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REVISTA SEMANA

EDUCACIÓN | 12/5/2015 8:00:00 PM

Colombianos se rajaron en escritura

El nivel de redacción de los colombianos es preocupante. Comunicar por escrito una idea les
resulta cada vez más difícil, y eso tiene consecuencias a todos los niveles.

En las calles se ve que muchas veces a los colombianos les cuesta diferenciar entre una b y una
v. Foto: DAVID AMADO - SEMANA

Los síntomas preocupan: errores ortográficos imperdonables, signos de puntuación mal usados o
inexistentes, frases inconclusas y palabras repetidas, mal uso o ausencia de los tiempos verbales,
oraciones que no se conectan con coherencia. En Colombia no se está escribiendo bien.

Y lo más inquietante es que muy pocos colombianos se escapan. El problema es evidente en las
redes sociales, en trabajos escolares y universitarios, en anuncios de la calle, en los chats, en la
correspondencia y en los informes de las empresas, entre otros. Lo que no se esperaba es que la
discusión se abriera por un tema literario. El domingo pasado la poeta Piedad Bonnett, en su
columna de El Espectador, mostró su preocupación por lo mal escritos que estaban la mayoría de
los trabajos postulados en un concurso juvenil de cuento: “El nivel de escritura de los estudiantes
colombianos es pésimo”, sentenció.

¿Por qué pasa eso? Las razones, al parecer, se encuentran en la forma como se enseña desde el
colegio. Muchas veces los estudiantes no manejan las reglas de ortografía y gramática porque no
las aprendieron nunca: “Nadie me puede pedir que ponga bien las tildes cuando no me las
enseñaron”, indica Hugo Ramírez, director del Departamento de Lenguas y Cultura de la
Universidad de los Andes. “Se nota una terrible ausencia de educación en español… ¿Qué vamos a
terminar hablando y escribiendo?”, comenta, con preocupación, Elvira Cuervo de Jaramillo,
presidenta de la Asociación de Amigos del Instituto Caro y Cuervo.

Hay quienes señalan a los profesores de español y literatura. Que no están bien preparados, que
no le saben llegar a los alumnos, que ahora son muy laxos con los errores cuando antes ni se
pasaba el más mínimo fallo. Incluso, hay quienes creen que esto se aplica a los profesores de todas
las materias, que a veces consideran a la escritura un asunto menor. Otros creen que el problema
educativo no se limita a la enseñanza a rajatabla de unas reglas. El escritor y fundador de la revista
El Malpensante, Andrés Hoyos, que hace poco publicó el libro Manual de escritura, está de
acuerdo: “El proceso de aprendizaje es castigador. Se cree que se va a aprender a escribir a punta
de gramática y sintaxis, cuando la escritura es de hábitos: es como si a usted le enseñaran a
manejar carros con un manual de mecánica y no con la práctica”.

Tal vez, por eso, algunos estudiantes sienten pereza de escribir y creen que es un ejercicio
complejo que no tiene nada que ver con ellos. Es muy común escuchar la frase “lo importante es
que yo me entienda a mí mismo”. La escritura se ve como un obstáculo, no como un medio para
comunicarse.

“No hablemos ya de escritura sino de lectura, que es la base de todo. Los niveles de lectura son
muy pobres durante toda la formación y, por lo tanto, toda la estructura está mal. Se escribe con
muchas limitaciones, con mucha pobreza y con muchos problemas porque se lee mal”, comenta el
editor y escritor Camilo Jiménez Estrada, quien hace cuatro años renunció a ser profesor de la
Universidad Javeriana ante la incapacidad de sus alumnos de escribir apropiadamente. Y esto se
hace evidente en uno de los fallos más preocupantes: la gente no lee cuidadosamente lo que
escribe, no piensa en la necesidad de revisarlo. Dejan el texto tal cual se escribió en su primera
versión y todo acaba ahí. Los escritores y los académicos están de acuerdo en la urgencia de
promover aún más el hábito de leer, que no se vea como una obligación o una tarea más, sino
como un verdadero placer. Es imposible esperar que alguien escriba bien si no lee.

Otro de los cuestionamientos apunta al papel de las humanidades en el sistema de educación


colombiano. “Sabemos que el sistema económico y académico actual (Colciencias lo hace)
privilegia las ciencias”, comenta el filósofo y semiólogo Armando Silva. Pero esa política tiene
efectos perversos. Las redes sociales y los dispositivos electrónicos tampoco se salvan de los
señalamientos. Uno de los principales errores es que la corrección va por cuenta del computador,
que no siempre acierta ni es capaz (por ahora) de determinar si una idea está bien conectada con
otra ni alerta sobre las palabras repetidas o las frases inconclusas. En todo caso, las nuevas
tecnologías no tienen toda la culpa, y más bien las redes han hecho visible un problema que viene
desde hace años. Solo que hacen virales los errores.

“Además, está la presión por el bilingüismo. Es conveniente primero entender la propia lengua
para después trabajar y adquirir los códigos de otra”, indica Jiménez. Otros profesores creen que
esto no tiene nada que ver, pero sí reclaman que además de exigir para graduarse exámenes de
inglés o de otros idiomas se haga uno obligatorio de español.

