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LOS TRES MODELOS VENEZOLANOS DE DEMOCRACIA EN EL SIGLO XX1

por
Juan Carlos Rey

Democracias mayoritarias y democracia consensual o pactistas


Si comparamos los tres sistemas políticos que podemos calificar como
democráticos, que ha habido en Venezuela en el siglo XX 2 , —a los que
enseguida tendremos que añadir algún adjetivo, para precisar el tipo de
democracia de la que se trata—, vemos que dos de ellos, el del “trienio adeco”
(1945-48)3, y el “chavismo” que se instaura a partir de 19994, aunque en muchos
aspectos son muy diferentes, responden a un modelo de democracia mayoritaria,
en el que el gobernante era exclusivamente el que había obtenido la mayoría de
votos en las elecciones, y se relegaba o excluía del gobierno a las minorías. En
cambio el sistema político que existió entre 1958 y 1999, respondía a un modelo
que se suele llamar democracia consensual o pactista, en el cual las decisiones
publicas importantes, no podían ser el resultado de aplicar el principio o regla de
la mayoría, sino que debían contar con la aprobación de diversos grupos
políticos y sociales, aunque fueran minoritarios5.
En muchos países, como son la mayoría de los que analiza Lijphart6, el
modelo de democracia consensual o pactista estaba consagrado por el sistema
1
Este escrito forma de un libro inédito de su autor, titulado Mayoría o consenso en los modelos
de “democracia” en Venezuela durante el siglo XX.
2
Me parece evidente que no pueden ser considerados como democráticos los gobiernos
posgomecistas de los presidentes Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, entre otras
cosas porque no gozaban del derecho al voto la inmensa mayoría de los venezolanos —como
eran lasujeres, los analfabetos y quienes no habían cumplido 21 años—, y las elecciones no
eran directas. Para más detalles véase mi ensayo El decenio posgomecista y predemocrático,
1936-1945, en mi blog en Internet: <ucv.academia.edu/JuanCarlos Rey>
3
Sobre la “democracia de masas” del trienio adeco, véase Rey (1991: 538-544; 2009a: 67-98)
4
Sobre la concepción de democracia en Chávez, véase Rey (2005).
5
La diferencia entre las democracias mayoritarias y las democracias consensuales, es distinta a
la que existe entre los sistemas electorales mayoritarios y los sistemas electorales de
representación proporcional, pues se refieren a cosas diferentes, aunque relacionadas. En
ambos casos los sistemas que no son mayoritarios se caracterizan por tomar en cuenta los
derechos e interese de las minorías. Pero en los sistemas electorales mayoritarios el partido que
ha obtenido más votos en un distrito electoral obtiene todos los cargos representativos
disputados en ese distrito; pero en cambio en un sistema de representación proporcional, cada
partido recibe un número de cargos proporcional al números de votos que obtuvo en las
elecciones. En cambio, en el caso las democracias consensuales o pactistas, las minorías deben
estar necesariamente representantas en la toma de ciertas decisiones importantes, no en función
de criterios cuantitativos (como sería la proporción de su fuerza electoral) sino más bien de
acuerdo a criterios cualitativos, pues se les reconoce un interés legítimo, que deber ser tenido en
cuenta en ciertas decisiones, aunque sea n minoritarias.
6
Como democracias consociacionales [consociaional democracies], las había bautizado Arend
Lijphart [1977, 1987]), en sus estudios pioneros sobre este tipo de democracias.
normativo formalmente vigente (constituciones, leyes y demás normas jurídicas).
Pero lo peculiar del caso venezolano es que tal modelo fue en gran parte el
resultado de una serie de pactos o acuerdos celebrados entre el gobierno y
diversos entes no gubernamentales (partidos y organizaciones económicas o
sociales). Se trataba de pactos o acuerdos que no tenían un carácter jurídico,
sino sólo político, y que no requerían ser escritos (aunque algunos de ellos lo
fueron), pues podían consistiré en acuerdos informales e incluso tácitos, pero
que no dejaban de ser obligatorios, porque en caso de violarlos el infractor podía
sufrir serias sanciones políticas (por ejemplo, si el violador era el gobierno, podía
sufrir una pérdida de legitimidad, con la amenaza de ser derrocado).
Mediante este nuevo sistema, que se estableció en Venezuela a partir de
1958, se pretendía superar las deficiencias que mostró la “democracia
mayoritaria” del trienio 1945-48, que se caracterizó por ser sectaria y excluyente
con las minorías que no pertenecían al partido hegemónico (AD), lo cual fue en
gran parte la causa del fracaso del intento de implantar la primera democracia de
masas en el país, que resultó inviable, de modo que el gobierno de Rómulo
Gallegos, pese a haber contado con una amplia mayoría electoral, sucumbió sin
apenas resistencia, ante un golpe militar que contó con el apoyo o la aceptación
de lo partidos de la oposición y de importantes fuerzas sociales y económicas,
numéricamente minoritarias, pero poderosas, que veían amenazados por el
gobierno de AD no solo sus intereses, sino lo que creían que eran sus derechos.
La acusación de la oposición fue que tal régimen, en vez de vez de ser una
democracia mayoritaria, que gobernara para todos los venezolanos era en
verdad una tiranía de mayoría (Puede verse Rey 1991: 338-341; 2009: 92-99).
En cuanto al “chavismo”, se implantó como un rechazo expreso y frontal
al “puntofjismo” o “pactismo”, es decir a la democracia consensual anterior, pero
también como una recusación de la democracia representativa, frente a la cual
impuso una democracia mayoritaria, sin pluralismo político ni social, y con
rechazo de los componentes necesarios para una “democracia formal”, a la que
acusaba de ser una falsa democracia.
Podemos afirmar que aunque los tres sistemas políticos venezolanos que
estamos examinando se caracterizan por formas de Estado y de gobierno que
podemos calificar como democráticos —al menos porque sus respectivas
constituciones proclamaban que la soberanía y el poder constituyente residían
en el pueblo y que sus gobiernos debían ser elegidos mediante sufragio
universal, directo y secreto— los tres diferían en cuanto a sus respectivas
formas de gobierno. Y aunque los tres sistemas políticos contaron con
importantes apoyos por parte de distintos sectores, todos ellos también debieron
soportar una importante oposición, distinta en cada caso, que negaba que fueran
verdaderas democracias, y los consideraba como otras tantas formas impuras o
aberradas de gobierno.
Pero además los tres sistemas diferían también en lo que cada uno de
ellos entendía, desde el punto de vista político (distinto del punto de vista
jurídico-constitucional), por el concepto pueblo, así como sobre la forma en que
concebía que éste expresaba su voluntad.
Durante el trienio 1945-48, de acuerdo a la ideología entonces imperante,
era considerado como pueblo la gran masa de a población que se expresaba
fundamentalmente a través de AD (“el partido del Pueblo”), encargado de
canalizar y organiza a esa masa. Se trataba de un partido hegemónico, único en
el gobierno. Era una democracia que aunque en varios aspectos se inspiraba en
ideas de procedencia roussoniana, se apartaba de las enseñanzas de ese autor
en un aspecto clave: el papel fundamental que de acuerdo a AD desempeñaba
ese partido, que justificaba la implantación de una verdadera partidocracia
(partidocracia que en cambio no existió, contra lo que muchos creen, en el
período 1958-1999). Pero en cambió, para Rousseau, en una verdadera
democracia se debían prohibir los partidos, en tanto que facciones.
Durante la vigencia de la democracia pactista (1958-99) “el pueblo”
entendido como masa informe y desorganizada, era según Rómulo Betancourt,
una abstracción inexistente, que usaban los demagogos con fines subversivos.
El pueblo democrático, en el que residía la soberanía, estaba formado por el
conjunto de ciudadanos que se expresaba ordenadamente en las elecciones, y
que hacía oír su opinión a través de los partidos democráticos y otros
organizaciones sociales legales, dotadas de liderazgos confiables, que
mantenían contactos permanentes con el gobierno y que disponían de cauces
institucionales para acceder regularmente al Estado7.
En el tercer caso, el chavismo, su ideología rechazaba la democracia
representativa, y pretendía establecer en su lugar una “democracia participativa
y protagónica”, prescindiendo de la mediación de los partidos. El pueblo, sujeto
de la soberanía, era identificado como la masa chavista que mantenía contacto
directo con su líder, participando en las grandes manifestaciones y
7
Merece la pena citar al pie de la letra un fragmento de un discurso de la Betancourt durante su
presidencia en 1960, porque muestra el cambio radical que se había producido, si lo
comparamos con la concepción populista de AD (“el partido del pueblo”) durante el trienio 1945-
48, que se había caracterizado por un estilo “plebeyo”, que implicaba una constante
participación de las masas en la vida pública, un tanto estridente y desordenada, y su
movilización emocional contra los enemigos de la Revolución. Decía Betancourt, en 1960, en
su mensaje al Congreso como Presidente de la República, como respuesta a la consignas
lanzadas por los jóvenes de la izquierda de AD y por el PCV, para justificar sus protestas
callejeras:
"Es falaz y demagógica la tesis de que la calle es del pueblo. El pueblo en abstracto es
una entelequia que usan y utilizan los demagogos de vocación para justificar su
desempeño desarticulador del orden social. El pueblo en abstracto no existe. En las
sociedades modernas organizadas que ya superaron desde hace muchos siglos su
estructura tribal, el pueblo son los partidos políticos, los sindicatos, los sectores
económicos organizados, los gremios profesionales y universitarios. Cuando cualquiera
de esos organismos solicite permiso para una manifestación pacífica, en lugar cerradlo
o en las calles no habrá inconveniente en conceder ese permiso. Pero cuantas veces
grupos incontrolados se lancen a la calle, sea cualquiera el pretexto que esgriman, no
se tendrá con ellos blanduras ni lenidad, porque un país no puede vivir y trabajar, y
adquirir cultura y forjar riqueza, si está siempre amenazado por la explosión sorpresiva
de brotes de violencia callejera, detrás de la cual maquinan el descrédito del régimen
democrático sus enemigos históricos, los totalitarismos de todos lo nombres y colores”
(Betancourt [1960] 2007: 172).
concentraciones que se organizaban para aclamarlo. El partido que llevó a
Chávez al poder, fue el MVR, un partido puramente electoral, mero instrumento
logístico para las elecciones, pero que no fue un partido de gobierno, como más
tarde pretendió serlo el PSUV.
En el caso del chavismo, el pueblo debía estar permanentemente
movilizado (recuérdese que Chávez hablaba de que la suya era una “revolución
permanente”), y dispuesto a votar cada vez que Chávez lo pedía, en comicios
que en realidad eran actos de aclamación, pues el voto no significaba elegir
alguna de las opciones electorales que se le proponían, sino proclamar la
confianza y respaldo del pueblo a la persona de Chávez, o por el contrario su
rechazo. Pues en muchas de las votaciones celebradas bajo tal sistema, los
electores no sabían cuál era exactamente el contenido de las propuestas
sometidas a votación, sino que sólo entendían que debían votar a favor o en
contra de Chávez.
En realidad el pueblo chavista había transferido toda su soberanía al
presidente, dando lugar a un gobierno unipersonal dotado de plenos poderes, en
el que se había eliminado cualquier barrera o limitación institucional o legal a sus
decisiones, de manera que era una verdadera monocracia autocrática.

