis de Miranda de
Villafaña, Gonzalo de Acosta, Martín del Barco Centenera y José de
Antequera. Pero la poética colonial no está en esos versos solamente. Está
también en las ingeniosas poesías populares ("compuestos", "maravillas,

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relación, etc.), en las sátiras políticas y sociales, en los panfletos y en los


escritos de las paredes callejeras.
Ribera interesóse por la salud del pueblo. En Real Orden de 20 de Mayo
último – expresa una nota del 25 de Febrero de 1805 – V. E. se sirvió
comunicarme la agradable noticia de haber arribado con felicidad a este
continente la expedición marítima destinada a propagar entre estos vasallos
el admirable descubrimiento de la vacuna, después de haberlo introducido en
las islas Canarias y de Puerto Rico". Y más adelante agrega que "en el caso
de que por la distancia no pueda venir ningún individuo de los que
acompañan al Director don Francisco Xavier de Balnis, se mande de aquí un
cirujano a fin de que, recibiendo del mismo director o de algún comisionado la
instrucción y necesarios conocimientos, pueda operar con el acierto que se
desea en beneficio de estos remotos vasallos". (Archivo Nacional, Vol. 34).
Pero el activo gobernador no se contentaba con que fuesen vacunados los
asuncenos solamente. Quería que los beneficios de la salud pública lleguen
también a los pueblos del interior, aún a los más lejanos, como lo prueba este
oficio del 30 de Diciembre de 1805: "La inoculación de la vacuna es un
maravilloso preservativo de la viruela natural, ya conocida en toda Europa y
en América, y para introducirla en esa población, el pueblo de Belén e
Ycuamandiyú [Ykuamandyju], me remitirá V. prontamente 6 u 8 muchachos
que no hayan tenido viruela, con algún hombre que sepa sangrar aunque sea
imperfectamente, pues basta que maneje un poco la lanceta, para que en su
presencia se vacunen aquí los dichos muchachos y regresen en estado de que
el referido hombre puede vacunar sin dificultad comunicando de brazo en
brazo este admirable remedio, que ha salvado la vida a millones de almas".
(Arch. Nac., Vol. 127, Nº 12-22).
Con el objeto de desalojar a los portugueses de Coimbra, fortaleza fundada
en territorio perteneciente a la Provincia del Paraguay, Ribera organizó y
dirigió personalmente una expedición. Escuchemos su narración, escrita a
bordo de la sumaca "Nuestra Señora del Carmen" el 17 de Octubre de 1801:
"No cansaré a V. E. con la relación de un viaje que lo hizo penoso la
extraordinaria permanencia de los vientos contrarios y tempestuosos, y me
ceñiré a decir que a los 42 días de navegación logré ponerme delante del
fuerte Coimbra a las 4 de la tarde". Comenzó en seguida un fuerte cañoneo
de ambos bandos, hasta que a las 5.45 "empezó a soplar con fuerza el
suroeste, obligándome a dar la orden para que todas las embarcaciones se
amarrasen a barlovento de Coimbra, con el objeto de cortarle toda
comunicación con los establecimientos del norte. La mañana del 17 amainó
un poco el viento y requerí al comandante, que es un Teniente Coronel de

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Ingenieros, para que se rindiese; me contestó con honor, diciendo que él y


todos los defensores del fuerte se sepultarían primero debajo de sus ruinas.
El 18, 19 y 20 se realizaron varias tentativas de acercamiento, con nutrido
fuego de ambos bandos. Pero los portugueses se encontraban bien
parapetados. Coimbra ya no es la estacada formada en un comienzo. Es un
fuerte de cal y piedra, en cuya construcción trabajaron cuatro años. Está
situado en la falda de un cerro elevado, cubierto de árboles y matorrales que
forman un impenetrable bosque. En los días 21, 22 y 28 sopló el viento
furiosamente. La noche del 22 fue el extremo riguroso de viento, agua y
truenos, con unos torbellinos del norte y noreste tan impetuosos que nos
ponían a pique de zozobrar. El 24 los capitanes y prácticos de los buques
dieron su dictamen, manifestando que no podían detenerse más tiempo en la
altura de Coimbra sin correr el riesgo de quedar sin agua para regresar, por
ser mucha la rapidez con que bajaba el río. La Junta de oficiales votó por
unanimidad la pronta retirada.
En los nueve días que sitié a Coimbra, no tuve ni una hora de tiempo
favorable, y puede decirse que más fui a luchar con los elementos que con los
enemigos del Rey. A pesar de tanto contratiempo y desgraciadas
circunstancias, las armas de S. M. se hicieron respetar constantemente
sosteniendo una superioridad decidida. Los portugueses fueron testigos de
nuestra dominación, manteniéndose encerrados en los bosques más espesos
y detrás de las murallas del fuerte. (Arch. Nac., Vol. 35, Nº 9).
La expedición tuvo, pues, que emprender el regreso. Si ella resultó
infructuosa, la culpa no fue por cierto del Gobernador Ribera.
En 1797, el progresista gobernante estableció una fábrica de cables de
güembé [guembe] y caraguatá [karaguata]. Estaba convencido de que por
"los grandes recursos que tiene esta Provincia para ser rica y feliz, sus
muchas y excelentes producciones", había que tomar medidas de esa
naturaleza para hacerla prosperar. "Es un establecimiento – decía – que he
fomentado venciendo todas las dificultades; él puede ser muy útil a V. M. y a
estos vasallos, con no poco perjuicio de las potencias del norte de Europa,
cuyo tráfico del cáñamo padecerá un decrecimiento proporcionado a la
protección que se dispense a estas provincias". (Arch. Nac., Vol. 40, Nº 4).
La industrialización de esta producción nativa resultó un éxito. La nueva
manufactura paraguaya encontró gran aceptación en la armada española, que
la utilizó con eficacia durante las guerras napoleónicas. En un oficio del 19 de
Diciembre de 1798, Ribera afirma que "habiendo remitido 6 cables y 12
calabrotes para la Marina Real surta en el apostadero de Montevideo, me pide
el Virrey otros que ya se están trabajando, manifestando en dicha carta que

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la experiencia ha enseñado la excelente calidad de aquellas amarras y que


pueden preferirse a las de cáñamo por esta razón, y por la economía que
resulta en los precios. La otra planta, llamada caraguatá [karaguata], es en
mi concepto de más resistencia que el cáñamo, y la más a propósito para
jarcias, por cuyo motivo voy a mandar hacer 1 cabo de labor de 3 pulgadas y
60 brazadas, para que el Virrey mande examinarlo en Montevideo, cuya
tentativa me prometo podrá producir ventajas a esta Provincia y ahorros a la
Real Hacienda". (id)
Ribera hacía que el Estado comprase la materia prima directamente a los
productores. En efecto, una circular suya del 30 de Octubre de 1800 dice:
"Puede V. S. publicar inmediatamente en esa Villa que el que quiera traer o
remitir a esta Capital 5 ó 6.000 arrobas de güembé [guembe], se la comprará
por cuenta de S. M. al precio corriente, pagando el importe sin dilación en sus
Reales Cajas". (id.).
Constantemente llegaban urgentes pedidos de nuevas remesas. En nota del
18 de Enero de 1801, informa el Gobernador que el Virrey le ha ordenado
hacer 2 cables, l calabrote y 1 guindalera. (id.). Y en otra, del 19 de Octubre
de 1802, haber remitido a Montevideo 9 cabos de caraguatá, y estar
terminados ya 2 calabrotes. En total, "se han trabajado, tanto de güembé
como de caraguatá, 84 piezas, entre cables, calabrotes y guindaleras, desde
3 a 24 pulgadas de grueso y 120 a 134 brazas de largo". (Arch. Nac., Vol.
928). Un documento, del 19 de Octubre la 1804, expresa que se han
embarcado 2 calabrotes de güembé para la Marina Real y 1 cajón de
caraguatá para el Gobernador de Montevideo. (id.). Y otro, del 17 de
Noviembre del mismo año, informa que se remitieron 8 cables de güembé al
Puerto de las Conchas. (id.).
Los cables de güembé y caraguatá, constituían, pues, un apreciable renglón
de la exportación paraguaya.
El gobernador Ribera se propuso colonizar el Chaco. Poniéndose en
contacto con los indios de Melodía, los payaguaes y otras diversas
parcialidades del Chaco, y con sus catequistas, esbozó planes de gran aliento
para realizar tal propósito. En un informe del 18 de Julio de 1796, Ribera
expresaba que quería "dar a estos establecimientos un impulso cuyo
movimiento se comunicase hasta las extremidades del Chaco. Las cosas se
han proporcionado de modo que con 4 o 6 poblaciones bien situadas en el
Chaco y 3 o 4 fuertecillos, lograríamos fijar para siempre el carácter
inconstante de los indios". En su opinión, la conquista del Chaco sólo era
factible poblando dicho territorio, y ese objetivo, siempre tan ansiado por la
Provincia, no se lograría jamás con expediciones militares. En otra nota

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proponía los recursos que consideraba necesarios para llevar adelante


empresa tan útil. "Con estos apoyos – agregaba – podrá un gobernador
inteligente y celoso perpetuar la felicidad de la Provincia en diez o doce años.
Estas poblaciones (se refería a las que proponía se fundasen en el Chaco)
quedarán enlazadas con las de Tucumán y Perú". (Arch. Gral. de la Nación
Argentina, documento citado por el doctor Efraím Cardozo).
Pero estaba escrito que ese grande anhelo no se realizaría. Y el bello
proyecto quedó olvidado en las carpetas virreinales.
La benéfica labor desarrollada por Pinedo, Melo de Portugal y Alós, fue
superada, si cabe, por Lázaro de Ribera. Su gobierno, que fue de diez años,
se caracterizó por la propulsión que dio a la cultura, al arte, a la salud pública
y a las industrias nacionales, como también por sus esfuerzos en defender las
fronteras y en colonizar el Chaco. Con él termina la era del Resurgimiento.
La "Historia de una pasión argentina", Eduardo Mallea realiza una
indagación enderezada a un saber de la realidad argentina. Los conceptos que
emite se adecuan perfectamente a nuestros problemas. Por eso conviene
meditar sus palabras: "Mientras vivamos durmiendo en ciertos vagos
bienestares estaremos olvidando un destino. Algo más: la responsabilidad de
un destino. Insertemos esta comprensión viva en el caminar de nuestra
nación. Si ciencia es reminiscencia, lo que necesitamos en todo momento es
reminiscencia, o sea conocimiento anterior, del origen de nuestro destino. Allí
está potencialmente contenido nuestro devenir; si perdemos el recuerdo, o
sea la ciencia de nuestro origen anterior, ¿qué podremos ser, más que un
optimismo errabundo? Como los hombres, los pueblos que no han sufrido sólo
conocen una grandeza pequeña. Y es este dolor lo que confiere a los pueblos
y a los hombros un sentimiento heroico de su destino y un estado de
grandeza potencial".
La visión de la patria adquiere corporeidad cuando Mallea dice: "Uno de
esos amaneceres, al concluir el trabajo, excedido de insomnio, salí a la calle y
eché a caminar por el largo paseo que hace un codo en el Retiro y sube hacia
el bello golfo vegetal de la plaza San Martín. Me sentía absolutamente a solas
con mi tierra caminando en el amanecer de la calle desierta. La hora del alba
y la atmósfera me invadían. Al llegar a la plaza vi llegar por una de las calles
laterales a una mujer vestida de negro. Su rostro era muy blanco y su cuerpo
fino. Instintivamente, caminé unos pasos tras ella. Tal vez estaría
materializado el vasto sueño argentino en esos ojos grandes y sufrientes, en
ese paso rítmico, rápido, que denotaba un apuro por llegar; lo cierto es que la
vi pasar, desaparecer, perderse por la calle Charcas detrás del Plaza. De ese
mismo modo a la vez corpóreo y fugaz pasaba ignorando el país nuestro ante

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los ojos habituales. Esa mujer era tal vez una mujer perdida a fuerza de no
haber hallado su destino; o tal vez había encontrado su destino, una vez,
viviendo algún minuto con intensidad".
El Paraguay, ha encontrado en ocasiones la ruta de su destino. Pero la
perdió de nuevo, ya en el pantano de las dictaduras, ya en las encrucijadas
de la anarquía. Nuestros problemas, sin embargo, son simples. Son
problemas viejos con modalidades nuevas. Los mismos que planteaban y
resolvían los gobernadores Pinedo, Melo de Portugal, Alós y Ribera. Y que
pueden resumirse así: Caminos, Higiene, Escuelas, Tierras. Ese plan –
ejecutado bajo la égida de la libertad –, será la brújula que señale el
derrotero de nuestro destino. Aunando esfuerzos, realicémoslo cuanto antes,
que desde los lejanos confines de nuestra historia sigue resonando todavía
aquel grito angustiado del Gobernador Pinedo: "¡Señor, el Paraguay necesita
una redención!".

Capítulo VI
TRANSFORMACIONES TERRITORIALES DE LAS MISIONES

Dice un escritor que si dispusiésemos de una serie do mapas políticos


antiguos, hallaríamos a Egipto dilatándose y contrayéndose como un zoófito
bajo el microscopio.
Algo semejante nos ocurriría con las Misiones, cuyo territorio, encogiéndose
y ensanchándose en diversas oportunidades, constituye un logogrifo
geográfico difícil de desentrañar. Sabemos que los jesuitas, al llegar en 1609,
se establecieron en el Guairá, Paraná y Uruguay. Y que los del primer grupo,
al ser más tarde atacados por los bandeirantes, se vieron obligados a
trasladarse al sudoeste. Vinieron a engrosar, pues, las reducciones erigidas
en la región que, cruzada por el Paraná y el Uruguay, se extendía desde el
Tebicuary hasta el Ybycuí.
Los límites de las Misiones Jesuíticas eran los siguientes: río Tebicuary,
Estero Neembucú, río Parané, laguna Yberá, ríos Miriñai, Uruguay e Ibycuí,
cordillera de los indios Tapes y río Yguazú. En esa superficie estaban
comprendidas las 30 reducciones. Todas ellas se hallaban enclavadas en
territorio de la Provincia del Paraguay.
Recordemos que en 1617 la Provincia fue dividida en dos. A fin de deslindar
jurisdicciones, una Real Cédula del 10 de Noviembre de 1659 declaró que, de
los 30, "son 13 señaladamente los pueblos que siempre fueron de la

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jurisdicción del Paraguay". Es decir que los 17 restantes habían pasado a


pertenecer a Buenos Aires.
Como también existía confusión de jurisdicciones eclesiásticas entre los dos
Obispados, la Real Cédula del 11 de Febrero de 1724 ordenaba aclararla. Los
jueces compromisarios dictaron su fallo expresando que "los términos del
Obispado del Paraguay son e incluyen las vertientes todas del río Paraná, y
los del Obispado de Buenos Aires las del río Uruguay, que son las divisiones
de ambos Obispados".
Las vertientes del río Paraná y las del río Uruguay están divididas por la
Sierra Grande de las Misiones, que viene a ser el límite natural, el divortium
aquarum entre los dos obispados. (Véase mapa al final). Al norte de dicha
sierra estaban situadas las 18 misiones paraguayas y al sur las 17
correspondientes a Buenos Aires. El fallo venía a confirmar, pues, el sentido
de la Real Cédula de 1659. De donde se ve, que la jurisdicción política y la
jurisdicción eclesiástica coincidían exactamente.
A esta segregación – ya que las 30 reducciones pertenecían
originariamente al Paraguay – siguió otra. A causa de los disturbios
relacionados con la Revolución Comunera iniciada en Asunción por el doctor
José de Antequera, una Real Cédula de 1726 separó los 13 pueblos de las
misiones paraguayas incorporándolos a la jurisdicción de Buenos Aires. La
frontera paraguaya se replegaba, pues, hasta el Tebicuary.
Esta medida fue anulada en 1784 a pedido del Gobernador Melo de
Portugal, reintegrándose por tanto los 18 pueblos al Paraguay. Ahora, el
límite era otra vez la Sierra Grande.
Pero un nuevo cambio se produjo en las Misiones en 1803. En efecto, por
una Real Cédula del 17 de Mayo de ese año, los 80 pueblos entraron a formar
un gobierno "con total independencia de los Gobiernos del Paraguay y Buenos
Aires". Es decir que la nueva gobernación fue creada a costa de las 18
misiones paraguayas y de las 17 pertenecientes a Buenos Aires. Su
jurisdicción se extendía a todo lo largo de la región jesuítica, esto es, desde el
Tebicuary en el noroeste hasta Ybycuí en el sudeste. Gobernador de las
Misiones fue nombrado Bernardo de Velasco.
Tres años más tarde, Velasco fue nombrado Gobernador del Paraguay, sin
abandono de su otro cargo. Al venir a quedar ambos gobiernos en manos de
una misma persona, el título de Velasco fue éste: "Gobernador militar y
político e Intendente de la Provincia del Paraguay y de los treinta pueblos de
las Misiones de los indios Guaraníes y Tapes del Paraná y Uruguay". Así, en
forma de unión personal, se encontraban ligados el Paraguay y las Misiones
cuando sonó la hora de la emancipación hispanoamericana. La cuestión de
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Misiones no constituyó propiamente una desmembración, pues en el ajuste de


límites realizado en 1811 por los nuevos Estados, el Paraguay se reservó la
parte que había sido suya hasta 1803.

Capítulo VII
COOPERACION EN LA DEFENSA CONTRA LAS INVASIONES
INGLESAS

Un año hacía de Trafalgar. En ese combate naval, al vencer a las escuadras


coligadas de España y Francia, Gran Bretaña había quedado dueña de los
mares. Unos marineros ingleses, cumpliendo instrucciones del Gabinete de su
país, ultimaban detalles en la ciudad del Cabo de Buena Esperanza, para caer
sobre Buenos Aires o Montevideo y adueñarse del Plata agregándolo a la
corona del Rey de Inglaterra.
Y poniendo manos a la obra, poco después partían del Cabo, rumbo al Río
de la Plata, las fragatas "Diadem", "Raisonable" y "Diomede", las corbetas
"Leda", "Narcisus y "Encounter" y cinco transportes más. Venía al mando de
la escuadra el Comodoro Sir Home Popham, y como jefe de las tropas el
Mayor General William Carr Beresford. Venían también 1200 hombres y 6
piezas de artillería de campaña.
El 25 de junio de 1806 los invasores desembarcaban en Quilmes, al sur de
Buenos Aires. Las fuerzas españolas son dispersadas por los ingleses,
mientras el Virrey, Marqués de Sobremonte, huye a Córdoba. El enemigo
hace alto en Barracas. Un parlamentario llega al galope y se apea en el
Fuerte. Trae la intimación de rendirse. La respuesta es afirmativa. Algunas
horas después, los regimientos ingleses, a tambor batiente, son de clarines y
banderas desplegadas, entran por las calles del sur.
El invasor reunió alrededor de un millón trescientos mil pesos en oro y
plata, suma que fue enviada de inmediato a Inglaterra. El vencedor otorgó las
condiciones siguientes, expresadas en hojas sueltas repartidas por la ciudad:
Entregadas que fuesen las armas, las tropas vencidas se retirarían con todos
los honores de la guerra. Toda propiedad sería respetada. Y todo derecho
individual, protegido. El cabildo continuará en pleno ejercicio de sus
funciones. Nadie será forzado a tomar las armas contra el Rey de España. Se
protegerá el libre ejercicio de la religión católica.
Algunos comienzan a resignarse. Existe en el alma de esa gente una
especie de conformidad maquinal. Hasta creen que resultará benéfico el

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nuevo gobierno y que, a la vuelta de pocos años, Buenos Aires podrá llegar a
ser un importante emporio.
Arturo Capdevila nos cuenta que por aquellos días se realizaban "saraos de
familia, en que los ingleses, verdaderos espejos de urbanidad, ora trataban
de enseñar sus danzas a las porteñas, ora de aprender de ellas las suyas. Son
los días en que salen de paseo por la Alameda las más distinguidas
"señoritas", con los Pack, con los Patrick, con los más gallardos oficiales, y en
que las madres se complacen en caminar cerrando la marcha, no sin
considerar la idea del posible casamiento de las hijas con los herejes. Y allá
van del brazo con los rubios mozos, las Sarratea, las Marcó del Pont, las
Escalada...
Súbitamente habían dejado de ser tenidos en cuenta de piratas los
ingleses, y eran mirados ahora – por ciertas promesas de independencia que
andaban haciendo – como buenos amigos del país. El juicio público, en suma,
cabía en esta expresión que todos hacían propia: – Están en guerra con el
Rey, pero en paz con la tierra.
Al abrigo de este apotegma hay muchos que pactan; muchos que de algún
modo ponen en paz sus escrúpulos y siguen camino adelante. Pero el pueblo,
no. El pueblo es el coro insobornable de las tragedias antiguas. Sólo sabe lo
que sabe. Hasta su ignorancia es defensa y antemural para él. Mira y
comprende. Se explica perfectamente que el señorío ande haciendo buenas
migas con los colorados. La cortesía manda así sea. Mas, para no contagiarse
también, se vuelve sardónico, suelta cada día su pulla y está con el oído
aguzado, atento a las voces de la tierra".
El vecindario tiene esperanza de que el invasor sea expulsado.
Cautelosamente se hace correr la voz de la resistencia. En la trastienda del
librero Valencia se forma una logia y de allí salen diariamente disposiciones.
Existe una organización perfecta para echarse a la calle apenas batan marcha
los tambores. Santiago Liniers, francés al servicio de España, y por aquel
entonces Capitán del Puerto de la Ensenada, se ha dirigido a Montevideo a
solicitar algunos refuerzos para retomar Buenos Aires.
Nativos y peninsulares estaban unidos ante la desgracia común. Lo que se
tramaba era una guerra de conquista, pero también era una guerra de
religión. Los británicos, que paseaban por las calles con sus vistosos
uniformes colorados, eran anglicanos. Pero, para el pueblo, al no ser
católicos, eran "herejes".
"Entonces – agrega Capdevila – la grey católica, que es toda Buenos Aires,
se refugia en al rosario. El prior de los dominicos, Fray Gregorio Torres, que
sabe ya de la encendida promesa de Liniers a la Virgen, insta de seguro a los
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cofrades a secundada con la devoción que les es más grata. Y ella se cumple
en cada casa. Y tarde a tarde, a la hora de la salutación angélica, mientras
repican las campanas, empieza en todas las casas el "Dios te salve, María".
Los oficiales ingleses ya lo saben. Hay una hora en que toda la familia, bajo
cuyo techo habitan, se reúne en algún grande aposento a corear una plegaria.
Oyen el vocerío de aquel rezo y prefieren salir. Comprenden que están de
más. Comprenden que esa plegaria es algo que los separa, y acaso coligen
también que se está rezando contra ellos. Lo colijan o no, les parece muy
curioso el suceso. La familia entera está reunida. Todos. Los padres, los hijos,
los abuelos. Todos. Varones y mujeres, viejos y niños: enteramente todos. Si
acaso llega una visita, no se anuncia; entra, se arrodilla el que fuere, y
participa de la oración y de aquella devoción impresionante.
Interróganse los ingleses con interés, acaso con íntimo desasosiego:
– Do you know what the rosario is?
– Oh, yes! It is a very curious devotion!
– One of the most curious devotions of the Roman Catholic Church.
Sí. Ya saben algo los ingleses. Van por las calles a la hora del Angelus los
señores oficiales británicos y ¿cómo será que no se enteren, si el coro de la
unánime plegaria trasciende de las cerradas ventanas de cada casa y derrama
por el aire frío su compungido rezongo?"
Cruzando por Colonia, Liniers desembarca el 4 de Agosto, bajo una lluvia
torrencial, en la margen opuesta, un poco al norte de Buenos Aires. La lluvia
enloda y borra los caminos, lo que impide a Carr Beresford salir a campo
abierto, como estaba planeado... Llueve cinco días seguidos. Liniers y sus
tropas se ponen en marcha. Llegan hasta el Retiro. La columna inglesa se
repliega sobre la Plaza. Y se encierra en el Fuerte. Gran número de
ciudadanos se incorpora a las fuerzas de Liniers. La artillería inglesa está
barriendo las calles. Los libertadores avanzan corriendo por las aceras. Se
repliegan las chaquetillas rojas. Y ya se está peleando en la Plaza Mayor. El
Cabildo, la Catedral y la Recova caen en poder de los atacantes. Ya están
rodeados los ingleses. Sobre el Fuerte flamea la bandera de parlamento. Y
Carr Beresford, al frente de sus diezmadas tropas, se dirige desde el Fuerte
hasta el Cabildo a deponer las armas ante Liniers. La Reconquista estaba
realizada.
A los pocos días, el Cabildo convoca a Congreso General. El pueblo en
muchedumbre reclama el mando militar para el único jefe de verdad,
Santiago Liniers. Sobremonte había perdido autoridad moral con su huida a
Córdoba. Pero el peligro no había pasado. Era seguro que los británicos
traerían una segunda invasión, mucho más poderosa que la anterior. El Virrey
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Sobremonte solicita, pues, con la mayor urgencia, auxilios al Paraguay y a las