Pero este diagnóstico de causas múltiples no solo se aplica a los estudiantes. “Aquí hay
presidentes de compañías, ministros y profesionales con muchos títulos que no saben redactar
una carta. Es un tema recurrente”, comenta Andrés Hoyos. No solo se ven errores en los avisos de
la calle. En septiembre, la Asociación de Amigos del Instituto Caro y Cuervo organizó ‘Caro y
Cuervo Ink’, una campaña para corregir errores ortográficos en los tatuajes. Se vieron expresiones
como “Dios vendice a mi madre”, “solo Dios jusga”, “segidme”, “alturista”, en vez de altruista,
“objetibo”, “la vida no es fasil” y “sonrrisa”, entre otras.

Y los foros de las páginas de internet, sobre todo los de los medios de comunicación, evidencian
los problemas de escritura de los colombianos. “La gente escribe a las patadas y casi nunca se
entiende. Recurre al madrazo cuando no tiene una frase buena”, señala el crítico literario y
profesor universitario Camilo Hoyos. Para algunos, sin embargo, la situación no es tan grave.
“Falta mucho, pero no todo es malo. He dirigido varios colegios y en cada uno de ellos hay
revistas, ensayos, jornadas y otro montón de cosas, pero sus resultados se demorarán en
aparecer”, comenta Juan Carlos Bayona, rector del Gimnasio Los Pinos.

Paradójicamente, llama la atención esta denuncia justo cuando este año se han destacado varios
escritores jóvenes como Juan Álvarez, Álvaro Robledo, Juan Sebastián Gaviria, Daniel Ferreira,
Amalia Andrade, Melba Escobar, por citar algunos. Aunque para los editores las dos cosas no
tienen nada que ver. Gabriel Iriarte, director editorial de Penguin Random House, dice que “puede
haber buena literatura aunque el común de la gente no escriba bien”. Frente a este problema
algunos proponen soluciones como que se capacite mejor a los profesores, que se le otorgue más
importancia a la enseñanza humanística, que una política pública proteja el lenguaje y que los
colegios y las universidades trabajen en enseñar bien el idioma.

Y lo más importante: que la gente entienda que escribir bien es fundamental para transmitir las
ideas eficientemente. Y que hacerlo mal no solo ofrece una pésima imagen del autor, sino que
puede conducir a entregar un mensaje ambiguo o incomprensible, lo cual puede ser grave, por
ejemplo, en un texto de instrucciones dirigido a los empleados de una empresa. En fin, que por el
contrario, un documento bien escrito es la mejor carta de presentación de una persona.

“Las tildes no existen, la puntuación es caótica…”

La escritora Piedad Bonnett asegura que la principal causa de que muchos colombianos estén
escribiendo mal es que en los colegios no se imparte la formación correcta del lenguaje.

Semana: ¿Qué encontró usted en el concurso de cuentos del que fue jurado para afirmar que se
está escribiendo mal?
Piedad Bonnett: No exagero cuando digo que es horripilante. De los 100 cuentos que leí, en 70
encontré que prácticamente las tildes no existen, la puntuación es caótica, las estructuras mismas
del castellano son torpes y hacen incomprensibles los textos. Esto, por supuesto, no se puede
generalizar, pero sí identifico que tenemos un grave problema con el castellano.

Semana: ¿Se está viendo la literatura desde una perspectiva equivocada?

P.B.: Es que no saben para qué es la literatura. Creen que es hablar de cosas bonitas y pajaritos o
historias tremebundas. Hay una tendencia a la moraleja del amor y de la paz, o a la truculencia
excesiva.

Semana: ¿Cómo debería entenderse?

P.B.: La literatura sirve para mostrar la complejidad humana, el conflicto humano, para hacerte
preguntas, para inquietarte, para incomodarte, para delatar cosas. Pero solo se está tomando para
concluir que seamos mejores.

Semana: Entonces, ¿también se lee mal?

P.B.: No es cuestión de que las lecturas sean perfectas, sino de que lean mucho para que les dé
una idea de lo que es la literatura.

Semana: ¿Dónde radica el problema?

P.B.: La educación está fallando y es un problema estructural –de sueldos bajos y maestros mal
capacitados–. Aquí se perdió el respeto por el maestro y se perdió la idea de que todo lo bueno de
un país comienza por la escuela. No sé qué están leyendo los estudiantes, pero también habría
que echarle un vistazo, y claro, a si están leyendo lo suficiente. Me horrorizó también que haya
quien piense que el tema es totalmente irrelevante, que piense ingenuamente que eso se debe a
experimentaciones formales de los muchachos. Eso no es así. Y que echemos al traste la ortografía
y la corrección lingüística, y que los miembros de un jurado nos hagamos los de la vista gorda con
eso me parece imposible.

Semana: ¿Cuál es la solución?

P.B.: El Ministerio de Educación está haciendo cosas muy importantes, mucho más que en otros
países latinoamericanos con la lectura, pero falta involucrar a las familias, sobre todo a las mamás,
quienes están más cerca de los niños y le pueden leer en voz alta. Que el sistema de lectura
abarque el entorno familiar. Además que se exija mucho, a todo nivel, en cuestión de lenguaje. Así
como se hace tanto énfasis en lo científico, pues que se haga también en el lenguaje.

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