Las dos democracias representativas y su funcionamiento en Venezuela


Pese las notables diferencias que existieron entre la democracia
mayoritaria de masas del trienio 1945-48 y la democracia consensual pactista de
1958-99, lo cierto es que ambas fueron formas de democracia representativa,
mientras que Chávez rechazó tal forma de gobierno, y propugnó, en cambo, lo
que él llamaba una democracia participativa y protagónica. Veamos lo que esos
términos significan, recordando el escrito de José Ortega y Gasset, quien en
1927 trazó en forma magistral y con nitidez insuperable, las diferencias y los
posibles antagonismos entre en liberalismo y la de democracia8.
La democracia representativa contemporánea constituye un intento de
conciliación y síntesis de dos corrientes políticas no solo distintas sino, en
ocasiones, antagónicas: el liberalismo y la democracia. La democracia responde
a la pregunta ¿quién debe ejercer el poder político?. Y su respuesta es que debe
gobernar el elegido por el conjunto de los ciudadanos. Con esto no se está
refiriendo a la extensión que debe tener ese poder, sino sólo a quién debe
ejercerlo. En cambio el liberalismo responde a un pregunta distinta: con
independencia de quién ejerza el poder ¿cuáles deben ser sus límites?. Y la
respuesta liberal es que el poder público, con independencia que lo ejerza el
pueblo, un rey o una aristocracia, no puede ser absoluto sino que debe ser
limitado, pues las personas tienen derechos que no pueden ser desconocidos
por el Estado, de modo que la sociedad civil debe gozar de un ámbito libre de
todo injerencia estatal. La democracia representativa, en cuanto síntesis de los

8
Ortega y Gasset (1950: 572-573). seguido en lo esencial por nuestro maestro Manuel García-
Pelayo en su Derecho Constitucional Comparado (1959: 198-204, especialmente pág. 198)
dos principios, puede decirse que es un democracia liberal o un liberalismo
democrático.
Para explicar en qué consiste la democracia representativa, así concebida,
hay que responder a tres preguntas: ¿quién ejerce el poder público?, ¿cómo se
ejerce el poder público? y ¿para quién (o en beneficio de quién) se ejerce el
poder público?.
En la medida que estemos hablado de un Estado democrático (y por tanto,
que el titular de la soberanía es el pueblo), la primera pregunta. relativa al
¿quién?, se refiere a la manera en que son seleccionados los gobernantes; y la
condición mínima para su existencia es que sean seleccionados por el conjunto
del pueblo, mediante elecciones libres, sinceras y realmente competitivas.
La segunda pregunta, relativa al ¿cómo?, se refiere al modo en que los
gobernantes ejercen el poder público. Desde esta perspectiva, la democracia
representativa exige que el poder no sea absoluto, sino que su ejercicio esté
limitado a través de instituciones tales como la división de poderes, el
reconocimientos de un conjunto de derechos fundamentales que el gobierno en
ningún caso puede violar, el imperio de la ley, el Estado de Derecho, etc. A
través de estos mecanismos e instituciones, la democracia representativa se
vincula con la idea de gobierno constitucional e incorpora los valores de libertad
política propios del pensamiento liberal.
Ahora bien, no se puede olvidar que los valores democráticos, por un lado,
y los liberales, por otro, son de naturaleza distinta y que en ocasiones pueden
entrar en contradicción, de modo que lo que caracteriza a las democracias
representativas reales es un intento de conciliación o compromiso entre ambos.
La democracia representativa, así entendida, fue la forma de gobierno
tanto de la democracia de masas del periodo 1945-48, como de la democracia
consensual de 1958-99. Pero durante el trienio adeco, en los casos en que
presentaron conflictos entre los principios democráticos y los liberales,
prevalecieron los primeros, incluso hasta poner en riesgo a los segundos; en
cambio, bajo de la democracia consensual de 1958-99, ocurrió lo contrario,
sacrificándose los principios democráticos en aras de proteger algunos derechos,
que a veces no eran tales, sino simples intereses de las minorías.
Los dos tipos de criterios, que hasta ahora he examinado (el quién y el
cómo se gobierna), suponen que la democracia representativa es definida a
partir de una serie de mecanismos, procedimientos e instituciones de naturaleza
jurídica y política, que corresponden a lo que algunos llaman despectivamente
“democracia formal”. Pero los mecanismos e instituciones a los que hasta ahora
me he referido, para muchos no bastan para definir la democracia representativa,
pues es necesario contestar una tercera pregunta, ¿para quién se gobierna?,
que se refiere a quiénes son los beneficiarios de las políticas y decisiones
públicas. Se supone que a través de las formas y de los procedimientos antes
definidos, las políticas públicas y las decisiones colectivas que se tomen van a
responder, en cuanto a su contenido, a los intereses del conjunto de la
comunidad o pueblo. En este sentido, la democracia representativa requiere,
como condición adicional para su legitimidad, que sea un gobierno en beneficio
del pueblo.
Con esto me estoy separando de aquellas concepciones para las cuales
existe una contradicción irresoluble entre la democracia formal y la democracia
substantiva o material, y que están dispuestas a afirmar unilateralmente una de
estas dimensiones en beneficio de la otra. Parto, en cambio, del supuesto de
que para caracterizar adecuadamente a la democracia representativa deben
tenerse en cuenta tanto sus procedimientos o aspectos formales (relativos a la
forma de elegir los gobernantes, a los procedimientos para tomar decisiones y a
los límites que éstas deben respetar), como sus aspectos sustantivos o
materiales, relacionados con el contenido de tales decisiones. Ninguno de esos
aspectos debe ser separado de los otros, y los tres deben complementarse,
pues de no hacerlo el resultado será alguna forma de negación de una de las
dimensiones fundamentales de la democracia representativa. Precisamente, lo
que caracteriza a los dos variedades de democracia que prevalecieron en los
dos periodos que hemos considerado (1945-48 y 1958-99), es que los
gobernantes no se resignaron a un democracia puramente formal, sino que tanto
por razones de índole deontológica como de tipo pragmático creyeron que la
democracia debía ser capaz de satisfacer las aspiraciones de la mayoría de la
población, pues sin ello lo podría subsistir.
La democracia mayoritaria del trienio 1945-48, dio más importancia al
componente democrático (¿quién gobierna?) que al liberal (¿cómo se gobierna?,
en el sentido de los límites del poder). Confiaba en que la voluntad de la mayoría,
canalizada por partidos y organizaciones democráticas con líderes responsables,
iba a satisfacer progresivamente las aspiraciones de la población. Pero de hecho,
AD era el único partido de masas realmente existente en todo el país, y el que
contralaba a la mayoría de las organizaciones sociales modernas, e instauró un
gobierno exclusivo de un partido hegemónico, Se trataba de una partidocracia,
en la que la dirección colectiva de AD era la que tomaba las principales
decisiones, tanto cuando Betancourt fue Presidente de la Junta Revolucionaria
de Gobierno, como cuando Gallegos fue Presidente constitucional de la
República.
Varios miñitantes sectarios de AD mantenían la falsa creencia, que creían
ser roussoniana, de que el “partido del pueblo”, por ser mayoritario, cuando
tomaba las decisiones gubernamentales estaba expresando la “voluntad
general”, de manera que el obedecerlas no sólo era jurídicamente obligatorio,
sino también era un deber moral. De manera que no vacilaron en coaccionar a la
oposición que se resistía a la mayoría, pues –para utilizar palabras de
Rousseau- creían que había que “obligarles a ser libres”. Las minorías políticas
que constituían esa oposición se sentían ahogadas por la aplastante
superioridad electoral y organizativa del partido de gobierno, a la que unía su
uso ventajista de las recursos del Estado, ante todo lo cual perdieron las
esperanzas de poder superar electoralmente a AD algún día, por lo que
apoyaron, o por lo menos, se sintieron aliviados con el golpe de Estado militar
que puso fin al gobierno adeco.
En el caso de la democracia pactista de 1959-99, los principales líderes
políticos, conscientes de que volver a intentar establecer una democracia
puramente mayoritaria, como la del trienio, podía de nuevo llevar al fracaso de
tal forma de gobierno, decidieron recurrir a la instauración una democracia
consensual o pactista, mediante lo que he llamado un “sistema de conciliación
de élites”9, que debía funcionar simultanea y paralelamente al tradicional sistema
de representación proporcional. De manera que además de la representación
parlamentaria que las minorías obtuvieran, de acuerdo al sistema de
representación proporcional, en proporción a sus votos en las elecciones,
diversas minorías políticas, económicas y sociales, aunque no dispusieran de
ninguna representación parlamentaria, o aunque no hubieran tenido derecho a
participar en las elecciones, iban a ser consultados para participar en aquellas
decisiones públicas que más podrían afectarlas, e incluso poder ejercer una
especie de veto de hecho, en dichas en dichas decisiones,.
Pero el desarrollo de este sistema iba a llevar a que se instaurara en
Venezuela una forma de “democracia” hiperorganizada y elitista, con serias
limitaciones y fallas desde un punto de vista estrictamente democrático10. Se
trataba de un sistema que iba a generar progresivamente una tendencia
desmovilizadora y antiparticipativa, cuando no autoritaria. Por un lado, se
propugnó que todas las demandas sociales deberían ser canalizadas a través de
unas pocas organizaciones (partidos políticos y grupos de interés) consideradas
“confiables”, pues se temía que de no ser así podían volverse incontrolables o
inmanejables; de modo que se fortalecieron al máximo esas organizaciones
supuestamente confiables, otorgándoles privilegios diversos e incluso
insertándolas el sistema de decisiones del Estado a través de mecanismos de
naturaleza semicorporativa. Simultáneamente, se desestimularon otras formas
de participación distintas, que fueron vistas con recelo y sospecha, llegándose
incluso, en ocasiones, a utilizar la represión contra ellas. Por otra parte, en el
interior de los partidos políticos y de los grupos de presión considerados como
confiables, se robusteció el liderazgo y se fomentó la pasividad de las masas,
mediante una creciente ausencia de democracia interna.
Los rasgos negativos, que hemos señalado no se dieron plenamente
desde 1958, cuando se inicio la nueva forma de régimen democrático, sino que
más bien se desarrollaron como una tendencia progresiva. Pese a eso, el
sistema fue capaz de mantener durante algunos quinquenios un nivel suficiente
de satisfacción de las aspiraciones de la población, para que la mayoría de ésta
pudiera mantener su confianza en la democracia representativa.
Durante ese tiempo, el papel principalísimo desempeñado por el Estado
en el proceso desarrollo, la cuantía y la naturaleza de los recursos de los que él
dispuso, y sobre todo la actuación de los partidos políticos y de las
organizaciones sociales controladas por ellos (v. gr. los sindicatos), hicieron
posible que el Estado se convirtiera en un amortiguador y atenuador de los
9
Sobre tal concepto véase especialmente Rey (1976: 137-150; 1991: 542-544)
10
Lo que sigue está extractado de Rey (2009a: 129-132)
conflictos sociales, que en vez de revestir la forma de lucha de clases, aparecían
como demandas o disputas acerca de la distribución dirigidas al gobierno, y en
las que no resultaba infrecuente la colusión entre grupos o clases sociales que
de acuerdo con la perspectiva marxistas debían considerarse como antagonistas.
En otras palabras: gracias a la acción distributiva del Estado, los posibles
conflictos sociales eran encapsulados políticamente, por un lado, a través del
sistema de partidos políticos y las elecciones; y, por otro lado, a través de los
mecanismos de representación y participación semicorporativa, a los que ya me
referí. De modo que las grandes diferencias socioeconómicas que existían no se
expresaban en enfrentamientos políticos o en formas de votación o de militancia
partidista.
La crisis y el debacle final de la democracia representativa
Tal como fueron ideados a partir de 1958, se suponía que los dos
dispositivos que iban a asegurar la estabilidad del sistema político venezolano —
me refiero, por un lado, al sistema de competencia electoral entre los partidos,
basado en la participación de todo el pueblo; y por otro lado, al sistema
consensual o pactista de conciliación de élites— iban a funcionar simultanea y
paralelamente, complementándose, pues cada uno de ellos iba a satisfacer un
conjunto de necesidades distintas a las del otro. El sistema de competencia
partidista con elecciones, en el que los partidos, mediante sus programas y
plataforma electorales, con ofertas de mejoras económicas y sociales para la
mayoría de la población, se disputarían la preferencia de la ciudadanía, fue
capaz de mantener durante años la confianza de la mayoría de ésta en que la
democracia representativa era el medio adecuado para satisfacer
progresivamente sus aspiraciones al bienestar. Pero por otro lado, el
funcionamiento del sistema de conciliación de élites, mediante el cual se iba a
garantizar los interese de éstas, en una forma privilegiada, frente al peligro del
voto de la mayoría, iba a conseguir la adhesión de esas minorías poderosas al
funcionamiento de la democracia representativa. Pero este segundo dispositivo
—cuyo funcionamiento, al principio, se concibió como un tanto limitado y
excepcional, y siempre sometido a la vigilancia y control democrático de los
partidos en el Congreso— fue adquiriendo de hecho un dinamismo y una fuerza
propia, desvinculándose del control partidista. Así ocurrió, por ejemplo, con el
crecimiento descomunal de una administración pública descentralizada, que
implicó el desarrollo de lo que he llamado un sistema semicorporativo
privatizante (Rey 209a: 124-126) colocado bajo la autoridad exclusiva del
Presidente, sin controles del Congreso ni de los partidos allí representados, con
una participación privilegiada de esos sectores privados, que llegó a concentrar
la mayor parre del gasto público del Estado, como ocurrió particularmente a
partir de 1974, durante la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez (Rey
2009a: 288-290).
Podemos decir que los partidos venezolanos renunciaron a su
responsabilidades políticas y constitucionales, a favor de los Presidentes de la
República, cediéndoles muchos de sus derechos, y haciendo que los poderes de
éstos fueran muy superiores a los de los jefes fe Estado o de gobierno de las
mayoría de las democracias representativas. Además de estar liberados de la
disciplina partidistas 11 , los presidentes de Venezuela gozaban de poderes
extraordinarios, debido a la situación de permanente suspensión de las
garantías económicas que existió en el país en forma continua, prácticamente
desde la segunda guerra mundial hasta la segunda presidencia de Carlos
Andrés Pérez. A lo cual habría que añadir las muy amplias leyes habilitantes que
el Congreso, controlado por sus partidos, les concedieron en varias ocasiones a
los presidentes, y que en algunos casos equivalieron al otorgamiento de una
especie de “carta en blanco”.
De esta manera, los presidentes venezolanos fueron, en la práctica,
políticamente irresponsables, pues por una parte, la prohibición constitucional de
su inmediata reelección, impedía que el electorado a través de un posible “voto
castigo”, pudiera hacer efectiva dicha responsabilidad, sancionándoles e
impidiendo su reelección. Pero, por otra parte, al ser liberados de la disciplina
partidista, los presidente eran irresponsables ante su propio partido, que no
podía sancionarle por no cumplir el programa electoral aprobado por el propio
partido, o por no obedecer las directrices que éste tratara de imponerle.
Cuando somos testigos de un derrumbe del sistema de democracia
representativa, como el que experimentó Venezuela a fínales del siglo XX, se
impone indagar acerca de sus causas. Se suele decir, con razón, que sin
partidos políticos no es posible que funcione una democracia. Pero no es menos
cierto que con partidos con las característica que tuvieron los venezolanos
durante los años finales del puntofijismo, tampoco es posible dicho
funcionamiento.
Según una tesis que ha alcanzado bastante aceptación, la causa principal
de la crisis, de la decadencia y del final desplome de nuestra democracia
representativa fue el comportamiento de los partidos políticos, que en vez de
haber sido unos instrumentos al servicio de los ciudadanos, usurparon el poder
que debía corresponder a éstos, estableciendo una forma de gobierno al servicio
de tales organizaciones y de los políticos profesionales que las controlaban, de
forma tal que en vez de una democracia lo que implantó finalmente en
Venezuela fue una partidocracia. Así, uno de los más reputados especialistas