otras provincias del Virreinato.
El Paraguay, que siempre había prodigado su ayuda al Río de la Plata, ya
en forma de poblaciones, de reducciones, de fuertes, de recursos efectivos, o
repeliendo ataques de los indígenas, no podía dejar de prestar su concurso en
esta grave emergencia.
"Un primer cuerpo del Regimiento de Voluntarios de Caballería – dice Juan
F. Pérez –, distribuido en siete compañías y constante de 534 plazas, al
mando del Coronel José de Espínola, teniendo como segundo al Mayor
Fulgencio Pereyra y como ayudante de campo al Mayor veterano Juan de la
Cuesta, se alistó en Asunción y parte en Pilar. En la oficialidad figuraban el
Teniente Fulgencio Yegros como jefe de la segunda compañía; los Capitanes
José Fernández Montiel, Cristóbal Insaurralde y Juan Manuel Gamarra,
comandantes de la quinta, sexta y novena compañías; el Subteniente Benito
Villanueva; los Alféreces Fernando de la Mora y Gervasio Acosta, el entonces
cadete Antonio Tomás Yegros y varios más que muy pronto habían de tener
importante participación en las acciones militares del año 1811, que a su vez
determinaron la independencia del Paraguay.
El contingente paraguayo fue incorporado inmediatamente a las tropas
regulares de Buenos Aires, aunque con su mando y oficialidad propios, y
debidamente uniformado con la vistosa indumentaria de la época, pasó al
poco tiempo como tropa de refresco a la Banda Oriental, donde actuó en la
reñida defensa de Montevideo cuando la segunda invasión de 1807. Para
reforzar este contingente, vinieron otros dos regimientos de la misma
procedencia, con un total de 314 plazas, al mando del teniente Pedro Antonio
de Herrera y el Capitán Manuel Antonio Coene".
En total, 850 paraguayos partieron al Uruguay para esperar la segunda
invasión británica. También se encaminaron hacia allí las milicias de Córdoba
y de Santa Fe.
Por su parte, el Cabildo de Asunción envió al de Buenos Aires dos remesas
de fondos para cooperar en los gastos de la defensa. La primera remesa,
según Pérez, fue de 5.189 pesos de "donativo colectado en aquel vecindario
para ayuda de los gastos de este ilustre Cabildo en sus preparativos de
defensa", y la segunda fue de 1.550 pesos más. También el Obispo del
Paraguay, don Nicolás Videla, envió 500 pesos en una libranza a cargo de
Juan Bautista de Otamendi. Estas cantidades hacían un total de 7.239 pesos.
A comienzos del año siguiente, los ingleses aparecieron de nuevo. El
ejército y la escuadra de Sir Samuel Auchmutty atacan simultáneamente. Los
ingleses desembarcan en la playa del Buceo, contigua al actual Pocitos.
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Sobremonte huye por segunda vez. Montevideo se defiende tenazmente


durante varios días. Allí mueren centenares de paraguayos. Los atacantes
consiguen, finalmente, abrir una brecha en el muro del sur y Montevideo es
tomada el 3 de febrero de 1807.
"No pensé saldría con vida de tanta multitud de balas inglesas que llovía
sobre nosotros – dice Antonio Tomás Yegros a su pariente don Juan Tomás en
carta fechada en Capilla de Piedras el 22 de Enero de 1807 –. El 16 del
corriente se desembarcaron a dos leguas de la ciudad, en el paraje o puerto
que llaman de Buceo, más de 6.000 ingleses, donde ocurrimos prontamente
los de caballería, que alcanzamos a 2.000, con el tren volante cañones de 8,
donde todo el día nos estuvimos batiendo nosotros por tierra, y ellos del mar
con las cañoneras pero nunca pudimos impedirles; y la misma tarde mandó el
señor Gobernador al Virrey, que estaba acampado con nosotros, casi todos
los Regimientos de Infantería, que componen 4.000 hombres, todos con
grande valor y ánimo, dando voces y gritería; pero de noche toditos los volvió
Su Excelencia al pueblo, y a los tres días, al rayar el día nos avanzó a
nosotros los de caballería, sin poderlos rechazar, y vinimos a parar a una
legua de la ciudad, en los Migueletes, donde al día siguiente, por instancias
del Cabildo, pidió el señor Gobernador a su Excelencia que nos viniéramos
todos por la mañana a abatirlos, que se verificó con quinientos, y tanto por
haber los de caballería muerto en el primer combate, donde murieron muchos
de una y otra parte, los paraguayos murieron ciento y tantos, entre ellos un
Alférez don Romualdo Agüero y el hijo mayor de don Agustín Recalde, que
sacaron la cuenta de muertos y heridos 55 de los nuestros. Fulgencio está con
una herida de muerte, muy enfermo en el pueblo, de un tiro que le asestó
bajo la espalda y casi le vandeó, y para sacar la bala fue preciso abrirle bajo
la tetilla por un cirujano para sacarle con tijeras. Ha habido mucho destrozo
por una y otra parte, y muchísimas traiciones que para contarlas todas falta
tiempo". (Documento publicado por José A. Moreno González).
Los ingleses comenzaron a publicar poco después un periódico bilingüe:
The Southern Star. (La Estrella del Sur). Editábase en la imprenta de la calle
San Diego Nº 4. El primer número apareció el 23 de Mayo de 1807. The
Southern Star abogaba por la libertad de comercio, además de tratar de
asuntos políticos y religiosos. Se repartía profusamente en Montevideo y
circulaba también, aunque bajo capa, en Buenos Aires. "En cuanto a vosotros,
amigos españoles – incitaba un artículo –, el gobierno inglés desea vuestra
felicidad de todo corazón. Vienen los ingleses no como conquistadores sino
como defensores. Quieren emanciparos de la servidumbre. Volved los ojos a
España. Ofrece una pintura de deshonra, infelicidad y humillación. ¡No hay
otro refugio que Inglaterra! La libertad es el fundamento de la Constitución
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inglesa. Acogidos a Inglaterra, tendréis comercio libre de exacciones injustas


y de monopolios onerosos. Inglaterra viene como el ángel de la paz seguido
de su séquito natural: la libertad, la tolerancia y la justicia".
La caída de Montevideo produjo un revuelo en Buenos Aires. El pueblo se
agolpó frente al Cabildo y pidió a gritos que cese el Virrey Sobremonte. El
Cabildo, que estaba presidido por don Martín de Alzaga, era de la misma
opinión. Suspendió, pues, a Sobremonte y separóle de todo cargo, aparte de
ordenar su arresto y la incautación de sus papeles.
Liniers hace un llamado patriótico para la defensa de Buenos Aires, pues
ésta no tardaría en ser atacada. Todos concurren. El interior también
responde. Llegan milicias de Catamarca, Tucumán, Córdoba, San Luis y
Corrientes. Llega también un nuevo y fuerte contingente paraguayo, con el
Gobernador Bernardo de Velasco al frente.
En esa oportunidad surgieron, según parece, los colores de la bandera
paraguaya. Mientras se organizaba la defensa, hubo que distinguir a las
tropas paraguayas que venían a sumarse al ejército. Juan Manuel Sosa
Escalada ha encontrado en el Archivo de Buenos Aires un acta del 20 de Julio
de 1807, en la que se manda pagar a Ramón Manuel de Pazos el importe de
cuatro banderas; una encarnada, que se usó en la defensa para distinguir del
ala derecha; una azul turquí para el ala izquierda; una blanca para el centro;
y una tricolor (de los tres colores anteriores) para el cuerpo auxiliar. Este
documento viene a confirmar una tradición oral. En efecto, a Sosa Escalada
aseguraba su abuelo, el venerable maestro Juan Pedro Escalada, que tal fue
el origen de los colores de nuestra bandera. Y lo mismo afirmaba Bonifacio
Iglesias, vecino de San Pedro, cuyo hijo Pedro Iglesias actuó en el
contingente paraguayo que estuvo en el Plata durante las invasiones
británicas.
Casi cinco meses transcurrieron entre la toma de Montevideo y el ataque a
Buenos Aires. Los ingleses desembarcaron el 30 de Junio en la Ensenada.
Llegada la noticia a Buenos Aires, salen los defensores por las calles del sur
rumbo a los campos de Barracas. El alcalde, don Martín de Alzaga, constata
en aquellos momentos la indefensión casi absoluta en que se halla la ciudad,
pues es irrisorio el número de tropas con que cuenta para defenderse en caso
de ser invadida. Alzaga protesta y consigue que regrese a Buenos Aires un
batallón siquiera para su custodia. Dispone que desde esa noche salgan los
cabildantes de dos en dos y cada dos horas hasta el amanecer, a rondar las
calles, y ordena la iluminación de éstas por si el ejército se ve obligado a una
retirada a la plaza. Llega la noticia de que el ejército inglés – compuesto de
12.000 hombres y comandado por el Teniente General John Whitelocke – ha

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conseguido, mediante una afortunada estratagema, cruzar el Riachuelo de


Barracas. Luego llega otra noticia peor: Liniers ha sido derrotado en los
Corrales de Miserere (actual Plaza Once). Alzaga, enérgico y sereno, ordena
traer la artillería del Retiro para abocarla a las calles de entrada. Dispone que
se instalen parapetos con bolsas de yerba y lana. Y hace conducir desde los
almacenes de suburbio víveres para la guarnición. Liniers y su segundo
Bernardo de Velasco llegan ilesos a la ciudad. El jefe es aclamado por la
multitud. Llegan gentes dispersas de los cuerpos voluntarios.
La Defensa comenzó el 5 de Julio. El enemigo ataca al amanecer. Se
apodera del Convento de Santo Domingo, situado a tres cuadras escasas de
la Plaza Mayor. Hacia el otro rumbo, se apodera también del Monasterio de
Santa Catalina. El pueblo se defiende tenazmente; desde los balcones y
azoteas cae sobre los ingleses un diluvio de hierro. Ahora comienza, la
segunda fase del combate: la de atacar al inglés en sus reductos. Rueda hacia
allí la artillería. Whitelocke y los suyos, al caer la tarde del 7, terminan por
rendirse. Se ajustan los términos de la capitulación. Los británicos se
comprometen a evacuar no sólo Buenos Aires, sino también Montevideo.
Amanece el 8 entre un repique general de campanas y el delirio del júbilo
ciudadano.
Poco después, la corte de Madrid nombra Virrey a Liniers y la otorga el
título de Conde de Buenos Aires. El audaz intento de los ingleses cohesionó a
los criollos americanos. Argentinos, paraguayos y uruguayos, formando un
sólido haz, defendieron con fiereza y eficacia el suelo del Virreinato.
Además, la fallida conquista sirvió también para dar a los criollos la
conciencia de su propio valer, la medida de su capacidad. Fue, de esa
manera, uno de los cimientos de su autonomía, la que estalló vigorosa y
pujante al correr de pocos años.
Tal fue la colaboración paraguaya a la defensa del Virreinato durante las
invasiones inglesas. Como en todo el decorrer del coloniaje, la Provincia tenía
que estar presente, y lo estuvo, cuando un peligro común amenazaba. Leal y
solidaria, olvidando agravios e injusticias, no escatimaba sacrificios ni eludía
deberes, que sacrificios y deberes informaron su historia plena de grandeza.

NOTAS
1- A su leyendoso origen y a su azaroso historial, Villa Rica agrega los
nombres de los notables escritores que de su seno surgieron y la fama de
gracia do sus mujeres, sus paisajes y sus costumbres.
Hoy, por la ruta recientemente construida, Villa Rica está a cuatro horas
escasas de la capital. Al llegar al río Tebicuary, un abra hermoso se
extiende ante la vista, mientras en el horizonte luce la sierra Ybytyrusu
su cinta morada. Mbocayaty [Mbocajaty] y su blanco campanario pronto
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van quedando atrás en el fugaz viaje. Granjas, granjas y granjas. Y en un


rápido recodo del camino, protegido de blancas barreras laterales, ya se
comienza a andar entre las umbrosas quintas suburbanas. Un lugar de
encantamiento. Le llaman Ybaroty. Traducido, significa "lugar de frutas
amargas". Quizá abunden allí frutas de esa especie. Pero Ybaroty es
recreo de los ojos, goce del espíritu...
Lo que llama la atención de inmediato es el aspecto colonial que en forma
casi intacta conserva Villa Rica. Añosas y venerables casonas, con sus
plácidos aleros, sus rejas de madera torneada y sus puertas bilaterales
formando esquina, aparecen a cada instante. Villa Rica es sumamente
evocativa. Y los guaireños tienen gran cariño a la tradición. Mientras nos
largamos calle adelante, unos amables amigos nos van informando. "Aquí
nació Natalicio Talavera... No lejos de Villa Rica, en Pisadera, vio la luz
Delfín Chamorro... Aquí vivió Ramón I. Cadozo... ¿Ven aquella casa?
Perteneció al médico Estigarribia... Allí empezó a escribir Natalicio
González... Aquella era la casa de Ramos Giménez... Y ahora vamos
hacia Ybaroty, el barrio de Ortiz Guerrero... En estos contornos
transcurrieron las horas felices de su niñez... En esta casa vivía cuando
comenzó a publicar sus poemas en "El Surco"... Este es el Ycuá-Pytá
[Ykua Pyta], por cuyas glaucas lomas iba con sus amigos, en las horas
vespertinas, a repuntar rebaños de versos... Y aquí, en este humilde
rancho lo paja y barro, se encerró después"... Una tácita orden de
silencio es acatada por todos. Y quedamos algunos minutos, en
respetuoso recogimiento, ante la ermita de aquel santo laico, de aquel
maestro de la dignidad y del carácter, de aquel que, atacado por un
terrible mal, supo seguir hasta el fin sembrando belleza.
"Este es el Boulevard Interior. Más allá está el Boulevard Exterior", nos
informa ufano uno de los cicerones. Esto suena a parisiense, a Boulevard
des Italiens, a Boulevard des Capuchines... Pero no hay que extrañarse.
Villa Rica sigue siendo andariega. No ya en el sentido físico de traslación,
sino en sentido espiritual. Es una ciudad llena de inquietudes, de anhelos,
de aspiraciones. Y aspirar es ya andar. Feliz ciudad, que sabe armonizar
la tradición y el cambio, la conservación y la transformación.
Estamos regresando ya al centro urbano. Llega hasta nosotros un sonido
de arpas. Inquirimos la causa. Una señora, comerciante, ha traído a tres
muchachas, empleadas suyas, a vivir consigo, y para que se distraigan
les ha comprarlo tres arpas. En las horas libres ellas pasan tañendo el
dulce instrumento. El consejo do Fariña Núñez no ha caído, pues, en
olvido:
"Resuenen siempre las nativas arpas,
cuyas cuerdas heridas por hermosos
dedos cuajados de oro y pedrería
vibran con honda y sugestiva música".
Cruzamos la Plaza Libertad, a la que rodean la Iglesia, el Banco Agrícola,
la Delegación Civil y la antigua casa del Dr. Bottrell, confortable
"bungalow" de dos pisos en que pone su gracia decorativa la santarrita. A
cien metros de la Plaza están la Municipalidad – con un amplio salón de
actos y excelente escenario que con justicia podría llamarse Teatro
Municipal –, el "Centro Español" y el "Club Porvenir Guaireño". En los
bailes de dichas entidades se observa el innegable cachet y la justificada
fama de sociabilidad que tiene Villa Rica. La distinción de las damas y la
sobriedad de los caballeros ponen una nota especial en el ambiente.
Rumbo a la estación del ferrocarril, vamos observando un desfilar de
molinos, ingenios, usinas, fábricas, desmotadoras y aserraderos que
elevan su humeante tirabuzón azul...
Resultaría interesante y útil realizar un trabajo de seminario que, bajo el
título de "Ficha sociológica de Villa Rica", consistiese en una averiguación
sobre escuelas públicas, instituciones do beneficencia, instituciones de
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recreación, iglesias, cooperativas, vida industrial, higiene, arte rural,


problemas de la habitación y la administración de la ciudad y de la
región, vida y trabajo en la granja guaireña, etc.
Bien se merece ese homenaje la segunda ciudad de la República: Villa
Rica la andariega, acogedora y romántica.

NOTAS DE LA EDICIÓN DIGITAL

1] Preferimos omitir el párrafo siguiente, pues presumimos que hubo una


omisión en la impresión:
Sin serlo de profesión, Sánchez Quell tiene un notable sent-
te material el historiador moderno plasma con los buriles de
los capítulos y en lo que se refiere a la "forma" de este obra.
2] hiérboles: sic
3] Yarigua-á-guazú, Yarigua-á-mí, Tapytanguá, Guazutay, Caañabé. Hoy se
escribirían: Jarigua'a guasu, Jarigua'a mi, Tapytangua, Guasutay,
Ka'añave.

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Hipólito Sánchez Quell


ESTRUCTURA Y FUNCION DEL PARAGUAY COLONIAL
 
III PARTE
EL CHACO EN EL CONTROL ADMINISTRATIVO

Capítulo I
FUNDACIÓN DF SANTA CRUZ DE LA SIERRA

La "Tierra del Rey Blanco" fue el punto de mira perseguido por Alejo García,
Sebastián Gaboto, Don Pedro de Mendoza y su lugarteniente Juan de Ayolas,
Alvar Núñez y Domingo de Irala. Todos ellos pretendían llegar a la Sierra de
la Plata, cuya fama irradiaba por todo el continente. Algunos de éstos,
cruzando el territorio del Chaco, alcanzaron la ansiada meta, pero pronto
regresaron, a veces por ser insuficientes sus elementos para consolidar la
conquista, otras por encontrarse ocupada la codiciada tierra por españoles
llegados del lado del Poniente.
Pero la fecundidad imaginativa de los conquistadores era inagotable, como
grande era su constancia ante los más duros fracasos y los más ingratos
contrastes. Ahora se hablaba con entusiasmo de la "tierra rica", la que se
suponía hallarse situada en las inmediaciones de la cordillera de los
Chiriguanos.
No había transcurrido mucho tiempo del fallecimiento de Irala, cuando
resolvióse en Asunción fundar un puerto en los Xarayes. Nufrio de Chávez,
designado jefe de la expedición, salió en 1558 con veintitrés navíos. Navegó
por el río Paraguay hasta llegar a la laguna de los Xarayes. El lagar era pobre
y malsano Los indios comarcanos le explicaron que, hacia el oeste, existía
una región donde "el metal amarillo lo sacaban de los arroyos de las sierras".
El oro existía, pues. Dónde se hallaba, no lo sabían. Pero lo encontrarían.
Al ansia del oro iba parejo el espíritu creador y constructivo. Además de la
esperanza de la "tierra rica", a Nufrio de Chávez le impulsaba el proyecto de
crear en los confines del Chaco, entre las provincias del Paraguay y Perú, una
gobernación independiente, de la que fuese él gobernador. Resolvió, por
tanto, abandonar el proyecto de levantar una población en los Xarayes y

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lanzarse a través del Chaco, hacia aquella tierra que lo atraía con la
incoercibilidad de un poderoso imán.
Largo y peligroso era el camino. Los españoles tuvieron que entablar
violenta lucha con los indios que les hostilizaban en su recorrido.
Amotináronse las tropas y requirieron a Chávez el retorno a Asunción. No
queriendo éste abandonar su proyecto de seguir adelante, fue abandonado
por un centenar de hombres, que emprendieron el regreso a la capital.
Chávez quedó en aquellas regiones sólo con 45 compañeros. Sin
desalentarse, cruzó el río Parapití y fundó, en 1559, a orillas del Guapay, un
pueblo al que denominó Nueva Asunción, en recuerdo de la lejana metrópoli.
A siete leguas de Nueva Asunción, la gente de Chávez encontróse con la
que comandaba Andrés Manso, capitán español que había salido del Perú para
poblar los llanos próximos a la cordillera de los Chiriguanos. El encuentro
trajo serias complicaciones. Tanto Chávez como Manso pretendían tener
mejores derechos a la conquista de aquella tierra. Para evitar el choque, que
estaba a punto de estallar, resolvieron ambos capitanes someter el litigio al
Virrey del Perú, don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete. Este se
dejó convencer por Chávez y, erigiendo el terreno litigioso en nueva
provincia, nombró Gobernador a su hijo don García Hurtado de Mendoza y
Teniente de Gobernador a Nufrio de Chávez. Esto ocurrió en 1560. Al ario
siguiente, esto es, en 1561, Chávez fundaba, al noroeste de la anterior y
cerca del Piray, la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.
Dicha ciudad – cuya fundación fue obra exclusiva del esfuerzo del Paraguay
– vino a ser la capital de la provincia creada el año anterior, la que desde
entonces conocióse con el nombre de Provincia de Santa Cruz.
La creación de la Provincia de Santa Cruz constituye, así, la primera
desmembración sufrida por el Paraguay durante el coloniaje.

Capítulo II
EL RIO PARAPITÍ EN LOS DOCUMENTOS OFICIALES

Corresponde ahora averiguar cuál fue el límite establecido entre la recién


creada provincia – Santa Cruz de la Sierra y la Provincia del Paraguay, de la
que aquélla fue un desprendimiento.
Nadie más llamado a ilustrarnos sobre el punto que los propios gobernantes
de las provincias, ya que ellos debían conocer el alcance de sus distritos
territoriales.