11
Se trataba de una decisión que adoptó AD en 1958, por solicitud del propio Rómulo Betancourt
como candidato a la presidencia de ese partido, que consistía en liberarlo de la disciplina
partidista, en caso de que resultara elegido. Tal decisión tenía por objeto, por una parte, que el
Presidente estuviera libre de posibles interferencias de su propio partido en las negociaciones
con otras fuerzas políticas, y facilitarle las decisiones, a veces duras e impopulares, que estimara
que fueran necesarias para estabilizar la democracia venezolana. Por otra parte, con esta
medida se quería evitar que se pudiera repetir el pretexto que sirvió para el derrocamiento de
Rómulo Gallegos en 1948, que fue que sus decisiones no eran las propias de un Presidente de
todos los venezolanos, pues obedecían a las órdenes sectarias que recibía de su partido.
Aunque originalmente la liberación de la disciplina partidista se concebía como un recurso sólo
temporal, que debía mantenerse mientras no desaparecieran los peligros que acechaban a la
incipiente democrática, con todos los presidentes posteriores, tanto de AD como de COPEI, se
repitió tal liberación, pese a que la democracia se consideraba ya estabilizada y sin peligros
inmediatos de involución.
en el análisis jurídico institucional del Estado venezolano, que puede ser
considerado como uno de los exponentes con más prestigio de la tesis
mayoritaria sobre este tema, al referirse a la crisis por la que estaban
atravesando todas las instituciones públicas y privadas del país, decía: “Los
responsables de la crisis institucional, sin la menor duda, hay que repetirlo una y
otra vez, son los partidos políticos” (Brewer Carías 1988: 41); y llegó a afirmar
que nuestra democracia degeneró en una partidocracia, pues “ha dejado de ser
el gobierno del pueblo y para el pueblo y se ha convertido en un gobierno, no
sólo de los partidos, sino para los partidos” (Brewer 1985: 57). El profesor
Brewer basaba tales afirmaciones en su creencia de que los partidos políticos
venezolanos eran los autores –y por tanto los responsables– de la mayoría y de
las más importantes decisiones del Estado venezolano, sosteniendo la idea
simplista y errónea de que el nuestro era un “Estado de partidos”, como decía
uno de sus libros (Brewer 1988: 9).
Pero esta tesis adolece de dos serios errores: por una parte, desde un
punto de vista empírico, desconoce la forma en que efectivamente se habían
tomado la mayoría y las más importantes decisiones públicas en el sistema
político a partir de 1958. Pero desde un punto de vista teórico, no tenía en
cuenta las funciones relacionadas con la responsabilidad política de los partidos
políticos modernos de masas, ni los requisitos necesarios para que tal
responsabilidad pueda ser efectiva. Como he demostrado en varias de mis obras,
y como acabo de recordar, la verdad es que después de 1958, los partidos
políticos venezolanos renunciaron a sus derechos políticos y constitucionales a
favor del Presidente y permitieron que se desarrollada un poderoso sistema de
administración descentralizada, sin controles del Congreso (y por tanto sin
control de los partidos allí representados), en la que tuvieron una representación
y participación privilegiada, para ciertas decisiones del Estado, diversos grupos
privados (empresarios, trabajadores, profesionales diversos, etc.). Por tanto,
hablar de partidocracia es inapropiado, y en atención a los factores que hemos
considerado, la responsabilidad de nuestros partidos políticos, que sin duda la
tuvieron, fue más bien por omisión que por acción.
Pero por otra parte, el segundo error al que al principio nos referíamos
consistió en que no se estudió seriamente las fallas en el funcionamiento del
sistema de partidos, que fueron las causas de su falta de responsabilidad
política, con el fin de tratar de corregirlas. Se ignoraron en que consistían las
virtudes de la democracia representativa y los requisitos que debían cumplir los
partidos para que pudiera hacerse efectiva. Partiendo de la idea simplista de que
la fallas de los partidos y de los políticos profesionales se debían a sus defectos
personales, tales como su incompetencia o a su falta de virtudes, lo achacaron a
la mediatización ejercida por los partidos políticos, y al sistema electoral
imperante, en el que votación se hacía a favor listas de cerradas y bloqueadas,
elaboradas por las directivas de los propios partidos, de modo que, por una parte,
se coartaba la libertad del elector para elegir al representante de su preferencia,
y por otra parte, los elegidos no se sentían obligados hacia el elector, sino sólo
hacia la directiva del partido, pues era a ella a quien debían el puesto. La
solución más tosca y simplista, que muchos propusieron fue eliminar a los
partidos como intermediarios entre el elector y su representante, para establecer,
en cambio, una relación directa entre ambos. Con ello se pretendía que la
democracia representativa se basara únicamente en la responsabilidad política
personal del representante individual, desconociendo la necesidad de afirmar,
afianzar y fortalecer la responsabilidad política, institucional y colectiva de los
partidos, que pareciera serles totalmente desconocida12. Se trataba de explicar
la falta de responsabilidad personal de los representantes elegidos, por la
interferencia que ejercían los partidos políticos, pero no se era capaz de dar
razón del fenómeno más grave e inquietante: la falta de responsabilidad
institucional y colectiva de los partidos a los que los elegidos pertenecían, que es
el elemento esencial que debe considerarse cuando se trata de elecciones
plenamente democráticas con partidos de masas.
De modo que en lugar de indagar cuáles eran las fallas en el
funcionamiento del sistema de partidos, para tratar de corregirlas, consideraron
simplemente que los partidos políticos eran el obstáculo o interferencia que
había que eliminar para que la responsabilidad política personal de los
gobernantes funcionara adecuadamente. Se trataba de eliminar las funciones de
los partidos como intermediarios entre el elector y el representante, para
establecer, en cambio, una relación directa entre ambos.
Pero esto, aplicado al caso del Presidente de la República, en vez de
solucionar los problemas de nuestra democracia representativa, tendía a
agravarlos, fortaleciendo el ya muy desarrollado personalismo presidencial. En
este sentido el triunfo de Chávez en las elecciones presidenciales de 1998,
aunque puede parecer –como lo fue desde cierta perspectiva– una reacción
contra la situación anterior, representó la continuación y el agravamiento del
personalismo presidencial, ya muy marcado durante la segunda presidencia de
Carlos Andrés Pérez y que persistió durante la siguiente de Rafael Caldera.
Pero sobre todo faltó una adecuada comprensión de las ventajas de la
democracia representativa, sobre cualquiera otra forma de gobierno, y cuyo
mérito no consiste, en ningún caso, en garantizar que los elegidos mediante los
votos se destaquen por sus altas cualidades morales e intelectuales. Su ventaja
única, consiste en que mediante un adecuado funcionamiento de los
mecanismos que le son propios, los representantes electos, sin necesidad de
exigirse de ellos virtudes extraordinarias o especiales, sino sólo por su interés
racional y utilitario, cabe esperar que traten de cumplir con su responsabilidad
política, que consisten, ante todo, en cumplir con las promesas u ofertas que
hicieron al electorado, pues de no hacerlo éste le desplazará del puesto público
que ocupan cuando tenga la primera oportunidad de hacerlo. Es por esto que
con una democracia representativa, en igual de otras circunstancias, aumentan
considerablemente las probabilidades de que los representante electos vayan a
satisfacer su responsabilidad política, que consiste ante todo en cumplir con sus
promesas y ofertas electorales.