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Don García Hurtado de Mendoza, segundo Marqués de Cañete, que había


llegado como su padre al alto cargo de Virrey del Perú, señaló en Lima, en
1592, los términos de Santa Cruz, expresando que el río Parapití "es de San
Miguel de los Chiquitos y antiguamente se denominaba de Condorillo y es
hasta donde llega el distrito de Santa Cruz de la Sierra". En tiempos de Nufrio
de Chávez y Andrés Manso, Santa Cruz de la Sierra no pasaba, pues, por el
este más allá del río Parapití. (Véase Mapa al final).
Dos siglos después, el límite continuaba siendo invariablemente el mismo.
Es el propio Gobernador Intendente de Santa Cruz, Francisco de Viedma,
quien se encarga de indicárnoslo. En efecto, en un informe presentado por
dicho funcionario al Virrey Arredondo – informe que fue aprobado por éste y
por el Rey – afirma que la Provincia de Santa Cruz "confina por el Norte con
terrenos incógnitos; por el sur con el Gobierno e Intendencia de La Plata
(Charcas). Por el oeste con el Gobierno e Intendencia de La Paz y por el este
con el río Parapití o de San Miguel de los Chiquitos, que la divide de la
provincia de este nombre y aparta de los terrenos que llaman del Gran
Chaco".
Y más adelante, a escasa distancia ya de la emancipación de las colonias
hispanoamericanas, surge otro documento oficial que refuerza lo que venimos
comprobando. El Visitador General del Virreinato del Río de la Plata, Diego de
la Vega, recibió el encargo de preparar la edición de 1803 de la "Guía de
Forasteros del Virreinato de Buenos Aires", donde se comprenderían todos los
datos referentes a las diversas entidades provinciales que integraban aquella
jurisdicción. La obra tenía carácter oficial y contaba con el auspicio del Virrey.
Allí se especificaban las fronteras de los diferentes distritos, Respecto a la
Intendencia de Cochabamba – que así denominábase por aquel entonces la
Intendencia de Santa Cruz –, estampaba que "confina todo el distrito de ella,
por el norte con los terrenos incógnitos entre esta provincia y las Misiones de
Mojos, habitadas en parte de indios bárbaros de nación raches, sirionos y
yuracarees; por el sur con el Gobierno o Intendencia de La Plata; por el este
con el río Parapití o de San Miguel de los Chiquitos; y por el oeste con el
Gobierno o Intendencia de La Paz".
Todo esto nos prueba que el territorio desmembrado por Nufrio de Chávez
llegaba hasta Parapití: que este río siguió constituyendo siempre – a través
del largo período colonial – el límite oriental de Santa Cruz; y que hasta allí
llegaba, por tanto, al oeste, la Provincia del Paraguay.

III
CONFINES DE CHARCAS Y DE CHIQUITOS
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La Provincia del Paraguay confinaba en el lado del Chaco no sólo con Santa
Cruz de la Sierra, sino también con Charcas y Chiquitos.
Debemos, pues, determinar con precisión los límites que separaban la
frontera del Chaco de las de estas últimas provincias altoperuanas.
Abundante es la documentación que prueba que el límite este de Charcas
era la Cordillera de los Chiriguanos. Domínguez ha recopilado en un artículo –
"Límite Este del Perú en los contrafuertes andinos" – testimonios de gran
valor documental. Transcribamos algunos de los más claros.
Jaime Rasquín, que estuvo en el Río de la Plata, hacía constar que los
indios chiriguanos "son tan vecinos de la Provincia del Perú". Es decir que,
aunque están cerca, no están en el Perú.
Toledo, Virrey del Perú, afirmaba que "en los términos de la Ciudad de La
Plata (Charcas) están fronteros los chiriguanos".
Juan López de Velasco, que revisó los copiosos documentos obrantes en el
Archivo la Indias, escribió que "los chiriguanos están en la frontera de los
Charcas".
Francisco de Mendoza, en una información oficial decía en Madrid que hizo
guerra "en la frontera de las Provincias de los Charcas, a los chiriguanos
fronteros".
Diego de Pantoja, vecino de la Plata, en carta dirigida al Rey le dice: "El
dicho reino (del Perú) tiene a las espaldas las Provincias del Río de la Plata
(Paraguay), en las cuales hay mucha tierra abundosa y sana, aunque muy
falta de naturales, y los que hay son chiriguanos, gente indómita y guerrera".
Si las Provincias del Río de la Plata estaban a espaldas del Perú, era porque
entre ambas nada se interponía.
Juan Pérez de Zúrita, Gobernador de Santa Cruz, escribió: "Ha sido esta
gente (los chiquitos) que están al noreste, muy perseguida de los indios
chiriguanos, que confinan con estos charcas".
Fernando de Zárate, Gobernador del Paraguay, envía desde Asunción en
1595 al Capitán Bartolomé de Sandoval, al frente de una expedición, mientras
dice a la Audiencia de Charcas: "Vuestro gobernador de la Provincia de
Tucumán, Paraguay y Río de la Plata, digo que en las fronteras de dichas
gobernaciones confinan indios chiriguanos alzados".
El jesuita Alonso de Bárcena, desde Asunción instruía a su provincial en
esta forma: "la mayor suma de gente (indígena) es la nación que en las
fronteras del Perú llaman chiriguanos y acá llaman guaraníes".

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

La Audiencia de Charcas escribe al rey en 1606, expresándole que desean


ser doctrinados "los chiriguanos, que están fronteros de esta Provincia de
Charcas".
Y el Rey, acordando con la Audiencia de Charcas, le dice que recibió su
carta donde le comunicaba haber ordenado entrada "por la cordillera que
divide los indios chiriguanos de esa Provincia (de los Charcas)".
Los chiriguanos habitaban los contrafuertes andinos contiguos a la llanura
chaqueña, que recibieron por eso el nombre de Cordillera de los Chiriguanos.
Allí terminaba, pues, la jurisdicción de Charcas. Y allí comenzaba la del
Paraguay. (Véase Mapa al final).
Tócanos ahora dilucidar el límite que dividía al Paraguay de la Gobernación
de Chiquitos.
Un mapa, confeccionado por Tadeo Haenke en 1799, por encargo del
Gobernador de Santa Cruz, Francisco de Viedma, va a señalárnoslo. En 1788,
Carlos IV de España había resuelto enviar a sus tierras de América una
expedición científica. Con este motivo solicitó de la Universidad de Viena el
envío de un buen naturalista. La elección recayó en Tadeo Haenke. Éste
residió, después, veinte años en el Alto Perú, recorriéndolo hasta sus más
apartados confines. En el mapa encargándole por el Gobernador Viedma –
cuyo original se encuentra hoy en el British Museum – el límite sur de
Chiquitos está indicado por una línea que, partiendo del Parapití, baja en
dirección sudeste hasta los 18º 30', sin alcanzar el río Paraguay. El límite este
de Chiquitos está indicado por esa misma línea, que desvía hacia el norte. La
primera coincide con la Sierra de Santigo (impropiamente llamada de
Chochis, el cual no es sino uno de los cerros que forman la cadena). Y la
segunda línea coincide con la Sierra de San Fernando. (Véase Mapa al final).
Quedan, de esta manera, claramente precisados los límites que en los
confines del Chaco separaban las entidades coloniales que luego
constituyeron las Repúblicas del Paraguay y de Bolivia.

IV
EXPEDICIONES Y FUERTES

Legibles garabatos del siglo XVI y manuscritos de los dos siglos siguientes,
que guardan en sus evocativas páginas la narración de expediciones partidas
desde Asunción hacia el Chaco atrayente y enigmático, nos hablan de la gesta
ruda de aquellos días de leyenda.

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

Una de esas expediciones, e indudablemente la más importante, fue la


realizada en 1662 por el Maestre de Campo Lázaro de Ortega Vallejo. (Arch.
Nac., Vol. 196 Nueva Encuad., documento exhumado por el paleógrafo don
José Doroteo Bareiro).
Partiendo de Asunción, Ortega Vallejo subió por el río Paraguay hasta un
punto del litoral chaqueño en que fundó el fuerte de Angeles Custodios (no
lejos del actual Puerto Casado). Por allí penetró en la selva virgen. A su paso
fue encontrando enhiestos quebrachos y palosantos, samuhúes ventrudos y
bonachones, rientes cañadones, cactus florecidos, esteros, aromitales y
palmares. En dicha expedición fundó los fuertes Confuso, Finados, Espartillar,
Presentación y San Andrés, cuya ubicación cartográfica coincide casi con los
actuales villorrios de Casanillo, Isla Poí, Boquerón, Nauawa y Orihuela.
"En la otra banda del río Paraguay, en el fuerte de los Angeles Custodios,
en quince días del mes de octubre de mil y seiscientos y sesenta y dos años –
dice el informe por él presentado –, luego que pasé a ella con todo el resto de
los soldados españoles e indios amigos, yo el Maestre de Campo General
Lázaro de Ortega Vallejo..." mandé iniciar la marcha. Cinco días después, "por
la fragosidad de dichas tierras y no haber persona que nos dé alguna noticia
ni rumbo que tomar, obligado de la necesidad mandé al Sargento Mayor
Francisco de Cáceres y al Capitán Matías Sánchez con un trozo de soldados a
recorrer la tierra de una parte y de otra, y no hallar en toda ella alojamiento
suficiente por ser tanta y grandes llanadas, y no haber donde entrar mi real ni
agua permanente para las cabalgaduras, por ser dichas tierras grandes
secadales..." Luego de fundado el fuerte de Confuso, "mandé al capitán
Matías Sánchez saliese con un trozo de soldados a buscar algún rastro que
fuese fresco, y alojamiento para el subsecuente día, pasto y agua que fuese
suficiente, que todo es menester para estas tierras, a donde se pudiese
sentar dicho real, el cual corrió primeramente al sur y otro día al norte, y no
se halló cosa más que tan solamente a la parte del sur muchos esteros,
palmares y montes muy espesos e increíbles pantanos, y al norte espaciosos
palmares, y pantanos muy largos... Para cumplir con efecto con la instrucción
que traigo, salí yo personalmente con todos los reformados al poniente... y
visto que me cogía la noche traté de alcanzar mi fuerte." Después de fundar
el fuerte de Finados, "mandé a una compañía de indios amigos fuesen por
delante atalayando, mirando y explorando la tierra, porque los indios de a pie
se encubren mejor que la caballería..." Erigido ya el fuerte de Espartillar
Redondo, y después de caminar varias leguas, los indios amigos "toparon con
el río que llaman Turbio y divisaron unas rancherías muy fundadas, con lo que
se volvieron a darme cuenta". Los expedicionarios siguieron adelante. "Me fue
forzoso sentar mi real, aunque anegada la tierra, usando de astucia y maña,
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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

sobre zarzos de palma. El subsecuente día envié cinco o seis indios pomberos
(esto es, espías) que fuesen por delante..." Una vez construido el fuerte de
Presentación y proseguida la marcha, "oyeron un tamboril de dichos indios
que estaban en sus festejos, oído que oyeron dicho tamboril, el Capitán
Matías Sánchez con cuatro o seis amigos se fueron emboscados por palmares
anegados y luego de topar un largo bañado, que habiendo entrado por él más
de media legua a las cinchas, toparon un estero a volapié". Envióse entonces
a dos indios, quienes regresaron informando que el estero tendría más de dos
leguas y que de allí "se divisaban unas islas, y que el rumor y tamboril les
parecía estaban en aquellas islas. Se estudió entonces el sitio donde estaban
y qué cerco se les podía poner. Visto ser ya tiempo, mandé marchar con
mucha rectitud, dándoles la orden que se había de guardar, y con esto se
empezó a poner el cerco, y antes de acabarlo de poner, un soldado llamado
Diego Portillo, sin atención de la orden por mí dada, tiró un tiro sin tiempo,
causa que aceleró la contienda mandando embestir sin tiempo... "Terminada
la lucha con la victoria de los españoles, emprendieron éstos el regreso,
fundando de paso el fuerte de San Andrés. Ese fue el itinerario de la
expedición dirigida por Ortega Vallejo, la que llegó hasta el corazón del Chaco
y dejó fundados seis fuertes en esa zona de la Provincia del Paraguay.
Pasemos revista ahora a algunas fichas en que extractamos documentos
que hemos hallado en el Archivo Nacional.
En 1655 el Cabildo de Asunción hacía los aprestos para una jornada que
debía llevarse a cabo contra los indómitos guaicurúes, quienes con sus
continuas correrías en tierras de cristianos tenían en constante intranquilidad
a las poblaciones de la ribera. Poco después partía la expedición al mando del
Capitán García de Paredes. (Archivo Nacional, Vol. 44, Nº 4-5).
Durante el gobierno de Felipe Rexe Corbalán se realizaron tres entradas al
Chaco (1672, 1674 v 1675). Martín de Chavarrí era nombrado Maestre de
Campo en 1678, como premio a su particular valor demostrado en ocasión de
pasar juntos a la otra banda del río a perseguir a los infieles. (Arch. Nac., Vol.
38, Nº 45-56).
El gobernador José Martínez Fontes comunicaba al Cabildo de Asunción, en
1762, haber llevado a cabo una empresa consistente en castigar las tolderías
de las naciones del Chaco. (Arch. Nac., Vol. 1, Nº 15-21).
Las frecuentes irrupciones de diferentes naciones bárbaras, de indios
infieles habitantes del Gran Chaco, eran contenidas siempre con los fondos de
la provincia. Así lo expresaba el Cabildo de Asunción al Gobernador interino
en 1787 (id., id.)

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El Gobernador Francisco de Monforte publicó en 1788 una encuesta sobre la


necesidad de llevar una expedición contra los mbayaes y otros indios
confederados, que cometían muertes, robos e incendios en las granjas y
ejidos de la comarca asuncena. El Maestre de Campo Lázaro Vallejo Villasanti
contestó aconsejando que la entrada se hiciera por donde la había realizado
su abuelo Ortega Vallejo y agregando que debían salir 400 soldados
españoles y 600 indios auxiliares, con 2.000 cabezas de ganado vacuno y
1.000 caballos. Al poco tiempo publicábase el bando en que el Gobernador
ordenaba la partida de la expedición. (Arch. Nac., Vol. 1, Nº 12).
En 1794, el Gobernador de Corrientes Manuel de Besabé felicitaba a
Joaquín Alós, Gobernador del Paraguay, por el feliz resultado de una
expedición efectuada al Chaco por el Comandante José de Espínola. (Arch.
Nac., Vol. 5, Nº 1-7).
En la correspondencia mantenida en 1794 entre el Virrey Arredondo y el
Gobernador del Paraguay sobre la apertura de un camino que atravesando el
Chaco llegara hasta Salta, al referirse a los preparativos del segundo, aquél le
dice: "Todo me parece bien". La expedición encargada de abrir ese camino
partió en el mismo año, pasando por el río Bermejo y, por Monte Grande,
paraje cercano al fuerte del Río del Valle. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 2).
En un acuerdo del Cabildo, decía en 1797 el Alférez Bernardo de Argaña:
"Hay que hacer presente al Virrey el grande mérito que tiene esta Provincia
para ser atendida en medio de las incesantes tribulaciones que le ocasiona la
guerra viva que a su costa y mención mantiene contra las innumerables
naciones del Gran Chaco". (Arch. Nac. Vol. 93, Nº 2).
En 1799 expresaba al Cabildo de Ñeembucú el doctor Miguel Gregorio de
Zamalloa: "Para contener las hostilidades a los indios bárbaros, y que no se
repitan sus insultos contra las haciendas y vecinos, he dispuesto que el
Coronel José de Espínola pase al Chaco con gente necesaria". (Arch. Nac.,
Vol. 45, Nº 8).
En cuanto al fuerte Borbón – hoy Olimpo – fundado, según hemos visto, en
tiempos del Gobernador Alós, es enorme la cantidad de documentos donde
consta que el Paraguay siempre ejerció allí jurisdicción, ya renovando la
guarnición, ya enviando víveres, ya trasladando hacienda o concediendo y
negando permiso a los que deseaban seguir viajando más abajo por el río.

Capítulo V
LA EVANGELIZACIÓN

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Además de las expediciones que se enviaban al Chaco, también las


reducciones eran costeadas por el Paraguay. Para percibir el sacrificio
realizado por la Provincia en su afán de civilizar a los nativos con la prédica de
los Evangelios, internémonos de nuevo en esa inagotable fuente que es
nuestro Archivo Nacional.
En 1664 [4], el General Antonio de Vera Muxica era designado en Lima
Gobernador interino del Paraguay, con el encargo expreso de efectuar una
entrada por la Provincia de Tucumán para fundar reducciones entre los indios
tobas y mbocobíes del Gran Chaco. (Arch. Nac., Vol. 45, Nº 1).
En 1721, el P. Diego de Hase, religioso de la Compañía de Jesús, escribía al
ex Gobernador Bazán de Pedraza sobre sus esfuerzos desplegados entre los
irreductibles indios payaguaes. (Arch. Nac., Vol. 5, Nº 5).
Más tarde, mediante los propósitos civilizadores demostrados por el
Paraguay, los indígenas fueron aceptando poco a poco el trato con los
españoles. Así en 1753 los payaguaes celebraban capitulaciones en que se les
admitía la paz que solicitaban. (Arch. Nac., Vol. 37, Nº 49).
En l762, el Gobernador del Paraguay José Martínez Fontes comunicaba al P.
Nicolás Contucci, de la Compañía de Jesús, haber hecho las paces con los
indios abipones y prometídoles que muy pronto bajaría por el río con gente,
ganado, herramientas y víveres a formarles su población. Y, en cumplimiento
de esto, establecióse poco después con donativos y esfuerzos exclusivos de
los paraguayos, las reducciones de San Carlos del Timbó y Nuestra Señora del
Bermejo. Primer catequista de estas reducciones fue el jesuita Martín
Dobrizhoffer, autor de una célebre historia de los abipones. (Arch. Nac., Vol.
2, Nº 8-17).
La Real Orden del 28 de enero de 1765 encargaba al Gobernador del
Paraguay "la subsistencia de las reducciones de los indios mbayaes y
abipones y otras que se hagan de los indios que habitan el Chaco". (Arch.
Nac., Vol. 59, Nº 18).
El Cabildo de Asunción expresaba al Virrey Amat, en 1768, que la provincia
del Paraguay ha contribuido abastecidamente con todo lo necesario a las
reducciones de indios abipones llamadas Nuestra Señora del Rosario y San
Carlos del Timbó. (Arch. Nac., Vol 1, Nº 15-21).
La Real Cédula del 29 de mayo de 1769 ordenaba al Obispo del Paraguay
que cuanto antes evacue el informe sobre la situación en que deben hacerse
las nuevas reducción de indios tobas a la otra banda del Chaco, frente al
arroyo Naranjay. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 3).
El Maestre de Campo Fulgencio Yegros, Justicia Mayor de la Provincia del
Paraguay, envía en 1775 un exhorto al Rector del Sagrado Colegio de la
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Compañía de Jesús, para que provea de sacerdote a la reducción de Rosario


de los Abipones. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 8-17).
En un acuerdo del Cabildo de Asunción, en 1778, consta que algunos
caciques do indios mbocovíes solicitaron se les pusiese un pueblo en la otra
banda del río, frente a Remolinos. (Arch. Nac., Vol. 63, Nº 2).
Respondiendo a esta solicitud, el Gobernador convocó a varios vecinos a
objeto de establecer una reducción de indios mbocovíes en el lugar frontero a
Remolinos, para lo cual los vecinos hacendados harían préstamos de ganado.
Así consta en un Acuerdo tomado por el Cabildo en el mismo año. (Arch.
Nac., Vol. 63, Nº 2).
Poco después – según otro Acuerdo Capitular del mismo año –, el
Gobernador del Paraguay don Pedro Melo de Portugal se disponía a partir al
día siguiente al lugar de los Remolinos para señalar a los indios el lugar en
que se les daba reducción. Ésta recibió el nombre de San Fernando Solano de
Remolino. (Arch. Nac., Vol. 68, Nº 2).
Fray Pedro de Bartolomé, religioso de San Francisco, solicitó 1.000 cabezas
de ganado desde la Reducción de Laguna Blanca, situada en los lagares que
llaman de Aguaray (Pilcomayo). Así consta en un acuerdo Capitular de 1799.
(Arch. Nac., Vol. 46, Nº 15).
En 1782, el Gobernador del Paraguay don Pedro Melo de Portugal llevaba a
cabo la fundación de la nueva reducción de indios tobas a la otra banda del
Chaco, frente al arroyo Naranjay. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 3).
Ya al año siguiente, el Cabildo de Asunción proponía al gobernador que,
para socorrer a los indios tobas de la reducción de San Antonio, establecida a
la banda del Chaco, distante de Asunción como siete leguas, con el ganado
preciso para su manutención, se supla por vía de préstamo con 300 toros del
pueblo de Caazapá, que tiene cerca de 50.000 cabezas de ganado vacuno.
(Arch. Nac., Vol. 44, Nº 1).
En 1807, Antonio Cabrera enviaba un extenso informe sobre el estado en
que se encontraba la reducción de San Francisco Solano situada en el Chaco,
frente a Remolinos. (Arch. Nac., Vol. 2, Nº 8).
Tales reducciones – Laguna Blanca, San Antonio de Tobas, San Francisco
Solano de Remolinos, Nuestra Señora del Rosario, San Carlos del Timbó y
Nuestra Señora del Bermejo – se hallaban situadas en el Chaco Central,
comprendido entre el Pilcomayo y el Bermejo.
En el Chaco Boreal, es decir, el comprendido entre los ríos Negro y
Pilcomayo, se encontraban las reducciones de Santa Bárbara (cerca de la

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Bahía Negra), Guazutinguá (contigua al Estero Patiño), Melodía (actual Villa


Hayes) y Yasocá, (frente a Asunción).
Respecto a Melodía, existe un interesante documento del Virrey del Río de
la Plata, Marqués de Loreto, fechado el 13 de julio de 1788. Este alto
funcionario se dirige al Gobernador del Paraguay diciéndole que el P.
Francisco Amancio González y Escobar "se hallaba poblando el Chaco hacía
dos años, seis leguas río arriba de Asunción, con el designio de conseguir la
paz y reducción de las naciones de indios vagantes entre el río Pilcomayo, el
territorio de la nombrada Guaná e inmediaciones de los chiriguanos". (Arch.
Nac., Vol. 2, Nº 8-17).
Si el sacerdote paraguayo Francisco Amancio González y Escobar se
proponía reducir a los indios del Chaco hasta las inmediaciones de los
chiriguanos, era porque hasta allí alcanzaba el Obispado del Paraguay. Por
otra parte, la Real Ordenanza de Intendentes de 1782 decía que la
Intendencia a establecerse en Asunción "comprenderá todo el territorio de
aquel Obispado". Luego, si el territorio del Obispado del Paraguay llegaba
hasta los chiriguanos, hasta allí llegaba también el territorio de la Intendencia
del Paraguay. De ahí que los Virreyes del Río de la Plata, para asuntos
relativos al Chaco, se dirigiesen siempre a los gobernadores del Paraguay.

Capítulo VI
EL ESFUERZO COLONIZADOR

Múltiples fueron los esfuerzos realizados por el Paraguay para llevar al


territorio del Chaco los beneficios del progreso, estableciendo colonias
agropecuarias y fuertes que las resguardasen. La conservación de esas
colonias y fuertes, que eran frecuentemente acosados por el fiero aborigen,
requería ingentes gastos, que eran solventados siempre por la Provincia.
Para probarlo, hemos de recurrir nuevamente a nuestras fichas. Pero antes
de hacerlo, recordemos que en la capitulación del Gobernador del Paraguay
Juan Ortiz de Zárate (1569), el Rey le ordenaba fundar tres pueblos entre La
Plata y Asunción. Sabemos que el territorio que se extiende entre dichas
ciudades es el Chaco. Y como una Ley de Indias ordenaba a los gobernadores
"guardar y observar los límites de su jurisdicción", y otra prohibía, con pena
de muerte, entrar y poblar "en términos que a otros estuviesen encargados o
hubieren descubierto", tenemos que ya desde entonces el Chaco pertenecía al
distrito del Paraguay.

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El Obispo Latorre – el del golpe contra Felipe de Cáceres – tenía gran


cantidad de ganado vacuno en el Chaco. Así se deduce de un auto de 1591,
en que el Capitán Juan de Cumarraga, Juez de Comisión por S. M., decía que
"en la otra banda del río de esta ciudad hay y anda gran suma y cantidad de
ganado vacuno perteneciente a S. M., que fue del obispo de esta Provincia
Fray don Pedro Fernández de Latorre", y ordena el secuestro de dicho ganado
por haberlo detentado varios particulares. (Arch. Nac., Vol. 305 Nueva
Encuad.).
Los hacendados paraguayos poseían en el Chaco considerable cantidad de
ganado, como lo demuestra el siguiente documento. El Gobernador del
Paraguay Hernandarias de Saavedra decía que, según "los memoriales de
señores de ganado que están a la otra banda, como consta, parece haber
grandísima cantidad y estar todas alzadas, y conviene se recoja con la mayor
brevedad que se pueda, atento a que están en la parte de los indios
guaicurúes que a esta ciudad hacen guerra, y que de ordinario las matan y se
sustentan con ellas". Y termina ordenando que "a los ocho días pasen los
dichos ganaderos a hacer sus corrales por convenir así a los derechos de S.
M.". (Arch. Nac., Vol. 550 Nueva Encuad.).
El Cabildo de Asunción ponía en pública subasta el ganado mostrenco
existente en el Chaco. En un auto de 1640 dicha entidad acordaba que los
ganados que están a la otra banda se rematen al día siguiente en $ 370.–
(Arch. Nac., Vol. 63, Nº 5).
Constante era la ayuda que los gobiernos de la Provincia prestaban a los
indios del Chaco. La 1769 el Teniente Ramón Palacios comunicaba haber
llevado, en esa fecha, a la reducción de los abipones lo siguiente: botijuelas,
talegos, sacos de porotos, tercios de tabaco y tercios de yerba. (Arch. Nac.,
Vol. 546 Nueva, Encuad.).
No sólo ganado vacuno se enviaba para las colonias y reducciones del
Chaco, sino también ganado caballar. Fray Francisco Pereyra, Capellán de
Caazapá, comunicaba en 1787 al Gobernador Melo de Portugal que, de
acuerdo con lo ordenado por éste, remitió al P. Francisco Amancio González y
Escobar 25 caballos "para la reducción de indios que nuevamente se ha
establecido del otro lado del río". (Arch. Nac., Vol. 457 Nueva Encuad.).
En cumplimiento de una orden del Rey, el Gobernador Alós se dirigió en
1792 a la parte norte del Chaco, para establecer nuevas poblaciones que
contuviesen la usurpación portuguesa en esa región. En un Acuerdo del
Cabildo de Asunción del citado año consta que "en este acto se recibió un
oficio del señor Gobernador Intendente, su fecha del día, en que comunica a

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esta ciudad los medios que ha tomado para que se verifiquen las poblaciones
que se han de establecer". (Arch. Nac., Vol. 95, Nº 7).
El fuerte Borbón recibía constantemente víveres enviados de Asunción. Uno
de los tantos documentos que lo atestiguan es éste: el baqueano del Ramo de
Guerra, Silvestre Bogarín, decía en una nota de 1795 que condujo sal, poroto,
tabaco y yerba a Villa Real de la Concepción para su remisión al fuerte Borbón
y al nuevo establecimiento del río Corrientes. (Arch. Nac., Vol. 3380 Nueva
Encuad.)
Y en el mismo año, el Gobernador Alós ordenaba al Administrador del Ramo
de Guerra que entregue a los indios mbocovíes venidos del Gran Chaco
algunas arrobas de yerba y tabaco. (Arch. Nac., Vol. 594 Nueva Encuad.)
Hasta la ganancia de la yerba-mate vendida en Buenos Aires era destinada
para cubrir los gastos que la Real Hacienda de la Provincia desembolsaba en
la manutención de los fuertes de Borbón y San Carlos, como consta en un
manuscrito de 1798. (Arch. Nac., Vol. 33, Nº 1-8).
La estancia de Villa Real de la Concepción fue trasladada al fuerte Borbón,
como lo prueba un expediente de 1802. (Arch. Nac., Vol. 12, Nº 18).
Anteriormente nos hemos ocupado ya de los afanes de los gobernadores
Pinedo, Alós y Ribera para poblar más intensivamente el Chaco. No hay,
pues, por qué insistir sobre ello.
Resumiendo, podemos decir que el ganada vacuno y caballar, las partidas
de yerba, tabaco, sal y demás víveres y todo lo necesario para la colonización
del Chaco, eran proveídos constantemente con los ímprobos esfuerzos del
Paraguay.

Capítulo VII
LOS LÍMITES ÉTNICOS, GEOGRÁFICOS Y JURÍDICOS

Existe una gran similitud entre el litigio de fronteras de Guatemala y


Honduras y el surgido entre el Paraguay y Bolivia.
"Es indudable – expresa la Memoria de la Secretaría de Relaciones
Exteriores de Guatemala (1938) – que ni la una ni la otra de las naciones
contendientes podría aspirar a otra frontera que la existente entre las
provincias de Guatemala y Honduras al tiempo de la Independencia: el uti
possidetis de aquel año se imponía como medio de llegar a un procedimiento
racional en el juicio arbitral que se proyectaba". Pero una dificultad surgió:
"Se pretendía por Honduras – dice el informe de la Delegación guatemalteca
– convertir la cuestión de límites en una cuestión territorial y, aunque siempre
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mantuvo ese equivocado criterio, el laudo del Tribunal Especial de Límites fue
terminante, dejando sentada la doctrina de una justa y prudente
interpretación del principio del uti possidetis, tal como lo había sostenido
Guatemala en el curso de los debates".
El Tribunal Especial de Límites entre Guatemala y Honduras fue presidido
por el Presidente de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos de
América, Honorable Charles Evans Hughes, e integrado por el doctor Emilio
Bello Codesido (chileno) y el Licenciado Luis Castro Ureña (costarricense). El
citado tribunal dictó su Fallo Arbitral el 8 de enero de 1933, siendo su
resultado favorable a Guatemala.
La argumentación de dicho documento es sólida y contundente. Uno de los
pasajes más medulares, y que revela, al propio tiempo cuán lógica y justa es
la tesis sostenida por el Paraguay, es el siguiente:
"La expresión "uti possidetis" se refiere, indudablemente, a posesión. Hace
de la posesión la norma. Al determinar en qué sentido las Partes se refirieron
a la posesión, debemos considerar su situación al fenecer el régimen colonial.
No era su condición la de Estados en guerra que aceptaban un status
territorial, nacido de la conquista, para terminar las hostilidades. Ni derivaba
tampoco sus derechos de diferentes soberanos. E1 territorio de cada una de
las Partes había pertenecido a la Corona de España. El dominio del Monarca
español había sido absoluto. De hecho y de derecho, la Corona había estado
en posesión de todo el territorio de cada una de ellas. Como antes de la
Independencia cada entidad colonial era simplemente una unidad
administrativa sujeta, en todo respecto, al Rey de España, no había posesión
de hecho ni de derecho, en el sentido político, independiente de la posesión
del Monarca. La única posesión de una y otra entidades coloniales antes de su
independencia, era la que se la pudiese atribuir en virtud de la autoridad
administrativa de que disfrutaba. Por tanto, el concepto del "uti possidetis de
1821" (de 1811, en el caso del Paraguay) necesariamente se refiere a un
control administrativo fundado en la voluntad de la Corona española. Con el
objeto de trazar la línea del "uti possidetis de 1821" debemos establecer la
existencia de tal control administrativo. Cuando la entidad colonial ejercía
control administrativo con anuencia del Monarca español, no cabe duda de
que se trataba de un control jurídico y la línea trazada de acuerdo con tal
control sería una línea jurídica. Si, por otra parte, antes de la Independencia,
cualquiera de las dos entidades coloniales hubiera hecho valer un control
administrativo contrario a la voluntad de la Corona española, ello habría
constituido una mera usurpación, y puesto que, ex hipothese, el régimen
colonial aún estaba en existencia y la única fuente de autoridad era la Corona

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(excepto en el transcurso del breve período de la vigencia de la Constitución


de Cádiz), tal usurpación no podía revestir ningún carácter de "posesión"
opuesto a la posesión de hecho y de derecho de la Corona".
Pasemos ahora al litigio de fronteras entre el Paraguay y Bolivia. Y veamos
cuáles fueron durante el coloniaje sus límites étnicos, geográficos y jurídicos.
Las migraciones de los guaraníes a los contrafuertes andinos comenzaron
ya en la época precolombina. Una vez allí establecidos, fueron denominados
chiriguanos. El Tahuantisuyo o tierra de los quéchuas – donde dominaba el
Inca, es decir, el Emperador – lindaba con los chiriguanos. Otros guaraníes
cruzaron también el Chaco y fueron a establecerse en la región del Parapití;
éstos recibieron el nombre de guarayos. Varios miles de guaraníes,
acompañando a Alejo García, Juan de Ayolas, Alvar Núñez y Domingo de
Irala, se dirigieron también a esas regiones, donde quedaron en definitiva. Y
aún hoy, son chiriguanos y guarayos, es decir, guaraníes, los habitantes de
esa fértil zona, donde tienen establecidos los villorios de Camatindy, Tigüipa,
Machareti y Ñancorainza. La Cordillera de los Chiriguanos, el río Parapití y la
Sierra de Santiago constituyen, pues, los límites étnicos del Chaco.
La vasta planicie del Chaco se extiende en el oeste hasta la Cordillera de los
Chiriguanos, en el noroeste hasta el río Parapití y en el norte hasta la Sierra
de Santiago. En toda la inmensa llanura no existe ningún accidente geográfico
prominente que pudiera servir de límite arcifinio con el Alto Perú. Sólo se
encuentra, de tanto en tanto, alguna cañada o cauce seco, es decir, ríos que
son tales únicamente cuando llueve. En cuanto a la serranía que en dirección
norte-sur pasa por Carandayty, Capiirendá e Ybybobó (toponimia guaraní que
significa Palmar, Pajonal y Tierra Agrietada), es apenas una cadena de escasa
altura. Más al oriente de ésta ya no hay ninguna otra. Y trazar una línea de
puntos imaginarios es procedimiento poco aconsejable por los conflictos
fronterizos que suele traer aparejados. La Cordillera de los Chiriguanos, el río
Parapití y la Sierra de Santiago son, por tanto, los límites geográficos del
Chaco.
La entidad colonial Provincia del Paraguay era una unidad administrativa.
Ella se extendía, según lo hemos visto ya, hasta los confines de Santa Cruz,
Charcas y Chiquitos. Centenares de cartas geográficas obrantes en la
Mapoteca de la Sección Límites (Ministerio de Relaciones Exteriores), indican
también que el territorio del Chaco – el Pays Marecageaux, como
gráficamente lo llamaban algunos cartógrafos del coloniaje –, estuvo siempre
comprendido en la jurisdicción de esa unidad administrativa.
Y que el Paraguay ejercía control administrativo en el Chaco, por medio de
sus autoridades civiles, eclesiásticas y militares, lo hemos demostrado con
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documentos relativos a colonias, reducciones, fuertes y expediciones, hechos


ostensibles y evidentes de que la jurisdicción paraguaya era reconocida,
permitida o tolerada por el Monarca español en el decurso de los años. Y
como la Provincia ejercía el control administrativo, o sea el control jurídico,
hasta los confines de su jurisdicción, tenemos que la Cordillera de los
Chiriguanos, el río Parapití y la Sierra de Santiago constituyen los límites
jurídicos del Chaco. De donde se deduce, dada la absoluta identidad existente
entre los límites étnicos, geográficos y jurídicos de los confines chaqueños,
que tal es la única delimitación procedente y justa.

IV PARTE
LA REVOLUCIÓN

Capítulo I
EL ALUD NAPOLEONICO RUEDA A LA PENÍNSULA

De nada servían todas las coaliciones que se formaron en Europa para


resistir a sus planes. El poder del temido corso era irresistible. Y la suerte le
sonreía siempre. Cuando sólo era el General Bonaparte – al servicio de los
principios de la Revolución Francesa –, anduvo ya de victoria en victoria. Su
actuación como Cónsul de la República había sido eficaz y progresista. Pero,
su ambición – tan grande como su talento –, la convirtió en el Emperador
Napoleón. Haciendo tabla rasa de los ideales de la Revolución – libertad,
igualdad, fraternidad –, implantó la dictadura, creó una nueva nobleza y llevó
la guerra a toda Europa, cubriéndose de gloria mientras los hombres morían
por millares. Sin embargo, allí cerca, al otro lado del canal, se erguía
orgulloso un acantilado inhóspito y abrupto que desafiaba su inmenso poder.
Única nación que le hacía sombra, era necesario abatirla. Pero, para preparar
la invasión, debía obtener antes el apoyo de Portugal. Esta nación se negó a
complacerle. Resolvió entonces atacarla. Para esto era necesario atravesar
por España. Por un tratado – el de 1807 –, ésta se obligaba a permitirlo. Y
poco después se producía, en Bayona, la tragicomedia por la cual los
monarcas españoles entregaban su patria al invasor y, en Portugal, la huida
del Príncipe Regente Don Juan (el futuro Juan VI) a su colonia del Brasil.
El Rey de España, Carlos IV, era hombre sin carácter que se limitaba a
sancionar lo que su mujer, María Luisa, decidía. Ésta, a su vez, no era sino un
elemento de su favorito, el joven, ambicioso e infatuado primer ministro,
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Godoy. Amante dominador de la reina madurona, Godoy era un jefe


desproporcionado a la magnitud de los problemas que se imponían a España
en aquel período histórico. El príncipe heredero, Fernando, humillado y
cubierto de apodos y de afrentas, rumiaba en secreto sus odios y su
venganza. Falso y miedoso, desleal y embustero, su gobierno fue uno de los
peores que sufrió España.
Con el pretexto de reconciliar a Carlos IV con su hijo Fernando VII – quien
le había obligado a abdicar a raíz del motín de Aranjuez –, Napoleón los citó
en 1808 a una conferencia en Bayona. Allí consiguió que Fernando abdicara
en favor de su padre y éste en favor de Napoleón. Retuvo prisioneros a
ambos, e hizo proclamar a su propio hermano José Bonaparte, quien fue
apodado bien pronto con el mote de "Pepe Botellas", El pueblo español,
indignado, se levantó en armas en defensa de su libertad. Napoleón, ante esa
resistencia, se vio obligado a invadir España con 200.000 hombres.
Esta masa considerable rodó de los montes Pirineos a los valles ibéricos con
violencia y estrépito. La Junta de Sevilla, constituida en representación del
monarca depuesto y como protesta contra el rey intruso, tendrá que huir a
Cádiz y, más tarde, a la isla de León. La avalancha tropezará, sin embargo,
con obstáculos; el pueblo español la hostilizará en una terrible guerra de
guerrillas que durará seis años y que no dará cuartel a las tropas francesas.
Esa guerra será el comienzo del fin de la dominación bonapartista. En España
empezará a eclipsarse la estrella de Napoleón.
El alud amenazaba cubrir toda la Península. Ante la negativa lusitana, el
ejército francés invadió Portugal por la frontera del este. "Hábil a pesar de su
timidez, entre inerme y malicioso – anota Calmón –, el Príncipe Regente Don
Juan no quería en ningún caso la guerra, que por un lado amenazaba al trono
– a punto de zozobrar en la vorágine de la invasión, como el de España – y,
por otro, amenazaba a los dominios, que representaban la riqueza de
Portugal. Inglaterra confiaba en la antigua e invariable lealtad portuguesa,
pero no por eso alejaba del Tajo a una de sus escuadras que, en cualquier
momento, podía bombardear Lisboa, si el gobierno del país asumiera una
actitud antibritánica". Lord Strangford, ministro de Inglaterra, se refugió en
una nave. "De noche, secretamente, iba el Príncipe Regente a confiarle los
secretos políticos. Fue Strangford quien le mostró el ejemplar del "Monitor" de
París con el decreto de Napoleón que abolía la monarquía portuguesa y dividía
el reino en tres provincias. Esto ocurrió el 11 de noviembre de 1807. No se le
ocurrió otra cosa a la Corte, instigada por los ingleses, que la fuga al Brasil,
aconsejada por Inglaterra. América se dibujaba como refugio de la vieja
Europa. Pero esta vez no se justificaba ya demora alguna. Se señaló la

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partida de la familia real para el 27 de noviembre, y ya el 25 el general Junot,


al frente de un ejército que avanzaba velozmente, entraba en Abrantes, a 22
leguas de Lisboa. Tenía orden de apoderarse de la casa reinante. Debía
prender en su palacio a los Braganza. El reino no se defendía. La vacilación
del gobierno lo había entregado, desarmado, a la invasión. Junot podía
recorrer sin peligro, a pesar del lodo de los caminos y la inundación de los
ríos, aquella tierra tan enemiga hasta entonces de los soldados extranjeros. El
porvenir no tenía esperanzas para Don Juan. Como la escuadra se ofreció
para custodiarle, dio orden a todos los nobles, a los altos funcionarios, a los
generales, a las personas principales de la Corte, de acompañar a la dinastía
al Brasil. Se embarcaron 15.000 personas, entre dignatarios, eclesiásticos,
magistrados, criados y tropas, llevando cada cual lo que pudo transportar. El
30 de noviembre, Junot entró en Lisboa; ese día, la flota luso-inglesa
desaparecía en el horizonte".

Capítulo II
INTRIGAS EN RÍO Y REVOLUCION EN BUENOS AIRES

La escuadra ancló en Bahía el 28 de enero la 1808. Y la Corte portuguesa


quedó establecida en el Brasil por largos años.
Miedoso y tímido, disimulado y contemporizador, tales eran las
características principales de la fisonomía moral del futuro Juan VI de
Portugal.
Su esposa, la Princesa Carlota Joaquina de Borbón, era hija de Carlos IV y
de María Luisa. Hermana, por tanto, de Fernando VII. "Fea, despótica,
escandalosa, libidinosa, grosera, inteligente y entusiasta – dice Calogeras –,
figura popular para dirigir las pasiones de la multitud, capaz de inspirar
sacrificios, como bandera que se tornó de una causa con innúmeros adeptos,
el absolutismo intransigente, fue la gran víctima del hecho, de que no tenía
culpa, de encerrar una fuerte alma masculina en un cuerpo, poco favorecido
sin embargo, de mujer. Hija primogénita del casal reinante en España, y
casada por conveniencia política con el Príncipe del Brasil, érale superior bajo
muchos aspectos. Tenía voluntad, y tenacidad de propósito. Era capaz de
dedicarse. Tenía un ideal, por el cual sabría sufrir. No transigiría con sus
principios, cuando de un acto de aparente sumisión proviniesen notorias
ventajas personales. Era ella verdaderamente un cabo, un conductor de
hombres".
La Corte de Río de Janeiro movíase en medio de una extraña sociedad de
aventureros y exploradores, inteligentes, audaces y sin escrúpulos. El primer
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ministro, Rodrigo de Sousa Continho, Conde de Linhares, era el vínculo de


unión entre agentes ostensivos y agentes confidenciales, no siempre
confesables. Carlota Joaquina, que odiaba a su marido, siempre tomaba
posición adversa a la de éste. Por lo demás, el Príncipe Regente se había
lanzado en manos de los liberales. Ella, en cambio, era absolutista por
temperamento. Cada tendencia tenía, pues, como jefe a uno de los cónyuges.
Carlota Joaquina se sentía heredera de los derechos de su cautivo hermano
Fernando VII a las posesiones españolas de América. Y su sueño era hacerse
coronar Emperatriz del Río de la Plata. Don Juan, cauteloso, auxiliaría desde
lejos esa pretensión, en cuanto su apoyo no perjudicase los intereses de la
monarquía bragantina. Surgiendo un conflicto, prevalecería el punto de vista
de Portugal. El plan secreto de Sousa Coutinho era apoderarse del Uruguay
(antigua esperanza de la Corte de Lisboa) y, además, del Paraguay.
Inglaterra también desarrollaba su política, representada por su ministro Lord
Strangford. Política de equilibrio y de matices. Inglaterra necesitaba de
mercados para vivir. No la convenía que se extendiese demasiado el poder
lusitano. Tampoco podía perjudicar a España continental, con la que había
ajustado un pacto de alianza contra Napoleón. De ahí que no podía favorecer
ninguno de los puntos de vista extremados. Los factores conjugábanse, pues,
para producir resultados contradictorios. Y en medio de tanto embrollo, tejía
su urdimbre la intriga.
Desde los primeros días de la llegada de la Corte a Río, alimentaba el
gobierno una legión de agentes confidenciales en Buenos Aires, cuya
instrucción era de trabajar con prudencia y tenacidad por la pretensión de la
Princesa Carlota Joaquina. Así, lentamente, iba ésta granjeando prosélitos,
prometiendo beneficios, exponiendo programas.
Los prohombres de Buenos Aires no pensaban en una solución republicana,
excepto Moreno, Castelli y Rivadavia. Eran sinceramente monarquistas
Belgrano, Saavedra, Paso, Alberti, Vieytes, Rodríguez Peña y Pueyrredón.
Monárquico se manifestó también más tarde San Martín, que por entonces se
encontraba en Europa. Ellos consideraban que la Junta de Sevilla era una
agremiación que no representaba al rey encarcelado, sino sólo a una
determinada provincia del reino. Y que, por tanto, igual derecho les asistía
para crear ellos mismos una junta local. De ahí que no reconocían autoridad
al Virrey Cisneros, nombrado por la Junta de Sevilla.
Sería mejor aún, decían, si al nuevo gobierno constituido presidiese una
persona cuya autoridad se legitimase por sus derechos dinásticos, en tal
forma que pueda legalmente asumir la regencia. Podría formar así una
monarquía constitucional. Tal solución era posible. Próxima a Buenos Aires,

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reinando sobre un vasto imperio que podía proteger al naciente Estado, se


hallaba una infanta, hermana de Fernando VII. No había razón para no
confiar en el patriotismo español de Carlota Joaquina.
Saturnino Rodríguez Peña, residente en Río, era el principal elemento de
enlace entre la princesa y los conspiradores porteños. Belgrano y Pueyrredón
fueron enviados más tarde como emisarios. Los prohombres locales y los
agentes confidenciales hacían propaganda en Buenos Aires a favor de tal
candidatura. Preparaban un recibimiento clamoroso a su llegada. Pero Don
Juan, después de haber consentido en el viaje, retiró el permiso. Debióse ello
quizás al miedo de ser derrocado de su propio trono, por el odio conyugal de
la mujer, poderosa al final. O quizá por creer que podía surgir un obstáculo
perjudicial a la política tradicional de Portugal. Puede también que tal actitud
se haya debido a la oposición inglesa, representada por Lord Strangford. Sea
cual fuere la causa, lo cierto es que – como dice Calogeras –, el acuerdo entre
los liberales porteños y la intransigente Princesa no habría durado mucho
tiempo, "por el anacronismo que la solución representaba: una mentalidad
absolutista, a la moda del siglo XVIII en sus comienzos presidiendo los
destinos de un país con tendencia y aspiraciones francamente modernas, e
inspiradas por las luces y necesidades de organismos a evolucionar
ascensionalmente. Entre ambos grupos mediaba un siglo todo: el siglo del
Enciclopedismo".
Los elementos porteños favorables a la regencia quedaban entregados a
sus propias fuerzas e inspiraciones. Y así pasaron los años de 1808 y 1809.
El 13 de Mayo de 1810 llegó de Gibraltar el bergantín "Filipino", con la
noticia de la derrota de los españoles. Las tropas francesas estaban en
Andalucía y la Junta Gubernativa había huido a la isla de León. Sólo el 18, el
virrey Cisneros se resolvió a publicar la noticia en un manifiesto en que
aconsejaba calma a la población. La nueva produjo un gran revuelo. Los
hombres que preparaban la revolución para derrocar al Virrey, empezaron a
trabajar activamente, celebrando reuniones en la quinta de Rodríguez Peña,
en la jabonaría de Vieytes y en partidas de caza organizadas para disimular el
propósito de la reunión. El Virrey se vio obligado, ante la agitación popular, a
convocar un Cabildo abierto o Asamblea general, al que concurriría "la parte
principal y más sana del vecindario".
Reunida la Asamblea el 22, el Obispo Lué afirmó que aunque sucumbiera
España en poder de los franceses, nada pasaba en América mientras existiera
en ella un español, a quien correspondería su gobierno. Castelli rebatió esto
con la teoría de la igualdad de España e Indias. EI debate prosiguió
tumultuoso. Finalmente procedióse a votar, siendo éste el resultado: declarar

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caduca la autoridad del Virrey y facultar al Cabildo a constituir una Junta


Gubernativa. El 23 transcurrió sin novedades. El Cabildo, partidario del Virrey,
divergía de la resolución tomada. Pretendiendo burlar la voluntad de la
Asamblea general, resuelve el 24 investir a Cisneros de la presidencia de la
Junta que se creaba. En esta forma, aunque bajo diferente rótulo, el poder
continuaba en la misma persona. Gran descontento produjo en el pueblo el
bando en que se hacía conocer la composición de la Junta. A tal punto que
ésta tuvo que devolver el poder al Cabildo. El núcleo dirigente de jóvenes
revolucionarios redactó una representación escrita para elevarla al Cabildo al
día siguiente. En dicho documento se consignaba los nombres de las personas
que debían constituir la nueva Junta. Se la hizo circular por la ciudad durante
toda la noche, habiéndose obtenido 409 firmas. Esa misma noche los jóvenes
oficiales French y Berutti se ocuparon de reclutar gente de los suburbios para
apoyar el movimiento.
El 25, a pesar de la incesante llovizna, enorme gentío se iba aglomerando
en la Plaza Mayor, frente al Cabildo. En una mercería de la Recova, French y
Berutti compraron cintas de color blanco y celeste y las distribuyeron como
distintivos entre los partidarios de la causa. Como la sesión del Cabildo se
prolongaba mucho, la gente invadió los corredores, y mientras daban fuertes
golpes en la puerta de la sala, se oyó una voz que decía: "El pueblo quiere
saber de qué se trata". Martín Rodríguez tuvo que salir a serenar los ánimos.
Presentado el escrito, los regidores exigieron que se congregase el pueblo en
la Plaza para ratificar su contenido. Transcurrido un largo rato, salieron al
balcón, y viendo en la Plaza poca gente, el síndico Leiva preguntó: "¿Dónde
está el pueblo?" Los de abajo contestaron que la gente se había retirado por
ser hora inoportuna, pero si quería ver al pueblo, se agitase la campana del
Cabildo, o ellos tocarían generala. El Cabildo, ante esta amenaza, hizo leer el
pedimento y la Plaza lo ratificó. La junta Gubernativa fue designada, pues, en
la forma que exigía el escrito del 24. Es decir, presidida por el coronel
Saavedra e integrada con los abogados Moreno, Belgrano, Castelli y Paso, el
comandante Azcuénaga, el presbítero Alberti y los comerciantes – españoles,
pero revolucionarios – Matheu y Larrea.