12
Sobre esta importante cuestión, puede verse Rey (2003: 69-76; y 2009a: 60-90)
Pero para que funcionen los mecanismos necesarios para que la
responsabilidad política sea efectiva, se necesita que el sistema de partidos
cumpla con un conjunto de requisitos que han faltado en Venezuela, y que aquí
no podemos desarrollar, sino simplemente enunciar.13
Hace falta unos partidos responsable, no populistas, dotados de una
organización y de una ideología apropiadas, con una disciplina partidista, pero al
mismo tiempo con democracia interna, con un sistema de libre competencia
electoral entre ellos, sin monopolios ni duopolios jurídicos ni de hecho (y este
último fue el caso venezolano), con libre acceso a tal competencia de cualquier
otra organización política que aspire a participar en ella.
Si se dan todas estas condiciones, las elecciones sucesivas y la
alternabilidad que de ellas puede resultar se convierten en un mecanismo
semiautomático que premia el cumplimiento y castiga el incumplimiento de las
ofertas electorales y hace efectiva, de esta manera, la responsabilidad política
frente a los electores. Pues si los candidatos de un partido defraudan a los
electores, y el partido ha sido incapaz, mediante el uso de su disciplina interna,
de corregir esa falla, la democracia interna que también ha de existir en el
mismo, debe ser capaz de producir un cambio en los próximos candidatos, pero
también en los dirigentes del partido, en sus programas, o incluso de todos ellos.
Si el partido continúa defraudando a sus electores, estos podrán decidir votar en
las próximos comicios, por los candidatos de otro partido. Pero si todos los
partido existentes también les defraudan, el libre acceso a las elecciones
permitirá que surjan partidos nuevos que conquisten el favor de los ciudadanos y
desplacen a los antiguos. De esta manera se asegurará, al menos a mediano o
a largo plazo, un cierto equilibrio mediante el cual se tenderá a satisfarán las
preferencias de los votantes.
Desde los orígenes del sistema democrático, en 1958, y durante muchos
años la mayoría de los ciudadanos confiaron en su voto en las elecciones, como
el instrumento adecuado para hacer que el gobierno se interesase en resolver
sus problemas, y pusieron sus esperanzas en que la competencia electoral entre
partidos, era la herramienta adecuada para hacer efectiva la responsabilidad
política de los representes electos y así lograr el mejoramiento progresivo, tanto
colectivo como personal.
Pero poco a poco, con el transcurso del tiempo, se fue generando un
sentimiento creciente de que los diferentes gobiernos eran incapaces de
responder a los deseos y demandas de los ciudadanos. Al mismo tiempo se
desarrolló en éstos una sensación de que eran impotentes para influir en las
decisiones gubernamentales, dando lugar a una progresiva frustración.
El sentimiento de crisis de nuestra democracia representativa se inició,
asociada a las denuncias sobre la corrupción política, desde finales de la
primera presidencia de Carlos Andrés Pérez, pero al principio se desarrolló en

13
Sobre en qué consistieron las graves fallas de los partidos venezolanos, debe consultarse mi
libro, Rey (2009a: 260-284), donde he desarrollado esta cuestión.
gran parte en forma latente o larvada, para estallar en forma espectacular al
inicio de su segunda presidencia, con el caracazo del 27 de febrero de 1989 y
las constantes movilizaciones de protesta que le siguieron y que prepararon al
ambiente para los dos intentos de golpe de 1992.14
El sentimiento de insatisfacción con el funcionamiento de los
mecanismos de la democracia representativa, que era común en muchos
ciudadanos, se manifestó en un consideraba aumento de la abstención electoral,
que siempre había sido baja en Venezuela, y que cuando más había subido, en
1988, sólo había alcanzado el 18 por ciento, pero que llegó a ser en 1993 de
cerca del 40 por ciento, y en las votaciones para el Congreso en 1998 de 45,6
por ciento.
Pero la crisis se concentró en un rechazo de los partidos y de los políticos
profesionales. Así desde 1993, el número de votos de los partidos tradicionales
sufrió un dramático descenso, pues AD que había obtenido una cómoda mayoría
absoluta en las elecciones presidenciales de 1983 (55,4%) y de 1988 (52,8%),
en cambio en las de 1993 sólo obtuvo el 23,2%, y en las de 1998 un
insignificante 9%. En cuanto a COPEI que en las elecciones de 1983 había
obtenido el 32,6% y en las de 1988 el 40,1%, había descendido en las de 1993
al 22,1% y en las de 1998 a un ridículo 2,2%.
Además, según diversas encuestas, las personas que se identificaban
como militantes o simpatizante de partidos políticos, que en 1973 eran el 49 por
ciento, descendieron en 1983 al 38 por ciento, y sólo llegaron al 28 por ciento en
1992 (Rey 2009a: 258).
Las evaluaciones de las que disponemos para el conjunto de los partidos,
correspondientes a la primera mitad de la década del 90, son impresionantes por
lo negativas15. Según una encuesta de Gaither, en 1991 el 65 por ciento de los
encuestados opinaba que los partidos políticos no servían para nada y sólo el 28
por ciento pensaba que eran “la mejor vía para aliviar los males de Venezuela”
En otra encuesta, levantada por el Instituto de Estudios Políticos de la UCV en
1992, mientras el 51,8 por ciento de los encuestados se mostraba de acuerdo
en que las partidos eran necesarios y debían mantenerse, el 41,8 por ciento
estaba en desacuerdo; y en la misma encuesta, mientras que el 48,9 por ciento
creía que no puede haber democracia sin partidos, un porcentaje casi igual (47,5
por ciento) estaba en desacuerdo
En otra encuesta a escala nacional, a finales de 1994, cuando se les
preguntó a los venezolanos si consideraban necesarios los partidos políticos,
sólo el 53 por ciento de los encuestados contestó afirmativamente, mientras que
el 43 por ciento lo negó. En la misma encuesta, a la pregunta de ¿por qué
quieren los políticos llegar al poder?, el 72,4 por ciento respondió con visiones
francamente negativas (según el 58,6 por ciento para robar; de acuerdo al 4,0
por ciento para enriquecerse; y para el 9,8 por ciento para defender sus propios

14
Véase mi ensayo, Rey (2009b)
15
Lo que sigue está tomado de Rey (2009a: 258-260)
intereses). Además, el 70,7 por ciento estaba dispuesto a aceptar que en caso
de un conflicto entre el Presidente y los parlamentarios, el Jefe de Estado
disolviera el Congreso y gobernara por decreto; mientras que sólo el 19,8 por
ciento se opondría. Y, por si esto fuera poco, el 80,9 por ciento prefería que el
pueblo fuera consultado directamente sobre cuestiones básicas, en vez de dejar
que las discutan los parlamentarios; mientras que sólo el 13,3 por ciento
preferiría que lo hicieran los parlamentaros
Todos los datos anteriores demostraban que la opinión pública
venezolana cuestionaba seriamente ya no sólo a los partidos y a los políticos
profesionales, sino a la misma democracia representativa. En todo caso, hacia
mediados de la década de los años 90 del siglo pasado, casi la mitad de los
electores creían que era posible una democracia sin partidos políticos y la
democracia representativa estaba en grave peligro.
Este fue, a grandes rasgos, el panorama general que hizo posible el éxito
electoral del chavismo

La “democracia participativa y protagónica” chavista


Desde Chávez fue un militar activo e intentó su fallido golpe de Estado en
1992, la única “democracia” que le interesaba era una forma de gobierno en la
que lo importante era quiénes iban a beneficiarse de las políticas
gubernamentales, es decir, el contenido material de las decisiones públicas. En
cambio despreciaba la llamada “democracia formal”, a la que consideraba como
una farsa. Para justificar su intento de golpe de Estado, anunciaba que el
gobierno que se iba a implantar si triunfaba, iba a ser el más democrático que se
había conocido en toda la historia de Venezuela, porque las políticas que se
proponía desarrollar iban a esta destinadas a favorecer a las clases mas
numerosas y en peor situación económica. Con tal fin se proponía llegar el poder
por medio de un golpe de Estado, desalojando a quienes lo ocupaban en virtud
de elecciones democráticas, para gobernar por medio de un Comité de Salud
Pública, que dispondría de plenos poderes, con un estilo del gobierno que se
inspiraba en el del Terror durante la Revolución francesa.
Años después, ocupando ya la presidencia que había logrado conquistar
mediante elecciones democráticas, iba a insistir en que la democracia popular
bolivariana, que él proclamaba, y a través de la cual pretendería realizar el
modelo de la democracia participativa y protagónica que se consagraba en la
nueva Constitución e iba a sustituir a la democracia representativa, era un
gobierno que se caracterizaría por el contenido material de sus políticas, sin los
componentes de la llamada “democracia formal”. Pues Chávez insistía en la
que la verdadera la democracia debía definirse —según él, de acuerdo a las
enseñanzas de Bolívar— como el gobierno que “produce mayor suma de
felicidad, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.
Es decir, se trataba de una “democracia” puramente material, en la que lo que
importaba era el resultado de sus políticas, su contenido, sin tener en cuenta
para nada lo requisitos institucionales y formales relativos a cómo obtener el
poder y a la forma y las limitaciones de su ejercicio (Rey 2005: 167-177).
Pero sus reflexiones en la cárcel sobre el fracaso de su intento de golpe
de Estado como una operación exclusivamente militar, le hicieron comprender la
necesidad de que para conquistar el poder, aunque no fuera por medio de
elecciones, en cuya legitimidad no creía, y para poder ejercerlo con éxito, debía
contar con el apoyo popular. Antes del golpe de Estado su actitud ante el pueblo
era la típica de los déspotas ilustrados: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
Pero una vez convencido por los viejos líderes de la izquierda tradicional
venezolana (como Luis Miquilena o José Vicente Rangel), de las grandes
posibilidades que tenía de triunfar electoralmente, y al palpar en la calle el apoyo
popular con el que contaba, se decidió a competir en las elecciones de 1998.
Su triunfo electoral fue impresionante, pues participando con un nuevo
partido puramente electoral, creado sólo con ese propósito, y compitiendo con
los grandes partidos masas tradicionales, obtuvo un porcentaje de votos mayor
al que cualquier otro presidente había obtenido desde 1958. Como se confirmó
en elecciones sucesivas, su triunfo se basaba en una relación directa, sin
intermediarios, entre el pueblo y el líder, pues el papel del MVR se limitaba a
darle apoyo logístico. Frente a la democracia representativa, que precisaba de la
intermediación de los partidos políticos, Chávez iba a instaurar una nueva forma
de democracia más directa, que en realidad no destruía la institución de la
representación, ni establecía una verdadera democracia directa, pues lo único
directo era la relación entre el pueblo y el presidente, para la cual no se
consideraba necesario un partido de masas que la mediara. La idea de la
representación no se eliminaba, porque el pueblo no tomaba las decisiones por
sí mismo sino las delegaba en el presidente como su representante, de modo
que el supuesto “protaganismo” popular se reducía a aclamar al líder durante los
mítines que se celebraban constantemente, para que se mantuvieran vivas las
relaciones directas y emocionales de las masas con él. Las masas también
participaban en las frecuentes actos de votación, que en realidad no eran
verdaderas elecciones en las que tuviera que elegir entre políticas alternativas,
sino especies de referendums o actos de aclamación, pues frecuentemente los
votantes no sabían cuál era el significado preciso de su voto, pues no tenían la
oportunidad de reflexionar sobre el texto que se le sometía a consulta, y que en
muchas ocasiones ni siquiera habían tenido tiempo para leerlo, dada su
extensión. De esta manera la consulta se reducía a que el ciudadano
manifestara su adhesión y confianza hacia a Hugo Chávez, o por el contrario su
repudio.
Una vez que el pueblo lo eligió como presidente, a Chávez le gustaba
decir y repetir con cada nuevo triunfo electoral, que “la voz del pueblo es la voz
de Dios”. Pero ese pueblo proclamaba, a su vez, que “la voz de Chávez es la
voz del pueblo”16, y el mismo presidente Chávez, en el colmo de su exaltación
16
Una muestra de ello: el 25 de enero de 2001, cuando la Asamblea Nacional iba a discutir un
proyecto de ley propuesto por la oposición con el que se pretendía limitar las cadenas de radio y
televisión que realizaba el presidente, un grupo de sus partidarios se manifestó a la puerta del
ególatra, inspirándose en palabras de Gaitán, un antiguo líder populista
colombiano, reaccionó airadamente cuando un veterano dirigente del Partido
Comunista, que había osado criticar el excesivo personalismo del Presidente,
llegó a decir:
“[E]xijo lealtad absoluta a mi liderazgo, porque yo no soy yo, yo soy un
pueblo, ¡carajo!, no soy un individuo, yo soy un pueblo y al pueblo se
respeta y yo estoy obligado a hacer respetar al pueblo que amo y al que
le daré toda mi vida”.17
Pero si era cierto que la voz del pueblo era la voz de Dios, y también lo
era que la voz de Chávez era la voz del pueblo, la conclusión del silogismo
apenas implícito era evidente: la voz de Chávez era la voz de Dios.
En todo caso, el pueblo, cuya voz era la de Dios, y por consiguiente no
podía equivocarse, había elegido a Chávez por sus extraordinarias cualidades
de todo tipo, confiando plenamente en él y cediéndole los poderes soberanos de
que en principio habían pertenecido a ese pueblo. El pueblo no expresaba su
voluntad a través de acuerdos y compromisos, en los que participaban intereses
diversos, sino como la expresión de la voluntad unitaria, de un solo sujeto de la
soberanía popular homogéneo, que era la mayoría chavista. Se trataba de un
intento de conciliación de la soberanía popular y la cesión de la misma a un
caudillo, que es lo que ha recibido el nombre de bonapartismo.
Muchos ciudadanos se negaron a considerar tal gobierno como
democrático, porque desconfiaban del pasado golpista de Chávez, del que
nunca se arrepintió, sino por el contrario, lo reivindicó, celebrando el aniversario
anual de su intento de golpe de Estado con un desfile militar, y convirtiéndolo en
una fecha de conmemoración patriótica. Pero además, se negaban a
considerarlo como realmente democrático por sus acciones y decisiones en la
presidencia de la República, que hacían que a su legitimad de origen no le
acompañara una legitimidad en el ejercicio de la presidencia. En efecto, Chávez

Congreso gritando: “La voz de Chávez es la voz del pueblo” (Diario El Nacional, del 26-1-2001,
pág. D-7)
17
Bajado de internet:
<http://www.unionradio.net/ActualidadUR/recursos/herramientas/PrintNota.aspx?id=38374&tpCo
nt=1>.
Pero un año antes de morir, en plena enfermedad y consciente de su gravedad, en la mente de
Chávez su identidad con el pueblo había alcanzado una dimensión metafísica, de modo que si
bien antes la voz de pueblo se encarnaba en Chávez, ahora era el propio Chávez quien se había
encargado en el pueblo, hasta producirse una especie de transubstanciación, como lo
expresaba en sus discursos electorales del año 2012:
“Soy como el eterno retorno de Nietzsche, porque en realidad yo vengo de varias
muertes... Que nadie se haga ilusiones. Mientras Dios me de vida estaré luchando por
la justicia de los pobres pero, cuando y me vaya físicamente, me quedaré con ustedes
por estas calles y bajo este cielo. Porque yo ya no soy yo, me siento encarnado en el
pueblo. Ya Chávez se hizo pueblo, y ahora somos millones. Chávez eres tú, mujer,
Chávez eres tú, joven. Chávez eres tú, niño; eres tú, soldado; son ustedes, pescadores,
agricultores, campesinos y comerciantes. Pase lo que me pase a mí, no podrán con
Chávez, porque Chávez es ahora todo el pueblo invencible” (Ramonet 2013: 58).
de acuerdo a su creencia en una democracia puramente material o de contenido,
fue eliminado todas las formas, procedimientos e instituciones políticas y
jurídicas que limitaban los poderes del gobernante y que servían para preservar
la libertad de los ciudadanos, con el pretexto de que gracias a esa supresión
contaría con los poderes que le permitirían tomar toda suerte de medidas e
implementar políticas cuyo resultado iba a ser una mayor justicia y bienestar
para el pueblo. Lo cual significaba un peligro tanto mayor cuando mayores
fueran las esperanzas que el pueblo pusiera en la persona de Chávez. Y cuando
se llegó a proclamar que la misión de su gobierno consistía en instaurar “el
Reino de Dios en la Tierra” —como Chávez proclamó en varias ocasiones18—
los poderes a los que iba a aspirar y los sacrificios que podría exigir al pueblo
no tendrían límites, y el camino hacia el totalitarismo estaría despejado. Si
queremos continuar usando el nombre de democracia para este tipo de régimen,
habría que precisar que se trata de lo que ha sido llamado una democracia
totalitaria (Talmon[1965])
Pero a diferencia de sus opositores más extremos, que no vacilaban en
considerar al gobierno de Chávez como una dictadura o tiranía, o incluso en el
extremo como una forma de totalitarismo, había otros que aunque estaban de
acuerdo en que el gobierno de Chávez no era una democracia, sin embargo,
respetuosos con el hecho de que había llegado al poder y se había mantenido