Capítulo III
UNA AMALGAMA DIFÍCIL

A Junta Gubernativa de Buenos Aires dirigió una circular a las provincias


integrantes del Virreinato del Río de la Plata, exhortándolas a reconocer su
autoridad. El Cabildo de Buenos Aires, por su parte, envió otra circular en el
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mismo sentido. "El pueblo de Buenos Aires – decía –, no pretende usurpar los
derechos de los demás del Virreinato pretende, sí, sostenerles contra los
usurpadores". En realidad, el programa de la revolución, al crear el nuevo
gobierno, había decretado el sometimiento violento de todo el Virreinato a la
autoridad municipal de Buenos Aires. Claro que todo se hacía en nombre de la
libertad. "El pueblo pedía – dice el doctor Ricardo Levene –, que fuese una
expedición militar, la expedición libertadora o de la libertad, a extender en las
provincias la Revolución de Mayo". La llamarada de entusiasmo pretendía
reeditar las hazañas de los ejércitos republicanos de Francia: convertirse en
auxiliar y protectora de todos los revolucionarios. Sólo que aquí faltaba la
"Marsellesa", ese canto que – como dice un escritor – "aun hoy enciende la
sangre como el buen vino".
"Aquella Junta – comenta Mariano A. Molas – que con calidad de
provisional, era creatura de sólo el pueblo de Buenos Aires, que bien conocía
que como capital o residencia de los Virreyes y demás tribunales superiores
del Virreinato, no tenía el derecho exclusivo, preeminente o privilegiado de
arrogarse y resumir a sí sola el mando superior, sobre las demás provincias y
pueblos que no la habían transmitido sus originales derechos... sin aguardar
que las demás provincias la reconociesen y se sometiesen a su superioridad,
de que la revestía el Ayuntamiento de Buenos Aires, empezó a ejercerla y a
extenderla sobre las demás provincias como derivada de la libre voluntad de
ellas; y pretendía que también el Paraguay la reconociese".
El comandante José de Espínola, recientemente separado por el Gobernador
del Paraguay – Bernardo de Velasco – de la jefatura de Villa Real de la
Concepción, se encontraba en Buenos Aires, gestionando ante el Virrey
Cisneros su reposición en el cargo, cuando se produjo el movimiento del 25
de mayo. Tratando de sacar el mejor partido a favor de sus particulares
intereses, se plegó de inmediato a la revolución triunfante, juró obediencia a
la nueva autoridad y se ofreció a atraer a la Provincia del Paraguay, allanando
personalmente con su influencia cualquier dificultad. La Junta, creyendo que
se trataba de un valioso apoyo, le entregó unos pliegos para el gobierno del
Paraguay, en que se pedía el reconocimiento de la misma y la cooperación de
la Provincia.
El Paraguay se resistió espontánea y vigorosamente, como veremos luego.
Las causas que inspiraron esa reacción no puede limitarse a la escasa
simpatía con que contaba Espínola en el seno de sus coterráneos, ni a un
espíritu de localismo. Las causas eran mucho más profundas. "Existía –
señala Moreno – un fuerte sentimiento de solidaridad: solidaridad en el
sufrimiento, solidaridad en las protestas, solidaridad en la indignación sorda

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que produce el esplendor ajeno considerado como causa de la miseria propia.


Resentimiento que se extiende, además, a cuanto afecta al esfuerzo o al
orgullo colectivo bajo la calificación de "paraguayos". Es frecuente asimismo
escuchar la palabra "patria" expresada en un sentido marcadamente regional
y propio. Todo ello venía elaborando, en el transcurso del tiempo, el fuerte
vínculo nacional. La raíz de este vínculo la encontramos desde el principio
cimentado en el orden económico. Y así, cuando vemos al pueblo levantarse
airado contra un obispo, contra los jesuitas o contra cualquier autoridad, bajo
banderas que proclamaban, a veces, avanzados principios, no nos engañemos
creyendo encontrar en esos hechos móviles puramente políticos. El pueblo
paraguayo tardó sin duda mucho tiempo en darse mediana cuenta de sus
derechos; pero tuvo siempre una visión bastante clara de sus intereses.
Imaginémonos esta provincia tal como era entonces, abandonada en el
corazón del continente, dentro de su circunscripción, con su pueblo
homogéneo, su educación severa, su lengua expresiva y enérgica, sus
intereses de un mismo orden, su vigorosa y persistente aspiración económica.
Imaginémonosla, recordando los factores que presidieron su
desenvolvimiento; y habremos por fuerza de reconocer que esta provincia
constituía una sociedad con carácter propio – sin semejanza con provincia
alguna –, dentro de la vasta extensión del Virreinato. Y reconoceremos
asimismo, en la uniformidad, en la cohesión de sus elementos constitutivos,
de sus caracteres psicológicos, en el especial proceso histórico de su propia
vida, los, sólidos fundamentos de la nacionalidad".
Tales condiciones sociales y tales sentimientos, elaborados en siglos de
aislamiento, desamparo y opresión, no eran sospechados siquiera por los
ardorosos paladines de la revolución porteña. De ahí que no percibiesen lo
difícil que les resultaría realizar la amalgama que se proponían. Buenos Aires,
fundada por Asunción en 1580 y dependiente de ésta hasta 1617, había sido
convertida en 1776 en capital del nuevo virreinato. Asunción quedó, pues,
desde entonces bajo la jurisdicción de aquélla. Pero, a poco de producirse la
división de 1617, ya comenzó a delinearse el predominio económico de la
futura capital del Virreinato, que lo ejerció desde un comienzo con carácter
absorbente y opresivo. Santa Fe – hija también de Asunción – inició, a su vez,
una política egoísta, según hemos visto ya al ocuparnos del Puerto Preciso y
los impuestos de sisa, arbitrio, alcabala, etc. Esas tendencias, que ahogaban
al comercio paraguayo, llegaron a adquirir con el tiempo carácter sistemático.
Llegado a Asunción, el comandante José de Espínola entregó al Gobernador
Velasco los oficios en que la Junta de Buenos Aires solicitaba reconocimiento
y cooperación. Pero enterado Velasco de que Espínola traía además una

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credencial secreta, en que se le autorizaba a removerle del mando y


suplantarle, intimó al emisario que se retirase a Villa Real de la Concepción,
en donde se proponía tenerle recluido. Entonces Espínola, fingiendo acatar la
orden, tomó aguas abajo y escapó a Buenos Aires. A raíz de la circular de la
Junta, Velasco había reunido el Cabildo de Asunción para escuchar su
parecer. Dicha corporación informó "que tratándose de un asunto
extraordinario de la mayor gravedad, y en cuya resolución se interesaba toda
la Provincia, convenía proceder con toda madurez y circunspección,
conociendo fielmente su voluntad, y que para ello se convocase una Asamblea
general del clero, oficiales militares, magistrados, corporaciones, hombres
literatos y vecinos propietarios de toda la jurisdicción, para que decidiesen lo
que fuese justo y conveniente". El Gobernador convocó, pues, a Cabildo
abierto o Asamblea general, fijando su reunión para el 24 de julio.
En la fecha indicada, llevóse a cabo la Asamblea en el local del Real Colegio
Seminario de San Carlos. Asistieron a ella el Gobernador, los regidores del
Cabildo y los invitados. Refiriéndose al doctor José Gaspar de Francia, dice
Somellera en sus "Notas" a Rengger: "Pero yo, que en una reunión provocada
por Velasco el año anterior, creo que fue el 24 de julio, le había oído opinar y
sostener que había caducado el gobierno español..." Molas, sin embargo,
asegura que la resolución de la Asamblea fue adoptada con gran
precipitación, "sin dar lugar a que nadie diese su voto libremente". Y Benítez,
por su parte, agrega, al ocuparse del doctor Francia, que "su firma no
aparece en el Acta del Congreso del 24 de julio de 1810".
El hecho a que se refiere J. P. Robertson es posterior. "Con ocasión – dice –
de la instalación de la Junta que suplantó en el Paraguay a la autoridad de
España (es decir, en 1811)... Francia... dirigiéndose a la mesa y tomando
colocación ante varios funcionarios oficiales, colocó ante él un par de pistolas
cargadas y dijo: «Estos son los argumentos que traigo contra la supremacía
de Fernando VII».
La Asamblea resolvió: 1º "Proceder al reconocimiento y solemne jura del
Supremo Consejo de Regencia, legítimo representante de Nuestro Soberano
el Sr. Don Fernando VII". 2º "Que se guarde armoniosa correspondencia y
fraternal amistad con la Junta Provisional la Buenos Aires, suspendiendo todo
reconocimiento de superioridad en ella hasta tanto que S. M. resuelva lo que
sea de su soberano agrado". 3º "Que en atención a estarnos acechando la
potencia vecina (Portugal), se forme a la mayor brevedad una Junta de
Guerra para tratar y poner inmediatamente en ejecución los medios que se
adopten para la defensa de esta provincia". 4º "Que se dé cuenta al Supremo

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Consejo de Regencia y se conteste a la Junta Provisional de Buenos Aires con


arreglo a lo resuelto y acordado en esta nota".
El Congreso del 24 de julio de 1810 interpretaba, así, fielmente el
sentimiento público. Su aparente españolismo no era en el fondo otra cosa
que una defensa contra la pretensión porteña. Y ello tiene su explicación en el
hecho siguiente: de la doble cadena que sufría el Paraguay – España y el
Virreinato – "la de la madre patria resultaba – como dice Moreno –,
muchísimo más lejana, más floja y llevadera". Y ya llegaría también – como,
en efecto, pronto llegó la oportunidad de sacudir esa influencia.
El principio de la libre determinación comenzaba a regir los destinos de
América. Por eso, es desconocer la génesis de nuestras nacionalidades
pretender radicada sólo en las grandes organizaciones – Virreinatos,
Audiencias, Capitanías Generales – y negarle ese derecho soberano a los
pueblos. La acción emancipadora de las colonias españolas fue esencialmente
un movimiento de provincias que, al romper el nexo que las ligaba a la
metrópoli, asumieron directamente la plenitud de la soberanía para crear
nuevas entidades nacionales. Fueron los pueblos de las provincias, en
realidad, los que estructuraron las nacionalidades americanas.

Capítulo IV
EXPEDICION DE BELGRANO

Bien se veía – teniendo en cuenta las amenazas proferidas por Espínola en


su huida – que la Junta de Guerra para la defensa de la Provincia, creada por
la Asamblea del 24 de julio, no iba enderezada contra Portugal – a pesar de
que ésta en realidad acechaba –, sino contra Buenos Aires, que constituía por
entonces un peligro mayor por la inminencia de una invasión.
Velasco – en vísperas de su partida a las Misiones transparanenses, donde
pensaba apoderarse de las armas que hubiese disponibles –, mandó
desocupar el Colegio de San Carlos convirtiéndolo en cuartel general, cerró el
puerto e hizo parar el tráfico comercial, pertrechó algunos buques y los envió
a guardar la boca del río Paraguay, y cubrió todos los pasos del Paraná con
milicianos. Y, por último, dejó provisoriamente el Gobierno en manos de un
triunvirato de cabildantes: Haedo, Recalde y Carísimo.
No eran vanas las precauciones tomadas por el gobierno del Paraguay. En
efecto, poco después, la Junta porteña enviaba una expedición con el objeto
de apoderarse de la Provincia y anexarla a Buenos Aires. Y encargaba la
jefatura de la misma a uno de sus miembros más prominentes: Manuel

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Belgrano, abogado que, por patriotismo, acató su designación como general


improvisado. A las fuerzas de su mando se plegaron unos pocos paraguayos
"porteñistas", es decir, partidarios de la anexión: José Ildefonso Machaín,
José Alberto Cálcena y Echeverría, y dos hijos del comandante Espínola: José
y Ramón.
Llegado que hubo al Paraná, Belgrano lo cruzó sin inconvenientes, pues las
patrullas paraguayas tenían orden de replegarse, a fin de atraerlo hacia el
grueso de las fuerzas milicianas. Según los falsos informes que diera Espínola
a la Junta, numerosos paraguayos se irían agregando a la expedición.
Convencido Belgrano del error, escribió a la Junta: "Desde que atravesé el
Tebicuary no se me ha presentado ni un paraguayo, ni menos los he hallado
en sus casas; esto, unido al ningún movimiento hecho hasta ahora a nuestro
favor, y antes por el contrario, presentarse en tanto número para
oponérsenos, le obliga al ejército de mi mando a decir que su título no debe
ser de auxiliador, sino de conquistador del Paraguay". En todas sus
comunicaciones a la Junta hablaba de la conquista a realizar, y en una de
ellas decía: "Quiera Dios que sea feliz, para que pueda venir con todos y
entrar a la conquista de los salvajes paraguayos, que sólo se pueden
convencer a fuerzas de balas". Confiaba plenamente en la victoria; de los
paraguayos decía que "no son en su mayor parte sino bultos: los más no han
oído aún el silbido de una bala". Sin embargo, más tarde – después de las
dos derrotas sufridas –, termina declarando haberse encontrado con un
pueblo. "V. E. no puede formar una idea bastante. – llegará a decir –, a qué
grado de entusiasmo han llegado, bajo el concepto que oponiéndose a las
miras de V. E., defienden la patria, la religión y lo que hay de más sagrado.
Así es que han trabajado para venir a atacarme de un modo increíble,
venciendo imposibles que sólo viéndolos pueden creerse; pantanos
formidables, el arroyo a nado, bosques inmensos e impenetrables, todo ha
sido nada para ellos, pues su entusiasmo todo lo ha allanado. ¡Qué mucho! Si
las mujeres, niños, viejos y clérigos y cuantos se dicen hijos del Paraguay,
están entusiasmados por su patria".
Velasco se puso al frente de las tropas paraguayas, las que esperaban al
invasor en el lugar denominado Paraguarí, antiguo colegio de los jesuitas,
situado a 18 leguas de Asunción. Las tres divisiones estaban a cargo del
Coronel Pedro Gracia, Teniente Coronel Manuel Atanasio Cabañas y Teniente
Coronel Juan Manuel Gamarra. El ejército invasor acampó cerca de allí, en las
faldas del Mbaey (desde entonces llamado Cerro Porteño). Entre ambos
ejércitos corría el arroyo Yuquerí. El 19 de enero de 1811, a las tres y media
de la madrugada, se produjo el choque. La infantería española se desbandó a
poco de empezada la lucha. También se puso en fuga Velasco, quien, para no
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ser reconocido, arrojó al suelo su uniforme de Brigadier, con su lente y


boquilla de oro, y fue a ocultarse en la Cordillera de los Naranjos. Los
porteños avanzaron hasta Paraguarí, donde se apoderaron de las provisiones
del cuartel. Los paraguayos quedaron librados a sí mismos. Fue entonces
cuando Cabañas y Gamarra, al frente de sus divisiones, cayeron
impetuosamente sobre los flancos del enemigo. Este, con Belgrano a la
cabeza, tuvo que retirarse precipitadamente en dirección al sur, terminando
así la batalla de Paraguarí.
Las fuerzas porteñas cruzaron el río Tacuarí, "profundo, rápido, montuoso y
sin vados", y se colocaron en su margen izquierda. Apoyaban su derecha en
un bosque impenetrable y extenso. Al frente, sobre el paso, colocaron
cañones, los que barrerían la picada de la margen opuesta que conducía al
paso. A la izquierda, para hacer frente a la escuadrilla paraguaya que podría
llegar por ese lado, emboscaron cañones tras un bosquecillo. Cerca del paso
se hallaba un montículo, desde entonces llamado "Cerrito de los porteños";
allí se situó Belgrano. A la espalda se extendían otras tantas defensas.
Excelente era el punto en que se habían fortificado; inexpugnable por el
frente y con barreras enormes por los flancos. El jefe paraguayo, Cabañas,
considerando inútil emprender el ataque por el paso, planeó un movimiento
envolvente. Había que trazar un puente en la margen superior del Tacuarí, a
una legua aproximadamente del punto que ocupaban. El éxito estribaba en la
celeridad y en que no sospechase el enemigo. Para realizarlo, había que
atravesar pantanos y bosques vírgenes. Se encomendó la difícil misión al
Comandante Luis Caballero, padre del futuro prócer de la independencia
nacional. "Y el anciano jefe paraguayo – dice Moreno – respondió a esta
elección con tan abnegado esfuerzo, que murió poco después de terminar el
puente, a consecuencia de las fatigas sufridas, bajo un sol ardiente, en la
fragosa margen del Tacuarí". Por esa ruta emprendió su marcha el grueso de
las fuerzas, dejando unos pocos hombres en el paso para entretener al
enemigo. Cruzando pantanos y malezales, llegaron al puente. Ya en la orilla
opuesta, tuvieron que abrir un sendero a machete y sable, entre la
enmarañada espesura del bosque. Luego de cruzar un inmenso pajonal, en la
mañana del 9 de marzo los paraguayos se presentaron ante las tropas
porteñas. Cabañas distribuyó las fuerzas de acuerdo con los Tenientes
Coroneles Gamarra, Pascual Urdapilleta y Fulgencio Yegros (futuro prócer,
este último, de la emancipación paraguaya). En la oficialidad figuraban
también otros futuros próceres de Mayo: Capitanes Pedro Juan Caballero,
Antonio Tomás Yegros y Juan Bautista Rivarola, Alférez Vicente Ignacio
Iturbe, capellán José Agustín Molas y otros. El plan había sido ejecutado con
precisión admirable; al llegar dichas fuerzas, iniciaba el tiroteo la guarnición
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del paso y subía por el Tacuarí la escuadrilla al mando del Comandante


Ignacio Aguirre. El combate fue intenso y prolongado. La escuadrilla
paraguaya, desplegada en los flancos, se lanzó a toda carrera sobre las islas.
Un jinete enlazó un cañón y lo presentó a Gamarra. Los porteños no pudieron
resistir el furioso empuje. Y Belgrano levantó bandera de parlamento sobre el
montículo cercano al paso del Tacuarí. Entrevistado con Cabañas, solicitó una
capitulación, bajo la promesa de desocupar en seguida el territorio de la
Provincia y no volver a hacer armas contra ella. Generosamente, el jefe
paraguayo accedió a lo solicitado, sin exigirle ninguna reparación por los
inmensos daños que había causado al Paraguay con su pretendida expedición
libertadora. Lo que no había conseguido Espínola, tampoco lo pudo realizar
Belgrano. Decididamente, tal amalgama era imposible. Aunque no existía aún
el Estado paraguayo, la nación paraguaya era desde tiempo atrás una
realidad viva y palpitante.

Capítulo V
ASUNCIÓN COLONIAL

Es difícil dar con una ciudad tan típicamente americana como Asunción. Un
estudio sobre su ubicación, características urbanas y vida social durante el
coloniaje, nos dará, la medida de ello. Basta internarnos en sus callejas
tortuosas y pintorescas, escudriñando sus paisajes, sus edificios y sus
costumbres, para captar la esencia misma de su alma multiforme y única, y
obtener así una exacta visión de la Asunción colonial, donde pronto estallaría
la Revolución de la Independencia.
En los planos que, en las postrimerías del coloniaje, confeccionaran don
Félix de Azara y don Julio Ramón de César, ingenieros miembros de las
partidas de demarcadores españoles, se observa cómo Asunción fue
extendiéndose a lo largo de la bahía en forma de anfiteatro. Y vése también
allí cuán curioso era su aspecto, con sus arboledas y chácaras diseminadas
por los amenos valles de los alrededores. La ciudad de entonces no alanzaba
más allá de las actuales calles Colón, Coronel Martínez y México. Lo demás
era suburbio.
En realidad, no había sino dos calles, ambas sin pavimento: las hoy
denominadas Palma y Buenos Aires. Las demás aparecen como callejones
cortos y esfumados entre el desperdigado caserío. Donde hoy está Benjamín
Constant, existía una ancha laguna cuyas aguas, formando un riachuelo por
la calle 15 de Agosto, pasaban bajo el puente de Santo Domingo y
desembocaban en la bahía.
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En la obra "El Supremo", de Edward Lucas White, aparece un plano de


Asunción en 1809, basado en el de Azara. Allí figuraban los nombres de
algunas calles:
Calle Comercio (hoy Buenos Aires)
Calle Espinosa (hoy Presidente Franco)
Calle Pombal (hoy Palma)
Calle Encarnación (hoy Oliva)
Calle Santo Domingo (hoy Juan E. O'Leary)
Calle de la Merced (hoy N. S. de la Asunción)
Calle Concepción (hoy Independencia)
Destacábase, en primer término, el campanario del Convento de Santo
Domingo, erigido sobre la colina conocida por Loma Cabará [Kavara], – sitio
donde estuvo la casa fuerte de Salazar –, que se extendía desde 15 de Agosto
hasta Juan E. OLeary, entre Avenida República y el barranco del río. Cruzando
el puente – que figura en el plano de Azara y en una ilustración de Demersay
– y siguiendo por la ribera, llegábase al Real Colegio Seminario de San Carlos,
que desembocaba poco después en la Plaza Mayor. Allí surgía, hacia el norte,
el Cabildo, con su torre-reloj de piedra y ladrillo construida por el ingeniero
César. Y junto al Cabildo, el Cuartel de Infantería. Al oeste de la plaza estaba
la Real Factoría de Tabacos (en el sitio ocupado hoy por la Escuela Militar). Al
este de la plaza, levantábase la Catedral, que había sufrido varias traslaciones
a causa de la erosión de la barranca. Más al oriente, a lo lejos, encaramado al
rojo barranco, se divisaba el rancherío de naturales denominado Parroquia de
San Blas (Chacarita actual). Al sur de la plaza hallábase la Casa del
Gobernador, en la actual esquina Alberdi y Buenos Aires que forma cruz con
los fondos del Teatro Municipal. Ejemplar típico de la arquitectura colonial,
constaba de un solo piso, con pilares y espacioso corredor, que rodeaba el
edificio por tres costados. Sobre su interior se abrían el despacho
gubernativo, las habitaciones del Gobernador y las oficinas de las Cajas
Reales. El zaguán principal daba a la fachada frontera a la bahía. La noble
casona sirvió de residencia a los gobernadores Alós, Ribera y Velasco, a la
Junta de 1811 y al Dictador Francia, siendo conocida después por Correo-cué.
Un día – absurdo prurito edilicio – fue alevosamente demolida por la piqueta
municipal.
Siguiendo nuestro deambular, llegamos al Convento de San Francisco.
Frente a él se formó más tarde la Plaza de San Francisco, hoy Plaza
Uruguaya. Y no lejos de él se encontraba la Parroquia de San Roque. Más allá,
las dos calles largas se juntaban y formaban el camino real. Allí estaba

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Samuhú-peré [Samu'u pere]. "Lo que buenamente pude llamarse ciudad –


dice Aguirre – tiene su mayor distancia, desde las Barcas hasta las
inmediaciones del árbol Samuhú-peré, árbol célebre que ha dado nombre al
barrio y cuya existencia se pierde en la remota antigüedad".
El camino real se alejaba hacia las campiñas, donde abundaban las
viviendas mestizas, la "culata yobai" [culata jovái], mezcla del "tapîi" [tapýi]
autóctono y de la "casa" peninsular.
El Cabildo había acordado – el 12 de marzo de 1792 – dividir la ciudad en
barrios. A causa de la accidentada configuración del terreno, cada uno había
tomado el sitio que mejor la parecía. Como consecuencia de ello, la
delineación de las calles era caprichosa e irregular. Así se explica que el barrio
de Samuhú-peré "será – según el citado acuerdo – tomando la calle que viene
de la chácara del señor Arzediano Zamudio, pasando por un lado de las casas
del señor Coene, torcerá al norte a espaldas de San Francisco y, pasando por
la casa de Santiago Pérez, bajará calle abajo por las casas de don Francisco
Duarte y seguirá hasta el río, en cuya división estarán comprendidas todas las
casas hasta salir de la ciudad". (Arch. Nac., Vol. 256 Nueva Encuad.).
Regresando hacia el oeste, encontramos el Convento de la Merced. Si
superponemos los planos de Azara y César con uno moderno, encontramos
que dicho edificio estaba situado en el perímetro Estrella-Independencia-
Oliva-N. S. de la Asunción (actual plaza frontera al Banco del Paraguay). Más
tarde, desaparecido el convento, se siguió denominando "La Mercé Valle" –
barrio de la Merced – a la zona que se extendía hacia el sur hasta la Loma
Tarumá. Esta – limitada por las calles Caballero, Río Blanco, Iturbe y
Amambay – debía su nombre a los frondosos árboles que se levantaban en su
cumbre. Era de verse el general regocijo con que, el 24 de Septiembre, se
celebraba en dicha loma el "Tupasi la Mercé ara" [Tupasy la Mercé ara], esto
es, el día de Nuestra Señora de la Merced. Allí bailaban, bajo la sombra de los
tarumaes, las "cambá la Mercé" [kamba la Mercé]. Adornadas con peinetones
de oro y grandes ramos de claveles en la cabeza, con rosarios de coral en el
cuello y aros de crisólitos de tres pendientes, luciendo las níveas camisas
"typoi" y arremangadas en los costados las faldas de percales con volados
fruncidos, danzaban descalzas las garridas mozas, poniendo, con su destreza
y su donaire, una nota de color y de alegría en el ambiente de la época. En
realidad, las fiestas comenzaban en la víspera y, a veces duraban sin
interrupción hasta la octava. Allí, en aquellos contornos, el "ybyrasîi"
[yvyrasŷi] o palo enjabonado, la sortija, el toro-candil y la "galopa-pú [galopa
pu]" proseguían incansables día y noche. Y, en medio de la profana algazara,
no faltaba el matiz cristiano de humildad y misericordia: las "cambá la Mercé"

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llevaban, el día de la Virgen, comida y aloja a los presos de la cárcel. Esta


costumbre popular, que constituye parte integrante del folklore paraguayo,
subsistía todavía hace unos treinta y cinco años.
Otras costumbres populares vienen también del coloniaje, tales como los
"camba-raangá" [kamba ra'anga], pesebres de Navidad, "cheolos" de
carnaval, velorios con música y baile, etc. Y tradiciones populares como el
"Caá" [ka'a], "Mburucuyá" [Mburucuja], "Sarakí", "Acá-Pyta" [Akâ pytâ],
"Guabirá" [Guavira], "Pirí" [Piri], "Ysypó" [Ysypo], "Payé" [Paje], "Yrupé"
[Yrupe], etc.
Más al oeste del Convento de la Merced, se hallaba la Parroquia de la
Encarnación, Por Estrella y Ayolas, según se deduce de los planos citados.
Años después, durante la dictadura del doctor Francia, el Convento de Santo
Domingo, cercano a la barranca, pasó a ser Iglesia de la Encarnación. Dicho
edificio fue destruido por un incendio en 1889.
Cerca del puerto (en la esquina de las actuales calles Buenos Aires y
Montevideo), se encontraba Machaín-cué [Machaín-kue], que fuera
anteriormente residencia de los gobernadores. Y más allá, ya en las afueras,
estaban la casa de la pólvora, el horno de ladrillos, las piedras de Santa
Catalina, el observatorio y las tolderías de indios payaguaes.
Interesante era el aspecto que ofrecía Palma durante el coloniaje.
Bobertson, que llegó poco después de la Revolución, dice que estaban
"resguardadas las casas y tiendas de una de sus veredas del sol y de la lluvia,
por un prolongado corredor techado parecido a los portales de Chester". Un
trecho de esa recova subsistía aun hace pocos años; era el comprendido
entre Nª Sª de la Asunción e Independencia. Por donde ahora corren sobre el
asfalto los aerodinámicos y hacen sus guiñadas nocturnas los letreros
luminosos, existía un caliente arenal, bordeado de naranjos de sombra útil y
permanente verdor. Por allí transitaban los funcionarios públicos, frailes y
militares, los abogados y tinterillos, los hacendados y chacareros de los
aledaños, los embarcadizos, aguadores e indios domésticos. Allí, al sonar la
hora de la queda, apagaban sus faroles y cerraban sus negocios los pulperos,
horteras y barberos. Por ahí estaría también, o muy cerca de esa arteria, la
farmacia de don Juan Gelly, antiguo corregidor de Oruro, que constituía un
centro de reunión en que participaban los vecinos de mayor cultura.
Del estilo árabe o morisco había surgido, como se sabe, el andaluz, y de
éste a su vez el colonial. De ahí las características de las casas de Asunción.
Estas se componían generalmente de una amplia techumbre "de dos aguas" y
macizos muros de adobe. Las puertas tenían tableros primorosamente
labrados y el pesado aldabón. Las rejas de las ventanas eran unas de hierro
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forjado y otras de madera torneada. A través de los zaguanes se percibía el


patio. Junto al aljibe – a veces decorado con azulejos andaluces –, lucían
parrales, jazmineros y madreselvas. Y, como un telón de fondo, destacaba un
tayí [tajy] su yelmo de oro. Aunque no se veía desde la calle, donde las
persianas ponían su discreto enclaustramiento, era seguro que en los
aposentos no faltaba algún bargueño de jacarandá, un nicho con su imagen
religiosa o una alacena donde guardar la yerba, el "cayguá chapeado"
[kaygua chapeado] y el sabroso dulce de arazá [arasa].
"Los criollos burgueses de la ciudad, como los españoles mismos, son gente
de costumbres sencillas, trato llano y cultura intelectual muy limitada. La
sociabilidad es patriarcal y aldeana. La gente se acuesta habitualmente al
toque de ánimas. No se conocen los suntuosas puertas blasonadas de Lima,
ni el estilo plateresco de las fachadas de Bogotá, la docta. No hay marqueses
ni hidalgos peninsulares; no se ven en sus calles doradas carrozas. Su
aristocracia es sólo una pequeña burguesía de hacendados y negociantes, sin
lujo y sin elegancia. La llaneza de costumbres mezcla en el trato social
cotidiano la clase rica con los pobres. Es una ciudad católica, pero sin
misticismo; se ignora la Teología; las llamaradas férvidas de la Inquisición no
han llegado hasta ella; el clero mismo, escaso y modesto, es de carácter
liberal, dentro de sus funciones. No existe Universidad ni institutos. La
enseñanza primaria y secundaria la ejercen los franciscanos en el histórico
convento y colegio de donde salen luego tantos frailes patriotas. Algunos
hijodalgo nativos van a estudiar a Córdoba o a Chuquisaca". Palabras que
parecen escritas sobre Asunción colonial, por la acertada descripción que
hacen del ambiente, son de Zum Felde y refiérense al Montevideo de aquella
misma época.
"La falta de alumbrado público – dice Moreno – dejaba la suerte del
transeúnte librada a las mortecinas luces de su farol, menos apropiadas para
guiar sus pasos que para dirigir la acción de algún desvalijador nocturno. La
vida de la ciudad, por la influencia de estas causas más que por la práctica
constante de un forzado retraimiento, cesaba por lo general con las últimas
claridades del día, exceptuados naturalmente los ocasionales paseos,
reuniones y serenatas a la luz de la luna. Desde la hora de la retreta, que
indicaba con sonoras campanadas el reloj del Cabildo, el profundo silencio de
la noche sólo era interrumpido por el paso de las rondas, que tenía a su cargo
la guarnición de la plaza, situada frente a la Casa del Gobernador.
La vida social, falta de sus naturales incentivos, tenía que ser
extremadamente débil. Y seguramente la ocasión y el motivo de su mayor
actividad eran las misas de los domingos, acontecimiento periódico que

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esperaba siempre con profanas ansias la católica juventud de la capital,


porque después del santo sacrificio, precedido y seguido del desfile mujeril y
las discretas cortesías de los varones, venían los "pagos de las visitas", que
las amistades de confianza realizaban en el corredor o a la sombra de los
rosales, donde en medio de la franca expansión de las almas juveniles,
menudeaba el tradicional mate de leche con azúcar quemada y naranja roquy
[rokúi]".
Asunción contaba entonces con 10.000 habitantes.
"La gran masa de la población – comentaba Robertson – era una casta
formada del elemento español y del indígena, pero predominaba tanto el
primero que los naturales o mestizos parecían descendientes de europeos.
Los hombres eran generalmente bien formados y atléticos, y las mujeres casi
todas bonitas. La sencillez y vaporosidad de sus trajes, así como sus
atractivos personales, muy superiores a los de las correntinas, junto con un
cuidado escrupuloso de su aseo personal, dábanle un aspecto interesante y
seductor. Cuando solía verlas de regreso de los pozos o de los chorros con
sus cántaros en la cabeza, me hacían recordar otras tantas Rebecas".
Subiendo ahora por las empinadas cuestas, dirijamos nuestros pasos hacia
las quintas frondosas y aromáticas de los suburbios. El rojo de los tejados va
cediendo ya el lugar al amarillo grisáceo de los techos de paja; y en vez de
pilares de ladrillos se ven horcones de urundey.
Por allí "bajaban diariamente – dice Moreno –, en largas hileras, con su alba
túnica flotante, tras de sus mansos pollinos, las alegres proveedoras del
mercado de Asunción; y las ligeras carretillas repletas de frutas, conducidas
por mozos imberbes, enamorados y bullangueros; y los macizos carretones
de tabaco o miel, que rechinaban perpetuamente bajo el peso de su carga,
con la calma imperturbable de sus viejos "picadores". Y por el mismo camino,
que ondulaba entre las lomas y hondonadas, entre el verde esmeralda de los
sembrados y los tonos oscuros de los bosques, bajo la sombra de una
perenne vegetación, pasaban así mismo en alegres cabalgatas los caballeros
y las damas de la ciudad, que acudían a una fiesta o tornaban a sus chácaras,
lugares predilectos de su actividad y de sus goces".
Esa región intermedia entre el campo y la ciudad – afirma el citado autor –,
fue siempre para el paraguayo colonial el lugar predilecto de su solaz y sus
placeres. "Fue allí – agrega – donde los jesuitas localizaron el campo de
esparcimiento de Antequera, a quien la atribuían tanta pasión en contra de
ellos como a favor del bello sexo de la Asunción. Y fue allí seguramente, en
esa zona intermedia, en que la linajuda juventud se dio la mano con las
criollas del arrabal, donde nacieron las picantes coplas hispano-guaraníes, y
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donde la guitarra preludió los primeros aires nacionales, cuyos acordes


penetran tan hondo en el sentir del paraguayo y animan su soledad y sus
nostalgias, vibrando perpetuamente dentro de su corazón como el eco lejano
del terruño".
En esa región intermedia estaba también la aldea de negros denominada
Laurelty. La introducción de la masa africana en el Paraguay fue muy escasa.
Por eso los negros carecieron casi de influjo en la constitución étnica del
pueblo. Laurelty era uno de los escasos sitios donde se habían establecido.
Allí celebraban anualmente la tradicional fiesta de San Baltasar, el Rey Mago
negro. El día de San Baltasar es una fiesta de la forma, del sonido y del color.
Sus ritos son resultado de un sincretismo o mezcla de creencias africanas,
indias y españolas. La noche de la víspera, acicaladas con vestidos de vivos
colores, las mozas de ébano danzaban con sus galanes bajo la típica
enramada, mientras giraba la calesita y corrían el mosto y la caña. Cuando
llegaba el gran día, desde muy temprano comenzaba a oírse el tam-tam del
tamboril, alegre y triste a la vez, como el alma de los negros. El cura de la
capilla preparaba su atril y abría su misal. Una muchacha que portaba una
bandera roja, seguida de tres negros con sus tamboriles, salía a recibir a los
sucesivos grupos de peregrinantes que venían bajando por la loma cercana.
Al frente de éstos marchaba otro abanderado, seguido de un mozo promesero
vestido de capa colorada con ribete dorado y corona de refulgente cartón,
también roja y dorada. Al encontrarse los dos abanderados, se arrodillaban
tres veces y otras tantas se saludaban con inclinaciones de cabeza. Hecho
esto, comenzaban ambos a danzar toreando, mientras una docena de
disfrazados se contorsionaban y efectuaban piruetas de toda laya al compás
del tam-tam, que subrayaba la nota de color exótico. (Pareciera que se
estuviese mirando una tela de Figari o leyendo versos de Pereda Valdés).
Otro promesero, a unos treinta metros de la capilla, se ponía de rodillas, y
así, avanzando en esa forma, llegaba hasta el santo, en medio del religioso
silencio de los circundantes. Reanudaban luego los tamboriles su sugestivo
tam-tam y los disfrazados sus contorsiones y piruetas, mientras con pasmosa
agilidad una anciana danzaba con un cántaro lleno de agua sobre la cabeza.
Una ingenua y fresca alegría, impregnada de cierto misticismo, flotaba en el
ambiente. Esta original nota de nuestro folklore puede observarse aún hoy,
tomando el día de Reyes el ómnibus de San Lorenzo.
Así transcurría, sencilla y apacible, la vida de Asunción, la ciudad que tan
abnegada y nobilísima función civilizadora desempeñara en una vasta
extensión del continente (2).

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Capítulo VI
PROPAGACIÓN DEL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO

Múltiples fueron las causas que contribuyeron a la formación del espíritu


revolucionario en las colonias españolas de América.
"No estoy de acuerdo – dice Levene – con la imagen de la colonia que
duerme una larga siesta de tres siglos".
Y esa disconformidad es razonable. En lo que respecta al Paraguay Colonial,
la vida se deslizaba, es cierto, apacible y tranquila; pero eso no constituía en
modo alguno una modorra, un sueño pesado. Prueba de ello está en que,
cuantas veces pretendióse torcer el curso de su destino, o simplemente
herirla en sus sentimientos, la Provincia revelóse díscola, indócil.
Coincidiendo con esa observación, Luis Alberto Sánchez dice de la "modorra
colonial" que ésta "existió hasta cierto punto, porque no observarla equivalía
a incurrir en delito de rebelión. Pero, cada año, de los trescientos que duró el
régimen español en América, está señalado, en cada uno de nuestros países,
por un motín, un alboroto, un "ruido" o una franca sublevación. Los
funcionarios lo acallaban, entre algodones de temor y complacencia. No había
periódicos. Ni libertad para editar libros o folletos".
La inmensidad del imperio colonial español, su alejamiento de la metrópoli,
el grado de prosperidad económica relativa de esas colonias, los efectos del
sistema económico y político de la metrópoli con las colonias, la intervención
de Napoleón en España, los principios proclamados por la Revolución
Francesa, el ejemplo de la emancipación de las colonias inglesas de América y
el sentimiento de amor por el suelo natal, fueron factores que, como señalan
numerosos autores, influyeron decididamente en la emancipación de las
colonias hispanoamericanas.
La revolución, para Levene, "está enraizada en su propio pasado y se nutre
en fuentes ideológicas hispánicas e indianas. Se ha formado durante la
dominación española y bajo su influencia, aunque va contra ella, y sólo
periféricamente tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a
España e Hispano-América, que constituía un orbe propio. Sería absurdo,
filosóficamente, además de serlo históricamente, concebir la revolución
hispanoamericana con exterioridad simiesca, como un epifenómeno de la
Revolución Francesa o de la norteamericana". Y agrega: "En ninguna parte de
Europa como en España proliferó una literatura política, de marcada
tendencia liberal y antimonárquica, contraria a la monarquía absoluta, como
las obras del Padre Rivadeneira o la de Saavedra Fajardo, escritas para
criticar el maquiavelismo que era la política de la astucia, la mentira y el
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interés. La idea igualitaria impera en esta literatura española. La idea


igualitaria de los Estados entre sí, que es la tesis de Fray Francisco de Vitoria,
el creador del Derecho Internacional; la idea igualitaria de los miembros que
integran la sociedad política, que es la tesis del Padre Mariana, y la de
Suárez, que funda la existencia del Estado en el consentimiento de los
hombres, adelantándose a la teoría del "Contrato Social", do Rousseau, y
ambos y otros más, que explican el derecho de resistencia o de revolución
contra la tiranía; la idea igualitaria de los hombres entre sí, cualesquiera sea
la raza, que fue el pensamiento de la Reina Isabel y escribieron o lucharon
por su realización aquel apóstol combativo de la libertad de los indios y aún
de los negros que fue Bartolomé de las Casas, y el defensor de los criollos de
América, que fue Juan de Solórzano Pereyra".
El sistema colonial restrictivo ideado por la Corte de Madrid puede
sintetizarse en esta trilogía: monopolio económico, monopolio religioso y
monopolio político. El primero consistía en la prohibición a las colonias
hispanoamericanas de comerciar con otra nación que no fuese la metrópoli y
esto sólo por ciertos y determinados puertos de España y América. El
segundo, en perseguir como "herejes" a todos los no católicos, lo que era un
resabio del fanatismo medioeval. El tercero, en excluir sistemáticamente a los
nativos de los cargos públicos.
He aquí, por otra parte, cómo analiza Ricardo Rojas el cuadro de aquella
época: "La impolítica legislación española, ciega desde la distancia donde se
promulgaba, nada hizo por mitigar la crisis que minaba el sentimiento español
en América. Agravada, por el contrario, con su sistema de privilegios en favor
de los peninsulares, el criollo vio ahondarse las diferencias que le separaban
del español; así fuera en ocasiones su padre. Influencias en la Corte, pitanzas
clandestinas, venta de magistraturas y blasones o concesiones para
responder a los apuros del fisco en plena bancarrota, prácticas aún más
viciosas que el precepto, precipitaron sobre América, principalmente en el
siglo XVIII, una cáfila de burócratas altaneros, o segundones en desgracia,
que sólo traían su desdén para el nativo y su ilícita avidez de fortuna, a la
sombra de la dignidad eclesiástica o civil que se les confería. Con ellos venían
sus pequeños paniaguados, casi todos de la clase media o plebeya, a
completar el cuadro de la exótica oligarquía. Excluidos los americanos de las
funciones públicas – salvo las municipales del Cabildo –, dedicábanse
exclusivamente a la vida del hogar y los negocios, por donde ellos vinieron a
constituir la burguesía, en sociedades donde la oligarquía formaba como una
aristocracia accidental. Incapacitados a servir a su país desde el gobierno,
soportaban la afectada altanería del peninsular, pagando en silencio, para los
tragones del monopolio, alcabalas y almojarifazgos".
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Veamos ahora la forma en que se llevó a cabo en el Paraguay la