18
Se trata de una expresión típica del milenarismo, siempre presente en el proyecto político de
Chávez, pues para él la Revolución (la suya) significaba el advenimiento del “Reino de Dios en la
Tierra”, que dejaba de localizarse en un mundo exclusivamente espiritual, como lo era para la
ortodoxia católica, para convertirse en una reaIización terrestre. Y así, por ejemplo, hablando a
una multitud de sus partidarios el 13 de Octubre de 2003, terminó diciendo que el camino de los
revolucionarios bolivarianos “es el camino que señalo Jesús de Nazaret. El camino, el Reino de
los cielos pero en la tierra, el camino de la vida”. No se trataba de una de esas frases poco
pensadas que se escapan en la euforia de un mitin político. En un documento bien meditado,
obra de Chávez, como fue la ”Exposición de motivos del proyecto presidencial de Reforma de la
Constitución, sometido a referéndum el 2 de diciembre de 2007” —y que fue rechazado por el
pueblo— decía textualmente: "la revolución bolivariana asume la consigna de reafirmar la
existencia, la extensión y la esperanza de la solidaridad, como estrategia política para contribuir
a la construcción del Reino de Dios en la Tierra”.
Desde una perspectiva atea, como se supone que es la marxista, la idea de “Reino de Dios” se
convierte una pura metáfora que usa para referirse a una realidad únicamente natural. Se
rechaza el Reino de Dios al que los creyentes piensan que van las almas cuando mueren, pues
el único reino que existe para los marxistas es el que nosotros podemos construir en la tierra. Sin
embargo, en su Mensaje anual a la Asamblea Nacional, el 15 de enero de 2010, transmitido en
cadena nacional a todo el país, el presidente Chávez dijo:
“[Y]o no soy sólo cristiano, yo soy un revolucionario y también soy marxista. [...] Pero el
marxismo sin duda que es la teoría más avanzada en la interpretación en primer lugar
científica de la historia de la realidad concreta de los pueblos y luego el marxismo es, sin
duda, la más avanzada propuesta hacia el mundo que Cristo vino anunciar hace más de
dos mil años, el Reino de Dios aquí en la Tierra, el reino de la igualdad, el reino de la paz,
del amor, el reino humano, el reino humano”
Con ello Chávez quería no sólo hacer compatibles sus pretensiones religiosas con el ateísmo
marxista, sino que pretendía hacer de Cristo si no un marxista pleno, al menos un revolucionario
cuyo Reino de Dios en la Tierra, anunciaba el futuro reino comunista, al que Marx iba a
proporcionar una base supuestamente científica.
en él mediante sucesivos triunfos electorales, y en atención también a que la
represión que ejercía contra sus opositores no alcanzaba la magnitud e
intensidad de las peores dictaduras conocidas por los venezolanos, preferían no
conceptuar tal gobierno con términos que consideraban extremos, y preferían
emplear alguna suerte de eufemismo, para calificarlo como autoritario,
neopopulista, militarista, cesarista, absolutista, etc. Desde ese punto de vista,
uno de los calificativos que considero más adecuados para el gobierno de
Chávez, en atención a una de sus características más notables, es el de
bonapartismo, porque se refiere a su intento de conciliar y unificar los dos rasgos,
en principio contradictorios que lo caracterizan: me refiero a la autocracia, unida
a un entusiasta apoyo popular. A diferencia de las dictaduras más tradicionales,
que se ejercían principalmente mediante el control de los instrumentos clásicos
de poder, como son el ejército, la policía, la cárceles, etc., el bonapartismo
cuenta como importante instrumento para el control el apoyo popular, lo cual
hace que no tenga necesidad de usar con tanta intensidad, los instrumentos
clásicos de represión, aunque, sin duda, los posee y acumula en gran cantidad y
no vacila en emplearlos cada vez que cree necesitarlos.
Con Chávez estamos ante un ejemplo clásico de bonapartismo, de
acuerdo al modelo que describió Robert Michels. El comandante se jactaba de
que su poder residía pura y simplemente en las masas, cuando en realidad era
una autocracia personal, una monocracia, aunque conferida por el pueblo. Se
trataba de un dominio individual, en cuyo origen estaba la voluntad de la mayoría
que se suponía soberana, pero que después de haber elegido a Chávez, éste se
hizo independiente de tal voluntad, pues mediante la manipulación de las masas,
en vez de ser éstas las que decidiera sobre las políticas, se limitaban a aclamar
la líder, que era el verdadero soberano. Para utilizar la expresión que utilizó
Edouard Laboulaye en casos similares, se trataba de un caso de “democracia
personificada, [o de] la nación hecha hombre”. O como dijo Michels, lo que
caracteriza al bonapartismo es un intento de síntesis de dos conceptos
antagónicos: la democracia y la autocracia, pues se basa en la delegación y
abdicación por parte del pueblo del ejercicio directo de su poder. Mediante ella
“se da a las masas la ilusión de ser el amo de quien en realidad es el verdadero
amo” (Michels [1969]: 17-25).
¿Hacia el totalitarismo?
Tomando en cuenta las leyes y las demás políticas aprobadas por
Chávez, sobre todo a partir de 2007, se puede considerar que su régimen no
sólo no era una democracia, sino que fue un intento no consumado de implantar
un sistema totalitario.
Franz Neumann ha señalado que existe una diferencia notable entre un
régimen bonapartista y un régimen totalitario, pues este último, además contar
con el monopolio de la coerción y el respaldo popular, como ocurre en el
bonapartista, necesita “controlar la educación, los medios de comunicación y las
instituciones económicas y engranar así el conjunto de la sociedad y de la vida
privada del ciudadano con el sistema de dominación política” (Neumann [1968]:
221).
En realidad, Chávez siempre aspiro a tener ese control total sobre la
sociedad. Desde el principio concibió su revolución como un cambio integral,
que suponía mucho más que la conquista de todos lo poderes del Estado, e iba
más allá de un cambio de la Constitución. Ya en vísperas de las primeras
elecciones presidenciales en las que fue el ganador, afirmaba tener un concepto
integral de revolución. Según sus palabras, mediante su revolución se iba a
producir un cambio radical y total del modelo político, económico, social, etc. del
país, que abarcaría todas las dimensiones de su vida, y que entrañaría, además,
una revolución moral y cultural (véase su entrevista con Blanco 1998: 115).
Pero entre quienes han estudiando el pensamiento político de Chávez, y
sostienen que se trata de una forma de totalitarismo, se discute si responde a un
modelo totalitario fascista o más bien a uno de tipo comunista, y mientras sus
críticos izquierdistas tienden a considerarlo un totalitarismo de tipo fascista, los
de derecha o conservadores creen, mas bien, que responde a un modelo
comunista. En realidad ambos tipos de críticos pueden señalar a algunos
rasgos del “chavismo” acordes son sus respectivas apreciaciones. Sin embargo
creo que no toman en cuenta la influencia que ha ejercido sobre Chávez, sobre
todo en sus primeros tiempos como presidente, pero que nunca llegó a
abandonar, un tipo de pensamiento propiamente militarista, que determinó su
peculiar visión de la forma en que concebía el orden político y social ideal. Me
refiero a los aspectos de su pensamiento que podemos llamar holistas o
totalistas, y que no se deben a una influencia marxista ni mucho menos
hegeliana, sino a una peculiar concepción militarista, según la cual la forma ideal
de organizar el Estado y la sociedad era integrando ambos en una sola unidad
coherente y homogénea, que debía responder a un interés común, bajo un único
comando superior, y al servicio de la movilización total de la Nación, para hacer
frente a una posible guerra total contra de sus enemigos internos y externos. La
necesidad de tal movilización no toleraba la existencia de conflictos internos, que
eran considerados como procesos patológicos, resultados de la existencia de
intereses particulares contradictorios inadmisibles y que había que eliminar. Se
trataba de ideas inspiradas en las concepciones de guerra total y movilización
total, que exigía el desarrollo de una política total, y para poder llevarla a cabo, la
instauración de un Estado total. Eran conceptos desarrollados en Alemania tras
la experiencia de la primera Guerra mundial, por Ernst Jünger y Erich Ludendorff,
que anunciaban el futuro Estado totalitario de Hitler19.
Pero hay una diferencia esencial entre el Estado total o la política total de
Ludendloff, que probablemente sirvieron de inspiración a Chávez, y los
totalitarismos comunista o fascista. La política total de Ludendorff no podía ser
obra de ningún partido —pues todos ellos eran considerados, más bien, como
obstáculos para su realización— sino que se debería desarrollar bajo la
dirección total del comandante militar supremo, a cuyas disposición debían estar
todos los poderes estatales y sociales, que él iba a dirigir con criterios militares,
19
Para ampliar lo que sigue puede consultarse mi ensayo “Militarismo y Caudillismo: Pilares del
Régimen y de la República Bolivariana”, págs. 4-13, en mi blog en Internet:
<ucv.academia.edu/JuanCarlosRey>.
subordinando a los mismos las consideraciones de carácter político. Los
políticos profesionales cuya existencia se podía permitir, debían estar totalmente
subordinados al comandarte en jefe. Lo cual era muy distinto de los casos de los
regímenes comunistas o fascistas, que fueron dictaduras de un partido totalitario,
pues aunque asumieron los rasgos de un gobierno personalista, lo que
legitimaba al dictador esa su carácter de ser el máximo líder del partido. En los
totalitarismos fascista o comunista los criterios de dirección eran políticos, y a
ellos se subordinaban los militares, de manera que el supremo líder político era
el comandante en jefe de las fuerzas armadas y el máximo estratega militar. El
partido político disponía de una rígida jerarquía y un fuerte disciplina, que podía
incluir al uso de uniformes y una cierta “militarización”, lo cual provocaba
conflictos con los militares de carrera, que veían en los militantes partidistas
unos competidores y temían que les podían llegar a desplazar. Pero, en general,
lo que predominaba en el partido eran los criterios políticos, y a ellos se
subordinaban los militares.
Junto a la idea de movilización total, la concepción totalista de la sociedad de
Hugo Chávez se reflejaba claramente en las ideas esbozadas por primera vez
en el Programa de Gobierno que presentó al electorado para su reelección en el
año 2000. Recién aprobada la nueva Constitución, Chávez acudió el electorado
para que éste le ratificara su apoyo como presidente, bajo las nuevas
condiciones de ampliación de sus poderes establecidas en la Constitución, la
cual iba a proporcionarle el marco en el que podía desarrollar su proyecto
revolucionario. En dicho Programa se delineaba un proyecto de ingeniería social
holística y utópica, en el sentido criticado por Popper (1961: 69-117), a través del
cual se pretendía modificar radicalmente no sólo el aparato institucional del
Estado venezolano, sino también la estructura social y cultural del país. El medio
para ello era crear, a partir de ciertas organizaciones y grupos sociales, que
serían su base, un complejo sistema de redes y círculos sociales, mediante los
cuales “la sociedad política es reabsorbida por la civil”.
El propósito declarado por el presidente era realizar la utopía revolucionaria,
superando el conflicto entre dirigentes y dirigidos, pues los propios ciudadanos
organizados en las redes iban a asumir las funciones púbicas y harían que
fueran inútiles las estructuras tradicionales del Estado, que tenderían a
desaparecer. Aparentemente se trataba de la reformulación de una vieja utopía,
que se origina en Saint-Simon y que fue desarrollada después por Engels y los
marxistas, la utopía de que el Estado sería absorbido por las sociedad hasta
desaparecer, cuyo uso por parte de Chávez se explica por la presencia de varios
ideólogos marxistas-leninistas (muchos de ellos antiguos militantes comunistas),
entre sus asesores. Pero en realidad se trataba de una deformación de aquella
utopía, pues lo que en verdad se pretendía era lograr un control totalitario del
Estado sobre la sociedad.
En efecto, de acuerdo a los diseñadores del proyecto, las redes sociales,
que iban a ser las nuevas estructura en que se iba a fundir la política y la
sociedad, constituirían una organización integral y una integración de todos los
sistemas sociales para la articulación de políticas y estrategias gubernamentales,
mediante las cuales se aspiraba a conseguir “la organización, articulación y
coordinación de todos los componentes de la sociedad y sus recursos, a través
de coordinaciones integrales, que integran a todos los sectores sociales”.20
Pero cuando Chávez planteaba este proyecto, en Venezuela ya existía una
gran variedad de asociaciones o grupos sociales, muy heterogéneos,
organizados en todos a ámbito sociales no sólo los tradicionales (como eran los
sindicales, empresariales, profesionales y educativos), sino también en el ámbito
de las comunidades, como por ejemplo las juntas de vecinos, los comités de
salud, los comités de tierras, los clubes deportivos y culturales, las asambleas
populares y los diversos colectivos (de docentes, de padres, de obreros,
religiosos, etc.). Sin embargo, el gobierno no estaba dispuesto a aceptar esa
manera de organización de la sociedad venezolana, pues alegaba en su contra
dos razones: por un lado, acusaba a muchas de la organizaciones existentes de
ser oligárquicas y antidemocráticas; por otro lado, denunciaba la falta de
organización por parte de los grupos mas pobres y con menor cultura, donde
estaban los mayores y más fieles seguidores de Chávez. Por tanto la
construcción de las redes sociales no se podía basar en las organizaciones
sociales existentes, sino que el gobierno se proponía transformarlas o crear
otras nuevas. Así en el Programa de Gobierno de 2000 de Chávez como
presidente, se señalaba la necesidad de “la democratización de los organismos
de intermediación entre la sociedad y el Estado”, entre los cuales se incluían “las
asociaciones gremiales, las ONG y organizaciones de intereses”, y para lograr
tal fin se proyectaba desarrollar “un sistema de leyes en las que se estipulen los
términos de la democratización de estos organismos de intermediación, que
evite, que limite, la tendencia a la oligarquización de las organizaciones
voluntarias”. La idea fue recogida en el ya citado Proyecto Educativo Nacional,
según el cual era necesario que el mismo tipo de normas y controles que la
Constitución establecía para el ejercicio del derecho al voto en las elecciones
públicas y para regular las relaciones entre los electores y los elegidos “deben
normar todas las estructuras organizativas de la sociedad civil: sindicatos,
gremios, asociaciones, ONGs”. Lo que quería decir que el gobierno consideraba
que él, a nombre del Estado, tenía el derecho a reconocer o no reconocer la
existencia de las organizaciones sociales de base, y, en general, de las
asociaciones privadas; y que también tenía derecho a regular la forma de
organización y funcionamiento interno de tales organizaciones.
Pero además, amparándose en la norma constitucional que obligaba al
gobierno a “facilitar las condiciones más favorables para la participación del
pueblo” en las funciones públicas, se autorizaba a crear desde la Presidencia de
la República, con los recursos de la misma y bajo su directa dependencia,
nuevas organizaciones sociales, de las cuales los círculos bolivarianos fueron el
caso más conocido.