propagación de esas ideas.
Existe, sin duda, una trabazón íntima entre los acontecimientos humanos.
De ahí que no puede desconocerse la influencia que la invasión napoleónica
ejerció en Portugal y en España, ni la que ejercieron los acontecimientos
políticos de estos dos Estados en sus respectivas colonias ultramarinas, como
tampoco la ejercida por la Corte de Río sobre los sucesos del Río de la Plata.
De igual modo, no puede negarse que la revolución porteña y la guerra con
Buenos Aires ejercieran influencia en los destinos del Paraguay. Pero tal
constatación no significa, de manera alguna, que fuese Belgrano el sembrador
de las primeras ideas de independencia. El pueblo paraguayo no necesitaba
que nadie le inculcase esos sentimientos, que estaban profundamente
enraizados en su espíritu desde tiempo atrás. Criollos y mestizos
comprendían que el injusto régimen vigente no podía ni debía durar. Por eso,
como dice Sánchez, "la dinámica insurrecta se vio nutrida con zumos
mestizos". Y el pueblo apoyó ardorosamente el movimiento que estalló en
mayo de 1811. Cuando se hallaba empeñado en la defensa de la Provincia, el
Gobernador Velasco descubrió un plan subversivo. Resultó que el fraile
franciscano Vaca, porteño, se había declarado adicto a la revolución de
Buenos Aires. Velasco lo confinó entonces al fuerte Borbón. Días antes de la
batalla de Paraguarí, descubrióse en Yaguarón otro complot dirigido contra el
gobernador. El autor, Juan Manuel Grance, suegro del porteño Somellera,
había predicado la necesidad de rendirse sin resistencia a Belgrano, quien
venía "a sacarnos del cautiverio y opresión en que nos tienen los europeos".
En el mes de abril, descubrióse otra conspiración, la de los oficiales porteños
Manuel Pedro Domecq, Manuel Hidalgo y Marcelino Rodríguez, cuyo objeto
era tomar posesión del cuartel y "apoderarse a viva fuerza del barco en que
se hallaban los prisioneros" (porteños) En esos mismos momentos, en Villa
Real de la Concepción conspiraban también José de María, el cura José Fermín
Sarmiento y el doctor José Mariano Báez, quienes sostenían que el fin de la
Junta de Buenos Aires "era libertar de la esclavitud a los americanos". Es
probable que estas cuatro intentonas de tendencia porteñista hayan estado
relacionadas entre sí. Pero ellas nada tienen que ver con la gran conspiración
de los patriotas, de que nos ocuparemos en seguida. Mariano A. Molas refiere
que, después de Tacuarí, el capellán José Agustín Molas y el Capitán Antonio
Tomás Yegros mantuvieron en Candelaria una comunicación personal con
Belgrano. "La propaganda de las ideas – dice Moreno – sucedía así a la
imposición violenta, tan inútil como estéril. Debemos reconocer la inteligencia
y el tino con que la orientó el jefe de las fuerzas invasoras". Procuro, en
resumen, "que su retirada apareciese, no como la de un enemigo expulsado,
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sino la de un auxiliar no comprendido". En efecto, trató de demostrar las


nuevas tendencias liberales del gobierno de Buenos Aires y el interés
puramente americano de la expedición, reconociendo al Paraguay el derecho
a cobrar la dirección de sus propios destinos y la necesidad de extinguir las
trabas comerciales que embarazaban su desenvolvimiento. Tales ideas
encontraron, claro está, grata resonancia. El ambiente estaba preparado. Aquí
se podría afirmar con Sánchez: Contagio no hubo; coincidencia sí. Sincronía
de anhelos, de insatisfacción, de apetitos".
La cobarde actitud de Velasco en Paraguarí, había minado profundamente
su prestigio. En cambio, la oficialidad paraguaya, "improvisada en su gran
mayoría, bajo la dirección de jefes inexpertos, y al frente de soldados
bisoños", se había colocado a la cabeza de las milicias, conduciéndolas por
dos veces al triunfo. "Es natural – como anota Moreno – que al apagarse tan
infelizmente el prestigioso renombre del veterano del Rosellón, habríase
despertado en aquella juventud ardorosa la conciencia de su propio valer. Ella
se atribuía con justicia exclusivamente la victoria. En medio del desordenado
paisanaje, improvisado en fuerza militar, pululaba una multitud de energías
nuevas, envanecidas por el triunfo. De allí que los oficiales vencedores de
Tacuarí, conscientes de su poder, y en contacto directo con el pueblo,
empezaron a mirar con creciente disgusto el despreciable núcleo burocrático
del gobierno".
Con el objeto de derrocar al Gobernador Velasco y establecer un gobierno
nacional, comenzó a conspirar un grupo de patriotas. Los futuros próceres de
Mayo realizaban secretamente sus reuniones en la casa de don Juan Francisco
Recalde, sita en la esquina de las calles hoy denominadas 14 de Mayo y
Presidente Franco. (La Casa de la Independencia constituye la única reliquia
arquitectónica de valor histórico que aún existe en Asunción). De la lectura de
los títulos de propiedad del edificio citado, se desprende que éste no
pertenecía en 1811 a don Juan Francisco Recalde, sino a don Antonio
Martínez Sáenz, quien lo poseía en tal carácter desde 1768. No obstante, bien
pudiera ser que el señor Recalde lo ocupara como arrendatario. Es imposible
establecer con precisión en qué dependencia de la casa tuvieron lugar
aquellas juntas. Empero, como la tradición refiere que los conjurados
salieron, para tomar el cuartel, por el callejón contiguo a dicha casa, es
presumible que las reuniones se efectuaran en la sala que da sobre el callejón
citado. El Capitán Pedro Juan Caballero "dirigía los preparativos de la
Revolución", afirma Moreno. Después de su brillante actuación en Paraguarí y
Tacuarí, había regresado – cuenta Marcelino Rodríguez – entusiasta y
animoso, "con la idea firme de cambiar la situación". Y agrega que Iturbe,
"que era amigo mío, me fue a ver una mañana y a nombre de él (de
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Caballero) me habló de la revolución que tramaban". Somellera, por su parte,


expresa que, regresado el ejército de su campaña, "don Pedro Juan Caballero
es el que me habló con más franqueza". Apenas contaba con 25 años y ya era
el jefe de los patriotas".
Además del Capitán Caballero, asistían a las juntas – incluido, desde luego,
don Juan Francisco Recalde –, los Capitanes Mauricio José de Troche, Antonio
Tomás Yegros y Juan Bautista Rivarola, fray Fernando Caballero, presbítero
José Agustín Molas, los Tenientes Montiel y Zarco y los Alféreces Vicente
Ignacio Iturbe y Juan Manuel Iturbe.
Dos frailes patriotas tomaban parte, pues, en la conspiración. El primero de
ellos, franciscano, era un anciano respetado por su saber y rectitud.
Espectador de la revolución del 25 de Mayo en Buenos Aires, habíase
convertido a su regreso en uno de los más ardorosos propagandistas de la
independencia patria. El segundo, capellán del ejército, había acudido en
Tacuarí, en lo más recio de la pelea, a ejercer su ministerio y a socorrer a los
heridos, hasta llegar a auxiliar a los mismos enemigos. Ambos, con Recalde,
eran los hombres civiles de la Revolución.
El Teniente Coronel Fulgencio Yegros, que se destacara también en
Paraguarí y Tacuarí, había abrazado con entusiasmo las ideas expuestas por
su hermano Antonio Tomás. Formaba parte, pues, del grupo de los
conspiradores patriotas. Dada su graduación superior, "era – como dice
Moreno – el caudillo llamado a levantar la bandera de las nuevas ideas" y, por
tanto, quien "debía ser el nervio de la revolución". Pero – como el mismo
autor reconoce –, cuando se produjo la Revolución "hallábase ausente, a 70
leguas de la capital". En efecto, se encontraba en Itapúa, a 350 kilómetros de
Asunción, adonde había sido enviado por Velasco como Teniente de
Gobernador de Misiones.
Los viejos jefes de Paraguarí y Tacuarí asumieron actitudes diversas. El
Teniente Coronel Cabañas, según algunos, se negó a prestar su ayuda al
movimiento, contestando que sólo iría cuando le llamase el gobernador.
Otros, en cambio, lo presentan como partidario de la revolución y reuniendo
fuerzas en la Cordillera para traerlas en su apoyo. Hasta hoy es un enigma su
actitud. En cuanto al Teniente Coronel Gamarra, realista acérrimo, ofreceráse
al gobernador para retomar el cuartel. Y el Coronel Gracia, producido el
golpe, huirá hacia el Brasil.
No consta que a las reuniones en casa de Recalde hayan asistido más
conspiradores que los citados. Suponer que, no obstante eso, otros hubo que
también estaban mezclados en el complot, es hacer una interpretación

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conjetural o arbitraria de los acontecimientos, lo que conviene evitar en lo


posible en el terreno de la investigación histórica.
Producida la Revolución, eso sí, muchos prestáronle decididos su adhesión
y contribuyeron a encauzarla y sostenerla. Debemos citar entre ellos al doctor
José Gaspar de Francia, presbítero doctor Francisco Xavier Bogarín, don
Fernando de la Mora, el capitán Juan Valeriano de Zeballos y los oficiales
Carlos Argüello, Juan Bautista Acosta, Francisco Antonio González, José
Joaquín León, Mariano del Pilar Mallada, Blas Domingo Franco, Agustín Yegros
y Pedro Alcántara Estigarribia.
Las discrepancias latentes contra el régimen español se precipitaron. Había,
pues, que canalizarlas en un solo anhelo, en una única aspiración. A eso
tendían las juntas en casa de Recalde. Y la desembocadura de la situación no
podía ser otra que ésta: formar un Estado autónomo. Era necesario
administrarse libremente; participar directamente en el gobierno; no pagar
impuestos onerosos; anular los monopolios; hacer que los gravámenes y
rentas recaudados por España pasen a poder de la nación. Para ello, el pueblo
debía rebelarse. Tenía el derecho de insurrección, enarbolado por Rousseau
en su "Contrato Social". Así estaba incubándose el estallido final. Un sordo
oleaje popular se percibía en el ambiente. Y aquella levadura no tardaría ya
en fermentar.

Capítulo VII
"¡ALBOROTO EN LA PLAZA!"

Nunca ofrecióse a Portugal mejor ocasión de intervenir. El Paraguay era


parte del dominio hispánico a conservar para la Corona de Borbón. Dicha
provincia se negaba a someterse a Buenos Aires. Y la princesa Carlota
Joaquina, pretendiente a la regencia, reinvindicaba el gobierno de ese
territorio. El interés del reino bragantino nada sufriría con realizarse tal
propósito; al contrario, le convenía. Fue entonces cuando Sousa Coutinho,
Conde de Linhares, empezó a mover sus resortes. A Diego de Sousa, Capitán
General de Río Grande del Sur, le fue encomendado el encargo de iniciar
negociaciones. Y éste, después de hacerlo, envió como emisario al Paraguay
al Teniente de Dragones José de Abreu.
Antes de Tacuarí, Velasco había empezado ya a ponerse en comunicación
epistolar con Diego de Sousa. Y esa comunicación prosiguió después de
aquella jornada. Velasco aceptó el apoyo de las fuerzas que espontáneamente
le ofrecían los portugueses. Resolvió, pues, solicitar un contingente de 200
hombres. Diego de Sousa respondió a este pedido haciendo marchar a San
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Borja (situado a orillas del río Uruguay) 1.500 hombres y un poderoso tren de
artillería. Además de estas fuerzas que se concentraban en las fronteras de
Misiones, comenzaron a moverse más tarde hacia el Paraguay las fuerzas
portuguesas de Coimbra y otros puntos la Matto Grosso.
Pese a la discreción observada, esa correspondencia no podía pasar
completamente inadvertida. Ella trascendió al público. Y con esto Velasco se
atrajo la desconfianza y antipatía general, desapareciendo así su ya
menguado prestigio.
Con el objeto de acordar un plan definitivo, el 9 de Mayo llegaba a Asunción
el emisario José de Abreu. La presencia de éste avivó las versiones corrientes
sobre la sospechosa conducta del gobernador. Vióse poco después cuán
justificados eran esos recelos. En. efecto, Velasco aseguró al teniente Abreu
"que todo su empeño era ponerse a los pies de la Serenísima Señora doña
Carlota, pues no reconocía otro sucesor a la Corona y dominio de España". Lo
alojó en su misma residencia. Y ofreció un gran baile en su honor, "en señal
de alianza de los portugueses con los paraguayos". Concluidas las
conferencias y próximo a regresar Abreu, aseguróse que el gobierno había
aceptado su ofrecimiento, admitiendo el concurso da 500 soldados
portugueses en Asunción en calidad de auxiliares. Fue este uno de los
motivos que aceleraron la consumación del golpe tramado por los próceres de
Mayo. No era posible admitir que los bandeirantes – seculares enemigos de la
Provincia – se ufanasen paseando como dueños y señores por las calles de
Asunción. La revolución imponíase, por tanto, no sólo como insurgencia
contra España, sino también como un golpe preventivo contra Portugal.
Triunfante ella, quedaría fracasada la tentativa de Sousa Coutinho, como
antes había fracasado la tentativa porteña. A raíz de la última campaña, casi
todas las fuerzas y material de guerra de la Provincia estaban concentrados
en el Cuartel de Infantería. Cualquiera fuese el plan de la revolución, su base
principal debía ser la toma de ese cuartel. El Capitán Mauricio José de Troche
– asiduo concurrente a las reuniones de Recalde y oficial perteneciente a las
milicias de Curuguaty –, hallábase entonces a frente del destacamento de
guardia, compuesto de 34 hombres, todos compueblanos suyos. Era
conveniente, pues, prolongar todo lo posible el servicio de ese pequeño
cuerpo de guardia, que respondía por completo al capitán Troche. Pero hacía
ya más de 15 días que debía ser relevado. Este fue otro motivo por el cual
decidióse precipitar los acontecimientos. Troche se comprometió a neutralizar
con sus escasas fuerzas las que pudiera oponer el gobierno y entregar el
parque al jefe de la conspiración. En la mañana del domingo 14 de Mayo, el
Síndico Procurador de la Ciudad, don Juan Antonio Fernández, advirtió al
alférez Vicente Ignacio Iturbe, su pariente y amigo, que el gobernador estaba
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ya enterado de cuál era el objeto de las frecuentes reuniones en casa de


Recalde. Iturbe dio de inmediato aviso a Caballero de que la conspiración
estaba descubierta. Y éste resolvió, sin pérdida de tiempo, dar esa misma
noche el golpe. Pero ¿cómo avisar a los demás patriotas la hora y el santo y
seña? Una mujer se prestó admirablemente a cumplir la misión. Doña Juana
de Lara fue a la Catedral y arrodillada junto a la pila del agua bendita, iba
transmitiendo a los conjurados la hora y el santo y seña, que era:
"Independencia o muerte".
Después del toque de queda, que sonaba a las 9 de la noche, el Capitán
Caballero, secundado por los demás conjurados, dirigióse hacia el cuartel. La
ciudad dormía. Saliendo del callejón contiguo a la casa de Recalde, pasaron
sigilosamente entre la Real Factoría de Tabacos y la Casa del Gobernador, y
luego, cruzando la Plaza Mayor frente al Cabildo, siguieron ya resueltamente
hacia el Cuartel de Infantería. Allí los esperaba Troche, fiel a su palabra. El
cuartel fue tomado sin resistencia por los patriotas. Caballero fue proclamado
jefe de la revolución. "Una ola de entusiasmo – dice Moreno – rompió
inesperadamente, en ese momento, la rigidez de la disciplina, en medio del
solemne silencio de aquella noche memorable: fue la aclamación general de
los soldados, espontánea explosión del alma nacional, que saludaban el
advenimiento de la independencia con frenéticos mueras al viejo régimen
moribundo. Pero los gritos cesaron en seguida por orden expresa de
Caballero". Aquel grito – "¡Mueran los pytaguás!" – era la voz de la tierra, el
grito telúrico que, con ligeras variantes – "¡Mueran los gachupines!", "¡Abajo
los godos!", etc., resonaba sincrónicamente en toda América, desde México
hasta la Argentina.
Esa noche, al salir a la calle, Abreu "encontró a1 Teniente Coronel Gamarra
carabina en mano y con dos pistolas al cinto, acompañado por un soldado
armado en la misma forma y un sirviente con un farol; preguntó al mismo
qué novedades había, y le respondió Gamarra que iba a ver al Gobernador,
pues gritaban por las calles: "Alboroto en la Plaza!". Volvió el teniente Abreu
con el mismo Gamarra a la residencia del Gobernador, quien interrogado por
Gamarra qué novedad había, contestó: que había oído decir "alboroto", pero
no sabía en que consistiera. Poco después entró uno de los cabildantes
diciendo que las tropas (no excedían de cien hombres entre granaderos y
artilleros que formaban la guardia del Gobernador) se habían parapetado en
el cuartel, no abrían la puerta a nadie y trabajaban adentro en montar piezas
de artillería y cargar fusiles. Ordenó entonces el Gobernador a Gamarra que
fuera a ver lo que había en el cuartel, a cuya puerta, golpeando Gamarra,
preguntáronle quién era, y respondió que era Gamarra, contestándosele
entonces desde adentro: "Disculpe, mi General, pero no se abre ahora la
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puerta"; replicó Gamarra diciendo que si no lo conocían, y contestaron que sí,


y si él era también de los que pretendían desarmar a los paraguayos; dice
Gamarra que bien lo conocían y que él también era paraguayo; y no
consiguiendo que se le abriera la puerta, volvió a dar su parte al
Gobernador". (Informe que, por encargo de José de Abreu, envía Francisco
das Chagas Santos desde San Borja a Diego de Sousa. Bibl. Nac. de Río de
Janeiro. Copia de la "Revista do Archivo Público de Río Grande do Sul").
El mayor de plaza Cabrera, acompañado de ocho soldados con que andaba
de ronda, se ofreció para ir al cuartel. Al abrirse la puerta de éste, los mismos
soldados que lo acompañaban le empujaron hacia adentro y, pegándole
planazos, le ataron y así lo tuvieron toda la noche.
El fraile español Inocencio Cañete se dirigió al cuartel, por encargo del
Gobernador, a fin de apaciguar a los insurgentes. La contestaron "que se
retirara a su convento, pues no necesitaban de más plática".
Igual suerte corrió el obispo García de Panés, quien más tarde llegó
también hasta el cuartel por encargo de Velasco.
El Capitán Caballero, jefe de la Revolución, envió al Alférez Iturbe como
portador de una nota suya al Gobernador Velasco. La nota decía así: "En
atención a que la Provincia está cierta de que habiéndola defendido a costa de
su sangre, de sus vidas y de sus haberes del enemigo que la atacó, ahora se
va a entregar a una potencia extranjera, que no la defendió con el más
pequeño auxilio, que es la potencia portuguesa; este Cuartel, de acuerdo con
los Oficiales Patricios y demás soldados, no puede menos que defenderla con
los mayores esfuerzos, y para el efecto, pide lo siguiente: Que se entregue
llanamente a este Cuartel la Plaza y todo el armamento, así de dentro como
de fuera de la ciudad, en cualesquiera manos que se hallen, y que para el
efecto lo pida el Sr. Gobernador y lo congregue en su casa, para con su aviso
mandar por ello este Cuartel el Diputado que corresponda. Que el Sr.
Gobernador siga con su gobierno pero asociado con dos diputados de este
Cuartel, que serán nombrados por dicho cuartel a su satisfacción, mientras
lleguen los demás Oficiales de Plana Mayor de esta Provincia (cuya vez hace
por ahora este Cuartel), que entonces se tratará la forma y modo de gobierno
que convenga a la seguridad de esta Provincia. Que igualmente, mientras
tanto, se cierre la Gasa de Gobierno y se entregue la llave a los dos Diputados
socios del Sr. Gobernador; y que igualmente, entre tanto, se retiren del lado
de él Don Benito Velasco y don José Elizalde, entregando el primero la llave
de la Secretaría, y el segundo la de la Tesorería, a los dos mismos socios del
Sr. Gobernador. Que ningún barco se nueva de ninguno de los puertos de
esta Provincia mientras no lleguen a ésta los Oficiales de la Provincia y se

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establezca lo conveniente. Que igualmente se retire del Sr. Gobernador don


José Teodoro Cruz Fernández y todos los del Cabildo Secular, con prevención
a todos aquellos, y a los demás que se han de separar de Su Señoría, que no
salgan de esta ciudad antes de dicho establecimiento. Que asimismo no
salgan de la ciudad los portugueses que ahora poco han entrado en ésta con
diputación clandestina. Y que, mientras tanto, siga la ciudad sin embargo sus
oficios, comercio y agricultura sin estrépito ni alborotos; y que tampoco se
embarace al Cuartel la comunicación libre con la ciudad y con la Provincia ni
se intercepten sus chasques". (bibl. Nac. de Río de Janeiro. Copia de Walter
A. de Azevedo.)
Mientras el gobernador escribía su respuesta, quedó esperando el alférez
Iturbe en la guardia de la entrada, donde dijo asaz enfadado: "No se necesita
incomodar a Portugal, pues no carecemos de socorros; los europeos han
quedado en la ciudad, sin ayudar con su dinero al pago de las tropas
milicianas ocupadas en la defensa de las fronteras, diciendo que no tenían
dinero, siendo la verdad que el día del ataque a Paraguarí, como un traidor
hiciera correr la noticia de que habían triunfado los de Buenos Aires, muy
luego embarcaron los mismos europeos 35.000 pesos fuertes, a fin de
ponerlos a salvo en Montevideo; después de haber los paraguayos repelido y
ahuyentado de su frontera a los de Buenos Aires, los puestos públicos fueron
otorgados solamente a los europeos, y aun a los que quedaron en la ciudad,
no siendo contemplados para nada los paraguayos, tratándolos con desprecio,
y peor que antes; y por último, tratan de desarmarnos, a fin de quedar sólo
armados los europeos".
La respuesta de Velasco fue negativa. Por indicación de éste, Abreu quemó
todas sus notas y las contestaciones del Gobernador, del Obispo y del
Cabildo. Y por consejo de Abreu, Velasco mandó cercar el cuartel con
europeos armados, con instrucciones de abrir el fuego contra el mismo si no
se entregaban al amanecer.
Así fue transcurriendo aquella noche, en medio de zozobras y esperanzas.
"Noche del 14 de Mayo – dice un escritor – constelada de estrellas; fecha de
luz, Navidad de un pueblo fuerte".
Los europeos cercaron el cuartel, pero huyeron a los primeros tiros de fusil
que desde el mismo lanzaron sobre ellos.
Al romper el alba del 15, salieron 80 paraguayos arrastrando hasta la Plaza
seis cañones. Cuatro fueron abocados a la Casa del Gobernador y otros dos
en la bocacalle que mira a Santo Domingo, pues en dicho convento estaban
apostadas fuerzas adictas a Velasco.