20
Las ideas esbozadas en el Programa de Gobierno, fueron desarrolladas por medio del primer
proyecto propuesto en 2001 por el Ministerio de Educación y conocido como Proyecto Educativo
Nacional (PEN). La red educativa seria su primer ensayo y serviría de proyecto piloto. Sobre este
importante primer ensayo, y las ideas totalitarias en las que se inspira, véase Rey (2001).
El otro instrumento que trató de usar Chávez para el control social, fue la
antigua idea de movilización total y permanente para la defensa nacional, que
volvió a gozar de fortuna en relación con un nuevo tipo de guerra, que a
diferencia de la “guerra total” de Ludendorff, ahora se iba a llamar —de acuerdo
a las modas cambiantes en el mundo del pensamiento estratégico y a las
preferencias políticas— “guerra asimétrica”, “guerra de cuarta generación”,
“guerra de liberación nacional” o “guerra popular”.
En un importante discurso ante una multitud congregada en la Avenida
Bolívar el 16 de mayo de 200421, Hugo Chávez, proclamó solemnemente que la
revolución bolivariana había entrado en una nueva etapa, la etapa
antiimperialista, lo cual obligaba a plantear tres líneas estratégicas necesarias
para darle forma al concepto de defensa integral de la Nación, que según el
Presidente ya estaba incluido en la Constitución de 1999, pero que hasta ese
momento no se había hecho efectivo. Y el propio Chávez, un año después,
proclamó la necesidad de incluir la “estrategia de guerra asimétrica como una
técnica existente de defensa de la soberanía de nuestro país, y la organización
comunitaria para la defensa y seguridad del Estado”22.
Dicha estrategia estaba compuesta de varias líneas, la primera de las
cuales era el fortalecimiento del componente militar convencional o tradicional de
la República, lo cual suponía un aumento del contingente de la Fuerza Armada y
de sus equipamiento, con gastos cuantiosísimos para las armas y equipos que
eran necesarios para el nuevo tipo de guerra.
La segunda línea estratégica no era sino la continuación de la praxis
que el gobierno había venido desarrollando desde sus inicios, definida como
“consolidación y profundización de la unión cívico-militar, la unión del pueblo con
su Fuerza Armada, la unión de la Fuerza Armada con el pueblo”. Se trataba de
continuar y aún incrementar la ocupación de cargos de la administración pública
y en las empresas del Estado por militares activos o en retiro; de desarrollar
programas de venta de víveres subsidiados, ejecutados por oficiales y soldados
en las plazas públicas; y, en general, de cualquier otra actividad que el
Presidente considere conveniente para la “participación activa [de la Fuerza
Armada] en el desarrollo nacional”, que la Constitución de 1999 define como una
de las funciones esenciales de los militares (Art. 328) y como inseparable de la
seguridad nacional (Art. 322).
La tercer línea, en cuya novedad e importancia Chávez insistió
particularmente, consistía en el desarrollo y concreción de un principio ya
consagrado en el Título VII de la Constitución de 1999, referido a la Seguridad
de la Nación. Según Chávez la Constitución consagraba “una responsabilidad
compartida del Estado y de la Sociedad, del gobierno y del pueblo, de todos los
ciudadanos y ciudadanas” en la Seguridad y Defensa del país. Pero, según el

21
Bajado de Internet:
<http://alopresidente.gob.ve/component/option,com_docman/Itemid,0/task,doc_view/gid,239/>
22
Hugo Chávez en su intervención en el “Primer Foro sobre la Guerra de 4ª Generación y
Guerra Asimétrica (de todo el pueblo)”. Auditorio de la Academia Militar, 8 de abril 2005.
Presidente, pese a lo que establecía el texto constitucional hasta ahora el país
había estado preso de los viejos conceptos de seguridad y defensa, de modo
que había llegado el momento de revolucionar dichos conceptos y desarrollarlos,
para concretar el concepto de defensa integral de la Nación, como lo señalaba la
Constitución Bolivariana.
La corresponsabilidad del Estado y la Sociedad, que señalaba la
Constitución, iba a servir como el fundamento legal para la creación de milicias
populares para defender la revolución de sus enemigos. De modo que Chávez
anunció: “hoy lanzo, basándome en el mandato constitucional, [la idea] de la
defensa nacional popular integral”. Lo cual significaba la necesidad de asignarles
a los ciudadanos los medios y las armas para cumplir la parte que les
corresponde en la defensa nacional, de modo que: “Cada hombre y cada mujer
debe tener un fusil y bastantes municiones, con el arma en la mano. La guerra
para defender la revolución es de todos.” Aunque, evidentemente, Chávez no
esperaba que la oposición estuviera dispuesta a tal defensa, ni por tanto que
debiera recibir las armas necesarias para ello, pues eso sólo correspondía a las
masas chavistas dispuestas a defender la revolución.
En el proyecto de reforma constitucional sometido a referéndum y
rechazado por el pueblo, se incluían varias disposiciones cuyo sentido general
era una abierta politización de la Fuerza Armada al servicio del Presidente, y que
hacían posible que fuera usada como un instrumento para el mantenimiento del
orden publico interno y la represión. Pero aunque el proyecto sometido a
referéndum fue rechazado por el pueblo, poco tiempo después muchas de sus
contenidos fueron incluidos en una Ley de Reforma de la Fuerza Armada
Bolivariana, mediante un Decreto-Ley dictado por el Presidente, en uso de la
delegación legislativa que había recibido de la Asamblea Nacional23, en el que
incluía varios de los más importantes cambios contenidos en el proyecto de
reforma constitucional rechazado por la mayoría del pueblo, sin importarle que
estaban en contradicción con varios principio de la Constitución de 1999 que
permanencia vigentes 24 . Los poderes que por este Decreto adquiría el
presidente eran inmensos y abiertamente inconstitucionales. Se creaba el cargo
de Comandante el Jefe para el Presidente de la República, con carácter vitalicio
(!!!) y como un grado militar, con su correspondiente uniforme, cuando hasta
entonces la función de comandante en jefe de la Fuerza Armada, que según la
Constitución ejercía el Presidente de le República, era sólo temporal —pues no
podía ir más allá del tiempo en que ocupara la presidencia—, y además no era
un cargo militar, sino una función civil. Ahora, desde el punto de vista
operacional toda la Fuerza Armada pasaba a estar bajo el mando directo e
inmediato del Presidente, en tanto que su Comandante en Jefe, que en dicho
carácter gozaba de los mas amplios poderes (Art. 6). Una disposición (la del Art.

23
Se trataba del Decreto Nº 6.239 con rango valor y fuerza de Ley Orgánica de la de Ley
Orgánica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana del 31/07/2008
24
Para una contundente crítica a los distintos aspectos del contenido de tal reforma legal, véase
Usón (2009).
4, ord. 7), otorgaba al Presidente el poder para autorizar a la Fuerza Armada a
intervenir con el fin de preservar o restituir el orden publico interno, en caso de
graves perturbaciones, de acuerdo a su total discreción. Además se otorgaba al
Presidente la facultad de establecer Regiones Estratégicas de Defensa Integral
(Art. 23-24), concebidas como espacios territoriales que transciendían la división
territorial establecida por la Constitución, con facultades para controlar la
población, el territorio, los bienes y los servicios (Art. 26). Todo ello sin tener en
cuenta e incluso violando la disposiciones de la Constitución sobre los Estados
de Excepción (Título VIII, Capítulo II, Arts. 337-339), que establecían los
procedimientos y dispositivos a usar para preservar la paz y el orden público
interno y para la defensa frente agresiones externas. .
Se creaba por ley (aunque ya existía de hecho) la Milicia Nacional
Bolivariana, a la que se otorgaban muy amplias funciones, no sólo militares sino
también para la seguridad y el desarrollo, incluyendo el control de la población y
de los Consejos comunales (Arts. 43-46).
En resumen, mediante el nuevo Decreto-Ley, dictado por el Presidente,
se crearon un conjunto de instrumentos, muchos de los cuales violaban la
Constitución, a partir de los cuales, bajo el pretexto de la necesidad de la
movilización total para la defensa nación, se podía desarrollar un Estado de tipo
totalitario, concebido desde un punto de vista militar más que político, bajo la
autoridad del comandante supremo, que era el Presidente, que goza de los más
amplios poderes. Hay que tener en cuenta, que una vez muerto Chávez la
totalidad de esos poderes exorbitantes, continúan vigentes —y en algunos casos
hasta aumentados— en manos de su sucesor en la presidencia Nicolás Maduro.
No es esta la ocasión de deteneros a examinar el relativo éxito o fracaso
de los distintos proyectos chavistas de penetración y control social, y las
diferente organizaciones, redes sociales y dispositivos de todo tipo, muchos de
los cuales fueron muy efímeros, que Chávez ideó con ese fin. Pero podemos
afirmar que la principal falla que impidió que el proyecto político que Chávez
pretendía llevar a acabo tuviera éxito para implantaren un verdadero un Estado
totalitario, fue la falta de algunos elementos esenciales para tal fin: me refiero a
la inexistencia de un partido de masas totalitario, con la adecuada ideología y
con la organización necesaria para tal tipo de partido. El MVR fue partido tipo
electoral y personalista, sin la ideología ni la estructura adecuada para la
penetración y el dominio total de la sociedad que el totalitarismo requiere. Y el
“árbol de las tres raíces” es una ideología bien pobre, inadecuada para la
situación mundial actual, e incapaz de proporcionar una explicación de la
marcha necesaria de la historia y del futuro de la humanidad, que parecen ser
componentes necesarios para una proyecto realmente totalitario.
La experiencia hizo que Chávez fuera consciente de estas deficiencias,
de modo que junto a una proclamación solemne de que su proyecto político iba
a consistir en construir el socialismo en el país, procedió a disolver el MVR para
sustituirlo por uno nuevo el partido, el PSUV, inspirado en varias de las ideas
típicas de los partidos totalitarios comunistas. Y al mismo tiempo el Presidente
se declaró marxista, y ordenó a sus partidarios estudiar tal tipo de pensamiento,
incluyendo el de Lenin y Trotsky, que les debía servir de inspiración para el
desarrollo del nuevo proyecto, pero sin repudiar su ideología original, el “árbol de
las tres raíces”, aunque difícilmente puede considerarse compatible con el
marxismo.
Sin embargo, no parece que el PSUV sea un partido que vaya a superar
las deficiencias del MVR, pues continúa siendo tanto o más personalista que
éste. Su ideología fundamental no es marxista, pues continúa siendo hoy,
muerto Chávez, esa pobre amalgama ideológica que es “el árbol de las tres
raíces”25, y que el sucesor del comandante, Nicolás Maduro, al hacer imprimir y
distribuir cinco millones ejemplares del llamado Libro Azul de Chávez, aseguraba
que debería ser leído por todos los patriotas, pues en él estaba la raíz del
proyecto Bolivariano que actualmente se desarrolla país y que debe orientar el
futuro del siglo XXI para Venezuela26.
No existe una movilización política total, ni un programa para una
revolución integral, ni tampoco un partido totalitario, que son elementos
esenciales para que podamos hablar de un Estado totalitario. Sus instrumentos
de movilización, diseñados originalmente con fines electorales, son del tipo y
estilo militar. Por otra parte, ante el empeoramiento de la situación económica y
la consiguiente disminución de los recursos monetarios gubernamentales, unido
a la falta del carisma de Chávez, su sucesor Maduro tiende a emplear, cada vez
más, los medios de represión de las dictaduras tradicionales.
Se ha hablado de regímenes políticos pre-totalitarios, como aquellos
que van en camino a convertirse en un sistema plenamente totalitario, y para
algunos Venezuela podría entrar en esta categoría. Pero también se ha
desarrollado la categoría de totalitarismo fallidos (failed totalitarisms), para
referirse a aquellos regímenes políticos que imitan a los totalitarios, y que son
obra de “lideres políticos que tienen la ambición necesaria pero a los que les
falta una verdadera vocación y capacidad para la política totalitaria”, de tal
manera que “el resultado es alguna forma de tiranía chapada a la antigua, pero
disfrazada con un ropaje fascista o comunista y, si acaso, imitando alguno de los
aspectos de la ideología fascista o de la comunista” (Walzer 1984: 191). Me
inclino a creer que el caso del “chavismo”, tanto en la versión de su creador,

25
Véase Rey (2009c, especialmente págs. 17-31).
26
Al presentar la primera edición de la obra, Nicolás Maduro lo calificó como “un libro de
mandatos y profecías, la raíz primigenia del proyecto Bolivariano que está en desarrollo en
Venezuela [...] Aquí está proyectado el futuro del siglo XXI”. Y en el prólogo a la segunda edición
afirmó que en este libro “Chávez rescató nuestras fuentes originarias: Simón Rodríguez, Simón
Bolívar y Ezequiel Zamora, las tres raíces y las tres estrategias para la refundación de la
República” (pág. 22). Y añadió: “Quiero atreverme a formular libremente una intuición: en
muchos y diversos sentidos, Robinson [es decir, Simón Rodríguez] es para nosotros mucho más
importante que Carlos Marx” (pág.24). En todo caso, el libro no se reedita como una
conmemoración histórica, sino porque, según Maduro: “Aquí brilla, con luz propia, el proyecto
originario del Comandante, el proyecto que nos constituye y al que siempre debemos volver, del
que siempre debemos nutrirnos” (pág. 29) ( Maduro [2013) , en el “Prólogo” a Hugo Chávez, El
Libro Azul. Caracas: Ediciones Correo del Orinoco, 2013).
como especialmente en la de su sucesor, es de este último tipo. Pero esto no es
sino una conjetura cuya confirmación sólo nos la dará el futuro .
En todo caso, muerto Chávez su sucesor Maduro, al que le faltan los dotes
personales para atraer e incluso fascinar al pueblo, que tenía su antecesor, y
que cuenta con menos recursos financieros, se ve obligado para mantenerse en
el poder a ejercer la represión en forma cada vez más intensa, mucho más que
Chávez, de modo que ya no se trata de un “bonapartismo”, sino que tiende a
convertirse en una forma de dictadura tradicional, claramente represiva.
Muchos creen que un régimen eminentemente personalista, como el
“chavismo”, no puede perdurar una vez muerto su epónimo. Y aunque no se
debe olvidar que el “peronismo” sigue vivo y gobernando Argentina, pese a que
ya han pasado 41 años desde que murió Perón, en el caso del “chavismo”, para
sobrevivir a Chávez le faltan las organizaciones e instituciones permanentes que
Perón y Evita supieron crear.
Una forma en que algunos de sus partidarios, pretenden asegurar su
supervivencia, es convertir el “chavismo” en una religión. Y efectivamente, hay
señales de que ya se está convirtiendo en una verdadera religión popular, como
la del Negro Primero, María Lionza u otras. Pero para que el “chavismo” pudiera
mantenerse en el poder se necesitaría más que esto, pues se requeriría que no
fuera una simple “religión popular”, sino que debería ser capaz de estructurarse
como institución, hasta convertirse en una verdadera Iglesia, con una jerarquía
eclesiástica, a cuya cabeza estaría Maduro como sucesor del maestro fundador
(Chávez), y designado por éste, como Pedro lo fue por Jesús, con poderes
sobre toda la comunidad, reconocidos por ésta, de tal forma que sería capaz de
fijar los dogmas y de excomulgar a los disidentes. Pero aunque Maduro y
algunos chavistas, quizá hayan podido en algún momento acariciar una idea
semejante, no creo que esta sea una posibilidad realista.
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