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Iturbe, enviado por Caballero con una segunda nota para el Gobernador,
amenazóle con arrasar su residencia si no cumpliese las condiciones que se le
habían impuesto la noche anterior. Este es el momento perpetuado en el
conocido (Óleo de Da Ré, existente en el Salón Independencia del Palacio de
Gobierno.
Doña Juana de Lara, de tan eficaz actuación en los preparativos del
movimiento, se presentó bien temprano al cuartel, llevando una corona de
flores que obsequió al capitán Caballero.
Una gran parte del pueblo, apercibida del movimiento, acudió presurosa al
cuartel a pedir armas y ofrecer sus servicios. La ola revolucionaria, pequeña
al principio, crecía rápidamente. La revolución paraguaya tuvo – lo hemos
visto ya – raíz popular. Vemos ahora cómo la acción de la masa fue definitiva
en el estallido libertador. Ese pueblo, que había rechazado antes la expedición
porteña, imponía ahora la revolución. Allí, en la Plaza Mayor, dispuestos a
sacrificarse heroicamente por la santa causa que defendían, estaban
militares, intelectuales y pueblo. La revolución fue obra de los tres.
Como Velasco retardaba su respuesta, a las 8 de la mañana los oficiales
instaron desde el cuartel diciendo que romperían el fuego de artillería. El
Gobernador ordenó entonces que de inmediato se les entregara todo cuanto
habían exigido. Los revolucionarios celebraron el triunfo con izamiento de
banderas, enérgicos vivas y salvas de 21 cañonazos. "Revolución cristiana por
excelencia – podría repetirse aquí –; no hubo que incendiar templos ni
realizar matanzas. La Revolución no venía de la Enciclopedia. La libertad, que
era el motivo de la revolución, había sido consagrada 18 siglos antes".
Triunfante el movimiento, surgió esta cuestión: ¿quiénes serían los dos
Diputados que, asociados a Velasco, iban a, gobernar provisoriamente hasta
que se tratara la forma y modo de gobiernos definitivos? Caballero prefería
continuar en la jefatura del cuartel, para defender a la Revolución contra una
posible reacción de los elementos realistas. Fray Fernando Caballero se sentía
ya viejo para las agobiadoras tareas gubernativas. Yegros estaba ausente, si
bien en seguida se le pasaría aviso del suceso. Recalde y el Padre Molas, por
causas no aclaradas, no entraron a formar parte del triunvirato. Aceptó
integrarlo el Capitán Juan Valeriano de Zeballos, español, pero conocido por
sus ideas revolucionarias. Francisco Wisner de Morgenstern cuenta que se
barajaron también los nombres de don Fernando de la Mora y don Ventura
Díaz de Bedoya. Entonces alguien propuso al doctor José Gaspar de Francia,
ex-sacerdote [5] graduado en Córdoba, como miembro del gobierno
provisorio. Este – según Demersay – "retirado hacía un año en su casa de
campo en los alrededores de la ciudad, allí vivía en la más completa

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ignorancia de los sucesos que se preparaban". "La moción – agrega Wisner –


fue extensamente rebatida y muy especialmente por el elemento militar,
argumentando que la persona propuesta no había tomado parte en la
revolución libertadora y que debía agregarse que no era partidaria de ella;
pero Fray Fernando Caballero defendió al doctor Francia, manifestando que
existía un gran error en suponer que Francia era contrario a la revolución
efectuada, pues a él le constaba que éste anhelaba vivamente la desaparición
del poder español". Y Somellera cuenta que Fray Fernando Caballero agregó:
"Yo respondo con mi sangre del modo de pensar de mi sobrino Gaspar". Esto
tranquilizó a los oficiales y convinieron en que se diese a Francia el lugar
propuesto. Mucho habrá contribuido también en la adopción de tal
temperamento el hecho de que – como anota Moreno – "la dirección de los
negocios públicos requería la intervención de un hombro civil, de capacidad
notoria y alto prestigio moral". Envióse, pues, con urgencia, a José Tomás
Isasi, hijo de un vizcaíno de la ribera, con una carta al doctor Francia – que
residía en su quinta de Ybyray (Trinidad) –, participándole el hecho e
invitándole a que se incorporara al triunvirato.
He aquí el Acta de Constitución del Gobierno Provisorio, redactado el 16 y
encabezado con la firma de Caballero: "En la ciudad de la Asunción del
Paraguay, Mayo diez y seis de mil ochocientos once años, habiendo nombrado
este Cuartel por Diputados adjuntos de Gobierno al Dr. don José Gaspar de
Francia y al Capitán don Juan de Zeballos, para providenciar interinamente
hasta tanto se arregle la forma de gobierno que sea más conveniente, en
virtud de lo convenido con el Sr. Gobernador Intendente: comparecieron los
sobredichos adjuntos y enterados del nombramiento hecho verbalmente en
sus personas, dijeron que lo aceptaban y juraron por Dios y una Cruz,
obligándose a usar este oficio fiel y legalmente, atendiendo a la tranquilidad y
felicidad de la Provincia, en fe de lo cual firmaron conmigo y los Oficiales
principales de este Cuartel, de que certificamos.

Pedro Juan Caballero


Dr. José Gaspar de Francia,
Juan Valeriano de Zeballos,
Juan Bautista Rivarola,
Carlos Argüello,
Vicente Ignacio Iturbe,
Juan Bautista Acosta,
Juan Manuel Iturbe".

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En la magnífica generación que, con clarividencia y esfuerzo, realizó la


gesta emancipadora, ninguno superó en energía y decisión a Caballero.
Pedro Juan Caballero descendía de una antigua y acaudalada familia, los
Caballero de Añasco, que había dado a la Provincia hombres de primera fila.
Nacido en Aparypy (Tobati) sus padres fueron el Comandante Luis Caballero –
el que preparó la victoria da Tacuarí – y doña Lucía García de Caballero. Fue
educado en Asunción, probablemente en el Colegio de San Carlos, como
todos los jóvenes pudientes de la época. Habiendo abrazado luego la carrera
militar, destacóse con relieves propios en la defensa del terruño durante la
expedición de Belgrano. Su dinamismo incansable, su temple de conductor,
hicieron de él el caudillo que, dirigiendo los preparativos y encabezando el
pronunciamiento de Mayo, efectivizó el anhelo de la masa popular. El 14 de
Mayo – dice Benítez –, fue "el primer impulso genial y patriótico del Capitán
Caballero". "Éste – afirma Báez – fue el jefe del pronunciamiento de Mayo". Y
un testigo presencial, Abreu, lo llama "autor de esta revolución"
Cuando el Congreso del 17 de Junio de 1811 lo eligió miembro del primer
Gobierno Nacional, acató la voluntad colectiva. Junto con Yegros y de la Mora
– Bogarín y Francia se habían retirado –, trabajó allí intensa y eficazmente,
propiciando o apoyando gestiones tendientes al progreso cultural, a la
defensa de las fronteras, a la libre navegación, al fomento de empresas
navieras, a la independencia judicial, etc. Fue Presidente del Congreso que el
12 de Octubre de 1813 proclamó la Independencia Nacional. Más tarde, en
1814, a causa de su disidencia con el Dr. Francia, que preparaba la dictadura,
fue confinado a su establecimiento ganadero de Aparypy.
Caballero nunca desmintió su fe primera en la revolución de Mayo. Y nunca
transigió con la tiranía. Vuelto a Asunción, conspiró contra ella, porque era un
demócrata. "Le arrestaron – dice Benítez –, y lo tuvieron entro cuatro
paredes, sin pensar que esa alma comprimida, estallaría como la pólvora" El
mboreví de los guaicurúes iba a hollar también su carne, como la de otros
tantos próceres, en el lóbrego subterráneo denominado "Cámara de la
Verdad". Condenado a muerte, y ante la inminencia de la ejecución, en un
rojo atardecer de Julio de 182l escribió con carbón en la pared de su
calabozo: "Yo sé bien que el suicidio es contrario a las leyes de Dios y de los
hombres, pero la sed de sangre del tirano de mi patria no se ha de aplacar
con la mía". Y arrojó su vida a la cara del tirano. Ya su obra estaba cumplida.
Constructor de cosas eternas, había dado vida a una patria.
La iconografía del Prócer se reduce a dos retratos, uno realizado por
Alborno y otro por Fortuny. La casa de Aparypy, convertida en tapera, hoy ya
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no existe. Se la llevó la saña del tiempo y la apatía de los hombres. Una tosca
cruz señala el sitio. Sólo su mesa escritorio, austera y sobria, se conserva en
el Museo Arzobispal. Es la única reliquia que queda del Libertador.
Volviendo al motivo central, cabe ahora preguntar: ¿Qué se proponía la
Revolución de Mayo? La independencia y la democracia. Esto es, la autonomía
en lo internacional y la soberanía del pueblo en lo interno. Lo primero se vio
bien claro en el bando publicado el 17 de Mayo: la revolución no tenía el
propósito de "entregar o dejar esta Provincia al mando, autoridad o
disposición de la de Buenos Aires ni a la de otra alguna y mucho menos el
sujetarla a ninguna potencia extraña". Y lo segundo se llevó a cabo
justamente un mes después: el pueblo – representado en el Congreso
General por vecinos de Asunción y de las villas y poblaciones del interior –,
expresó su voluntad eligiendo a la Junta Superior Gubernativa que dirigiría el
itinerario de la patria.
Asunción. – progenitora de ciudades, fundadora de imprentas y
universidades, precursora de la emancipación americana, evangelizadora del
nativo indómito y cooperadora en la defensa del Río de la Plata –, convirtióse
así en la capital del nuevo Estado, que ingresaba decidido en el concierto de
los pueblos de América para bregar por su común destino de grandezas.

FUENTES CONSULTADAS

Manuscritos del Archivo Nacional


Vol. 1, Nº 15-21.
Vol. 3383, Nueva Encuad.
Vol. 37, Nº 54.
Vol. 40, Nº 4.
Vol. 34
Vol. 127, Nº 12-22.
Vol. 35, Nº 9.
Vol. 928
Vol. 196 Nueva Encuad.
Vol. 44, Nº 4-5.
Vol. 38, Nº 45-46.
Vol. 1, Nº 12.
Vol. 5, Nº 1-7.
Vol. 2, Nº 20.
Vol. 93, Nº 2.
Vol. 45, Nº 8.
Vol. 45, Nº 1.
Vol. 5, Nº 5.
Vol. 37, Nº 49.
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Vol. 2, Nº 8-17.
Vol. 59, Nº 18.
Vol. 63, Nº 2.
Vol. 46, Nº 15.
Vol. 2, Nº 3.
Vol. 44, Nº 1.
Vol. 305 Nueva Encuad.
Vol. 63, Nº 5.
Vol. 546 Nueva Encuad.
Vol. 457 Nueva Encuad.
Vol. 95, Nº 7.
Vol. 3380 Nueva Encuad.
Vol. 594 Nueva Encuad.
Vol. 22, Nº 1-8.
Vol. 12, Nº 18.
Vol. 256 Nueva Encuad.

BIBLIOGRAFIA

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BÁEZ, Cecilio: Historia diplomática del Paraguay.
BENÍTEZ, Gregorio: La Revolución de Mayo.
BENÍTEZ, Justo Pastor: La Revolución de Mayo.
BENÍTEZ, Justo Pastor: Los comuneros del Paraguay.
BORDÓN, J. Rodolfo: La penetración imperialista y la cuestión social en el
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DÍAZ DE GUZMÁN, Ruy: La Argentina [Anales del Descubrimiento, Población y
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DÍAZ PÉREZ, Viriato: Las comunidades peninsulares y la Revolución
Comunera del Paraguay.
DOMINGUEZ, Manuel: 9 folletos (Contrafuertes andinos, Statu-quo,
Mistificacionos, 7 Reyes y 10 Virreyes, Obispado, Expediciones, Lindolfo
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23/2/2020 , y y y ,Sánchez Quell
Hipólito p , p ,
Collar, Daniel Antokoletz, José Nicolás Matienzo).
DOMÍNGUEZ, Manuel: El alma de la raza.
DOMINGUEZ, Manuel: El Chaco Boreal.
FONSECA, Nery da: Fronteiras do Sector Sul.
FREYRE, Gilberto: Casa – Grande y Senzala.
GANDÍA, Enrique de: Buenos Aires desde sus orígenes hasta Hernandarias.
GANDÍA, Enrique de: Crónica del magnífico Adelantado don Pedro de
Mendoza.
GANDÍA, Enrique de: Historia de la conquista del Río de la Plata y del
Paraguay.
GANDIA, Enrique de: Historia de Santa Cruz de la Sierra.
GANDIA, Enrique de: Historia del Gran Chaco.
GANDÍA, Enrique de: Las misiones jesuíticas y los bandeirantes paulistas.
GANDIA, Enrique de: Límites de las gobernaciones sudamericanas en el siglo
XVI.
GARAY, Blas: El comunismo de las Misiones jesuíticas.
GARAY, Blas: La Revolución de la Independencia del Paraguay.
GIDDINGS, Franklin E.: Principios de Sociología.
GONDRA, Manuel: Consideraciones históricas sobre la Revolución de la la
Independencia.
GONZÁLEZ, J. Natalicio: De los comuneros a los López.
GONZÁLEZ, J. Natalicio: Proceso y formación de la cultura paraguaya.
KRETSCHMER, Konrad: Historia de la Geografía.
LARRETA, Enrique: Las dos fundaciones de Buenos Aires.
LEVENE, Ricardo: Síntesis de la Revolución de Mayo.
M. DE RELACIONES EXTERIORES: Exposición de la causa del Paraguay en su
conflicto con Bolivia.
MEMORIA de la Secretaria de Relaciones Exteriores de Guatemala (1933).
MOLAS, Mariano: Descripción histórica de la antigua Provincia del Paraguay.
MORENO, Fulgencio R.: El problema de las fronteras.
MORENO, Fulgencio R.: La ciudad de la Asunción.
MORENO, Fulgencio R.: La extensión territorial del Paraguay al occidente de
su río.
MORENO, Fulgencio: Estudio sobre la Independencia del Paraguay.
NÚÑEZ, Alvar: Naufragios y Comentarios.
PÉREZ, Juan F: Fechas y emblemas patrios del Paraguay.
PÉREZ, Juan F: Las invasiones inglesas.
ROJAS, Alberto: Los jesuitas en el Paraguay.
ROJAS, Ricardo: Blasón de plata.
SAAVEDRA, Hernandarias de: Cartas y memoriales al Rey de España y al
Consejo de Indias.
SALINAS BALDIVIESO, Carlos Alberto: Historia diplomática de Bolivia.
SÁNCHEZ, Luis Alberto: El pueblo en la revolución americana.
SCHMIDL, Ulrico: Viaje al Río de la Plata.
SOSA ESCALADA, J. M.: Caballero.
SOSA ESCALADA, J. M.: Las fundaciones de las ciudades de la Asunción y
Buenos Aires.

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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

SOSA ESCALADA, J.M. : Conferencia sobre límites paraguayos.


TEJA ZABRE, Alfonzo: Historia de México. Una moderna interpretación.
VARZEA, Affonso: Límites meridionaes.
ZUM FELDE, Alberto: Evolución histórica del Uruguay y esquema de su
sociología.

INDICE

Un moderno Libro sobre el Paraguay Colonial

PRIMERA PARTE
Los litigios hispano-lusitanos

I. – La búsqueda de especias.
II.– Bula de Alejandro VI y tratado de Tordesillas.
III. – Carabelas en el Río de la Plata.
IV. – "Trayendo los palos a cuestas"
V. – La primera rebelión.
VI. – Ganado, trigo y vino.
VII. – Bandeirantes y diplomáticos ensanchan el mapa.

SEGUNDA PARTE
El Paraguay y Buenos Aires

I. – Segregación de Amazonas y de Cuyo.


II. – Sembrando ciudades a los cuatro vientos.
III. – La pérdida del litoral Atlántico.
IV. – Jesuitas y comuneros.
V. – La era de resurgimiento.
VI. – Transformaciones territoriales de las misiones.
VII. – Cooperación en la defensa contra los invasiones inglesas.

TERCERA PARTE
El Chaco en el control administrativo

I. – Fundación de Santa Cruz de la Sierra.


II. – El río Parapití en los documentos oficiales.
III. – Confines de Charcas y Chiquitos.
IV. – Expediciones y fuertes.
V. – La evangelización.
VI. – El esfuerzo colonizador.
VII. – Los límites étnicos, geográficos y jurídicos.

CUARTA PARTE
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23/2/2020 Hipólito Sánchez Quell

La Revolución

I.– El alud napoleónico rueda a la Península.


II.– Intrigas en Río y Revolución en Buenos Aires.
III.– Una amalgama difícil.
IV.– Expedición de Belgrano.
V.– Asunción colonial.
VI.– Propagación del espíritu revolucionario.
VII.– ¡Alboroto en la plaza!
Fuentes consultadas.
Bibliografía.

OBRAS DE SÁNCHEZ QUELL

ESTRUCTURA Y FUNCIÓN DEL PARAGUAY COLONIAL


LA DIPLOMACIA PARAGUAYA DE MAYO A CERRO-CORÁ.
(Ateriormente titulada "Política Internacional del Paraguay (1811-1870)
PROYECCIÓN DEL GENERAL CABALLERO EN LA RUTA DE LA PATRIA
PANORAMA DE LA SOCIOLOGÍA AMERICANA (Compilación).
TRIÁNGULO DE LA POESÍA RIOPLATENSE.
COMENTARIOS

SOLAPA

Este libro encara el proceso político de la República del Paraguay, desde los
tiempos de la colonización hasta nuestros días. Estudio histórico de
imponderable valor, que aclara y explica muchos acontecimientos que han
quedado en la penumbra, a través de la historia general de América.
Es cierto que fue el Paraguay, digamos más exactamente, Asunción, el
centro de donde irradiaron corrientes colonizadoras hacia los cuatro vientos.
Santa Cruz en 1561, Santa Fe en 1573, Buenos Aires en 1580 y Corrientes en
1587, fueron fundadas por capitanes que partieron del Paraguay, entre los
cuales se distinguió particularmente por sus hechos Juan de Garay.
Con justicia se ha llamado Asunción "madre y fundadora de ciudades".
Prolijamente documentada, esta obra constituye un valioso aporte al mejor
conocimiento de la historia relativa a los países que desenvolvieron su
existencia colonial, primero, luego su vida independiente en la cuenca del Río
de la Plata.
Los estudiosos de la materia encontrarán en este libro una fuente de
información y de juicios serenos, enriquecedores del acervo histórico que ha
vinculado a lo largo de más de tres siglos a las naciones de esta parte de
nuestro continente.

NOTAS

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2- Asunción¡ pequeña durante el coloniaje, continuó igual en la época de la


Junta de 1811, de Francia y de los López, y así prosiguió después de la
guerra del 64. Un plano confeccionado en 1870 por Roberto Chodasiewi y
Enrique Mangels nos la muestra alcanzando todavía sólo hasta la Calle de
la Aduana, la Calle Pilcomayo y la Calle de Loreto que así se
denominaban por aquel tiempo las actuales Colón, Coronel Martínez y
México. Fue allá por 1890 cuando Asunción inició su progreso urbano,
progreso que día a día se hace más visible, tanto en la expansión edilicia,
cuanto en la pavimentación asfáltica y el tránsito de vehículos y
peatones.
Partiendo del viejo núcleo colonial – hoy centro comercial y burocrático –
la ciudad se ha ido extendiendo hacia el este. Así surgió la Chacarita,
donde al desnudo barranco se encaraman, en un alarde de equilibrio
inverosímil, apiñados ranchos a los que se llega por un laberíntico
sistema de vericuetos abiertos entre espesos matorrales. No lejos de ahí
surge el Parque Caballero, que en las siestas de domingo se puebla de
flores, de pájaros y de bicicletas infantiles. La Avenida España – la de los
minúsculos y plácidos jardines – parte hacia el oriente, y a su vera van
surgiendo las progresistas barriadas de Samuhú Peré, Saccarello, Jara.
La Avenida Mariscal López, otra arteria que enfila hacia el este, hace
brotar a su paso el barrio residencial de los chalets suntuosos, y luego
Ciudad Nueva, Recoleta, Villa Morra, Villa Aurelia. La Avenida Pettirossi,
ascendiendo afanosa la cuesta de Vista Alegre, llega a las Dos Bocas y,
transformada en Ruta, se lanza campo afuera mientras va salpicando
Pinozá de pequeños negocios, clubs de deportes y dancings populares.
También hacia el sur la ciudad se ha ido extendiendo notablemente.
Teniente Fariña – no ha mucho picada abierta en el monte – es hoy calle
de intenso tránsito que, conservando su alma propia, compite con las
más importantes del Centro. Tacumbú – adonde antes se llegaba en el
pintoresco tranvía a mulitas – y Salamanca – sitio predilecto otrora de los
pic-nics familiares –, son hoy populosos barrios, en que más de una
docena de las anacrónicamente denominadas "proyectadas" son ya
auténticas "realizadas".
Al norte Asunción limita, con la bahía. Su hermosa y olvidada bahía. Esa
bahía en cuyas orillas la Avenida Costanera, después de los 400 metros
inicialmente construidos, ha quedado trunca hace 20 años. Esa bahía
donde fácilmente podría construirse cómodos balnearios y realizarse
lucidas regatas y verbenas náuticas. Esa bahía que, de no canalizarse
pronto el riacho Caracará, terminará, un día por secarse del todo y
figurar sólo en el mapa como un recuerdo lejano.
Un fenómeno urbanístico curioso es el que ofrece Asunción. Al revés de lo
que acontece lógica y generalmente con las urbes, ella ha ido alejándose
cada vez más del río. Y en esa forma ha ido dejando al oeste en un olvido
casi absoluto. Allí están Loma San Jerónimo y Loma Clavel, reediciones
de la Chacarita, entre los que pone su alegre nota verde la Plaza Francia.
Luego el Varadero, con su típica edificación de zinc y madera. A escasa
distancia de allí, la mole doliente del Hospital. Más allá, tanques
petrolíferos. Y después, sólo el yuyal... Andando Colón arriba, el Parque
Carlos Antonio López – nido de enamorados en los atardeceres bermejos
– se yergue como un atalaya sobre la ciudad. Pero la avenida de su
nombre, que allí nace, largos años hace que se extiende hacia el oeste en
una infructuosa tentativa de atraer a la ciudad. Barrios casi sin vida,
todos los del oeste. Habría que inyectarles, sin tardanza, vitamina
urbana.
La solución estaría en poblar Itapytapumta (el antiguo Itá Pytá Puâ [Ita
pyta pu'â] de los guaraníes). Desde el punto más elevado del paraje,
situado a unos 200 metros de la barranca, se contempla un extenso y
maravilloso panorama: el cerro Lambaré, el río Pilcomayo, cierto villorrio
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argentino que simboliza una modalidad común en nuestra historia
política, la armoniosa curva que hace el río Paraguay, el infinito
hinterland óptico del Chaco, la bahía y la ciudad esfumada a la distancia,
mostrando apenas la Aduana y alguna que otra humeante chimenea. Una
fresca brisa sopla permanentemente en aquella altura. El sitio es ideal
para residencias familiares. Itapytapunta es, sin duda, el barrio del
porvenir.
Existe el propósito de construir allí la Ciudad Universitaria. No hay sitio
que resulte más apropiarlo para ello. En esa vasta zona hay lugar
suficiente para levantar los edificios de las diversas Facultades de la
Universidad, como también bibliotecas, laboratorios, institutos de
investigación, campos de deportes, etc., rodeado cada uno de frondosos
parques, y hasta para edificar en las adyacencias pequeñas casas de
estudiantes. Para los ensayos y pruebas náuticas está allí cercano el río.
Prolongando el asfalto de la Avenida Hospital y estableciendo un buen
servicio de ómnibus, los profesores y alumnos podrían trasladarse a la
Universidad en pocos minutos.
Ya existe el decreto de adquisición del inmueble para la Ciudad
Universitaria. Falta ahora llevar adelante la idea. "Superemos – como
aconseja un maestro – las vallas que separan la Universidad del pueblo,
no descendiendo nosotros sino elevándolo a él por el arte y la cultura.
Hagamos sentir a todos que perseguimos el bien común y no un finalidad
de egoísmo y privilegio incompatible con el poder creador que entraña el
conocimiento. Debemos transformar y enaltecer a la vida con el estudio
perseverante. Elevémonos elevando a los demás, pues en la altura hay
siempre más sitio para todos".
La Ciudad Universitaria vendría a constituir así la solución de dos
problemas: uno urbanístico y otro cultural.
Asunción, ciudad dotada de tantos encantos por la naturaleza, espera de
sus hombres que la doten también de servicios sanitarios, mercados,
viviendas baratas, edificios públicos, plazas y jardines, bibliotecas
municipales, teatro popular al aire libre. Y además, que la extiendan
hacia el oeste. Entonces dejará de ser lo que es hoy: Asunción, la ciudad
que se aleja de su río.

NOTAS DE LA EDICIÓN DIGITAL

4] En el original: 1864. Evidente error de transcripción. Suponemos correcto


el año 1664.
5] José Rodríguez Francia se graduó en el Colegio de Monserrat (Universidad
Real de Córdoba del Tucumán) como Doctor en Sagrada Teología. Nunca
ofició de Sacerdote. "Aunque usa trajes talares, pues ha recibido órdenes
menores – sólo le falta la tonsura para decir misa –, y en los escritos
agrega a su nombre: Clérigo de Menores Ordenes" (CHAVEZ, Julio Cesar.
El Supremo Dictador. Madrid: Atlas, 1964. p. 53)

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